ALCORAC

SALVADOR NAVARRO  

 

 

Dirigida a la Escuela de:

                        Mallorca

                        Las Palmas

                                                                                 

Circular nº 1 , año XV

Bunyola, 1º de Enero de 2.009.

A.EINSTEIN – MÍSTICO Y CIENTÍFICO.-

Isaac Newton describe un cosmos estático, rígido, definido. Para él, el Universo es una inmensa máquina que funciona con precisión cronométrica. El Universo de Newton es inmutable.

Albert Einstein sustituye el Universo estable de Newton por otro inestable. Para él nada es fijo, todo es móvil, nada es absoluto, todo es relativo. Tiempo y espacio no son duración y dimensión estáticas, definidas, sino algo dinámico, indefinido. Todo está en flujo perpetuo: flujo, reflujo, flujo, reflujo. Ahora más que nunca se comprueba en la Teoría de la Relatividad, las palabras del filósofo Heráclito de Éfeso, panta rhei, todo fluye.

Decía Heráclito: “Nadie puede bañarse dos veces en el mismo río, porque el río de ayer no es el río de hoy, y el de hoy no es el de mañana. El río no es un ser estático, sino un actuar dinámico; sus márgenes pueden ser fijas, pero sus aguas que son el río, están en perpetuo proceso de transición y mutación”. Este es el concepto más exacto de la Relatividad: todo fluye, nada se detiene.

La velocidad a la que está sujeta un objeto cualquiera, modifica en cada momento su dimensión. La duración del tiempo modifica la dimensión del espacio. Un madero pequeño en la Tierra, se transformaría en otro mayor si la Tierra disminuyese su velocidad de rotación diaria alrededor de su eje y/o su traslación anual alrededor del Sol. En el mismo sentido disminuiría de tamaño si el planeta acelerase su rotación o la traslación.

Además de la rotación propia y de su traslación solar, el planeta está sujeto a otros movimientos, que modifican el tamaño de cualquier objeto, igual que el movimiento de todo nuestro sistema solar alrededor de otro centro gravitacional; igualmente el movimiento de nuestra galaxia estelar en torno a otra super-galaxia, etc.

Siendo que la dimensión de cualquier objeto aumenta o disminuye con la velocidad, se sigue que no hay ningún tamaño estable y definido de objeto alguno, una vez que todos, sean de la Tierra o del Cosmos, están permanentemente sujetos a numerosos movimientos. Todo es relativo – nada es absoluto. Es posible que haya un absoluto estable más allá del alcance de nuestra percepción sensorial y concepción mental. Pero ese absoluto estable no es objeto de nuestra ciencia empírica-analítica, que sólo puede operar con los relativos inestables.

Einstein estaba convencido de esta verdad desde que a los 26 años escribió la célebre fórmula de la Teoría de la Relatividad: E = mc2. Con esta fórmula reducía la gran máquina del Universo a un gran pensamiento. El Universo estable de Newton pasaba a ser tan inestable como un pensamiento que es antes un proceso dinámico que un estado estático.

Entretanto, parece que el científico nunca incluyó el átomo en ese flujo inestable del cosmos.

Pero en su tiempo surgieron dudas sobre la supuesta estabilidad y fijación del átomo. El científico alemán Max Planck, así como el físico atómico Niels Bohr y otros, equipararon la relatividad del cosmos a la del propio átomo. Para esos hombres de ciencia el átomo no es una partícula definida, sino una función indefinida del cosmos. El átomo no es una partícula material, sino un proceso funcional del Universo.

Para Planck y Bohr, el rígido determinismo de la partícula material se diluye grandemente en un elástico indeterminismo del proceso funcional del átomo. Para ellos, el determinismo era válido para la materia, pero no para lo no material, y el átomo no parecía tener una partícula material, sino ser una función inmaterial del cosmos.

Planchk y Bohr durante largos años de experiencias de laboratorio, probaron que un átomo puede irradiar energía durante treinta años o más, sin perder su potencial. Este proceso sería imposible si el átomo fuese una partícula material, una vez que la materia cuantitativa pierde su contenido mientras irradia. Pero si el átomo es un proceso funcional en el cosmos, no disminuye su contenido en razón directa de su irradiación, porque el volumen del Universo es infinito, y el Infinito irradiando finitos, no disminuye.

Cuando decimos que el Universo es Infinito entendemos no sólo el Universo-efecto, sino también el Universo-causa o Realidad. Pero si hablamos del Universo-causa trascendemos las fronteras de la física e invadimos el campo de la metafísica, porque la física solamente conoce el Universo de los actos y nada sabe del Universo real.

Además, como hemos recordado, en los últimos decenios la ciencia ha traspasado el campo de la simple física y entró en las regiones de la metafísica. La ciencia atómica avanzó hacia la matemática metafísica, mística: fue más allá del Verbo y se aproxima al Uno del Universo.

La Filosofía Universal hace tiempo que se encuentra en ese campo ultra-intelectual y ha sido invadida por la consciencia intuitiva. El ego intelectual sólo conoce la física, pero el Yo cósmico sabe también de metafísica.

Innumerables veces fue Einstein solicitado por personas de todas clases para dar una síntesis comprensiva de qué entendía por Relatividad, y nunca lo explicó a nadie.

Lo que él afirma siempre de nuevo en sus libros y en cartas es que la Relatividad no es objeto de análisis intelectual y sí de intuición cósmica; y sobre el vislumbre del espíritu nadie puede hablar sin entrar en conflicto consigo mismo. Pablo de Tarso diría que la intuición son los “dichos indecibles”.

Así como el místico que sabe lo que es Dios, nadie puede hablar de Él, del mismo modo el matemático que sabe lo que es Realidad, no puede hablar sobre ella a los que solamente piensan y hablan en términos de relatividad.

La Realidad es el Absoluto, lo Abstracto, y hablar solamente se puede de hechos relativos y concretos. Los acto relativos existen, pero la Realidad Absoluta es. El Ser no es objeto de los sentidos empíricos ni del intelecto analítico.

La Realidad cuando es pensado es adulterada. Y, cuando es hablada, es dos veces fraudulenta. Y, cuando es escrita, es tres veces corrompida.

Desgraciadamente, el hombre tiene que pensar, hablar y escribir, que son males necesarios, son la feliz culpa, diría el himno pascual de la Iglesia romana.

La verdad genuina no puede ser pensada, hablada ni escrita; ella es eternamente silenciosa, anónima, sin forma ni color.

Si Dios no fuese la verdad absoluta no sería el Eterno Silencioso.

Cuanto más el hombre se aproxima a su Dios, más silencioso se torna, más anónimo, más incoloro, más sin forma.

Todo lo que se pueda pensar, hablar, que tiene nombre, forma y color, pertenece al mundo de los relativos, pero no al mundo del Absoluto.

Todo lo que es relativo es como un reflejo en el espejo bidimensional del tiempo y el espacio. El Absoluto está fuera del tiempo y el espacio, en lo Eterno y en el Infinito.

Nuestro ego material y analítico sólo conoce los hechos relativos en el espejo ilusorio del tiempo y el espacio; nada sabe de la verdadera Realidad.

Nuestro Yo cósmico sabe de la Realidad y la saborea, pero no la puede pensar ni decir.

La Realidad es impensable e indecible.

El hombre de la silenciosa Realidad es el único realmente feliz. A veces, es tan grande su felicidad que resuelve pensar, hablar y, hasta escribir, porque toda la plenitud le trasborda irresistiblemente.

Y en ese trasbordar de la plenitud beneficia sus semejantes, en el supuesto de que estos tengan receptividad para recibir algunas gotas de tal estado de gracia.

Sigue en la Circular de Febrero de 2009.

LA REALIDAD OCULTA.-

Convirtiendo los escenarios naturales primitivos en una ordenada disposición de bosques, pastos y terrenos de cultivo, unidos entre sí por carreteras y caminos que a veces sobrepasan el límite de la vegetación arbórea para adentrarse en los glaciares, el hombre ha creado en toda Europa un paisaje semi-artificial. Gran parte del continente está tan bien perfilada que parece obra de un artista. El hombre ha recreado la tierra a su gusto. Y, por supuesto, lo mismo puede decirse de otras zonas habitadas del Viejo Mundo.

Así pues, la maravillosa armonía que se da entre los diversos componentes naturales en muchas regiones de Europa no puede considerarse como una expresión espontánea de la naturaleza silvestre, sino que es el resultado de una colaboración íntima y permanente entre el hombre y el lugar donde vive: lo que R. Tagore aludía al hablar de la tierra. La máxima expresión del paisaje europeo es creación de los campesinos, de los pintores y de los poetas.

En contraste con Europa, los demás continentes todavía poseen extensas zonas que no se han visto afectadas por el hombre de forma significativa, como es el caso extensas zonas del Amazonas, del Himalaya, del Ártico y el Antártico. También en Estados Unidos hay distintos parajes que no han sufrido alteración alguna. A pesar de recibir año tras año a un gran número de turistas y de acusar la actividad industrial próxima y distante, las Montañas Rocosas, las Everglades y los diversos parques nacionales  ilustran la inmensa variedad de paisajes del continente americano que todavía no han sido transformados completamente por el hombre y que conservan un genio primitivo.

La tierra virgen americana no tenía atractivo para los primeros colonos ni para los últimos inmigrantes. No eran los densos bosques, las altas cumbres, los ríos inmensos  y los paisajes sobrecogedores lo que aquéllos buscaban, sino un lugar que les permitiera escapar de la corrupción; América era el escenario donde llevar una vida pastoril civilizada. Decía el propietario de una plantación virginiana: “Una biblioteca, un jardín, un arroyo cadencioso, son las cosas sencillas que ocupan nuestro ocio”. Al puritano de Nueva Inglaterra le espantaba el bosque original, nido del mal y de la brujería. Regiones indómitas y aterradoras, llena de hombres y bestias salvajes. Uno de los primeros impulsos de los colones e inmigrantes en su éxodo hacia el oeste era el de talar los bosques, y no por necesidad de madera, sino porque ansiaban la seguridad y comodidad de las tierras de cultivo y la sensación de compañía que proporcionaba los pueblos y las ciudades.

En la actualidad, el ideal pastoril y el temor al bosque que empezaban en aquella época parecen haber quedado atrás. De las actitudes y opiniones de nuestros contemporáneos se desprende que sólo la naturaleza virgen tiene valor para ellos y que han perdido el interés por el entorno civilizado. Sin embargo, a pesar de las manifestaciones de que sólo los lugares salvajes y exóticos merecen atención, los paisajes que proporcionan un placer más duradero y para un mayor número de personas siguen siendo aquellos en los que el hombre ha domado a la naturaleza. Incluso hay mayor demanda de entornos totalmente artificiales, producto de profundas alteraciones de la naturaleza, que de naturaleza virgen. Por cada persona que evita toda presencia humana, hay millones de amantes de la naturaleza para quienes el campo es lo silvestre humanizado.

La población mundial tiende cada vez más a emigrar a zonas urbanas. Algunos consiguen enriquecer sus vidas con la intensa emoción y el desafío que suponen el alpinismo, el piragüismo en los rápidos de los ríos o de la caza mayor. Pero todas estas actividades rara vez se practican durante largo tiempo. Para la mayoría de la gente, la naturaleza constituye una experiencia ocasional e incluso única. En la práctica, la manera más extendida de entrar en contacto con la naturaleza es a través de las modalidades menos audaces de acampada y la merienda campestre. Incluso en Estados Unidos, donde se puede acceder a la naturaleza con facilidad, pocos son los que van más allá de disfrutarla indirectamente o como máximo visualmente, contemplándola a distancia desde un lugar confortable. En la actualidad, como en épocas anteriores, la palabra “naturaleza” evoca para la mayoría un tipo de entornos naturales modificados por la acción del hombre para obtener provecho o placer.

El hombre se siente ajeno a la naturaleza y ha estado huyendo de ella durante varios cientos de generaciones. Manipulándola y llegando en muchas ocasiones a crear nuevos entornos, se ha ido protegiendo progresivamente de ella. Ha adquirido las características esenciales de la vida humana precisamente al intentar crearse un rincón cómodo y agradable. Probablemente, los sumerios y los egipcios no se alejaron nunca de las riberas donde tenían sus cultivos. La misma tierra sobre la que más tarde se asentarían las grandes ciudades de Babilonia tuvo que ser literalmente creada.

Así pues, la civilización se inició en un mundo hecho por el hombre, en plena naturaleza no lograría sobrevivir mucho tiempo. Pero, paradójicamente, puede afirmarse casi con total seguridad que la humanidad necesita de la naturaleza para sobrevivir. No obstante, las razones biológicas y filosóficas de esta necesidad son tan sutiles y complejas que parece más adecuado reservar su exposición para más adelante.

La eterna lucha que el hombre ha mantenido con el bosque ilustra a la perfección sus esfuerzos para crear un entorno propio a partir del medio ambiente natural. El hecho de que muchas de nuestras hortalizas necesiten del Sol y no puedan crecer bajo los árboles indica que la tala fue un paso esencial en el desarrollo de la agricultura y consecuentemente de la civilización. Se ha podido comprobar que en diversas partes de Europa este proceso se remonta a la Edad de Piedra. Tal es el caso del suroeste de Inglaterra donde los análisis del polen hallado en las turbas muestran que antes de la llegada del hombre el suelo y la vegetación de la meseta era muy parecido a los de las tierras bajas que la circundan.

Cuando los colonos europeos entraron en contacto por primera vez con las tierras vírgenes del Nuevo Mundo, su lucha contra los árboles no fue una cuestión de supervivencia, sino la actitud profundamente enraizada en el pasaado humano.

Hasta el siglo XIX, montes y bosques fueron considerados casi universalmente como “mal y deshonra de la naturaleza” y como “tumores, verrugas y quistes” que afeaban la faz de la Tierra. El amor a la naturaleza por sí misma es ante todo un rango adquirido gracias a la acción de fuerzas sociales concretas.

En Europa cobró ímpetu como reacción filosófica a los artificiales refinamientos de la vida social en los siglos XVII y XVIII y fue alimentado por los escritores y pintores del período romántico durante el siglo XIX. El movimiento a favor de la naturaleza se benefició de la conciencia de que la miseria urbana incrementaba las enfermedades. Decían que el aire enrarecido incrementaba el vicio y que oxígeno estimulaba la virtud. Tuberculosis y enfermedades mentales se trataban en sanatorios situados en el campo, en la montaña o a distancia suficiente de las corrupciones de la vida civilizada. Con el tiempo la naturaleza llegó a ser admirada no sólo por sus saludables condiciones, sino también por su valor estético, como demostraron los pintores.

Sigue en la Circular de Febrero de 2009.

¿POR QUÉ EL DIABLO?

Todos los dioses de la Naturaleza fueron declarados formas bajo las cuales Satán se presentaba, y la Naturaleza que era su reino, vino a poblarse de ángeles caídos. Los cristianos, con sus conjuros habían echado el diablo de los ídolos. Huyendo de los templos, que ya no podía competir con los del Cristo, se refugia en los banquetes.

Santifican entonces la comida en el ágape, y el diablo se introduce en la familia. La familia debe ser disuelta; “el estado perfecto es el virginal” exclaman, y proclaman el celibato. Y entonces el diablo se retira a los campos, a las selvas; se aloja en las flores, en los árboles, en los ríos, en la Naturaleza entera, último baluarte del que nadie podrá echarle. Los cristianos se divorcian de ella y la abandonan. Todo lo que está inspirado en ella, todo lo que sobre ella obra, pertenece a Satán. Las cosas mas necesarias, todo lo que sirviera al adorno de la persona, todo lo que tendiera a la belleza, todo lo que siendo útil no fuera cristiano, era diabólico.

Hasta las palabras que no sirvieran para usos cristianos fueron tachadas de vocabulario infernal. El Dios bueno había hablado por la persona del Cristo; toda voz que no fuera la del Verbo era inútil. Crear ciencia para el mundo, y ¿para qué? El reino de Dios era el de los cielos. Todo poeta y todo filósofo que cantara o explicara la Naturaleza, o el mundo, aunque no atacara al Cristo, era inspirado por Satanás. Apolo y las Musas eran seres reales, diablos disfrazados que turbaban la cabeza a los poetas: Homero, Esquilo, Aristófanes, Eurípides, Virigilio, Lucrecia, Epicutro, Séneca, Catón, etc., condenadas bocas por las cuales había hablado el Maligno; la magia es obra maestra; por ella él operaba sus prodigios. ¿Para qué negarlos si los tales corroboraban lo divino de la misión de los cristianos sobre la tierra? Sin los infernal en el mundo ¿a qué hubiera venido a él el hijo del Dios único?

Pero Satán se modifica al entrar en el terreno de la especulación griega: En ésta adquiere un carácter más metafísico; es ya de por sí el rey de la Naturaleza, sin tener que revestir la forma de dios ni de animal alguno. Se presenta francamente como soberano. Señor de las tinieblas, como Príncipe de este mundo, en el cual todo le pertenece; todo menos parte de las almas que le arrebata el Cristo. Caído del cielo, de esencia pura y luminosa que era, se ha vuelto el jefe de esa creación inferior, producto también de una caída como él, la cual está formada de la última de las emanaciones, de la más apartada de Dios, de la materia. Al desarrollarse en terreno ario esta personificación del Mal, se diría que lo ha hecho de una manera análoga a la iraní. Su imperio es la muerte. Es una potencia oscura, contraria al Verbo, anterior a todo lo creado, al Verbo que ha venido al mundo para salvar las almas haciendo brillar en él la luz que estaba eclipsada, a fin de darles la vida que habían perdido para arrancarlas del poder de las tinieblas.

El cuarto Evangelio atribuido a Juan, nos hace asistir a un drama metafísico que se verifica en la Creación: El Verbo, todo luz, todo vida, de un lado; el Mundo y las tinieblas con su Príncipe de otro. Es preciso que las almas aprisionadas en la materia pasen de muerte a vida, que salgan del poder del Príncipe del mundo. Mientras permanecen en la Tierra sumidas en la materia, están muertas. Sólo vivirán al escaparse de ella, para remontarse al cielo. Pero el Verbo ha vencido al Mundo con la muerte del Cristo. Tras de éste vendrá el Paracleto a completar la derrota de Satán. Y todos los que crean en el Verbo tomarán parte en la victoria, y vendrán a ser nuevas criaturas remontándose al cielo para gozar allí de vida inefable y eterna.

En el Evangelio de Juan se formula ya el problema del Mal de una manera análoga a la de la Gnosis. Su dios parece el dios desconocido o el Abismo de Valentín hecho de amor y deseos; como ellos es inaccesible a la razón humana. “Sólo el hijo conoce al Padre”. Cristo está de tal manera unido a Dios que no es más que su aparición concreta su emanación extraterrestre. Tiene puntos de contacto con el Nous que se une al hombre Jesús, según Basilides; con el Cristos de Saturnino, que no nace como los seres humanos; y hasta presenta alguna analogía con ese Cristo de los docetas, que pasa por la tierra como una apariencia pura.

La lucha entre el Bien que es la luz, y el Mal que son las tinieblas, se halla en todos los sistemas gnósticos. Siempre se trata de arrancar las almas de origen divino al imperio del Mal. Por la fe en la emanación de Dios, en el Eón Cristos, se elevan estas, según Valentín. Se unen íntimamente a Dios, por este procedimiento, según Basilides. Salen del imperio de Satán para volver a su origen primitivo, a la divinidad, según casi todas las gnosis, y en el cuarto Evangelio, como en ellas, se eleva la fe a un estado místico del alma que la da el conocimiento de lo divino y la pone en relación con el mundo superior. Son las gnosis leyendas mitológicas. La metafísica pura de éstas, en el cuarto Evangelio, está transformada en historia antropomórfica. El Cristo de Juan es más humano, más real, por eso decimos que forma el tránsito entre las gnosis y la ortodoxia.

Pero ¿Qué es la gnosis? ¿Cuáles son sus tendencias? ¿En qué disiente de la ortodoxia? Todos los cristianos alejandrinos y todos los gnósticos creían en una emanación del dios Bien, emanación impersonal que se encarnaba en todos los creyentes, según unos; personal, pero no corporal, según otros; y esta emanación era la que llamaban el “Xrestos”, es decir, el bueno. Este Cristo era mucho m´s parecido al Verbo de Filón y al Logos de Platón que al Jesucristo, Hombre Dios de los judeo-cristianos. Era una mera proyección espiritual del Dios Padre.

Para explicar la gnosis debemos remontarnos a analizar las causas que la motivaron.

Como hemos dicho, en esta época todo tendía al misticismo, a lo sobrenatural; cada día era mayor la preponderancia de lo divino con lo humano. Cada día la filosofía se aproximaba más a la teología. Al aparecer el cristiano, estaban casi fundidas. Se había dicho que la palabra había producido la Creación, que la idea era anterior al objeto, que la materia era la degeneración de la idea, la degradación del espíritu, que la sabiduría humana era sólo un débil reflejo de otra anterior a la Creación, preexistente allá en el cielo; y que la justicia sólo era la voluntad divina ejecutada por los hombres. Y todo esto venía confirmado, con ligeras variaciones, por platónicos, pitagóricos, alejandrinos, judíos y cristianos, pues constituía el carácter general de la especulación de la época.

Se encontraba en los filósofos como Platón, Filón y Plotino, una explicación ideal de la Divinidad y de su acción sobre la Tierra. Los pitagóricos y partidarios de la Cábala, definían a Dios hasta en su esencia, de una manera numérica. Daban de Él una definición sideral y astrológica los magos caldeos y los filósofos egipcios; mejor o peor todos abordaban el problema de la esencia de Dios, del origen de la Creación, y de las relaciones de Aquél con ésta. Y aquellos de los cristianos que provenían del judaísmo, callaban sobre tan importantes cuestiones. La teogonía judaica que aceptaba, era árida como el desierto, y no podía satisfacer a los que no siendo judíos se convertían al cristianismo. El pensamiento excitado en ellos más vivamente por una naturaleza más llena de color, más rica en formas, más múltiple en manifestaciones, se demandaba el por qué de la Creación, y cómo con Dios coexistía, y para explicárselo inventaron sistemas que partían de la base general de las especulaciones de la época.

Siempre la humana inteligencia pedirá la razón de ser de todo lo que no comprenda; sólo el que de ella esté privado, aceptará sin comprender los principios que le impongan. Jamás la humanidad ha seguido un sistema sin una explicación que lo legitime; podrá ser ésta falsa, por ser falsas las premisas en que se funde, o por no abarcar la cuestión bajo todos sus aspectos, pero cuando el hombre lo acepta es porque, partiendo de las bases de que parte, le parece verdadero al menos, verosímil. He aquí la causa de la gnosis: la razón humana intentando explicar a Dios y partiendo de aquí, la Creación con todos sus accidentes. Los gnósticos cristianos son sólo aquellos que intentaron formar una ciencia de lo divino, no bastándoles el dogma áspero y contradictorio del judaísmo: “No se mete vino nuevo en toneles viejos”, había dicho el apóstol, y no pocos cristianos, siguiendo esta máxima, creyeron que el sistema de Cristo, que sólo era una aspiración moral, debían elaborarle una teogonía nueva que sustituyera a la mosaica en la cual, a su vez, no cabía. Todos los gnósticos tienen este punto de contacto entre sí. Sus sistemas son al parecer heterogéneos. Los hay que se aproximan al dualismo persa, a la astrología caldea o a la filosofía platónica. Impregnados algunos de sensualismo sirio, son crapulosos hasta un panteísmo erótico, mientras que otros son castos hasta la castración y ascéticos hasta el suicidio. Muchos tienen la idea de que el Cristo fue una mera apariencia, una visión, un reflejo sobre la tierra de otro Cristo superior que preexistía en el cielo.

El Mal era para unos una perturbación de Dios en su desarrollo; para otros, una degeneración de los seres de Él desprendidos; y el Mundo en el cual el Mal existe, lo consideraban casi todo obra de una de sus emanaciones inferiores; pero su carácter esencial y común es el ser anti-judío, el no admitir el Dios de Israel como Dios supremo.

Sigue en la Circular de Febrero de 2009.

LA CARA OCULTA DEL TIEMPO.-

En el contexto de la finitud y el devenir, de la temporalidad y de la muerte, se sitúa la característica fundamental humana que los diferencia de los dioses: el Olvido, que designa una falta referente a la ausencia de sí mismo, la pérdida de relación con la historia, en el caso comunitario, puesto que estamos abordando el mito.

Inadvertido, el hombre se descuida de algo de lo que se elude habitualmente, cuando un dios puede vengarse, surgiendo en él el temor de perder alguna habilidad adquirida. Olvidar es no comprometerse, dejar morir en sí el recuerdo de sus antepasados, sólo entonces definitivamente muertos. Como sinónimo de caída, el acto de olvidar se remonta hasta la ignorancia, la imposibilidad de estar consciente de todo en todos los momentos.

Los hombres mueren porque el mensajero divino dejó caer en el olvido la palabra que los tornaría perfectos, plenos. Con todo, el mito, especialmente en su aspecto oscuro, narra el génesis del Cosmos, la época en que los dioses o héroes civilizadores convivían con los primeros hombres enseñándoles acerca del mundo y preparándolos para convivir con la Tierra. Para un pueblo sin escritura, el papel de la memoria es todavía más fundamental, puesto que en ella se conserva la posibilidad de retornar a los orígenes, de invocar a los mismos dioses y cuando estos sean sustituidos por otros. Los creadores nunca son olvidados.

Es por la memoria que los hombres recuperan y viven lo sagrado de la Naturaleza, teniendo ante sí traída por la voz de otro miembro, la presencia de una realidad de la cual no le fue dado participar, pero que se da en cuanto levanta los acontecimientos que ahora se dan en apertura, así como también los que vendrán en el futuro. Olvidar el pasado sería extinguir las raíces de todos los que participan de una comunidad. En lo tocante a los muertos, la cuestión de la memoria, de acuerdo con los fragmentos de los que disponemos, es ambiguo: a veces ellos surgen condenados a vivir en la dimensión de las sombras y de lo oculto, otras veces surgen como omniscientes, criaturas iluminadas que por intermedio de los sueños, enseñan a los vivos acerca de los misterios que los atormentan. Esta cuestión permanece, posiblemente abierta, para que el hombre primitivo no se condene a vagar errante, desconocido de sí mismo. Los mismos ritos mortuorios muestran cómo criaturas a los que el mago invoca llamándolos por su nombre, siendo recordados por los otros hasta el momento de su vuelta a la vida en el cuerpo de un recién nacido, reconocido por su llanto o sonido de identidad.

El Olvido se remonta al Caos, la ausencia de Vida, las oscuras Aguas primordiales. La memoria algunas veces aparece como una límpida fuente, una forma de bautismo, de traer a la luz los eventos cosmogónicos, teogónicos o genealógicos o a las existencias anteriores. Estos eventos, si son olvidados, llevarían al grupo a un estado de desorientación, puesto que el paradigma de su acción le sería bruscamente arrancado. Del estado de letargo, el hombre es rescatado por los recuerdos de sus orígenes, por intermedio del cual el significado de una situación existencial  es preservado ritualmente. Los hombres más valorados del mundo antiguo eran los que desarrollaban la habilidad de retener episodios en su memoria, de trascender el instante ahora vivido, retorciendo rumbo a una época primaria donde toda la conducta heredada les fue otorgada, en la cual se encuentra la Verdad. Ellos son los guardianes que salvaguardan, en el contenido de sus cantos, el lenguaje original de los dioses, el cual necesitan en los momentos de gratitud, nacimiento, enfermedad o calamidad.

Así, en cuanto la reproducción memorística, palabra por palabra, estaría unida a la escrita, en las sociedades carentes de escritura, exceptuando ciertas prácticas de memorización, de las cuales la principal es el canto, atribuyen a la memoria más libertad y posibilidades creativas.

Decía Julio César cuando escribía sobre las costumbres de los jóvenes que se instruían con los druidas galos: “Aprenden gran número de versos. Por eso, algunos permanecen veinte años en ese aprendizaje. Sin embargo, no creen lícito transcribir los dogmas de su ciencia, en cuanto para las restantes cosas, en general para las normas públicas y privadas, se sirven del alfabeto griego. Me parece que establecieron este uso por dos razones: porque no quieren divulgar sus doctrinas ni ver a sus alumnos frivolizar la memoria confiando en las escrituras, porque sucede casi siempre que la ayuda de los textos tiene por consecuencia un menor celo en un aprendizaje que los distrae y lleva consigo una disminución de la memoria”.

Sigue en la Circular de Febrero de 2009.

                

  

 

 

 

  

 

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