VIDA DE SAN PABLO.-

A lo largo de gran número de los ejemplares de la revista se pueden encontrar toda la vida de San Pablo

 

ALCORAC

SALVADOR NAVARRO 

 

Dirigida a la Escuela de:

Mallorca

Las Palmas

                                                                                 

Circular nº 9 , año XIII

Bunyola, 1º de Septiembre de 2.007.

 

VIDA DE SAN PABLO.-

Filipo, la primera conquista de Pablo en el continente europeo, fue la su iglesia predilecta, la más querida en su corazón.

Colonia romana fundada por los legionarios, predominaba en Filipo el espíritu del orden y disciplina cesárea, más del gusto de Pablo que el de la volubilidad del genio helénico.

Epafrodito había traído buenas noticias: los filipenses continuaban firmes en la fe y ardientes en la caridad, a despecho de ciertas sombras y de las rivalidades femeninas entre Evodia y Sintique y algunas otras.

Epafrodito quedó algún tiempo con Pablo compartiendo su prisión. Pero no resistió la “fiebre romana”. Enfermó. Pablo pasó noches enteras en la cabecera del amigo enfermo de fiebres.

Al poco tiempo convaleció el enfermo y el apóstol le entregó una carta para los hermanos de Filipos.

Corría el año 63. Pablo preveía su próxima libertad del cautiverio.

Los amigos habrían regresado al Asia, a excepción de Timoteo que estaba con el apóstol.

Entre las grandes epístolas paulinas, la carta a Timoteo es una de las más cariñosas.

Escrita con el corazón en los labios, revela una cierta falta de nexo, porque el corazón no raciocina, ni forma silogismos, no fabrica frases, ni obedece a una concatenación lógica de pensamientos y exposiciones.

La carta a los filipenses no parece escrita de una sola vez, sino en días diversos, entre los trabajos de enfermería que Pablo ejercía a la cabecera del amigo enfermo. De vez en cuando llegaban  noticias buenas o malas del Tribunal. De ahí las fluctuaciones entre esperanzas y desánimos, entre el júbilo por la próxima libertad y la esperanza rota. Más dolorosas que las esposas de hierro fueron las noticias sobre los manejos de ciertos cristianos romanos que “predicaban el Cristo con segundas intenciones” movidos por el egoísmo, ambiciones e intereses.

“Pero ¿qué importa  - exclama el apóstol poniendo los ojos en las alturas de su idealismo -  ¿qué importa? con tal de que sea el Cristo el anunciado. Esta es mi alegría y alegría mía siempre será”.

Seguidamente, lanza Pablo en el papel media docena de frases que por sí son alentadoras frases sobre virtudes y perfecciones cristianas. Ante sus ojos está la vida y la muerte y el apóstol delibera con absoluta calma y serenidad de espíritu, qué sería mejor: vivir o morir. La muerte lo uniría para siempre con el Cristo, pero la vida le faculta para nuevos trabajos por las almas y sufrimientos por el Cristo – y así Pablo se ve indeciso, no sabe qué partido tomar: pedir la muerte o la vida -  y acaba por entregar todo a las manos de Dios.

“Quiero que el Cristo sea glorificado en mi persona, también ahora como lo fue siempre – sea en la vida o en la muerte. Porque, para mí, el Cristo es la vida y la muerte ganancia. Y aunque vivir en la carne es para mí trabajo fructuoso, no sé qué elegir. Por ambas partes me siento apretado, pues por un lado deseo morir para estar con Cristo, que es mucho mejor; por otro, quisiera permanecer en la carne, que es más necesario para vosotros. Por el momento estoy firmemente persuadido de que quedaré y permaneceré con vosotros para vuestro provecho y gozo en la fe, a fin de que tengáis en mí mayor motivo de gloriaros en Cristo con mi segunda ida a vosotros”. (Filipenses I, 21-26).

Sobre un hombre que alcanzó las serenas altura de ese equilibrio espiritual, ya no tiene poder el destino, no le perturban los trabajos de la vida, ni los horrores de la muerte. Está desarmado el verdugo frente a una víctima que saluda a la muerte como la aurora de la vida verdadera.

Para quien murió espontáneamente nada importa ser muerto compulsivamente. Mientras tanto Pablo no pierde de vista el objetivo principal de la Epístola: la recomendación de la caridad y armonía a los filipenses.

Pablo desarrollar su pensamiento y motiva su ética, descendiendo a las profundidades de la Divinidad, remontando la existencia prehistórica del Verbo. El primer Adán intentó arrogarse indebidamente la dignidad divina por el intelecto  - “serás como Dios” -  el segundo Adán poseía de derecho, sin usurpación, la majestad divina, y por amor a los hombres se despojó de sus esplendores.

“Tened los mismos sentimientos que tuvo Cristo Jesús; quien, a pesar de tener la forma de Dios, antes se anonadó, tomando la forma de siervo, haciéndose semejante a los hombres; y así, por el aspecto, siendo reconocido como hombre, se humilló, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz, por lo cual Dios le exaltó y le otorgó un nombre sobre todo nombre, para que al nombre de Jesús doble la rodilla todo cuanto hay en los cielos, en la tierra y en las regiones subterráneas, y toda lengua confiese que Jesucristo es Señor para gloria de Dios Padre”. (Efesios 2: 5-11).

¿Cómo podría el cristiano frente a esta voluntaria humillación del Cristo, reclamar todavía “derechos”, quejarse de injusticias y falta de consideraciones? ¿Y dónde nace toda la desarmonía y desamor sino de una funesta supervaloración del ego personal? Cristiano auténtico es sólo aquél que sincroniza su vida con el espíritu del Cristo. Cristificar la existencia es vitalizarla por el alma del Cristo, como él mismo decía a sus discípulos en el cenáculo comparándose a la vid, cuya savia circula por las ramas de las cepas.

Después de estas consideraciones, viene el capítulo III de la Epístola, que parece haber sido escrito en otra ocasión o intercalado de otra carta. Es fuerte, vehemente, casi áspero. Es probable que, en ese intervalo, haya recibido Pablo noticias alarmantes de nuevas intrigas y perfidias de los maestros judíos, siempre apostados para devastar la simiente del Evangelio y querer atar el águila del cristianismo en la dorada jaula de las formalidades y ceremonias.

“Ojo a los perros, guardaos de los malos obreros, cuidado con la mutilación; porque la circuncisión somos nosotros, los que servimos en el Espíritu de Dios y nos gloriamos en Cristo Jesús y no ponemos nuestra confianza en la carne. Aunque yo podría confiar en la carne y si hay algún otro que crea poder confiar en ella, yo más todavía. Circuncidado al octavo día, de la raza de Israel, de la tribu de Benjamín, hebreo hijo de hebreos, y según la Ley, fariseo, y por el celo de ella perseguidor de la Iglesia, según la justicia de la Ley, irreprensible. Pero lo que tenía por ganancia, lo reputo ahora por Cristo como pérdida, y aún todo lo tengo por pérdida a causa del sublime conocimiento de Cristo Jesús, mi Señor, por cuyo amor todo lo sacrifiqué y lo tengo por basura, con tal de ganar a Cristo y ser hallado en Él no en posesión de mi justicia, la de la Ley, sino de la justicia que procede de Dios, que se funda en la fe y nos viene por la fe de Cristo, para conocerle a Él y el poder de su resurrección y la participación en sus padecimientos, transformándome a Él en su muerte, por si logro alcanzar la resurrección de los muertos. No es que la haya alcanzado, es decir, que haya logrado la perfección, sino que la sigo por si logro apresarla, por cuanto yo mismo fui apresado en Cristo Jesús. Hermanos, yo no creo aún haberla alcanzado; pero, dado al olvido a lo que ya queda atrás, me lanzo tras lo que tengo delante, (mirando) hacia la meta, hacia el galardón de la soberana vocación de Dios en Cristo Jesús”. (Filipenses 3: 2-14).

Recordando la vida viciosa de algunos cristianos escribe el apóstol estas palabras llenas de una cubierta emoción:

“”Muchos viven  - como con frecuencia os he dicho y hoy repito entre lágrimas -  como enemigos de la cruz del Cristo. El fin de ellos es la perdición y su dios es el vientre. Se ufanan de sus infamias. Solamente tienen gusto por las cosas terrenas. Sin embargo, nuestra patria está en los cielos, donde aguardamos al Salvador, el Señor Jesús el Cristo, que tiene el poder de sujetar todo a su voluntad, que transformará nuestro frágil cuerpo, haciéndolo semejante a su cuerpo glorificado. Por tanto, hermanos carísimos y muy queridos, mía es la alegría y mía la corona; quedad firmes en el Señor, carísimos. (Filipenses 3: l8).

Remata la Epístola con una apoteosis de la alegría espiritual:

“Alegraos siempre en el Señor. Repito: alegraos. Mostrad a todos los hombres vuestra benignidad”. (Filipenses 4: 4-5).

“Finalmente, mis hermanos, ocupaos con todo lo que es verdadero, digno, justo, santo, amable, atrayente, virtuoso o digno de alabanza”. (Filipenses 4:8).

Y termina agradeciendo los donativos que recibió de la liberalidad de sus felipenses predilectos, generosidad que aureolaba de luz divina los dones materiales que ellos enviaban al “prisionero del Cristo”.

Continuará en la Circular de Octubre de 2007.

LA REALIDAD OCULTA.-

Más importante que la densidad de población de una zona concreta es el origen de sus habitantes. Hasta hace poco, la población de de las ciudades estaba constituida en gran parte por personas que, independientemente de sus orígenes y su clase social, se conocían unos a otros por haber crecido en más o menos estrecho contacto. La necesidad de compartir muchas experiencias de la vida cotidiana les obligaba a desarrollar unos mecanismos sociales de protección que reducían los conflictos sociales violentos. Por necesidad, los criados vivían cerca de sus amos; pocos eran los comerciantes que podían retirarse a las afueras de la ciudad; la parroquia albergaba a la vez a ricos y a pobres. Pero en la actualidad, las migraciones masivas hacen que la gente desconocida se afinque en comunidades ya establecidas. La evolución no ha preparado a la humanidad para esta experiencia; cualquiera sea el color de su piel, el extranjero sigue siendo considerado como una amenaza potencial. En Madrid, por ejemplo, las migraciones de sudamericanos y europeos del Este de Europa, así como de negros del África subsahariana, está provocando formas de tensión racial. La omnipresente hostilidad hacia el recién llegado – sea cual fuere su religión o el color de su piel -  procede en parte de la aprensión que el extraño engendraba en la Edad de Piedra.

Incluso en los sucesos comunes de la vida cotidiana mostramos respuestas psicológicas muy semejantes a la de nuestros antepasados de la Edad de Piedra, cuando repentinamente se veían enfrentados a una amenaza, ya fuera un animal peligroso o un ser humano considerado un competidor en potencia. La supervivencia del hombre primitivo dependía a menudo de su capacidad para poner en movimiento mecanismos corporales que le permitieran luchar con eficacia o huir con rapidez. La respuesta de “lucha” o “fuga” con toda su carga hormonal y bioquímica todavía se produce cuando el hombre actual advierte una amenaza aunque sea imaginaria. Al encontrarse en una situación social difícil, ya sea en su trabajo o en una reunión social, reacciona como si estuviera en peligro de ser atacado físicamente. El hombre de las cavernas que sobrevive bajo la piel del ciudadano civilizado se dispone rápidamente a luchar cuando advierte un gesto de amenaza en el ámbito social. Pero esta respuesta rara vez encuentra salida por el lado físico y provoca tensiones que tienen un efecto perjudicial sobre la salud.

La tendencia del hombre a simbolizar todas sus experiencias y a reaccionar después ante los símbolos como si fueran estímulos reales también se remonta a la prehistoria. Los dibujos que adornan las armas y útiles del Paleolítico, así como los rituales que tenían lugar en las profundidades de las cavernas, nos ofrecen abundantes pruebas de la vida simbólica del hombre primitivo. Sea cual fuere su significado preciso, las estatuas de mujeres y las tallas y pinturas de hombres, animales y plantas de comienzos de la Edad de Piedra indican que el hombre primitivo tenía capacidad y necesidad de expresar simbólicamente sus ideas sobre la reproducción, la caza y sus relaciones con el Cosmos.

Es posible que el hombre primitivo se sirviera de la representación artística para ganar poder sobre aquello que representaba. Además, debió pintar y dibujar, tallar y modelar porque todo ello le ayudaba a explorar y a comprender mejor el mundo que le rodeaba. El arte figurativo le daba dominio y no sólo en el sentido de poder mágico, sino también en otro sentido más profundo: el de al integración entre el mundo externo y el yo. Hace por lo menos cien mil años, el hombre de Neandertal enterraba a sus muertos como ofrendas, en posición acuclillada orientada de Este a Oeste y, en ciertos casos, entre macizos de flores. Al parecer, cierto tipo de interés por la muerte es coetáneo con la humanidad. La necesidad de simbolizar la muerte y la vida futura tal vez sea uno de los atributos que sitúan al hombre en un plano aparte del reino animal.

Ahora como en el pasado, los seres humanos no sólo responden a las características objetivas de una situación dada, sino también y en igual o mayor medida, a lo que ésta representa simbólicamente para ellos. Esta transposición explica en parte  por qué ciertos grupos humanos parecen aceptar condiciones que otros encuentran intolerables. La actitud de un habitante de los suburbios de una gran metrópoli puede no ser la misma en México que en los barrios de favelas de Río de Janeiro o en Hong Kong. Las condiciones de vida en los suburbios americanos son probablemente mejores que las que reinan en las aglomeraciones de barracas que rodean a la mayoría de las ciudades de India o China. En un caso el barrio significa desesperación y en el otro esperanza de una vida mejor. La objetividad es engañosa si no se tienen en cuenta los sentimientos subjetivos.

La supervivencia de nuestro remoto pasado se manifiesta de formas muy diversas. Encendemos el fuego en patios o en apartamentos urbanos con calefacción porque el fuego  - el hogar -  es una de las grandes realidades alrededor de las cuales se ha organizado la vida humana durante miles de años. Nos rodeamos de plantas y animales como para mantenernos en contacto con nuestros orígenes y aprovechamos los fines de semana para perdernos temporalmente en la naturaleza y entrar en contacto con todo aquello que hace cientos de siglos acuñó a nuestros antepasados. El atractivo de las islas pequeñas tal vez resida en que evocan un mundo cuyos límites podemos percibir, tal como sucedía en el estable mundo de la Edad de Piedra. Cuando nos lo podemos permitir, volvemos a la caza, primero con escopetas, luego con arcos y flechas y cualquier día podemos comenzar a utilizar lanzas con puntas de piedra talladas con nuestras propias manos, no por necesidad sino para restablecer un vínculo más con nuestro pasado de la Edad de Piedra.

El pasado. ¡Qué huella tan profunda ha dejado en nosotros! Las descripciones de los astronautas y las fotografías obtenidas nos han informado que la superficie lunar es polvorienta, gris, salpicada de cráteres y carente de vida. Pero la Luna sigue siendo “la blanca maravilla de los cielos, tan redonda, tan serena en su movimiento. . . . Su supuesta desolación alberga todavía una fuerza e incluso poder sobre nuestras vidas. ¡La Luna” ¡Artemisa! ¡La gran diosa del espléndido pasado del hombre!

El primer alunizaje levantó una gran excitación, pero cuando tuvieron lugar las últimas misiones Apolo el público estaba casi hastiado de ellas. Por el contrario, ahora hay un mayor interés por los safaris africanos, por excavaciones arqueológicas y por todo aquello encaminado a descubrir una sabiduría externa en los restos prehistóricos o en la antigua astrología. Por infantiles que puedan ser, las expresiones contemporáneas de la contracultura expresan el deseo del hombre moderno de recobrar una forma de respuesta más rica ante el enigma de la existencia; constituyen el reconocimiento de que los secretos de la vida pueden alcanzarse no tanto por lo que aprendemos como por lo que podamos recordar a través de la memoria biológica de la especie humana. Sólo sondeando en la oscura y nebulosa franja donde confluyen la zoología, la prehistoria y la antropología, podremos comprender cómo el hombre trascendió su origen animal.

Continúa en la Circular del mes de Octubre de 2007.

¿POR QUÉ EL DIABLO?

La tierra sólo da a cambio de trabajo. De por sí sola, más bien produce males que beneficios. El aire, el Sol y el agua ocasionan huracanes, tempestades, inundaciones y sequías. Y el hombre ha de vivir sobre la tierra, en el seno del aire, sujeto a los rayos del Sol, encontrándose con el agua bajo diversas formas: rocío, vapor, nubes, ríos, lagos, pantanos y mares. El hombre debe combatir con la tierra, con el aire y con las aguas, pero ¿cómo luchar el hombre, ese pigmeo, contra los titanes de la Naturaleza? Así formulaba el problema de la vida el iraní, en tiempo de Zoroastro.

El persa era trabajador por naturaleza y por convicción. El clima le ayudaba, lo mismo que la cosmogonía que había formulado para darse explicación del Universo. Su atmósfera era tibia en verano y fría en invierno; y el invierno era largo. El Sol era su más potente auxiliar en la lucha que sostenía para dominar los elementos; era el primer elemento que se declaraba a favor suyo. “La luz da vida; en la oscuridad todo muere; ¡qué fría es la tierra cuando el Sol se esconde! La luz es el principio bueno; el principio malo es la oscuridad”. Y generalizando vio que la luz era sinónimo de calor, de fuerza, de trabajo, de acción, de vida y de primavera; y que la oscuridad lo era de la noche, de sueño, de pereza, de hambre, de muerte y de invierno; en una palabra, de límite, de negación. Lo pensó más y se dio cuenta de que la luz destruía las tinieblas, el trabajo la pereza; que el día hacía desaparecer la noche, la primavera el invierno; en fin, que la vida hacía retroceder la muerte; y dijo: “El Universo es una inmensa síntesis formada por un principio malo y un principio bueno; el principio bueno, en germen al aparecer el hombre sobre la Tierra, le ayuda siempre y trabajando sin cesar los dos; el principio malo, que sólo es creador por antítesis, por oposición, que si crea es para destruir lo creado, se va desvaneciendo; cada día tiene menor poder, continuamente retrocede y se convierte en principio bueno. El principio malo, Angromanyus, de día en día se pasa a las filas del de Ahura, el principio bueno, y el propio principio malo, inactivo, perezoso, frío, oscuro y mortífero, llegará al fin a convertirse en Ahura, en actividad, trabajo, calor, luz, vida”.  Ninguno de estos principios era personal y mucho menos antropomorfo. Esta era la creencia del pueblo de Irán, después de Zoroastro y antes de dominar en él la monarquía, el espíritu de conquista y la magia con que le mixtificaron los Medos.

El Sol era siempre favorable al persa en sus alturas de la Bactria. No era como el Sol de Babilonia y del Asia Meridional, que lo mismo producía salud que peste, vida que muerte. El Sol jamás abrazó al persa en su tierra patria, sólo le calentó dulcemente, y lo ayudó a organizar la tierra; era su cooperador, no su enemigo. Así la escisión que del Sol hacían el cananeo y el fenicio, en Baal y Molech, Sol risueño y Sol fatídico, no tenía razón de ser entre los iraníes.

El persa, fortalecido con tales creencias, se dedicaba a trabajar la tierra con fe, con amor, y al fin del año recogía la cosecha, la hija de la luz y de la acción que venía a ser la justa paga de sus desvelos. Y como después de la luz sólo a sí propio se la debía, se sentía orgulloso de la tierra que había cultivado y de las plantas que había hecho crecer, con el riego que le proporcionaba. Por medio del trabajo había convertido el Irán en un paraíso y en él proclamaba la Justicia, no sólo para sí, sino también para los seres inferiores, y hasta para los cuerpos inanimados. Allí el holgazán era el injusto, porque es el que niega con su holganza a cada cosa lo que le es debido. Sobre él cae la maldición de sus hijos pobres, la de sus animales domésticos hambrientos, la de sus plantas, que de sed se mueren, la de sus tierras secas y hasta la del agua que vaga errante. ¡Oíd como le habla todo! El agua le dice: “Guíame, que voy a ver a la planta, si no romperé por todo, me desbordaré, arrasaré tus campos y los llenaré de arena y cantos; y si no puedo romper mis diques, estancada me corromperé y te enviaré la peste”. Y la seca tierra le dice por la boca de sus grietas: “Dame agua, que la sed me devora”. Y la planta macilenta se agosta, tuerce su tallo y se inclina triste, al lado del árbol que levanta sus ramas deshojadas, cual si fueran descarnados brazos que clamaran justicia al cielo por el descuido en que se la tiene. Pero en cuanto el hombre oye los clamores de los seres, toda la Naturaleza en peso le bendice. Al recibir las plantas el agua, se levantan frescas, verdes y lozanas, sacan de sus capullos espléndidas flores, unas de colores suaves, finos, delicados; otras brillantes y deslumbradoras; y levantan una nube de perfumes, coro oloroso que deleita con dulce embriaguez al hombre en pago de su trabajo. Los árboles brotan hojas que entrecruzándose forman un verde dosel que le cobija en sus ratos de ocio, y luego le regalan sabrosos frutos que recrean su paladar y reparan sus fuerzas; y la tierra le da cada día nuevas plantas; y el agua al pasar cerca de él murmura agradecida, reflejándole en su cristal su noble imagen.

Todo impulsa al iraní al trabajo. Le dice el hierro: “Hazme puñal y te libraré de las fieras, de ese ejército de Angromanyus que es tu enemigo; hazme azadón y te abriré el agujero por donde penetre hoy la semilla que mañana te salga transformada en planta”. La madera le dice: “Hazme maza y aplastaré la cabeza del dragón, del chacal, de la serpiente; o conviérteme en puerta que detendrá de noche el dominio silbador del vendaval furioso”. “Haz de mí un látigo, - le dice el cuero –; un látigo flexible, imagen del rayo que fustiga la serpiente de las nubes, y heriré de muerte las culebras que te atacan”. Y exclama la piedra: “Levántame en pared, que yo he de servirte de valla a lo que quieras impedir el paso, o edifícame en forma de casa, que yo te guardaré y protegeré en mi seno”. Y dentro de la casa le dice el fuego, con sus brillantes lenguas: “Feliz te veas y satisfecho para siempre; que tus bueyes se te multipliquen; que los jóvenes se asocien; que te sea dado alcanzar lo que deseas. Esta es mi aspiración, en reconocimiento de las secas ramas con que piadoso me alimentas”. Y así toda la Naturaleza se pone a su servicio; todo le pide que la convierta en ejército del Bien para combatir el ejército del Male, en servidora de Ahura, en contra de Angromanyus. Y el iraní que no es sordo a esos clamores, trabaja y Ahura crece, todo lo que su contrario disminuye.

El que rehúsa un honor al que le corresponde, el que rechaza una justa demanda, es considerado en el Irán como un bandido. Duro castigo recibe el que allí falta a su palabra, al igual que el que se embriaga, o la madre sin entrañas que aborta voluntariamente. Anatematizado es el que niega al pobre una limosna. El que está falto de caridad es repudiado. Los hijos naturales no llevan estigma algunio de deshonra, antes bien son espléndidamente protegidos por las leyes.

 

 

OBRAS PUBLICADAS

Entre el silencio y los sueños (poemas)
Cuando aún es la noche (poemas)
Isla sonora (poemas)
Sexo. La energía básica  (ensayo)
El sermón de la montaña (espiritualismo)
Integración y evolución (didáctico)
33 meditaciones en Cristo  (mística)
Rumbo a la Eternidad  (esotérico)
La búsqueda del Ser (esotérico)
El cuerpo de Luz  (esotérico)
Los arcanos menores del Tarot  (cartomancia)
Eva. Desnudo de un mito (ensayo)
Tres estudios de mujer (psicológico)
Misterios revelados de la Kábala  (mística)
Los 32 Caminos del Árbol de la Vida (mística)
Reflexiones. La vida y los sueños   (ensayo)
Enseñanzas de un Maestro ignorado (ensayo)
Proceso a la espiritualidad (ensayo)
Manual del discípulo  (didáctico)
Seducción y otros ensayos (ensayos)
Experiencias de amor (místico)
Las estaciones del amor (filosófico)
Sobre la vida y la muerte (filosófico)
Prosas últimas   (pensamientos en prosa)
Aforismos místicos y literarios (aforismos)
Lecciones de una Escuela de Misterios (didáctico)
Monólogo de un hombre-dios (ensayo)
Cuentos de almas y amor (Cuentos) Isabel Navarro /Quintín
Desechos Humanos (Narración) Ruben Ávila/Isabel Navarro
Nueva Narrativa (Narraciones y poesía)Isabel Navarro/Q
Ensayo para una sola voz (Ensayo)
En el principio fue la Magia (ensayo)
La puerta de los dioses (ensayo)
La Memoria del tiempo Cuentos,Poesía Toni Coll/Isabel Nav.
El camino del Mago Ensayo Salvador&Quintín
Crónicas Ensayo Salvador&Quintín