EINSTEIN MÍSTICO Y CIENTÍFICO ALCORAC SALVADOR NAVARRO
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Dirigida a la Escuela de:
Mallorca
Las Palmas
Circular nº 7 , año XIV
Bunyola, 1º de Julio de 2.008.
A.EINSTEIN – MÍSTICO Y CIENTÍFICO.-
Los conceptos que acabamos de exponer en estas páginas eran sentidos o adivinados por muchas personas, aunque fuesen expresados de otra manera.
Un autor dice que la mentalidad de Einstein es antes religiosa que científica. Otros afirman que parece más una obra de arte que una ciencia; arte para no entender sino para saborear.
Ambos tienen razón; religión y arte tienen que ver más con la intuición que con el análisis. Casi todos los grandes genios de la humanidad, especialmente los altamente conscientes, operan en una dimensión superior a la simple inteligencia. Para tener la seguridad de la verdad se necesita de un proceso no meramente silogístico, sino altamente intuitivo.
Decía un escritor, Meter Michelmore: “Einstein estaba hasta tal punto abismado en la Fisica que perdía cualquier noción del tiempo. Dentro de su voluntaria prisión, en el sótano de un edificio de siete plantas, reinaba el silencio y la penumbra”.
No parece este haber sido el auténtico ambiente de un místico, que ignoraba tiempo y espacio creando un ambiente de receptividad propia, en el cual pueda ser invadido el alma por el cosmos.
Añade el mismo autor: “Hasta tal punto se abismaba Einstein en pensamientos abstractos que se le hacía difícil prestar atención a los acontecimientos terrenales. Y es el caso que, si a pesar de esto les prendiese la atención, se sentía repelido por la mezquindad y brutalidad, hasta el punto de entregarse nuevamente a su Física”.
“Su física”, esto es, la física teórica, la maravillosa alma de la naturaleza y no la de su cuerpo material.
Einstein creó una isla metafísica dentro de la cual se refugiaba, recogiéndose en un rincón en el último piso de un rascacielos, donde encontraba ese espacio feliz dentro de sí mismo.
La ciencia solamente hablaba de la Teoría de Einstein en términos abstractos y académicos, pero el pueblo pedía una explicación inteligible, que ni los científicos ni el propio Einstein podían dar. Cuando en su visita a los Estados Unidos se alcanzó el clímax de ese grito del pueblo juntamente con la publicidad en la prensa, no formuló ninguna explicación, porque en el plano mental en el que el público se encontraba no era posible hacer entender lo inexplicable. Era como si alguien quisiese explicar a un profano en electrónica cómo se puede hablar con alguien a millares de kilómetros de distancia o contemplar la imagen de una persona ausente por ese medio.
Max Planck, autor de la teoría de la mecánica cuántica, y otros científicos que desde el principio reconocieron la importancia de la Teoría, no hicieron apenas esfuerzo para difundirla. Reconocieron que el espíritu normal no la podía comprender, una vez que la Teoría contradice todo el modo de pensar del hombre común y priva a la sociedad de un escepticismo sano. Puede ser que lleve generaciones hasta que la Teoría de la Relatividad consiga entrar en la opinión pública de la humanidad.
Con estas palabras anunció Max Planck y otros científicos una gran verdad: en cuanto la humanidad no entre en una zona de ampliación del campo de consciencia, no habrá una verdadera comprensión de la mentalidad de Einstein.
Añade el citado autor que, aunque Einstein fuese un hombre de carne y hueso, se identificaba totalmente con la realidad espiritual de la Física. No se consideraba como un hombre excepcional, sino que estaba hermanado completamente con esta verdad que otros no perciben.
En esto revela precisamente su poder de unidad polar mental que caracteriza al verdadero místico.
En una reunión científica en Londres, el físico Sir Joseph John Thomson afirmó que el descubrimiento de Einstein era el mayor triunfo del espíritu humano; añadió que apenas doce hombres en el mundo comprendían esta Teoría, aparte de él mismo. Thomson no formaba parte de esa docena.
La comprensión de la Teoría supone vastos conocimientos de Física, no hay duda; pero lo que los más grandes científicos conciben es que mucho más importante que esos conocimientos empíricos – analíticos es una determinada actitud abstracta propia del espíritu de Einstein.
No extrañemos que Max Planck y otros releguen la comprensión de la mentalidad de Einstein a las generaciones futuras. Recordemos otros hechos similares afirmados hace siglos y hasta hoy no puestos en práctica. ¿Quién – por ejemplo – acepta la Homeopatía, aunque esté probado que ella da salud al cuerpo humano?
¿Quién evita el uso excesivo del consumo de carne animal, aunque sea fuente de muchas enfermedades?
Y, sobre todo, ¿dónde existe una organización mundial, civil o religiosa, que proclame el mensaje del Cristo como única garantía de la tan deseada fraternidad universal?
¿Quién se guía de hecho por los dos mandamientos en que se basan toda Ley y los profetas?
Individuos aislados, es verdad, se guían por ese mensaje supremo, pero en estos pasados 2000 años, ni el diez por ciento de la sociedad humana, ha levantado en derecho real estas verdades dichas hace casi veinte siglos.
Lo que la humanidad practicó durante muchos siglos, aunque sepa que han sido errores, difícilmente dejará de practicarse en el futuro.
Para la vida diaria del hombre, la aceptación de la Teoría de la Relatividad no tiene importancia alguna; es antes un juego o una distracción que una necesidad vital. Mil veces más importante sería que la humanidad aceptase de parte de Einstein otras verdades más necesarias para la vida humana, como el espíritu de solidaridad universal o su desprendimiento de los bienes terrenales o su espíritu de fraternidad, independiente de raza, clase o credo.
Michelmore refiere el siguiente episodio hilarante:
“El gran periódico “New York Herald Tribune” se interesó en ofrecer a sus lectores el texto completo de la Teoría de la Relatividad e insistió en que le telegrafiasen íntegro la complicada ecuación, llena de señales convencionales: letras griegas, fracciones, raíces cuadradas y cúbicas y otros jeroglíficos que son de uso en esas misteriosas fórmulas. Además, la fórmula tenía que ser traducida del alemán berlinés para el inglés de Nueva York. John Elliot tomó sobre sus hombros la difícil tarea. Eran nada menos de seis páginas repletas de fórmulas matemáticas. Durante toda la noche el telégrafo trasatlántico gimió con la transmisión de tamaña carga de enigmas.
A la mañana siguiente en Nueva York, Chicago, Los Ángeles, Río de Janeiro, Buenos Aires, etc., millares de personas leyeron en el desayuno, seis páginas de jeroglíficos, sin nadie entender palabra alguna.
Numerosos lectores pidieron que explicase en pocas líneas el sentido de las seis páginas de misterios, pero el periódico respondió que entre sus directores no contaba una de las doce personas del mundo que decían comprender la Teoría.
En adelante, toda vez que alguien afirmaba haber comprendido a Einstein bastaba hacer el pedido: “haga el favor de explicar la Teoría de la Relatividad” y se sentía el silencio en toda la línea.
Sigue en la Circular de Agosto de 2008.
LA REALIDAD OCULTA.-
Esta actitud conquistadora, preponderante en la relación entre el hombre y la naturaleza desde los albores de la historia americana, ha contribuido al progreso material y a la supremacía tecnológica y económica de Estados Unidos, pero también es responsable del enorme daño causado al medio ambiente.
Los responsables de la planificación de la ciudad de Washintong habían arrancado todos los árboles en más de veinte kilómetros a la redonda para que no importunasen a los futuros ciudadanos de la futura metrópoli. Construyeron a conciencia algunos grandes monumentos arquitectónicos, pero también una enorme cantidad de edificios vulgares y baratos, como si la escasa calidad y la falta de previsión fueran ya la técnica general de la construcción a principios del siglo XX.
Octavio Paz, poeta mexicano y estudioso de la cultura del Nuevo Mundo, opina que la actitud de los norteamericanos y sudamericanos hacia la naturaleza no está basada en las reacciones que las características del Continente han provocado en ellos, sino en sus distintos orígenes europeos. Mientras que los europeos son producto involuntario de la historia europea, los americanos, afirma, son una “creación premeditada” de las utopías europeas. “Durante muchos siglos, los europeos no se supieron europeos; sólo cuando Europa cobró realidad histórica advirtieron que pertenecían a algo mayor que sus ciudades de origen”. En Europa, la realidad precedió a la nación, mientras que la nación americana comenzó siendo un ideal. “El hombre engendró la realidad. El continente americano ya había sido bautizado antes de ser descubierto en su totalidad”.
Las diferencias entre los latinoamericanos y los norteamericanos estriban en que los primeros son hijos de la Contrarreforma, mientras que los segundos son “hijos de Lucero y de la Revolución Industrial. Por esto respiran con facilidad en la enrarecida atmósfera del futuro y por idéntica razón no entran en contacto con la realidad. El supuesto realismo de los angloamericanos no es más que pragmatismo, una operación que consiste en aligerar la compacta materialidad de las cosas para convertirlas en procesos. La realidad deja de ser sustancia y se transforma en una serie de actos. Nada es permanente, porque la acción es la forma predilecta que la realidad adopta”. Desde sus comienzos - prosigue Paz - “América sabía lo que sería. Durante más de tres siglos la palabra “americano” designaba a un hombre que no estaba definido por lo que hacía, sino por lo que haría”.
Los norteamericanos han tendido siempre a creer que el mundo empezaba con ellos. La fe en la bondad del hombre y en la posibilidad de recrear el cielo en la tierra constituía el núcleo de su filosofía, del mismo modo que la creencia en cierto tipo de superioridad heredada del genio latino ha sido durante mucho tiempo el credo de los franceses. Los americanos cultivaron desde el principio un profundo interés por el hombre corriente, confiando plenamente en su eficacia y en su capacidad para hacer el uso adecuado de los enormes recursos que el continente virgen ofrecía. Sobre esta confianza se asentaba la creencia de Thomas Jefferson en “el incuestionable republicanismo del pueblo americano”, que finalmente sería idealizado por el “gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo” de Abraham Lincoln.
Esta confianza en la perfectibilidad de la vida humana (más que en la del propio hombre) es el leitmotiv de la literatura americana. W.Whitman opinaba que la misión de América era crear una tierra de hombres sanos y libres. Para Thomas Wolfe “la esencia de toda fe para la gente de mi credo es que la vida humana puede ser y será mejor”. Esta eufórica actitud prevaleció incluso entre los críticos más mordaces de la civilización americana. Sinclair Lewis era en el fondo el típico reformista americano que compartía con su personaje Cass Timberlane la opinión de que América llegaría a ser “el país de ensueño del año 2000, una nueva Atenas, tersa y pura, una nueva tierra para una nueva humanidad”. Las penosas experiencias de la segunda mitad del pasado siglo apenas han logrado ensombrecer esta visión. El ciudadano americano corriente, condicionado mucho por su cultura nacional, sigue creyendo y pensando lo mismo que T.Wolfe, el cual decía: “La verdadera realización de nuestro espíritu, de nuestro pueblo, de nuestra tierra, está todavía por llegar”.
Esta creencia ha encontrado una nueva forma de expresión en el interés por la calidad y el adecuado control del medio ambiente, tan típico de la tradición americana en su espíritu misionero y en su convicción de que, sin abandonar una sola de las ventajas de la tecnología, el hombre es capaz de devolver al entorno su estado original o de reformarlo de acuerdo con sus ideales.
Las manifestaciones acerca de las características universales de la humanidad no arrojan excesiva luz sobre las características nacionales porque, en palabras de D.H.Lawrence, “la naturaleza humana siempre está hecha según ciertas pautas. Las pocas convenciones de los aborígenes australianos les atan más de lo que puede estarlo al pie de una muchacha china”.
Si los misioneros cristianos encontraron dificultades en civilizar a los indios americanos, no fue porque los salvajes no pueden ser civilizados por las enseñanzas de una raza superior. La resistencia de los indios se debió en gran parte a factores económicos y, en mayor proporción aún, a la persistencia de su vida familiar y comunal. Dondequiera que la familia y la comunidad india fueran destruidas por el hombre blanco, las costumbres y creencias de los indios eran reemplazadas con toda celeridad por las de los conquistadores. , ya fueron estos españoles, ingleses o franceses. Pero la asimilación cultural fracasaba allí donde las formas indias de vida familiar y comunal persistían. En tal caso, la familia india continuaba adoctrinando a sus hijos en la cultura tradicional, mientras que la forma india de comunidad local actuaba como regulador del cambio. Estas fuerzas conservadoras minimizaron el impacto social del hombre blanco al retrasar la incorporación de su cultura a las antiguas tradiciones indias.
Actualmente, gran parte de la juventud de todo el mundo trata de desligarse de la clase de vida que la civilización occidental creó durante el pasado siglo. Estos nuevos rebeldes prefieren vivir el ahora que preocuparse por el futuro; valoran más el “ser” que el “transformarse en otra cosa en el perpetuo juego de la naturaleza”, como Emerson lo llamó. En el mejor de los casos, las actuales contraculturas representan valores universales, pero muchas de sus expresiones poseen características marcadamente nacionales. Las actitudes soñadores de los alemanes del pasado siglo recuerdan a las que preconizaba el romanticismo alemán del siglo XIX, las bicicletas blancas de Ámsterdam concuerdan con la sensibilidad y el pragmatismo que impera en la vida holandesa; las barricadas que levantaron los estudiantes franceses en 1968 parecen reproducciones de las que colocaron los burgueses revolucionarios en el París de 1830 y 1848. El movimiento juvenil que surgió en los Estados Unidos durante la década de los 50 era una versión actualizada de la vida en el salvaje Oeste, con motocicletas engalanadas en lugar de caballos enjaezados y “hierba” en lugar de “agua de fuego”.
La universalidad del género humano se manifiesta en la gran diversidad de personas y culturas, porque cada uno de sus miembros encarna el genio del lugar donde vive. Esta verdad biológica es tan completa que casi hace imposible su descripción científica y no digamos su análisis.
Veamos unas palabras de una mujer bosquimano de 80 años de edad del desierto de Kalahari:
En el mundo hay diversas clases de personas; en primer lugar están los negros, que crían ganado y cultivan la tierra y tienen su propia clase de medicina, que está basada en la brujería. Luego están los blancos, éstos tienen camiones y vehículos a motor y también su propia clase de medicina, que está contenida en unas delgadas y punzantes agujas. Y luego están los rojos, nosotros, los bosquimanos; nosotros no tenemos camiones ni ganado, pero tenemos la nuez mondongo y nuestra propia clase de medicina también, que son las curaciones que yo hago. . . . así que, como puedes ver, hay distintas clases de gente con distintas maneras de vivir, pero por dentro todos somos iguales. La sangre que hay dentro de nuestros cuerpos es del mismo color….. en realidad, somos un solo pueblo”.
¿QUÉ ES EL DIABLO?
Ya todo son misterios. Después de los dioses, vienen los de los astros, los de los números, los de las letras. Los misterios de los números provenían de los Caldeos y fueron introducidos en Grecia por los pitagóricos. Los de las letras procedían de la Frigia. Las “Letras Efesianas” y las “Letras Milesianas”, eran palabras tomadas de las lenguas de la Lidia y de la Frigia a las que se atribuía gran poder. Las primeras eran pronunciadas en un tono sacramental en el culto de la Diana de Éfeso. Después venían los de los animales, los de las plantas. A las deidades infernales, que antes no intervenían en los acontecimientos humanos, se les obliga a entrar en juego. Se evoca y se conjura a los divinos habitantes del centro de la Tierra, para que se produzcan venenos o medicamentos, narcóticos y excitantes, plantas que curen o que maten, fecunden o esterilicen, nos acerquen a Dios o de Él nos alejen. Plutón y Osiris, que daban vida sólo al trigo, hacen crecer beleños, estramonios, cicutas, belladonas y mandrágoras; y merced a su influencia, estas plantas nos relacionan con los aparecidos, con los genios subterráneos, con los demonios. Con ellas más pronto se obtiene el mal que el bien; sus efectos con casi siempre delirios y pesadillas. Las visiones que producen son siniestras; espectros, figuras repulsivas. Así se dice que apenas se relacionan con los hombres, predecesores de los diablos de los cristianos.
Los que no creen en los conjuros creen en filtros. Ya no es posible dudar de sus efectos; los hay para todo. Para obtenerlos no se repara en los medios: la imaginación extraviada aconseja los más perversos. Se hace morir de hambre a un niño, enterrado hasta la barbilla, rodeado de comidas, para con su cuerpo luego, preparar el filtro del deseo permanente e insaciable. Cuando en el circo se baten dos mujeres, la que cae herida, sirve a la que triunfó para preparar con el frío sudor de su agonía, el filtro de congoja. Se emplea la sangre de un asesinado, líquida, coagulada y seca; aromas de toda especie, figuritas de cera, láminas de cobre con caracteres caldeos, herramientas de buques naufragados, restos humanos de cadáveres insepultos, trozos de dedos, clavos arrancados a las cruces patibularias con restos de carne, huesos mordidos disputados a los dientes de las bestias carnívoras. Se obtiene el agua de almendras amargas, que mata súbitamente. Se concentra el veneno de la víbora; se bañan huevos de lechuzas en sangre de tortugas; se quema higueras salvajes arrancadas de encima de la tumba de los suicidas, para aprovechar sus cenizas; se tuestan corazones a la llama de cabellos; se curte piel de etíope con baba de serpiente; se cuecen yerbas negras en cráneos de parricidas. Los trípodes sirven sólo para sostener calderas; las calderas sólo para hacer hervir brebajes; la atmósfera está llena en Roma de los insalubres vapores que desprende.
La magia triunfa en todas partes; el Imperio del Mundo le pertenece. Nerón, después de ser el árbitro de los hombres, quiere serlo también de la Naturaleza, y se proclama el primer Mago. No contento con mandar a los hombres, quiere mandar en el Universo. Para ello protege a todos los nigromantes y astrólogos caldeos; a sus órdenes acuden en tropel los brujos de la Tesalia para coronarle rey de la magia negra, Príncipe Supremo de todos los demonios. Y no tarda en venir otro emperador, casi un niño, tránsfuga de su sexo, que viste túnica de mujer con tiara de oro, que se casa con histriones y gladiadores, pontífice de Mitra, adorador de Astarté, protector de coribantas y archigallos, y después de haber presidido un senado de matronas desnudas que promulga el derecho al beso y las leyes de la litera y del coturno, hace erigir templos a la Isis negra, inunda Roma de de taumaturgos y magos de Persia, Siria y de Alejandría; y en medio de un lujo infamante, arrastrado por cuatro elefantes, reclinado en un cuadrivio de oro claveteado de turquesas, seguido de trescientos carros de nácar, marcha sobre una alfombra de violetas, lirios y nardos, al templo del Sol y entre una lluvia de esencias y una nube de incienso, consagra los misterios del incesto del Dios de la luz con su hermana la Luna.
Los genios o demonios, que hasta aquí podía ser humanos o malos, son sólo malos, malos exclusivamente, pues que la magia sirve no más ya que para hacer maleficios.
Los sacerdotes venidos de Tebas y Menfis inician a los neófitos dentro de sus templos. Allí explican cómo el vegetal es un espíritu que está envuelto por la luz y que se fabrica un cuerpo de tierra; y lo demuestra quemándolo. Se escapa un vapor sutil, se produce una llama, el residuo es un polvo de tierra. Allí se enseña cómo está en su mano el resucitar, y cómo la resurrección la produce el trigo. El metal puro, brillante, es oxidado en un crisol. Pierde su brillo, se muere, se convierte en tierra. Luego se le echan granos de la divina espiga en abundancia. Se le da más fuego, sale humo, se hincha, baja la mezcla y el metal aparece otra vez brillante en el fondo de la vasija. ¡Ha resucitado! Esta operación del “Arte sagrado”, era idéntica a la de la química moderna, de la reducción de óxidos a metal, por medio del carbón. El trigo obraba como agente reductor en virtud de su carbono. Pocas son las religiones que no santifiquen al trigo como símbolo de inmortalidad; Eleusis lo enseñó al paganismo; lo afirmó en su Pascual el judío; el egipcio lo demostró en su Arte sagrado; pronto el cristiano lo declarará cuerpo del propio Dios en persona.
Todo tiene su nombre supuesto, su analogía, en el Arte sagrado. La vida en la Isis blanca, la muerte de la Isis negra; la misma Isis si lleva un basilisco pintado en la frente representa la luz; si un áspid, las tinieblas. La serpiente que se muerde la cola es la eternidad, el Universo. Todos los animales sagrados son considerados frases encarnadas, jeroglíficos vivientes de la revelación divina; todos tienen su poder sobre alguna parte del Universo; el león, el dragón, la salamandra, la cigarra, el escarabajo, el basilisco, todos tienen su virtud, todos su misión mágica. Tienen también un gran influjo el huevo y la leche; al mismo mundo se le cree originario de un inmenso huevo, y para probarlo, se acude a la teogonía de los órficos; y se dice que el cielo se halla manchado de la leche de una diosa. Las plantas si son amarillas, representan el oro y son la imagen del Sol; sus jugos se les cree luz líquida que puede animar nuestros cuerpos e inspirar nuestras mentes. Las que son negras sirven para conjurar; las perturbaciones que en el sistema nervioso causan, producen apariciones demoníacas. Todos los nombres se truecan; se da a los metales el nombre de los astros o el de los dioses; a sus compuestos se les da el nombre de animales. El sulfuro de mercurio ordinario, era el “Agua negra”. Cuando dicho compuesto por la sublimación se transformaba en cinabrio, se decía que el fuego había metamorfoseado el “Águila negra” en “León rojo”.
Gracias a esta química rudimentaria el que practica el Arte sagrado créese hacer en pequeño lo que el Demiurgos o el Creador produce en grande; y el Arte sagrado cada día tiene más adeptos. Los griegos le han dado la teoría del alma del Mundo, Alejandría le da la de los Arquetipos con todas sus jerarquías; Filón lo acaba de explicar todo por fuerzas divinas y por demonios; los persas por ángeles y querubines; cada cual inventa nuevos seres divinos, semidivinos, espirituales, tenues, invisibles, visibles, tangibles y corpóreos. Para hacerse una idea de cómo marcha la máquina del mundo y de cómo se produce en él el mal y el bien, se dividen los que cultivan la magia de los que profesan la teurgia. Crean los unos la teoría de un “Dios-Universo, que es todo lo que es” y que consta de los tres principios, materia, vida e inteligencia, y lo representan por los tres lados de un triángulo equilátero. Los otros, discípulos de Filón, siguiendo a Plotino y Proelo, parten de la idea de un Dios único, distinto de la materia inerte y degradada, y llegan a formular la idea abstracta de un “Dios nada” en contraposición a los que proclaman el “Dios todo”,
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EL LENGUAJE COMO METÁFORA.-
El azul celeste del que apacigua designa al Lenguaje en su filiación divina, exaltación rítmica que se traduce como manifestación del poder cíclico de la regencia cósmica, en el cual se inserta. El ritmo natural, que se muestra en el paso de las estaciones del año, en las fases de la Luna, requiere actos de invocación y agradecimiento a las divinidades creadoras que mantienen estos fenómenos como tales, apartado al Hombre de la ausencia de sentido, de la degradación del Caos. Captar el proceso en el cual se mueve la vegetación y los astros significa contemplar el Ser como símbolo y reiterarlo a simbolizar, por la imaginación creadora, al Cosmos en un sistema de potencialidades que, vinculando los entes entre sí, los devuelve a su origen. El Hombre ejerce, por el simbolismo, su trascendencia, en las imágenes por él evocadas, elevándose como dioses al ámbito de lo esencial, a la comprensión del secreto de los entes, vinculando la tridimensionalidad temporal en su indisolubilidad en el seno del cual pasado, presente y futuro, son re-creados por la Música, el Arte y el Lenguaje, en las cuales penetran los destinos de mortales e inmortales. Es en la fuerza de la palabra que el Mito alcanza su plenitud en la narración oral, retrato de la Memoria que se retrasa, permaneciendo inalterada en el decorrer de las generaciones, lo que garantiza la unidad y totalidad de lo real. La palabra contiene en sí lo Sagrado.
Para que haya símbolo es necesario que exista un dominante vital. Por eso, los que creemos que lo caracteriza y estructura es precisamente no el poder formalizarse totalmente y apartarse del trayecto antropológico concreto que lo hace nacer. Hay problemas de la biología y las ciencias humanas que no se pueden extraer súbitamente al oscurantismo sin matar definitivamente su significado.
Conviene investigar el origen del Lenguaje, intentando delimitar el momento de su eclosión, por intermedio del símbolo.
El símbolo surge en el momento en que el hombre, viendo un ente, es capaz de de reconocerlo posteriormente por haberlo retenido en su memoria El Lenguaje se estructura por intermedio de gestos, gritos, términos aislados, que requieren la voz para expresarlos en las tonalidades que la constituyen. El hombre se distingue de los animales por el cerebro, intrínsicamente formado por pensamiento y establecimiento de una red simbólica. Podríamos ir más allá y decir que la actividad primaria es esencialmente humana y simbólica. El hombre es un ente simbólico y justamente por eso tiene la capacidad de pensar. Lenguaje y Arte. Al cerebro, órgano despierto incluso durante el sueño, le resulta espontánea la capacidad de traducir a nosotros y a los demás, la transmutación de la experiencia en un símbolo. La mente ejecuta el paso del Caos al Cosmos simbolizando, teniendo como materia prima los datos sensibles que elabora, generando las ideas. El hombre descubre así su sentido y el significado del mundo en el cual es, teniendo como ámbito el sueño, la fantasía (creadora de la religiosidad), no diluidos por el raciocinio. El símbolo se refiere a la denotación, esto es, la relación, la intencionalidad que torna presente un ente que está fuera del ámbito directo de la manifestación, de la práctica, de las sensaciones inmediatas, esto es, del signo. El Lenguaje es, como la Música, estructuralmente repetitivo, puesto que, en cuanto mítica es retorno al origen sonoro por intermedio de la sonoridad humana, eminentemente ritual y, por tanto, mágica. Se rompe así el vínculo de aprisionarse al Espacio, ya que los símbolos son el proceso dinámico que modificando las imágenes sensibles, ordenan el Cosmos. El símbolo es el ámbito de resonancia de los entes traducidos en su ser por la Metáfora. El Lenguaje – símbolo expresa la capacidad de abstracción que comparando los entes los comprende. El hombre se sitúa de este modo entre lo tangible y lo imaginario.
Tanto en el Lenguaje como en el Mito, las imágenes hablan del símbolo y, como en el Arte, se inscriben escribiendo la historia humana, en esta primera busca en la cual la Naturaleza es vista, tocada, circunscrita, comunicada, expresa metafóricamente por la palabra que descodifica, encubriendo o haciendo nacer la creación original. Siendo que el ritual mítico era compuesto por la celebración y retorno al origen, donde máscaras, mago-cantor y la comunidad cantaban mantras, el Lenguaje se instituye y fija por medio de los ritos y del canto. El hombre, intentando expresar el modo como la impresiones en el contacto con los entes lo alcanzaba emocionalmente, no poseía un código intelectual que dispusiera de una connotación precisa para cada palabra. Al contrario, la lucha en comunicarse, profunda en su pluralidad, retrataba los varios ángulos por los cuales algo se daba a ver. Emoción y sensibilidad, acuñadas por la presencia de la divinidad, componían un Lenguaje en el cual la multiplicidad de las palabras procuraba designar la emergencia ritual de un ente, en su universo de múltiples significados. Cada cosa viva estaba asociada a la Vida misma, las impresiones sensoriales que despertaba, estableciendo el Hombre como un ente artístico y sonoro, que se esencializa por la primordial abertura, la captación y manifestación del Ser, en su sentido o sonido propio.
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