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Salvador Navarro Zamorano

M O N Ó L O G O

DEL

H O M B R E  -  D I O S

Recordando Nuestra Inmortalidad

 

 

 

Autor:

D. Salvador Navarro Zamorano

 


Reg. Prop. Int. Z-386-08


INTRODUCCIÓN AL MONÓLOGO

Toda lectura necesita una preparación previa para asumir su contenido literario. En este caso, para comprender algunos pasajes de este Monólogo recomiendo leer antes la historia del mito egipcio de la trilogía Osiris – Isis – Horus. Después de hacerlo, imagino que el nivel de conocimiento será más adecuado para introducirnos en el mensaje de sus páginas.

Osiris y el Creador se unificaron en el Antiguo Egipto como doble aspecto de una esencia única. Representó el esfuerzo continuo de una religión para alcanzar un monoteísmo latente en el trasfondo religioso de su tiempo. Un mito solar de la resurrección y la vida eterna, que luego se transfirió a los mitos agrícolas, dando lugar a la aparición de la pareja celestial: Isis – Osiris. En estos mitos de Vida, Muerte y Resurrección, hay una constante, como en otros panteones orientales que luego pasaron a los pueblos semitas y entraron en Europa con griegos y romanos. Actualmente, las religiones cristianas tienen adoptada la sempiterna trinidad celestial, cambiando solamente los nombres de los protagonistas y respetando el contenido.

Cuando salimos de casa hacia nuestro centro de trabajo, sentimos el brillo del Sol en los ojos, pero la luz no nos habla. Nos dice otra cosa en su lenguaje fenoménico, habla de un mundo cargado de sentido para el hombre consciente como integrante de un cosmos, es decir, de un universo lleno de cosas a percibir, de caminos a recorrer, de trabajos a cumplir, de obras que realizar. Y la luz habla, sobre todo, de un mundo en el que se nace y crece, se ama y se odia, se vive y se muere a cada instante. Sin este mundo no sería posible existir. La luz no solamente habla, ella es todo eso. Nosotros sólo podemos usar la misma palabra para decir tanto un fenómeno externo, la luz del Sol, como un fenómeno interno, la luz de la razón, porque la luz no está fuera de nosotros ni la razón exclusivamente dentro de nosotros.

El hombre se realiza en la pre-sencia. Presencia es una abertura que se cierra y, al cerrarse, se abre para la identidad y la diferencia en la medida que se conquista a sí mismo y asume su oficio de ser.

Ser en el mundo no quiere decir que el hombre se encuentre en medio de la naturaleza, entre árboles, animales y otros hombres. No es un acto ni una necesidad, sino que es una estructura de realización.

Por su dinámica, el hombre está siempre superando los límites entre el dentro y el fuera. Por su integración, instala en sí la diferencia y la identidad del ser, cuando teóricamente se dice que el hombre no es una cosa dada, ni un engranaje, ni una máquina, ni una isla, ni un océano.

La palabra es el paso obligatorio de todos los caminos del pensamiento. Ninguna revolución es posible sin un lenguaje revolucionario. Y se hace resolviendo su radicalidad en todos los niveles de relaciones entre el ser y su realidad, entre la verdad y su devenir histórico.

Una cosa es hablar sobre los dioses y sus relaciones y otra muy diferente hablar del ser y su sentido de verdad. Para esta última nos faltan frases y gramática. Pues todas las palabras y estructuras gramaticales callan ante el ser y su realidad para poder dejar hablar a los Señores de los Cielos y sus conexiones.

La época de las técnicas, la edad de la ciencia y la era del consumo no favorecen el espíritu creador. Sin un mínimo de respeto, sin el menor esfuerzo de naturalidad, todo se trasplanta a siglas publicitarias de bienes de servicio y objetos de mercado, Así se monta un mundo parasitario, instalándose en un proceso de corrupción progresiva de los discursos y, en consecuencia, se deja vacía de contenido la vitalidad del acervo comunitario. En breve no habrá nada que decir. Todo se repite en el mensaje que los medios de comunicación de masa diseminan por todas partes.

Está fracasando las tentativas de decir del genio y su escucha en la aventura del discurso; no se aprende a pensar desde el habla o desde el silencio, ni a esperar lo inesperado.

Con todo este bagaje y desde la experiencia, este Monólogo se ha interpretado en clave de humor unas veces, de advertencia otras, de poesía alguna vez, pero siempre señalando, enseñando, mostrando, que todavía quedan caminos que recorrer y que las flechas que un día apuntaron al Infinito siguen su trayectoria sin descanso, saetas de luces que marcan rutas a todos aquellos que se atrevan mirar a los cielos que están sobre su cabeza y bajo sus pies.

Todo está dicho. Todo está por decir.

Salvador Navarro.

MONÓLOGO DEL HOMBRE – DIOS

El lenguaje de los dioses es silencioso. No es el silencio, sino silencioso. El silencio es una falta de respuesta; silencioso en términos de lenguaje, es una respuesta sin palabras convencionales.

La respuesta de los dioses está en lo que sucede y atribuimos al azar, en los inesperados sucesos que devienen ante situaciones en las que no tomamos ninguna decisión, o en las que la decisión que efectuamos no convence por considerarla incorrecta.

La idolatría y la lectura de textos sagrados es un modo de enterarnos de qué es lo que nos aconseja un dios o dioses en sus imágenes en respuesta a nuestra petición. Y los textos sagrados porque en sus frases hay siempre algún paralelismo con la situación que nos preocupa y sugerentes afirmaciones que tienen algo que ver con lo que nos sucede y lo que deberíamos hacer.

Mediante estos métodos los dioses sugieren, pero nos dan libertad para que sea cada uno y por sí mismo, quien decida lo que debe hacer, cuando se produce en su mente la convicción.

La convicción es una certidumbre que surge para el modo de tener que cumplir el deber, aconsejado por el dios al que se pide ayuda en el trance que nos encontramos.

Toda seguridad puede y debe ser razonada con argumentos convincentes para vencer nuestras oposiciones irracionales que se niegan a abandonar su comodidad y cumplir con el deber que indica la autenticidad.

Los dioses psíquicos - de nuestros propios psiquismos - están en todas partes, y la Voz silenciosa de su lenguaje también.

En cierto modo, vivir es dejarse vivir, pues la vida viene ya hecha, y sólo es necesario aceptarla amorosamente con la actitud del guerrero que pertenece a un equipo omnipotente.

No se mueve la hoja de un árbol sin la voluntad de los dioses que somos: reconocerlo y saberlo es extendernos por todos los cielos y todos los tiempos y aceptarnos a nosotros mismos en el incomprensible infinito y eterno misterio del cual formamos parte.

La equivocación de los humanos es ponerse límites; pero nadie tiene más que los que se opone a sí mismo. Somos dioses en la medida que nunca nos pongamos límite ni final, pero reconociendo humildemente que lo infinito que hay en nosotros es invisible, incluso para nuestra inteligencia.

El eco de la Voz silenciosa nos llega a través de las estructuras del azar, maravilla de perfección de la Inteligencia Divina con la que nos creamos en la evolución de infinitos Universos desde nuestro profundo misterio en el remoto futuro.

Cada cual somos la sublime perfección de lo imperfecto. Nada y todo nos impide ser perfectos, para serlo sólo y siempre en un eterno acercamiento al límite.

Parecemos humanos, pero no es cierto. Somos espíritus que habitan en almas humanas, pero no almas materiales.

Nuestro misterio es la falta de memoria, el olvido de ser lo que somos y, a la vez, la consciencia de haberlo olvidado. Fuimos nosotros quienes producimos la amnesia para demostrarnos que somos auténticos.

Puedo olvidar lo accesorio, pero nunca lo esencial.

La esencia del Yo, es una sola y la misma. Dejaré de ser cualquier cosa, pero nunca dejaré de ser Yo. Aunque cambien los cielos y los mundos, Yo buscaré a mis iguales en el laberinto del Ser, pues ése es el destino de mi anhelo.

Cualquiera sea la forma en que te ocultes, ¡oh, Amor!, eres Tú a quien estoy buscando desde la Eternidad y a quien seguiré buscando aunque nunca Te encuentre. Lo importante no es que te encuentre, sino que Yo te siga buscando eternamente.

Porque Yo Soy mi búsqueda de ti.

Escucho Tu Voz silenciosa y los susurros de Tu silencio. Me basta para seguirte la pista a través de los reinos. Bien sé que a Ti te ocurre lo mismo que a mí, pues Tú eres muchos, y Yo soy muchos, y nunca sabremos quién es quién exactamente o quiénes nos buscan o a quienes buscamos, creyendo que somos o que son el Amor. Éste es nuestro juego eterno”.

Cada situación es una pregunta que será contestada con otra similar. Y cada emplazamiento es una respuesta de una posición anterior.

Enterarnos qué es lo que realmente estamos preguntando a los dioses en cada situación que vivimos, vendrá por sí sola como respuesta en cada momento que viviremos después, solamente comparando la posición anterior con la posterior.

Lo cual significa que a los dioses no se les debe preguntar con palabras sino con hechos, y que Ellos responden de igual manera.

Entender el lenguaje de los hechos es comprender el lenguaje de los dioses.

Parece que a veces los dioses responden con el silencio, pero eso no ocurre nunca, pues hay rumores y murmullos de hechos que suceden en todo momento. Algo está pasando ahora mismo, aunque yo no lo sepa, como contestación a mis deseos situacionales, ya que la respuesta de los dioses se hace en el mundo. Luego, palabras y hechos, irán formando frases-hechos, haciéndose certezas claramente lógicas en el contexto a comparar entre sus partes como las piezas de un rompecabezas.

El lenguaje de los dioses no es humano: somos nosotros los que debemos cambiar nuestra mente para hacer que capte y entienda su mensaje. Queriéndolo se consigue traducirlo y entenderlo más fácilmente.

Lo importante no es, pues, hablar oralmente con los dioses sino escucharlos continuamente en la percepción sensorial de la consciencia e interpretar todos los eventos relacionándolos a la actividad soberana de su presencia.

Nada ocurre de agradable o "bueno" o desagradable o "malo", sin la infinitamente compleja Voluntad de los dioses.

El deseo humano no es un acto directo sino un circuito que pasa por varias estaciones hasta llegar a lo deseado. El querer Divino tampoco es un acto directo sino una onda eterna e instantánea que pasa por los Universos,

permaneciendo en cada punto donde llega, y siguiendo su camino infinito vida tras vida.

La Voluntad de los dioses tiene en su mente el mapa infinito de la Eternidad, con sus vueltas y revueltas, subidas y bajadas, zonas de presión y zonas enrarecidas. En cualquier extremo-límite hay un nuevo comienzo, y en cada bifurcación innumerables ramales; el venir-a-ser es, por lo tanto, una opción siempre acertada y siempre equivocada, por lo que hay que acceder incesantemente al camino que lleva a todas partes y a ningún sitio, salvo sólo a nosotros mismos.

Vivir es vivirse.

El lenguaje de los dioses es un monólogo consigo mismo.

En ese monólogo vamos conociendo lo inaudito, de lo que ya saben nuestros viejos espíritus y todo lo que les queda por saber a nuestros infantiles espíritus, que todavía están en su primera infancia, perpetuamente inicial e inmadura.

Los cuerpos envejecen, pero se renuevan y sustituyen unos a otros, vida tras vida. Los espíritus son siempre los mismos en esas series de cuerpos, pero sólo se permite recordar lo valioso e irrepetible de cada vida, integrándolo en la memoria profunda. Pero en el inconsciente genético de los cuerpos lo que se guarda es lo repetible y apenas lo excepcional.

Los dioses nos hablan a través de todas las cosas, por medio de los amigos y muy en especial de los enemigos.

Quienes nos odian nos hablan con sinceridad. Nos dicen lo que sienten - que es mucho más sincero que decirnos lo que piensan -, pues el odio es otra forma de Amor que une tanto como la amistad.

Ser odiado siendo inocente es la mayor virtud que existe, el más Irresistible poder. Con el odio de los que nos rechazan nos dan los dioses a entender que nuestro rango moral, espiritual y personal, es el que corresponde a las altas entidades divinas que elevan la vil materia desde el abismo de la abyección a las cumbres de la omnipotencia, en las alas de la indiferencia a lo despreciable. La única condición que se nos impone es que el odio de los enemigos no tenga más verdad ni más justicia que su propio y envidioso veneno.

Despreciarlo todo. Odiar a nada ni a nadie.

Despreciar y admirar a la vez. Odiar nunca.

Amar sólo se puede amar lo amable. Siempre hay algún valor en los seres susceptible de ser admirados, y ello nos libera de tener que amarlos si no son amorosos. Por nuestra parte, no debemos mostrarnos más amables de lo que realmente somos. No funcionaría. Sería una vulgar mentira envuelta en falsas e inútiles apariencias.

Somos amorosos en la medida que amamos al Amor en sí mismo donde quiera tenga la voluntad de manifestarse. Amables cuando demostramos ser auténticos en nuestras simpatías y antipatías; empezamos por estimarnos a nosotros mismos e intentamos ser cada vez más simples de lo que parece somos, más dignos de ser amados, más injustamente odiado por quienes se niegan a ascender por el difícil y ascético camino de la evolución perfecta, infinita e interminable de la Vida y la consciencia.

Somos amables en la medida que somos honestos e inteligentes en las cosas prácticas, sin permitirnos fallos ni decadencias. Con el odio de los contrarios los dioses nos advierten que nos queda todavía camino para ascender eternamente por la senda infinita. Pero también enseñan que la victoria y el poder son valores relativos, dependientes de la diferencia de altura psico-mentales entre los odiados y sus adversarios.

El lenguaje de los dioses es aristocrático, fomentador de altas gestas y hazañas, despreciativo de la vulgaridad y conducta plebeya. Es un lenguaje diferencial en el que no hay antinomias, sino una misma y única escala. El mal no es lo opuesto al bien sino lo menos bueno.

 

 

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