ALCORAC

SALVADOR NAVARRO      

 

 

 

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                                                                                    Circular nº  9 Año V 

                       

                                                                                    Llubí, 1º de Septiembre de 1.999.                                                                                          

                                                                                   

 

 

            La verdad no está oculta. Está siempre bien frente a nosotros. Si la perdemos no es a causa de ella, sino porque nuestros ojos están cerrados. La verdad no está velada, sino que el velo está en nosotros. Pero no es sólo un velo, sino millares de ellos.

 

          Si la verdad estuviese oculta, entonces Jesús  o Buda, habrían sido suficientes. Una vez descubierta la verdad, todos la habrían conocido. Sería como un descubrimiento científico, que no hay necesidad de inventarlo por segunda vez. Cuando un sabio inventa alguna cosa, eso ya forma parte de la propiedad común de la humanidad. Cualquier estudiante puede saberlo.

 

          Entonces, ¿qué es lo que ocurre? Buda la descubre, Jesús la conoce y tú tendrás que hacerlo también. ¿Cuál es el problema? Consiste en lo siguiente: el velo no está en la verdad, - porque si fuese ese el caso, una persona lo habría desvelado y todos habríamos comprendido - el velo está en tí. Así, cada uno de nosotros tiene que hacerlo por sí mismo y la verdad tiene que ser descubierta una y otra vez, por cada uno. No es una propiedad común. La verdad no es colectiva, sino que siempre permanece individual.

 

          ¿Y por qué tus ojos están cerrados? Debe ser conveniente que sea así. Eso es cierto y tienes que comprenderlo. Si es cuestión de abrir los ojos, ¿por qué no lo haces? ¿Quién te lo impide? La verdad está completamente desnuda. Esa es la naturaleza de la verdad y tú puedes llamarla Dios; está exactamente ante ti, siempre lo ha estado. Pero, ¿por qué no abres los ojos? Parece ser útil para ti ese estado de ser.

 

          Conocí a una mujer. Era hermosa. Su marido había muerto después de tres meses de matrimonio. Se habían amado inmensamente, incluso en contra de las conveniencias sociales. Lo dejaron todo por amor. Pero, inesperadamente, el marido falleció. Fue demasiado para la pobre mujer. Estuvo dos días con los ojos cerrados, sin querer abrirlos, para no enfrentarse a la realidad. Muchas personas le suplicaron que se hiciera cargo de la situación, pero ella seguía llorando con los ojos cerrados. Decía: “Mi marido no está muerto”. La familia no podía esperar más tiempo, pues había que enterrar el cuerpo.

 

          El día que quemaron el cadáver, la mujer abrió los ojos. Pero había perdido la capacidad de ver. Era su conveniencia. Los ojos estaban bien y los especialistas decían que no tenía ningún problema. Pero ella no veía. Era como si alguien detrás de los ojos hubiera retrocedido en el tiempo.

 

          Durante cuatro semanas estuvo psiquicamente ciega. En su obcecación repetía: “¿Quién dice que mi marido ha muerto? ¿Dónde está su cuerpo?” Hasta en sueños repetía esta obsesión. En el fondo ella sabía de la muerte del esposo, pero su mente no deseaba creerlo. Quería vivir con la ilusión de un marido vivo. El amor había sido muy profundo.

 

          Yo los había conocido antes. Le dije a ella: “Tu marido está preocupado, ha venido a verme esta mañana y me dijo que sufría mucho, porque tú te niegas a ver y los médicos dicen que no tienes ninguna enfermedad en los ojos”. Le hablaba como si su marido estuviera vivo. De repente, ella cayó en el suelo y comenzó a rodar, mientras gritaba: “Mi marido está muerto. ¿Por qué dices que estuvo aquí esta mañana?”. Y cuando dejó de gritar su visión había vuelto. La sensación de paralización en los ojos desapareció.

 

          ¿Qué ocurrió? Ella comprendió lo que estaba negando. A través de esa mentira hubo una falsa ceguera. Una vez aceptó que su marido había muerto, gritó. Nunca había visto gritar de aquella manera. Gritó desde sus propias entrañas. Debió ser eso que llaman el grito primal. El cuerpo y la mente entraron en un estado volcánico. El cuerpo temblaba de agitación. Estuvo así casi media hora hasta volver a la normalidad. Pero la tempestad había pasado y ella estaba silenciosa mirándome.

 

          Ese es el problema con todos nosotros. Sabemos muchas cosas, pero queremos fingir ante ellas. Y no hay posibilidad de vencer a la verdad. Podemos intentarlo durante toda la vida, pero contra la verdad no hay éxito. La victoria está siempre con la verdad. Puedes crear ilusiones, vivir con los ojos vendados, en un mundo de sueños, pero eso no hace nada diferente, tu mundo es ficticio y la verdad te espera. Y cuanto más vivas de ficciones, más miedo tendrás de ser despedazado. Esa es la conveniencia.

 

          Por ejemplo: Tú crees que eres alguien. Todo el mundo cree que es alguien especial. Y tú sabes que eso no es verdad. En el fondo, comprendes que nadie es alguien. La creencia de ser alguien, el ego, es una falsa comedia. Pero tú te apegas a esta ilusión, sabiendo muy bien que no existe. Aún así, tienes esperanza de que pueda ser cierto. Sigues fingiendo intentando sostener esa falsa identidad con dinero, poder, prestigio, conocimiento y disciplinas. Toda la vida intentas probar que eres alguien, que eres el centro del mundo. Y sabes que eso no es verdad. ¿Cómo puedes ser el centro del mundo? El mundo ya estaba cuando no habías nacido y va a continuar cuando tú no estés.

 

          Somos como ondas en el mar, y ellas vienen y van. Sólo el océano existe.

 

          Tú no tienes un centro. No puedes tenerlo, porque el centro es Dios, y una parte no puede estar en el centro. Si tu mano tuviera un centro propio, ella existiría independiente de tu cuerpo. No sería parte de ti. Si quisieras caminar, a ella puede ser que no le guste la idea y te puede decir: “No me apetece, espera otro momento”. Y tendrás que esperar. Y así lo haría con la comida o con el sueño. Manos y pies se mueven sin una orden específico, tú no las gobiernas, sino que ellas te acompañan. Son partes, no existen separadamente. Es una unidad orgánica.

 

          El hombre existe como parte de un Todo. Tú no tienes un centro propio. Si piensas que sí, estás mal orientado. Solamente Dios tiene el centro. Si dices YO y crees en eso, entonces es ilusión. Pero si usas el término como una forma de hablar, entonces todo bien. Pero si sientes que tienes un YO dentro de ti, entonces vives en una ilusión. Hay momentos en que eres consciente de que eres parte del Todo, una onda en el mar, pero continúas prorrogando esa realización, el reconocimiento de este hecho, y sigues fingiendo.

 

          Esta pretensión errónea es la barrera.

 

          Sabes que no has amado a nadie, ni a tus padres, ni a tu marido, ni a tu esposa, ni a tus hijos, ni a tus amigos. Lo sabes bien, pero evitas saberlo. Y sigues pensando que amas. Si fueses tan amante ya habrías alcanzado la verdad. Aunque sólo hubieses amado totalmente a una persona, ya Dios se te habría revelado, la Verdad habría sido comprendida en su total desnudez, porque el amor es la muerte de todas las pretensiones.

 

          Cuando amas a alguien, no puedes fingir nada que no sea verdadero. Quedas completamente desnudo. Todas las mentiras caen en el momento del amor. Repentinamente comprendes que lo que habías pensado antes sobre ti, ya no existe. Algo despierta dentro, es la unidad orgánica con Dios. El Yo desaparece y vislumbras al No-Yo. Ya no eres un extraño, un separado, sino una parte de Dios. No una parte mecánica, sino una parte orgánica del Todo.

 

          ¿Qué te quiero decir cuando hablo de “parte orgánica”. Significa que no puedes existir sin Dios  y el Todo no puede existir sin ti. Esta es la belleza de la realización del No-Yo.

 

          Por primera vez, cuando tú no eres, el significado absoluto es comprendido.

 

          Hasta ahora estabas intentando probar que eras muy importante y nadie creía en eso, ni aún tú. Ahora no eres. De repente, en esa casa vacía entra una armonía y una música se escucha. Dios ha sido invitado al encuentro con tu no-ser. Eso es la libertad.

 

          La libertad no pertenece al ego. La libertad es salir de la prisión de los egos. No puedes seguir en esa cárcel porque ahora eres libre. Tú eres la prisión.

 

          Escucha un pájaro . . . . él no está cantando. La canción está siendo emitida, pero no hay un ego manipulando la canción. No hay nadie intentando hacer alguna cosa. Ocurre simplemente. En estado de no-ser cantarás una canción sin que el cantor esté ahí. Ese es el éxtasis. No hay nada dentro de ti, tu casa está totalmente vacía. Ahora Dios puede entrar en ella.

 

          Y esta es una realidad. Sabes que eres una casa vacía, pero sigues fingiendo que eres alguien. Y asumes falsas posturas.

 

          No amas, pero finges amor. Si hay amor, ¿dónde estaría el dolor, el sufrimiento, la agonía? No somos coherentes. Seguimos fingiendo. En nombre del amor hacemos muchas cosas, pero no amamos, porque a no ser que el ego muera o desaparezca, el amor no será un florecer.

 

          ¿Cómo puedes rezar si no amas? Finges. Vas a la iglesia y finges orar. ¿A quién piensas que engañas? Puedes mentirte a ti mismo, pero tus oraciones serán como desiertos, nada crece en ellas. Aún en el desierto algo crece, pero tus oraciones son desiertos absolutos. Y la vida está escapando de tus dedos a cada instante, en cada momento mueres y aún sigues fingiendo.

 

          Toda tu vida es una larga pretensión de cosas que no son. Esas cosas que no existen son los velos que ocultan tu vista. Dios no está oculto. La verdad está ahí, ante ti, en su total desnudez. Pero tú te escondes, te cubren muchos velos y sigues buscando más: el velo del conocimiento, el velo del estudio y tantos otros.

 

          Deja caer los velos. Concluye con tus ficciones.

 

          Será difícil. Por eso te digo que la ceguera te es conveniente. Es una carga pesada. Es difícil y doloroso dejar que los velos caigan. Pasarás por el sufrimiento, pero eso forma parte del crecimiento y nadie puede evitarlo, porque en tal caso no crecerás. Si lo evitas, nada real puede salir de eso.

 

          Tendrás que pasar por el dolor, la desilusión  - recuerda esta palabra. Puedes vivir en la ilusión, puedes crear ilusiones maravillosas, pero son falsas, no te van a ayudar. Puedes tener sueños de hombre o mujer poderoso, pero sigues siendo pobre. El mañana vendrá y te abrirá los ojos. Los sueños pasan. Entonces sabrás que eres un mendigo y estos siempre sueñan que son reyes.

 

          Todas las pretensiones son sueños para falsificar, engañar, mentir el hecho que está siempre presente, para estafar a la verdad que te rodea siempre. ¿Hasta cuando harás esto? ¿Qué puedes conseguir con ello?

 

          Pasar por la desilusión, es la única disciplina que conozco. No necesitas quemarte al sol o dormir en una cama de clavos. No precisas torturarte ni ser masoquista. No tienes necesidad de martirizar tu cuerpo, esas cosas son estúpidas. La única regla es ver las cosas como son, ver que las ilusiones son sólo ilusiones. Abandonar las falsas esperanzas. En esas esperanzas, la esperanza de libertad, de salvación, están incluídas. La esperanza de alcanzar la eternidad, tu cielo, tu paraíso, está incluída. Son todas ilusiones.

 

          La desilusión es la puerta y tú puedes transmutarlo todo si la atraviesas.

 

          Mira las cosas en su realidad, cueste lo que cueste. Si sientes que mirándolas tal como ellas son, tu ego se rompe, déjalo, que se despedaze, cuanto más pronto mejor. Si sientes que al mirar tu ser te sientes como un animal, siéntelo, eso es lo que eres. Tu prestigio social estará en peligro, permíte eso también, porque la sociedad consiste en personas exactamente como tú. Ser respetado por los demás no es ningún honor. Ser respetado por gente que duerme, que sueña, no tiene ningún valor.

 

          Y recuerda: sólo la desilusión te puede preparar para el siguiente paso. Además, si estás totalmente desilusionado con la vida que has vivido, con tu manera de ser, entonces casi tienes hecha la mitad del viaje. Si un hombre puede reconocer que una cosa es falsa, ya ha conseguido discernir y ahora está listo para conocer la verdad; el primer paso es conocer lo que es falso. El segundo paso es automáticamente posible: conocer la verdad. No puede ser conocida directamente. Primero tienes que saber lo que es la mentira, porque es donde tú estás. Y tienes que comenzar tu camino desde ese punto.

 

          Procura vigilar tus pretensiones y abandónalas. Eso es lo que el hombre honesto, sincero y auténtico debería hacer: ser verdadero consigo mismo. Y sea cual sea el precio, págalo: ha de ser pagado. Si no has amado, tienes que saber que no amastes. Y di a tu amante o amada que nunca lo amastes, que tu amor era un proceso sutil de explotación, que tu amor era un juego diplomático para dominarla; que tu amor era una fachada para satisfacer tu deseo sexual, que tu amor no era mas que la ambición del ego.

 

          Esto es lo que un hombre debería hacer; abandonar todas las ilusiones, ser verdadero con su ser. De repente, muchas cosas serán posibles, la verdad es desvelada.

 

          Ahora te contaré una vieja historia.

 

          Un hombre vino a un Maestro y le dijo que había ayunado y orado durante treinta años y aún no se había aproximado a una comprensión de Dios.

 

          El Maestro le dijo que ni aún con cien años sería suficiente.

 

          El hombre preguntó por qué.

 

          “Porque tu egoísmo actúa como una barrera entre tú y la verdad”, respondió el Maestro.

 

          Desde el principio este hombre tenía una actitud falsa. Debe haber sido un experto calculador, de otro modo ¿cómo podría haber tenido en cuenta el tiempo de ayuno y oración? ¿Cómo puede decir: “Estuve rezando durante treinta años”? Ese cálculo revela una mente comercial. ¡Treinta años! Debía ser un avaro calculador. Él se dirigía al otro mundo, pero su proceder no había cambiado: “Ayuné tantos días y recé tantas oraciones, y aún no ha pasado nada”. En verdad, si tú sabes lo que es la oración, el resultado no importa. La oración es el propio resultado, el valor es intrínseco. Rezar ya es suficiente, porque la oración es felicidad, éxtasis. Se basta a sí misma. Pero cuando no estás en la plegaria, esperas tener un resultado. La oración se transforma en un medio para algún fin. Pero este no es el objeto de la oración. Todo lo que es divino - amor, oración, meditación -, todos son fines en sí mismos, no son medios para cualquier otra cosa. Y si los conviertes en medios, perderás el objetivo. ¡Disfrútalos!

 

          Es exactamente como cuando sales por la mañana a pasear y el sol está naciendo, el día avanza y la vida renace. Saliendo de la muerte de la noche, todo revive: las plantas y las flores se van abriendo, los pájaros están más vivos y una brisa fresca está soplando. Sales a paser y lo saboreas. No creo escribas en tu diario: “Salí por la mañana, y lo llevo haciendo durante treinta años y aún no ha pasado nada”. Un paseo matinal es un paseo, un fín en sí mismo. Te ha enriquecido cuando lo hacías, no en el futuro.

 

          La vida es siempre dinero vivo, no es una moneda promisoria; ella no promete. La vida es oro vivo; inmediatamente, aquí y ahora, te da aquello que puede dar.

 

          Te sientes feliz, cantas una melodía, ¿cuentas eso?

 

          Te narraré una historia muy antigua. Es la anécdota de un gran músico. Estaba en la corte de un Emperador oriental. Un día este Monarca le dijo: “No consigo imaginar que alguien pueda superarte. Pareces ser la suma de todos los artistas. Siempre que lo pienso, una idea me viene a la mente, y es que debes haber sido discípulo de un gran Maestro que te enseñó y ¿quién sabe?, tal vez él te supere. ¿Quién es tu Maestro? ¿Vive aún? Si lo está, invítalo a venir a la corte”.

 

          El músico respondió: “Vive, pero no lo puedo invitar porque es como un animal salvaje. Siempre que alguien lo convida a su casa, él cambia de lugar. Es como el viento o las nubes. No tiene raíces en la sociedad, carece de hogar. Y más aún, su Majestad no puede pedirle que cante o toque, eso no es posible. Si él quiere que lo escuches cantar, lo hará. Tenemos que ir a su encuentro, esperar y observar”.

 

          El Emperador accedió encantado a la propuesta de su músico.

 

          El Maestro era un fakir errante. Fue encontrado en una cabaña. Sus vecinos, unos aldeanos, dijeron: “Cerca de las tres de la mañana, a veces canta y danza. Pero otras, queda sentado en silencio durante todo el día”.

 

          El Emperador y el músico escondidos como ladrones detrás de la cabaña, esperaron en silencio, confiando que el fakir no supiera de su llegada.

 

          El fakir comenzó a cantar y luego a danzar. El emperador estaba como hipnotizado. No podía pronunciar una sola palabra, porque su admiración era inmensa. Lloraba sin detener sus lágrimas. Cuando la canción hubo acabado, permaneció silencioso, mientras el llanto no paraba. Cuando llegó a la escalera de su palacio, dijo a su músico: “Acostumbraba pensar que nadie era capaz de superarte, que eras el único, pero ahora tengo que decir que no eres nada comparado con tu Maestro. ¿Por qué tanta diferencia?”

 

          Respondió el músico: “La diferencia es simple. Yo canto, toco, para ganar alguna cosa: dinero, poder, prestigio, admiración. Mi música es un medio para un fin. Canto para lograr algo y mi Maestro canta porque ya lo tiene todo. Esa es la diferencia. Canta cuando tiene algo dentro, entonces la canción fluye. Cuando está lleno de Dios y no puede contenerlo, entonces canta”.

 

          Y esa es la diferencia entre el amor real y el amor falso. Un amor real simplemente disfruta. Para él no hay futuro. Una oración verdadera es una celebración. No es un esfuerzo, no es un medio. Nace y se disuelve en sí mismo. Un momento de oración es una eternidad por sí mismo. Un hombre de oración jamás contabiliza. ¡Un único momento es tanto! No pide más, es demasiado.

 

          Si consigues alcanzar un sólo momento de amor, de oración o de meditación, te sentirás agradecido para siempre. Nunca lo lamentarás.

 

          El hombre no era un místico. Debía ser un comerciante de este mundo. Dejó el comercio, pero la mentalidad mercantil estaba presente. Dejó las riquezas de este mundo, pero la actitud era la misma. Contabiliza sus días de oraciones, como si fueran monedas. Dijo que había rezado y ayunado durante treinta años y aún no se había acercado a la comprensión de Dios. Nunca llegará porque él no ha cambiado nada, lleva consigo todos sus egos, las cargas de este mundo.

 

          Recuerda: tu modo de hacer es tu mundo. No te lo puedes llevar cuando mueras. Regresarás a la muerte exactamente tal como llegastes al nacimiento.

 

          Hace mucho tiempo, viviendo en Las Palmas, me visitó un matrimonio que había hecho algunas donaciones para obras sociales, especialmente a la Iglesia. Hablaba de sus donativos y de lo que había dado. Y su mujer completaba la información que faltaba, puntualizando las cantidades donadas.

 

          Todo lo que das lo contabilizas. Cuando lo registras en tu contabilidad, tienes que comprender que no has dado, sino que has compartido. Contabilizar es intentar un trato con el otro mundo y el hombre está destinado a lamentarse un día, porque dirá: “Tengo dado tanto y no me aproximé un poco a la comprensión de Dios”.

 

          Dice el Maestro que ni aún con cien años serían suficientes. Ni aún con cien vidas.  No es una cuestión de tiempo. Si haces algo equivocado, podrás hacerlo toda la eternidad, porque no es cuestión de tiempo. No será por la repetición de los equívocos que llegarás a hacerlo correctamente. Si haces una cosa real una sola vez, todo estará bien.

 

          Por eso, puedes continuar rezando millones de vidas, pero nada acontecerá. Y te digo: si rezas de la manera correcta una única vez, todo estará en su lugar cierto. No es una cuestión de tiempo, de cantidades; es una cuestión de cualidad. Rezar no tiene la menor importancia, sino cuán profundamente lo haces. No es una cuestión de tantas veces al día. Los mahometanos rezan cinco veces diarias y ese hombre debió haber rezado cinco veces diarias durante treinta años. No hace diferencia el número de veces, sean cinco o cincuenta. La cuestión es de cualidad, de consciencia, de amor.

 

          Una oración, un amor, te necesita en su totalidad. Ninguna parte debe ser dejada atrás, vigilando, calculando, manipulando. Debes estar enteramente dentro, no un pedazo de ti, sino tu totalidad. Es por eso que la oración es santificada, porque tú estás entero en ella.

 

          Estar completo es estar santificado y no existe otra santidad.

 

          Recuerda esto: cualquier cosa que hagas, debe ser verdadera, no un fingimiento; no debe ser hecha con la mente calculadora, sino con mentalidad amorosa, sin cálculo, porque la oración, el amor o Dios, no es una cuestión de aritmética.

 

          Y el hombre preguntó el por qué.

 

          “Porque tu egoísmo actúa como una barrera entre tú y la verdad”, contestó el Maestro.

 

          La palabra “egoísmo” tiene que ser comprendida. Habitualmente decimos egoísta a un hombre que hace todo para sí, que lo manipula todo en su propio beneficio. Eso es un egoísmo superficial. Puedes volverte desprendido en ese nivel; no es difícil. Existe gente desprendida; gente que trabaja para otros, sirviendo, ayudando. Conocerás gente desprendida, pero son tan peligrosas como los egoístas y a veces más. Te puedes librar de un egoísta, pero es más difícil hacerlo de una persona desprendida. Es peligrosa, porque está decidida a ayudarte y trabajar para ti. Crea un peso en ti. En el fondo, este desprendimiento es otro egoísmo, porque a través de él desea alcanzar a Dios.

 

          Piensa en los misioneros cristianos. Han trabajado duro, sirven a muchas personas, pero en el fondo, todo el trabajo es egoísta, porque a cambio están esperando cruzar al otro lado. Por su trabajo, están creando los peldaños de una escalera y por ella subir a los cielos. El cielo es la meta, el servicio es el medio. Están en el mismo problema del hombre de la historia.

 

          Hasta el desprendimiento es en el fondo egoísta, tiene una parte de mezquindad; porque cuando una persona siente que es buena, se vuelve autoritaria, dominadora. Te intenta convertir: te toma en sus manos como si fueses un poco de barro y te quiere moldear, un molde de acuerdo con su ideología.

 

          Los reformadores sociales son peligrosos. Y las personas que los sirven pueden ser violentas, agresivas. Si estuvieras en las garras de un hombre bueno, será difícil escapar. Estás preso y él lo hace todo por tu bien. Lo que desea es conseguir el cielo a través de ti y tú eres el medio y el camino. Esto es inmoral, tratar a un hombre como un medio. Cada hombre es un fin en sí mismo.

 

          Comparte si puedes, no intentes transformar a nadie. ¿Quién eres tú para cambiar a nadie? ¿Quién te ha dado ese derecho? Ayuda si puedes, pero no hagas de esto un medio. De otra manera, en nombre de la religión, serás la misma persona calculadora, astuta, explotando a la gente a causa de tu egoísmo.

 

          Este es el significado del egoísmo y del desprendimiento superficial. Pero el egoísmo real es cuando no existe el Yo. Trabajar para sí es egoísmo. Trabajar para otros es desprendimiento. Pero, a través de ambos, el Yo está presente, y  son dos ramas del mismo árbol; la esencia es la misma. El verdadero egoísmo significa el no-Yo; entonces, lo que quiera que hagas, aunque el mundo lo llame egoísmo o desprendimiento no importa, pues no tiene motivación. La distinción es sutil.

 

          El egoísmo es una acción motivada: quieres algo para tí mismo. El desprendimiento es también motivado: quieres algo para otro, y a través del otro, en el fondo, quieres algo para ti; es el mismo motivo el que actúa.

 

          Para mí el no-egoísmo es lo real. Necesitas entender ese estado de ser que llamo el no-Yo. Ahí la oración está presente, pero no hay motivación. Tú ni calculas ni contabilizas, solamente disfrutas. Entonces el amor viene sin motivación. Fluye espontáneamente, sin ninguna razón, no puedes impedirlo. ¡Es natural!

 

          Cuando ese Yo está ausente, todo se torna desprendido. De otra manera seguirás haciendo las mismas cosas, no cambiarás la cualidad de nada que hagas, siempre sentirás que te falta alguna cosa. Harás oraciones durante muchos años y al final sentirás que te falta algo. Podrás amar mucho, pero faltará alguna cosa. Será como la fiesta de una boda a la cual llegan los invitados, los músicos tocan, todos están en su puesto, pero el novio está ausente.

 

          Si tu Yo permanece en ti, siempre sentirás la falta de algo. Una vez que el Yo no esté, el novio llega. Ahora, cualquier cosa que hagas será una fiesta.

 

 

EL COLOR

 

          Otro paso más en los Augustos Misterios de la Madre Naturaleza, nos lleva al color, que es causado por las vibraciones del aire. Hay una relación entre ambos, de modo que a un color determinado le corresponde una nota particular de música.

 

          De ahí que existan los siete colores que se corresponden con las siete notas musicales, y se encuentra que los sones que armonizan se corresponden con los colores que armonizan. En cambio, las discordancias en color se corresponden con discordancias en música.

 

          El siete, tanto en música como en color, se divide en tres y cuatro. Tres colores primarios y cuatro secundarios, de los que proceden todos los demás, se corresponden con los tres sonidos primarios, llamados “el triple acorde” y los cuatro secundarios.

 

          Esta cuestión es demasiada compleja para extenderme mucho más en estas páginas. He dicho lo suficiente para mostrar que en las obras de la Madre todo es perfecta armonía, orden y simetría, tanto en número como en designio; y que lo uno se corresponde con lo otro de una manera maravillosa.

 

          La gran pregunta es: ¿Acaso no es de esperar hallar el mismo fenómeno en la mayor de las obras de Dios, Su Palabra? Si no la más grande en algunos sentidos, sí es de importancia para mí. Porque al hallar en ella la misma y correspondiente perfección de diseño, entonces veo a todo lo largo de ella el mismo y misterioso autógrafo. “La mano que nos hizo, divina es”.

 

 

 

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