EINSTEIN

MÍSTICO Y CIENTÍFICO

ALCORAC

SALVADOR NAVARRO

      

 

 

Dirigida a la Escuela de:

                        Mallorca

                        Las Palmas

                                                                                 

                                                                                  Circular nº 6 , año XIV

                                                                                  Bunyola, 1º de Junio de 2.008.

A.EINSTEIN – MÍSTICO Y CIENTÍFICO.-

A Einstein siempre le impresionó la filosofía de Schopenhauer, que atribuía más realidad a la consciencia que a los sentidos. Los sentidos no anunciaban ninguna verdad o realidad sobre el mundo exterior; el Sol, la Tierra, etc., testificaban apenas el modo en cómo algo los impresionaban, pero nada nos decían de la realidad.

Desde temprano, él apelaba desde los sentidos a la consciencia, o sea, desde el Verso para el Uno, como diríamos en nuestra filosofía.

En ese tiempo Wilhelm Roentgen había descubierto los rayos X, que daban una visión totalmente diferente del cuerpo humano. Imaginemos el aspecto grotesco de dos esqueletos humanos que se besaran o mantuviesen una relación sexual. ¿Qué confianza podemos tener en nuestros sentidos? Einstein sintió la necesidad de desconfiar de todo que no fuese la pura consciencia, pues solamente lla le parecía dar certeza.

Más allá de toda ilusión de lo relativo debía haber la verdad de lo Absoluto.

¿Cómo sería nuestro ambiente social sin tuviésemos ojos de rayos X? Ernst Mach, profesor de filosofía de la Universidad de Viena, en una conversación con Einstein , propuso que desmontásemos toda nuestra ciencia tradicional hasta la última piedra, como si fuese una pirámide, y reconstruyésemos todo de nuevo, desde un hipotético punto cero, no aceptando nada que no fuese probado experimentalmente. Einstein movió la cabeza silenciosamente y no reaccionó; pero estaba lleno de dudas sobre este proceso de reconstrucción, que no consideraba como último fundamento de la verdad. Presentía algo más cierto, más allá de todos los actos empíricos, de los sentidos y de la mente. El hombre común piensa que cuanto más aguzara su esfuerzo mental tanto más se aproximaría a la verdad. Ignora totalmente la distancia entre el ego pensante y el cosmo-pensado.

Para tornar hasta cierto punto plausible esta diferencia, vamos a hacer la siguiente comparación: alguien en París desea hablar con su amigo en Madrid. Pero no tiene posibilidad de intensificar su voz hasta el punto de vencer esos kilómetros que separan las dos ciudades.

Esto correspondería a la expresión: ego pensante.

Pero, si ese amigo se sentase ante un micrófono, podría hablar con voz calma con su amigo distante, sea en Madrid o en Pekín, o cualquier otra ciudad. Esto correspondería a lo que llamamos cosmo-pensado.

No es cuestión de una continuación en el mismo nivel, sino cuestión de un nuevo inicio, la entrada en una dimensión diferente desde lo aéreo para lo electrónico.

De modo análogo, la intensificación de los actos empíricos y analíticos, no equivalen a un nuevo inicio.

Es más o menos lo que sucede a algunos yoguis que saben de cosas que no entran por los sentidos ni por la mente, pero que les son revelados por la propia realidad. En el cristianismo, este fenómeno lo llamamos revelación, inspiración u otro nombre que tenga, pero fundamentalmente se trata del mismo fenómeno: es la invasión del alma del Universo dentro de la consciencia humana.

A través de todos los descubrimientos de Einstein, prepondera la tendencia de una experiencia directa interna, intuitiva (= a “visión interna”), sobre el testimonio indirecto de los sentidos y los vacilantes de los análisis mentales.

Las matemáticas, además, no es en su forma abstracta una ciencia empírica, sino un saber intuitivo. Einstein afirma que la matemática abstracta es la única fuente de seguridad absoluta, certeza que disminuye en razón directa a su concretización. La física es una ciencia empírico – analítica, mientras que las matemáticas es la propia consciencia de la realidad inmediata; y es precisamente en esto que consiste su afinidad con la metafísica y la mística, que representan igualmente el contacto indirecto con la Realidad del Uno, alma del Universo.

Kant y Schopenhauer fueron, hasta cierto punto, los maestros de Einstein, en ese misterioso camino de la intuición de la Verdad.

El Einstein que conocemos era una síntesis feliz entre talento analítico y genio intuitivo. Su intuición se basaba en un largo análisis intelectual como indica su conocida expresión: “Pienso 99 veces y nada descubro; dejo de pensar, me hundo en un gran silencio y la verdad me es revelada”.

Thomas Edison, el gran inventor norteamericano, dice algo análogo de sí mismo: “Necesito de un 90% de transpiración, para tener un 10% de inspiración”. Por transpiración entiende Edison el esfuerzo intelectual analítico.

El talento opera en la zona del ego consciente y el genio es invadido por el cosmo-consciente del Más Allá. Hay genios como inspirados sin tener necesidad del esfuerzo del talento ego consciente. Generalmente, la vertical de la intuición o inspiración, supone un alto pedestal de análisis intelectual.

Cuando a los 26 años, en la Politécnica de Zurich, Edison puso en papel la fórmula enigmática E = mc2, que modificó toda la física del siglo, había pasado unos días en total soledad, que culminó en ese parto intuitivo de una larga gestación mental.

El talento es ego pensante y el genio es cosmo pensado.

Los grandes científicos, artistas, poetas, músicos geniales, así como los grandes místicos, reciben del Más Allá lo que fue anunciado en el Aquí.

El talento cuando es unilateralmente intelectual no abre los canales para la invasión del alma del Universo, mientras que el talento del genio construye conductores idóneos para el flujo de las aguas de la Fuente Cósmica.

Por esto, todo verdadero genio es humilde, no por virtuosidad moral sino por el impulso de la propia realidad: sabe que él no es la fuente plena, sino un canal vacío para la plenitud cósmica.

Por esta misma razón, el genio no se enorgullece de lo que hace; sabe que los hijos que da a luz no corresponde a la grandeza de la concepción; entre concepción cósmica y parto telúrico media un largo período de gestación mental, que no puede manifestar adecuadamente la grandeza de la prole concebida.

El genio se siente casi como avergonzado de haber dado a luz sólo aquello; está con deseos de pedir disculpas al público por haber dado a luz tan poca cosa. Quien se llena de orgullo y vanidad de su prole mental o espiritual no es un genio, apenas puede ser un talento.

Entre una larga gestación mental y el parto de sus resultados hay, casi siempre de mayor a menor, un espacio de silencio y soledad. El genio, en un adelantado estado de gestación, siente la necesidad de aislarse en soledad y silencio, olvidando todas las convenciones sociales.

Einstein fue el hombre más silencioso y solitario que se ha conocido. El mayor favor que alguien le podía hacer era no hablar con él, especialmente cuando la conversación giraba en torno de asuntos relacionados con sus ideas en embrión.

La compañía más agradable para él era la soledad. Y esa soledad era una maravillosa compañía cósmica.

Y esto hacía de Einstein un hombre profundamente religioso; pero él insistía en entender por religiosidad únicamente el sagrado asombro frente al Infinito, más adivinado que comprendido.

Para ciertos teólogos era un ateo. Cuando uno de ellos publicó en los periódicos que Einstein era un ateo, un rabino de la Sinagoga de Nueva York pidió que respondiese, a lo que Einstein telegrafió lo siguiente: Acepto al mismo Dios que Spinoza llama el alma del Universo, no creo en un Dios que se preocupe con nuestras necesidades personales”.

Gracias a esa experiencia del Dios cósmico, era un hombre profunda y silenciosamente feliz. Y cuando alguien es feliz en sí mismo, entonces es espontáneamente bueno para con sus semejantes y amigo de todas las criaturas. Muchos hombres son malos únicamente por ser interiormente infelices.

La profunda vertical de la experiencia mística transborda siempre en la vasta horizontal de la vivencia ética. La consciencia de la paternidad única de Dios produce la ética de la fraternidad universal de los hombres.

Me ha sido preguntado muchas veces si la ciencia nos lleva a Dios. Respondo que la ciencia puede ser una flecha en el camino que apunta a Dios; pero, según palabras del propio Einstein, del mundo de los hechos no conduce ningún camino para el mundo de los valores, porque estos vienen de otra región. Él traza el diagrama de dos líneas paralelas, ciencia y religión, que no se encontrarán, porque operan en dimensiones diferentes: la ciencia trata de los actos y la religión trata de valores. Los actos finitos de la ciencia no pueden conductor al valor infinito de la consciencia. Si tuviéramos la elección entre ciencia y consciencia, deberíamos optar por la consciencia, porque ella conduce a la realidad del valor. Lo mejor sería poner la ciencia al servicio de la consciencia, los hechos al servicio de los valores.

Sigue en la Circular del mes de Julio de 2008-04-26

LA REALIDAD OCULTA.-

Los gustos, actitudes y pautas de conducta que caracterizan a los miembros de una nación determinada perduran porque han sido adquiridos durante los años de formación: la infancia, la adolescencia y los inicios de la edad adulta. Pero, aun así, éstos no son inalterables. Los musulmanes guerreros y ascéticos que conquistaron el sur de España en el siglo VIII, perdieron progresivamente su ardor guerrero a medida que fueron adoptando el modo de vida andaluz. Poco tienen en común la tienda de Mahoma y la Alhambra de Granada; sin embargo, están separadas tan sólo por unos pocos siglos. Los bárbaros y temibles normandos de comienzos del medievo construyeron enormes y altas fortalezas para dominar la campiña francesa, pero los trovadores meridionales se infiltraron en sus castillos llevando consigo el culto a la mujer y los galanteos del amor, creando con ello ese aire en cierto modo afeminado que tenía la vida de esta gente en las postrimerías del período gótico.

También en la capacidad científica y tecnológica de las naciones se han producido cambios espectaculares. Cuando en 1667, Thomas Sprat, obispo de Rochester, intentó formular los atributos psicológicos del perfecto hombre de ciencia, le dotó de “….las distintas excelencias de varios países. En primer lugar, deberá poseer la industria, la diligencia y el talento inquisitivo del holandés, del francés, del escocés y del inglés, en establecer los fundamentos y el grueso de la experimentación y deberá poseer por añadidura la disposición fría, cauta y circunspecta del italiano y del español al meditar sobre ellos, antes de adentrarse en los terrenos de la especulación”.

Las opiniones del obispo deberían constituir una advertencia de que la psicología nacional puede cambiar en trescientos años e incluso en menos tiempo. Los espectaculares logros de Rusia en materia aeroespacial, de Italia en la fabricación de automóviles y del Japón en el campo de la electrónica, difícilmente se podrían haber predicho a partir del desarrollo tecnológico de tales países hace casi un siglo.

El hecho de que las características nacionales cambien con el tiempo no es tan sorprendente; lo verdaderamente notable es que algunas de ellas se mantengan vigentes durante siglos a despecho de invasiones y revoluciones sociales. Se ha dicho que los caracteres alemán y británico son muy semejantes a las descripciones que de ellos hizo Tácito hace dos mil años. Del mismo modo, aunque los adjetivos “francés”, “griego”, “italiano” y “español” tengan significados tan esquivos que desafían toda definición, denotan una serie de cualidades objetivas que han sobrevivido a los avatares de la era moderna. Así como hay homeostasis en las especies biológicas y en los organismos individuales, hay también una constante regulación de los organismos que componen las naciones.

Leamos la opinión que D.H. Lawrence que comparaba a los norteamericanos  con “millones de ardillas que corren en millones de jaulas”; pero ya en 1891 lord Bryce decía: “Los Estados Unidos son menos reposados que Europa, menos reposados que cualquier otro país conocido lo ha sido hasta ahora. Resulta extraordinariamente difícil aislarse de la infinita variedad de intereses e impresiones externas que la vida cotidiana ofrece y que percuten sobre la mente, no diré para incordiarla, pero sí para mantener vibrando constantemente a su toque. La vida es como la de la ardilla en su jaula, nunca plácida, aun cuando no tenga visos de cambiar. El tumulto y el ajetreo incesantes, la constante presencia de los periódicos, la avidez que asoma en todos los ojos, incluso esa activa inteligencia y ese notable sentido de los deberes públicos, más intenso en los mejores espíritus, que hacen al ciudadano sentir la obligación de saber lo que ocurre allende sus fronteras tan bien como lo que sucede dentro de éstas, todo esto hace que la vida sea más emocionante para el hombre medio que en Europa, pero aleja toda posibilidad de reposo y meditación”.

Esta avidez de información que Bryce observó había dado origen tiempo atrás a una verdadera pasión por las conferencias. Los habitantes de Nueva Inglaterra constituían un público tan ávido por los oradores que el Gobernador de Massachussets, expresó su alarma ante aquel furor en su diario de 1639: “Había tantos conferenciantes en el país que mucha gente acudía a las conferencias dos y tres veces por semana, con la consiguiente negligencia para con sus negocios y en gran detrimento del público”. Los transbordadores de Boston iban tan atestados los días de conferencia que se intentó aprobar una legislación especial para el caso, pero la voz del pueblo no tardó en sofocar cualquier tentativa de regulación. Esta demanda de conferenciantes sobre cualquier tema, persiste aún en nuestros días. Posiblemente a los norteamericanos les gusten reflexionar en común.

Desde el principio los extranjeros descubrieron en América un talante optimista muy distinto del escepticismo e incluso desesperación en que muchos europeos habían sido criados. Un francés que se había establecido como granjero en el Estado de Nueva York, ilustró esta actitud optimista cuando en 1801 predijo en una conversación con un visitante europeo que aquel “salvaje e indómito “ país sufriría en el plazo de diez años una profunda transformación. “Nuestras humildes cabañas de troncos serán reemplazadas por viviendas dignas, nuestros campos serán cercados y los tocones habrán desaparecido”. Él tenía razón, pero lo que no pudo prever fue que el deseo de cambio sería aún dominante después de que la naturaleza hubiera sido dominada. Los norteamericanos “no aman a su país tal como es, sino tal como será” anotó un viajero durante la década de 1830; “no aman la tierra de sus padres, pero tienen un sincero apego a aquella que sus hijos están destinados a heredar”. Esta actitud dista mucho del deleite en el lugar y en el momento concreto que simboliza la ceremonia china del té, expresada en las pinturas de Matisse.

La tendencia a pensar en el presente como en un trampolín desde el cual saltar a un futuro supuestamente más grato ha sido la debilidad del modo de vida norteamericano. En consecuencia, se tiende a ignorar el entorno inmediato para interesarse más en objetivos lejanos que en experiencias directas, en el proceso más que en el producto, como si el presente no valiera la pena ser vivido. Mark Twain observó en cierta ocasión que el modo de vida americano pone mayor énfasis en la forma de tratar las experiencias y los materiales que en las experiencias y materiales en sí.

El empobrecimiento de la vida que resulta de sacrificar las percepciones a la acción fue reconocido a comienzos del siglo XIX por Daniel Drake, el primer médico del Medio Oeste que alcanzó fama nacional. En una serie de ensayos y libros a partir de 1810, describió sus impresiones sobre la vida americana en el sur de Ohío, en Kentucky y en el Medio Oeste:

“Somos un pueblo emigrante, pero no viajero. Sólo consideramos a nuestro país por su abundancia de residencias y pasamos de una a otra sin reparar en nada de lo que hay entre ambas. Tanto es así que la migración ni siquiera nos otorga uno solo de los beneficios del viaje. En nuestro tránsito todo se sacrifica a la velocidad. No nos sentimos satisfechos a menos que añadamos la noche al día; y cuando despertamos por la mañana, nos congratulamos de estar cien millas más cerca del punto de atracción, aunque hayamos dejado de lado escenas y cosas del mayor interés sin haber contemplado ni la más insignificante ni la más grandiosa. Así que aunque vagabundos, seguimos ignorantes de las relaciones y del verdadero carácter de todo aquello entre lo que andamos errantes, o lo conocemos sólo por su relación con la plantación del cáñamo o del algodón, el comercio, la especulación de la tierra o la práctica del derecho o de la medicina”.

La descripción que hace Drake de sus contemporáneos, llamándolos “pueblo migrador, vagabundos, ignorante de las relaciones y del verdadero carácter” de los lugares entre los que andan errantes, es aún vigente. Recuerda a los pasajeros de un avión viendo una película mientras vuelan sobre el desierto de las Montañas Rocosas.

Emerson declaró en cierta ocasión que “las instituciones de un pueblo están determinadas por su concepción de la naturaleza”. Esta afirmación sigue siendo verdadera si se invierte, porque el modo de vivir siempre influye sobre la actitud que se adopta hacia la naturaleza. Los europeos del siglo XVIII imaginaron el Nuevo Mundo como un paraíso de clima suave y paisajes de belleza sobrecogedora, pero sojuzgables; la tierra del buen salvaje, sano y feliz, descrita por los primeros exploradores de las regiones meridionales. El continente americano les abrumó por su extensión enorme, por sus extremos geográficos e climáticos. La primera tarea que emprendieron fue la de crear un entorno que se adaptara mejor al modo de vivir europeo; desde entonces, la civilización americana se ha visto dividida en todo momento por la contradicción entre el mito pastoral y el hecho tecnológico. Aún hoy los norteamericanos creen en su mayoría que, como sus predecesores, deben “conquistar” la naturaleza más que adaptarse al medio ambiente natural; tienden a depositar su fe en las máquinas y en los ingenios tecnológicos más que en las complejidades de los sistemas ecológicos y en los lentos procesos de la naturaleza.

Sigue en la Circular de Julio de 2008.

¿QUÉ ES EL DIABLO?

No había más medio que pena; y ésta los poetas la exageran haciéndola cada día más terrible: “A los bordes del Aqueronte hay un hijo a quien  su padre estrangula por haberle desobedecido  - se dice -  y un criminal impío, crucificado por haber pasado a saco un templo de los dioses”. Luego se describe al demonio. Eurinome, personificación de la muerte como un ser de un tinte azul negruzco atornasolado, que regaña puntiagudos dientes y está encargado de devorar las carnes de los muertos, no dejándoles más que el esqueleto limpio. Para evitar el perjurio se hace jurar por Hades y Proserpina; y este Hades que espera a los perjuros es considerado por la plebe como una país sobre el cual pesa una atmósfera de tinieblas densa como el plomo; país árido y estéril donde las plantas crecen ya secas y en vez de frutos sólo dan espinos. Y a este lugar de castigo se añade aún el Erebo, sitio desolado y frío, más allá de los hielos del Norte, en lo más profundo de la Tierra.

Los que creen en el Tártaro consideran a Minos como a un juez inflexible, de fallos tremendos, que cada día manda más condenados al profundo; la barca de Caronte ya zozobra; ¡tan llena va de los que a él se dirigen! Y cada día van en aumento sus viajes a través de las aguas contaminadas de alquitrán. Virgilio, que había cantado un infierno que preludiaba el cristiano, aparta con horror la vista ante los tormentos. En su infierno gimen más bien los criminales que los impíos. Pero otros poetas de imaginación extraviada se gozan en exagerar los horrores de ultratumba. Dicen que el Aqueronte no conduce agua sino sangre; que arrastra miembros humanos; que en lugar de murmurar, sus ondas gimen; y viene Ovidio y desarrolla un lujo de ferocidad en la descripción de las penas, que aterra. Los castigos que pone en perspectiva parecen el delirio de un inquisidor fanático; además de ser crueles son eternos; no hay una segunda muerte que los acabe, ni una postrera hora para tanto sufrimiento.

Ya se oye silbar el látigo de las Furias que azota a los impíos; las Harpías los arrebatan en vida; las oscuras concavidades del Tártaro se iluminan al resplandor del fuego que en él se enciende; entre la brasas, asquerosas culebras se retuercen; a través de las llamas empieza a dibujarse vagamente la silueta del diablo. El infierno ya está construido, sólo falta que el Satán hebreo venga a habitarlo.

La piedad, la sumisión a lo Divino, oscurecen la noción de la Justicia. Los dioses hacen perder el concepto de la moral. Las infamias que se les atribuyen, como vienen de ellos, la plebe las juzga justas pues la sumisión los domina. “¿Cómo han de hacer el mal los dioses?” dicen, “lo que hicieron bien hecho está”. Se teme no el mal obrar sino el desagrado de los dioses; todo se vuelve hacerles ofrendas y sacrificios. Se proclama que las oblaciones, que el fuego sacro, que el agua purifican y salvan, aún al más impuro. Aquiles hubiera sido inmortal si no hubieran dejado de bañarle parte de su cuerpo. Un presente a un dios libra del castigo al que cometió un delito; un ex – voto borra la mancha del pecado. Ya no hay dios a quien no corrompan las ofrendas. A partir de aquí, se abren entrañas de animales y se consultan entrañas palpitantes. El Destino antes inflexible, se tuerce con expiaciones, amuletos y conjuros. Se cree como en Babel, en la influencia de los astros sobre los hombres, en la misteriosa relación entre unos y otros; y en que el que pueda hallarla podrá disponer a voluntad de la propia suerte y de la ajena. Unas cuantas palabras extrañas ininteligibles, unas cuantas líneas enigmáticas, varios números agrupados de una manera cabalística, bastan para destruir la fatalidad. Se detiene la muerte, o se la hace caer sobre los otros. Se resucitan los difuntos, hasta aquellos cuyas cenizas fueron dispersadas. Ya los demonios intervienen en todo, y se les obliga a obrar cual se desea. Todo el mundo hace “milagros”. Una vieja vengativa puede, a su placer, mandar que descienda el cielo, desquiciar la Tierra, petrificar las fuentes, liquidar las montañas, evocar los manes y atraer los dioses a la superficie terrestre. Mediante ciertas fórmulas se obliga a que se esconda la Luna, se oscurezca el Sol o se manche de negro, caigan estrellas, se nuble el cielo, se desencadene el huracán, brille el rayo y ruja el trueno. Las piedras, las aves, los arbustos, las fuentes, pasan por criaturas humanas transformadas por la mágica virtud de ciertas frases, y se cree que gracias a un encantamiento han quedado petrificadas o emplumadas, les han brotado hojas o han sido convertidas en pilas de mármol que derraman continuamente su sangre en forma de agua. Los muros hablan si se les interroga. A los lamentos humanos las estatuas lloran. A una orden de los taumaturgos, los bustos de bronce cantan; las efigies de oro de los dioses sudan sangre. El panteón en masa tiene epilepsia; y las gentes esperan que el mismo Sol desde la bóveda de los cielos va a pronunciar oráculos.

Se inspira el amor a voluntad. El deseo es ley. Se obliga a las mujeres a parir antes de tiempo, o a que sean estériles; a los hombres se les priva que engendren. Se presentan personajes que pertenecieron a otras edades. Aseguran muchos haber vivido en otros tiempos con personalidades distintas; afirman varios poder metamorfosear a voluntad, en animales o plantas; se dice de otras que han subido al cielo en vida, y de algunos que a los cien años se rejuvenece y vuelve a vivir de nuevo. Se pierde la razón cuando se quiere y se hace perderla a los demás. Por medio de ilustraciones, se vuelve uno insensible a las desgracias y refractario al sentimiento. Se cree, como en Caldea, que toda enfermedad proviene de un espíritu que la produce y todos buscan la fórmula mística que pueda curarla. En lugar de medicamentos los médicos sólo prescriben amuletos y conjuros. La terapéutica ya no es más que un sistema de encantamientos.

Se inunda el Imperio de adivinos; varios Emperadores se hacen sus horóscopos; hasta el mismo Marco Aurelio les consulta. Opulentos patricios mandan venir a sus expensas, de la Frigia y de la India, augures versados en el conocimiento de las influencias siderales. Otros mantienen astrólogos para su uso particular. La plebe frecuenta las casas de las pitonisas para oír hablar a los muertos desde el fondo del Hades. Los taumaturgos hacen furor. Las damas romanas se entregaban a ellos para que les hicieran hijos, pues considerándolos como seres semi-divinos creían que así, los hijos que de ellos tuvieran serían de una naturaleza superior. Los sacerdotes caldeos eran reverenciados; los egipcios adorados. La locura es un don del cielo; el histerismo posesión divina; los visionarios órganos de la revelación; los delirantes profetas. Las Sibilas pululan por todas partes; la Divinidad se manifiesta por boca de los seres más vulgares, en las calles, en las plazas, en las esquinas, y a todo el mundo. El Logos se expresa en un lenguaje infame.

Sigue en la Circular de Julio de 2008.

EL LENGUAJE COMO METÁFORA.-

El punto central de nuestra reflexión es la unidad indisoluble, en el entramado del mundo mítico, en el interior del cual el canto y la danza, esto es, la voz y el movimiento corporal, acompañados por los instrumentos musicales, teniendo como hilo conductor el ritmo, se estructuran como Lenguaje. Teniendo como paradigma los ruidos de la Naturaleza, el hombre primitivo intenta introducirlos, siendo que los diferentes matices del aparato vocal generan una cantidad de timbres  - inicialmente forzados o nasales a propósito que, viniendo a ser cantos, se establecieron como primera forma del Lenguaje.

Intrínsicamente  vinculada la Música,  el Lenguaje incorpora existencialmente la mágica relación que se establece entre el Hombre y aquello que lo rodea: la invocación de lo Sagrado. En este contexto, la voz, las manos y los pies, se abren a dimensiones trascendentes que inspira e instaura vibraciones rítmicas  - fuentes de diversidad de las lenguas que contienen en sí, muchas veces, un referencial simbólico universal que todavía puede ser encontrado en tribus que continúan en su proceso cultural, permaneciendo lejos de la civilización. Esta unidad totalizadora que pertenece y estructura el Lenguaje, se fragmenta en lo tocante a la Música instrumental, vinculada únicamente con la danza o con las piezas sonoras que el Hombre incorpora a su cuerpo, con la intención de acentuar su dinámica acústica.

Siendo que el canto nace de la boca y del cuerpo, el hombre primitivo llega a sí, se descubre, en cuanto en su hacer emite sonidos que se volverán armónicos haciendo vibrar el Espacio, que resuena por medio de su verbo. Conviene, pues, que retornemos a la primera modalidad de expresión del ser en el Mundo: la vida comunitaria, así como el aprendizaje de sus instrumentos como expresión de sonoridad. El canto musical, lejos de tener una finalidad estética o un atributo intelectual, es fruto de la imaginación creadora, registro de las intuiciones y emociones. Revela así la totalidad existencial y no la individualidad de un creador autónomo, puesto que no hay ningún elemento aislado en la cosmovisión primitiva, retrato de las ansias alimenticias, biológicas y de preservación que acumulan todas las colectividades. El canto melódico, formado por un número reducido de elementos musicales, retrata una entonación rítmica que se remite, conteniendo en sí los gérmenes del Lenguaje. Lo que podría ser monótono o desestructurado a un oyente distraído, se muestra organizado y profundo. La busca incansable de una determinada emisión musical, de un timbre, retratan la fuerte exaltación emocional de las comunidades, en el interior de las cuales el canto se torna palabra que expresa el universo mágico a que pertenece y fuera del cual, muchas veces, no puede ser comprendido. La voz distorsionada en el grito o en los sonidos emitidos con la boca cerrada, muchas veces con el auxilio de las manos, llevan a una dimensión elevada que busca reproducir la voz divina, anulando el timbre humano. Otras veces, el recurso es potencialidad de los órganos vocales y es canalizada para obtener sonidos semejantes a aquellos emitidos por un animal que se torna el centro de una celebración religiosa.

El Canto, que celebra los dioses en Poesía, es la fuente del Lenguaje humano – metro -  instrumento de medida universal, límite y metáfora de aquél que ve y oye la realidad. Vinculado a la magia, lleva a la comunidad al frenesí, la embriaga en cuanto los conduce al ámbito de la Divinidad, lo más elevado en medio de lo cotidiano. Es justamente en el efecto fisiológico del éxtasis que reside la duración y repetición del canto y la danza, como si la melodía mirase al infinito, la eternidad que debe ser buscada como meta de los mortales: cánticos alados en dirección al Cielo. El carácter circular del Canto desabrocha la plenitud contenida en este simbolismo, el retorno al origen, la totalidad mítica ordenándose continuamente, en el ciclo consustanciado de los mantras. Subiendo a las alturas celestes, descendiendo hasta casi tocar el silencio primordial y alcanzado el grito creador, el ritmo musical impulsa, mueve y conmueve, transfigurando los hombres. Solamente en este comunión la comunidad penetra el reino de la Música que transporta, exalta y serena, uniendo a los hombres y toda la Naturaleza en su armonía original.

Viviendo en un mundo misterioso, el Hombre capta la sucesión entre Vida y Muerte, nieve y sol, animales que escasean anunciando el hambre inminente, la enfermedad que viene súbitamente a acometer a alguien, capta la Tierra como la que le da y le quita bienes, instaurándose como dádiva y desafío. Entona cánticos, mueve su cuerpo en danzas teniendo como finalidad el desdoblarse en la magia ritual: por ella se prolonga la vida o adviene la resurrección, la temperatura se caldea, la caza surge, se cura el enfermo, la lluvia fertiliza la Tierra: la existencia se centra en torno de su eje sagrado, punto d equilibrio, señalado por los instrumentos musicales. El ritmo del Canto se funde con el ritmo de la Naturaleza, cuando los ciclos permanecen perfectos en su normalidad, vigorizados por la conmemoración festiva de la Naturaleza que revive, independiente de la Muerte y del Caos.

También en la música, medida y número son los únicos elementos que la razón puede captar, el único que permite al intelecto cognitivo aproximarse a ella. La distancia entre los sonidos, la altura y el ritmo no pueden ser expresados sino mediante números. Las estaciones son para nosotros un acto físico-meteorológico. La Antigüedad se expresa musicalmente.

La vinculación de la música con el Universo atribuye a cada manifestación musical un lugar fijo, fuera del cual pierde todo sentido o incluso se torna perjudicial. En el Imperio chino se debe tocar en cada estación una campanilla de altura diferente y en todo el territorio de civilización elevada, ciertas escalas y melodías sólo deben sonar por la mañana o por tarde, en verano o en invierno.

El Cosmos se presenta al Hombre como un misterio, hurtándose a la comprensión, impulsando la magia: impulso en el cual se realiza el movimiento de su existir. Con todo, este Cosmos se dona al desvelar la abertura de su sentido inagotable, que incita a penetrarlo más y más, en sus modalidades de darse a la comprensión, puesto que siempre muestra el aspecto enigmático, lo oculto de sí, en el transcurrir del Tiempo. Y, justamente, cuando capta el lenguaje del Cosmos, el Hombre tiene acceso a la dimensión simbólica: fuente generadora de la palabra, punto de traducción de su momento de encuentro con lo real. Si el Arte es el proceso luminoso de la ascensión, de trascendencia rumbo a lo celestial del cual es oriundo, lo mismo aplicado al Lenguaje en cuanto proceso de simbolización, surge de la misma aptitud que impulsa al hombre a la pintura.

Hay tres formas de ascensión: verticalidad de la escala, de las bestias y de la montaña sagrada, conquista de una seguridad metafísica y olímpica, centrada en la imagen del ángel, sustentado en la forma de alas y flecha, y la imaginación se colorea de un matiz ascético que hace del esquema del vuelo rápido el prototipo de una meditación sobre la pureza. En última instancia designa el poder viril; la realeza celeste o terrestre del rey juez, sacerdote o guerrero, o también cabezas de cuernos fálicos, símbolos en segundo grado de soberanía viril, cuyo papel mágico abre procesos formadores de los signos y las palabras.

Sigue en la Circular de Julio de 2008.

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Enseñanzas de un Maestro ignorado (ensayo)
Proceso a la espiritualidad (ensayo)
Manual del discípulo  (didáctico)
Seducción y otros ensayos (ensayos)
Experiencias de amor (místico)
Las estaciones del amor (filosófico)
Sobre la vida y la muerte (filosófico)
Prosas últimas   (pensamientos en prosa)
Aforismos místicos y literarios (aforismos)
Lecciones de una Escuela de Misterios (didáctico)
Monólogo de un hombre-dios (ensayo)
Cuentos de almas y amor (Cuentos) Isabel Navarro /Quintín
Desechos Humanos (Narración) Ruben Ávila/Isabel Navarro
Nueva Narrativa (Narraciones y poesía)Isabel Navarro/Q
Ensayo para una sola voz (Ensayo)
En el principio fue la Magia   (ensayo)
La puerta de los dioses   (ensayo)
La Memoria del tiempo Cuentos,Poesía Toni Coll/Isabel Nav.
El camino del Mago Ensayo Salvador&Quintín
Crónicas Ensayo Salvador&Quintín

  

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