ALCORAC
Salvador
Navarro
Dirigida a la Escuela de:
Mallorca
Circular
nº 5 , año XI
Bunyola,
1º de Mayo de 2.005.
VIDA
DE SAN PABLO.-
Entró
Pablo en la Sinagoga y habló sin temor durante tres meses, discurriendo
con gran convicción sobre el reino de Dios. Como algunos se obstinasen
en su incredulidad, maldiciendo la doctrina ante el pueblo, se apartó
de ellos, separó a los discípulos y se puso a predicar, día tras día,
en el gimnasio de un tal Tirano. Estuvo así dos años, de manera de todos
los habitantes de Asia, judíos y gentiles, llegaron a escuchar la palabra
del Señor”.
Montó
Pablo su cuartel general en la metrópolis de Jonia, abarcando desde allí
todas las regiones circundantes, sobretodo las grandes ciudades que se
diseminaban en torno a Éfeso, Mileto, Esmirna, Magnesia, Filadelfia, Sardes,
Tiatira y Pérgamo, entre otras.
Ya
en ese templo disponía de un batallón de auxiliares de absoluta confianza
que, en parte, ayudaban en la “cura del alma urbana”, y hacían excursiones
por los alrededores, sembrando por todas partes la semilla divina del
Evangelio.
En Éfeso, mantenía
Pablo numerosos centros de reunión en casas particulares. En cada una
de esas células espirituales se narraba la vida de Jesucristo, se oraba,
cantaba y celebraban con mayor o menor regularidad los “misterios” del
cristianismo.
Pablo
hablaba todos los sábados en la sinagoga del lugar, hasta el día que los
judíos percibiendo la orientación del orador, le prohibieron los sermones
en la sinagoga y comenzaron a hostilizarlo abiertamente.
Se
aproximaba el invierno. Pablo no podía hablar ahora al aire libre. Salió
a buscar un lugar apropiado. Un profesor de retórica, de nombre Tirano,
le ofreció su sala de audición, situado, probablemente en uno de los cinco
“Gymnasios” de Éfeso. “Gymnasios” (de “gymnos” – desnudo) se llamaba en
ese tiempo el campo o establecimiento destinado a los ejercicios físicos,
como carreras, juegos olímpicos, lanzamiento de discos, natación y otros
deportes, practicados con el cuerpo desnudo o semidesnudos. . En esos
mismos establecimientos existían, generalmente, salas especiales donde
los filósofos, profesores, rectores y poetas daban conferencias o discurrían
sobre asuntos de interés público.
Hace
muchos años, una sociedad arqueológica europea, excavó cerca de la “Biblioteca
de Celso”, en Éfeso, la planta de un edificio con la inscripción “auditorium”.
Es posible que fuera idéntico al local donde Pablo daba sus lecciones
y su “curso popular de religión”, durante el invierno del año 53. Esos
“auditoriums” eran salas en forma de ábsides semicirculares, más o menos
como las salas de audición de nuestras modernas universidades. A veces,
también eran galerías de columnatas circundando un patio interno, en griego
“Stoa”, de donde procede la conocida designación de “estóicos”, aplicada
a los discípulos de Zenón. El término general con que los grupos designaban
esas localidades, era “schole”, transformada por los romanos en “schola”
y, por nosotros, en escuela. “Schole” significaba primitivamente “tiempo
libre”, “ocio”, “entrenamiento”. Más tarde prevalecieron los trabajos
intelectuales sobre los ejercicios físicos: la “schole”, eclipsó al “gymnasium”.
El
texto de Teodoro de Beza, teólogo francés, sucesor de Calvino, nos transmitió
el horario exacto de las disertaciones del apóstol. A las 11 horas, cerraba
Tirano sus clases. Seguía una pausa de media hora. A partir de las 11,30
hasta las 16,30 estaba la sala a disposición de Pablo. Era esta la “tarde
apostólica”; la mañana era consagrada a los trabajos manuales al pie de
los telares. Después de las 16,30, hasta la noche, quedaban muchas horas
para la cura de las almas individuales en sus domicilios, tiempo también
para atender las mil y una visitas y consultas, para mandar cartas a las
iglesias lejanas, para formar los colaboradores evangélicos, para hablar
con Dios en prolongadas preces, etc., etc. Si Pablo enumera entre sus
grandes sufrimientos la “solicitud por todas las iglesias y la afluencia
cotidiana de visitantes” (2ª Corintios 11 – 28), no debe haber sido pequeño
el movimiento religioso por él iniciado y gobernado a mediados del primer
siglo. Lo cierto es que no se conocía en torno a ese hombre lo que fuese
cansancio o enfado, ni horas de charlas inútiles. Quien quiera entrase
en su campo magnético, luego ardía de deseos de actuar y encontraba en
el trabajo espiritual la plenitud de su vida y la recompensa de sus esfuerzos.
Dos
años pasó Pablo en esas labores de operario y de apóstol, de amigo y padre,
de director espiritual y de anunciador del Cristo. Las grandes fiestas
en honor a Diana, que se celebraban en el mes de Mayo, canalizaban multitud
de curiosos hacia el “auditorium” de Pablo. Llegaban de todos los rincones
del Asia Menor: frigios de los valles del Meandro y de Licos; lidios en
gran número; gente de Mileto, de Esmirna, Pireo, Halicarnaso, de la legendaria
Pérgamo, de Troades y de los archipiélagos del mar Egeo; estudiantes de
Éfeso, marineros y estibadores, negociantes y funcionarios públicos; soldados
romanos y filósofos griegos; operarios y aristócratas; señores, esclavos
y libertos; de todo esto había entre los oyentes del extraño rabino hebreo,
que no hablaba como otros rabinos, ni enseñaba lo que otros explicaban.
De
vez en cuando, uno de los oyentes se apartaba o pedía explicaciones de
lo que se decía.
Oportunamente
se refería Pablo al culto supersticioso prestado a Diana y otros ídolos.
Por la Epístola que más tarde escribió a los cristianos de Éfeso (4 –
17) bien se ve que lo que pensaba de ese culto absurdo; “No viváis como
paganos, que andan a merced de sus sentimientos depravados, tienen oscurecido
el sentimiento y llevan una vida alejada de Dios, ciegos e ignorantes;
carentes de sentimientos superiores se entregan a la lujuria practicando,
insaciables, toda especie de infamias.”
Si
Demetrio, el orfebre, acusa a Pablo de haber hecho desertar del culto
de la diosa a “mucha gente”, no solamente en Éfeso, sino en casi toda
Asia (Hechos 19 – 26) bien se puede sacar en conclusión cuál sería el
efecto producido por su indefensa actividad en la metrópolis de Jonia.
“Dios
operaba milagros extraordinarios por mano de Pablo. Hasta lienzos y delantales
que él usaba eran aplicados a los enfermos y las molestias desaparecerían
y los espíritus malignos se marchaban. También algunos exorcistas judíos,
que recorrían el país, intentaron invocar el nombre del Señor Jesús sobre
los endemoniados, diciendo: “Os conjuro por Jesús, a quien Pablo anuncia”.
Quien esto practicaba eran los siete hijos de un tal Scevas, sumo sacerdote
judío. El espíritu maligno, replicó: “Conozco a Jesús y sé quién es Pablo:
pero vosotros ¿quiénes sois?” Y con esto el hombre poseso del espíritu
maligno envestía contra ellos, sometiendo a dos de ellos hasta el punto
que les hizo sentir su poder y desnudos y heridos, tuvieron que escapar
de aquella casa”.
Éfeso,
como se ha dicho, era el centro de toda especie de charlatanismo pseudo-científico
y religioso. Magia, ocultismo, hechicería, demoniología; todo esto polulaba
exuberante en el campo de supersticiones de los ciudadanos de esta ciudad,
fecundada por el insaciable deseo de lo sobrenatural. Tal vez hubiese
andado por allí, en ese tiempo, el célebre “taumaturgo” Apolo de Tiana.
El tristemente famoso astrólogo Balbillus, que tan funesta influencia
ejerció sobre el espíritu débil de Nerón, era natural de Éfeso. Las curas
milagrosas de Asclépios, apellidado “Soter” (salvador), con todo su cortejo
de creyentes populares, daban prestigio y lucro a una legión de sacerdotes
y charlatanes, que explotaban la ignorancia y supersticiones de las masas
bajo el pretexto de iniciar a sus adeptos en las “profundidades” de Satanás”.
Florecía
entonces en Éfeso, una rama especial de la magia, los famosos “Ephesina
grammata” (escritos efesinos), literatura ocultista que recorría el mundo
conocido.

En
medio de esa Babel saturada de demoniología, no era suficiente un explicación
racional, era necesario que Pablo hiciese brillar la fuerza de su carisma
divino, que diesen prueba visible y palpable de que el nombre de Jesús
encerraba una virtud superior a todas las potencias adversas. ¡Arma contra
arma! ¡Poderes divinos contra portentos demoníacos!
Toda
vez que entramos en dimensiones del milagro, del carisma, de lo sobrenatural,
de lo divino, o de lo espiritual y demoníaco, se oscurecen los horizontes
de nuestro saber consciente, nos envuelve el intelecto en las sombras
dudosas de lo incierto, vago y enigmático. No sabemos precisar donde terminan
las fuerzas “naturales” y donde comienzan las influencias “sobrenaturales”.
Para Dios sólo existe una orden, para Él todo es natural y, cuanto
más el hombre se espiritualiza y “diviniza”, más se apagan también las
líneas divisorias entre las dos dimensiones.
En
Dios no hay dualismo: en Él reina la suprema unidad, el perfecto monismo.
El hombre espiritualizado parece adquirir ipso facto un poder extraño,
nuevo, sobre la materia y sus leyes, y hasta los espíritus. Y, cuanto
más el hombre intensifica y potencializa esa vida espiritual, tanto más
diviniza su ego y tanto más alarga los límites conocidos de orden natural,
eliminando barreras, trasponiendo obstáculos y produciendo efectos que
a otros parecerán sobrenaturales, pero que para ellos y para Dios son
perfectamente naturales.
Refiere
el historiador Lucas: “Dios operaba prodigios extraordinarios por mano
de Pablo. Hasta sus ropas y delantales que habían tocado su cuerpo eran
aplicados a los enfermos y las molestias huían de ellos y los espíritus
malignos salían.” No es probable que Pablo se entregase a esos fines
sus ropas, pero ¿no habría la buena Priscila cedido de vez en cuando a
las súplicas de alguna amiga, prestando una de esas piezas para colocarlas
sobre un enferme o endemoniado?
Sobre
los endemoniados invocaba Pablo el nombre de Jesús y de los posesos expulsaba
los espíritus malignos. Algunos de los exorcistas judíos que recorrían
el país intentaban hacer lo mismo; pero no siempre con efectos positivos.
Refiere
Lucas (Hechos 19. 13-16) un caso verdaderamente dramático y, en parte,
trágico, ocurrido con algunos de esos exorcistas, que parecen no actuaban
de buena fe o procuraban sus intereses personales, en vez de la gloria
de Dios y el bien del prójimo.
Se
trataba de los siete hijos de un tal Scevas, sumo sacerdote judío. Invocaron
el nombre del Señor sobre un endemoniado, diciendo: ¡“Te conjuro por Jesús
a quien Pablo anuncia”! El espíritu maligno, replicó: “Conozco a Jesús
y sé quién es Pablo; pero a ti, ¿quién eres?” Con esto, el hombre poseído
por el espíritu maligno envistió contra ellos y atacó a dos y, hasta tal
punto les hizo sentir su poder que, desnudos y heridos, tuvieron que huir
de aquella casa.
Llegó
este hecho al conocimiento de todos los judíos y gentiles, que residían
en Éfeso, despertando miedo al mismo tiempo que el nombre de Jesús adquiría
gran renombre.
También
la persona de Pablo andaba en boca de todos. Éfeso entera comentaba el
caso. Comprendieron todos que el apóstol no operaba con artes mágicas,
ni practicaba la charlatanería, como los sacerdotes de Diana, sino que
todo el poder venía de la invocación del nombre de Jesús. Ese Jesús, por
tanto, era más poderoso que los propios demonios. ¿Quién era ese Jesús?
Desde ese momento en
adelante, cuando Pablo hablaba al aire libre o en la “escuela” de Tirano,
toda vez que pronunciaba el nombre de Jesús, se hacían un profundo silencio
y alguno de los oyentes temblaba de emoción y pavor, al recordar el caso
sucedido con los hijos del Sumo Sacerdote y los recientes exorcismos de
Pablo.
“Al
nombre de Jesús deben inclinarse todas las rodillas, en el cielo, la tierra
y el infierno, y todos deben confesar, para la gloria de Dios Padre, que
Jesús el Cristo es el señor”. (Filipenses 2 – 10). Como relámpagos y
truenos de otros mundos repercutían estas palabras por el espacio silencioso,
estremeciendo las almas y aureolando de gloria el nombre de Jesús.
Tan
profunda fue la impresión producida por uno de los primeros discursos
de Pablo sobre la magia del ocultismo, que los oyentes cargaron hasta
la plaza pública enormes cantidades de “Ephesina grammata” y otros libros
de hechicería, hicieron una hoguera y arrojaron a las llamas todo ese
arsenal de literatura ocultista.
Debió
haber sido un gigantesco “auto de fe”, encendido al pie del mayor templo
de Asia. Lucas calculaba el valor de los libros incinerados en 50.000
dracmas de plata.
Catorce
siglos más tarde se repetía se repetía un espectáculo análogo, cuando
en una plaza de Florencia, Savanarola flagelaba la afeminada indolencia
de los poderosos y las supersticiones de sus contemporáneos. Pablo acabó
degollado y Savanarola ahorcado y quemado . . .
El
mundo profano no tolera el triunfo del espíritu; no todos los llamados
“cristianos” soportan la luz del Evangelio.
Continuará
en la circular de Junio.

VOSOTROS SOIS DIOSES
Viene de la Circular de Abril.
No hay en la vida humana problema más
arduo ni dificultad mayor que el reconocimiento de ser dos entidades en
sólo una. Así, San Pablo gime en la lucha de la ley de sus miembros contra
la ley del espíritu, y angustioso exclama::
“Porque no hago el bien que quiero,
sino el mal que no quiero, eso hago. Ahora, si hago lo que no quiero,
no lo hago yo, sino el pecado que habita en mi. . De suerte que encuentro
esta ley en mi: que cuando quiero hacer el bien, el mal está conmigo.
Porque según el hombre interior, tengo placer en la ley de Dios; más veo
en mis miembros otra ley, que batalla contra la ley de mi entendimiento
y me prende debajo de la ley del pecado que está en mis miembros. ¡Miserable
de mi! ¿Quién me librará de este cuerpo de muerte?” (Romanos 7: 19 – 24).
Pero tal vez en ninguna parte esté
esta lucha tan profundamente descrita como en las Confesiones de San Agustín,
que dice:
“Me arrebató tu propia belleza y me
arrancó de mi propio peso, arrojándome gimiendo sobre estas cosas bajas,
y el peso eran los hábitos de mi carne”.
Y en otro pasaje:
“Los gozos de esta mi vida, de los
cuales debo lamentarme, están en pugna con mis tristezas, de las cuales
debería regocijarme. No sé para qué lado se inclinará la victoria”.
Y la perpetua experiencia del hombre
en lucha, que con tanto acierto expresa Goethe, al exclamar:
“¡Ah! Qué dos almas respiran en mi
pecho”.
Es la experiencia de todo aspirante
que se encuentra en la Senda de la Espiritualidad, el mismo de todo ser
humano que trata de vivir noblemente, de acuerdo con los dictámenes de
su Yo Superior, y se ve retardado o impedido por los deseos de su ego
inferior. Nadie está libre de esa lucha fundamental. Bajo innumerables
formas nos enfrenta esta Hidra de las mil cabezas, y la vida de muchos
aspirantes al ocultismo es una tragedia por causa de esta lucha interna,
que no sólo ocasiona agudos sufrimientos y menosprecio propio, sino también
agota los cuerpos y robas vitalidad.
¿Hay en la vida humana sufrimiento
moral más agudo que contemplar la visión del espíritu y, al mismo tiempo,
negarla en la vida práctica? Entonces sentimos aquel menosprecio por nosotros
mismos que, según dice Hamlet, es “bebida más amarga que la sangre”; sentimos
el desespero del repetido fracaso en el propósito de vivir como deberíamos
vivir.
Tan grande como es esta tragedia humana,
lo más amargo de ella es que su necesidad resulta de nuestra ignorancia,
en cuanto a la actuación de nuestra consciencia.
La última cosa que el hombre descubre
es su propio ser. Es una verdad extraña y, con todo universal, de que
en el hombre, la sed de conocimiento hubiese de comenzar por lo más distante
y terminar por lo más próximo. El hombre primitivo estudió el firmamento,
pero sólo ahora, en estos tiempos, comienza el hombre a explorar los misterios
de su alma.
Los seres humanos en su mayoría, son
un misterio para sí mismos y, aún muchos, no se percatan de la existencia
del misterio. Si preguntásemos a un hombre vulgar lo que él es en realidad,
como ser viviente; qué le sucede cuando siente, piensa y actúa, cuál es
la causa de la lucha entre el bien y el mal, de qué es consciente en su
interior, no sabría qué responder y hasta las propias preguntas le serían
nuevas y extrañas. De todas maneras, no es más extraño todavía que caminen
las personas por la vida cargando con todas sus vicisitudes, sufriendo
las miserias comunes a todos los hombres, regocijándose en los fugaces
placeres de la vida, soportando su incesante carga, y todo esto sin preguntar
¿por qué?
Si deparásemos con un hombre viajando
con muchas incomodidades y fatigas, y le preguntásemos a dónde va, y
nos respondiera que nunca se le había ocurrido pensar en tal cosa, ciertamente
lo calificaríamos de estúpido o loco. No obstante, es exactamente el
caso de la mayoría de las personas en la vida ordinaria. Siguen su camino
desde el nacimiento hasta la muerte, trabajan durante todo el trayecto
y nunca preguntan el por qué, o si se lo preguntan, formulan la pregunta
en términos superficiales, sin preocuparse en recibir o no la respuesta.
Pero, en su larga peregrinación, a
cada alma llega la hora en que la vida se hace imposible a no ser que
conozca el motivo. Cuando, desilusionado del mundo circundante, donde
no puede encontrar satisfacción permanente, el alma abandona por un momento
su caza frenética de ilusiones y exhausta queda silenciosa y solitaria,
naciendo entonces en su interior la consciencia de un nuevo mundo. Entonces,
apartado su rostro fascinado por el mundo que le rodea, descubre su alma
la permanente realidad del mundo interior, el mundo del Yo Superior. Entonces,
y sólo
alma nunca responde verbalmente, sino por lo que ella misma
busca.
Durante el tiempo de lucha el hombre
se formula preguntas a sí mismo con respecto a la finalidad de la vida
y la naturaleza de su ser; pero, cuando llegan las respuestas, olvida
las preguntas en la experiencia de la Realidad en sí misma. Así, cuando
la respuesta referente a la existencia del hombre, no es una exposición
intelectual del modo cómo está constituido y sí el reconocimiento de su
Yo interno, él descubre el mundo de este Yo. Cuando consideramos el problema
de la dualidad que en la vida diaria experimentamos todos de un Yo Superior,
de una parte, y de un ego inferior de otra, descubrimos una verdad admirable.
El Yo Superior tiene su actividad en
su propio mundo, ahí goza de una jubilosa y esplendorosa vida. Por consiguiente,
en su propio mundo no puede aprender las lecciones de la experiencia,
y por esto transfiere su consciencia para los mundos de manifestación
externa, donde rige la multiplicidad con la antítesis del Yo y del No-Yo.
Solamente en estos mundos de manifestación externa y mediante cuerpos
constituidos por materia de los mismos mundos, puede el Yo tener consciencia
de sí mismo como individualidad separada. En el mundo divino, la verdadera
patria del Yo, no hay distinción entre el Yo y el No-Yo, porque cada entidad
participa de la consciencia universal del conjunto; y así es que, en el
mundo divino, el Yo no puede adquirir la consciencia de sí mismo. Tan
sólo en la trinidad del Universo de manifestación externa, constituido
por los mundos físicos, emocional y mental, encontramos la dualidad de
objeto y sujeto, necesaria para adquirir consciencia individual. Para
alcanzar ese objetivo, el Yo se transfiere a los mundos exteriores y asume
cuerpos de materia de estos mundos.
El Génesis describe este traslado del alma para el
mundo de las tinieblas. El paraíso primitivo no es un estado que pueda
perdurar, por grandes que sean la belleza y la armonía. El alma tiene
que comer del árbol del bien y del mal, del árbol del conocimiento, aunque
sea a costa del Paraíso. Una vez experimentado el deseo de conocer los
mundos de la materia, se revista el alma de las “túnicas de piel”, o cuerpos
materiales, y “ganar el pan con el sudor de su frente”.
La finalidad de este largo destierro es la redención
o regeneración que se efectúa cuando el alma recobra el conocimiento de
su esencial divinidad y Cristo renace en el corazón del hombre. Entonces
retorna al Paraíso, pero con plena consciencia de sí mismo; posee el Yo
en su propio mundo, los frutos de su caída en los mundos materiales.
Continuará en la Circular de Junio.
P A R A C E L S
O
Personalidad controvertida
en su época, el médico suizo Paracelso es visto actualmente como el precursor
de la medicina holística. La visión que tenía sobre la salud como el equilibrio
energético del cuerpo, la importancia de tener fe en la curación y la
relación entre el hombre y todo lo que le rodea, es apenas algunos de
los conceptos elaborados por él hace más de quinientos años.
Nacido en Diciembre de 1493,
fue un médico perseguido por la Justicia. Una ola de artículos fueron
publicados en los periódicos con motivo del año de su 500 aniversario.
Algunos elogiaron a Paracelso como pionero de la medicina total, otros
como pionero farmacéutico, químico, alquimista, filósofo, astrólogo y
mago. Es el patrón de los farmacéuticos. Los títulos recibidos van, desde
“Padre de la Medicina Naturalista”, “Trimegisto de Suiza”, hasta “Lutero
de la Medicina”, Personalidad atacada y perseguida durante toda la vida,
hoy sigue siendo criticado. ¿Qué tenía ese hombre de ciencia que resulta
tan inolvidable?
Paracelso nació en Einsiedeln
(Suiza), no siendo físicamente favorecido por la naturaleza; era pequeño,
giboso y tartamudo. Después de terminar la escuela, trabajar en un laboratorio
y en las minas de Karnten, siguió los pasos de su padre, comenzando a
estudiar medicina en Viena y terminando de formarse en Ferrara Italia).
Desde entonces, viajó casi continuamente por Europa. Intentó establecerse
como médico en Salzburgo, pero fue expulsado porque simpatizaba con los
agricultores rebeldes. En Estrasburgo recibió el título de ciudadano,
pero marchó a Basel, algo después, como médico. Allí, después de muchos
enfrentamientos con colegas médicos, farmacéuticos y el propio consejo
de la ciudad, recibió orden de prisión en 1528, forzando su fuga de la
ciudad. Viajó por el país como si fuera un médico gitano, hasta volver
a Salzburgo en 1540, llamado por el Obispo de aquél lugar. Falleció más
tarde, con apenas 48 años.Hasta aquí, la parte confiable de la biografía
de este hombre, que se llamó Paracelso y, hasta hoy, no se sabe por qué.
¿Quería decir con eso, que estaba por encima de Celso, famoso médico romano
de la Antigüedad? No se sabe la fecha exacta de su nacimiento. Hohenheim,
como es frecuentemente llamado en la literatura Teophrastus Bombastus
von Hohenheim, dejó muchas dudas sobre sí mismo, posibilitando bastantes
especulaciones y leyendas.
Sus escritos, originales
de más de 8000 páginas, han llegado parcialmente hasta nosotros; por otro
lado, su manera misteriosa de expresarse posibilita varias interpretaciones.
Además, su modo de comportarse no era el de un médico convencional, sin
hablar de sus opiniones, tan provocativas para aquellos tiempos, tanto
tratándose de medicina, como de política o filosofía. Existen historias
de que era alcohólico. Blasfemaba frecuentemente y fue la primera persona
que dio conferencias en alemán y no en latín, como era costumbre, en la
Universidad de Basilea.
Como he dicho antes, Paracelso
quemó públicamente varios libros de medicina tradicional. Creía en los
elementales, silfos, gnomos, hadas y en la Cábala; usaba talismanes astrológicos,
mágicos. Dicen que había descubierto el “fuego vital”, el “magnetismo
animal”, oficialmente descubierto por Franz-Anton Mesmer. También sabía
que existía el aura.
Aunque Paracelso se ocupase intensamente
de la Astrología, Alquimia y Magia, cuestiones esotéricas, sociales y
filosóficas, él era principalmente médico, y es con esa función que su
nombre es conocido hasta hoy.
En verdad, en sus escritos la medicina
ocupa el primer lugar y la practicó y enseñó durante toda su vida.
En todo caso, él no veía al médico
como un profesional que elimina los síntomas de una enfermedad, un modo
completamente diferente de lo que era costumbre en aquella época y hasta
hoy.
Su opinión sobre la enfermedad
está mucho más próxima al concepto moderno, porque se basa en una imagen
“cósmica” del mundo y la humanidad, yendo mucho más allá de la visión
tradicional de su época, que se basaba en la doctrina de los fluidos de
Hipócrates. Según el punto de vista tradicional, la enfermedad era causada
por un mal funcionamiento y mezcla de los cuatro fluidos del cuerpo: sangre,
catarro, bilis negra y amarilla. Paracelso modificó la opinión existente
en aquellos días, definiendo la salud como equilibrio y enfermedad con
el desequilibrio de todas las energías presentes.
El arte de curar, de acuerdo
con Paracelso, se apoya en cuatro pilares: la filosofía, que significa,
antes que otra cosa, “abrirse al conjunto de fuerzas naturales, observar
esas fuerzas invisibles en la penetración de la realidad total y ver lo
invisible en lo visible”. La astronomía, que enseña cómo las estrellas
nos influencian; la alquimia, útil en la preparación de los medicamentos;
y virtud, la honestidad del médico. De acuerdo con Paracelso, el médico
es la imagen primordial de una persona que se está perfeccionando. Más
que cualquier otro, el médico debe reconocer la acción de la naturaleza
invisible en el enfermo o, tratándose del medicamento, como trabaja en
lo visible.
Para aproximarnos a la idea
de Paracelso, es inevitable considerar determinadas imágenes básicas,
que normalmente son rechazadas por el médico convencional, porque se apoyan,
por encima de todo, en opiniones “ocultas”. Las dos palabras clave de
ese lado “secreto” de Paracelso, son: imaginación y magia. En una biografía
escrita por el historiador y filósofo Lucien Braun, de Estrasburgo, dedica
un extenso capítulo a ese aspecto para explicar el significado básico
de tales ideas. De acuerdo con el profesor Braun es difícil explicar la
“imaginación” como “sin sujeto y sin imágenes”. Porque Paracelso quiere
solamente posibilitar “que la naturaleza aparezca”, que la propia luz
de la naturaleza surja, mostrándola. Pero ella sólo muestra la luz a aquél
que “sabe ver sin imágenes”.
Concluye en la Circular de Junio.

LA
SABIDURÍA ANTIGUA.-
La gran variedad de formas
resulta porque la evolución revela sistemáticamente los arquetipos divinos,
las Ideas de Platón. Las formas se desarrollan a través de la evolución
de acuerdo con el modelo que les fue impreso por el arquetipo que gobierna
su estructura específica. Existen distintos tipos, familias y géneros,
porque diferentes grupos son moldeados por diferentes arquetipos estructurales
inmateriales. Las lagunas en el registro de los fósiles pondrían ser predichas
con base en esta visión, así como diferentes tipos de forma son gobernados
por diferentes patrones arquetípicos.
La evidencia nos muestra
esta realidad. El movimiento de avance de la evolución no siempre es gradual.
La diferencia en la vida consciente entre minerales, plantas, animales
y seres humanos no es sólo una cuestión de grado sino, en realidad, una
transformación, un salto hacia otro orden de existencia. Cada salto supone
una nueva trascendencia. Lagunas evidentes aparecen entre células sin
núcleo y aquellas que poseen un núcleo, invertebrados, vertebrados, reptiles
y pájaros, vida marina y formas terrestres. La teoría neo-darwiniana convencional,
que postula un cambio continuo y progresivo desde lo simple a lo complejo,
no puede explicar las innumerables lagunas abiertas en el registro fósil.
Se ha postulado un “principio
de discontinuidad”, para el cual se ha encontrado evidencia entre formas
orgánicas y también inorgánicas. Estudiando a Pitágoras, vemos como un
geómetra griego, vio en la Naturaleza trazos de formas abstractas de un
mundo ideal. Los hexágonos de las colmenas y la concha de la tortuga,
el cuerno del carnero, el vuelo de la mariposa, todos exteriorizan la
perfección matemática. A través del análisis matemático de las formas,
se ha encontrado que la forma “buena” frecuentemente muestra regularidades
simples y numéricas. Se ha demostrado que las formas y estructuras de
diferentes animales relacionados expresan variaciones de una forma constante
matemáticamente definida. Recientemente, esta percepción ha sido comprobada,
diseñándose figuras en un ordenador. La forma básica de una concha en
espiral puede ser modificada desde el formato de un nautilo para la de
un molusco y desde éste para un caracol, cambiando simplemente los grados
como la tasa de crecimiento en una dirección.
Estamos convencidos de
que diferentes configuraciones geométricas definen varios tipos en la
Naturaleza. Las formas, dentro de un tipo, pueden ser transformadas recíprocamente,
pero los diferentes tipos basados en geometría distinta se distinguen
y no pueden convertirse unos en otros. Un principio de discontinuidad
está entonces inherente en todas nuestras clasificaciones, sean matemáticas,
físicas o biológicas. La Naturaleza prosigue de un tipo para otro, buscando
grados entre lagunas intermedias que equivaldría a una permanente búsqueda
en vano.
En su teoría de los equilibrios
apuntados, el biólogo Stephan Gould prevé un mecanismo que suministraría
una llave para algunas de las lagunas encontradas en la evolución. Cree
que el cambio puede ocurrir en un breve e intenso impulso entre estados
estables, cuando un sector de la población emigra y se vuelve aislada.
En tales condiciones, el cambio genético puede continuar más rápidamente
que en una población mucho más grande. Esta visión de evolución coincide
con algunas enseñanzas esotéricas, que describen esta segregación como
los medios a través de los cuales evolucionan nuevos tipos humanos. No
establece necesariamente un conflicto con el concepto de los arquetipos
que guían el desarrollo de las formas a partir del interior, sino que,
al contrario, suministra una llave sobre un método en que las potencias
de la Mente Divina son aún más liberadas.
A través del análisis
matemático de las formas vivas se ha dado un gran paso en la biología,
en dirección a la posición espiritualista. Se demuestra que los cambios
en la forma son menos debidas a presiones del ambiente externo que a la
evolución de un plano o arquetipo “interno”, pues el Universo es operado
y guiado desde dentro hacia fuera.
El período de adaptaciones
constituye otro misterio de la evolución, para el cual la teoría actual
no tiene respuesta satisfactoria. ¿Por qué determinados reptiles deberían
comenzar a desarrollar estructuras óseas “inútiles”, que sólo más tarde
se transformarían en alas de aves? ¿Por qué las aletas de determinados
peces, destinados a no abandonar nunca las aguas, deberían modificarse
para transformarse en un sistema óseo que, posteriormente, servirían de
apoyo en tierra firme a sus descendientes? Parece como si las características
“inútiles” como esas hubiesen surgido a causa de evoluciones futuras o,
en términos espiritualistas, como desarrollo de potencialidades mayores
de los arquetipos.
Conforme hemos visto,
muchos biólogos ahora, están de acuerdo en que las cosas vivas poseen
en su interior un impulso básico en dirección a formas superiores de organización.
Algunos consideran el potencial para formas superiores de vida como residiendo
en primera célula que surgió incluso en la propia materia. Se afirma que
todos los átomos y partículas están impregnadas con la Mente Divina, que
los energetiza hacia niveles más elevados de organización y que toda la
potencialidad divina está implicada en todas partes, y a través de la
evolución, ella se desarrolla lentamente. La primera orden de la Mente
Divina y sus arquetipos continuamente presiona en sentido descendente
y hacia el exterior, para revelarse plenamente en formas cada vez más
complejas.
De acuerdo con el espiritualismo,
la incorporación de los arquetipos no constituye un proceso mecánico,
en el cual una planta es copiada exactamente. Los arquetipos constituyen
realmente motivos o temas, que están sujetos a infinitas variaciones.
Mariposas, por ejemplo, pueden ser encontradas en colores y formatos aparentemente
innumerables, mostrando la riqueza creativa de los arquetipos que contienen.
Hasta hoy, nuevas especies de varios tipos de criaturas están apareciendo
en todas partes. Parece que la Mente Divina usa las formas como un pintor
usa su tela, para dar diseño al rico potencia imaginativo de la mente.
La evolución para ser una cornucopia de evolución creativa, un drama pleno
de suspense.
Continuará en la Circular
de Junio.
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