ALCORAC

SALVADOR NAVARRO                                 

 

 

Dirigida a la Escuela de:

                        Mallorca

                        Las Palmas

                                                                                 

                                                                                  Circular nº 5 , año XIII

                                                                                  Bunyola, 1º de Mayo de 2.007.

VIDA DE SAN PABLO.-

Pablo cuenta casi sesenta años.

Declina el Sol de su gran día . . .

Se alargan las sombras de su ocaso . . .

De las regiones del Más Allá sopla una suave brisa, llena de misterio y de eternidad.

Las experiencias, luchas y sufrimientos maduraron el alma del héroe . . .

Terminó el espíritu polémico . . .

El arrebol de la tarde de una caridad universal ilumina el alma de Pablo . . .

Solamente, de vez en cuando, se ve todavía en el horizonte el súbito brillar del relámpago y se oye rodar el trueno lejano de una santa indignación  . . .

El universalismo de Roma va alargando más todavía el espíritu universal del intrépido pionero de la Buena Nueva. Sus ojos contemplan con creciente nitidez el programa del cristianismo cósmico, la visión del “Cristo de ayer, de hoy y de todos los siglos” . . .

Pablo llama a su secretario y dicta una carta a las iglesias de Efeso y alrededores.

Ninguna de las Epístolas paulinas reviste tamaña solemnidad y contiene tanta abundancia de pensamientos sobre la vida espiritual como ésta. Falta la acostumbrada fórmula introductoria. Parece concebida toda ella, con la luz de una visión sobrenatural.

El Cristo no es un deslumbrante meteoro que por unos momentos rasga la noche milenaria del mundo profano: él procede de las eternas profundidades de la Divinidad, vino al mundo visiblemente y sigue viviendo en el mundo invisiblemente, a través de los siglos, principio vital del cuerpo místico de la religión. Él no es del mundo, pero está en el mundo para restaurarlo, armonizando todas las desarmonías, centralizando en sí como cabeza espiritual, todos los miembros del gran organismo de la humanidad.

Así discurre el gran maestro.

Si para los paganos, habituados a los ejercicios físicos en sus Gimnasios era sugestiva la alegoría del cuerpo humano, subordinado a la cabeza y por ella vitalizado y orientado, a los judíos le era familiar la imagen del templo, edificio sólido y garantizado en su estabilidad por la maciza piedra angular que unía un muro con otro.

Estos dos símiles ilustrativos, señalan el criterio del espíritu paulino. Desarrollando esa idea podríamos parafrasearla del siguiente modo: Así como el organismo recibe en sí elementos diversos y todos los transmuta  - por el espíritu, en su propia sustancia viva -  así afluyen también al gran organismo de la iglesia del Cristo los más diversos elementos  - judíos y gentiles, griegos y romanos, sabios e ignorantes -  y todos los que se dejaron llevar por el divino principio vital serán por él asimilados y tornados partícipes de su divina naturaleza. Esa absorción por el espíritu de Dios, que puede parecer una esclavitud es, de hecho, la más hermosa de las libertades, la “libertad de los hijos de Dios”, la libertad de la armonía y del ritmo, la libertad de la vida en toda su plenitud.

Amor y castidad  -  estos son los dos puntos que él inculca, preferentemente, en todas sus cartas.

Si investigamos la decadencia del mundo antiguo, como también la miseria del individuo de hoy, llegamos a la conclusión de que su triste estado radica en la falta de estas dos virtudes. La carencia de amor espiritual y el desenfreno del instinto sexual marginan por dos líneas negras el camino de la humanidad. Y donde quiera se extingan estas dos lámparas sagradas, extiende la noche de la miseria personal y social.

En Roma y en Grecia se ridiculizaba la fidelidad conyugal de la esposa y se celebraba en todos los tonos el amor de las prostitutas. Ciertas inscripciones en la catacumbas como “queridísima esposa” deben haber causado extrañeza a los gentiles, como una aurora de ignota espiritualidad, después de una noche de degradación voluptuosa. Se eclipsa la hermosa visión de Virgilio y enmudece la voz de la sibila: la imagen de la madre con el hijo en el pecho se levanta de la “cloaca máxima”, de que nos habla el realismo satírico de Juvenal.

El cristianismo, por los labios de Jesús y por el apostolado de Pablo, revocó del exilio a la familia humana y reconstruyó el hogar, el paraíso perdido.

Estaba Pablo terminando su Epístola, cuando su mirada cayó sobre el legionario romano que estaba de plantón en la entrada de su casa, vigilando su prisionero. Contempló por unos momentos la figura del soldado, su reluciente armadura, el arnés de escamas que le cubría el cuerpo, el escudo en el brazo izquierdo, la espada en la cintura, el casco en la cabeza y dictó a su secretario las palabras siguientes:

“Por lo demás, confortaos en el Señor y en la fuerza de su poder; vestíos de toda la armadura de Dios para que podáis resistir a las insidias del diablo, que no es nuestra lucha contra la sangre y la carne, sino contra los principados, contra las potestades, contra los dominadores de este mundo tenebroso, contra los espíritus malos de los aires. Tomad, pues, la armadura de Dios, para que podáis resistir en el día malo, y, vencido todo, os mantengáis firmes. Estad, pues, alerta, ceñidos vuestros lomos con la verdad, revestida la coraza de la justicia y calzados los pies, prontos para anunciar el evangelio de la paz. Embrazad en todo momento el escudo de la fe, con que podáis apagar los encendidos dardos del maligno. Tomad el yelmo de la salvación y la espada del espíritu, que es la palabra de Dios, con toda suerte de oraciones y plegarias, orando en todo tiempo en espíritu, y para ello velando con toda perseverancia y súplica por todos los santos y por mí, para que, al abrir mi boca, se me conceda la palabra para dar a conocer con franqueza el misterio del Evangelio, del que soy embajador, encadenado, para anunciarlo con toda libertad y hablar de él como conviene”. (Carta a los Efesios 6:10-22).

Puso fecha a la carta, y al día siguiente pidió a Tiquico la llevase a los cristianos del Asia Menor y les agradeciese el cariñoso interés y darles noticias del “prisionero del Cristo”.

Cierto día, apareció en casa de Pablo, Epafras, fundador de la Iglesia de los Colosences, en Asia Menor. Venía a pedir consejo y orientación para su rebaño.

Esa gente de Frigia, aunque buena y caritativa, tenía fuerte propensión a los sueños absurdos y fantasías místicas. Además, Pablo ya conocía esta debilidad.

El frigio veía el mundo repleto de demonios, los espacios sublunares repletos de genios aéreos y los cielos llenos de espíritus superiores. Al conjunto de seres superiores lo llamaban “pléroma” (plenitud); a los inferiores, “kénoma” (vacío). No había en Frigia zapatero ni labrador que no conociera estos “términos técnicos” del espiritualismo común. Si Jonia era la tierra clásica de la filosofía, Frigia representaba el suelo fecundo de las fantasmagorías ocultistas. La propia naturaleza parecía favorecer esas extravagancias de la imaginación; esa zona volcánica azotada por terremotos periódicos, cortada por abismos y peñascos abruptos, rasgada por negros cráteres que soltaban en el aire gases sulfúricos, ¿no parecía el teatro siniestro para una lucha de demonios y divinidades?

Sigue en la Circular de Junio de 2007.

 

 

 

 

LA REALIDAD OCULTA.-

Como he dicho anteriormente, la Tierra llegó a constituir un hogar apto para el hombre sólo tras haberse convertido en un organismo vivo. Las cualidades de su atmósfera azul y del manto verde que la cubre no son inherentes a su naturaleza física; son creación de los innumerables microbios, plantas y animales que, alimentados por ella, han transformado su materia inanimada en sustancia viva. El hombre existe, actúa, sueña y disfruta del Universo gracias a que las diversas formas de vida han creado y continúan manteniendo estas condiciones ambientales tan especiales que hacen que la Tierra sea distinta de los demás planetas en cuanto es apta para la vida en general y para la vida humana en particular.

El hombre depende de los demás seres vivos y, como ellos, debe adaptarse a su entorno para alcanzar la salud biológica y mental. Sin embargo, la ecología humana implica algo más que la interdependencia y la aptitud tal y como habitualmente se conciben. Los seres humanos no sólo están afectados por las fuerzas naturales de su medio ambiente sino también, y quizá en mayor grado, por el entorno psicológico y social que seleccionan y crean. El resultado de su evolución viene determinado en gran medida por la calidad de sus experiencias.

La naturaleza es parte de nuestra humanidad y sin cierta conciencia y experiencia de este misterio divino el hombre deja de ser hombre. Cuando las Pléyades y el viento que hace ondular la hierba hayan dejado de ser parte del espíritu humano, parte de su carne y de sus huesos, el hombre se convertirá en un propósito cósmico, desprovisto de la integridad del animal y del patrimonio de la verdadera humanidad.

Estas palabras reflejan uno de los aspectos que hay que cultivar para desarrollar una teología científica de la Tierra.

Pero hay también otros aspectos basados en el hecho de que el hombre rara vez es testigo pasivo de los sucesos naturales. Al manipular el mundo que le rodea, pone en movimiento fuerzas que conforman su medio ambiente, su vida y sus civilizaciones. En este sentido, el hombre se hace a sí mismo, y la calidad de sus logros refleja sus sueños y aspiraciones. La ecología humana opera de acuerdo con las leyes de la naturaleza, pero siempre se ve influida por decisiones conscientes y previsiones de futuro.

Las relaciones que vinculan a la humanidad con los demás organismos vivos y con las fuerzas físicas de la Tierra pertenecen a la ciencia, pero también van más allá del ámbito puramente científico. Estas relaciones entrañan un profundo sentido de compromiso con la naturaleza y con todos los procesos centrales de la vida. Al mismo tiempo, engendran un espíritu de veneración y sabiduría ecológica tan universal e intemporal que ya estaba presente en la mayoría de las culturas que florecieron en la antigüedad. Las manifestaciones de esta veneración y sabiduría se pueden reconocer en muchas ceremonias y ritos arcaicos, en los ritos de los griegos preclásicos y en las prácticas agrícolas de los pueblos preindustriales. Dice Marco Aurelio que “las vidas de todos los seres están entrelazadas; el vínculo es sagrado y no hay nada, o casi nada, que sea ajeno a lo demás”. En nuestra época y de forma intelectualizada, los escritos filosóficos de Whitehead han vuelto a introducir la calidad poética y práctica del pensamiento ecológico.

La ecología humana se ve abocada a considerar las relaciones sociales en los sistemas desde la perspectiva que proporciona la privilegiada posición del hombre en la naturaleza. Situar al hombre en lo más alto de la creación parece incompatible a primera vista con las enseñanzas ecológicas ortodoxas. Los ecologistas profesionales tienden a sentirse agraviados por la perturbadora influencia que la intervención humana ha causado en los sistemas naturales. Pero si se formula con propiedad, el antropocentrismo es una actitud muy diferente de la tosca creencia según la cual el hombre es el único valor a considerar en lo que respecta al gobierno del mundo y que el resto de la naturaleza puede ser sacrificada libremente en aras de sus caprichos o de su bienestar. El antropocentrismo ilustrado admite que, a largo plazo, el bien del mundo coincide con el más profundo bien del hombre. El hombre puede manipular la naturaleza en interés propio siempre que primero la ame por lo que es.

Aunque el mundo vivo sigue alimentando y conformando al hombre, éste posee actualmente el poder de transformarlo y de decidir su destino, y con él el suyo propio. La Tierra y el hombre son dos componentes complementarios de un sistema que podría calificarse de cibernético, puesto que cada uno modifica al otro en un continuo acto de creación. El precepto bíblico de que el hombre fue puesto en el Jardín del Edén “para que lo cultivase y guardase” (Génesis 2:15), constituye una primera advertencia de que somos responsables de nuestro medio ambiente. La lucha para alcanzar y mantener la calidad ambiental puede considerarse como el undécimo mandamiento, aplicado por supuesto al mundo externo, pero extensible a la calidad de vida. Una actitud ética en el estudio científico de la naturaleza conduce sin dificultad alguna a una teología de la Tierra.

Sigue en la Circular de Junio de 2007.

 

 

 

 

 

¿POR QUÉ EL DIABLO?

En la Naturaleza acontece que cuando han cesado de obrar las causas que produjeron una variedad en una especie, o las que hicieron necesario un órgano en un ser, a pesar de haberse ya transformado la especie, o de no servirle de nada al ser el antedicho órgano, quedan aún vestigios presentes de la variedad o del órgano inútil. Pues algo análogo sucede también en las sociedades humanas. Cuando una religión sucede a otra, por la ley de la inercia algo queda de la religión desaparecida que se mezcla o coexiste con la que ha triunfado posteriormente.

Luego hay que considerar, que los monoteísmos, viniendo a suceder a los fetichismos o a los politeísmos, comparecen como religiones demasiado abstractas para el pueblo; éste conserva los anteriores dioses, transformados, como dioses menores, que decían los romanos, para vivir con más intimidad con ellos. Es demasiado grande una divinidad única y omnipotente para que el Hombre de las civilizaciones primitivas crea posible el tener relaciones con ella.

Así en Babilonia, en la época de su esplendor, encontramos una religión oficial sabia y ordenada, y confundida con ella la magia, que tiene sus raíces en las creencias de la primitiva población turania de aquel país.

En Egipto, la magia nacía de la degeneración de un culto convertido en politeísmo y aún en fetichismo por las muchedumbres. En Caldea, al contrario, la religión oficial al unificar los diversos fetichismos de que constaba la religión primitiva, organizó y reglamentó la magia, que era su culto. Así es que en la época en que Babilonia presentaba una religión sabiamente organizada, encontramos dos especies de magia. Una superior o teúrgica, por la que el mago tendía por medio del conocimiento de lo divino, a identificarse y unirse con la propia divinidad, y otra popular buena o malvada, según servía para librar de los maleficios de los demonios o para desencadenarlos.

Antes de ocuparnos de la religión definitiva de los Caldeos, vamos a remontarnos a la primitiva de los pueblos Accadios, para ver los orígenes de la ideal del Mal en ellos y la manera cómo la personificaban.

Los Accadios creían que la tierra era como una de esas lanchas redondas, que navegan por las aguas del Eufrates, puesta boca abajo, es decir, un simple casquete esférico; concepción distinta de la de los egipcios. Por encima se extendía el cielo que era un plano azul que rodaba apoyado sobre la cúspide de la montaña de Oriente. Entre el cielo y la tierra estaba la atmósfera, o sea, la región de las nubes, que atraviesan los rayos que desde el azulado techo los planetas lanzan para desgarrar el velo de tinieblas que a veces se forma debajo de ellos tapándoles la superficie terrestre. Los bordes de esta sección de esfera que formaba la tierra, estaban bañados por agua que le daba la vuelta; de ella salían y a ella iban a parar, los ríos en circulación continua. Las tres regiones celeste, terrestre y subterránea, estaban presididas por tres espíritus superiores o dioses. El cielo tenía por señor a Anna, el cual no era un ser distinto del cielo mismo, sino que venía a significar su animación, su movimiento, su estado dinámico, como diríamos hoy. Si bien este espíritu no era superior en categoría a los de las otras regiones, parece que en un principio fue considerado como dios supremo, según opinan algunos orientalistas que se apoyan en interpretaciones de libros mágicos.

Ea era el dios de la tierra, cuyo nombre significaba “morada” o la tierra misma. En un principio tampoco era distinto de ella, pero luego se le abstrajo, y se hizo de él un ser completamente distinto de la región terrestre. Señor de los continentes, de la atmósfera y de las aguas, espíritu que todo lo penetraba y lo animaba. Luego, observando que lo que penetraba la tierra, circula por ella, cae de la atmósfera y hace crecer la vegetación, es el agua, creyeron a ésta morada del dios, vehículo de su espíritu y consagraron el agua y dijeron que el dios se engendraba continuamente en su seno. La onda “Ria” era su madre, que de continuo se agitaba para parirlo. No tenía padre, él era el padre de sí mismo. Su forma era la de un colosal pez con la faz humana (parece ser el Noé de los judíos y que los caldeos llamaron Nuan). Luego se le dio una esposa, la prolífica Davkina, la costa terrestre, que él continuamente fecundaba. Y este dios pez, daba la vuelta alrededor de la tierra embarcado en un buque misterioso para enviarle las aguas fertilizadoras por todos los lados.

Moul-ge y Nin-ge eran el dios y la diosa de la región subterránea. Cuando a ésta se la llamaba “Ninki-gal” era a la vez toda la tierra, la región superior y la subterránea, viniendo a ser a veces poco distintos los límites del reino de los dioses de la superficie de los de los dioses del interior.

Es difícil para nosotros, hombres occidentales del siglo XXI, el comprender estas mitologías del antiguo Oriente.  Nosotros lo individualizamos todo; todo lo definimos, lo limitamos. Con facilidad determinamos los contornos naturales de cada cosa; la diferenciación es una de las operaciones fundamentales de nuestra inteligencia. Y es que llevamos en nuestro ser  el resultado de los esfuerzos intelectuales de muchos siglos de abstracción y veinte de divorcio con la Naturaleza.

El Sol diurno era llamado “Ud” y se le consideraba hijo de “Anna”. En cuanto descendía a los infiernos por la puerta de Occidente era “Nin-dar”, y pasaba a ser hijo de “Mol-ge” el señor de lo profundo. Cada día el infierno volvía nocturno al Sol, engendrando en él este carácter al tragárselo, y el cielo cada día a su vez le volvía diurno cuando de lo profundo salía para remontarse a lo alto. El Sol era el enemigo jurado de las tinieblas. Entraba en el infierno por la boca de “Mol-ge” la montaña de Occidente, para echar a las sombras que tenían prisioneros a los tesoros del centro de la tierra. Al verle las tinieblas huían espantadas por la puerta opuesta. Entonces el Sol dejaba en el profundo sus rayos, que eran el brillo de las piedras preciosas, de las esmeraldas, granates y diamantes y los reflejos de los metales. El oro era su hijo primogénito, era su imagen, tenía su color y su brillo e inalterable como él. De ahí viene el que los metales y piedras preciosas hayan sido convertidos en talismanes contra los demonios.

Y esta escena se repetía cada día; iba eternamente en pos de las tinieblas, y las tinieblas huyendo eternamente del Sol.

Los libros mágicos describen el infierno, diciendo que es el lugar donde ya no existe el sentimiento, el fondo del interior, el lugar donde no está la bendición; infierno al cual bajaban todos los muertos; en él no había premios ni castigos, las tristezas del país inmutable eran iguales para todos.

Las recompensas las recibían los hombres en la Tierra.

Con las tinieblas que salían del infierno a invadir la Tierra, cuando el Sol descendía a sus profundos antros, salían los demonios que allí moraban, los fantasmas y los vampiros, que eran las sombras de los muertos y vagaban toda la noche atormentando a los mortales. Los espíritus benéficos que residían en el infierno, quedaban allí permanentes.

Pero no sólo estaban en el infierno los demonios. Ellos ocupaban todo el mundo. Los había del viento, del desierto, de los abismos, de los bosques, de las montañas, del cielo, de las enfermedades y hasta los había cuya morada era el cuerpo humano, el cual movían y agitaban. Hay que advertir que aquí hablamos de demonios malvados. En contraposición a éstos existían demonios buenos, aunque en menor número. Lo mismo pasaba con los demás genios, que podían ser contrarios o favorables.

Las diversas clases de demonios malvados eran los “Utuq”, demonios inferiores que atravesaban el desierto e iban a posarse en las cimas de los montes. Otros andaban por el desierto y entraban con el viento en las ciudades. Había los demonios de las regiones siderales “los siete fantasmas de las llamas, los siete genios de las esferas ígneas”, como los llamaban, los cuales estaban en oposición perpetua con los siete espíritus de los espacios planetarios que gobiernan el Universo. Ellos eran los que producían los eclipses, los que incendiaban la cola de los cometas, los que hacían caer las estrellas y producían la mala suerte desde lo alto. Existían también siete demonios del abismo, que habitaban las regiones subterráneas y eran los más temibles. Salían de los antros de la montaña de Occidente y entraban por Oriente, marchando así al revés de los astros, perturbándolo todo. Producían los temblores de tierra, derribaban las casas y daban la “suerte mortal” a los hombres. No tenían mujeres ni hijos, no eran masculinos ni femeninos, no amaban, y por lo tanto sembraban la enemistad a su paso. De día se escondían en lo más profundo de las entrañas de la tierra; y hasta el “Dios fuego” por sí solo era impotente en contra de ellos.

Sigue en la Circular de Junio.

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OBRAS PUBLICADAS

Entre el silencio y los sueños (poemas)
Cuando aún es la noche (poemas)
Isla sonora (poemas)
Sexo. La energía básica  (ensayo)
El sermón de la montaña (espiritualismo)
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33 meditaciones en Cristo  (mística)
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La búsqueda del Ser (esotérico)
El cuerpo de Luz  (esotérico)
Los arcanos menores del Tarot  (cartomancia)
Eva. Desnudo de un mito (ensayo)
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Misterios revelados de la Kábala  (mística)
Los 32 Caminos del Árbol de la Vida (mística)
Reflexiones. La vida y los sueños   (ensayo)
Enseñanzas de un Maestro ignorado (ensayo)
Proceso a la espiritualidad (ensayo)
Manual del discípulo  (didáctico)
Seducción y otros ensayos (ensayos)
Experiencias de amor (místico)
Las estaciones del amor (filosófico)
Sobre la vida y la muerte (filosófico)
Prosas últimas   (pensamientos en prosa)
Aforismos místicos y literarios (aforismos)
Lecciones de una Escuela de Misterios (didáctico)
Monólogo de un hombre-dios (ensayo)
Cuentos de almas y amor (Cuentos) Isabel Navarro /Quintín
Desechos Humanos (Narración) Ruben Ávila/Isabel Navarro
Nueva Narrativa (Narraciones y poesía)Isabel Navarro/Q
Ensayo para una sola voz (Ensayo)
En el principio fue la Magia   (ensayo)
La puerta de los dioses   (ensayo)
La Memoria del tiempo Cuentos,Poesía Toni Coll/Isabel Nav.
El camino del Mago Ensayo Salvador&Quintín
Crónicas Ensayo Salvador&Quintín

  

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