ALCORAC

SALVADOR NAVARRO ZAMORANO

 

Dirigida a la Escuela de:

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                                                              Circular nº 4,  año XVI

                                                              Bunyola, 1º   de Abril de 2.010.

AGUSTÍN DE HIPONA.-

En ese tiempo no alcanzaba Agustín todavía el período de la pubertad. Su amor era todavía y de alguna forma, impersonal. En concreto no amaba a ninguna de las seductoras bellezas de Madaura, con las que diariamente se cruzaba en su camino. El estudiante las amaba a todas en conjunto, pero su amor era todavía neutro, sin color, disperso; todavía no se cristalizaría en la irresistible vehemencia de una pasión definida, personificada en una determinada Circe o Beatriz.

Entretanto, ese preludio de la primavera del corazón, ese deliciosos adivinar de las cosas que todavía no se conocen de la ciencia propia, esa ansiosa expectativa de un mundo por descubrir, ese amor en germen, inmanente, disfrazado de una suave ignorancia matinal es, tal vez, la parte más bella de toda esa gestación afectiva, cuya poesía sucumbe tantas veces al prosaico realismo de la vida.

En ese tiempo, Agustín vivía el período de los sueños felices.

Si más tarde, este hombre habla de amor y gozo, lo dice desde la ciencia propia, de cátedra. Y, si en el auge de su virilidad y el apogeo de su vida intelectual y espiritual, encuentra algo todavía más digno de ser amado apasionadamente, poseído por las mayores amabilidades de la tierra, entonces podemos dar plena fe en su sinceridad, porque debe ser realmente precioso el objeto del amor de un corazón que tan humanamente amó como tal vez jamás hombre alguno supiese amar.

Contaba Agustín entre n15 o 16 años, cuando terminó su curso de Humanidades.

Los padres, orgullosos de la extraordinaria inteligencia de adolescente, decidieron darle estudios académicos en Cartago. Pero eso estudios exigían dinero, mucho dinero, y la economía de la familia no andaba muy holgada.

Por eso, tuvo Agustín que regresar a la casa paterna y esperar hasta que hubiese recursos para poder iniciar los estudios superiores en la metrópolis del país.

El año de vacaciones forzosas y de expectativa que Agustín pasó en Tagaste, puede ser calificado como un período más mundano, el más vacío de su existencia. Nada hizo que valiese cosa alguna bajo el punto de vista intelectual, cultural, paran no hablar en el terreno espiritual. Fue un tiempo negativo, humanamente miserable, tan vacío como la vida de millones de jóvenes de ciudades, plazas y playas del siglo XXI. Felizmente, dormitaba bajo las cenizas de un maravilloso potencial, lo que no siempre ocurre en los jóvenes prometedores de hoy.

Estaba el inteligente literato a punto de transformarse en un famoso ejemplar varonil local, cuando no en un peligroso anarquista o caudillo de una turba. Y se reía abiertamente de las advertencias de su madre, Mónica.

Su padre, Patricio, le dejaba en paz, aun que mostrase algunas veleidades con el cristianismo. Tanto fue así, que se hizo inscribir en las listas de los catecúmenos de la iglesia de Tagaste. ¿Y por qué no ser candidato al bautismo cuando ya en ese tiempo, casi toda la ciudad era cristiana y la religión daba mayores esperanzas para una buena colocación ante el decadente paganismo?

En todos los tiempos ha habido hombres que de la religión hicieron un trampolín para la satisfacción de sus ambiciones e intereses personales.

Agustín aparecía en casa apenas para comer y regresaba a altas horas de la noche, si es que llegaba. Sin trabajo, pasaba el día y gran parte de la noche en la calle, en las tabernas y en juegos y reuniones de amigos.

Una vez dado el primer paso en ese plano inclinado, no era posible parar en medio del camino. Pues es de la íntima naturaleza de toda pasión ser totalitaria, extremista, tiránica; no se contenta con mitades, o todo o nada. Y comienza entonces este conocido y funesto círculo vicioso: el deseo lleva al placer, el gozo genera un nuevo deseo, tanto más intenso cuanto más placentero. Es así que el deseo potencia el placer y el gozo intensifica el deseo, en una progresión indefinida, hasta llevar al pobre esclavo de la carne a un completo descontrol de sí mismo, a un descalabro moral, acabando en un peligro social.

Si el instinto no fuese una potencia esencialmente irracional y privada de libertad, sería fácil canalizarlo, así como en el animal aparece circunscrito a ciertos límites y discretamente orientado, por la propia naturaleza orgánica. En el hombre, ocupan la inteligencia y la voluntad el lugar de ese instinto regulador. Pero, como no siempre el hombre sabe serlo lo bastante para entregar las redes de su gobierno a las facultades específicamente humanas  - inteligencia y voluntad  -  de ahí resulta la repugnante caricatura, esa infrahumana monstruosidad que debía ser obediente y bien disciplinada servidora de la personalidad integral.

Todas las veces que una fuerza o facultad de nuestra naturaleza se afirma a favor de una parte y en detrimento del todo, nos degradamos a nosotros mismos y provocamos desorden y desequilibrio en la jerarquía cósmica de nuestro Ser.

Toda la facultad del hombre debe encuadrarse armoniosamente en el panorama del todo. Nada se debe extirpar, matar, suprimir, eliminar; todo se debe entrenar, disciplinar, canalizar, integrar, poner al servicio de la totalidad, de la perfección del hombre integral.

Un día, Agustín y su padre fueron a tomar un baño en las termas de Tagaste. Todavía no se había inventado esa precaria prenda civilizada que se llama pantalón de baño. Al salir de la piscina, Patricio, como pagano que era, corrió lleno de alegría a contar a su esposa que el niño había dejado de serlo y ya era un hombre. Ya se veía el padre como dichoso abuelo rodeado de una corte de ruidosos nietos.

Mónica, en vez de participar de la ruidosa expansión del marido, quedó pensativa tomada por aprensiones. Conocía el carácter de su hijo y los peligros que lo amenazaban. Llamó al joven y entre lágrimas, le suplicó que no se entregase a la lascivia, que por lo menos guardase medida en el gozo de los placeres, que no envenenase su sangre con meretrices y respetase a la mujer de su prójimo.

Quien está habituado a oír hablar de Santa Mónica extrañará esta actitud de la madre. ¿Por qué no insistió para que el hijo encontrase una novia decente y se casara cuanto antes? Muchos africanos de su época, se casaban a los 15 o 16 años.

En este tiempo, Mónica no era tan cristiana que se pusiera de parte de consideraciones subalternas y pensase únicamente en lo único necesario, la salvación del alma de su Agustín. Un casamiento prematuro cortaría definitivamente la brillante carrera que ella auguraba a su hijo. Era lo bastante madre y no solamente cristiana, para admitir semejante hipótesis. Agustín tenía que ser, ante todo, un hombre célebre, un gran orador, una gloria para la familia, y Dios providenciaría que su alma no se perdiera. La madre rezaría mucho, lloraría, para que su hijo querido un día abrazara el cristianismo, y después de alcanzada la soñada celebridad, siguiese los dictados de su divino Maestro.

Nutría Mónica esta firme confianza. Tenía una fe ilimitada en la misericordia de Dios.

Era esta también la opinión de Patricio, que no dejó de influir en el espíritu de su esposa.

El amor femenino de Mónica no encontraba cabal satisfacción en el matrimonio. Ella, esposa de Patricio y madre de varios hijos, era afectivamente virgen. Estaba intacta la poderosa reserva de amor que le llenaba el corazón. No consiguió derramar en el alma de su esposo, ese hombre que le habían dado por marido, las ondas represadas de su poderosa afectividad de mujer. Y, por una inextinguible ley natural, toda potencia que deja de encontrar su natural actualización, procura manifestarse de otra forma, realizando en otro terreno lo que le fue vedado en su esfera normal.

Insatisfecha en su amor de mujer, ama doblemente como madre y, por una misteriosa afinidad psíquica, centraliza todo su amor en la persona del hijo más inteligente y afectivo.

¿Afectivo? Sí. Agustín era profundamente afectivo, aunque no correspondiente todavía a ese intenso amor materno. Bastante clarividente era el alma de Mónica y dotada de suficiente amparo espiritual para presentir o adivinar que, un día, los clamores de su amor despertarían eco y correspondencia donde, por ahora, sólo encontraba desiertos sordos y graníticas rocas.

Sigue en la Circular de Mayo de 2010.

LA REALIDAD OCULTA.

Muchos de los sueños científicos y tecnológicos de los humanos se han hecho realidad. De hecho, los logros de la tecnología científica moderna superan con creces las más audaces visiones de los filósofos del Siglo de las Luces. Pero las consecuencias sociales de tales conquistas no corresponden a las esperanzas del siglo XVIII. Aun en las condiciones más favorables, el modo de vida actual no propicia precisamente la buena salud ni contribuye a una mayor felicidad y, desde luego, no proporciona un marco adecuado para la práctica de la urbanidad. Algo ha ido mal en el desarrollo de la civilización tecnológica durante los últimos cien años.

Una explicación común de los fracasos sociales de la tecnología científica es que, debido a su propio poder y complejidad, se halla más allá del dominio y de la comprensión humana. En un relato titulado La máquina se detiene, un escritor inglés presenta a la tecnología como una fuerza independiente que sigue adelante, pero no según las líneas que nosotros hemos trazado, que avanza, pero no hacia nuestras metas. La comparación de la tecnología desbocada con las tribulaciones del aprendiz de brujo es un tema obvio que ha gozado del favor de humanistas, novelistas y poetas, y que ha llegado a ser tratado por científicos ilustres.

Los sociólogos han hecho especial hincapié en los problemas que crean las innumerables ramificaciones de la tecnología, que alcanzan a todos los aspectos de la estructura social. Se ha llegado a afirmar que la mente humana no está suficientemente adaptada para poder interpretar el comportamiento de los sistemas sociales. Nuestros métodos pertenecen a la clase de los denominados sistemas de retroalimentación no lineales. En su larga evolución, el hombre no ha atenido necesidad de comprender estos sistemas hasta tiempos muy recientes. Los procesos evolutivos no nos han proporcionado la capacidad mental necesaria para interpretar correctamente la conducta dinámica de estos sistemas de los que hemos pasado a formar parte.

Los sistemas en cuestión se hacen aún más complejos cuando incluyen, como es habitual, componentes tecnológicos. Dado que la mente humana no alcanza a comprender tan complejas situaciones, la única esperanza es crear modelos informáticos concebidos de situaciones sociales.

Los modelos informáticos difieren de los mentales en diversos e importantes aspectos. Los modelos informáticos están expresados con toda exactitud. La notación matemática que se utiliza para describir el modelo no admite ambigüedades; es un lenguaje más claro, más sencillo y preciso que cualquier lenguaje hablado. Su ventaja estriba en la claridad de su significado y en la sencillez de su sintaxis. El lenguaje de un modelo informático puede ser comprendido casi por cualquiera, independientemente de su formación. Además, cualquier concepto o relación que pueda expresarse con claridad en el lenguaje ordinario puede ser traducido al lenguaje de un modelo informático.

La idea de que la mente humana no tiene capacidad material para abarcar la complejidad de las relaciones que se dan entre la estructura social y la tecnología científica está generando una nueva forma de pánico. El hecho real de que la mentalidad tecnológica impregna actualmente todas las instituciones sociales y toda forma de pensamiento ha dado lugar a la difundida creencia de que la tecnología está gobernada por un demonio que empieza a modelar la sociedad a su imagen y semejanza. No sólo vivimos en una sociedad tecnológica: estamos siendo conformados biológica y mentalmente por fuerzas tecnológicas.

El filósofo francés Jacques Ellul ha puesto de moda la alarma social sobre una posible supeditación total de nuestras vidas a la tecnología. Tal como el filósofo la palabra technique no se aplica a las tecnologías concretas, sino que más bien implica una actitud extremadamente racional al tratar los problemas humanos, tanto los técnicos como los sociales. Desde el punto de vista de latechnique la eficiencia es el criterio último. En aras de la eficiencia, las instituciones sociales y las costumbres deben cambiar continuamente y, a pesar de ser la expresión de una sabiduría ancestral las tradiciones deben desaparecer. La technique requiere que la vida sea reglamentada, mecanizada y automatizada para adecuarse a la eficiencia de las máquinas; al mismo tiempo, y para contribuir a la eficiencia de los procedimientos, supone un trato centralizado, burocrático e inhumano con la gente. Para Ellul es un claro ejemplo que la sociedad moderna ha caído en manos de fuerzas tecnológicas anónimas que actúan independientemente del control humano y que se han convertido en las instituciones sociales de mayor influencia en el mundo actual.

A partir de supuestos sociales algo distintos a las premisas de Ellul, John Kenneth Galbraith concluye, tanto en su libro La sociedad opulenta como en El nuevo Estado industrial, que la sociedad tecnológica moderna es un sistema casi autónomo. El sistema sigue dependiendo del público, pero asegura la aceptación de sus productos mediante una demanda artificial creada a través de las prácticas publicitarias y de las políticas gubernamentales. En la práctica, sólo es responsable ante una “tecnoestructura” esencialmente autónoma que se regenera a sí misma y que determina su dirección. Tanto en la “tecnoestructura” como en la technique, la eficiencia del sistema social es más importante que la vida individual de la persona.

Ese afán de eficiencia exige de la sociedad tecnológica el trazado de planes cuya ejecución requiere que toda actividad humana se lleve a cabo con absoluta puntualidad. La tecnología, especialmente en el sentido que Ellul le da al utilizar la palabra technique, implica el sacrificio de la libertad individual a un gigantesco y policéfalo aparato burocrático compuesto por el Gobierno, las empresas, los Sindicatos y, no menos importantes, los sistemas escolar y universitario, que tienen la misión de preparar a los ciudadanos para la vida reglamentada y previsible que la eficiencia social requiere.

En general, los hombres se adaptan tan perfectamente al entorno burocrático y tecnificado que adquieren atributos de máquinas sociales y técnicas. Puede que sus almas sigan suplicando creatividad espontánea, pero este deseo genera dolorosos conflictos porque la estandarización creciente es prácticamente incompatible con la expresión libre de la espontaneidad intelectual y emocional.

Sin duda, las complejidades científicas y sociales de la empresa tecnológica son responsables en parte de su desbocado curso y de sus efectos imprevisibles sobre la especie humana, pero tal vez no sea éste el aspecto más importante del papel de la tecnología en la vida moderna. Antes de que sus intrincadas derivaciones sociales y su complejidad científica la hubieran hecho difícil de comprender y controlar, el hombre ya había decidido emprender el desarrollo de la tecnología en una dirección casi inhumana. En su mayor parte, los aspectos peligrosos de la tecnología no surgen de sus complejidades, sino del hecho de que el hombre ha llegado a interesarse más por las máquinas y los productos industriales en sí que en su posible aplicación humanitaria. El demonio destructor de la tecnología científica es creación del propio hombre.

Sigue en la Circular de Mayo de 2010.

¿POR QUÉ EL DIABLO?

Las fábricas de los infieles de España mandaban a la Europa atónita productos que eran milagros: atornasoladas telas de seda y oro del color de la sangre con reflejos de relámpagos, o brocados de plata de color de cielo y reflejo de luna; corvas cimitarras de tintes cambiantes que parecían arcos iris; aceradas cotas de malla templadas con conjuros, que el arma cristiana no traspasaba; espadas que cortaban un pelo en el aire, y que no se rompían nunca. Con las deslumbrantes producciones de los infieles, el Diablo hacía palidecer las obras de la Europa cristiana.

Pero hay más; del seno de esa naturaleza exuberante de la España árabe y de esa civilización refinada, renace el alma del mundo antiguo, invade los seminarios cristianos y las teorías paganas hacen más fortuna en ellos que las elucubraciones místicas de los doctores de la Iglesia. La Grecia resucitaba en Andalucía cinco siglos antes que en el resto de Europa. La idea antigua conservada como dentro de un sagrario con piadoso amor por los sirios y los persas a quienes la legaron los últimos alejandrinos, recibía nueva vida de los árabes españoles. Al ver la luz bajo otra forma, salía purificada, reviviendo de ella lo mejor; no era el alma de Platón, el padre de la Decadencia, la que alumbrara las inteligencias del Sur de la península, sino el espíritu altamente filosófico de Aristóteles. Curioso es el camino que éste hiciera de Alejandría a Córdoba. Entre los neo-platónicos Porfirio se había inspirado más en la doctrina peripatética que en su maestro; le siguieron en la misma vía Proclo y Damascio, hasta que en Ammonio la escuela fue ya totalmente aristotélica. La filosofía helénica al volver de Egipto a Atenas, como si los aires de su patria la reconfortaran, volvió a cobrar el buen sentido. En vez de dirigirse a la Academia de donde saliera para perderse en el Oriente, se dirigió a la realidad por el camino del Liceo. Y el Oriente se precipita en pos de ella. Los sirios continúan la tendencia traduciendo y comentando el peripateticismo; Alkindi se hace eco de sus teorías en el siglo IX, y las continúa Alfarabí en el siglo X y el persa Avicena a principios del siglo XI, hasta que a finales de este siglo pasa a España en donde brilla con Avempace y Averroes, que la continúa en el XII con Abubacer. Y de Andalucía pasa al resto de Europa.

La filosofía griega introducida en el Islam por los Abatidas, fieles representantes del espíritu persa, tuvo una gran protección entre los Omeyas en España. Pero sobre todo cuando floreció fue en tiempo del ilustrado califa de Córdoba Hakem II. Jamás príncipe tan sabio y amante de la libertad de pensar floreció en Europa. En el Cairo, en Bagdad, en Damasco, en Alejandría y en los principales centros de la India, tenía comisionados para que apenas se escribiera un libro notable o se descubriera alguno antiguo, costara lo que costara, se lo mandaran al momento. Muchas veces las obras escritas en diversas ciudades del Asia pasaban a Córdoba y eran allí leídas antes que en el propio país en que se concibieran. Su palacio era a la vez un gran taller de copistas y encuadernadores, y una biblioteca llena de sabios y de filósofos. Por sí solo el edificio contenía cuatrocientos mil volúmenes; el catálogo contaba cuarenta y cuatro; y el sabio califa había leído todos los tomos que poseía y, lo que es más, anotado la mayor parte. El lugar y la fecha del nacimiento del autor, su nombre, su tribu, su historia, todo era añadido al final de los principales libros por su propia mano. Mil dinares de oro mandó a Abu-el-Faradaj-Isfahani del Irak por un ejemplar de su tratado sobre los cantores y poetas árabes, antes de que lo terminara, y al recibirlo le hizo todavía un mayor presente. Según este Califa, el trabajo de la inteligencia debía de pagarse sobre todo los demás productos de la actividad humana. Córdoba bajo su influencia se había convertido en una ciudad de profesores, estudiantes y libreros. La ciencia en el libro es una ciencia latente, muerta, es preciso vivificarla por la discusión, por los comentarios, por la palabra; así lo entendía el gran Hakem, y llamó a su lado a todos los sabios y literatos, árabes, cristianos y judíos, dotándoles con una esplendidez sin límites y dándoles una libertad de expresar sus ideas, que honraría los tiempos modernos. En su califato no había diferencia de religión ni de raza. Sólo él distinguía de escuelas, y sólo admitía la diferencia del talento.

Las aulas de Córdoba contaban por millares los alumnos; a ellas acudían todos los que estaban devorados por la fiebre del saber, en los países cristianos. Además de Córdoba, tenían bibliotecas 66 poblaciones del califato, y cada biblioteca era un centro de enseñanza. En la España árabe casi todos sabían leer y escribir, cuando en la Europa cristiana casi ni sabían los reyes ni los clérigos. Sin contar las muchas escuelas primarias públicas y privadas, puso no más que en la capital, veintisiete para los hijos de padres sin fortuna, con maestros bien pagados, en donde se enseñaban los conocimientos más indispensables al hombre. Hasta en las mezquitas se discutían libremente los dogmas del Islamismo, atacándolos los unos, defendiéndolos los otros.

La cultura pública era tal, que se llegó a poner en boga el hablar en verso. Bien quiso después el bárbaro y fanático Almanzor, apoderándose violentamente del poder, detener el movimiento, para complacer a los imanes. Bien levantó mezquitas, quemó públicamente y arrojó a los pozos los libros de filosofía, de lógica, de astronomía y de álgebra; el impulso estaba dado; era ya tan imposible hacer que en Andalucía no salieran pensadores, como impedir que de sus vergeles brotaran flores. Aristóteles había suplantado a Mahoma en todas las inteligencias.

Desde un momento se presentó la filosofía árabe superior a la escolástica, la cual tendía a considerar las cosas bajo su lado sutil. Grave y racional como su maestro, hace partir de la realidad sus especulaciones. Según el Filsafet, nombre que los árabes daban a la filosofía de los comentadores de Aristóteles, el hombre debe de entrar en unión con el Intelecto Activo, es decir, con la Razón, lo cual constituye su felicidad suprema; y ésta sólo puede ser alcanzada en esta vida. El hombre perfecto sólo aquí abajo puede hallar su recompensa; todo lo que se diga de un más allá es pura fábula. La perfección del alma racional consiste en llegar a ser el espejo del Universo. Y el Universo para ciertos filósofos españoles es idéntico a Dios. Incluso Ibn-Sabni decía que Dios era la realidad de los seres. Ibn-Sina y otros árabes españoles que seguían sus tendencias panteístas, identificaban a Dios con el Universo. Siendo así que para otros, Dios es sólo el centro de la inmensa rueda del Mundo, la cual gira eternamente quedando siempre inmóvil el centro. Estos en consecuencia niegan que la Divinidad tenga acción alguna sobre el mundo. Para ellos el Mundo es hijo del desarrollo de la materia eterna, no es una creación. El germen evoluciona por necesidad, por su fuerza latente; la generación es sólo el desdoblamiento de los seres, los cuales van desapareciendo por emersión y reabsorción en el seno de la naturaleza. El agente generador es la fuerza que los hace salir el uno del otro, la que los distingue. Los menos, consideran este agente separado completamente de la materia, y le llaman el “donador de las formas”; otros lo juzgan ya algo separado, como cuando de de plantas y animales se originan productos diferentes, ya unido, como cuando el hombre produce al hombre y el fuego da el fuego, y por fin los más, aproximándose todo lo posible a Aristóteles, dicen que el agente compone a un tiempo la materia y la forma, dando el movimiento a la materia y transformándola, hasta que todo lo que contiene en potencia pasa al acto. “El agente no hace más que transformar en acto lo que era en estado de potencia, y realizar la unión de la materia y de la forma”. “Toda creación se reduce a un movimiento del cual el calor es el principio”.

“La destrucción es un fenómeno de igual naturaleza que la generación, pues todo ser lleva en sí la descomposición en potencia”. No admitían más que movimiento, y la materia prima como objeto movible, la cual sin el movimiento quedaría reducida a la simple posibilidad. Nada puede pasar del no-ser absoluto al ser. La materia en sí es increada e incorruptible. La serie de las generaciones es infinita, lo mismo las que nos preceden que la que nos han de suceder. Todo lo que es posible pasará al acto. En el seno de la eternidad no hay diferencia alguna entre lo posible y lo que es. Ni el orden precedió al desorden, ni éste al orden en el Universo; ni el movimiento al reposo ni el reposo al movimiento. El movimiento es eterno y continuo, pues todo movimiento tiene su causa en otro movimiento precedente. Sólo conocemos el tiempo en virtud del movimiento, pues no lo ponderamos sino considerando los cambios de estado que observamos en nosotros mismos y en nuestras representaciones de los objetos. Sin el movimiento no habría evolución sucesiva, es decir, nada existiría.

Estas ideas sobre la inmortalidad derivando de su concepción del intelecto, preludiaba ya las conclusiones más atrevidas de los filósofos contemporáneos. Sólo el Intelecto Activo Universal, es decir, la Razón común de la Humanidad, es inmortal; tan sólo ella es eterna. El Intelecto Pasivo Individual perece con el cuerpo, es decir, las facultades inferiores, sensibilidad, memoria, amor, odio, etc., sólo las facultades superiores de la inteligencia sobreviven. Y consideran ficciones dañinas los mitos sobre la otra vida, pues tienden a presentar la virtud sólo como medio de llegar a la felicidad.

Dice Averroes: “Entre las ficciones que causan gran daño, hay que contar aquellas que tienden a presentar la virtud como medio de llegar a la felicidad. Desde el momento en que se agotan, la virtud queda anulada, puesto que si uno se abstiene del placer, es para ser indemnizado con usura. El hombre valiente si va a buscar la muerte será con el fin de librarse de un mal mayor. El justo sólo respetará el bien de los demás para adquirir el doble”.

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LA CARA OCULTA DEL TIEMPO.

Anterior al nacimiento de la Escritura, la palabra era escuchada, pero prioritariamente vivida. Antes de detenernos en la ruptura generada por las letras, conviene resaltar el elemento positivo que la vincula con el Arte: la necesidad de inscribir en materiales primitivos como huesos, piedras, etc., lo que antes la simbología pre-histórica expresaba en sus diseños. La Memoria siente necesidad de transcribir aquello que le compete como acervo o que se fijaba en el nivel oral, de solidificar para que no se pierda en el pasado remoto.

La escritura permite a la memoria colectiva un doble progreso, el desarrollo de dos formas de memoria. La primera es la conmemoración, la celebración por medio de un monumento conmemorativo de un hecho memorable. En los templos, cementerios, plazas y avenidas de la ciudad, a lo largo de las calles hasta lo más profundo de la montaña, en la gran soledad, las inscripciones se acumulaban y obligaban al mundo greco-romano a un esfuerzo extraordinario de conmemoración y perpetuación del recuerdo. La piedra, el mármol, servía las más de las veces de soporte de una sobrecarga de la memoria. La otra forma del recuerdo que está ligada a la escritura es el documento redactado en un soporte destinado especialmente; todo el documento tiene en sí el carácter de monumento y no existe memoria colectiva bruta. La invocación dice respecto al vértice del sistema y engloba selectivamente los actos económicos y religiosos, las dedicatorias, las genealogías, el calendario y todo lo que en las nuevas estructuras de ciudad no es fijo en la memoria de un modo completo, ni en su cadena de gestos, ni en sus productos.

La Memoria colectiva relacionándose a la Escritura, busca perennizar el pasado  y retratar también un presente constituido por la urbanización, por leyes sociales que rigen a los individuos. Lo fundamental aquí es subrayar la transición del régimen auditivo  - erigido en forma de canto, música, palabra oral y todo lo que corresponde al régimen visual -  levantado sobre la Escritura, así como la busca de una clarificación de las imágenes anteriores y, por tanto, diurno en cuanto a la postura ascensional del Sol, designando la época de dominio del intelecto sobre las emociones. Con todo, la Escritura empobrecerá el ejercicio de la Memoria, la perspicacia y fuerza en registrar los detalles, pero sobre todo la postura y necesidad de, por la palabra, separarse del momento actual para estar presente al momento genético, viviendo de hecho, en este ahora. Esta modalidad de asegurar la Verdad en la palabra cantada o inspirada, cederá su lugar a un nuevo ámbito en el cual la palabra estratificada será también un medio de eludir, maniobrar, apartar a los hombres de su contenido.

La Memoria de aptitud del jefe comunitario o del mago-cantor, pasa al rey, al poeta  - todos ellos trascendiendo el Tiempo – y llega al pueblo dejando de ser una facultad de los Iniciados. Exaltada por los poetas y los pre-socráticos  - entre ellos Heráclito y Pitágoras -  se retira del plano cosmológico para insertarse en el histórico, viniendo a ser profana.

Sigue en la Circular de Mayo de 2010.

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