ALCORAC

Salvador Navarro

Dirigida a las Escuelas de:

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                                                                                                         Circular nº 12  , año V I

                                                                                                         Llubí, 1º Diciembre de 2.000.

          Hestia, simbolizaba el principio eterno de todas las cosas, el inmenso océano de luz y calor, la fuente de las energías vitalizadoras, la Causa Primera, lo Universal, lo Eterno, el Todo, el Infinito, del cual todos los finitos son otras tantas manifestaciones.

          Dispuestas en vasto círculo, con el rostro girado hacia Hestia, rodeándola, las estatuas blancas de las nueve Musas: Urania, Polyhymnia, Melpómene, Calíope, Clío, Euterpe, Terpsícore, Erato y Thalia, eran los principales atributos de la luz eterna, revelados en las ciencias y las artes de la humanidad y en las maravillas de la Naturaleza.

          Hestia simbolizaba el gran “OM”, el Infinito, mientras que las nueve estatuas a su alrededor, personificaban los pequeños “muchos”: 1, 2, 3, 4, 5, 6, 7, 8, 9. La potencia cósmica del eterno UNO se actualizaba constantemente en la maravillosa multiplicidad de los distintos fenómenos, idea esa misteriosamente indicada por esas nueve figuras en círculo, rindiendo homenaje al fuego central. La Unidad en la Multiplicidad. Dios es UNO en esencia, pero muchos en sus apariencias; simple en su SER invisible, complejo en su actuar visible.

          Para Pitágoras, el gran UNO, (que no se debe confundir con el número 1), es asexual, pre-masculino y pre-femenino; es el tronco general que precede a la bifurcación de los sexos. Dios es neutro, no por falta de fecundidad masculino-femenina, sino por abundancia y plenitud de esas potencias. En Él no existe la polaridad o tensión entre él y ella, propia del mundo del dualismo fenomenal. Dios no es la antítesis, ni tampoco la síntesis, sino que es la gran TESIS, del cual nacen todas las antítesis y en la que culminan todas las síntesis. Él

está antes de todos los principios y despues de todos los fines. No es ninguno de los muchos ejes de la gran cadena fenomenal, ni es la suma total de esos ejes, pero es aquello que sustenta toda la cadena y en el cual todos los ejes convergen.

          Esas Musas no son sino las imágenes terrestres de las potencias divinas, cuya belleza inmaterial y sublime puede cada hombre contemplar en sí mismo. Del mismo modo que ellas están con los ojos fijos en el fuego de Hestia, que las creó y dio movimiento y melodía, así debe todo hombre sumergirse en el fuego central del Universo, en el Espíritu Divino y con él cubrir todas las manifestaciones visibles de su vida.

          Seguidamente, en un gesto de audacia, apaga Pitágoras ante los ojos de sus discípulos todas las bellezas creadas y los arrebata, con la irresistible magia de su palabra y personalidad, a la presencia del Ser increado. Desde ahí los hace regresar al plano de la vida terrestre, aureolados de un halo permanente que, en adelante, iluminará los caminos de su peregrinación y los hace profundamente felices en medio de todas las infelicidades que hay a su alrededor.

          Se puede decir que Pitágoras fue el primer genio del pensamiento occidental que realizó en sí la perfecta armonía, el sereno y espontáneo intercambio e interludio del alma, mente y cuerpo, construyendo la suprema maravilla del hombre en toda su plenitud, fuerza y belleza. Consiguió establecer el equilibrio dinámico entre el hombre-alma, el hombre-mente y el hombre-cuerpo, sin sacrificar los intereses de un sector en beneficio de otro. No fue un espiritualista excéntrico, ni un austero asceta ni mucho menos un grosero materialista, sino un tipo de hombre genuino e integral. Y lo que él era lo creaba en torno a sí, entre los que lo podía comprender.

          Pitágoras insiste en que nadie puede conocer la divinidad sin ser lo que ella es. La ley de conocer es la ley del ser. La completa identificación con el Infinito en el plano del ser es lo que faculta al hombre la posibilidad de tener verdadero conocimiento del Espíritu. Sólo se sabe aquello que se és. El ser es la llave para el saber.

          Como la flor de loto nace en las oscuras y barrosas profundidades del lago, y desde el fondo se levanta, con su delgado tallo, a través del agua rumbo a las alturas, hasta alcanzar la luminosa superficie, desdoblándose en inmaculados pétalos para permitir la caricia de los rayos del Sol, así comienza el hombre su jornada ascensional por entre las tinieblas de la ignorancia y, empujado por la intrínseca divinidad del alma, de esa alma aún durmiente, demanda a las alturas a través de las zonas crepusculares de su conciencia en varios grados, hasta alcanzar la luz meridiana de la plenitud de la consciencia de sí mismo y de su Dios inmanente. Entretanto, por más que la flor ascienda, no se desprende del fondo del lago; une las alturas celestes con las profundidades terrestres, el mediodía con la medianoche; de la misma forma no debe el hombre espiritual dejar de ser de esta tierra; debe interesarse por todos los departamentos correspondientes a su triple naturaleza; vivir intensamente en el vasto cosmos espiritual del alma, en el mar intelectual de la mente y en el mundo multicolor y multiforme del cuerpo material.

EL MÉTODO

          A fin de crear entre sus discípulos esa perfecta armonía de alma, mente y cuerpo, Pitágoras no se limitaba a teorías abstractas o doctas lecciones. Enlazaba la vida práctica con su doctrina. La congregación pitagórica, en lo alto de la verde colina de Crotona, comenzaba el día con el nacimiento del Sol desde la línea del horizonte, bajo las ondas plácidas del mar Adriático. Cantaban himnos sacros al Fuego Central de la divinidad omnipresente, simbolizado en el gran astro solar. Parte de esos himnos eran cantados entre danzas, bailados ritmicamente, adaptados a los dos grupos, masculino y femenino, que componían la sociedad de los iniciados.

          Después del culto matutino, y terminada la frugal comida vegetariana, se entregaban los estudiantes a la meditación de la suprema filosofía, bajo la dirección de maestros, presididos por el propio Pitágoras.

          Cuando las facultades mentales se hallaban cansadas del largo estudio y meditación, se distribuían los discípulos por los campos vecinos, para realizar trabajos agrícolas, extrayendo de la tierra fecunda las energías solares destinadas a alimentar los cuerpos, así como la luz divina les alimentaba los espíritus.

          La comida del mediodía, consistía generalmente en pan, miel, olivas y otros alimentos ligeros, para que al mismo tiempo que sustentaban las energías físicas, permitiese a la mente y al alma plena libertad de funcionamiento y evolución.

          Parte de la tarde era dedicada a ejercicios gimnásticos, para mantener el cuerpo en perfecto vigor y belleza, porque Pitágoras veía en el hombre la maravilla máxima de la naturaleza, cuya perfección integral le merecía constantes y cariñosos cuidados. “Quien no armoniza su propio ser  - decía él  -  no puede reflejar la armonía divina”.

          Después de la puesta de sol, la congregación pitagórica se reunía de nuevo para el culto religioso, cantando himnos sacros, acompañados de movimientos rítmicos. Sobre el altar ardía un brasero, y de él se levantaban blancas nubes de incienso que impregnaban el ambiente de un aura de suave sacralidad.

          El matrimonio era considerado sagrado. La castidad era recomendada a los novios y solteros en general; la disciplina sexual a los casados. Cualquier especie de lujuria o incontinencia, era severamente condenada como contraria al fin superior del hombre y como impedimento a la iniciación espiritual. “Cede a la lujuria  -decía el maestro-  solamente cuando consientas en ser menos que tu mismo”. A un discípulo impetuoso que le preguntó cuál era el tiempo propicio para contraer matrimonio, Pitágoras respondió irónicamente: “Cuando estés cansado de la paz de tu espíritu”.

          Se cuenta que, cuando Pitágoras tenía 60 años, una de sus más aventajadas discípulas, se arrodilló ante sus pies, colocó las manos en sus rodillas, y con ojos bajos confesó que estaba llena de ardiente amor por un hombre, pidiendo al maestro la orientase en tal difícil situación. El gran Iniciado dio a la joven algunos consejos sensatos y, finalmente, le preguntó quién era la persona de la que estaba enamorada, a lo que la joven, levantando los ojos, respondió: “Eres tú, querido maestro”. Pitágoras sonrió benevolamente y, dice la tradición, aceptó en el otoño de su vida la sonrisa de la primavera, y de esa unión nació un hijo de extraordinarios dones, síntesis feliz de la serenidad madura del gran vidente y de la sonriente alegría de la joven discípula.

          Posiblemente, esta historia sea una simple alegoría de la perfecta armonía con que Pitágoras sabía establecer la “identidad de los opuestos”.

ESTADIOS DEL CAMINO

          Los grandes místicos de la Edad Media son unánimes al establecer para sus discípulos tres grados de evolución espiritual, a saber:  1) purificación;  2) iluminación;  3) unión. Quiere decir que el hombre profano necesita, ante todo, realizar un intenso trabajo preliminar de carácter más o menos negativo, de limpieza moral; debe remover de los caminos de su vida todo lo que le impida llegar a Dios; debe abandonar el mal que practicó y abrazar el bien que dejó de hacer. Después, ha de prepararse para recibir la iluminación divina, porque es espiritualmente ciego y no ve con claridad el camino a seguir. Por fin, llega a la íntima unión de todo su ser con la Divinidad, que se revela como beatitud y éxtasis.

          Pitágoras conduce a sus discípulos, practicamente, por los mismos caminos, que él llama:  1) preparación;  2) purificación;  3) perfección;  4) epifanía, literalmente “visión panorámica del monte sagrado donde habita la sabiduría y la santidad”.

          El “silencio pitagórico” se ha hecho proverbial desde ese tiempo. Es lo que el gran maestro recomendaba a sus discípulos, de abstenerse durante el período preparatorio, de todas y cualquier palabra innecesaria, como también de todo pensamiento superfluo o incompatible con el destino espiritual. Quien mucho habla o mucho divaga mentalmente, impide la creación de un clima interno propicio para la llegada de la sabiduría. “Queda quieto, y sabe que Yo soy Dios”. Este precepto bíblico está en entera conformidad con la mentalidad de Pitágoras. No permitía a sus discípulos que, durante los primeros años, formulasen preguntas durante las lecciones, porque toda pregunta es hija de la oscuridad, y esta proviene de la carencia de visión total y panorámica del asunto. De hecho, nadie puede adecuadamente comprender las partes antes de entender al Todo. En vez de preguntas, aconsejaba a sus oyentes que reflexionasen y profundizasen en el sentido real de lo que habían oído, identificando su vida enteramente con aquello, porque, en último análisis, sólo se sabe lo que se vive y lo que se es. Al fin de cierto período de intensa y prolongada meditación, las dudas iniciales se disipan por sí mismas, en razón directa a la expansión de horizontes internos, y las preguntas se vuelven superfluas.

          Afirma Aristóteles que Pitágoras enseñaba que la Tierra giraba alrededor del Sol, el “fuego central” de nuestro sistema, recibiendo claridad de ese foco, así como todos los seres que no poseen luz propia reciben luz de un ser luminoso.

          Enseñaba a los iniciados de 3º grado que la Tierra tenía un movimiento dual, el de rotación sobre su eje y el de revolución alrededor del Sol. Como los sacerdotes de Memfis en Egipto, sabía también el sabio de Samos, que los planetas eran hijos del Sol y giraban en torno a él; que los astros eran otros tantos soles y sistemas solares, regidos por las mismas leyes que preside nuestro sistema.

          Ninguno de esos conocimientos eran confiados a los exotéricos (los profanos), que no estaban en condiciones de aceptarlos; eran revelados solamente a los esotéricos (los Iniciados), para los cuales todo esto era natural y comprensible.

          Las grandes ideas creadoras de Sócrates, Platón, y de los Neoplatónicos, nos llevan en buena parte hasta Pitágoras que, como he dicho, puede ser considerado el punto de unión o puente entre la filosofía del mundo occidental, que es bien reciente, y la sabiduría antiquísima de Egipto y la India, China y otros pueblos de cultura milenaria.

                                                  *   *    *    *    *    *    *

          En razón directa que el hombre progresa en su evolución ascensional, se diluyen las líneas divisorias entre ciencia, filosofía y religión, múltiples y antagónicas en sus bases, pero unidas e idénticas en su vértice.

          Pitágoras basa toda su filosofía en la concepción de la “armonía de los números”, lo que expresado en términos modernos, quiere decir que la última realidad del universo no es una sustancia estática, sino un proceso dinámico; que la última constitución de la materia no es una partícula  - digamos, el “átomo” de Demócrito  -  sino un centro dinámico de fuerzas en equilibrio. La realidad no consiste propiamente en un “ser”, sino en un “de-venir”. La realidad es un incesante “devenir”, y no un permanente “ser”. La ley de bipolaridad es el sustrato y la íntima estructura de todas las realidades del mundo fenomenal; el par y el impar, lo positivo y lo negativo, lo masculino y lo femenino, la atracción y la repulsión, el amor y el odio; esta universal “identidad de los opuestos” es la que mantiene al mundo en el plano del ser y del actuar, en un permanente equilibrio dinámico.

          La Realidad del mundo espiritual es anterior a esa bipolaridad; es la gran TESIS que precede tanto a la antítesis como también a la síntesis.

          La realidad del mundo fenomenal, es para Pitágoras, equivalente a la armonía o equilibrio. Armonía, sin embargo, supone oposición o antítesis; significa tensión, fuerza centrífuga y centrípeta, debidamente equilibradas. Si una de esas fuerzas contrarias de tensión prevaleciese sobre la otra, acabaría todo en un caos (“pecado” en el plano consciente); si no hubiese tensión alguna, tendríamos una inmensa monotonía estática lo que, de hecho, equivaldría a la realidad, a la nada absoluta. Pero, la realidad no es ni un caos ni una monotonía, sino una armonía , o sea, un juego de antítesis sintetizadas, unidad en la variedad.

          Ahora, confrontadas estas ideas filosóficas de la Antigüedad con los recientes descubrimientos de la física nuclear de nuestros días, verificamos una sorprendente similitud de conceptos, por no decir, una perfecta identidad.

          La conocida fórmula de Einstein puede ser considerada como la certeza de la muerte de la materia estática y, con esto, del dualismo del Universo. No existe materia en el sentido tradicional. La materia es energía en estado de condensación o congelamiento. El electron es en la Física nuclear el primer punto energético condensado en “materia”, la cuna generadora del mundo material, el “átomo” de Demócrito traducido en terminología moderna. Pero ese “átomo” (in-divisible) no es un verdadero átomo, sino algo parecido. El verdadero átomo sería la pura Realidad, tomemos la palabra en sentido material (Demócrito), o en sentido energético (Pitágoras). El fundamento último del mundo no puede consistir en lo infinitamente simple por vacuidad, sino en lo infinitamente simple por plenitud, no en el tenebroso abismo del vacío, sino en luminosa altura, no en la nada sino en el Todo.

          En física nuclear los electrones, de carga negativa, giran en torno a un punto central de carga positiva, a gran velocidad y en el sentido de una elipse, creando diversas capas impenetrables en torno a ese centro, formada de protones y neutrones, induciendo el sentido del tacto y crear la “materia sólida”.

          Todo esto es una demostración parcial de la física nuclear en las visiones metafísicas de Pitágoras y Demócrito. Tanto el filósofo de Samos como el pensador de Abderas, afirman la unidad básica del Universo, con la diferencia de que Demócrito admite como última unidad una partícula material indivisible (átomo), mientras que Pitágoras, penetrando más profundamente en la naturaleza de las cosas, defiende un foco energético como materia-prima o substrato del universo.

          La ciencia moderna prosigue el rumbo de las concepciones filosóficas de los antiguos pensadores, procurando demostrar la unidad esencial de todas las cosas. El magnetismo, la electricidad y la gravitación dejan de ser tres manifestaciones de una misma energía.

          Una vez demostrada científicamente esa última tesis, tenemos un universo único y homogéneo, basado en una única energía universal, de la cual todos los fenómenos son formas o manifestaciones parciales. Esa energía universal, no puede ser simplemente mecánica, inconsciente, una vez que de ella nacen sin cesar fenómenos incomparablemente superiores: nacen la vida, la inteligencia, la razón, la consciencia. Ahora, como el efecto no puede ser superior a su causa, debe la causa de ese efecto ser viva, inteligente, racional, consciente.

          La energía universal debe, pues, ser considerada como un océano inmenso de energía vital, inteligente, racional, consciente; o mejor, ella misma debe ser la Vida, la Inteligencia, la Razón, la Consciencia cósmica universal.

          En el principio de algo no está la nada, sino el Todo; no el vacío sino la plenitud; no el tenebroso no, sino el luminoso sí.

          La teoría atómica de Demócrito y la armonía de los números de Pitágoras, son dos etapas evolutivas en el grandioso drama que el espíritu humano está realizando y que, por ahora, alcanzó las alturas de la Era Atómica o Física Nuclear. Dentro de breve tiempo, pasado este estado de hoy, daremos otros nombres a aquello que está detrás de esas energías radiantes y sus componentes mecánicos.

          La ciencia física demostrará alguna vez, lo que la intuición metafísica sabía desde tiempos antiquísimos. Una cosa es saber, y otra cosa es demostrar. Las verdades más profundas pueden ser sabidas con absoluta certeza, sin ser experimentalmente demostrables. En último análisis, la certeza no viene de pruebas de laboratorio, sino de la intuición espiritual.

                                                  *   *   *   *   *   *   *   *   *

          Había entre los discípulos de Sócrates un joven aristócrata ateniense, descendiente por el lado paterno, del último rey de Ática; y, por parte de madre, de la estirpe de Solon, famoso legislador de Grecia. El nombre de ese joven era, probablemente, Aristocles; pero debido a la grandeza de su mente, entró en la historia de la filosofía con el nombre de “Platón”, que quiere decir “Amplio”. Los ochenta años de su vida terrestre, transcurren entre el año 427 y 347 antes de Cristo.

          La juventud de Platón, incide en el turbulento período de la Guerra del Peloponeso, que terminó con la derrota e independencia de Atenas.

          Llevaba en sus venas la sangre de la nobleza helénica, y el mayor pesar del joven era ver su país en un caos de desorden interno y externo. Desde ese tiempo concibió Platón la idea de poner su vida al servicio de la patria y la prosperidad nacional. Se hizo político militante y alcanzó notable influencia en este sector de la vida.

          Mientras tanto, gracias a la agudeza de su genio, no tardó en verificar que, para promover la grandeza nacional, era necesario ante todo, sanar el ambiente político interno, o mejor, convertir a los políticos desde el egoísmo a la generosidad, de los intereses creados de las ventajas personales hacia el idealismo del sacrificio por la causa pública. Platón comprendió que el mal de la política estaba en los malos políticos y que políticos sin ética son como edificio sin cimientos.

          Vio que era necesario promover la ética entre los políticos atenienses.

          Pero ¿qué es la ética? ¿Por qué debe ser el hombre ético, altruista, en vez de egoísta? Y, ante todo, ¿existe una ética como tal? ¿No es la ética una creación del hombre individual o del grupo social al que pertenece?

          Ética o moralmente bueno es, según la opinión de muchos, aquello que promueve mi bienestar personal; y, en opinión de otros, lo que tiende a realizar la prosperidad de mi país o de mi pueblo. Quiero decir, que la norma suprema de la ética está en la mayor o menor ventaja que de algún acto o actitud resulta para el individuo o para el grupo al cual pertenece. Si, por ejemplo, hay ventaja en que mi país conquiste el territorio de otra nación, y se dispone de los medios materiales para conseguir la victoria sobre otro pueblo más débil, esa conquista es perfectamente ética, una vez que procura la prosperidad de mi pueblo, tanto más si el jefe de Gobierno ordena esa conquista en nombre de la Patria.

          Esta ideología de ética oportunista es conocida y ha sido practicada en todos los tiempos de la historia, por todos los adeptos de un modelo relativo de moralidad: Hitler, Mussolini y otros dictadores no hicieron sino aplicarla en gran escala y aureolarla de un halo de mística sacralidad.

          A veces se invocó la superioridad única de la “sangre aria” como fuente y norma de la ética humana. Todas las cosas grandes y bellas que la humanidad edificó sobre la tierra son, según este concepto, hijas de la sangre divinamente pura de la excelsa raza aria, único pueblo no contaminado por la mezcla biológica y espiritual con razas inferiores. Intenta probar, con argumentos o sofismas sorprendentes, que el propio Jesús fue de raza aria y no semita, como fuimos enseñados a creer.

          Tomar como norma ética al individuo o la sociedad, o la nación, o las cualidades místicas de la sangre de esta o aquella raza, es como los cimientos movedizos para la estructura de una ética firme.

          Platón no podía dejar de ver que una ética basada en principios personales y relativos, de fabricación humana, no era fundamento sólido ni garantía de prosperidad nacional.

          Por esto, fue en busca de una base universal y absoluta, para la ética individual y social. Comprendió que la norma última de la ética humana no puede ser algo que el hombre invente a su gusto y talante, sino que debe ser algo que pre-exista en el hombre, independiente de él, pudiendo descubrirlo por sí mismo y servirle de norma y norte en su vida individual y social. La ética debe tener su soporte en “la palanca de Arquímedes”, esto es, una cosa que no dependa de la buena o mala voluntad del hombre, sino que exista más allá de todas las fronteras creadas por el hombre. Pues es evidente que el hombre hace, pero también puede deshacer. Si aquello que hoy tomo como norma de mi vida, mañana prueba que es desventajoso para mis intereses, puedo deshacerlo y establecer otra norma más favorable. Quiero decir, que en este caso la ética, no es soberana en mi vida, y sí esclava y sirviente de mi voluntad, de mis caprichos, nombres varios para mi egoísmo. Una ética relativa, en verdad, no es norma alguna, sino un simulacro de norma, especie de muñeco de paja que obedece a los hilos invisibles maniobrados por el hombre.

          Platón no tardó en comprender que una verdadera norma ética, soberana y eficiente, sólo puede ser algo independiente de la voluntad humana, algo objetivo, absoluto, intangible. De lo contario, no es factor soberano, sino servidor.

          Fueron estas consideraciones rigurosamente lógicas y realistas, las que llevaron al joven filósofo, desde el escenario de la política al plano de la ética y, finalmente, a las alturas de la metafísica, la mas alta metafísica de que hay memoria en los anales de la filosofía occidental. Y digo “occidental” porque la filosofía del Oriente nunca dejó de ser esencialmente metafísica y mística, y está fuera de duda que Platón a través de la Escuela de Alejandría, sufrió el impacto del pensamiento filosófico de Egipto, India y China.

          Platón en el intento de crear una política sana y sólida y un Estado próspero, como escribió en su libro “La República”, vino a ser el metafísico más grande de su época. Y todos los que quieren edificar su filosofía ética y política sobre roca viva, y no sobre arena movediza, tienen que hacer lo mismo, si no quieren presenciar grandes catástrofes.

          Los que desconocían el verdadero carácter de Platón, consideraron a este pensador helénico como un especulador trascendente, un hombre que, tal vez por falta de mejor ocupación, desertó de esta tierra y se refugió en las regiones vagas de impalpables abstracciones metafísicas y místicas que, en opinión de ellos, nada tiene que ver con la vida real del hombre.

          Mientras tanto, la élite de la humanidad pensante de todos los siglos siguientes, no ha podido liberarse de la extraña fascinación que ese universalismo cósmico continúa ejerciendo sobre la mente de hombres dotados de mayor penetración filosófica.

          Dice Tertuliano que “toda alma es cristiana por naturaleza” , y con la misma razón podríamos decir que todo filósofo es platónico por naturaleza, aunque no todos desarrollen dentro de sí ese universalismo platónico latente.

          Pero antes de que el joven político ateniense remontase las supremas alturas de la metafísica, tuvo que pasar por diversas peripecias, una de las cuales casi lo elimina del mundo de los vivos.

          Dion, cuñado del tirano Dionisio I de Siracusa, invitó a Platón para visitar la corte del soberano. El filósofo atendió la invitación y tuvo algunas charlas con Dionisio; éste, no tardó en ver a su huesped como un peligro para su gobierno. Mandó prenderlo y lo entregó al embajador de Esparta, país con el que Atenas estaba en guerra. El embajador espartano envió a Platón a la isla de Egina, no lejos de Grecia, a fin de ser vendido como esclavo. Quiso la suerte que Platón fuese rescatado por un amigo, que lo trasladó a Atenas.

          En uno de los suburbios de la capital, en las inmediaciones del parque y campo atlético de Hekademos, poseía Platón una casa de campo. Esa parcela de tierra estaba destinada a ser célebre en la historia de la filosofía con el nombre de “Academia de Platón” (Academia es corrupción de Hekademos). Allí, con casi 40 años de edad, comenzó el filósofo y político a reunir un puñado de hombres de diversos países interesados en sus ideas, entre los cuales figuraba un joven hombre de ciencia, hijo de un médico de Estagira, de nombre Aristóteles, del cual hablaré en su momento.

          Al principio, Platón se guiaba más o menos por ideas de su maestro Sócrates. Pero como este filósofo no diera a su ética una estructura propiamente metafísica, su genial discípulo no tardó en derribar estos cimientos, lanzándose más allá de las fronteras socráticas y desarrollando su propio pensamiento, sin dejar de respetar a Sócrates, que le había enseñado la autonomía creadora.

          Durante más de veinte años fue la Academia el centro filosófico del mundo occidental, y podemos decir, la primera Universidad de Europa. A ese foco del saber llegaba, de todos los puntos del imperio romano, tanto de Europa, como de África y Asia, numerosos hombres ávidos de beber en las aguas puras de la sabiduría de los siglos, de labios de este nuevo Salomón.

          La doctrina sobre la “Idea” platónica puede ser considerada como el alma de la filosofía de Platón. Quien no tiene nociones nítidas del verdadero sentido de esa “Idea” no puede comprender su filosofía.

          Ante todo, esa “Idea” nada tiene que ver con lo que hoy llamamos “idea”, término que para nosotros designa una creación y proyección de nuestra mente.

          La palabra griega “Eidos” que en latín devino en “idea” es originalmente “visión”, “imagen”, esto es, original, que no copia de otro, sino que es el modelo y norma para todas las copias.

          De “Eidos” (imagen original) se deriva la palabra “ídolo”, que quiere decir “una copia del original”. “Idólatra” es un culto de “idolos”, o sea, copias de “Eidos”. Esas copias son llamadas generalmente “criaturas”, mientras que “Eidos” es el “Creador”. “Eidos” es la Causa Universal, los “eidos” son los efectos individuales.

          El “Eidos” de Platón puede ser equiparado al “Ilimitado”, de Anaximandro; al “Logos” (Razón), de Heráclito; a la “Forma” de Aristóteles; al “Ultra-ser”, de Plotino; al “Tao”, de Lao-Tsé; a la “Natura Naturans”, de Spinoza; al “Brahman”, de los hindúes; al “Alma Universal”, de los místicos; al “Yahveh o Jehovah”, de los hebreos; al “Dios”, de los cristianos.

          Platón concibió ese “Eidos” como la Realidad Universal, o mejor, como la única Realidad, absoluta y eterna. El “Eidos” no es un individuo, ni un super-hombre. No tiene forma. No existe dentro de las categorías del tiempo y el espacio. Va más allá del concepto de causalidad. Es incausado en sí mismo y causador de todos los fenómenos “eidolons” del mundo individual.

          Está claro que ese “Eidos” no puede ser comprendido por los sentidos, ni concebido por el intelecto, razón por la cual Aristóteles, personificación de la Inteligencia filosófica, llega a negar la realidad objetiva del “Eidos” platónico, considerándolo como mera abstracción de nuestra mente, o sea, como ficción subjetiva, a la cual nada corresponde en el plano del orden objetivo.

          Se cuenta que cierto día, Platón llegó a la “Academia” y, viendo desocupada la silla de su inteligente alumno Aristóteles, dijo: “Hoy está ausente la Inteligencia de la Academia”. Si Aristóteles simboliza la Inteligencia analítica, Platón representaba la Razón intuitiva.

          El “Eidos” inaccesible a los sentidos y la inteligencia, sólo puede ser alcanzado por la intuición espiritual, o sea, por la Razón universal, no por la inteligencia individual. Siendo que la Razón universal, el “Logos”, es la íntima esencia del hombre y de todas las cosas, puede el hombre alcanzar el eterno “Eidos” por la meditación, la introspección, por el conocimiento de sí mismo, por el descubrimiento de su Yo Superior y Real, que es idéntico al “Eidos” (Dios).

                                                    EL NÚMERO NUEVE

          El número nueve es un número notable en muchos aspectos. Los que se dedican a las ciencias ocultas le tienen gran reverencia; y en matemática exhibe unas propiedades y capacidades que no se hallan en ningún otro número.

          Es el último de los dígitos, y por ello marca el fin; y es significativo de la conclusión de una cuestión.

          Está emparentado con el número seis, siendo seis la suma de sus factores  (3x 3 = 9 y 3 + 3 = 6), siendo por tanto significativo del fin del hombre y la recapitulación de todas sus obras. Por ello, nueve es

EL NÚMERO DE LA FINALIDAD O DEL JUICIO,

por cuanto el juicio ha sido encomendado a Jesús. Marca lo completo, el fin y el resultado de todas las cosas en cuanto al hombre.

          Es un factor de 666, que es 9 veces 74.

          La suma de las 22 letras del alfabeto hebreo es 4.995 ( 5 x 999 ). Por ello está marcado con los números de gracia yfinalidad.

          El primer enfrentamiento en Génesis 14, es la batalla entre los cuatro y cinco reyes.

          Los asedios a Jerusalén han sido 27, o tres veces nueve, y llevan el sello de la consumación divina (3) y el número del juicio (9).

          Nueve es el cuadrado de tres y tres es el número de la perfección divina, así como el número del Espíritu Santo.

          El fruto del Espíritu (no “frutos”), comprende nueve gracias: amor, gozo, paz, paciencia, benignidad, bondad, fidelidad, mansedumbre y dominio propio, mientras que

LOS DONES DEL ESPÍRITU

          en la Epístola 1ª Corintios, 12: 8 - 10, son también nueve: Palabra de sabiduría, palabra de conocimiento, fe, sanación, efectuar milagros, profecía, discernimiento de espíritus, diversos géneros de lenguas e interpretación de lenguas.

 

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Cuando aún es la noche

(poemas)

Isla sonora

(poemas)

Sexo. La energía básica 

(ensayo)

El sermón de la montaña

(espiritualismo)

Integración y evolución

(didáctico)

33 meditaciones en Cristo 

(mística)

Rumbo a la Eternidad 

(esotérico)

La búsqueda del Ser

(esotérico)

El cuerpo de Luz 

(esotérico)

Los arcanos menores del Tarot 

(cartomancia)

Eva. Desnudo de un mito

(ensayo)

Tres estudios de mujer

(psicológico)

Misterios revelados de la Kábala 

(mística)

Los 32 Caminos del Árbol de la Vida

(mística)

Reflexiones. La vida y los sueños  

(ensayo)

Enseñanzas de un Maestro ignorado

(ensayo)

Proceso a la espiritualidad

(ensayo)

Manual del discípulo 

(didáctico)

Seducción y otros ensayos

(ensayos)

Experiencias de amor

(místico)

Las estaciones del amor

(filosófico)

Sobre la vida y la muerte

(filosófico)

Prosas últimas  

(pensamientos en prosa)

Aforismos místicos y literarios

(aforismos)

Lecciones de una Escuela de Misterios

(didáctico)

Monólogo de un hombre-dios

(ensayo)

Cuentos de almas y amor

(cuentos)

Nueva Narrativa (Narraciones y poemas)
Desechos Urbanos (Narraciones )
Ensayo para una sola voz VOL 1 (Ensayo )
En el principio fue la magia VOL 2 (Ensayo )
La puerta de los dioses VOL3 (Ensayo )
La memoria del tiempo (Narraciones )
El camino del Mago (Ensayo )
Crónicas (Ensayo )
Hombres y Dioses Egipto (Ensayo)
Hombres y Dioses Mediterráneo (Ensayo)
El libro del Maestro (Ensayo)
Los Buscadores de la Verdad (Ensayo)
Nueva Narrativa Vol. 2 (Narraciones)
Lecciones de cosas (Ensayo)
   

 

 

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MAESTRO TIBETANO

 

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