MEDICINA NATURAL

Salvador Navarro Zamorano

ENERO 2002

 

PESCADO: UNA COMIDA PARA EL CORAZÓN

 

 

          ¿Sabes cuál es uno de los más recientes descubrimientos de la medicina, para limpiar el colesterol de la sangre y proteger el corazón? Un buen filete de pescado. Sepamos por qué.

 

          Hay estudios realizados en tres países concretamente: Holanda, Estados Unidos e Inglaterra, sobre los efectos del aceite de pescado en el organismo humano.

 

          Esa grasa no es el aceite que se acumula en el hígado del bacalao, rico en vitaminas A y D y con indicaciones específicas para la piel y el crecimiento. Se trata, eso sí, de grasa localizada en la carne del pez y esparcida por todo su cuerpo y, en general, oculta a nuestros ojos.

 

          Los estudios alegraron a médicos, pacientes y biólogos; al final, hasta ahora el aceite de pescado solamente merecía la atención de investigadores solitarios y, con pocas excepciones, de publicaciones no oficiales interesadas en salud y nutrición.

 

          La “revolución” comenzó cuando un grupo de científicos de la Universidad de Oregón (EE.UU.) descubrió que, tanto los esquimales como los japoneses mueren menos de ataques cardíacos o de enfermedades coronarias, en comparación con los occidentales. ¿Habría algo en común entre esos pueblos con modos de vida tan diferentes, separados por una enorme distancia, y habitantes de regiones con climas tan diversos?

 

          Como el único punto de contacto era la alimentación rica en pescado, los científicos pasaron a investigar la relación entre la dieta y la baja incidencia de problemas cardiovasculares.

 

          El interés recayó, inicialmente, sobre los esquimales, que presentaban la menor tasa de dolencias coronarias. Para sorpresa de los investigadores, esas poblaciones que habitaban el Oeste de Groenlandia, ingerían una cantidad muy grande de aceites y proteínas, pocas fibras e hidratos de carbono y casi ninguna vitamina C o E. Según las dietas consideradas equilibradas por los nutricionistas occidentales, los habitantes de los iglús deberían estar muriendo un poco cada día.

 

          Se descubrió que, al tomar el hábito occidental de adicionar azúcar y harina refinada a la dieta, los esquimales comenzaron a sufrir ataques cardíacos y cáncer. De cualquier forma, aún después de la alteración de hábitos alimentarios, no poseen el colesterol tan elevado como los habitantes europeos de la misma región. Enfermedades comunes entre nosotros como la hipertensión, obesidad y artritis, siguen siendo raras entre ellos.

 

          En 1.960, cuando las investigaciones sobre el aceite de pescado y sus efectos sobre la salud de esquimales y japoneses comenzaron a ser divulgadas, dietistas holandeses iniciaron un gran estudio en su propio país. Seleccionaron 1.088 hombres, con edades variables entre los 40 y 60 años, de actividades profesionales diversas, y los dividieron en cinco grupos; cuatro comían ciertas cantidades de pescado por semana y uno eliminando este alimento de su dieta.

 

          La ciudad de Zutphen, en Holanda, fue escogida porque el 20% de la población, hasta 1.960, no consumía ninguna clase de pescado. Entre el 80% restante, la ingestión de pescado variaba de 1 a 300 gramos por día, manteniendo una media de 20 gramos. Cerca de las dos terceras partes de las personas investigadas consumían pescado magros, como bacalao y lenguado. El resto prefería peces grasos como el arenque y la caballa.

 

          Durante 20 años, el espacio de una generación, cada uno tuvo su historia dietética y médica, acompañada por especialistas. Pasado tan largo tiempo, solamente 78 de los hombres que nunca habían tenido problemas cardíacos murieron de ataques de corazón. La conclusión de este trabajo fue la siguiente: aquellos que consumieron peces a lo largo de ese período tuvieron un riesgo 50% menor de morir por dolencias coronarias en comparación con el grupo que dejó de comer el alimento.

 

          Vamos a imaginar solamente una cosa: ¿y si con el frío del mar durante el invierno, la grasa del pez se congelase? Como se sabe, los peces no tienen mecanismo de conservación de temperatura del cuerpo, como los mamíferos, siendo conocidos como animales de sangre fría. Además, les falta el pelo de un oso polar, por ejemplo. Si no poseen ninguna defensa contra el frío, los peces morirían, pues sus fluídos (inclusive la sangre) dejarían de circular.

 

          Volviendo al oso polar, sólo por curiosidad, además de sangre caliente y de la piel que la naturaleza le dio, come peces y frutos secos, como nueces y castañas, utilizando los aceites insaturados de esos alimentos para sobrevivir durante la hibernación.

 

          Explican los biólogos que ahí está, en la temperatura exterior, el secreto de tan elevada concentración de aceite poliinsaturado Omega 3, en la carne de los peces, en especial cuando viven en aguas muy frías.

 

          Vale recordar aquí que las grasas saturadas se solidifican en el medio ambiente; las vegetales insaturadas, Omega 6, permanecen líquidas, pero se congelan a la temperatura de 4 o 5 grados centígrados bajo cero; el Omega 3 de los peces, aguanta hasta 25º centígrados bajo cero, para soportar la temperatura de los mares polares. Por eso es considerado una especie de “tampón térmico anticongelante”.

 

          La capacidad de adaptación del pescado, es fantástica. Ellos disminuyen la producción de Omega 3 en aguas calientes, aumentándola fuertemente en aguas heladas. Así, peces de aguas frías, como el bacalao, salmón y arenque, son más ricos y medicinales.

 

          Vamos a hacer una rápida “biografía” del Omega 3.

 

          Experiencias de laboratorio demuestran que el Omega 3, una grasa llamada ácido graso eicosapentotenóico, es un precursor. O sea, suministra la materia prima a nuestras plaquetas sanguíneas, fabricando el tromboxane 3 y la prostaglandina I-3. Vamos a explicarlo.

 

          Las plaquetas, como sabemos, son células muy importantes, en el proceso de coagulación de la sangre. Sin ellas, cualquier herida produciría una hemorragia fatal.

 

          Las plaquetas actúan en la coagulación gracias a la presencia en ellas del tromboxane 2; substancia fabricada a partir del ácido araquidónico, grasa que los mamíferos obtienen en peces y vegetales; cuanto mayor es la presencia de ese ácido graso, más activas se tornan las plaquetas, o sea, aumenta su viscosidad y también la capacidad de agregación. Ahora, sabemos que, cuando numerosas plaquetas comienzan a “pegarse” unas en las otras, se forman trombos, causantes de la obstrucción arterial y accidentes cardiovasculares.

 

          Una tercera hipótesis que integra las dos anteriores: la reducción de capacidad de agregación de plaquetas, y mayor demora en la coagulación sanguínea, puede ser el resultado de la formación conjunta del tromboxane 3 y la prostaglandina I-3, asociada a la reducción del tromboxane 2 y estabilidad o aumento de la prostaglandina 2.

 

          Es posible también que otros componentes del pescado influencien el grado de agregación de las plaquetas, tiempo de coagulación y desarrollo de enfermedades coronarias. Algunos datos del Estudio Zutphen lo sugieren. Las personas que comían peces magros tuvieron mayor proporción de molestias cardiovasculares. El contenido de grasa en esos peces, gira en torno al 1,5%, pero ofrece un 5% de aceite Omega 3, una proporción elevada . Conclusión: no habría relación directa entre el aceite de pescado y la disminución de arterioesclerosis.

 

          Para seguir comprobando con el mismo grupo, se fueron añadiendo peces grasos; realmente no hubo correlación entre la composición grasa de las plaquetas y el tiempo de coagulación. Los resultados sugieren que, con la adición de Omega 3, los efectos de otros componentes del pescado sobre el sistema cardiovascular no deben ser descartados.

 

          Ante esas controversias, la Universidad de Ciencias de la Salud de Oregón, comprobó el aceite de pescado en veinte pacientes con una tasa alta de triglicéridos en la sangre.

 

          Tres dietas, una seguida a la otra, fueron prescritas al grupo: todas eran equilibradas, pero la primera consistía en un régimen clásico, pobre en grasas saturadas; después de dos semanas, se añadió a algunos pacientes, durante un mes, aceite Omega 3, complementado con Vitamina E, para evitar auto-oxidación. Por fin, otros pacientes de dieta convencional, recibieron mensualmente un refuerzo de aceite vegetal que es poliinsaturado, pero del tipo Omega 6.

 

          El resultado fue claro. Los pacientes del segundo grupo revelaron una caída significativa de colesterol y triglicéridos, comparados con el grupo limitado a una dieta equilibrada, con bajo contenido de grasas saturadas. Las lipoproteínas de baja densidad, LBD, que fijan la grasa en la sangre, también disminuyeron; y las de alta densidad, LAD, que conducen el colesterol fuera del organismo, aumentaron. En cuanto a la dieta añadida de aceite vegetal, provocó un aumento rápido en los triglicéridos, empeorando la situación de los pacientes.

 

          Los investigadores concluyeron que, indudablemente, pescado y aceite del mismo, pueden ser útiles en la dieta de quien tiene tasas altas de triglicéridos en la sangre.

 

          No confundamos las propiedades de los peces con el marisco. En cuanto los primeros ricos en Omega 3 son beneficiosos para la salud, no ocurre lo mismo con los segundos. El marisco tiene elevadas proporciones de colesterol, excepto las ostras.

 

          ¿Cuál sería la cantidad indicada en el consumo de pescado para prevenir enfermedades cardíacas? Los investigadores sugieren que debemos comer más pescado por semana, pero no se sabe cuanto. Se ignora si un organismo tiene deficiencia de Omega 3, pero se sabe que el consumo de pescado ha de ser aumentado: una buena porción de atún fresco, tres o cuatro veces en semana, modifica la química de la sangre y beneficia el corazón.

 

          La carne bovina y de cerdo es más popular. Aunque rica en proteínas, un nutriente esencial, ayuda a aumentar el riesgo de enfermedades cardíacas, debido a su grasa aparente y oculta.

 

          Si las investigaciones sobre el aceite de pescado fueran comprobadas, podríamos, sin duda, mejorar la salud. De cualquier forma vale el consejo: comer pescado, cocido o asado. Evitar freirlo. Pero recordemos que, además, se necesita hacer ejercicio, no fumar, mantener el peso y, naturalmente, hacer todo lo posible para disminuir las preocupaciones.

 

                                                                     Salvador Navarro

                                                                     Especialista en Homeopatía.

 

 

 

              

 

 

 

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