ALCORAC

SALVADOR NAVARRO ZAMORANO

 

Dirigida a la Escuela de:

                        Mallorca

                        Las Palmas

                                                                                 

 

 

                                                                       Circular nº  Extra Invierno, año XVI

 

                                                                       Bunyola, 1º   de Diciembre  de 2.010.

 

 

Viene de la Circular Extra de Verano de 2010.

 

 

 

 

En la Circular extra del verano de 2010, tratamos de comprender algo de Dios-Espíritu Santo, como actividad creadora. Ahora tratemos del Espíritu Santo como Mente divina. Sin duda, no es posible separar ambos temas porque el Espíritu Santo es uno, aunque muchas y variadas sean sus manifestaciones.

 

Por tanto, la actividad creadora de Dios y la Mente divina son en realidad una sola, porque la Mente crea por imaginación y pensando en el Universo traerlo a la existencia.

 

En nivel muy inferior, nosotros hacemos lo mismo al engendrar una forma de pensamiento. También, en virtud del poder creador del Espíritu Santo en el hombre, nuestro pensamiento es una realidad.

 

De la misma forma podemos considerar a Dios como Logos creador de un sistema solar, en el acto de crear el Universo y sus formas por el poder de la imaginación que forma sus imágenes.

 

Así como la forma mental creada por nosotros se desvanece cuando le retiramos nuestra atención, de la misma forma el Universo existe en cuanto el divino Pensamiento lo mantiene, pues dejaría de existir si así no fuese.

 

De la misma manera que la Mente divina, por su poder de imaginación, está creando y recreando sin cesar el Universo, así también nuestro pensamiento crea y recrea continuamente nuestra vida individual. Tal como pensamos así somos. El poder creador de nuestra vida no está en nuestras palabras, ni en nuestras emociones, ni en nuestros actos, y sí en el poder imaginativo del pensamiento. Si valiéndonos de este poder, forjamos una imagen de lo que aspiramos ser según la fuerza de la imagen o realizaremos en nuestra vida diaria. Tal es el fundamento de la autosugestión. Solamente un hombre de imaginación fuerte puede ser creador. Sin una potente y vigorosa imaginación, nadie espere hacer grandes cosas.

 

El mundo existe porque Dios piensa en él; y existe en cuanto es objeto del pensamiento divino, pues el único mundo real es el existente en el pensamiento de Dios.

 

Los místicos conciben un mundo perfecto en la Mente divina y consideran este (aparentemente imperfecto) mundo que nos rodea como una tentativa, no del todo alcanzada, de semejanza con el arquetipo divino. Pero esta no es la verdadera relación del mundo que nos rodea con el mundo tal cual existe en la Mente divina o Dios-Espíritu Santo. Sólo hay un mundo real, el que existe en la Mente divina. Ningún otro mundo existe ni puede existir, porque los mundos sólo existen cuando son pensamientos de Dios.

 

Lo que llamamos mundo circundante y, a veces, los místicos consideran como una realidad objetiva, independiente de su consciencia, no es en realidad el mundo, sino nuestro mundo.

 

Vemos a nuestro alrededor un mundo con un cielo azul y verdes árboles, seres vivientes de formas diferentes y creemos que este mundo está dotado de estas cualidades, tanto cuando las vemos, como cuando no estamos presentes para verlas. Pues bien, esta es la gran ilusión, la maya fundamental de nuestra existencia, y si quisiéramos entrar en el reino del Espíritu Santo, en el mundo de lo Real, primeramente debemos vencer esta ilusión y reconocer que lo que llamamos mundo exterior no es otra cosa sino la imagen forjada en nuestra consciencia por su reacción del mundo tal como existe en la Mente divina.

 

Fácilmente podemos demostrar la existencia de esta ilusión, aunque no sea tan fácil darnos cuenta de ella en la vida diaria.

 

Expongamos una vez más el concepto que, generalmente, tienen las personas de su relación con el mundo exterior. Supongamos que existe este mundo tal como ellas lo ven, oyen, miran y tocan las cosas que él contiene, y que se manifiestan ante su presencia como en su ausencia.

 

Podemos demostrar que no es así.

 

El hombre está dotado de cinco sentidos que reaccionan contra determinadas vibraciones aéreas y etéreas y otras reacciones sensoriales  que denominamos como color, sonido, etc., pero entre la serie de vibraciones a los que nuestros sentidos responden, hay grandes grados vibratorios de los cuales estamos completamente inconscientes, porque nuestros sentidos no los captan.

 

Supongamos que existe un ser incapaz de responder a una serie de vibraciones a las que responden nuestros sentidos normales, pero que en cambio estuviese dotado de sentidos capaces de responder a vibraciones para nosotros no existentes. El Universo de tal individuo sería diferente del nuestro y, mientras tanto, él tendría tanta razón para decir que aquél es el mundo, mientras que nosotros llamamos mundo a lo que capta nuestros sentidos.

 

Ejemplo de eso lo tenemos en la diferencia entre la percepción de un mundo por un ser humano y por una entidad perteneciente al reino angelical, una evolución paralela a la humana, en la cual encontramos seres de luz, muchos de los cuales trascienden nuestro desarrollo normal. Tales seres son llamados arcángeles en la religión cristiana y devas en religiones orientales.

 

Cuando contemplamos una planta viva, ella nos parece como un objeto de forma y colores definidos y con cierta sensación de aspereza o blandura, dureza o flexibilidad, cuando la tocamos. Pero, para un ángel, las relevantes características de la planta no serán su forma o color, sino las fuerzas vitales que actúan en su interior y la mantiene viva. De la misma forma, un cable eléctrico nos puede parecer un conjunto de hilos metálicos con su forma y dimensiones y un ángel no se fijará en la forma del hilo sino en la corriente que circula por su interior. Fácilmente se comprende que el mundo tal como es percibido por un ángel no es perceptible al hombre. Entonces preguntamos: ¿cuál de los dos es el mundo verdadero, el del ángel o el del hombre? ¿Quién se equivoca? Ambos caen en el error y los dos aciertan, pues el mundo que ven es ciertamente su respectivo mundo, pero ni uno ni el otro es el mundo. Ambos derivan hacia su respectivo mundo del Universo, tal como existe en la Mente divina, pero el modo en que se nos presenta es enteramente nuestro. De esta forma vivimos en un mundo que nos parece independiente de nosotros, pero que en realidad es solamente nuestro mundo.

 

La llamada percepción sensorial fue siempre considerada un misterio, pues por muchos que sean los libros en que estudiemos el tema, nunca encontraremos una explicación satisfactoria de cómo percibimos las cosas.

 

Los filósofos dicen que cuando al sentido visual ciertas vibraciones del éter, se enfocan en la lente del ojo, llegan a la retina, en cuyos filamentos se procesa un cambio químico, y después el nervio óptico conduce la vibración a la parte del cerebro relacionado con la facultad visual, donde se efectúa otra alteración, cuyo resultado es el de ver los objetos exteriores, tal como el verde los árboles o el azul del cielo.

 

Pero es evidente que entre la última alteración operada del cerebro y nuestra consciencia, se interpone una valla imposible de saltar.

 

Tampoco nos quita las dudas el considerar la percepción sensorial en los planos más elevados y describir las transformaciones que en el acto de la visión experimentan los cuerpos astral y mental, pues, al final, siempre es un cambio en la materia de alguno de nuestros cuerpos, cuyo resultado es la percepción visual del objeto por nuestra consciencia.

 

¿Cómo se forma en nuestra consciencia la imagen del objeto? Tal es el problema que ni la Filosofía ni la Psicología han resuelto satisfactoriamente.

 

Sin duda, la Psicología reconoce que somos conscientes de que sólo la imagen existe en nuestra consciencia, que no conocemos la verdadera naturaleza del objeto, cuyas vibraciones hieren nuestros ojos, y que la imagen forjada en nuestra consciencia la superponemos al objeto de la visión, tomando la imagen por el objeto.

 

Lo que no tiene todavía explicación es cómo las mudanzas vibratorias de nuestro cuerpo se transmutan en la imagen surgida en nuestra consciencia, y ni en Filosofía ni en Psicología podrán explicarlo, en cuanto busquen por caminos inciertos la solución del problema.

 

La Ciencia comienza por afirmar, y en eso tiene razón, que el mundo externo, perceptible a los sentidos, es una incógnita. Y va más allá, al decir que todo cuanto de él conocemos es que ciertas vibraciones de diversas modalidades excitan nuestros sentidos alterándolos y, finalmente, llegan a los centros cerebrales correspondientes.

 

Pero la Ciencia no pasa de ahí, y es incapaz de saltar la valla abierta entre la última modificación física y la imagen surgida en nuestra consciencia, admirándose de no encontrar la solución del problema. Con todo, más que admirar, sería si la encontrase después de dar por supuesto una dualidad que no existe.

 

Ciertamente, ¿el mundo exterior es una incógnita, porque hemos de considerar algunas partes de este mundo, no como una incógnita y sí como perfectamente conocidas? ¿Por qué decimos que no conocemos los objetos conocidos por los sentidos, pero que sabemos que sus vibraciones nos alcanzan y las recibimos por medio de los sentidos y el cerebro? A este respecto, tenemos que las vibraciones que llegan a los sentidos, venidas de los objetos, los mismos sentidos, el cerebro y todo el cuerpo, más todo cuanto pertenece al cuerpo, son tan desconocidos como los objetos del mundo exterior que percibimos por medio de los sentidos. Por tanto, no tenemos el derecho de separar un grupo de incógnitas, diciendo que ya no lo son, pero que las conocemos realmente, valiéndonos de ellas para resolver el problema del conocimiento de las restantes.

 

¿Cómo sabemos que tenemos cerebro y sentidos?  ¿Cómo sabemos lo que son esos sentidos? ¿Cómo sabemos que hay vibraciones y que ellas determinan transformaciones químicas en el cuerpo? Lo sabemos por medio de los sentidos de la vista y del tacto así como por la observación, auxiliados por instrumentos adecuados. Es decir, afirmamos la realidad de las vibraciones, de los sentidos y del cuerpo, porque lo percibimos mediante estas mismas vibraciones, sentidos y cuerpo, o mejor dicho, porque comprobamos las realidades de esas partes de nuestro mundo por sí mismas.

 

En rigor científico y exactitud filosófica, deberíamos considerar de la misma manera a todos los seres y las cosas que suponemos existentes en nuestro mundo exterior, tanto los minerales como los árboles, como los sentidos y las vibraciones que llegan a estos de los objetos que percibimos. Por tanto, si dijéramos que realmente no conocemos las cosas del mundo exterior, también debemos decir lo mismo en relación con las vibraciones cerebrales, los sentidos, etc., pues también pertenecen al mundo exterior, de manera que la cosa en sí es para nosotros una incógnita y de ella sólo conocemos la imagen producida en nuestra consciencia.

 

Por consiguiente, todo cuanto podemos decir con relación al mundo que nos rodea, o que creemos que nos rodea, es que hay un mundo real, el mundo que existe en la Mente divina. En este mundo estamos nosotros, lo que de real hay en nosotros. Allí está el aposento en que me hallo, el papel que tengo en la mano, el ojo con el cual me parece ver el papel, etc. Todo lo que se presenta en mi mundo externo, está en el mundo de lo Real, no especialmente separado y sí unido todo él, con solidaria interacción en la Mente divina.

 

Cuando la realidad de nuestro Yo en el mundo divino padece la influencia de otras realidades, como está sucediendo incesantemente, se produce en nuestra consciencia las imágenes de esas otras realidades del mundo divino y ocurren ciertos acontecimientos correspondientes a la interacción de todas las realidades de aquel mundo. Pero las imágenes producidas en nuestra consciencia, es decir, en nuestro mundo, es producción nuestra, sombra proyectada en la ventana de nuestra consciencia, por las realidades de la Mente divina.

 

Así pues, las imágenes en nuestra consciencia, a las cuales llamamos mundo exterior, no son realmente más que proyecciones o exteriorizaciones del mundo de lo Real, el único mundo que verdaderamente existe.

 

Todo esto es muy simple y no significa un problema grave. Pero la dificultad surge cuando disociamos de nuestra consciencia la imagen en ella producida y consideramos nuestras propias creaciones, así como las imágenes que concebimos, como existentes por sí mismas y completamente separada de nosotros. Entonces, cuando las observamos. Quedamos maravillados y contemplamos el mundo exterior.

 

Sin duda, nunca podríamos responder satisfactoriamente a tales preguntas, porque están formuladas erróneamente.

 

El motivo de nunca poder ocupar el vacío entre la última alteración química en el cerebro y la imagen en la consciencia, es que no hay tal vacío; no hay un mundo físico enteramente separado de nuestra consciencia, que en ella produzca misteriosamente las imágenes de lo que llamamos mundo exterior.

 

Las vibraciones que tocan en nuestros sentidos y las transformaciones químicas o mecánicas efectuadas en el organismo, son imágenes proyectadas por la interacción de las cosas en sí mismas, en el mundo de la Mente divina.

 

Son imágenes relativamente reales, en cuanto existe correspondencia entre los fenómenos del mundo de nuestra consciencia y la realidad que en ella produce la imagen. Por tanto, podemos aceptar como reales las conclusiones de la Ciencia, sus leyes y enseñanzas, así como nuestras diarias experiencias del mundo físico, aunque con la preocupación de tener en cuenta que la realidad del mundo físico es relativa, es decir, es real para nuestra consciencia, en cuanto estuviere formada por las imágenes que se produce en ella y por la acción de las cosas en sí mismas manifiestas en el mundo de la Realidad.

 

Verdaderamente nos parecemos a los prisioneros de la gruta de Platón. En su República dice el filósofo que los hombres están en el mundo como prisioneros atados al suelo de una gruta, mirando al frente, mientras detrás y por encima de ellos se abren los caminos hacia el mundo exterior, en el cual transcurre la vida común y circulan las personas sin que de ellos vean los presos más que la sombra proyectada en la pared, de todos los que pasan frente a la caverna. Y a estas sombras, los presos la llaman “su mundo”.

 

Es el único mundo que conocen, así como nosotros no conocemos otro mundo sino el proyectado en nuestra consciencia. De las sombras proyectadas en la pared de la fruta y de la regularidad con que se proyectan siempre las mismas, con iguales formas y variaciones, los presos infieren determinados prejuicios y establecen una especie de ciencia, relacionada con el mundo de las sombras, que para ellos es el único mundo verdaderamente positivo.

 

Se comprende fácilmente que de este modo, los presos de la caverna podrían llegar a tener algún conocimiento, relativamente positivo, de las realidades existentes fuera de la gruta, y descubrir algunas de las leyes que rigen sus relaciones, aunque no por eso su mundo dejase de ser ilusorio. Mientras tanto, los prisioneros no creerían si les dijéramos que su mundo era un juego de sombras.

 

De cuando en cuando, un prisionero rompe sus grilletes y descubre la boca de la gruta, que comunica con el mundo exterior. Luego le ofusca el brillo del Sol que jamás hubiera visto antes y no distingue los objetos, pero es consciente de su libertad y de la luz que se difunde por todas partes. Poco a poco va distinguiendo los diferentes objetos de aquél mundo y lleno de entusiasmo por haber descubierto la realidad después de tanto tiempo recluso entre las sombras, se vuelve hacia los que todavía están presos y les cuenta que finalmente descubrió el mundo de la Realidad que ellos han estado contemplando como un mundo de sombras y que, si volviesen el rostro hacia otro lado, verían un mundo que comparado al de la pared de su prisión es como tinieblas en relación con la luz y como la muerte en relación a la vida.

 

Pero nadie lo cree. Encogen los hombros, y dicen que ese infeliz se ha vuelto loco. Dirán que saben perfectamente que su mundo es el real, porque ven siempre del mismo modo las sombras proyectadas en la pared. ¿Quién es él para decirles que su mundo es ilusorio? Y así siguen actuando en su mundo de sombras y tomando lo ilusorio por lo real.

 

Esta es, exactamente, nuestra situación en la vida. Estamos presos en la caverna de nuestra consciencia, con la vista girada hacia la pared, donde se proyectan las sombras del mundo real. Además, nos hemos olvidado por completo de que detrás de nosotros está la entrada de la gruta, por la que podríamos pasar al mundo de la Realidad. Y cuando, eventualmente, uno de nuestros compañeros de prisión se libera y encuentra la entrada del mundo Real, y vuelve entusiasmado para contarnos los esplendores de tal mundo y decirnos lo mezquino de las sombras que vemos, no le damos crédito, y lo suponemos loco, compadeciéndonos de su temporal desvarío. Decimos: “Este mundo es real”. ¿No es todo esto real? ¿Quién mantiene ser todo ilusorio?”

 

Es imposible explicar a un ciego qué es la luz, o el mundo de lo Real a quien rechaza contemplarlo. Pero conviene explicar la ilusión o maya de la realidad. ¡Qué difícil se nos hace cambiar nuestro mezquino mundo de sombras por el infinitamente mayor mundo de lo Real! No niego que cuando me golpeo en un dedo en vez de hacerlo sobre la cabeza del clavo, mi propósito es clavar en la pared, algo sucede y es real, porque el dolor que experimento es absolutamente cierto. Pero, la realidad de las cosas, la realidad del clavo, del dedo, del martillo, de la pared y de todo lo de mi mundo material, mundo de sombras, sólo se encuentra en el mundo de lo Real. Verdaderamente algo sucede, y la interacción de diferentes cosas en sí mismas dio un resultado y que, en las imágenes producidas  en mi consciencia  llamo “clavar un clavo en la pared y martillar en mi dedo en vez de en el clavo”.  La Ilusión no está en lo sucedido ni en las cosas, sino en la manera en que aparece en mi consciencia, en mi mundo de imágenes y en la importancia de la realidad que les atributo.

 

La gran ilusión no significa que el mundo no exista, pues eso sería locura, sino que lo que llamamos “el mundo” es sólo la imagen o representación producida en nuestra consciencia como resultado de su interacción con otras realidades en el mundo de lo Real. Al disociar estas imágenes de la consciencia, se colocan objetivamente y ellas no parecen el mundo exterior, el único mundo real. Esta es la gran ilusión, pues precisamente lo que llamamos mundo externo no es objetivamente real, porque el único mundo real es el que existe en la Mente divina. Este mundo no está en el espacio ni en el tiempo como el nuestro, ni tiene el cielo azul, ni verdes campos, ni ninguna de las cualidades que atribuimos a nuestro mundo imaginario, pero en él se encontrarás las realidades inherentes a las cosas en sí, que transferimos a nuestro mundo imaginario en términos de espacio-tiempo y cualidades.

 

No habrá peligro de caer en una gran ilusión, si comprendemos que el mundo imaginario está construido en el interior de nuestra consciencia. Si negamos esta conexión vital con nuestra consciencia, si nos figuramos que la imagen que surge en ella es el mundo real y hacemos toda especie de preguntas relativas a la imagen disociada de nuestra consciencia, entonces estamos lamentablemente presos en las garras de maya.

 

En nuestra consciencia no entra misteriosamente una imagen dotada de cualidad de color, dureza o blandura, sino la proyección o exteriorización en la esfera de nuestra consciencia de cosas internas y no externas. Así, lo que sucede no es tanto la percepción por medio de los sentidos, como la proyección por medio de la consciencia. Únicamente, cuando así lo comprendemos, tenemos la posibilidad de vencer la gran ilusión y entrar en el mundo de lo Real. Tenemos que dominar la idiosincrasia de nuestra constitución humana, que proyecta alrededor del mundo de la consciencia lo que está en su interior. Tenemos que centrar la atención dentro, en vez de fijarnos inconscientemente en la contemplación de nuestro mundo imaginario, como los presos en la caverna de Platón contemplaban las sombras proyectadas en la pared.

 

¿Cómo penetrar en el mundo del Espíritu Santo?

 

Es posible, por medio de un determinado proceso de meditación, apartar nuestra atención del mundo imaginario en que nos hallamos envueltos. Es posible suspender por unos momentos la facultad imaginativa de la mente y no proyectar en el exterior lo que el mundo de lo Real alcanza y reacciona en nuestra consciencia. Es posible concentrarnos en este punto de la consciencia, estrecho como el ojo de una aguja, y pasar por él al mundo de lo Real en el cual existe verdaderamente nuestra consciencia.

 

Durante unos momentos no vamos a experimentar nada, pues retiraremos nuestra atención del mundo imaginario sin haber entrado todavía en el mundo de la Realidad, pero no debemos permanecer en el punto donde se encuentra la gran ilusión y que puede ser el antahkarana de la terminología teosófica. Debemos seguir adelante, y una vez retirada la atención del mundo imaginario y suspender las funciones de la imaginación, poder entrar en el mundo de lo Real.

 

Nuestra primera impresión es análoga a la del preso en la gruta de Platón, cuando descubrió la salida al mundo exterior. Nos deslumbra la luz del mundo interno, aunque todavía no sea una luz visible a los ojos, sino una especie de iluminación interior. Pasamos conscientemente por una experiencia que nos parecer abarcar todo el mundo. Sentimos el éxtasis de una omni-penetrante sensación de completa realidad, que nunca hubiéramos creído ser posible.

 

Al principio, quedamos tan sorprendidos que no podemos distinguir las características especiales del mundo Real y solamente nos embebemos en su esplendor, como quien durante largos años estuviese preso en una mazmorra y al recobrar la libertad y ver nuevamente la luz y la belleza del mundo exterior, se embriagase de aire puro y se deleitase con los rayos cálidos del Sol.

 

Pero, poco a poco, vamos discerniendo en este océano de luz y esplendor, aunque no se trate de una percepción sensorial, ni de clarividencia ni nada análogo. En el mundo de lo Real no hay objetos con forma y color, ni tampoco hay tiempo ni espacio, como aquí los conocemos. Pero, ¿cómo es posible describir la supersensibles bellezas del mundo de lo Real en el propio lenguaje de nuestro mundo ilusorio con su aparente exhibición de belleza? ¿Cómo describir la belleza sin forman color, ni nada de lo que atribuimos a nuestro mundo imaginario, pero que mientras tanto contiene la plenitud de todo cuánto aparece en este mundo?

 

Para conocerlo es necesario experimentarlo, y tan inútil sería explicar las glorias y bellezas del mundo real, y a quien no las haya experimentado sería como explicar a un ciego la luz. Nadie puede decir con palabras, ninguna cosa en relación al mundo de la Verdad viviente. No hay libro, ni sistema, ni teoría, ni Escritura Sagrada, ni siquiera Revelación divina, que contenga ni pueda contar la verdad sobre el mundo de lo Real. Es esotérico, porque es inefable. Es oculto, porque no se puede manifestar en nuestro mundo ilusorio. Todo intento de explicarlo aquí, en la Tierra, daría apenas un mal concepto, una deformación, un tergiversar. Todo cuanto podemos hacer es mostrar el camino que conduce al mundo de lo Real, a la consciencia verdadera, porque cada individuo tiene que experimentarlo por sí mismo.

 

En completa soledad el alma debe emprender “el vuelo de soledad en soledad, del solitario al Solitario”.  Nadie puede acompañarlo en esta jornada de exploración del mundo desconocido. Únicamente la propia alma puede pasar de este su mundo imaginario al mundo de la Realidad, por medio de su centro de consciencia. Nadie puede ayudarlo. Nadie puede enseñarle a pasar. Todo cuanto nos compete es mostrarle el camino que algunos de nosotros han tomado antes, decir las cosas que descubrimos, y sólo con estas palabras podemos representar muy débilmente, algo de los esplendores del mundo revelado en nuestra exploración.

 

Pero cada uno ha de pasar individualmente por el terrible vacío del centro de consciencia, que es el único camino que conduce al mundo Real, y que desde ahí en adelante nada ni nadie podrá eclipsar.

 

Es provechosa la ciencia que nos hace conocer el mundo imaginario. Más provechoso es conocer el mundo astral y mental. Únicamente cuando trascendemos la consciencia personal y entramos en el mundo de la Realidad, adquirimos el conocimiento de lo verdadero y real sin sombra de ilusión. Entonces entramos en el mundo de la Mente divina, en el Mundo del Espíritu Santo.

 

Nuestra mente superior es también una fracción de la Mente divina. Nuestro verdadero ser es apenas un pensamiento de la divina Mente y, mientras tanto, de una manera maravillosa estamos en unidad con ella. Sólo hay conocimiento y verdad en la Mente divina. Todos nuestros conocimientos, invenciones, descubrimientos, triunfos y fracasos intelectuales, son la manifestación en nosotros de la eterna Mente divina, de la Mente del Espíritu Santo.

 

 

                                                        F  I  N

 

 

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