VIDA DE SAN PABLO

ALCORAC

SALVADOR NAVARRO   

 

Dirigida a la Escuela de:

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 Circular nº 1 , año XIV

  Bunyola, 1º de Enero de 2.008.

 

VIDA DE SAN PABLO.-

“Para los puros todas las cosas son puras, mas para los impuros nada es puro”. Esta frase bien podría figurar en un libro de Séneca o de Sócrates, como en la epístola de un discípulo del Cristo: caracteriza el claro criterio y la madura filosofía de Pablo. El verdadero cristiano no rechaza ni abusa de las criaturas, pero usa de ellas con buena intención; no es esenio ni epicúreo, sino hijo del Padre celestial que creó todas las cosas para uso de los hombres; es discípulo del Cristo, ese Cristo que santificaba con su presencia los banquetes de los publicanos y los besos de la antigua pecadora de Magdala.

Pablo, que renunció a una familia por amor a la gran familia espiritual, es siempre el gran amigo y defensor del hogar. En todas sus cartas recomienda con cariño especial la estabilidad, la paz y el amor de la familia.

“Cuanto a ti, habla de modo conveniente y ajustado a la santa doctrina. Que los ancianos sean sobrios, graves, discretos, sanos en la fe, en la caridad, en la paciencia. De igual modo, que las ancianas observen un porte santo, no sean calumniadoras ni esclavas del vino, sino buenas maestras, para que enseñen a las jóvenes a amar a sus maridos y a sus hijos, a ser prudentes y honestas, hacendosas, bondadosas, dóciles a sus maridos, a fin de que no sea infamada la palabra de Dios. Asimismo, a los jóvenes exhórtalos a ser prudentes. Y tú muéstrate en todo ejemplo de buenas obras: incorruptibilidad en la doctrina, gravedad, palabra sana e irreprensible, para que los adversarios se confundan, no teniendo nada malo que decir de nosotros”. (Epístola a Tito 2: 1-8).

El final de la carta prueba el sentido práctico del apóstol, que aunque vuelto hacia lo espiritual, no olvida las necesidades materiales de los suyos, y sabe educar a sus discípulos hacia una caridad activa y racional.

“Provee debidamente para el viaje a Zenas, el juriconsulto, y a Apolo, para que nada les falte”. (Tito 3: 13-14).

En Nicópolis estaba Pablo, a medio camino de Roma.

Una fuerza extraña le empujaba hacia la capital del Imperio, donde la gloria del martirio iba a coronar los heroísmos del apostolado.

Mientras tanto, llegó de Creta su amigo Tito que fuera enviado a Liria.

Por ese tiempo fue Pablo preso. No consta ni dónde ni cómo. Existen varias conjeturas.

A la luz de recientes excavaciones e investigaciones, es posible la versión siguiente:

Pablo llegó a Roma en primavera  - abril o mayo -  del año 67. Y a lo que parece, existe un documento del siglo II titulado “Passio Petri et Pauli”. Se hospedó en la 11ª zona de la ciudad, cerca de la isla del Tiber, sobre la margen izquierda del río, en un lugar llamado “ad arenulam” (las arenas). No lejos de allí, próximo al Puerto Ostiensis, existía un gran almacén de trigo, vulgarmente llamado “horreum extra urbem” (silo fuera de la ciudad).  Como el almacén estaba vacío, Pablo resolvió llenarlo con el trigo divino del Evangelio, reuniendo en tal local numerosos oyentes y hablándoles del reino de Dios.

Entre sus oyentes figuraban muchos militares.

Cierto día, entran en el almacén unos soldados de Nerón y dan orden de prisión al orador como jefe sospechoso de un partido religioso.

Estaba en la memoria de todos el horroroso incendio de Roma atribuido a la “secta de los nazarenos”.

En el lugar donde estaba el último albergue de Pablo se levanta hoy una vetusta capilla dedicada al gran evangelizador de pueblos “San Paolo alla Régola”. “Alla Regola” es, evidentemente, una alteración de “ad arenulam”, expresión latina incomprensible en la jerga popular de los siglos que siguieron.

Las excavaciones de 1936 acusan vestigios de una antigua casa de comercio en ese mismo lugar, que fuera habitáculo de marineros y pescadores, negociantes de cereales y verduras, curtidores y ceramistas.

Al pie del Capitolio, en el Forum Romanum, se hallaba la famosa “Cárcel Mamertito”, llamada también “Tullianum”, hoy en parte soterrada. Según una antigua tradición, más o menos cierta, fue Pablo encarcelado en esta mazmorra.

Esta segunda prisión romana fue más dura que la primera. Cargado de cadenas, como un criminal, falta al anciano apóstol toda comodidad. La soledad es casi absoluta. Apenas algunos amigos romanos consiguen visitar al preso. Prudente, Eubulo, Lino y Claudia lo saludan con cautela, porque – dice la tradición – sabían del paradero de Pablo y querían evitar toda sospecha por parte del pueblo.

Pedro debe haber venido a Roma también por el año 67, muriendo como Pablo en el martirio. La idea de que haya residido en Roma y hasta sido obispo en esta ciudad, no se puede sostener a la luz de los documentos del primer siglo. En el siglo IV, cuando la Iglesia comenzó a ser jerárquica y política, algunos cristianos comenzaron a abogar por esta idea. Ni Pedro ni Pablo mencionan en sus Epístolas una estadía en Roma del antiguo pescador de Galilea.

La tradición inventó un encuentro entre Pedro y Pablo en la Cárcel Mamertino, fábula que tiene más de piadosa que de probable. Espiritualmente se encontraron los dos grandes apóstoles, en el mismo heroísmo del sacrificio. Un encuentro físico era imposible.

Ahora más que nunca sintió el prisionero la deserción de casi todos sus amigos de otros tiempos. También sus amigos asiáticos, Figelo y Hermógenes, dejaron de atender a sus llamadas. Solamente Lucas estaba con él.

En medio de esas sombras vino, como un rayo de Sol, Onesíforo ciudadano de Éfeso, que antes le había prestado relevantes servicios. ¡Cuánto trabajó para descubrir el paradero de Pablo, en las innumerables cárceles de Roma! ¿Qué coloquios mantuvieron los dos entre las paredes oscuras del calabozo?

El proceso de Pablo era de alzada ante el Tribunal del César. En ese tiempo, Nerón recorría Grecia como histrión y comediante, dejando Roma entregada a la administración de su amigo Aelius, hombre hecho a su imagen y semejanza.

La primera fase del proceso fue en una de las galerías del Fórum, “basilikes”, cuyo nombre y estilo arquitectónico perduran en las basílicas cristianas. En el ábside estaban sentados los jueces y demás miembros del Tribunal. Al frente, en la nave central, los reos, los testigos y los abogados. De las naves laterales y las galerías, asistía la multitud de curiosos a los procesos sensacionalistas.

Pablo fue acusado, probablemente, de cómplice o insuflador de los “cristianos incendiarios”, que como se rumoreaba insistentemente, habían reducido la capital a un montón de escombros.

En pocas palabras, él se refiere al proceso:

“En cuanto la primera defensa no hubo nadie que me valiese: todos me abandonaron – perdonados sean – pero el Señor me asistió y dio fuerzas para que por mi intermedio fuese anunciado el Evangelio y llegase a oídos de los gentiles. Escapé a las fauces del león”.

Sin abogado ni amigos, se defendió Pablo en soledad, y tan a las claras puso su inocencia que por esta vez escapó a los dientes de las fieras, cuyos rugidos oía todos los días, en las jaulas del Coliseo.

Después de los primeros interrogatorios volvió a la cárcel.

Concluirá en la Circular de Febrero de 2008.

LA REALIDAD OCULTA.-

Dado que la estructura mental de la persona es en parte creación propia, las respuestas ante el entorno y ante los acontecimientos pueden adquirir durante el desarrollo un grado creciente de independencia con respecto al pasado evolutivo y a la cultura en que ha nacido. Independiente de las teorías sobre la naturaleza última del libre albedrío, esta interdependencia explica la facultad que el hombre posee de hacer elecciones y tomar decisiones, es decir, de influir en su futuro. Sin embargo, el libre albedrío sólo puede actuar si antes existe un motivo, lo cual implica a su vez la existencia de alguna creencia que establezca la base de la elección posterior. Así pues, la individualidad se hace más compleja y precisa a medida que la persona avanza en su desarrollo. El hombre adulto es, por excelencia, el ser capaz de eliminar, elegir, organizar y, por lo tanto, de crear.

Si las actividades del niño están regidas principalmente por el juego y el experimento, el adulto, centrándose en experiencias conscientes y específicas, encamina las suyas a desechar todo aquello que no es de uso inmediato y trata de fijar sus miras únicamente en aquellos objetivos que ha seleccionado previamente. Esta restricción propia a unas pocas experiencias y objetivos determina en gran medida la propia evolución y da un significado casi trágico a una frase de Albert Camus: “Después de cierta edad cada hombre es responsable de su vida”. George Orwell, en sus notas, escribió antes de su muerte: “A los cincuenta años todos tenemos la cara que merecemos”. No hay afirmación más absoluta del convencimiento de que el carácter y la calidad de vida son responsabilidad propia.

Las elecciones que efectuamos en lo tocante a actividades y entorno no sólo afectan a nuestro propio futuro, sino también al desarrollo de los jóvenes, que durante su período de formación están expuestos a las condiciones resultantes de dichas elecciones. Cada decisión individual afecta al grupo social en conjunto. En este sentido, el hombre se hace a sí mismo, individual y socialmente, a través de una serie ininterrumpida de actos de la voluntad que están gobernados por sus juicios de valor y sus previsiones de futuro.

Las palabras “individualidad” y “personalidad” se utilizan casi indistintamente, aun siendo de etimología completamente diferente. La diferencia etimológica hace hincapié en las fuerzas biológicas y sociales que juegan un papel destacado en la configuración de las características de los seres humanos. Los significados de las palabras “individualidad” y “personalidad” deben perfilarse para exponer las funciones complementarias que en la vida humana desempeñan las influencias ambientales y las elecciones deliberadas.

Las características por las cuales se conoce a una persona dependen de la singularidad de su dotación genética, excepto en el caso de los gemelos idénticos, no hay dos seres humanos que posean la misma disposición de genes. Además, casi todas las situaciones de la vida dejan huella permanente en la persona en desarrollo. Entre los genes y las características de la persona intervienen los complejos procesos de desarrollo y senectud que se ven afectados por la situación social, económica y cultural y otros factores ambientales.

Aunque las primeras influencias ambientales no pueden ser recordadas con facilidad por la memoria consciente, son de especial importancia porque crean las pautas sobre las que se organiza toda experiencia vital posterior. A medida que el cuerpo y la mente evolucionan, las estructuras, los sentimientos, los pensamientos y los actos pasan a formar parte de un todo orgánico.

La palabra “individualidad” tiene la misma raíz que “indivisible” e implica una organización tan bien dispuesta que la salud e incluso la viabilidad se ven amenazadas si los diversos constituyentes se separan. La integración orgánica y la estabilidad de las relaciones entre estructuras y funciones explican la unicidad y la perdurabilidad del organismo.

La palabra latina “persona” parece derivar de un vocablo etrusco cuyo significado era “máscara”. En las sociedades arcaicas, las máscaras (o las vestimentas) se utilizaban para indicar el lugar o función del individuo en el grupo social. Considerada desde este punto de vista, la palabra “personalidad” denota funciones o actitudes adquiridas deliberadamente más que expresiones inevitables de fuerzas biológicas. En muchos casos, la personalidad refleja lo que el ser humano cree ser más que lo que realmente es. Pero aunque la persona pueda ser ficticia, expresiones como “sé tú mismo” o “esto no es digno de ti” indican que ésta condiciona siempre las relaciones sociales. La elección de una propia persona es un paso esencial en el desarrollo, porque si no podemos imaginarnos diferentes de como somos y asumir ese segundo “yo”, no podemos imponernos una disciplina. La virtud activa es conscientemente dramática, es como llevar una máscara.

Puesto que la personalidad es un atributo añadido a, o asumido por, el organismo, podemos perderla o desembarazarnos de ella cuando el papel o la actitud que representa deja de ser apropiado o necesario. En las sociedades primitivas, y tal vez aún más en la nuestra, las conmociones políticas o ambientales suelen provocar cambios repentinos de personalidad. La palabra “personalidad” parece más adecuada a los seres humanos que a los animales precisamente porque hace referencia a valores, no a la constitución biológica.

El desarrollo de las artes plásticas refleja cómo la capacidad que el hombre tiene de elegir y decidir permite hacer uso de su individualidad biológica para crear una personalidad artística. Las estatuas, pinturas, tallas y demás creaciones del hombre primitivo constituyen la prueba de que los atributos biológicos de la expresión artística son muy antiguos y que tal vez se originaron con el Homo sapiens. La agudeza de percepción y las dotes de representación no han mostrado ninguna mejora apreciable desde la Edad de Piedra. Biológicas en esencia, estas cualidades siempre han estado repartidas entre las personas de forma desigual y sin consideraciones a su nivel de civilización.

De todos modos, la capacidad biológica de percibir y representar no basta por sí sola para crear obras de arte. Utilizando piedras de distintos colores, las aves del paraíso australianas componen figuras frente a sus nidos, pero lo hacen de forma totalmente instintiva; si se retira de la figura una de las piedras, el ave la reemplaza automáticamente por otra del mismo color. Si se les proporciona pinturas, pinceles y telas, ciertos simios son capaces de pintar cuadros con una disposición de colores y en caso de que el humano la altere, los simios insisten en corregirla. Pero no hay ningún indicio de que las aves del paraíso o los simios sean capaces de utilizar sus capacidades biológicas para la expresión conceptual.

Por el contrario, los seres humanos no reaccionan pasivamente ante el entorno como si fueran intermediarios mecánicos del par estímulo-respuesta. Como los animales, perciben el entorno y cultivan sus dotes pictóricas mediante sus atributos biológicos, pero la respuesta verdaderamente artística consiste en adoptar una conducta expresiva y creativa que lleve a la realización personal.

La acción artística ilustra la función de elegir del sujeto al utilizar la dotación biológica con que cuenta el género humano para crear cultura. A través de los complejos efectos retroactivos presentes en todos los sistemas vivientes, la cultura modifica la humanidad. El hombre civilizado ha llegado a ser lo que es gracias a haberse dedicado a cuestiones técnicas e intelectuales durante miles de años. Paralelamente, la clase de persona en que un ser humano se convierte viene determinada en gran parte por la clase de actividades que decide realizar.

Aunque los atributos del organismo a que me he referido con las palabras “individualidad” y “personalidad” son de origen distinto, en la práctica no dejan de entremezclarse y de actuar conjuntamente.

La medida del hombre es su capacidad de superar los imperativos del determinismo y seleccionar o crear su personalidad, en lugar de aceptar pasivamente su individualidad biológica. El hombre sólo alcanza dimensiones humanas en el momento de la decisión. Esta clase de libertad es el último y más puro criterio de la humanidad.

Sigue en la Circular de Febrero de 2008.

¿POR QUÉ EL DIABLO?

Domina por el terror. Sólo temiéndole se puede saber algo. El que le falta le conoce al recibir de Él un desastre. Hasta a sus favorecidos, para demostrarle que no les olvida, les envía alguna desgracia. Su pueblo predilecto perece casi por entero en el desierto por haberle desobedecido, y después, cuando le es fiel, permite que sufra en el cautiverio, víctima de sus enemigos. Si castiga, su castigo alcanza la quinta de las generaciones; la culpa la paga hasta el que no la ha conocido. Es el dios de las maldiciones, y éstas las imprime en la figura; el deforme, el enfermo, he ahí el maldito.

Se comunica y distingue al que mejor le parece. De entre los pueblos eligió uno para sí; de entre su pueblo una tribu para su sacerdocio; a las demás las obliga a trabajar para los levitas. De entre los hijos de Adán, prefiere el pastor vagabundo al agricultor laborioso. Muchas veces el distinguido es un injusto, un criminal, pero no importa; así su generosidad es más grande. La distinción se ve más de relieve cuando el escogido es un malvado. Los individuos que elige para sí son predestinados para el bien, y éstos se salvan. A los que le caen en desgracia los trastorna para que se pierdan. La arbitrariedad es el fundamento de dos grandes dogmas: la “predestinación” y la “gracia”.

Cuando se comunica a sus elegidos les hace profetas. Se revela por la emisión directa de su voluntad; no se hace comprender por el estudio. Él sólo posee la ciencia; la del hombre es cosa vana. Así, tan sólo hace sus apariciones en el desierto, donde la Naturaleza está ausente y no puede ser admirada. Una llanura gris y arenosa, de riscos pelados, ese es el teatro donde su voz truena. Las armonías de la Naturaleza se la apagarían; sus manifestaciones le harían la competencia en el espíritu humano y, por lo tanto, la maldice. Al hombre le está prohibido estudiarla y admirarla; sólo Él debe ser admirado. Para que así sea, no quiere se le hagan representaciones sensibles, en las cuales el hombre podría fijarse más que en Él mismo. Tiene celos hasta de su propia imagen.

Ha hecho con su pueblo un pacto: le hará salir airoso de todas sus empresas a cambio del culto; y como es dueño de cumplirlo o no, cuando le place falta a su promesa. A veces, cuando más le adora el infeliz hijo de Israel, le sobreviene la desgracia y es frustrado todo lo que intenta. A Job, el ser más justo, le aflige con toda clase de miserias; y en el momento en que agobiado por los sufrimientos, dudando de su justicia, le pregunta por qué le aflige, le da unas contestaciones que le aplasta: “¿Dónde estabas tú cuando yo asenté la tierra sobre su base, cuando dije a la mar: no irás más lejos?”

Él es autoridad absoluta; los monarcas terrenales reinan porque Él quiere. Da un solo código a un elegido suyo. Al darlo aterroriza a su pueblo con rayos y truenos. Y aunque este código consigue algunos principios de justicia, no es sin haberles pospuesto antes a su personalidad, distinta de ella en el primer artículo: “El primero: amarás al Señor tu Dios sobre todas las cosas”, y esto aun cuando lo que Él prescriba sea en contra del prójimo.

Este es Yavé, árbitro del mal y del bien, justo e injusto, según le place, hasta la época en que un servidor suyo, a quien Él encargaba la inspiración del mal, se subleva para disputarle el imperio del universo; desde entonces ya no es solo, ya no lo hace todo. Las funciones maléficas, que antes Él ejercía por sí propio o por delegación, las ejerce el príncipe de los demonios, al cual se le considera pronto como “príncipe de este mundo”; y Yavé, retirado allá en las etéreas regiones del cielo, tiene que enviar a la Tierra para combatirle, una emanación suya, un hijo que se encarna en ella “el Verbo hecho carne”.

Los primeros patriarcas tuvieron por dios a “Él”. Lo llamaban “El Schaddai” y “Adonai”, y en plural “Elohim”. La palabra “Él” indicaba señorío, poder, fuerza, y la usaban en plural porque no concebían la mayor fuerza, la supremacía, sino por la unión de varios, como si cada individualidad no pudiera tener sino un poder igual a otra individualidad. Eran precisos muchos dioses para dar idea de una potencia superior, aunque ésta estuviese concentrada en uno, y la calidad venía expresada por la cantidad en este caso.

Luego aparece en la Biblia el nombre Yavé, que no se pronunciaba, y que quiere decir “el que es” o sea “el ser existente por sí mismo”. Cuando se quería nombrar a Dios se le llamaba casi siempre “Aronai”. Aquí el nombre distinto indica bien claro una divinidad diferente, o al menos un concepto distinto de ella en el pueblo hebreo. Cuando cambia el nombre, en pueblos en que éste siempre tiene tanta importancia, es señal de que la cosa ha cambiado. ¿De dónde tomó origen Yavé, cómo se introdujo en Israel y cómo llegó a ser el dios del monoteísmo, autor y árbitro del bien y del mal? He aquí tres cuestiones que hoy preocupan a los exegetas.

A lo que parece, según la opinión de los estudiosos, Yavé fue en su primer estado, un dios de la atmósfera, de origen asirio-babilónico, análogo al dios Bip. Antigua divinidad del politeísmo arameo, fue adoptada por los hebreos  y otros pueblos del valle del Jordán, por los sirios y por los fenicios. Apoya esta opinión el que la contracción de esta palabra se encuentra en muchos nombres propios cananeos y fenicios. Esta denominación de la divinidad en dicho caso, habría emigrado de Babilonia y de Asiria con los semitas del Norte y del Oeste, los arameos y los cananeos, así como con otras tribus.

El que fuera en su día un dios del aire se apoya en que los asirios poseían una raíz “havas” cuyo significado era el de respirar y que su “Iahu” debía designar “el que respira” o “hacer respirar”, o “el que comunica el soplo” o “el que da la vida”. Además, entre los hebreos “vivir” era sinónimo de “respirar” y la “vida” de “soplo”. El misterioso tetragrama, el vocablo cuyas letras llevan la vocalización de “Adoni”, nos presenta de manera evidente la raíz “hava”, raíz antiquísima que ya no se encuentra en el lenguaje hebreo ordinario, pero que se halla en un dialecto afín, el arameo y a la cual responde la palabra hebrea  “haya” que significa “ser”.

En las lenguas semíticas, como en todas las otras, las raíces que expresan la noción del ser derivan de significaciones primitivas más concretas. El antiguo dios “Yavé, cuyo nombre hoy oímos, significa “el que da el soplo o la vida”, es decir, “la existencia del ser”.

Hay autores que dicen que el Moloch cananeo, evolucionando entre los israelitas, habría venido a ser un dios de tribu, llamado Yavé. Aunque la primera opinión parece la más probable, ésta no deja de tener fundamento, pero de todas maneras, hermano o hijo de Moloch, en su principio fue Yavé un dios de tribu, que venía representado, como aquél, por un toro de metal, símbolo solar que también se encuentra entre los asirios y los fenicios, dios de tribu, análogo a los de otras tribus, que se manifestaba por el fuego y el humo, dios de sacrificios, que venía embadurnado de grasa y chorreando sangre de sus víctimas, dios que se imponía por el terror, sembrando la destrucción y la muerte, haciendo contraste con ciertas divinidades caldeo-fenicias, que eran esencialmente dioses de amor y reproducción.

Dentro de su misma tribu al principio compartió el poder con otros dioses; luego eliminados éstos, sólo le disputaron el poder en la lucha por la existencia, dioses de otras tribus de común procedencia y dioses extranjeros.

Todos los escritos posteriores a Jeremías indican que para los hebreos las divinidades de otros pueblos no eran meros ídolos sino seres que tenían una existencia real y positiva, y que hacían la competencia a Yavé. El libro de los Reyes I, dice que sus mujeres inclinaron a Salomón, cuando viejo, a los dioses ajenos, no bastándole Yavé, su dios y adoró a Astaroth, de los sidonios y a Milchom de los Ammonitas. El ángel de Yavé, manda a Elías que pregunte si no hay un dios en Israel que van a consultar a Baal-zebuth, dios de Eccron, y los enviados de Jephté dicen a los ammonitas: “¿Si Chamos, tu dios, te diera algún reino, tú no te apoderarías de él?”  E igual creencia tenían los pueblos sus vecinos con respecto a ellos. La reina de Saba habla de Yavé como de un dios real y Balaam maldice en su nombre. Sólo con el tiempo llegó a predominar, por el temor, en la conciencia del israelita, sobre los demás dioses. El carácter vengativo con que le presentan los profetas, las desgracias reales de que le suponen autor, el disponer del mal a su antojo, fue la principal de las causas de su triunfo. No hay que oírle por boca de Ezequiel: “Vuestros altares serán asolados” dice increpando a los hebreos que adoran a otras divinidades, “vuestras imágenes del Sol serán hecha pedazos; caeréis muertos delante de vuestros falsos dioses, y allí quedarán vuestros cadáveres, hasta que yo venga a esparcir los huesos en derredor de aquellas aras. Y cuando veáis caer los que estén entre vosotros, entonces sabréis quien soy, y que no en vano dije que os había de enviar todo este mal. ….”

Dado el carácter del judío, se comprende tal literatura y que ella produjera el triunfo de este dios de tribu hasta el punto de llegar a ser el dios único del monoteísmo. Lo adoptó el israelita porque siendo habitante nómada del desierto, pastor vagabundo, contemplativo, ignorante, sólo podían impresionarle los fenómenos atmosféricos contra los cuales era su tienda abrigo débil, cuando no tenía que sufrir sus desastres en el camino. Este dios llegó a ser en la imaginación del hebreo distinto de la Naturaleza, gracias a su ignorancia y a que no conocía a ésta bajo sus más espléndidas manifestaciones. Su carácter áspero, sus costumbres rudas, su espíritu exclusivista, las desgracias que sobre él pesaban, todo debía contribuir a que revistiese estos caracteres la personificación divina que formaba al hacer evolucionar lentamente el dios fetiche que llevaba en su arca por el desierto.

Sigue en la Circular de Febrero de 2008.

 

 

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