P R O S AS      L I B R E S

 

Salvador Navarro Zamorano

               

 

 

P R Ó L O G O

 

 

        “Los pensamientos son aire y van al aire“, pudo haber dicho el poeta, y estos son pensamientos sueltos, volátiles, como el humo que se desvanece en el espacio, o como los suspiros de un pecho que, oprimido, respira profundamente y parece renacer en una dimensión distinta. 

 

        Es de destacar lo heterogéneo de los temas, pero el lector ha de comprender que han sido escritos en diferentes fechas, con distintos estados de ánimo y en lugares diversos. Ellos han ido madurando, pero sus tiempos son variables, y apenas tienen un orden de clasificación temática. El comprensivo lector sabrá disculpar estas  “irregularidades“  y podrá gozar del humor, la tristeza, la cólera, la ironía y el escepticismo, que me dominaron en cada momento; puede haber ideas con las que hoy no comulgo totalmente, y otras que afirmaría estar cierto de que las sigo pensando, pero en todas ellas estoy yo, con todas mis facetas, sentimientos y pensamientos de toda una vida que he vivido intensamente, disfrutando de cada momento, sea cual sea el color que dominara, la pasión que imperara o mis circunstancias.

 

        Para vosotros van estas prosas, que apenas merecen este florilegio, pero que así las denomino porque es como las pienso y siento.

 

        Creo haber cumplido conmigo mismo.

 

                                                                Salvador Navarro Z.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

        Los hombres de hoy, parecen no amar la poesía, y es sin duda, porque les faltan fuerzas para llegar hasta ella;

        la aproximación al arte, da un sagrado terror;

        no se aborda la belleza, sino con un estremecimiento de angustia;

        el drama es lo infinito;

        es el navío fantasma donde navega el misterio.

 

 

        Por todas partes se palpa lo absoluto;

        hay como una fuga de lo humano ante los ojos;

        los hombres se borran; el Hombre aparece;

        el Poeta y el Hombre, se contemplan;

        el Poeta vence al Hombre, y le arranca su secreto; le arranca el alma ;

        de ahí surge el drama;

        la epopeya de las almas;

        hoy ese arte está en destierro;

        sufre la suerte reservada a la Verdad.

 

 

        Para el Poeta, la revelación de su Yo mental está en el verso;

        la lírica, es el vestido visible de las cosas invisibles;

        las metáforas, son la materia fluida que cubre las formas desnudas del espíritu;

        el misterio supremo, es: el Hombre;

        todo lo que él expresa, está tocado de oscuridad;

        su más claro discurso es un balbuceo en la sombra;

        frente a la poesía, la condición fatal del lenguaje, es resultar Ineficaz.

 

        Vivir en la soledad, pero, salir de su soledad, para decir a la aurora los secretos que la noche confió a su corazón, en la vaga confidencia de sus voces siderales;

        he ahí el deber de aquél a quien la Eternidad hace transparente, aun las cosas más oscuras;

        envolverse en su soledad, devorando la interpretación de los grandes símbolos, revelados a su corazón por las tormentas de su propio pensamiento;

        y, callar . . . .

        callar, sordo a la voz que en el fondo del corazón grita imperiosamente: ¡En marcha, Pastor de Estrellas!  En marcha, que el Sol ya va a venir y devorará tu rebaño; puebla el cielo de astros, tuyo es su reino;

        he ahí, la traición del que en el silencio come su propia paz y devora sus propios sueños, sin piedad por las divinas alas que quieren escaparse hacia la luz.

 

 

        Pensar, sentir, soñar, volar sin tregua ni descanso sobre los helados ventisqueros del pensamiento humano, y detenerse luego, meditabundo, sobre las cumbres desnudas, en esa gran vertiente de los crepúsculos, y contarse a sí mismo y a los otros, las peripecias mentales de ese gran viaje a lo Infinito, y dejar caer una a una sobre la Tierra las gemas resplandecientes de la Verdad, los fulgentes ópalos de la Luz, arrancados del seno mismo de las tinieblas;

        ahí está la roca de Sísifo, confiada a los fuertes hombros del pensador, para subir y bajar con ella, sin descanso, las agrias cuestas de la vida;

        un viento de tempestad persigue al pensamiento en esta caza a lo infinito, lo azota y hace vacilar su antorcha, que casi se apaga, ante el vuelo errabundo de las estrellas;

        es el viento enemigo de los cazadores de astros, de los portadores de la gran lira sonora, que llena con sus acordes la epopeya de la soledad;

        pero nada detiene su misión a este tenaz explorador del misterio y del abismo.

 

 

        El trabajo de un Poeta es la condensación de todas las formas vagas, indecisas y flotantes que hay en el atomismo de las ideas, para ponerlas dentro del molde mágico del verso, lleno de divinas sonoridades:

        porque el Poeta bebe en las fuentes altísimas y purísimas del misterio, su palabra es a veces confusa, llena de ecos extraños, como estremecidas aún del contacto con todas las cosas indescifrables e inexplicables que hay en los cielos sin fronteras de la Visión;

        por ello, todo Poeta está solo y perdido en medio de los hombres.

 

        Todo Poeta es una luz;

        un faro, colocado por el destino, sobre costas inaccesibles, pero visibles, emergidas de los mares del misterio, en el límite oscuro de la Tierra, donde rompen sus alas todos los huracanes;

        se sabe encadenado a esa soledad por un decreto inexorable, de algo superior a él y que se llama: el destino;

        sabe que iluminar desde esa altísima soledad es su misión:

        y, la cumple;

        que el viento ruge;

        que la mar se encrespa;

        que las olas amenazan devorarlo. . .

        nada lo inquieta;

        sabe que nada podrán contra él, todos los elementos de la vida desencadenados en su contra; son los elementos inferiores, que no alcanzan la altura de su destino;

        sabe que el rayo que ha de pulverizarlo duerme en otras manos; alto, muy alto. . .

        por eso desprecia las fuerzas inferiores que lo asaltan. . .

como desprecia el islote la espuma de las olas. . .

        nada tiene que temer de ellas;

        el rayo viene de arriba;

        el rayo baja, no sube;

        es un orgullo que le viene al Poeta de su Padre.

 

 

        En todas las latitudes, sobre todos los pueblos, en todas las horas de la Historia, veréis diseñarse en el horizonte la Gran Montaña desnuda, donde medita un Pensador;

        la cima es la misma, a través de todos los siglos;

        sólo el huésped cambia;

        que sea Sócrates, Jesús, Buda. . . siempre es el mismo espíritu sobre la misma cumbre;

        es el Pensador;

        todo el pensamiento de un pueblo, o de una raza, condensado en un hombre;

        todo el fluido vital de ese momento, se aglomera e irradia en un hombre;

        todo el furor animal de ese momento ruge contra ese Pensador;

        nada fatiga la ternura de aquel proveedor estoico de luz;

        él, continúa en darla al mundo, a despecho de las tinieblas.

        Si algo sobrenatural hay en la vida, oscura y devoradora, es el Espíritu;

        ¿dónde están sus fuentes magnánimas y luminosas?

        ¿de qué cumbres ocultas tras la movible tela del tiempo, desciende hasta la Tierra ese río maravilloso lleno de un sagrado misterio;

        toda la oscuridad del dolor y toda la luminosidad de la esperanza, vienen mezcladas en sus ondas tormentosas y divinas;

        de las entrañas de la Eternidad, sale ese Espíritu soberbio y luminoso, cada una de cuyas olas es un mundo de belleza, y vuelve a la Eternidad, después de haber fecundado ese prodigio que es el alma y haber hecho florecer en ella todas las rosas del amor, hechas sonoras por el viento musical que baja de las rutas celestes de la Inspiración, donde rugen sin intermitencia los huracanes líricos del Verbo, salidos de los labios del Abismo, que dijo el  “ Hágase la Luz” sobre el corazón informe de los mundos por nacer.

 

 

        ¿En dónde reside lo bello del mar? 

        ¿En lo amplio?

        ¿En lo salado?

        ¿En lo profundo?

        No podría decirse.  . . 

        Es en su grandeza que reside su alma;

        su belleza está toda en el misterio que emana de ella.

 

        El mito de las Tinieblas, odia según el decir de su Leyenda; odia a Dios; y el odio es la forma negra del Amor; no se odia sino lo que se ha amado, o se pudiera amar;

        el odio, es una gran pasión, voraz.

        Satán odia a Dios, con el odio del vencido; porque él también pudo haber sido Dios, y no lo fue.  . .

        ¿No era tan bello como Dios?

        Sí;

        pero Dios, fue más fuerte;

        en la Leyenda de esos dos Mitos, igualmente trágicos, el odio es elocuente, con una elocuencia de fatalidad;

        cuando pensáis en la fábula de Satán,  ¿no pensáis también en la de Abel, expulsado de la vida, por su hermano? 

        Dios y Satán, son los Hermanos Enemigos.

 

 

        Todo hombre justo es un hombre libre; porque no hay justicia fuera de la libertad;

        hay vidas elocuentes, más que todos los discursos, dichos por boca de los hombres;

        la vida de un hombre libre;

        he ahí, por qué ese espectáculo raro y magnífico  -  un Hombre Libre  -  no lo soportan los tiranos, y es lo primero que tratan de destruir y de suprimir a la vista de sus pueblos;

        un hombre libre es más que un ejemplo, es un peligro; suprimirlo es un deber de conservación en la tiranía;

        cuánto más bello es un gesto, es más temible, si se dirige contra el Mal;

        y, ¿qué gesto más bello, que la actitud de un hombre libre, indignado contra la tiranía?

        Mientras más solo, más grande aparece el hombre libre;

        su soledad, no hace sino aumentar la amplitud de su gesto;

        el aislamiento es el cuadro natural a su extraña forma de heroísmo, como el desierto es el cuadro natural del ascetismo;

        cada verdad que brota sobre la Tierra, no aparece sino sobre esa altura de la Libertad, que se llama los labios de un hombre libre.

 

 

        El poeta es incompatible con su tiempo e incomprensible para su tiempo;

        se aísla en el Evangelio de la belleza y de la verdad, que guarda la palabra inarticulada que ha de salvar la Tierra;

        dice las cosas profundas, en el canto insondable de un pensamiento musical, raro, como una revelación de la Gloria;

        da a la frase inusitada la intensidad y el poder pictórico de un fresco eterno, que no han de afrentar los siglos, porque la eternidad, se hizo no para el insulto del poeta, sino para su consagración;

        es la omnividencia maravillosa y la expresión armónica, de una hora ciega y sin sonido, de un momento histórico, brutal, de uno de esos momentos en que el pensamiento humano sufre la mudez producida por la lejanía del ideal y el olvido de la comunión con lo bello, única eucaristía de las almas;

        es la profundidad inagotable, donde las generaciones sedientas vengan a apagar su sed de belleza, apurando la onda negra, que permanece pura en la soledad;

        es un gran evocador y un gran creador;

        es el sacerdote melodioso de un culto que la apostasía condenó al olvido, y la gloria volverá al sereno esplendor de su belleza;

        he ahí el deber, he ahí la misión, de esa personalidad exótica, de ese Hijo del Misterio, de esa figura heroica del color, que es: un poeta.

 

 

        ¿Has visto un toro de lidia, alzarse bajo la luz de la tarde, en su simplicidad descomunal?

        ¿no te parece al mirarlo, en la inmensidad del paisaje de penumbras, que las entrañas de la fantasía se han abierto para dar paso a ese cornúpeto enorme, pronto a lanzar sus mugidos contra el cielo y a escalar los astros, para pisotearlos con sus pezuñas, cubiertas del lodo de la Tierra?

        se diría que, en la oscura virilidad de sus ojos, yace todo el vértigo enloquecido de la noche; que en su garganta, duerme el rugido de un mar; y se mira los lomos enormes, por ver si brotan de ellos las alas descomunales, que se despliegan bajo las crines negros de los bueyes taciturnos del Apocalipsis;

        es la fuerza;

        la fuerza enorme de la Naturaleza, poderosa, arrogante y terrible.

 

 

        ¿Cuál es el color del alma española?  Negra y roja;

        tiene el color de sus grandes cuadros, el color querido a sus pintores que más profundamente la han interpretado; negro con Goya; rojo y negro con Velazquez; negro y lívido con Ribera;

        negro y rojo como sus poemas, sus dramas, toda su prosa y poesía heroicas, antes de la anemia claustral que la enervó, y de la aparición de esa literatura pálida, que marcó el cenit de su decadencia, en la postrera mitad del siglo XIX;

        el alma española, es heroica y claustral;

        monástica y bélica;

        el poema rojo de la guerra, y el salmo negro del monasterio, se unen en ella, y la modelan:

        su epopeya, es un grito enorme, de violencia y de fe;

        lo heroico, reside en ella, en dosis inverosímiles; y lo piadoso, es una inmensidad;

        lo trágico está en el fondo de su vida;

        Dios llena toda la Historia de este pueblo, con el mismo soplo de ferocidad con que llena Jehová, las páginas de la Biblia;

        Hay una extraña similitud entre estos dos pueblos, guerreros, tenaces y rapaces, fanatizados por un terrible ideal, impulsados por el fanatismo religioso y llevados por él a través de la Historia, como por un huracán, estéril y fatal;

        esa supervivencia de idolatría árabe, ha sido el Alfa y el Omega de la Historia del pueblo español, a través de los siglos y ha hecho el alma nacional, roja como las arenas del desierto, negra como una montaña en la noche;

        alma de califa y de monje.

        Sacerdote y marcial.

        Abderraman y Loyola;

        bajo cada héroe hay un fraile, bajo cada fraile hay un héroe;

        en todos esos guerreros y esos monjes que llenan las historias, las comedias y las pinturas de los siglos florecientes del alma española, ¿qué nota impera?; la nota roja; la nota negra;

        esos señores con gorguilla y ferreruelos, que en el Museo del Prado emergen de las telas negras sus cabezas pálidas y anormales, como obsesionados de un tenaz sueño de rapiña y de gloria, tuvieron el alma roja como sus manos: fueron los hombres de Flandes y de América; guerreros y conquistadores, hombres de presa: hombres de sangre;

        esos obispos, esos abades, esos frailes, que en el silencio de las sacristías destacan de las telas mal pintadas y del gris opaco de sus sayales, sus cabezas de buitres pensativos, con miradas torvas de asesinos, todos ellos tuvieron el alma negra; fueron los hombres de la Inquisición;

        el rojo de la espada;

        el negro de la cruz;

        he ahí el alma hispana;

        yo no he visto alma más dolorosa, que esa grande y dolorosa alma española;

        toda la tristeza árida de sus campos castellanos, se conglomera en ella; inconsolable y austera;

        hasta su carcajada es triste;

        ¿hay algo más melancólico, que la alegría que se desprende del Quijote?

        el Quijote, bien leído, hace llorar;

        es verdad que un ligero azul tiñe a veces los cielos de esos cuadros, llenos de una mansedumbre de Infinito; diáfanos al nacer el alba;

        pero pronto se oscurecen;

        el azul es un color italiano;

        esos campos, esmeraldas en ocasiones, con un frescor de primavera, donde florece una alegría de rosas;

        pero pronto se descoloran, se entenebrecen, entran en la sombra;

        el verde es un color holandés;

        su cultura varia, su pasión de arte, da a veces a esos cielos tonos de un lila pálido;

        pero pronto se diluyen y se esfuman: mueren bajo la noche;

        el lila es un color francés.

 

 

        Místico, quiere decir: del misterio;

        todos los poetas, obsesionados de infinito, son místicos;

        pero místico, no quiere decir precisamente: religioso;

        el misticismo y la religión, pueden hermanarse y se hermanan, con una violencia sombría, que es como un estremecimiento del dogma;

        el poeta hace un culto del misterio, del cual la belleza es la esencia.

 

 

        El mundo es de los mediocres: sea;

        pero la gloria es de los apasionados, de los desmesurados;

        lo excesivo reside en el poeta, como en el mar;

        un lago es limitado: el Océano, no;

        ¿qué mesura guarda la tormenta?

        quitad al poeta la enormidad de la pasión, y le habréis arrancado el corazón.

 

 

        Plantemos para la eternidad;

        plantemos el Árbol de la Vida;

        la Vida es la Palabra;

        de todo lo humano, la Palabra es lo único eterno;

        su sonido pasa;

        su sentido queda;

        profundo ha sido, profundo es, profundo será, el sentido del Verbo;

        el misterio se eleva melodiosamente del fondo de la Palabra;

        el culto de la Palabra, es el culto a lo único proféticamente revelado: el símbolo divino; el Verbo.

 

 

        Yo no he podido comprender el arte de escribir, sino como una misión;

        misión llena de dignidad, de seriedad;

        he ahí el orgullo del escritor;

        si he de hablar, lo hago de los grandes cultos de mi vida: la Libertad y la Belleza;

        y estos fragmentos hablan de mi alma;

        permite que te lo diga con recogimiento, como cuando se habla de cosas inmortales, hechas para embellecer este imperio de las tinieblas que es la vida.

       

 

        ¿El milagro de crear?

        fijar algo en el torbellino de las cosas posibles y oscuras de la vida;

        la vida, es un huracán de formas; un tropel de símbolos;

        fijar y descifrar, he ahí el hombre;

        revelar la forma increada por medio de la intangibilidad de la expresión;

        descifrar el símbolo, fijándolo por la humanización del vocablo; el aprisionamiento del ritmo; la traslación viva del color; la fijación eterna del gesto;

        inspiración y forma;

        la energía misteriosa del pensamiento, encarnada en la forma.

 

 

        El poeta no es un temperamento;

        el poeta, es una amplitud;

        lo abarca todo;

        todo cabe en él:

        es lo ilimitado.

 

 

       

Admiración, contemplación y meditación;

        son tres rosas divinas estas palabras;

        pletóricas de misterio;

        admiración es comprensión;

        es contemplando amorosamente, que se llega a admirar apasionadamente;

        por vía de iniciación;

        es meditando con profundidad que se llega a ver el corazón desnudo de la Verdad.

 

 

        Yo soy un solitario a quien todo acto de exhibición personal le parece innecesario;

        no amo la publicidad cuando ella viola mi soledad;

        el enfrentamiento con el público no me asusta, pero mejor si puedo evitarlo;

        amo al pueblo como al mar, para contemplarlo y agitarlo desde lejos;

        pero no gusto de la caricia cercana de sus olas;

        ese monumento de eterna pasión dolorosa, de ignorancias locuaces y vivaces, lleno de ultrajes y clamores, no atrae mi ambición como para hacerme un pedestal;

        mis palabras pasan sobre él, se posan tal vez en él, como un ave viajera camino hacia lo ignoto;

        pero no ama inmovilizarse en él, ser esculpido sobre él, como una de esas águilas que ciñen sus alas como un casco a las frentes bestialmente pensativas de ciertos Faraones de piedra;

        la multitud, es el hoy, el mañana, el siempre; llena de instintos insatisfechos, y de deseos inabarcables . . .

        la faz de la multitud, esa faz inicial de humanidad, modificada hasta lo infinito por el oleaje de todas las sangres y de todas las desgracias, puede tener grandeza, pero carece de belleza;

        una multitud, es un alma emanada del número, un ser vago, movible, tenebroso: alma de eternidad y de crueldad;

        la multitud, se doma, no se ama;

        se la inmoviliza por el resplandor de las antorchas;

        los grandes domadores de multitudes, provocan los rugidos, como los domadores de fieras;

        la crueldad es el único encanto de la multitud.

 

       

Cuando el salvaje elemento de la envidia, cree haber devorado al poeta, organiza en su honor los grandes funerales del silencio;

        pero, el poeta como el mar, es más grande que el silencio, y lo ahoga con sus versos;

        y hace sonoro el silencio; sonoro como la fama;

        hace que el alma invisible y gigante del silencio toque para él, las mil trompetas de la gloria;

        el poeta, es siempre vencido por la suerte, no es nunca aplastado por la crítica;

        puede ser reducido a la impotencia, no lo es nunca al silencio;

        la voz del poeta es la pesadilla de los mediocres;

        ¿qué no daría la insonoridad de la masa, por reducir al poeta a la mudez?

        ése sería su triunfo;

        el pantano es el eterno envidioso del Océano, como el crítico, es el eterno enemigo del poeta;

        su cólera viene de su impotencia mental;

        el alma de ambos es verde; verde como el limo, lleno de reptiles.

 

 

 

        El hombre es animal ingrato por naturaleza y por temperamento; la carga que soporta menos es la de la gratitud; es muy fuerte para sus hombros de insecto; perdona más fácilmente una ofensa que un beneficio; por eso se le ve practicar más esa forma de la cobardía, que se llama “ el olvido de las ofensas”, que esa forma noble de la memoria: “ el recuerdo del favor “.

        la ingratitud es la independencia del corazón, dice el ingrato;

        y el hombre, por vil que sea, tiende siempre a la libertad.

 

 

        El hombre, como todo animal bravío, está hecho para ser dominado y explotado;

        la mujer, como la multitud, es hecha para ser cortejada, seducida, y abandonada;

        el que no procede así, será el esclavo de los hombres y el juguete de las mujeres.

       

 

 

        Los siglos suceden a los siglos, las generaciones a las generaciones, los amores a los amores, y el himno no se cambia y el ritmo no varía;

        el hombre y la mujer siempre los mismos;

        la misma promesa, el mismo beso, la misma posesión, el mismo hastío;

        el mismo ayuntamiento, la misma floración de carne germinando al calor de los abrazos y brotando a la vida, y extendiéndose sobre este planeta, poblándolo de miserias y de sueños.  . .

        el mismo gemido eterno saliendo de la arcilla miserable;

        y Dios velando siempre la cópula, y siempre sorprendiéndola y siempre castigándola;siempre condenando al hombre al deseo, a la fecundidad, y al mundo del amor ;

        “Creced y multiplicaos“;

        y a ese conjuro la arcilla se fecunda, hierve el lodo y al calor de ese fango brota el hombre.

 

 

        En este momento el cielo se ha hecho oscuro, lleno de nubes informes como un paisaje de humos, de flores desmesuradas, de una ingenuidad primitiva, triste, como el fin de un sueño de amor, con la tristeza infinita de las cosas, de donde se destaca una glacial melancolía;

        todo se hunde en la sombra.  . .

 

 

        El dolor es una fuerza; por el camino del dolor se va hacia el amor.

 

 

        Esta mañana, la silueta mágica de mi hija Isabel, como un cisne blanco y melancólico, que semejaba en las losas blancas y negras de mi casa lo albo de un pétalo en la onda turbia, atravesó misteriosa y casta el silencio de la sala, llenándola con el resplandor de sus ojos mágicos, con su sonrisa de luz, con la armonía cantante de su cuerpo, con el rumor de su risa y sus labios, de los cuales se escapaba rumorosas sus palabras, como el perfume de un jarrón de rosas.

 

 

        Algunos pájaros se ocultan para beber, porque obligados a hundir la cabeza en el agua, temen ser sorprendidos sin defensa;

        así el amor busca la soledad y ama el misterio, porque teme ser sorprendido en el momento de apagar su sed en la onda del beso; ciego con la ceguera del encanto;

        ellos buscan la noche cómplice y misteriosa, para confiar los secretos de su amor a la gran confidente negra, y hablarse bajo su amparo y confiarse sus anhelos en el silencio inviolable.

 

 

        Hay secretas armonías entre el fin y el principio de un amor: una tristeza común los acompaña; los crepúsculos se asemejan en la palidez melancólica de su luz;

        el pensamiento tiene como la tristeza grandes alas negras  que proyectan su sombra sobre la frente;

        la posesión no vale lo que esta misteriosa comunión de la quimera, esta fecundación del alma por el alma. . .  es la ventura, que pasa la línea rosada de la aurora cuyo día es oscuro; es el viaje hacia el amor, la peregrinación a ese país ardiente.

 

 

        Las islas están hechas para el amor;

        lo dicen sus flores misteriosas y sensuales como almas de mujer, llenas de aromas adormecedores y de efluvios voluptuosos; sus pequeños bosques, sus arbustos con garbo de ninfas, floreciendo bajo el palio de enredaderas tupidas, que los envuelven, los abrazan, los coronan de flores y dejan caer sobre ellos su follaje como cabelleras de cortesanas; la música de sus aguas como canción de náyades dolientes; el murmullo desconocido de brisas y ramajes; la majestad exuberante de su floresta, hecha para el beso enamorado de las almas;

        en la noche, el viento pasa sobre las islas, cargado con todos los perfumes de las montañas y los secretos del amor.

 

 

        La castidad, es un hecho contra natura;

        tiene la condición que hace imperdonable un crimen: ser inútil;

        es una rebeldía sin razón contra lo que hay de sagrado en nosotros: la sangre y la pasión;

        ser sensual es ser humano;

        si Tiberio, Calígula, y otros personajes siniestros de la historia, hubieran sido castos, habrían completado al monstruo; por el amor y sólo por el amor fueron humanos; amaron la humanidad en la carne tentadora, no apostataron de su origen, besaron la tierra madre, sacrificaron en el altar de ese dios único: el placer. Rindieron culto al fecundador eterno; fueron sensuales, es decir: fueron hombres; ésa es su redención;

        la castidad es hostil a la piedad;

        la virginidad profesional es implacable;

        la virginidad y la crueldad, son hermanas;

        ¿hay algo más cruel que permanecer virgen?

        se principia en la propia tortura, para acabar en la tortura ajena.

 

 

        Las águilas heridas arrastran el ala como las palomas; así las grandes almas tocadas por la flecha del amor se hacen débiles como las almas vulgares;

        el amor rompe la vida y todos los amores no bastan para unirla luego; no se sueldan las alas de las águilas; destruir, es el privilegio de esta pasión;

        el amor como el águila desgarra el nido que lo alberga; y aun cuando vuele, deja siempre las huellas de sus garras en el nido abandonado;

        de todas las pasiones, es el amor el que más hondamente penetra en los raigambres del alma;

        el hombre es un deseo perpetuo, inagotable; la vida es una aspiración insaciable; este deseo y esta aspiración hacen uno solo, cuando el rayo del amor los funde;

        el amor se identifica con la vida y apoderado de ella no la deja sino hecha cenizas como una llama a un árbol de resina;

        el amor quema, da la vida, mata, y sólo se deja con la muerte.

 

 

        Esta noche la Luna, como un pájaro mitológico prisionero en una red azul con puntos de oro, ascendía al horizonte, triste, como a lentos golpes de ala, en la quietud intangible del espacio, en la gloriosa apoteosis del silencio;

        las nubes, como cisnes con las alas abiertas, encorvado el grácil cuello, la seguían en su ascensión, en la actitud extática de esos serafines, que sostienen la hostia santa en los frescos piadosos de Fray Angélico y en los misales de colores de viejos monasterios.

        la noche tibia me envolvía en efluvios de jazmines; de mi jardín escapaba por sobre la reja, trepador, con sus flores blancas y fragantes, como vírgenes en el claustro, que salieran a mirarlos;

        el perfume es enervante como el alma de las flores, llenando la atmósfera cálida; un concierto extraño de armonías desconocidas está en el aire, como si el alma de la noche sollozara, desgranándose en los tonos de un ruiseñor enamorado.

 

 

        Siento envidia por los valles florecidos, en donde brilla el Sol, canta la vida y revienta espléndida la floración carnal de los deseos;

        mi alma puede aislarse en su soledad, alimentarse de su grandeza, vivir absorta en su propia contemplación como los dioses orientales, calentándose al calor de su genio, inabordables, implacables . . .

        pero los que estamos vírgenes del desengaño de la vida, que sentimos, como una mariposa de oro la ilusión jugueteando en el cerebro, la poesía como una estrella misteriosa iluminando los limbos del alma soñadora, el sentimiento como una fuente de felicidad brotando gota a gota, hasta hacer caudal de rumores en el corazón, antes lecho seco, cauce ardido del hastío, y el Amor despuntando como un Sol del trópico sobre el alma hecha un bosque en primavera;

        ¿ hemos de renunciar a la vida, a la ventura, destruir nuestros ídolos, apagar todas las luces, pisotear todas las flores, cerrar todos nuestros templos y correr a esos desiertos del alma, a encerrarnos en nuestros gélidos templos del orgullo, solitarios y fríos , donde extraños monjes maceran su corazón y predican el culto a la sensualidad, el dominio del cerebro, el reinado animal del sexo, y la extirpación del sentimiento como la más vergonzosa debilidad de nuestra vida?

 

        ¿La política?  La desprecio;

        ciencia corrompida y corruptora, prostíbulo infamante, mercado de almas, feria vil de las conciencias, arena del engaño, donde el cinismo es todo y el mérito es nada, madre de los audaces y de los nulos, maldita ciencia del manejo de los hombres; yo sé algo de ella;

        ¿la literatura?

        la conozco también; yo sé de esa feria de la lisonja, y de ese mercado de la envidia hostil;

        ¿el periodismo?

        cada diario es el templo de un hombre, y de cada frase hace un incensario para el despotismo, una rosa abierta ante el altar de la mediocridad gobernante.

 

        La ingratitud mira el honor como un desafío, orgullosa de ser imperdonable, y se alboroza con el horror de su condenación;

        el ingrato tiene necesidad de ser vil;

        el remordimiento la persigue como un aguijón, y se revuelve furioso, como un hombre empujado a una hoguera por manos invisibles;

        añadid a la ingratitud, la envidia, y habréis hecho el ejemplar más completo de humanidad monstruosa;

        ¡raza melancólica, raza herida del universal desprecio, raza de Caín!

 

 

        Lo que hace la fuerza de las mujeres, es que osan emprenderlo todo, persuadidas, con razón, del poder invencible de los pequeños medios y del olvido universal.

 

 

        En esta tarde gris, las campanas del templo doblaban a muertos, y la vibración metálica pasaba sobre el camposanto como la voz consoladora de una madre que pasa rezando cerca del lecho de sus hijos dormidos;

        una brisa suave acariciaba las rosas blancas, como si besara el alma de los muertos;

        estatuas de ángeles y cruces protectoras tendían hacia mí, sus brazos desolados como diciéndome:  ven, descansa a nuestra sombra; nuestros brazos y nuestras alas cubren la única ventura, la de la Nada;

        la materia es Dios;

        ven, disuélvete en su seno infinito, en la beatitud suprema del No-ser;

        La muerte es la paz.

 

 

        Conocí a un poeta;

        había aprendido el lenguaje de los dioses en coloquio con la naturaleza virgen de  la Isla de Gran Canaria;

        abejas salvajes, más rumorosas que las que pusieron su miel en los labios de Homero, colocaron en los suyos todo el dulzor poderoso de las colmenas;

        sus ojos habían sentido el éxtasis de la belleza ante los horizontes infinitos de sus mares, en el fulgente esplendor de sus auroras, en la indecible melancolía de sus crepúsculos;

        extrañas voces le habían hablado al oído en las nubes misteriosas y pájaros familiares le habían acaso enseñado el secreto de los cantos y de los ritmos;

        era un poeta libre;

        había sentido nacer su inspiración en ese alumbramiento doloroso de tristezas sin nombres, de anhelos incomprensibles, de desesperaciones sombrías, de quimeras encantadas, de horas dolorosas, en que la flor del sueño se abre en el cerebro de los hombres destinados al tormento glorioso de la inspiración;

        durante toda su vida, cantó como un pájaro que trina en la rama de un laurel;

        ha muerto, y su alma se engrandece en el sueño, junto al recuerdo y el olvido.

 

 

        Nada más complejo que un sentimiento;

        se forma de tantas cosas, tiene de tal manera oculto su raigambre en lo más oscuro del alma, que permanece casi siempre inexplicable, y por eso nos engaña.

 

 

        Por cambiar de objeto la pasión no cambia de naturaleza, tiene siempre su causalidad y su fin en el limo de nuestra carne, círculo cuyos extremos se juntan y se confunden no se sabe dónde;

        las pasiones rompen brutalmente el corazón;

        la rebeldía engendra el odio;

        la sujeción engendra el disimulo.

 

 

Cuando no sentimos amor, rara vez se siente compasión;

        y si de ese amor permanece un deber, el odio lo substituye.

 

 

        El amor es un duelo, el duelo de la especie;

        en ese duelo formidable entre el macho y la hembra, el vencido es implacablemente devorado;

        tal ha sido, tal es el drama, desde las cavernas del hombre primitivo hasta los lechos perfumados del hombre actual;

        varían las condiciones de lucha, pero la lucha existe.

 

 

        Lo que hace inconsolable la lucha del amor, es el fondo de mentira permanente que vive en él;

        es como un espejo sobre un pantano: no hay de verdadero sino el fango;

        el sexo, como la abeja, muere de su victoria;

        no sobrevive en él sino el deseo, el fantasma del amor.

 

 

        En los pequeños bosques que rodean mi casa duerme el silencio, y la sombra de las altas montañas caen sobre el valle como las alas negras de un águila herida;

        todos los colores de la tarde se funden en un desvanecimiento ideal de tonos lánguidos, en una cristalización mágica de azules, como si avalanchas de rosas y de violetas pálidas se deshojaran en el horizonte, en la vaga irrealidad de un sueño;

        en la placidez de la tarde, la luz se alza como un ave roja en el fondo azul de una heráldica sagrada;

        el paisaje se borraba bajo la caricia inquieta de la sombra y del misterio;

        en mi jardín, las rosas de otoño agonizaban en una evaporación de holocausto; los jazmines abrían la impecable blancura de sus pétalos, como grandes cirios ante el altar de dioses invisibles  y, bajo el cielo como un ramo de pétalos, asomaban temblando las estrellas  . . .

 

 

        El sexo es siempre ridículo, muy raras veces trágico, nunca sublime;

        lo trágico del sexo son los celos, que es una vulgaridad, y la venganza que es una imbecilidad;

        en el más sombrío drama sexual, siempre hay un punto risible;

        la persona que se venga, es terrible sin dejar de ser ridícula;

        lo grotesco, es el alma del amor sexual;

        las sorpresas o la infidelidad son siempre monótonamente bufas, intolerablemente necias, como todo lo que tiene relación con el sexo.

 

 

        Perpetuar la vida por el amor, es el único fin de la Naturaleza;

        no pecar, es el único pecado en el Amor;

        sólo quien no peca, ése es pecador;

        sólo aquél que no da el Amor, y no se da al Amor, es amante del mal.

        ¡Ay de quien ignoró el Amor!

 

        Aquél que trazó fronteras sobre el campo de la tierra, ése robó a sus hermanos;

        fue el arado de Caín que marcó los primeros límites de un campo, y es la sombra del fraticida la que se alza sobre el término de todo predio;

        él creó la propiedad;

        y de la propiedad nació la servidumbre;

        porque el propietario tuvo necesidad del esclavo, y lo encontró como una larva, en los surcos de la tierra que labraba;

        y el hombre fue esclavo del hombre, y perpetuó su esclavitud, respetando la propiedad;

        para sancionar ese robo nació la Ley;

        para predicar la Ley, nació el sacerdote;

        para aplicarla, nació el Juez;

        para hacerla respetar, nació el verdugo;

        el hombre desapareció y ya no quedó en pie sino el esclavo;

        de una lado la humanidad, del otro el César;

        y el crimen fue igual en el César y en el esclavo, porque toda esclavitud es voluntaria.

 

        En un desmayo místico de vagas claridades, mueren los rayos últimos del Sol crepuscular;

        azules diáfanos de calma y de silencio;

        ternura de la hora augusta y maternal de la tierra;

        al beso de oros vírgenes de las flechas del Sol, tiembla el follaje azul  . . .

        se estremecen los árboles al soplo del otoño, que amarillea los campos;

        el bosque es una feria de mil colores pálidos, colores de agonía  . . .

        el vuelo de los pájaros reviste una armonía extraña en el aire;

        sus alas son líricas bajo la voz del viento, que las hace sonoras;

        en las penumbras soñadoras, se ve una sombra pálida, inmóvil, extática, como una aparición;

        ¿es un melancólico rosal, abierto todo en flores?

        ¿es un rayo de luna?

 

 

        Estoy en silencio;

        parece que un río de música secreta extiende sobre la tarde, la sinfonía de sus olas;

        una vibración musical, parece cantar en todos los rincones;

        sueño . . .

        siembro la simiente del cielo, y los pájaros de la noche la devoran;

        no lograré una cosecha de estrellas, porque la roca es más poderosa que el grano, y el grano será podrido en las entrañas de la piedra;

        no germinará;

        he ahí que yo vine entre los hombres a traer la Verdad, y ella no arraiga en el corazón tenebroso de mis hermanos;

        aquellos que deberían creer no lo hacen, porque nadie es profeta para aquellos que lo vieron nacer y, aquellos que llevan mi sangre, serán los últimos en reconocer la supremacía del espíritu;

        sordos y hostiles los moradores de la casa que me vio nacer;

        los míos me desconocen y me niegan;

        aquellos que me siguen no me comprenden y confunden o ignoran el sentido de mis palabras;

        la libertad no reinará nunca sobre la Tierra;

        eternamente habrá amos y esclavos;

        eternamente el hombre será el siervo del hombre;

        los sueños son estériles.

 

 

        Para Dios, como espíritu creador, no existe el pobre ni el rico;

        el débil o el fuerte, ni el bueno ni el malo;

        bondad, maldad, pobreza, riqueza . . .

        todo tiene un sentido social artificial.

        Para Dios sólo existe el ser pleno;

        la ola del mar actuando según sus tendencias naturales;

        obedeciendo a la ley escrita en el Libro de la Vida.

 

 

        Tus lágrimas valen más que las estrellas;

        la lágrima es agua y dolor;

        la estrella es sólo gas incandescente.

 

 

        Quien ve no cree en la ceguera, del mismo modo que un vivo no cree en la muerte.

        Los vivos creen en la inmortalidad;

        viven ignorando la muerte;

        conocer la muerte es ya morir.

        Saber y ser son una misma cosa.

 

 

        El remordimiento no anula el crimen;

        todo acto es indestructible.

        ¿Que vale echar abajo una casa si queda en pie eternamente en el tiempo en que existió?

        Queda en pie contra la voluntad de los hombres y de Dios.

        El tiempo en su profundidad es inmóvil y se llama Eternidad.

 

        El amor es hijo del dolor;

        fue el amor el que transformó a los dioses en Dios;

        y pretende transformar a los hombres en Hombre;

        es un trabajo de relámpagos fundiendo bronces;

        volatizando en vida la materia;

        golpeando la roca del egoísmo hasta que brote de ella el agua

 

 

        El amor es un ángel que se alimenta de lágrimas;

        el amor platónico es también un ángel, abstracto y deslumbrante, que se alimenta de luz.

        Encanta pero no conmueve.

        El hombre prefiere la emoción a la belleza, y el calor a la luz:

        El hombre es un animal apasionado.

 

 

        Ser feliz o desgraciado es una cuestión secundaria;

        lo que importa es ser.

        Antes las llamas del infierno que el hielo absoluto de la Nada.

        El deseo del hombre es ser;

        ser por lo menos un nombre grabado en una piedra sepulcral.

        ¡Cómo se transparenta en esta encantadora ingenuidad el horror al aniquilamiento total!

 

 

        Quien cambia interiormente, cambia también por fuera;

        comparad el perfil de una estatua clásica con una pintura medieval;

        la primera es esculpida y la segunda, pintada;

        la pintura es radiación de color de la escultura, es más un sentimiento que una forma;

        la estatua surge a la luz del sol y el cuadro en la penumbra;

        volvamos a comparar estos perfiles con el de este hombre actual, vestido de azul, y torturado por ideas fijas;

        no se trata de una obra de arte;

        es otro infierno;

        la fábrica, construida de hierro y cemento;

        he ahí todo el paraíso de la Humanidad, desde Homero a Ford.

 

 

        La voz completa a la criatura;

        enmudecida, se esfuma en el propio silencio que la envuelve;

        porque el silencio es hermano de la sombra;

        sombras y sombras que van a llevar una luz a todo el mundo.

 

        El sueño de la espera se prolonga bastante;

        la marea viva del espíritu retrocede a los confines de la Inmensidad dejando pedruscos al descubierto, arenas y restos de algas secas;

        pero ha de regresar la nueva ola;

        el hombre de hoy distraído con los juguetes de la electrónica y la mecánica, volverá a cumplir su destino de elevación perpetua hacia Dios;

        el destino verdadero del hombre es conocer y amar.

 

 

        ¿Alucinación?  ¿Delirio?

        La verdad se siente viéndola, porque sentir es ver directamente;

        pensar, es ver tan solo un retrato.

        ¿Qué importa que el Sol sea negro y frío si el calor de sus rayos nos quema y su luz hiere nuestros ojos?

        Razón y delirio derivan de la misma fuente de donde brotaron los versos de Homero y las piedras de las Pirámides.

        Todo es la misma energía esencial, la misma vibración indefinida, a la que han puesto un nombre que no dice nada.

 

 

        El hombre es cielo y tierra, espíritu y materia.

        Como espíritu, quiere la libertad contra la fatalidad;

        y la inmortalidad contra la muerte.

        Quiere un absurdo y ha de alcanzarlo.

        El hombre surgió de la lógica de las cosas;

        como si toda la lógica tuviese como finalidad un absurdo;

como si la Naturaleza, después de un trabajo inmenso, hubiese enloquecido;

        y enloqueció, al engendrar al hombre.

 

 

        Se transfiguran las almas y las cosas.

        El dolor, el amor y la esperanza ganan nueva fisonomía.

        La palabra hermano es nueva, como las estrellas cuando nacen;

        dolor que vibra en luz de amor.

        Todo se une del mismo modo que las olas se tocan en aquel punto en que todas comienzan a ser mar;

        el mar está en cada ola y las olas están en el mar.

 

 

        El mundo se transforma ocultamente en el subsuelo.

        El dolor enardece la sensibilidad interna que, al exaltarse, gana misteriosos puntos de contacto con las fuerzas universales.

        El dolor despierta en nosotros el ser profundo;

        se percibe la palabra que resucita a los muertos;

        se escucha la palabra de los poetas;

        ¡Qué murmullo de luces en el silencio! 

        Cada luz es una lágrima, y murmura porque brota, nace  . . .

        el nacimiento del ser es un cántico de lágrimas.

        Dios está en las lágrimas y las estrellas.

 

        El fuego arde en cuanto haya combustible;

        habrá vida en cuanto haya muerte  -  leña;

        habrá siempre vida, pues la vida es una lucha continua:

        no hay victoria, no hay lucha;

        luchar es lo que realmente equivale a vencer;

        sufrir es vivir y vive todo lo que existe sintiéndose existir;

        la vida es una sensación de existencia.

 

 

        La Creación es el antro del dolor;

        matar y morir es toda la actividad de los seres, que se devoran unos a otros para darse entre sí la sensación terrible de que existen;

        a fuerza de sufrir, esto es, de sentir su existencia, el hombre alcanzó el estado consciente y social.

        El sentido del tacto, el primero y único sentido, fue abierto a fuego en carne viva y su conversión en consciencia.

        Nos vemos en espíritu en el espejo de nuestro llanto.

 

       

        Vivir es matar y morir.

        Los seres se devoran unos a otros para que todos sientan la vida, se devoran por amor.

        La ferocidad es sensualidad, amor brutal, primitivo.

        El león escoge la presa más amada, la más revestida de carne a su gusto.

        El hombre escoge la presa más querida y se equipara a las fieras.

        El hombre no es humano  ( humano es Dios ),  ni la propia luz es luminosa.

        Pero la luz alumbra y el hombre revela a la Humanidad.

        En el fondo sólo hay amor, o de garras afiladas o de manos erguidas en oración.

 

 

        Hay una distancia enorme entre nuestro ser verdadero y nuestra apariencia ficticia;

        la apariencia esconde la aparición;

        el cuerpo esconde el alma;

        nuestro imaginar no ignora tal distancia.

        Todas las cosas están hechas de la niebla que enturbia la pupila de los ciegos.

        Pero la imaginación es la forma libertada y trascendente de los sentidos;

        observa la realidad tornada espiritual por gracia de la memoria.

        La imaginación es la flor etérea de los sentidos con raíces en la tierra y se abre en pleno azul.

 

 

        Ejercemos nuestra actividad en dos campos distintos, en dos márgenes bañadas por un río desconocido;

        en una de ellas está el cuerpo en que existimos;

        en la otra el alma en que vivimos;

        en el centro, la corriente fantástica y sin fondo, con nuestra figura reflejada, que somos nosotros mismos en cada instante pasajero;

        yendo en el instante que parte;

        viniendo en el que llega;

        emergiendo del futuro, desapareciendo en el pasado, en tránsito perpetuo.

        Morir es quedar en una de las márgenes.

        ¿En la de la vida como los ángeles o en la de la existencia como los árboles?

 

 

        La orgía y el placer, la castidad y el ayuno, son formas de la misma insatisfacción enloquecida;

        de ese deseo absurdo que hace desvariar al hombre;

        y a su cuerpo de fauno y a su alma eterna de bacante, roja y encendida;

        o apagada y color ceniza.

        La Historia escrita por los hombres no es hecha por ellos;

        son meras sombras proyectadas en una pantalla.

        Está hecha por un espectro visible que nos dirige;

        con finalidades sólo por él conocidas.

 

 

        La imagen del sufrimiento, al llegar a nuestros ojos, desea conquistar nuestra realidad;

        como todas las quimeras que se nos encienden sobre la cabeza.

        Quien busca el placer en el dolor ajeno, acaba por encontrarlo en su propio dolor.

        La contemplación conduce a la actividad;

        ver sufrir es ya sufrir;

        ver devorar es quedar bajo las garras de una fiera;

        contemplar el martirio, es empezar a ser mártir.

        El dolor es Eva seductora, porque sufrir es vivir.

        ¿Y cuando sufrir es más que vivir?

        Cuando el dolor se diviniza y nos da la sensación de la vida eterna.

 

 

        Sueños monstruosos, crueldad sibarítica, abominaciones  . . .

        todo lo que Satanás idealice, gana realidad en este mundo;

        Es por eso por lo que el infierno y el mundo se confunden.

 

       

        ¿Hasta dónde resultan todas las formas unas de otras?

        Si la mentira es infinita es estúpida la pregunta;

        pero si es finita, la respuesta pertenece al Creador.

        Las formas resultan unas de otras y ninguna existe realmente;

        pero el espíritu concibe una forma propia y adecuada;

        el espíritu es la definición de la materia;

        una definición arbitraria en la que comprendemos mejor lo definidor que lo definido.

 

 

        La conversión del alma material en espiritual es un tránsito misterioso;

        como el del ser animado al consciente;

        el alma material, caída en el escepticismo y en el ateísmo, debería evolucionar dentro de una concepción materialista de la existencia;

        muertos los dioses clásicos surge un dios romántico;

        Apolo rompe sus líneas inertes y perfectas de estatua, y en vez de morir, se reanima idealmente y de su mármol mutilado sale el cuerpo vivo de Jesús.

        Metamorfosis operada por ignotas influencias, venidas del Más Allá del tiempo y del espacio.

 

 

        El mundo fue de la poesía en los primeros siglos de nuestra Era;

        ¿se repetirá ahora, en el próximo siglo, el milagro?

        ¿Volverá a aparecer el dios de los poetas contra el de los sabios que sólo creen la materia y con ella fabrica explosivos, gases y máquinas?

        En esta orgía industrial moderna, parodia en hierro y electricidad, el hombre está muerto o separado de su espíritu.

        Existe, pero no vive.

        Existe a mil kilómetros por hora, pero con la vida parada dentro de él.

        Vida inerte en una existencia delirante.

        Seducido por el ruido y el movimiento;

        dos facetas de esta civilización del siglo XX;

        integrado en un sistema mecánico, es solamente un engranaje.

        El ideal de la ciencia es la muerte absoluta: la muerte del cuerpo y del alma.

        El hombre, desviado de su destino, que es ser consciencia universal, miente su propia naturaleza y pierde su razón de ser.

        De ahí la parálisis moral en que yace y la velocidad que lo desvaría y lleva para el sepulcro.

        Pretende eliminar el espacio y el tiempo;

        convertirse en una entidad ficticia;

        siempre imagen abstracta, perpendicular a un sueño vertiginoso.

 

 

        En el teatro clásico, la tragedia estaba en la máscara;

        terror abierto en el metal o en la madera.

        Había en ella una expresión fingida y violenta de exageración macabra;

        la psicología de máscara clásica es infantil.

        La Antigüedad es la máscara infantil del miedo;

        el niño aterrorizado ante todo;

        la tragedia es un grito de niño perdido en la noche.

 

 

        La tierra natal es nuestra madre y tenemos otras madres aún: nacemos o renacemos a cada momento, cambiamos de vientre a cada instante y no conseguimos andar, aquí afuera, pastando al Sol y apoyado en cuatro patas.

        Sí, renacemos del Todo y de una Nada, hasta de una frase oculta en el aire o posada en un papel, hasta de un harapo de mendigo.

        El hombre nunca sale de las entrañas maternas, a no ser para la tumba.

 

 

        Sólo los animales encuentran natural la Naturaleza.

        Ante un alma, las cosas se transfiguran, porque tocadas de etérea claridad, se revelan íntimamente;

        de la extrañeza del hombre ante el mundo, nació la luz del mundo.

        Así como el espanto es la primera acción creadora del pensamiento, la última acción de éste es destructora;

        crear para destruir, he ahí el destino.

 

 

        De la acción y reacción de nuestras herencias en conflicto, resulta nuestro carácter original, opuesto a los dos elementos de que deriva;

        el hijo contra el padre.

 

 

        Cada animal de la tierra es un sentimiento celeste caído de las alturas;

        como los ángeles rebeldes, que fueron los verdaderos;

        hechos de una sustancia negra, pero real;

        y no de ilusoria blancura, como los demás.

        Sus alas, ennegreciendo, ganaron peso y se libertaron de la Nada.

 

 

 

        Todas las cosas profundamente vividas participan de la esencia de la vida;

        el objeto de mi creencia existe, por lo menos tanto como yo;

        es una forma de mi vida, de la actividad que el espíritu ejerce a través de los seres;

        la idea de Dios en el hombre es el propio Dios revelándose humanamente;

        Jesús es un nombre cualquiera de Dios, como Antonio, Silvestre. . .

        un apellido del espíritu o del origen, ese punto donde se propaga la sensibilidad planetaria.

 

 

        El Universo es un sistema de vibraciones sensibles que se conjugan en un todo armonioso y en una aspiración al estado consciente;

        conocer y adorar es nuestro destino verdadero;

        si lo traicionamos será inútil nuestra existencia;

        basta la de los otros animales para llenar la tierra de estupidez.

 

 

        La ciencia es conocimiento de la materia;

        religión es conocimiento del espíritu;

        ciencia y religión se desenvuelven como dos paralelas que se tocan en el Infinito.

 

 

        No somos el espíritu ni el cuerpo, sino el encuentro del cuerpo con el espíritu;

        el relámpago, el instante en que la imagen se refleja en el espejo.

 

 

        La patria, la ley, la tradición, pesan en las almas como piedras;        orgullo y fanatismo, dos sentimientos de la misma naturaleza que las rocas;

        el odio es hambre de antropófago: el odio y el amor.

        Lo que se exagera, muere;

        el instinto de conservación de la especie, exagerado, es prostitución.

        El lupanar es un templo de Venus monstruoso.

        La comida exagerada provoca el vómito porque el hombre es un chimpancé delirante, creándolo y destrozándolo todo.

 

 

        El pecado es fecundo y tiene forma carnal y de mujer;

        de sus pechos mana la leche de vida que se explaya por la bóveda de la noche.

        Pero la virtud es estéril en su belleza, cuerpo de santidad reseco en Dios, momia de altar.

 

 

        Aparecer es una palabra que se enlaza con el origen de las cosas y con nuestro deseo más íntimo, que es revelarnos en el horizonte, rasgar las tinieblas con luz.

        Aparecer es también un acto de vanidad.

        Es la vanidad y auto-conocimiento, embellecido instinto o recuerdo de una grandeza misteriosa, nosotros ante nosotros;

        sorprendidos infantilmente.

        Ved al orangután, espantado de ser hombre;

        imaginándose capaz de ser dios;

        o mejor aún, de crear dioses.

        Pero hasta en la vanidad hay humildad, aquel espanto. . .

        Y he ahí el motivo por el cual no somos dioses verdaderos;

        o por lo que no somos en verdad.

        A cada sí responde un no.

 

 

        El sol del mediodía tiene un resplandor universal;

        a esa hora, el panorama es de una realidad absoluta;

        sólo existen la forma y el color.

        Soy nada más que una mirada o contacto doloroso con la existencia, que la acepta y nada ofrece a cambio.

        Estoy delante de una roca, como Dios delante de mí.

        El aire suspende la respiración.

        Sobre todas las cosas se cierne un silencio extraño y en todas ellas se descubre un no sé qué de apariencia última. . .

        La sombra de una nube se ensancha, toda negra sobre el camino, y ya se confunde con mi silueta en el suelo pedregoso;

        las dos van a encontrarse: la nube del cielo y mi espíritu de poeta;

        un encuentro es siempre nupcial, hasta el del verdugo con la víctima.

        Todo encuentro es iluminado por la antorcha de Himeneo.

        ¡La antorcha se enciende en pleno azul del mediodía!

        Es un resplandor maravilloso precipitado desde las alturas y un grito incandescente.

        Sufro como los niños al nacer, el tránsito del calor del vientre materno al frío de aquí afuera.

        Veo siempre delante de mí un perfil de ángel, de color rojo sangre;

        soy un vacío cruzado por llamas.

        Y la luz que escucho es la que alumbra, porque sólo existen ondas sonoras de la misma música infinita.

        El desierto se ha convertido en vergel.

        Busco los senos de la madre, la fuente de la nueva vida;

        me siento aéreo, sólo amor;

        personajes fantásticos me rodean;

        desde hoy, la claridad será lumbre, el amor pasión y la razón, locura.

        Estoy herido por ese golpe de relámpago;

        es una llaga incurable.

        Quiero perderme en la oscuridad, como una rama cualquiera de un árbol;

        la sombra lo devora todo.

        De tiempo en tiempo, una estrella, un grito en el silencio.    

 

 

        El sol se casa con la alegría y la claridad de la luna con la tristeza.

        Son dos puntos de unión entre el Universo y nuestra alma;

        en la alegría está el secreto de la luz;

        en la luna, el de la melancolía;

        como en la esfinge de piedra el secreto anímico de las cosas.

 

 

        La ausencia es más clara que la presencia.

        Estamos hechos de una sustancia que cuando desaparece es cuando se nos muestra.

        Las cosas se revelan en la memoria mejor que a la luz del Sol.

        La memoria es una prolongada continuación de los sentidos;

        está por eso en íntimo contacto con la realidad.

        Sólo existe lo que en ella se fija.

        Si recuerdo un sueño es señal de que existe como cualquier nube.

 

        Quien no sueña está muerto.

        El mundo, tal y como es, nada vale.

        Es preciso que sea conforme a la concepción de nuestra fantasía, creadora de belleza.

        Este antagonismo entre el mundo y el alma humana sería incomprensible si no viésemos en él la propia razón de nuestra actividad moral:

        el perfeccionamiento de las cosas, su marcha para un fin.

 

       

        El hombre es el único animal que no coincide con el mundo;

        su destino es dilatar el mundo hasta donde alcanza su fantasía;

        hasta el cielo.

        El mundo es cielo materializado y condensado;

        para que las patas de los animales encuentren un punto de apoyo en el Infinito.

 

        El hombre es la definición de la Naturaleza;

        aislado en su existencia, es sólo un esbozo indefinido;

        integrado en la vida humana, se dibuja como un todo armonioso;

        es cuerpo y alma coexistiendo, a la manera de dos esposos.

 

        Sólo por intermedio del dolor, convivimos con nuestra verdadera persona;

        aquella de la que somos un ilusorio simulacro.

        La felicidad y el placer amortiguan los puntos de contacto entre nosotros y nosotros mismos;

        porque son movimientos dispersores, hacia fuera.

        Pero el dolor es una llamada a la realidad interior de nuestro ser;

        es, agravado, el sentimiento que tenemos de nosotros mismos.

 

 

 

        El deseo de partir. . .

        ese deseo que levanta el polvo de los caminos e hincha las velas de los navíos.

        En el barco de vela no hay tan sólo comercio;

        hay otra cosa enamorada del viento, un ala de ángel que vuela;

        que arrastra un vientre cargado de mercancías.

 

        Los placeres sensuales inutilizan al hombre para todo lo que no sea gozar la vida efímera de la carne;

        y gozarla hasta el máximo,  fuera de los límites naturales.

        También el misticismo inutiliza al hombre para todo lo que no sea la otra vida.

        El hombre es siempre una fuerza antinatural o sobrenatural, enloquecida.

        Exagera todos los placeres y todos los dolores;

        es un loco seducido por la muerte.

 

        Cada persona porta en su rostro la idea que tiene de la vida;

        los que no tienen idea alguna, recuerdan antorchas apagadas, cenizas.

 

 

        El gesto del niño y del ángel se confunden en la misma quimérica realidad;

        es la materia ilusoria en que se modelan las risas y las estrellas;

        la misma llama abrasadora y refleja.

        Cada cosa no existe en sí, pues resulta del encuentro de otras;

        que de otras proceden, a su vez,

        y así hasta una unidad tan sólo ideal.

 

        El temor hizo a los dioses, cantó Lucrecio;

        el miedo es pagano;

        la Antigüedad es la máscara del miedo;

        el Hombre rasgó la máscara y descubrió la faz del Amor.

        La máscara del miedo oculta la faz del Amor.

        Entre el miedo y el amor hay un espacio ascendente que se ilumina;

        como entre el infierno y el paraíso;

        espacio que liga y no separa.

 

 

        Cuando el alma vence al cuerpo debilitado, surge blanca y divina;

        después de la desnudez del cuerpo, la desnudez del alma;

        la misma sinceridad o impudor.

        La diosa madre del cuerpo es la Primavera.

        El hombre, cuando llega a cierta edad, invoca la infancia;

        desea conciliarla con la vejez;

        este deseo es nuestro dolor.

        La cuestión es que el deseo se haga ardiente y convierta dos cadáveres en un nuevo ser vivo o nuevo Dios.

 

 

        El alma es el valor de Dios;

        como Dios es el valor del alma.

        El alma sin Dios sería ala sin azul y vela sin mar, un absurdo.

        Por eso la ciencia no satisface al hombre.

        Nuestro ensueño va más allá, insatisfecho, ávido de Infinito.

        Esta avidez de Eternidad es la característica humana;

        porque el Infinito existe.

        Nos rodea por todos los lados, como rodea todas las formas de la existencia.

        ¿De qué sirve bajar los ojos, si las estrellas, allá en lo alto, no se callan?

        Hay una polvareda de gritos incandescentes, esparcida en la bóveda de la noche.

        Son gritos del Misterio;

        es el misterio llamado por los poetas.

        ¿Quién no los oye espantado y pálido?

        ¿Cómo eludir el enigma de la Creación?

        ¿Cómo huir del Creador, si su sombra nos persigue, dentro y fuera de nosotros antes y después de todo?

 

 

        La luz nos da en los ojos estúpidos, que no la ven;

        sienten el contacto luminoso, pero no abren los párpados.

        ¿Para qué sirve sentir?

        ¿Quién cree en el sentimiento, ese fantasma ilusorio?

        En la razón, sí, aunque derive de la misma calavera;

        donde nunca entró una antorcha encendida;

        donde se crían dioses y monstruos.

        Contemplo el mar azul, que mi nave recorre, alada y caminante;

        con un ala enorme y mis pies agitados, hiriendo el suelo;

        levantando partículas de polvo blanco;

        del mismo color de la vela de mi alma desplegada en el aire.

 

        Más que a la muerte, tememos las sombras de los muertos;

        en la sombra de las cosas es en donde está el alma tenebrosa;

        el principio malo, aquel silencio enigmático que emana de una boca feroz.

 

 

        El hombre actual adquirió una ciencia realista, coordinadora de los fenómenos naturales;

        es un ser libre de prejuicios;

        todo él contenido en su relieve material;

        y, por eso mismo, teme más a la muerte que a los muertos.

        Perdió la creencia en los muertos para creer sólo en la muerte.

        Después de la música vaga y dispersa, el ruido limpio como flecha de metal.

        El silbido de las sirenas de las fábricas, después del canto de las sirenas mitológicas.

 

        Venus es la diosa de la sensualidad, que es el instinto creador;

        este divino instinto, cuando se exagera, enloquece al cuerpo;

        lo diluye en un exceso de placer en el que se ante-goza la muerte.

        Es una enfermedad innoble;

        produce toda clase de vicios malolientes;

        porque el hombre es un mono enloquecido;

        en un sentido etéreo da el ángel;

        en un sentido inferior da la bestia.

 

        ¿Quién reconocerá al amor en la castidad?

        La castidad es el amor aislado en su torre de marfil.

        En esa torre se desespera e intensifica;

        y, su energía, se hace infinita.

        Expandiéndose, dilata el espíritu;

        del mismo modo que la sensualidad satisfecha multiplica la materia.

 

        Hoy he visto un cuadro.

        Un rebaño de ovejas en un otero, y un pastor tocando su flauta;

        un buey metido en la hierba hasta el corvejón;

        irguiendo su hocico a las nubes, con un mugido triste;

        pensativo, rumiando lo que le sube del estómago a la boca;

        como nosotros rumiamos ciertas penas indigestas.

        Y es otro cuadro eterno el de aquella madre con un hijo al cuello;

        con el mundo como pedestal bajo sus pies.

        La madre esculpida en el aire, y el mundo asentándose en el Vacío.

 

        El misticismo es acaso una forma trascendente del instinto sexual;

        porque el deseo es la propia esencia de las cosas y de los seres;

        el ígneo verbo;

        una fuerza creadora opuesta a la muerte y que mata por exceso;

        es decir, elevado a un cierto grado de locura.

        Si el animal enloqueció para ser hombre,

        el hombre enloqueció para ir más allá de la Humanidad.

 

        La prostitución es una especie de misticismo febril del cuerpo;

        y el misticismo es el alma entregándose desnuda a todos los besos y abrazos de su divino Amante.

        Pervertimos la vida de tal modo que ridiculizamos su origen;

        envenenamos la fuente.

        Echamos a perder el amor, como la comida,

        exagerándola hasta la indigestión o reduciéndola a las migajas del hambre.

 

        En el sentimiento de la crueldad se entrevé la imagen de la presa devorada entre los árboles primitivos;

        todos tenemos en el fondo de la memoria manchas indelebles de sangre derramada por nuestras uñas, que fueron garras feroces.

        ¡Y cuántas veces nuestra alma se tiñe aún en esa sangre y nos sube, roja, a los ojos!

        ¿Y el vientre de serpiente, no hincha el tronco de ciertos hombres de negocios?

        ¿Y la risa del tigre no la vemos aún en ciertas bocas?

        El hombre es un ser perverso;

        porque en él la bestialidad heredada contagia su desenvolvimiento espiritual,

        que toma aspectos monstruosos.

 

        Adoro a Apolo, a la Aurora y al Céfiro;

        el alma de las cosas hecha mariposa.

        El Céfiro es el alma de las cosas y el espíritu de Platón.

        Vuela por entre las palabras del poeta, como entre las hojas de los árboles.

        Y es el amante alado de Psique, que lo vigila durante el sueño con una lámpara en la mano.

 

 

        En toda cuestión filosófica o religiosa, por trascendente que sea, interviene en verdad el espíritu, emanado de las alturas;

        pero también, y a su lado, aparece la voz existencial, gritada por un animal ridículo;

        ¡y este animal es el que ganó presencia viva en nosotros;

        a costa de un formidable esfuerzo durante una eternidad!

        ¡Y lo extraordinario es este animal ridículo!

        Para poder entrar en la existencia,

        ¡cuántas luchas victoriosas, cuántos azares favorables!

        ¡Y aún no está satisfecho, sino que aspira a otra cosa!

        La conquista milagrosa de la existencia no le basta;

        debo concluir diciendo que el sentido común no es atributo humano.

 

 

        Será siempre la letra contra el espíritu;

        la realidad estéril contra la ilusión fecunda.

        La ilusión dominará a la realidad porque es substancial,

        y la realidad es sólo formal.

        La ilusión es la esencia de las cosas, viva, huidiza, inaprensible, en acción perpetua, brillando de ola en ola por todo el mar indefinido.

 

 

 

        La vida se traduce en una sucesión de muertes.

        Es un deseo siempre insatisfecho, que nunca alcanza su objeto;

        y por eso mismo en perpetuo movimiento o inmortal.

        Cambia de cara eternamente, porque no le agrada ninguna;

        pues la perfección no existe, o mejor, es exterior a la existencia.

        Si la presentimos vagamente es porque tenemos el don de ultrapasar nuestra área en alas de la divina fantasía.

 

 

        Todos queremos enmendar nuestra vida;

        más: enmendar la Vida.

        ¿A qué aspira el criminal?  A ser inocente.

        ¿Y el que sufre?  A gozar.

        ¿Y el que muere?  A resucitar.

        ¿Será posible? La razón dice que no.

        El alma dice que sí. Y este sí es un grito que agita y remueve todas las cosas.

        Podemos dudar de una palabra;

        pero de un grito nadie duda;

        viene de una mayor profundidad que la palabra y asciende más alto que ella.

        Es el verbo divino de la locura, porque todo acto creador es de locura;

        desde el Génesis;

        Ofende el orden establecido;

        la armonía consagrada;

        los dictámenes de la razón humana.

        Toda actitud religiosa es anti-racional.

 

 

        El poeta es un condensador de nebulosas, un encendedor de estrellas.

        Para él, evocar es materializar.

        La evocación es dolorosa y el dolor es siempre carnal;

        por más etéreo que sea.

        El dolor pertenece al cuerpo, aunque sea el alma quien lo sufre.

        El dolor es de este mundo y su poder plástico infinito concibe ángeles y dioses que penetran en los dominios de la existencia.

 

        Dudar es pensar en línea quebrada;

        como creer es pensar en línea recta.

        La creencia es la más corta distancia entre la Verdad y nuestro pensamiento;

        o, tal vez, la ausencia de distancia entre la Verdad y el Pensamiento.

 

 

        Durante toda nuestra vida tenemos dos miedos;

        miedo al amor y miedo a la muerte;

        los demás miedos son transitorios, circunstanciales;

        tienen tiempo y espacio.

 

 

        Dolor, alegría, amor, odio, todo es la misma esencia viva que gana forma;

        que se individualiza a través del hombre;

        porque la alegría quiere ser alegre;

        el amor, amante;

        el odio quiere odiar, y la primavera eterna quiere ser flor que se mustia.

        ¿Y ser mujer no es el ideal de la hermosura?

        Quien tentó a Adán no fue Eva, sino la belleza que en ella se hizo mujer.

        La Belleza es anterior a las cosas bellas;

        es el Deseo creador, la tentación divina del Pecado;

        seduciendo al Espíritu Santo.

 

 

        La muchedumbre se vuelve desencantada y ofendida cuando se le desilusiona;

        porque detesta la realidad y no perdona a quien se la muestra.

        ¿No somos nosotros también una quimera?

        Nuestro organismo es un tejido carnal o ilusorio, que se deshace al menor hálito de la muerte.

        Lo que se entiende nada vale.

        Lo que tiene valor es lo que está más allá del entendimiento.

 

 

       

Hay hombres que van de tierra en tierra, amados y odiados;

        sufriendo hambre y sed en las grandes soledades que recorren;

        son diferentes a los demás:

        quien los encuentra en el camino mira espantado para ellos;

        los envuelve un aire desconocido que los hace atrayentes y lejanos;

        cuanto más lejanos, más íntimos;

        y cuanto más distantes de nosotros, más dentro de nuestro corazón.

        Los anima un sueño sobrenatural.

        Resplandecen a lo largo de los caminos yermos;

        o en las callejuelas de las ciudades.

        Son siempre dioses o demonios.

 

 

        La acción del espíritu es invencible y sólo ella triunfa y se propaga.

        El hombre, por más que lo maquinicen, nunca será un mecanismo, sino un organismo vivo.

        Y quien dice vida, dice espíritu creador, emanado del más allá.

        El hombre camina poniendo los ojos en el infinito;

        en los dorados límites del naciente . . .

        Si le impusieren otro destino se detendría.

        El hombre aun cuando es joven, es siempre un viejo enamorado de la infancia original.

 

 

        El instinto y la razón coinciden a una misma altura trascendente.

        Se hermanan de algún modo, como los ángeles y los animales.

        En un perro, es faro visual lo que en un ángel es fantasía y en un árbol es flor.

        Para un perro es todo olor;

        para un ángel es todo fantasía  ( ¡él mismo! );

        y para el árbol es todo flor;

        pero el árbol tiene un don especial.

        Sólo él continúa, en sus sueños, carnalmente, hoja a hoja, pétalo a pétalo.

 

 

        Hay espacios en mis Islas, en donde la llanura lodosa y salada se acuerda aún de haber sido mar;

        del mismo modo que recuerda de haber sido fuego el más alto volcán;

        pico de montaña como testa de buey enorme, fuera del agua y babada de espuma blanca en sus orillas:

        un monstruo de tierra enteramente en seco y en su pico, la espuma cristalizada en forma de nieve, en los cortos inviernos;

        son islas extraordinarias cada una de ellas;

        en algunos pueblos blanquean santuarios, donde se celebran ritos en las noches mágicas de luna, durante el plenilunio de verano;

        a veces, por sus vertientes corre el agua dulce y cristalina, engastada en paisajes amargos y sedientos.

 

 

        La alegría es la esencia de la Esperanza y la Fe;

        es una centella encendida que va a caer en las almas hambrientas y secas por la sed;

        como las estrellas, que son fuentes sedientas o luminosas.

        Y, es por eso, por lo que nuestra sed de infinito procede de las estrellas.

 

 

        La locura vive en el hombre, y en él odia o ama, ríe o llora;

        de ella se alimentan nuestros sentimientos y pensamientos;

        misteriosos personajes. . .

 

 

El movimiento y el tiempo son fenómenos interiores del Cosmos;

        inmóvil y eterno;

        y más allá de él, está la región divina, presentida tan sólo por nuestra fantasía que parece derivarse del más Allá y acordarse.

 

 

        El arte de los sabios es poner nombres huecos a las cosas llenas de sentido;

        ¡ay del ángel que posase los pies en la tierra!

        Quedaría pronto desplumado.

       

 

        Entrever una ninfa blanca por entre las sombras negras de los árboles;

        y el perfil de Neptuno en las brumas del horizonte marítimo;

        oír la flauta de Pan en una hora de encantamiento campestre;

        pobres manifestaciones de la divinidad, meros sueños infantiles;

        ahora, se trata de un sueño extraordinario;

        que es la noticia del paso del Dios espiritual creador y redentor, por la tierra.

        Esta es la Verdad absoluta, porque es futura y hecha de la misma esencia de la esperanza.

        Y es por intermedio de la esperanza como la Verdad alcanza nuestra alma.

        Sí, la verdad sólo existe en el futuro;

        también la vida se anuncia en el futuro;

        pues lo presente no existe y lo pasado es un cementerio.

        La vida es un destello de madrugada;

        que muere al dibujarse claramente.

        Nuestro dibujo definido es el esqueleto:

        la piedra que queda abandonada, cuando la niebla se disipa.

 

 

        Definir, realizar, es matar;

        y, vencer es fallecer;

        ¡ay de los que vencen!

        la virtud consiste en luchar sin victoria.

        La virtud es buscar y no encontrar.

        La virtud es tener hambre;

        el crimen es el vientre repleto.

 

 

        El alma, hija de Dios, se enamora del Padre;

        porque el incesto preside el origen del sentimiento religioso;

        es un crimen que ensombrece los poemas griegos;

        el Hijo rinde su alma en las manos del Padre;

        ¿y no es él el novio y la novia de todos los viudos y viudas;

        de todos los solitarios, que aspiran a la convivencia?

        El ideal no es vivir, es convivir;

        la religión es convivencia tornada íntima e infinita.

 

        De la Verdad, de la Vida y la Libertad sólo huyen los llamados animales racionales;

        los burgueses;

        los que ostentan con prosapia un cero enorme sobre los hombros;

        los de la buena sociedad;

        los de las ideas concretas, clavadas a martillo en los sesos;

        los que perdieron el paladar;

        los envejecidos;

        y los que cierran las ventanas al viento, a los relámpagos y al aire fresco de la mañana;

        que, al pasar por el paisaje, parece la respiración de la vida;

        infiltrándose en un cadáver.

 

 

        Lo que realmente hay de asombroso en la criatura humana es esta realidad irreal;

        esta verdad mentirosa;

        esta eternidad en un segundo;

        lo infinito en un átomo;

        el todo en la nada;

        ¡que es todo y nada a la vez!

        Todo y nada, dentro de un ser divino y miserable.

 

 

        Humildad y no humillación.

        La humildad consciente de su dignidad o de su valorización.

        La humildad es espiritual como es pagana la humillación.

 

 

        El recuerdo de mi ayer. . .

        tristeza oscura y piedra negra mojada de lágrimas. . .

        se diluye en este anchuroso panorama lleno de luz, que es mi presente;

        en donde la Libertad parece divagar a semejanza de una diosa mitológica.

        Cuanto más me aparto de mi pasado, entiendo mejor mi espíritu;

        liberto y vagabundo al sol y a la lluvia;

        sin un abrigo que le prive de la vista del Infinito.

        Así viven los animales salvajes y las almas verdaderas.

 

 

        La realidad se engendra en la fantasía;

        la existencia se alimenta de la no existencia;

        la sombra humana deja huellas de piedra (las Pirámides, el Partenón, el Coliseo);

        en un mundo que fue sombra y fuego;

        y, hoy, es carbón, petróleo, energía eléctrica.

        Voy a transfigurarme en aquella imagen de la infancia que los poetas adivinan;

        y con la cual me refugio en remotos páramos de la Vida;

        allí donde la tierra es casi cielo;

        y todo lo que es hermoso comienza a convertirse en la idea pura de la Belleza.

        La Belleza nació de las cosas hermosas, como el Árbol nació de los árboles.

 

 

        Los viejos dioses lo fueron causando víctimas, exigiendo sacrificios;

        el nuevo Dios es el sacrificado;

        lo que hay en la Biblia es el Génesis y la Pasión;

        el acto creador y el redentor.

        Los misterios inquietantes, encubriendo la concepción más trágica de la Vida.

        El crimen y el remordimiento se adhieren a la misma alma.

 

 

        La criatura ignora al Creador, como el espíritu y la materia se desconocen mutuamente;

        ¿Qué sabe Dios del hombre?

        Es el hombre el que debe conocerlo;

        y obligarlo a existir si es preciso.

        El mundo está lleno de almas que ni ven ni oyen; pero presienten la Voz y la Visión;

        hay en todas una faz en donde se refleja la luz futura;

        claror lunar;

        y otra en donde la luz que fue, brilla aún como el último rayo del sol. . .

        Es la gran Metamorfosis que se anuncia;

        la señal del nuevo ciclo, previsto por la Sibila.

 

 

        Varios caminos se cruzan en el punto que dudamos;

        la vacilación se representa por varios caminos que solicitan nuestras huellas;

        y entona varias voces que nos llaman;

        consultamos a las misteriosas corrientes telúricas;

        al aire que duerme en los árboles somnolientos;

        fantasía. . .

        un mismo ser, hombre o fantasma, según se nos aparezca en sueños o en la calle de una ciudad;

        según se mueva en el plano de las cosas materiales o en otro plano trascendente;

        más allá de las últimas estrellas;

        y en relación con nuestro espíritu que es el mismo Espíritu infinito.

        Lo que existe es el Espíritu infinito y ciertas formas que él encuentra en el espacio;

        iluminándolas, sembrando el espacio de luces que son almas.

 

 

        El hábito y el monje son hechos de la misma soledad.

        La soledad se adhiere al hábito del solitario y lo impregna de tristeza.

        ¡Pobre lana de oveja, mojada por nuestras lágrimas!

 

 

        Contemplad las olas del mar. . .

        ¡Cómo se casan en ellas la realidad y la quimera!

        ¡Cómo la quimera da color a la realidad!

        Pinta de azul el mar.

        Entre la realidad y la ilusión hay una misteriosa intimidad;

        las comprende la misma curva de la existencia.

        Mar azul, que es una tinta reflejada y de ensueño. . .

 

 

        La desilusión es un movimiento en el sentido de la materia;

        como la ilusión es un movimiento en el sentido espiritual;

        el Cosmos es Dios desilusionado en pleno Vacío.

        La transición de la ilusión para la desilusión señala el origen mortal de las cosas;

        formas y formas sepulcrales.

        Por eso el sentimiento religioso es siempre una tentativa de regreso a la ilusión original;

        o como el alba antes de ser mañana de la Vida, en que se oye tan sólo un canto de ave en el silencio;

        el único silencio que nos enseña el oro de que está hecho.

 

 

        Nada me pertenece de la tierra, porque ella no me interesa;

        sólo nos pertenece aquello que nos importa.

        La tierra es de los animales como la Luna es de los lunáticos.

        Todos los locos reinan en aquellas planicies desiertas;

        donde cae la sombra de altísimas pirámides;

        sin la más leve mezcla de claridad, de un negro absoluto.

        También el cielo es propiedad de los místicos:

        aquel cielo azul en el que ciertas almas se desdoblan indefinidamente;

        en una ansiedad que es batir de alas blancas, ascendiendo hacia Dios.

 

 

        Soy de este mundo interior  que envuelve al mundo y a los otros mundos;

        y que nadie sabe en dónde acaba.

        Voy hacia dentro, escucho también hacia dentro;

        pues dentro de mí, es cuando descubro todo lo Infinito.

        Mi memoria es universal y excede al propio Universo,

        cuando se alía con la fantasía creadora.

 

 

        Toda alma que se renueva, renueva también el mundo y el cielo;

        porque ella es renovada por una onda de la Fuente original.

 

 

        Aparecer es un acto muy grave.

        No hay dios que se contenga, cuando aparece, sin bajar al nivel inferior de un animal.

        El espíritu no se reviste de materia impunemente.

        Pone la máscara en el rostro y ya nadie lo toma en serio.

        ¿Quién eres tú?

        Un hombre como nosotros.

        Ver la divina faz a través de la máscara humana es la eterna aparición a través de la apariencia transitoria;

        y la vida más allá de la muerte;

        amar hasta ser el amor;

        sufrir hasta ser el dolor;

        dolor y amor personificados en el hombre real;

        pero no es para criaturas fijas y estancadas en reducidos conceptos de la razón;

        es para almas en flor de locos y poetas;

        y tal vez, para ciertos animales del crepúsculo;

        idealizados en la penumbra;

        como un can que aúlla a la luna transmigrándose en sus aullidos. . .

 

 

        Es difícil armonizar el alma y el cuerpo;

        actuar como se piensa.

        Es difícil, y la culpa no es del hombre, que vive en dos mundos tan distintos.

        ¿Cómo ha de repetir en uno, espiritualmente, lo que practica materialmente en el otro?

       

 

        Mi vida, como la vida de las madres, es un perpetuo drama para que existan nuevas almas.

        Nuestra alma es engendrada en otra que nos ama y sufre por nuestra causa.

        Al amar a nuestros semejantes, los transfiguramos idealmente;

        los convertimos en nuevas almas.

        El dolor engendra las almas integrándolas en la existencia.

        Bajo una fuerza angustiosa, condensadora, un sueño se transforma en un objeto de los sentidos;

        como esta roca o aquel árbol.

        Sufro para que mis sueños sean una realidad.

        Pero hay personas que no soportan la luz ajena y lanzan piedras al Sol.

 

 

       

Camino solo, alegre y triste;

        envuelto en la sombra dorada de un ángel negro;

        que me clava una espina en la carne en ciertas horas.

        Es el ángel del crepúsculo, volando entre la noche y el día;

        en ese fulgor de la distancia que arde.

        Este ángel es tal vez mi fantasía;

        que repite mi ser en otro plano de la existencia;

        solamente presentido.

        Somos nosotros, delante de nosotros mismos;

        libres y en demanda del Futuro.

 

 

        El arte no seduce al genio;

        él es creador antes de la creación;

        poesía antes del verso, entre relámpagos.

        El frío cristaliza, es geométrico.

        Mis palabras son todavía el viento que esparce la semilla por la tierra;

        el viento y la lluvia.

        Pero la cosecha no pertenece a quien siembra, sino al animal que la roba y la come.

 

 

        Amo y recuerdo . . .

        es una figura evocada la que aparece;

        y después de aparecida se conserva en el mismo ambiente en que fue recordada.

        Esta figura está aquí, ante mí y fuera de mí, como si la tuviese en la memoria.

        Sale de mi interior hacia el aire del mundo;

        y entra en el dominio de la realidad;

        pero no pierde la naturaleza ideal que le dio mi evocación.

        Es un privilegio de las criaturas perfectas de cuerpo y alma.

 

 

        La creencia nace del ateísmo;

        como la ciencia de la ignorancia y la luz de la tiniebla.

        ¿Qué es la tiniebla sino no creer en la luz?

        La creencia en la luz es la que ilumina;

        y la esperanza en la salvación es la que nos salva.

        Ser inmortal es esperar en la inmortalidad.

Esperar en Dios es ser con él, en toda su gloria, eternamente.

        Si la presencia de Dios se revela de algún modo;

        es en el sentimiento de la Esperanza.

        De todos nuestros sentimientos;

        es este el más exterior a nosotros;

        el que viene de más lejos.

        Y nada pierde de su frescura y limpieza en la infinita distancia recorrida.

        Parece como si lo bebiéramos en la propia fuente.

 

        El hombre, no habiendo alcanzado aún al Creador, adoraba la creación.

        Después, vislumbrando el Espíritu, como fuerza anterior y exterior a todo;

        dirigió sus ojos en un sentido opuesto al de la Materia.

        En todos nosotros hay un gesto angustioso de querer asirse a la vida mortal que nos huye.

        Ese gesto es la presencia en nosotros de nuestros padres;

        y nuestro instinto de conservación y reproducción.

        Lo que hay en nosotros de esencial procede de los padres; es la herencia.

        Lo más de nuestro ser, la personalidad, deriva de acciones y reacciones accidentales de elementos heredados.

        El hijo, antes de nada, es el padre, el primer hombre esbozado en pleno Caos.

        El amor es miedo a la muerte.

        Comer y amar, esto es:

        persistir en sí y en los demás;

        he ahí el deseo, la sustancia viva de las criaturas.

        Por eso, amar es también comulgar al ser amado.

        El amado transmigra para el amante.

        De este modo Dios se hizo hombre; y el Amor se hizo Hijo.

 

        El remordimiento es el recuerdo de la inocencia más que el recuerdo del crimen.

        Este recuerdo es el que nos duele ;

        es el dolor verdadero del remordimiento ;

        el deseo angustioso, por incapaz, de eliminar el crimen cometido ;

        sólo el hombre crucificado creería en un dios crucificado.

 

 

        La esclavitud igualó en el mismo sufrimiento a todos los hombres.

        Este sufrimiento fue la primera fuerza unificadora de los pueblos.

        De él deriva el ideal superior de la Humanidad.

        Lo entienden las doncellas ávidas de amor;

        las viudas, de luto en el desierto;

        los ladrones escapados a la Ley que los hizo bandidos;

        los asesinos que arrastran la herencia de Caín;

        los sedientos y los ansiosos, dos llamaradas de la misma hoguera:

        una adherida al alma y otra al cuerpo;

        los que vieron secarse en la tierra la última fuente de agua;

        las Magdalenas que huelen a podrido y a flor:

        charcos de lodo y de cielo;

        las tristes feas que esconden su belleza en el corazón;

        los poetas incipientes, que se enamoran de toda idea nueva:

        alondras de todas las mañanas;

        los místicos por naturaleza, pobres lámparas de arcilla,

        que ofrecen a Dios su claridad melancólica. . .

 

 

        En el principio es siempre el desorden;

        son los elementos en lucha;

        alcanzan de este modo, y por mutua concesión forzada, una especie de entendimiento armonioso;

        el canto de las esferas.

        Pero esta armonía no es perfecta;

        y así hay una estrella que gira en sentido opuesto a la de las demás.

 

 

        A veces, cuando estoy comiendo con mi familia, creo sirven a la mesa dos genios invisible: Irene y Ágape;

        o sea, la Paz y el Amor.

        Agape sirve el mosto e Irene el agua.

        Estos dos nombres encantadores me recuerdan dos mariposas blancas aleteando alrededor de un signo lunar.

        Siempre que nos sentamos a la mesa en compañía de amigos, presentimos en el aire de la sala como un alborozo de simpatía trascendente que se propaga a nuestra alma, la cual ve cosas invisibles.

        La ve y se alegra consigo misma.

        Ve a Irene y Ágape, dos imágenes blancas que aletean.

        El Amor echa mosto en nuestra copa y la Paz le mezcla agua cálida.

 

 

        El deseo del hombre, es romper sus propios límites;

        y entrar en el dominio de la Divinidad.

        El deseo del hombre es cambiar;

        pues el deseo es la esencia de la vida, que es cambio.

        Somos hijos de la inconstancia femenina.

        Y, por eso, cambiar es nuestra propia naturaleza.

        Hombres, nos transformamos en dioses o demonios.

        No permanecemos en nuestro ser;

        tenemos que eludirlo.

        Nuestro deseo es libertarnos de nosotros mismos;

        libertar el ángel;

        también es el móvil de los suicidas.

        Todo gesto de autodestrucción, como toda actitud mística, se dirige contra el mono, contra el animal inmundo que llevamos en nosotros mismos.

        Es una venganza del espíritu.

        El suicidio es un acto religioso;

        una oración en lágrimas de sangre.

 

 

        La Verdad no se demuestra, sino que se afirma.

        ¿Al fin y al cabo, no es un producto de nuestra experiencia?

         Cuando siento que Dios existe, ¿no será este sentimiento un momento vivo de mi ser formado de todos los elementos etéreos y terrestres, desde el agua a la cal, al hierro y a las misteriosas vibraciones emitidas desde el más allá de los astros?

        Y este mi momento vivo, ¿no será una parte de la Eternidad, del Infinito?

        Cuando creo en Dios, no soy yo  (el yo es tan sólo un signo) el que cree;

        es el Universo presente en mí.

        Es el propio Dios que se reconoce en mí, o mejor:

        Dios reflejado en mí, hecho imagen transitoria como la del Sol en la onda.

        Creo en Dios, luego Dios existe.

        Creo en Dios como creo en este árbol, y creo en el árbol porque lo veo, y en Dios porque lo veo también.

        Creer es ver interior - mente.

        La creencia y la visión representan dos experiencias de igual valor.

        Son dos momentos vivos en mi ser, de la Eternidad y del Infinito.

 

 

        El Eros sobrenatural nació de la pobreza, madre del Amor;

        nació por invocación angustiosa;

        nació llamado por la noche, que es sed de luz;

        y por la sed de agua, que es el desierto, hermano del remordimiento.

        Pero en este desierto, que es el hombre, ondulan las mieses eternas.

 

 

        Todo hombre es un ser desorbitado.

        Las resistencias que encuentra a su paso lo desvían de su dirección inicial o natural;

        y el desgraciado camina siempre a encontronazos con la suerte;

        no siendo él en realidad;

        sino un espectro el que lo impele a través de la noche.

        El hombre no es él mismo;

        es sólo la sombra vana de su destino.

        Ser, sólo Dios.

 

 

        En el poeta, el hombre alcanza una altitud que sobrepasa la atmósfera más caliente.

        Allá arriba nos helamos bajo una sonrisa de estrellas.

        Hay sólo nieves y Dios.

        Para nosotros, simples mortales, es agradable descubrir en estas criaturas ya divinas, un sentimiento más bien humano, como la ternura.

 

 

        El temor y la gracia se me aparecen como una flor en un rostro infantil;

        oigo murmurar mi nombre como un hilo de agua en el alma;

        escucho. . .  solitario en altos picachos desiertos.

        En esa montaña consagrada al cielo hay un rincón verde;

        con una fuente abajo.

        Verlo, es una alegría para los ojos.

        La altura es inquietante y dolorosa;

        es el mundo que huye de nuestros pies;

        que nos deja solos, como suspendidos en el Vacío.

 

 

 

        Lo que tiene valor es la inspiración;

        pertenece a la Vida Universal, y la recibo en el alma;

        como mis ojos reciben la luz.

        Lo que pertenece a la realidad es aquello que experimento sintiendo.

        Y lo que siento, como el dolor cuando me hiere;

        es mi existencia.

        Todos tenemos un centro de atracción misterioso;

        un sol invisible y remoto;

        alrededor del cual gravitamos confusos hasta ser atraídos por él.

 

 

        ¡El espíritu resiste siempre!

        Es como una onda sobrenatural emanada de más allá de los astros;

        el espíritu de la vida es sobrenatural;

        lo que es natural es la muerte;

        el dolor no deprime a los que viven, sino que los fortalece;

        deprime a los que están sólo animados;

        porque hay vivos y animados;

        el dolor fortalece a los vivos.

 

 

        El hombre, el hombre nuevo, es un templo, que no cárcel;

        el ciudadano es una forma artificial e ilusoria;

        no pesa en ninguna balanza;

        ¿Qué importa el abogado, el comerciante, el ingeniero, el pedagogo, el académico o el artista?

        Lo que vale es el espíritu que habita en el hombre;

        en donde todas las cosas al reflejarse originan la ciencia y la poesía.

        Lo que importa es el hombre como ser religioso;

        en constante ascensión hacia Dios.

 

 

        Siempre que un alma pasa por otra, se da entre ellas un fenómeno misterioso;

        en virtud del cual, se identifican las do;

        y, proyectan la misma sombra sobre el camino.

        Esta sombra es madre del amor.       

 

 

        Opongo a la adoración de la creación  (Paganismo) el culto al Creador;

        y la Revelación a la Ciencia.

        Considero estúpidos a los sabios racionales;

        precursores de los gases asfixiantes, la bomba atómica y las epidemias microbianas;

        los doctores de la muerte;

        a la ciencia materialista y destructora, opongo la ciencia del espíritu;

        creadora y reveladora de la Verdad.

        A lo que existe;

        contrapongo lo que debe ser para que exista lo que deba ser;

        el amor uniendo a las criaturas que se arrastran siglos y siglos;

        gimiendo y deteniéndose;

        mordiendo el polvo e incapaces de mirar al cielo.

        La unión de las criaturas en el amor o en la caridad;

        esa es mi Iglesia.

 

 

        Conozco al hombre ordinario;

        conozco el valor de las palabras, porque es el Verbo;

        conozco por Tradición el valor del oro.

        El hombre da la vida por una idea;

        y por el oro es capaz de arrebatársela a los demás.

        Conozco al hombre vulgar;

        arrastra consigo ese peso bruto.

        Éste y el otro mundo, cuando se tocan, lo hacen por momentos y sólo en un punto;

        porque son dos esferas.

        Crear al Hombre en los hombres. He ahí mi verdad inmortal.

 

 

        Todos queremos vencer a la fatalidad;

        dominar las leyes de la materia.

        Aspiramos a lo imposible;

        y es esta aspiración nuestra actitud más heroica.

        La creencia en los milagros tiene un origen sublime;

        resulta de un deseo sobrenatural;

        y no de la despreciable ignorancia;

        que no existe ni en el hombre ni en los animales.

        Hay en el instinto animal un conocimiento íntegro del Cosmos;

        inexplicable racionalmente y, por lo tanto, milagroso.

        El instinto lo conoce todo;

        y siendo él propio conocimiento inconsciente;

        lo ha realizado todo.

        Conocer es ser;

        estos dos verbos representan la misma acción;

        la esencia de las cosas es conocimiento;

        y la ignorancia es el vacío.

        La ignorancia sólo existe como origen de la ciencia.

        Las cosas saben ser lo que son y por ello existen.

        En ellas se nota una intención constructiva;

        que es su propia sustancia anímica.

        Todo es conocimiento  y actividad;

        poesía que se traduce en verso.

        Pero el conocimiento, al tornarse consciente,

        pierde la vida y queda reducido a un pequeño y mísero esqueleto.

        La creencia en los milagros tiene un origen sublime.

        Es una fuerza del alma contra la materia;

        la Virgen aplastando la Serpiente.

 

 

        En medio de unos niños, no distingo a unos de otros;

        veo solamente una imagen encantadora e indefinida;

        la misma infancia, la misma claridad de mañana.

        El individuo es una creación del tiempo;

        que define o limita.

        Es la calavera que se muestra para que en ella meditemos;

        somos un oasis de agua hirviente que al saciarnos nos quema las entrañas.

 

 

        El miedo y la risa son toda la máscara del niño;

        y cuando se conjugan violentamente dan la máscara de la tragedia clásica;

        que es la máscara de la infancia destrozada por las garras del Destino:

        el lobo que daña en sueños a los corderos, un lobo mitológico;

        como cualquier otro animal.

        Cualquier animal es un mito idealizado y concebido por él mismo.

 

 

        La tristeza nos liberta del cuerpo, nos vuelve espectros.

        Es la imagen aún viva, pero ya pálida, de la muerte.

        Y el silencio es absoluto, un silencio preñado de dolor;

        una negra ilusión llena de negra realidad.

        Y el llanto, cuando cae, no produce el menor murmullo;

        se desliza, como las estrellas, por la faz de la noche enmudecida.

 

 

        Los pueblos en plena aurora viven su vida:

        cuando se debilitan, la copian.

        El arte es vida copiada.

        Toda obra de arte es sepulcral.

        Las estatuas y las cruces son habitantes de las necrópolis.

        Vedlas lívidas y mudas en la Ágora de la muerte.

 

 

        El odio es egoísmo enloquecido.

        Perdemos la razón a cada momento por cualquier cosa.

        Cada ser es un loco intermitente.

        La locura habita en todos nosotros y despierta al menor ruido.

        Tenemos que andar de puntillas y hablar en voz baja.

        Y en esto consiste la virtud, la ley moral o musical.

        El odio, forma ígnea del egoísmo, cuando despierta se entusiasma;

        gritando y ahuyentando para lejos el silencio.

        La ferocidad, tiene su lógica;

        obedece a una dirección intencional, interior a ella misma;

        y es ella en conocimiento de sí misma.

        La ferocidad es un ser, como la locura.

        Cada ser es el conocimiento de sí mismo;

        realizado, o mejor, realizándose.

        Este animal y aquel árbol son autorretratos;

        en los que el pintor no se distingue de la pintura.

 

 

        Mi obra es la de ser testigo y poeta;

        mi entidad cósmica y profunda la que recibe y propaga la expansión del Espíritu creador;

        la onda emanada del Infinito.

        En plano inferior vive mi persona que desea redimirse: salvarse.

        Es aquella nuestra personalidad que sólo trabaja en provecho propio;

        para sustentarnos en pie sobre la tierra;

        osificándose, identificándose con las piedras, teniendo una guadaña en la mano como defensa.

        La vida es la muerte en pie;

        con una hoz que siega y trabaja para sí.

        La muerte es la caída del egoísmo;

        el esqueleto tumbado al lado de la hoz ya inútil.

 

 

        La mujer antevé, porque no es contemplativa.

        La Razón no es mujer ni diosa, como quería Robespierre;

        es la negación de las diosas y los dioses.

        La mujer no se queda a observar un drama:

        interviene en él directamente;

        e interviene hasta el fin.

        Lo que más le interesa es el desenlace, la curiosidad satisfecha.

        No admite seres abstractos ni indefinidos.

        El amor para ella no existe: lo que existe es el corazón.

        El hombre no le interesa de los hombros para arriba.

        Fue ella la que humanizó la Humanidad;

        del mismo modo que humaniza en su vientre las fuerzas misteriosas de la Naturaleza.

        Los espectros encarnan en su vientre;

        o los oriundos de la sombra de la Tierra que devora a la Luna, como nosotros.

 

 

        Hay hombres elegidos y enviados por la Vida a este cementerio que es la Tierra, el que encierra imponentes mausoleos y el mayor número de cuevas miserables. . . ¡Despierta, tú que duermes! Pero hay muertos que no resucitan, completamente reducidos como están a una cosa inerte. Y hay otros tan contentos de su muerte, que no quieren resurgir. Y el elegido conoce a los vivos y a los muertos, a los cuerpos y a los espíritus. Conoce la atmósfera que envuelve al planeta, el fluido azul donde se continúa más lenta, acostumbrándose al frío para no sentir el Vacío de pronto. Y conoce la atmósfera que envuelve a las almas, eléctrica y nublada, relampagueante de instintos y deseos, pero nimbada de una aureola precursora de un nuevo Sol. Conoce el Bien y el Mal o la sustancia y la forma. La sustancia es el bien. En la forma reside el mal. La sustancia es la vida y la libertad; la forma es la ley de hierro. El mal es la forma impuesta a la sustancia por la ley. Destruida la ley, el mal desaparece. Queda el hombre entregado a su espíritu, el hombre libre, iluminado por la gracia. El elegido lo conoce todo, porque antes lo fue todo, desde verdugo a santo. Vive en la intimidad de la noche, como vive a flor de luz. Y conocer es ser.

 

 

        Nadie alcanza la meta en la carrera. No hay destinos concluidos. Lo acabado es una quimera. Hay esbozos. Y por eso persiste la vida, que depende de su incapacidad realizadora, de su esfuerzo inútil y constante, en el sentido de la perfección.

        El Universo es una mancha blanca circular, y en ella todos los puntos son de partida y de llegada, principio y fin, antes y después, a un tiempo.

        Nuestro pensamiento no dirá la última palabra. Esa palabra permanece en el silencio inviolable que es la sustancia maravillosa en que forjamos nuestros sueños. Entran así en el dominio de la existencia, pero en una recepción crepuscular, en donde la existencia se diluye en lo Indefinido. El ensueño humano se adapta a la realidad, dilatándola en nueva expresión idealizada. En este ámbito es donde vive Dios, orientando al hombre y embelleciéndolo, como la eternidad ilumina las horas pasajeras. Es ahí donde los ángeles se nos aparecen.

 

 

        Hacerse humilde es una defensa del pecador contra el pecado, una manera de desarmar al enemigo. La humildad es la forma piadosa del remordimiento; remordimiento de crímenes, propios y ajenos o tan solo imaginados. La caridad debe tener el mismo origen.

        El dolor del remordimiento, alcanzando la mayor altura, se dora de todo el encanto de la inocencia; es la alegría de la aleluya. La resurrección es un prodigo de la muerte.

 

 

        Hay siempre quien duerme, hasta durante un cataclismo o en un naufragio. Hay siempre quien se ausenta de todo y fluctúa en pleno alejamiento. La sensibilidad huye de nuestros nervios y forma a lo lejos una neutralidad vaporosa, nube en la cual flotamos inconsciente de nuestro ser, pero quizá en la conciencia del Infinito. Al despertar, percibimos en nuestra memoria un vago recuerdo nocturno y constelado.

 

 

        El poeta vive dentro de un cuerpo inestable, pero su espectro divino es oriundo de más allá de los astros. Lo rodea figuras de naturaleza etérea: el dolor y el amor, la alegría y la esperanza. Pone los pies en este mundo y en el otro. Trilla piedras y estrellas. Es el poeta de las alturas y el profeta del desierto. Poeta, sueña; profeta, quiere realizar su sueño, porque el profeta es el pariente del orador. Su Dios ha de ser el de la Humanidad contra el Despotismo.

        Para Dios, como espíritu creador, no existe el pobre ni el rico, el débil o el fuerte, ni el bueno ni el malo. Bondad, maldad, pobreza, riqueza, poseen un sentido social artificial. Para Él sólo existe el ser en pleno Cosmos, la ola del mar actuando según sus tendencias naturales, obedeciendo, no a la ley escrita en una tabla, sino a la ley escrita en el Libro de la Vida.

 

 

        La Religión y el Hombre, han hecho quiebra fraudulenta de su prestigio, durante los siglos de historia conocidos, sobre la muda insolencia de las ruinas que acumularon.

        y, sin embargo,

        los dioses siguen reinando. . .

        y el hombre, obedeciendo. . .

        reyes y sacerdotes continuarán en apacentar y esquilmar el rebaño idiota, vuelto a la mansedumbre. . .

        postrado de rodillas, el hombre continuará en adorar dioses tan bárbaros como él, que le impusieron la guerra como deber en nombre de la Patria. . .

        en nombre de la Libertad;

        en nombre de la Civilización. . .

        en nombre de todo lo que destruía y aventaba lejos, con la punta ensangrentada de su bayoneta;

        y continuará en servir esas divinidades inferiores, a las cuales se sacrificó.

 

 

        El Estado, a pesar de doctrinas y partidos, continúa alzando la pesadumbre de su mole administrativa, encerrando en su recinto todas las teorías y todas las paradojas de la opresión, cargando al hombre de tributos y gabelas, llenando el aire con el ruido de sus asambleas de sofistas, y la presión policial, dispuestos siempre a defender un Amo con sus edictos y las puntas de sus pistolas, hechos los sostenes violentos del Trono y del Altar;

        y en nombre del Estado, el hombre continuará siendo enemigo del Hombre.

 

 

        La Libertad, traicionada por todos después de la victoria en las elecciones o en la guerra, volverá a ser como siempre, degollada sobre el altar del orden, y sus apóstoles proscriptos, volverán al destierro o a llorar la derrota de todos sus ideales;

        y en nombre del orden y de la Libertad, el hombre continuará en ser el enemigo del hombre.

 

 

        El hombre de hoy, en nada superior al hombre de los tiempos más remotos, continúa y continuará en combatir y morir, como en tiempos de Pericles y de Moisés, por los mismos dioses inertes y feroces, por los muros de sus ciudades crueles, por las mismas esclavitudes ascentrales, por las cuales murieron sus mayores;

        si los dioses siguen en pie;

        si la Patria queda en pie;

        si el Poder queda en pie;

        ¿por qué extrañar entonces, que los hombres se preparen siempre para combatir y morir por ellos o contra ellos?

        si las fuentes del odio entre los hombres quedan vivas, ¿por qué extrañar que ríos de sangre vuelvan a inundar la Tierra?

        desde los tiempos míticos, las guerras entre los pueblos han tenido los mismos orígenes;

        defender o imponer sus creencias religiosas;

        defender o imponer sus leyes;

        defender o imponer sus amos;

        por eso han sido;

        por eso son;

        por eso serán;

        las guerras de ayer, de hoy y de mañana . . . .

 

 

        Estoy tratando de pensar y narrar la marcha de los pueblos hacia la libertad, en esta noche sin senderos y sin orientaciones fijas, donde las predicciones ante el nuevo siglo que está a nuestras puertas, se rompen contra el escollo de lo desconocido en perspectiva;

        pongo oído atento a la palpitación de las arterias del mundo que se desangra entre la guerra y el hambre, tratando de adivinar lo que siente ese mundo que va a morir . . .

        trato de orientarme en el vuelo de las ideas, que cruzan vencedoras o vencidas, por este horizonte de tragedia, escapadas al crepitar de las hogueras;

        era en las entrañas de sus víctimas, donde los agoreros antiguos leían el porvenir;

        ha sido en las entrañas de los acontecimientos, donde los han leído los filósofos y los historiadores de todos los tiempos;

        los tiempos actuales son turbadores, y los cielos poco serenos para el vuelo de las profecías.

        El futuro es el hijo del pasado;

        el presente, es un campo de interrogaciones  . . .

        y, el mundo tiembla ante este interrogante, inmenso como un pórtico de cielo.

 

 

Hoy he visto en T.V. una multitud indignada, venida desde muchos puntos del planeta, para protestar en Seattle ( EE.UU.), en la Conferencia Internacional del Libre Comercio, ante las medidas liberatorias que se van a adoptar para esclavizar, aún más si cabe, a los países pobres y dependiente de los más ricos. Con amargura escribo estas reflexiones, mientras me afirmo en mis convicciones sobre un planeta derrumbándose bajo las botas de los militares y el dinero comprando conciencias y voluntades al más bajo precio.

 

 

        ¿Qué todo en la vida es símbolo?

        Entonces. . . ¿dónde está la realidad?

        la miserable o gloriosa realidad, que buscamos en la vida  . . .

        no;

        atrás la utopía;

        miremos frente a frente:  el hecho  . . . .

        salgamos del mundo abstracto de los fantasmas, y miremos al hombre;

        suprimida por absurda toda idea de dinámica clerical, es el motor humano el que actúa, produciendo acontecimientos, desconcertantes es verdad para la débil visión inmediata de ellos, pero no carentes de la lejana y abstrusa lógica de los siglos . . . .

        imantados por la fatalidad, los acontecimientos, que son como partículas dispersas y móviles de un Cosmos invisible, se producen, se juntan, y hacen su aparición inesperada, a la hora inmutable, que en el cuadrante de los siglos les estaba marcada desde la eternidad.

Un tirano que cae de su tribuna abatido por la cólera pública, y una hoja que cae del árbol sacudida por la brisa;

        un país que desaparece tragado por las aguas de los huracanes, y una gota de agua que desaparece absorbida por el calor de la tierra;

        una civilización que muere y una flor que se deshoja. . .

        no hacen sino obedecer a las leyes inmutables de la Naturaleza;

        a la voluntad del Supremo Infinito que rige el mundo . . . .

 

 

 

 

        Es verdaderamente inútil hablar de la Vida al mundo, cuando todos parecen haber renunciado a ella, para precipitarse locamente, en los brazos de la muerte;

        locamente  . . . .

        estérilmente  . . . .

        ¿qué ha surgido hasta hoy de ese hacinamiento de pueblos, caídos en el sepulcro?

        nada  . . . .

        hasta hoy, no ha habido, aparentemente, sino un vencido: Dios;

        los hombres y los acontecimientos lo han vencido, dando cuenta de su bondad, de su misericordia, de su omnipotencia;

        ¿dónde están esos atributos, que no vienen a salvar los hombres en esta hora de demencia, en que el mundo desaparece envuelto en la tempestad de la guerra, el hambre, el vicio . . . . ?

        ¿han desaparecido arrebatados por este torbellino de egoísmos criminales surgido del corazón abierto del Caos?

        ¿dónde están que no vienen a iluminar este cielo de desastres, extendiendo sobre el Arco Iris de la Paz?

        Lo primero que ha sido decapitado es la Verdad;

        y con la cabeza de la Verdad entre las manos, se presenta el Poder al mundo para engañarlo;

        y el rostro de la Verdad, muerta bajo el hacha, enrojece de vergüenza;

        de todas las soberanías que hemos destruido, la más augusta ha sido la soberanía de la Verdad;

        es necesario volver la Vida a la Verdad;

        volver al reinado de la Verdad;

        y que la primera palabra de la Verdad, sea ésta:

        la guerra, el hambre y el vicio, no han sido nunca ideales ni principios;

        fue y es: una guerra de intereses;

        esa matanza de hombres, que ha hecho desbordar el cántaro de la sangre en las manos del Ángel de la Muerte;

        ese derrumbamiento de hombres y pueblos, muriendo de hambre como el morir de olas sobre playas interminables;

        ese espectáculo de drogas, prostitución, alcohol y locuras, no tuvo por origen, y ni tiene por fin un ideal;

        el alma de este hecho monstruoso, ha sido y es, un interés material;

        no hay guerra entre dos ideales, sino una guerra entre dos intereses ;

        no hay choques de culturas para dominar el alma del mundo, sino un choque entre dos comercios para dominar los mercados del planeta;

        sobre todas esas banderas en que el cándido idealista ha bordado leyendas de gloria, con la sangre de los hombres y el hilo de luz de las estrellas, flota una bandera comercial, con esta única inscripción :  “ Made in  . . . .”

        y a la sombra y en defensa de esta marca de fábrica, combate y muere el mundo.

 

 

        Tenemos un mundo invadido por cartagineses sin Aníbales y sin victorias, disfrazando con razones sentimentales, las razones netamente comerciales, que los hicieron aspirar a ser en la paz los árbitros del mundo;

        a nadie engañan las prosas simoniacas, empeñadas en arrojar, por medio de su diplomacia, a las narices de los pueblos en paz, el polvo lacrimógeno de su elocuencia sentimental, para hacerlos llorar;

        el mundo no se engaña;

        al menos, los pensadores y los escritores, que merecen el nombre de tales, no pueden engañarse ; no quieren engañarse;

        ellos saben que el nombre auténtico de todas las guerras son “Guerras Comerciales“;

        por eso, la paz entre las naciones, no será nunca un hecho;

        sobornan la victoria y se preparan a sobornar el porvenir;

        no hay que culpar al mundo, de que no enrojezca aún de esta tentativa de pillajes futuros;

        sírvale su dolor, de excusa a su silencio;

        ¿esa es la civilización, esa la libertad, que se nos ofrece?

        ¿es para hacerse siervo de Wall Street de Nueva York, de la Bolsa de Tokio, que el mundo ha estado luchando durante siglos?

        mejor estaría convertido en un globo de cenizas, que gimiendo en esclavitud bajo las botas herradas de los abanderados del Sol Naciente o de la casaca estrellada del Tío Sam, hechos los nuevos soberanos de la Tierra.

        Cualquier política que no sea la de una absoluta y tenaz oposición a esta invasión de intereses, será una política de imprevisión, de política suicida;

        ella nos llevaría a la desaparición  . . .

        ¿cómo pueblos?

        ni siquiera como tribus;

        los historiadores no hallarían nuestras nacionalidades en su camino, como los antiguos viajeros, hallaban los leones crucificados en los caminos de Cartago  . .  .

        seríamos un pobre campo de bellotas, aventadas lejos por el hocico de los cerdos;

        eso;

        y, nada más.

        ¡Qué triste es el hombre!  A veces, lo veo como un buscador de abismos, donde seguir hundiéndose más, en una caída cósmica, sin fin.

 

        Echemos nuestra ciencia al fuego y nos producirá al fin algo bueno, como la simplicidad de las cenizas. Las sutilidades intelectuales son de poco valor con respecto al conocimiento del mundo total.

 

       

        La resignación es como la renuncia a la Verdad y el Amor, pues nos mantiene en la miseria que nos separa de la Vida.

 

 

        El sabio y el loco ignoran el miedo, sin embargo uno domina a la muerte y el otro es su alimento. Lo absurdo libera de sus prisiones al espíritu.

 

       

        Es el exceso del amor que nos conduce de nuevo a nuestro Dios interno; jamás la mediocridad satisfecha de ella misma.

 

 

        El viviente va a los muertos para hacerlos resucitar, pero éstos intentan estúpidamente matarle, pues no reconocen la luz que habita el Universo.

 

 

        La sabiduría última es como la inocencia primera, con la sola diferencia de que una se conoce y que la otra se ignora. Aquel que verdaderamente tiene razón jamás intenta probarlo, pues sabe que ni la misma desgracia es comprendida.

 

 

        Pocos hombres se perfeccionan en la paz, pues muchos se aburren y se ablandan en ella; y pocos son enseñados por la desgracia, porque casi todos se endurecen y se desesperan en ella.

 

       

        Observemos el espectáculo del mundo hasta reír o llorar, pero no participemos jamás en él seriamente, so pena de perdernos en su noche.

 

 

        El mal no tiene existencia intrínseca, aparece como el freno de toda parcela de vida que se aleja de la fuente del bien eterno, que es el Ser Dios. Corrección para los demás, injusticia para sí mismo; tal parece la vida para el ignorante.

 

 

        La Vida sonríe ante la rebeldía de los hombres, pues sabe que el Tiempo los volverá más sabios y más amantes, después de su migración en las tinieblas de la ignorancia. Aquél que conoce y posee la Verdad, no se fatiga en tener razón contra cualquiera.

 

 

        El sabio conoce muchas cosas, pero no posee ninguna. Es subiendo y descendiendo que descubrimos el movimiento y el reposo. Y adquirimos consciencia en la separación, en la ausencia y en el retorno;

        permanecemos en la unidad, pero somos varios en el mundo, según los lugares y según los tiempos;

        el hombre siembra y es la mujer quien da a luz.

 

 

        La realización del deseo está en función de la precisión de la imagen concebida;

        del poder de proyección del deseo;

        de la regularidad paciente de la voluntad.

 

 

 

 

        La única perfección es ascenso, descenso y reposo;

        he admirado la paciencia luminosa de la Vida;

        y alabo al que la madura hasta el reposo de la muerte.

        Para los que no han visto, ni la han oído, ni reconocido,

        la sabiduría es como una maldición.

 

 

        Me admira la inteligencia del agua;

        y la memoria de la tierra;

        las dos forman el cuerpo y el espíritu del Universo.

        Pero es el amor del fuego quien da el alma viviente.

 

 

        La expresión más realizada del amor, es la generosidad;

        y la paciencia hacia todos los seres de la creación.

        Tomemos ejemplo de la Vida que comemos y que nos come,

        enseñando la luz de la sabiduría a los seres extraviados en la muerte.

        La aceptación, el desapego y el olvido de sí,

        son la perfección del Amor.

 

 

        El hombre que quiere evolucionar, debe liberarse:

        de las ligaduras del pecado;

        de las cadenas de la virtud.

        Los maestros han sido tratados de orgullosos por aquellos que no podían seguirle;

        pero ellos sonríen sin responder;

        saben que se han olvidado de sí para siempre.

        Su sabiduría no ha empezado y no acabará jamás.

 

 

        El débil que dice sí y que no actúa nunca,

        amontona el desprecio de sus semejantes;

        es como una tabla podrida:

        no sirve ni al agua ni al fuego.

 

 

 

 

 

        El intelecto es como una espada llameante y que da vueltas;

        nos prohíbe la entrada del jardín de Edén;

        el Árbol de la Vida está plantado en el centro del jardín del paraíso,

        pero el Árbol del Conocimiento del bien y del mal,

        crece a caballo sobre el muro de separación.

        Medita sobre la nada de donde ha salido el todo.

        Tú eres el término medio del Universo graduado,

        y la expresión de su mayor misterio.

        Has sido hecho de la mejor parte del cielo y de la tierra,

        y si fueras limpiado de tu suciedad,

        te verías resplandecer como las estrellas,

        como la Luna y como el Sol.

 

 

        El “descubrimiento de la inmortalidad” consiste en que tú mismo

        debes encontrar y descubrir esta verdad;

        pues si alguien no cree en una verdad que tiene ante sus ojos,

        en vano la buscará en otras personas.

        La muerte no es otra cosa que la vida misma;

        y el ser humano no sólo no debe morir,

        sino que además no puede hacerlo.

 

 

        Cuando veo una boda;

        la novia con el ramo de flores, y el novio con la flor en el ojal;

        me parecen dos víctimas adornadas floralmente;

        participando en un teatro;

        obligados por la tiranía de las todopoderosas costumbres.

 

 

        Sea lo que fuere lo que quisiéramos hacer o conseguir en esta vida;

        sea lo que fuere lo que el destino nos deparara;

        todos los seres humanos caminamos en una única dirección.

        ¡No podemos ir en otra dirección, sólo en ésta,

        que desemboca en la muerte!

 

 

 

        Los seres humanos actúan como si todo fuera a durar eternamente.

        La mayoría vive como si nunca fueran a morir;

        como si las personas a las que aman tampoco fueran criaturas mortales.

        Sin reconocer que toda vida en común aquí en la tierra,

        es un regalo de escasa duración.

        En mi conciencia está presente la certeza

        de que en el mismo momento en que tenía algo,

        ese algo ya estaba perdido,

        pues tendría que tener un final.

        Tampoco sabía,

        que este estado en el cual el ser humano se siente como en un desierto

        y grita hacia el fondo de su alma

        buscando ayuda;

        es el primer paso hacia la liberación.

 

 

        Cuando cese tu ceguera espiritual;

        entonces también verán los ojos de tu cuerpo.

        Las sombras interiores

        provienen de ver la muerte en todas partes;

        de no comprender el sentido de la vida

        ¡Busca una satisfacción duradera!

        ¡Busca una unidad verdadera, que dure para siempre!

        Busca la unidad en la cual tú y lo que amas seáis idénticos.

       

 

        Ansío la felicidad desde el momento en que nací al conocimiento.

        ¿Por qué persigo un imposible?

        Porque sé, porque tengo la certeza de que existe, aunque no sé cómo.

        ¿Qué me impide alcanzarlo?

        El cuerpo.

        Añoro esa unidad. En alguna forma, ya he gozado de ella;

        pero la he perdido.

        ¿Puede ser posible que exista y haya tenido que salir de esa unidad,

        precisamente por el hecho de nacer en un cuerpo?

        La sexualidad es el más grande de los engaños.

        La naturaleza nos promete algo maravilloso, grandioso,

        la máxima dicha, la realización misma,

        pero nos arrebata las fuerzas;

        perdemos energías;

        terminamos sintiéndonos como un mendigo.

        “Hombres y bestias quedan tristes después de hacer el amor “.

        Cuando esa atracción se satisface surge un vacío,

        y cada uno vuelve a estar solo,

        desesperadamente solo, eternamente solo  . . .

 

 

        La religión habla del Más Allá,

        pero los sacerdotes quieren que creas ciegamente en dogmas;

        y ni siquiera ellos mismos comprenden;

        o explican cuentos de hadas sobre un Reino de los Cielos;

        y les parece suficiente para satisfacernos.

 

 

        ¿Muerte?

        ¿Por qué veo sólo una cara de la realidad?

        ¿Qué revelan los árboles y toda la naturaleza en primavera?

        ¡Vida! 

        ¡Siempre vida!

        Vida y muerte se suceden cíclica, eternamente.

        La muerte es sólo la otra cara de la vida.

        La vida es el ser eterno: la fuente del ser eterno.

        La vida no cesa, se viste con un nuevo cuerpo, sigue un ritmo eterno,

        como todo lo que existe en el universo vive y se mueve

        siguiendo un ritmo;

        desde el movimiento de los cuerpos celestes

        hasta la respiración y los latidos del corazón de todo ser vivo.

 

 

        El ser humano es capaz de asumir, sentir y manifestar su propia voluntad,

        extraída de los complejos aspectos ocultos,

        en lo más profundo de su subconsciente.

        Esta es la razón por la cual tantos se sienten engañados;

        pues no tienen ni idea de sus propias fuerzas latentes.

        Pensemos.

        Si la voluntad de un ser humano es capaz de levantar el brazo de otra persona,

        esto es, capaz de dominar la fuerza de atracción terrestre,

        ¿cuáles son entonces los límites de lo posible?

        Depende de lo fuerte y poderosa que sea la voluntad.

 

 

        Cuando se me abren las puertas del alma humana,

        veo con espanto qué abandonados y solitarios deambulan los hombres;

        envueltos por las hondas tinieblas de la ignorancia.

        Cuando alguien busca algo seriamente

        y concentra todo su ser en esta búsqueda,

        siempre recibe la ayuda de la Providencia.

        ¿Dónde pueden encontrar ayuda?

        ¡Dentro de sí mismos!

        Comprender que lo malo es que todos esperan ayuda de fuera,

        y como todos esperan auxilio y nadie lo da, ninguno recibe consuelo.

        Si todos dieran ayuda, cada ser humano obtendría la ayuda que necesita.

       

 

        Evolucionar significa deber y sacrificio.

        Estar siempre atento, ver de no dar ni un solo paso contra las leyes eternas.

        Todas las tentaciones que hasta ahora no hemos resistido

        nos volverán a acosar,

        volverán a aparecer en nuestra vida,

        y pobre de nosotros si no las resistimos.

        Ningún mortal puede jugar con fuerzas divinas.

 

 

        Cuando quise dejarme caer conscientemente en la Nada,

        el espacio de pronto se dilató y el Infinito se abrió ante mi atónita mirada.

        En ese Infinito vi un larguísimo camino, serpentino,

        en cuyo final, más allá de todo lo perecedero,

        ya en la eternidad,

        una figura apareció entre la luz cegadora y extendió sus brazos hacia mí

        con indecible amor.

        Sobre el camino avanzaban lentamente unas criaturas ovaladas,

        semejante a huevos primero,

        después la impresión de ser un rebaño de ovejas sin ovejas,

        solamente distinguía los redondos y suaves lomos;

        yo, de pie, en el comienzo del sendero, les mostraba el camino;

ellas se movían lentas, cadenciosas, hacia la figura luminosa que esperaba con los brazos abiertos;

        las que llegaban a Él penetraban en su luz y desaparecían;

        se fundían en ese resplandor.

        El brillante sendero era como una corriente infinita y eterna,

        de figuras ovaladas, que me parecían almas . . . .

        yo les mostraba el camino . . . .

        y nunca cesaban de fluir.

 

 

        ¿Qué es una forma real?

        Únicamente el resultado y la envoltura de fuerzas que modelan el cuerpo.

        La fuerza es, pues, la causa;

        el cuerpo material es sólo el efecto.

        ¿Cuál es más importante y real?

 

 

        Una madre no cuida a su hijo por amor al niño,

        ¡sino por amor a ella misma!

        No es por amor a él sino por amor a sí misma,

        por la que tiembla ante la posibilidad de perderlo.

 

 

 

 

        ¡Qué inocente es el ser humano, ignorante!

        Pero toda persona adulta puede caer en el infantilismo

        de querer salvar a los demás;

        en lugar de salvarse primero a sí misma.

        Aún no están curados y ya quieren hacer feliz a la gente.

 

 

        ¿ Te has ejercitado alguna vez en el arte desprovisto de arte?

        Practica, practica, practica . . . . y serás un artista del Arte Real,

        del arte que está por encima de todas las demás artes.

 

 

        El demonio de la peste es un monstruo negro:

        por eso a la peste se le llama “la muerte negra”.

        El espíritu de una enfermedad generalmente mortal

        es un demonio amarillo:

        por eso hay una enfermedad conocida como “fiebre amarilla”.

        El espíritu de la lepra tiene cabeza de león;

        es sabido que a los enfermos de lepra se les reconoce por esa expresión.

        La neumonía es provocada por un demonio de color rojo, hecho de fuego.

        Cada enfermedad proviene de un demonio determinado.

        El ser humano es un imán viviente cargado de energía.

        El foco de la energía vital es la columna vertebral, la médula.

 

 

        Para poner en marcha el proceso de una materia,

        el ser humano necesita de su energía vital.

        Pero cuando agota esta fuerza a través de sus órganos sexuales,

        hace que estos centros nerviosos necesarios para irradiar la energía vital,

        en su forma original, no transformada,

        pasen a un estado latente.

       

 

        Muchos piensan que la mayor felicidad que se puede adquirir

        es la satisfacción de los instintos sexuales.

        ¿Cómo pueden conocer la enorme fuerza que posee un ser humano

        si ni siquiera lo intentan?

        Esa fuerza no puede adquirirse ni con dinero ni con poder.

        El precio es la renuncia.

        Pero quien paga ese precio descubre luego que no ha renunciado a nada,

        pues ha cambiado lo mortal por lo inmortal,

        la felicidad perecedera por la eterna.

        Pero la razón no puede abarcar estos misterios.

        ¡El Espíritu no puede ser comprendido, sólo puede ser vivido,

        sólo se puede ser el espíritu!

        Las puertas están abiertas para cualquiera que encuentre la llave.

 

 

        Leer sólo sirve para saber qué es lo que hay qué hacer.

        Si quieres alcanzar tu YO, es necesario actuar.

        Dónde, hacia dónde y por qué, es la cuestión vital.

 

 

        Estoy en un proceso al que llamo vida, pero no es más que apariencia y “sueño”;

        aquí todo se escapa de mis manos;    

        no puedo disfrutar eternamente de nada;

        todo es sólo un puente entre el pasado y el futuro.

        Pero yo quiero vivir el presente.

        El presente que nunca será pasado y nunca ha sido futuro.

        Y quiero encontrar aquel “lugar”, o aquel estado.

        que nunca ha sido “allí” antes de mi llegada a él;

        pero que será llamado “aquí” cuando yo entre en él;

        y sin embargo no es “aquí” pues no estoy en él,

        pero si paso de largo volverá a transformarse en “allí”.

        Quiero vivir el presente eterno en el tiempo y en el espacio.

 

 

        Hoy recuerdo tus ojos.

        Me parece verlos de cerca, tan verdes, que me subyugan:

        Son de un verde tan claro, que me parece el agua del mar.

        Cuando los miro, hay en mí una oscuridad abismal, profunda,

        infinita como la misma bóveda celeste.

        Cuando observo los ojos de las hijas de los hombres,

        puedo ver fácilmente dónde terminan.

        En sus ojos veo sus almas, todo su carácter.

        Veo ojos individuales.

        Tus ojos son diferentes. No tienen final;

        verlos es como perder la mirada en el vacío de un cielo poblado de estrellas.

        En estos tus ojos no hay nada personal, nada individual,

        tan sólo una profundidad infinita donde la eternidad se detiene.

        Todo el universo, toda la creación yace en estos ojos.

       

 

        Adquirir conciencia de las fuerzas divinas y creadoras

        en el nivel más bajo de la escala de manifestaciones significa:

        experimentar el amor carnal.

        El amor también es la manifestación de la fuerza creadora de Dios;

        y, por tanto, es tan fuerte como Dios mismo.

        No puedes anularlo, sólo podrías transformarlo.

 

 

        Muchas veces experimento conscientemente la energía vital,

        la fuerza creadora del Ser eterno,

        en cada una de las etapas de mi evolución;

        y, la vibración original, sin transformaciones.

        Debo aprender, lenta y cuidadosamente, a preparar, despertar y dominar,

        la energía vital que emana de mi columna vertebral,

        transformar sus vibraciones,

        adquiriendo conciencia de un determinado nivel

        donde mi existencia se desarrolla.

 

 

        El ser humano cree que siempre debe tener un motivo

        para estar alegre o ser feliz.

        Siempre imaginamos tener una motivación.

        Todo estado de conciencia proviene de nosotros mismos,

        surge siempre de nuestro interior.

        Cada uno proyecta hacia fuera su propia actitud.

 

 

        Mediante la concentración el pensamiento pasa a ser un estado de existencia.

        Lo creado vuelve al creador.

        La concentración es un paso entre el mundo proyectado y el Ser.

        Tres son los caminos:

        intelectual, sensorial y espiritual.

        El pensamiento es el puente que lleva de la ignorancia a la sabiduría.

        Ampliar conocimientos radica precisamente en el pensar.

 

        No se piensa en aquello que uno mismo es,

        ni tampoco se siente,

        porque uno es lo que es;

        no se habla de lo que uno es,

        sino que todo lo que uno dice, piensa y hace

        es expresión de aquello que uno es.

        Piensa en lo que eres, después siéntelo

        y, finalmente, ¡sé lo que eres!

        Nunca has podido ser lo que eres.

        Observa a la gente y te darás cuenta de que no son como realmente son,

        sino que se identifican con pensamientos, sentimientos y

        papeles de su rol en este planeta.

        Han caído fuera de sí mismos,

        son seres hechos sólo de apariencias.

        Únicamente en los ojos de los niños se puede reconocer aún el brillo,

        la luz del auténtico Ser.

        Hemos arrojado nuestro Yo al exilio del inconsciente.

        ¡La razón es la culpable!

        ¡Tienes que ser lo que eres dentro de tu verdadero ser!

        Ser tu verdadero ser y saber callar.

 

 

        La auténtica purificación es amar,

        contemplar, conocer, poseer y reposar.

 

 

        Los mediocres piensan que tienen miedo de la muerte;

        pero, en realidad, es la vida la que temen por encima de todo.

 

 

        Un poco de polvo deslustra una joya de oro;

        y, un pequeño defecto,

        disimula a veces un gran hombre.

        No puedo cambiar mi naturaleza,

        pero he de aprender a saber purificarla y madurarla plenamente.

 

        La mediocridad es no dar y no recibir libremente;

        es no amar y no aumentar;

        es no tener generosidad ni don alguno;

        es odiar la grandeza, la belleza, el genio, la pureza;

        es estar separado de la gracia y privado del amor;

        es pensar y actuar con ruindad;

        es ser débil y cobarde en todas las circunstancias de la vida;

        es oprimir el interior y ser aplastado por el exterior.

 

 

        Todo lo que hacemos con amor,

        es d¡ferente;

        y está exento de vulgaridad.

 

 

        No hay reposo sin conocimiento.

        No hay conocimiento sin amor.

        No hay amor sin la gracia.

        No hay gracia sin entrega.

 

 

        La primera rebeldía nos exilió sobre la tierra;

        la segunda, nos llevó a instalarnos confortablemente en ella;

        la tercera , nos hará renunciar a este mundo

        y nos llevará de vuelta a la causa original:

        la casa del Padre.

 

 

        Lo que fecunda tiene espíritu solar;

        lo que alimenta, permanece en la tierra;

        lo que libera se mueve en el cielo;

        lo que unifica reposa en el corazón.

 

 

 

        Dios no me pide que agrade a nadie;

        me dice constantemente ser simple y verdadero.

 

 

        Corresponde a cada uno de nosotros

        despertar a Dios en sí con su fe particular;

        ser paciente y dulce, intrépido,

        voluntaria o incluso violentamente;

        pero siempre animado por el fuego del amor.

 

 

        Incluso el sabio

        que conoce la finitud del soporte de las cosas de este mundo,

        llora algunas veces como un niño

        ante el dolor de las separaciones.

        Lloré ante la presencia de mi madre muerta,

        aún sabiendo que su amor no era para siempre.

 

 

        Utilicemos modestamente los bienes de este mundo

         a fin de no privarnos de lo necesario;

        y a fin de no ser excluidos de la abundancia eterna,

        por otra.

 

 

        Los mediocres en el poder

        derriban a un pueblo,

        con más seguridad que podrían hacerlo todos sus enemigos.

 

 

        Despojemos de sus bienes

        a los que nos recomiendan la miseria;

        apaleemos a los que predican la resignación,

        para ver si dicen la verdad.

 

 

        Aquél que no tiene la paciencia del agua,

        la constancia de la tierra,

        la sutileza del aire,

        y la pureza del fuego,

        todo lo une y separa,

        no conocerá la gloria de la vida.

 

        El trabajo es una cadena y un grillete

        impuesto al orgullo y a la rebeldía del hombre caído en la materia;

        el dolor es un bozal y una brida

        puestos a la mentira y a la desobediencia.

 

        El pasado es como el tiempo de la locura;

        el presente es como el tiempo de la ignorancia;

        el futuro es como el tiempo de la ilusión.

        Solamente la verdad es como la sabiduría eterna.

 

        La violencia puede dominar el mundo durante un tiempo,

        pero no podría convencer a nadie.

        Aceptarla no es dejar caer las manos y esperar;

        es hacer bien lo que se debe,

        sin considerar el resultado;

        estar desligado del poder no es ser insensible:

        es dejarlo venir todo y dejarlo ir todo.

        Reposar, es no inmiscuirse en la marcha del mundo

        ni en los asuntos de los hombres.

        Recordemos a Lao-Tsé :

        “Para recibir el reino, el único medio es no hacer nada para ello.

        Mientras se actúa para llegar a ello,

        no se puede ganar el reino “.

 

 

        No existe conocimiento si la unidad no se divide en dos mitades:

        una manifestada y otra,

        su reflejo, no manifestada,

        de modo que ambas se hagan perceptibles mediante la comparación.

        Cuando surge una montaña,

        un valle debe nacer como su imagen negativa.

        ¿Cómo es posible una montaña, si no existiera un valle?

        Nunca algo se puede hacer perceptible,

        sin que al mismo tiempo lo opuesto complementario,

        esté presente.

        Aunque permanezca no manifestado.

 

 

        Creación significa:

        una mitad separada de la totalidad, cognoscible;

        y, otra mitad oculta, complementaria.

        Por eso nunca encontramos a Dios,

        ni aún reconocerlo,

        porque Él no tiene con qué compararse.

 

 

        Comer algo, significa “hacerse idéntico” a ese algo;

        pues estás compuesto de aquello que comes;

        eres aquello que comes.

        Por eso soy vegetariano;

        elijo lo que quiero ser.

 

 

        Has de ser siempre como tú eres;

        tanto si te degradan como si te glorifican.

        Escoge siempre lo mejor;

        que nunca te satisfagan las mediocridades.

        Debes ser capaz de distinguir lo bello de lo feo,

        lo bueno de lo malo,

        lo verdadero de lo falso.

        Quien carece de discernimiento es instrumento inútil para cualquier obra.

 

 

        Reconoce que no posees nada.

        Tanto si vives en la pobreza,

        como entre las mayores riquezas;

        ten siempre presente que no posees nada en ninguna parte;

        administra lo que tienes porque nada es de tu propiedad.

        Solamente posees lo que puedes llevarte después de haber muerto.

 

 

        No ames a las personas;

        ama lo divino que hay en ellas.

        Una persona es un instrumento de manifestación divina.

        Ama a Dios en todo ser humano, así nunca te atarás a nadie.

 

 

        El amor más elevado y divino

        es el amor absolutamente indiferente.

        Lo bello no puede existir sin lo feo.

        Así, ama a todo por igual.

        El amor sólo puede actuar por amor.

 

 

        La retórica es el mono de la oratoria como la crítica es el macaco de la literatura;

        ambos son hechos para hacer reír;

        la retórica sabe como se pronuncia las palabras, pero  . . . . no sabe pronunciarlas;

        el crítico, sabe como se escribe un libro . . . . pero, no sabe escribirlo;

        ambos, son a la oratoria y a la literatura, lo que un feto es a la vida:

        un embrión.

        Los dos son productos morbosos de la impotencia intelectual;

        el uno es la cristalización de la fatuidad;

        el otro, es la materialización de la envidia;

        ambos son el tipo completo de la mediocridad.

 

 

        Un hombre libre, es un libertador;

        porque su ejemplo es bastante para romper las cadenas,

        aun las más pesadas de los hombres;

        he ahí, por qué ese espectáculo raro:

        un Hombre Libre;

        no lo soportan los tiranos, los déspotas, los mediocres,

        y es lo primero que tratan de destruir,

        y de suprimir de la vista de sus pueblos.

        Un hombre libre es más que un ejemplo, un peligro;

        suprimirlo es un deber de conservación;

        cuanto más bello es un gesto, es más temible,

        si se dirige contra el mal;

        mientras más solo, más grande aparece este hombre;

        sin amigos;

        su soledad aumenta la amplitud de su gesto;

        cada verdad que aparece sobre la tierra, no aparece sino en la cima, que se llama los labios de un hombre libre.

        Se le lapida siempre . . . .

        no se le prostituye jamás . . . .

        y se complacen en insultar lo que no ha podido sobornar.

        Son raros en estas horas, son escasos estos hombres,

        pero, aparecen como meteoros, en el cielo radiante de la historia,

        y la libertad surge como un alba, de los mares profundos de sus labios.

 

 

        Lo que distingue a un Hombre de los otros,

        es el desdén del triunfo;

        lo que distingue a la mediocridad, es la sed del éxito;

        amar el suceso, es la característica del hombre vulgar;

        obtenerlo, es su consagración definitiva;

        por eso ama tanto el reclamo, que es la voz asalariada de los factores de la celebridad barata;

        ¿por qué tienen los mediocres tal sed de reclamo;

        porque sin él, morirían en la oscuridad;

        tienen necesidad de ser anunciados.

        Un pantano, vive ahogado de silencios, y necesita ser descubierto;

        el mar, vive poblado de clamores, y él mismo se delata, con el grito de sus olas.

        Los mediocres obtienen la celebridad;

        el Hombre, obtiene la inmortalidad;

        los mediocres, pueden llegar hasta el renombre;

        el Hombre, llega a la Gloria.

 

 

        Hoy he estado frente al mar . . . .

        sobre las ondas de ese mar en duelo,

        avanzaba una forma blanca y grave, como un fantasma andado sobre las olas,

        y llegó hasta la playa donde velan los marineros,

        como un rayo de luna sobre el valle,

        a la hora melancólica en que duermen los rebaños;

        el mundo se iluminó de esa alba inquieta, como un amanecer de fiebre;

        una angustia profunda poseyó mi alma,

        de las entrañas de esa hora, nació un pensamiento:

        es la hora de sembrar;

        todo va a morir . . . . todo va a nacer . . . .

        seamos como alondras de esa aurora,

        que anuncien al mundo esta hora de renacimiento.

 

 

        Afirmar, es crear;

        se puede tener una filosofía, como se tiene un yate, para hacer exploraciones por el mar de lo desconocido; 

        y como toda filosofía es personal, toda verdad lo resulta también, por haberla visto a través de nuestra manera de pensar, es decir, de nuestro temperamento;

        hay hombres que filosofan como pescadores en el misterio, que no aman sino los peces muy delicados, de escamas multicolores, que caen en su red; los demás, los devuelven al mar tenebroso;

        los tiburones los asustan y morirían de miedo, si uno solo hubiese mordido en el cebo de su anzuelo;

        creadores de hipótesis, gustan de prolongarlas indefinidamente, y enviarlas lejos de sí, como quien coloca naves de papel, sobre las ondas de un río . . . . y esperan que le volviesen transformadas en verdades  . . . . por aquello del eterno regreso, que les es siempre tan amado;

        el cómo de las cosas, es todo para ellos; el por qué, de las cosas, les es casi indiferente;

        ¿es que la Naturaleza, nos lo revela?

        sus soluciones, son quimeras convencionales;

        las filosofías, sistemas personales;

        toda idea, un juego de emociones;

        el mundo está en nosotros.

 

 

        ¿Qué cosa es la verdad?

        ¿no sería mejor decir que no hay nada verdadero sino lo bello?

        y, ¿qué es la belleza?

        ¿la sientes?  eso basta;

        las cosas de esencia superior no se definen;

        la verdad, como la belleza, se llevan en sí; nada, ni nadie, puede dárnoslas;

        ellas reinan en átomos sobre nuestro corazón, y lo dominan;

        la verdad de cada uno, es la sola verdad;

 

la belleza, que está en nuestro espíritu, es toda la belleza;

        y el mundo, no es a nuestros ojos, sino un reflejo de ambas.

 

 

        La democracia es el reinado oscuro de la incomprensión que asola, de la envidia vencedora y del odio ciego a toda superioridad;

        un hombre verdadero no puede ser demócrata, sino por espíritu de sacrificio.

 

 

 

        El hombre común de mi época, tiene la facultad de mirar, pero no tiene la facultad de ver el lado bello de las cosas que contempla;

        lo sublime, escapa a lo limitado de su comprensión;

        tiene el horror de las cimas, porque la facultad del vuelo le ha sido vedada;

        todo esfuerzo hacia la altura lo fatiga, y tiene una pasión de rumiante, por aquello que está a la altura de su hocico;

        su torpeza de vaca ciega, no le permite ver más allá de los lineamientos materiales de las cosas muy cercanas;

        las lejanías del ideal escapan a su vista; es incapaz de percibirlo, se conforma con negarlo;

        todo lo desmesurado lo indigna;

        su ética y su estética, a ras de tierra, no tiene ojos sino para las cosas pequeñas y rutinarias;

        la pasión de lo mediocre, lo posee como una fiebre;

        el hombre sin personalidad y la obra vulgar, lo llena de un regocijo cándido y admirativo, que le viene de su propia pequeñez;

        lo admira porque lo comprende;

        tienen la misma talla mental, y su admiración, es una fraternidad;

        tiene horror a lo grande y la idolatría a lo convencional;

        es una orfandad de luz, más profunda y más espesa que la que rodea a aquellos que están privados de los ojos materiales.

 

 

        La cólera del tirano, se hace epiléptica al ver que con el patíbulo, las ideas se podan y no se extirpan;

        se encarniza contra los hombres, viendo que no puede devorar las doctrinas; y queda anonadado de cólera, al ver que las ideas no se guillotinan;

        tiene el odio a la libertad, espontáneo, y efervescente;

        hace del oro su estilo, comprando delatores contra la virtud;

        buscador incesante de hechos pequeños, para deducir pequeñas consecuencias;

        es un buscador de alfileres en la noche; empeñado en hacer odiosa la grandeza de los otros, no ha logrado sino hacer repulsiva su propia pequeñez.

 

 

        Entro en mi soledad, levantando mi tienda en los mismos desiertos de la aurora, a la sombra de las alas de los astros, bajo el beso nupcial de las estrellas;

        y en el mismo rayo del Sol, prendo mi corazón;

        en la soledad, la vibración voluptuosa de la luz, me llena de pródigas fecundidades;

        las formas suaves de las nubes y de las ondas, acarician mis ideas y les dan forma de aves, de soles, y de flores;

        las ondas luminosas de mis sueños, van en la noche descabellada, como una sinfonía de estrellas;

        y ya no vivo sino para mi nueva amante, la soledad, tan serena y tan tierna, tan melancólicamente bella, como una rosa ajada por el Sol;

        es un amor prodigioso y soberbio, que no llora como los otros amores, que no gime, que no implora, pero en cuyos labios, el oriente de la risa dibuja el juego de sus nubes escarlatas;

        cerrados los ojos a los paisajes del mundo exterior, solitario, vivo de la contemplación armoniosa de mi propio corazón, y en las aguas quietas del silencio, contemplo la imagen de mi propio Yo reflejarse, teniendo sobre su seno una águila dorada;

        libre, como los astros y como los vientos;

        y me nace una estrella en cada punto de mi horizonte donde antes nacía un deseo.

 

 

        Hay seres que son como las alondras;

        anuncian el Sol, pero no saben cantar ante él;

        su resplandor, las hace enmudecer;

        ¿debemos compadecer estas existencias tristes, graves y calmadas, que no tienen las energías divinas del amor, que no sufren los espasmos convulsivos de la pasión, y que huyen de las borrascas del mundo?

        oigo, en el fondo de mi corazón, como lloran sus almas en las desiertas vías que recorren;

        viven en una claustrofobia fría, amablemente agresiva, sin fuerzas para seguir el vuelo de sus sueños.

 

        El color, es la lengua de los pintores, para los cuales todo cuadro es un problema de luz.

 

        Solitario, amo sin amor, como se engendra sin deseo, porque el soplo de la verdad, desgarró ante mis ojos las entrañas donde la vida nace;

        sobre las cumbres de la contemplación, ante las sombras fugitivas, sueño sobre las ruinas de mi corazón, que no siente ya la necesidad de las caricias, y ha muerto para la vergonzosa mendicidad de los besos;

        despojado de esa carga, entro libre en el mundo del vuelo, dejando atrás eso que llamamos necesidades, como una crisálida en pedazos;

        libre, como las estrellas y como los vientos.

 

 

        Hoy no hablo, sino que me hablo, en voz muy baja; dialogo con mi propio corazón, y mis palabras bordonean como abejas enamoradas sobre un prado de flores;

        y se ve, que un cielo interior, lleno de maravillas, presencia el vuelo de esas imágenes, suaves como el de una bandada de palomas blancas, trazando curvas de ámbar en el topacio de la tarde pálida;

        soñador, crepuscular, atravieso el mar de mis quimeras, en la barca del silencio, y al suave esfuerzo de los remos, se pueblan de perlas las riberas.

 

 

        Algunos místicos buscan la calma en el seno de la Naturaleza, porque no la hallan nunca dentro de su propio pecho;

        los paisajes tentadores de las cosas espirituales los obsesionan, y las calmas acariciadoras de ultratumba, no alcanzan a serenar sus corazones, inquietos ante los huracanes del misterio y empeñados en ver mundos subsecuentes más allá del horizonte final de la muerte;

        su encierro frío, desdeñoso, el amor a las abstracciones metafísicas, los hacen inhábiles para todo lo que no fuera mirar en el abismo misterioso del corazón, y seguir el vuelo de los sueños, en horizontes donde sobre el ritmo blanco de las ideas, las lágrimas hacen un arco iris de esperanza.

 

 

        Vi un pajarillo caído del nido y, que no podía volar;

quise recogerlo, y me picó ferozmente;

        prefería morir a ser domesticado;

        y vi que en la escala animal, había seres superiores al hombre:

        había animales libres.

 

 

 

        Hay seres superiores, escogidos por el Destino para un drama, sin otro escenario que su propio corazón;

        seres extraños, a los cuales no pudiendo comprenderlos, se conforman los otros con calumniarlos;

        es fácil calumniar a esos seres pero, no es fácil herirlos con la calumnia; ellos están más allá del dolor, del rencor y de la vida;

        la última simiente de los dolores, germinó en ellos;

        y los pies que ponen sobre la Tierra, son dos astros, a los cuales el cielo quitó su lucidez, para no deslumbrar los ojos de los hombres;

        de estos hombres-dioses, no escucharéis sino las palabras, cayendo como una catarata de estrellas sobre las soledades de la noche;

        un día desaparecen de la Tierra;

        y, el cielo, huérfano por su ausencia, es el único que llora, lágrimas de eternidad;

        y, de cada lágrima nace una estrella. . .

        y de ese astro se hace una corona para el Hombre.

 

 

        En hombres como Sócrates, lo verdaderamente admirable, no es la Vida, es la Muerte;

        Sócrates, era inferior a los griegos de la Grecia heroica;

        fascinó a sus contemporáneos por su dialéctica, porque surgió en una de esas épocas de decadencia en que un pueblo, habiendo renunciado a la libertad, no pide sino ser consolado por el sofisma;

        la triste y estéril razón, no tuvo un cantor de su imperio, más armonioso que Sócrates;

        y, ¿qué creer de la razón de Sócrates, que moría recordando que debía un gallo a Esculapio?

 

 

        Lo trágico que ponemos en los libros, lo extraemos de aquel que llevamos en nosotros o, mejor dicho, lo dejamos revelarse en ellos;

        la época, no influye en la obra de un hombre, ni siquiera dándole la forma esquemática de su estilo, porque él ha plasmado ya el suyo, en los troqueles maravillosos de su pensamiento.

 

        La Libertad es una flor latina;

        el Orden, es un culto sajón;

        por eso es que los latinos, por amar tanto la Libertad, hayamos caído muchas veces en el libertinaje;

        y los sajones, por amar tanto el orden, no han logrado salir nunca de la servidumbre.

 

 

        La mejor página del amor, es, el recuerdo.

 

 

 

 

        Hay algo de triste en mi espíritu, cuando pasan sobre él, estremeciéndolo, las grises, las opacas memorias de otros tiempos. . .

        ¿por qué en aquellos cielos sin fronteras, brillan aún los astros del recuerdo?

        ¡tan pálidos, tan tristes, tan llenos de silencios!

        recordar es vivir, vivir la Vida, misteriosa y, opaca de los muertos. . .

        ¿por qué esta regresión al pasado?

        ¿por qué tornan las nubes a los cielos?

        monotonía terrible de la vida, madre del tedio. . .

        ella es el alma de la vida toda;

        ella agita en nuestro espíritu el recuerdo. . .

        ella irisa las aguas de los lagos, bajo el ala aterida del invierno.

 

 

        El único amor que ha dominado mi vida, ha sido el de mi madre;

        y la amo, a pesar de que aún dura el dolor de mi vida, ese dolor que ella me dio y, que aún sigue conmigo;

        y la amo todavía;

        del fondo de mi dolor, mi alma la besa  . . . .

        en un largo, apasionado beso de perdón  . . . .

        ¡ella me perdonó tantas veces! 

 

 

        Cuando se ha vivido en la tempestad, se pierden por igual el miedo de las olas y el amor de las estrellas;

        no nos importa ya escoger el naufragio en que hemos de morir;

        hoy. . . mañana. . .

        aquí. . .  más adelante. . .

        el abismo nos espera. . .

        ¿qué importa la ola que ha de devorarnos?

        yo la llamo y no viene;

        ¿por qué tarda?

        el destino la soltará a la hora fija;

        y sólo hallará para arrastrar consigo, un náufrago, que hace mucho duerme sobre la ola, indiferente al mar, cerrados los ojos a los cielos.

         No palideceré ante la muerte. . .

        el dolor me ha ahorrado esa última emoción.

       

 

 

 

        Si mi vida ha sido un cambio perpetuo de lugares y de horizontes, ¿cómo pedir a mi corazón que ame algo, que arraigue en algo?

        los árboles aman la selva que los nutre; los parásitos aman las rocas en que nacen, pero ¿qué queréis que amen las algas marinas? . . . . ¿el seno de las olas que las llevan?  ¿las nubes vagabundas como ellas?  ¿el rayo de luna, que las hace parecer una franja de plata tendida sobre el mar?

        mi corazón tiene de las nubes y de las olas, y sólo espera de las unas el soplo de viento que ha de disolverlo en el espacio o, como las otras, la corriente que lo empuje a la playa en que ha de romperse para morir.

 

        Cuando escribo estas Prosas, con estas notas fugitivas sobre mi vida, el recuerdo de mi adolescencia y el de mi juventud, no me conmueven;

        son paisajes tristes que quisiera borrar de mi memoria.

        Sólo la sombra de mi madre, vaga por esos escombros lejanos, como una rayo de luna sobre un paisaje desolado. . .

        sólo ella me conmueve;

        lo demás de ese paisaje, ni lo amo, ni me interesa;

        si todo el pasado hubiera de naufragar, yo no salvaría sino el recuerdo de mi madre.

 

 

        Sabemos de qué están hechas las nubes y sabemos de qué están hechas las lágrimas;

        lo que no sabemos, es el misterio del huracán que dispersa las unas bajo el cielo, y el misterio del dolor, que empuja las otras hacia nuestros ojos.

 

 

        Triste, como la sombra de un sauce sobre un espejo, en el cual se ha fundido la última gota de azul del crepúsculo pensativo, mi corazón se inclina sobre el recuerdo del ayer, de esa sombra también crepuscular, donde unos labios jóvenes me besaron con amor.

        Me estremece, como se estremecían a aquella hora las aguas de mis sentimientos, sobre las cuales brillaba el sol, como una gran caricia . . . .

        Como se estremecía en silencio, el alma de la noche, impregnada de azul, de un color de olas. . .

        y pienso que hay momentos de locura;

        y tengo piedad por la locura y por la pasión. . . por esos dos gemelos, que vagan por el mundo, y se detienen también a orillas del beso. . .

        y se recrean en ellos. . .

        como dos sauces en un espejo. . .

        Voces conmovidas flotan, como pétalos desflorados de los rosales del silencio, cual si brotara del corazón de los jazmines abiertos en holocausto hacia la noche.

        El gran himno imposible, de aquello que no pudo seguir viviendo.

 

 

        No hay vacío universal;

        no hay más que lleno total;

        pero es un lleno traslúcido que hace creer en el vacío.

 

 

        En este mundo, todo son vestiduras que nos aíslan;

        y posesiones que nos encadenan.

        Es por esto que es preciso que nos volvamos desnudos y pobres;

        y así penetrar sin obstáculos en el seno de la Madre eterna;

        donde reposa el secreto viviente del Todo.

 

 

        Toda frecuencia de onda, actúa sobre los niveles inferiores penetrando en ellos;

        nunca causa efecto sobre los niveles superiores.

        Un ser humano no puede causar daño a otro de un nivel superior;

        quienes se encuentren en un plano inferior pueden recibir su influencia.

        Si te identificas con los acontecimientos y no eres capaz de gobernarlos,

        ellos serán una realidad para ti ;

        y, seguirás viviendo tus sueños durante todos los años de tu vida.

 

 

        Estoy recordando que todo y todos viven dentro de mí.

        El universo está dentro de mí;

        pues todo lo que existe vive dentro de mí;

        yo soy todo lo que existe;

        en todo lo que amo, me amo a mí mismo;

        sólo creo no amar aquello que aún no he reconocido dentro de mí.

 

 

        Vuelvo a mí mismo en todo lo que muere;

        vuelvo al Yo eterno, divino, creador, conservador, renovador.

        Espacio y tiempo dominan la periferia del universo que gira;

        pero yo soy la eternidad sin tiempo ni espacio.

        Descanso en mí mismo y lleno con mi Ser eterno el espacio;

        y a todo lo que habita en él.

        ¡Yo soy la única realidad!

        ¡Yo soy la vida!

        ¡Yo soy el que soy!

              FIN

 

 

 

 

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