ALCORAC

SALVADOR NAVARRO 

                                      

Dirigida a la Escuela de:

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                Circular nº 3 , año XII

                Bunyola, 1º de Marzo de 2.006.

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VIDA DE SAN PABLO.-

En Patara tuvieron suerte de encontrar un navío con destino a Fenicia. Avistaron la costa occidental de Chipre, tierra natal de Bernabé, donde Pablo, hacía casi dos decenios iniciara sus laboriosos viajes apostólicos. ¿Dónde estaría Bernabé?

En Tiro quedaron siete días. Cristianos dispersos por la persecución de Saulo habían fundado hacía veinte años aquella iglesia.

Desde que Pablo puso pies en tierra palestina, sintió condensarse en su espíritu las nubes agoreras suscitadas por ciertas “previsiones” y profecías de amigos. Bien adivinaba lo que le aguardaba de parte de sus patricios, que no perdonaban al “renegado” de su “deserción”.

De Ptolemaida (Accon) proseguía la caravana a pie, rumbo al sur, a lo largo del mar Mediterráneo.

Quince días antes de Pentecostés llegaron a Cesárea, ciudad residencial del gobernador romano. De allí a Jerusalén mediaban apenas tres días de viaje.

Decidió Pablo quedar una semana en Cesárea. Se hospedó en la casa de un viejo predicador del Evangelio, de nombre Felipe. Era padre de cuatro doncellas piadosas, dotadas del carisma de la profecía. Esas jóvenes llevaban una vida casi claustral, entregadas al ejercicio del apostolado y la caridad.

Esas mujeres escucharon con avidez las palabras inspiradas de Pablo y sintieron tristeza cuando en los próximos días, apareció de improviso un profeta de nombre Agabo, que Pablo había conocido en Antioquia y vaticinó al apóstol cosas sombrías para su próximo futuro. Venía de Jerusalén y estaba al tanto de los acontecimientos. Sirviéndose del lenguaje simbólico de los antiguos poetas, tomó el cinto de Pablo y se ató con él los pies y manos y dijo: “Esto dice el Espíritu Santo: así atarán los judíos en Jerusalén al hombre a quien pertenece este cinto, entregándolo a los gentiles”.

Consternados, los amigos le suplicaron no fuera a Jerusalén, pero Pablo se mostró irreductible. Obedecía a un impulso superior. “Qué hacéis llorando. ¿Por qué me abrumáis el corazón? Estoy preparado, no solamente me dejaré atar en Jerusalén en el nombre del Señor Jesús, sino hasta sufrir y morir por Él”.

El miércoles, antes de Pentecostés, emprendieron los viajeros la última etapa. Acompañados por algunos discípulos de Cesárea. Cruzando la planicie de Saron, donde los labradores estaban segando las primicias de su cosecha, llegaron a Antipatride.

Y siempre adelante, por la alta planicie de Judea, siguieron hacia Jerusalén. La víspera del “gran sábado” avistaron la ciudad. Todos los caminos hervían de peregrinos, conduciendo ovejas y novillos engalanados de flores y espigas de trigo. Hacía unos cuarenta años que el piadoso peregrino Pablo, no visitaba Jerusalén, cuando era estudiante en Tarso, orando y cantando, prestando a Yahvé los homenajes de su juventud llena de esperanzas y de idealismo religioso. Posiblemente pasara aquella vez indiferente ante un niño venido de las montañas de Nazaret, que también traía el alma llena de una gran idea y un excelso ideal.

Pablo se hospedó en la casa de un amigo, de nombre Mnason.

La iglesia oficial de Jerusalén no tenía hospedaje para el mayor de sus apóstoles.

Refiere Lucas: “A nuestra llegada a Jerusalén los hermanos nos recibieron con satisfacción”. A juzgar por lo siguiente, es de suponer que esos “hermanos” fuesen los helenos y étnicos cristianos.

Los terroristas judíos dominaban la ciudad. Pablo era el mayor obstáculo a la realización de sus sueños nacionalistas: era cosmopolita, internacionalista, equipaba a los gentiles a los hijos de Abraham.

Buena parte de los cristianos de Jerusalén estaban contagiados de esa animosidad contra Pablo. Les constaba que él recomendaba a los prosélitos a no hacerse circuncidar y hablaba abiertamente de la inutilidad de la ley de Moisés.

Tiago, maravillosa figura asceta, dirigía los destinos de la iglesia de Jerusalén; pero era viejo e incapaz de controlar y tener a raya las maniobras de los cristianos venidos del fariseísmo.

La noticia de la llegada del famoso “renegado” corrió con rapidez entre las filas de los exaltados nacionalistas de la capital. Las calles estaban llenas de peregrinos venidos de todas las provincias de Asia y Europa, donde Pablo predicaba el Evangelio. Las solemnidades de Pentecostés (fiesta de la cosecha) atraían a decenas de millares de hebreos de la “diáspora”. Ciertamente, no faltaban los conspiradores de Corinto, ni los enemigos mortales de Éfeso. En todos los bazares y albergues, en todas las calles y pozos de caravanas, se hablaba de Pablo.

El día siguiente fue para el apóstol uno de los m-as dolorosos de su vida.

Compareció ante el “consejo de presbíteros” presidido por Tiago. Entró en el vasto recinto acompañado de ocho neófitos, todos ellos recién convertidos del paganismo.

Pabló saludó a los presbíteros y entregó el producto de la colecta que con tanto trabajo y cariño organizara en beneficio de los cristianos pobres de Jerusalén.

Lucas, el discreto psicólogo, pasa un velo de caritativo silencio sobre el acto de entrega de los donativos y el modo como fue recibido por los judíos-cristianos esa “limosna”, ofrecida por sus hermanos oriundos de los gentiles.

Lucas y los neófitos bajaron los ojos, llenos de dolor.

Pablo y Tiago intercambiaron el acostumbrado beso de fraternidad. De la misma forma los presbíteros. Más que decepción para los neófitos, fue cuando se vieron postergados, dejados al margen, sin esa prueba de fraternidad cristiana. Era que en sus venas no corría la sangre de Abraham. Cristianos de segunda categoría.

La asamblea, fría, protocolaria, como una reunión de diplomáticos, mejoró de carácter cuando Pablo pidió la palabra y con aquella espontaneidad suya

“comenzó a referir minuciosamente todo cuando Dios había operado entre por los paganos por su ministerio”.

Es Dios y no Pablo el apóstol, que no deja de ser un vehículo y portavoz de la gracia.

Pablo se limita a contar las maravillas de la conversión, del heroísmo, la santidad, que el Evangelio producía en los medios paganos; silencia toda la campaña de intrigas y difamaciones que le habían manifestado ciertos “hermanos” de Palestina; nada dice de la deslealtad con que estos le había solapado los trabajos en la Galacia, en Corinto, en Éfeso, por todas partes; de ninguna manera se refiere a la infamia con que intentaron desacreditar su persona y doctrina, señalándolo como apóstol de segunda clase, propagador de un Evangelio truncado y falso. Tan maravillosos son los frutos que el Evangelio sazonó entre los gentiles de Asia y Europa que el feliz jardinero se olvidó de las espinas que hirieron sus dedos y las cicatrices que le cubren el rostro y todo el cuerpo.

Pablo hablaba con ardiente entusiasmo y todo el “consejo” de los Presbíteros “lo escuchaba con atención e interés” y, cuando el orador terminó la exposición, “todos glorificaron a Dios”.

Para Pablo y sus colaboradores ninguna palabra de honor o de ánimo.

Después de unos momentos de silencio penoso, se abrió en el apóstol Pablo una tremenda decepción que Lucas no quiso señalar y escribe:

“Seguidamente . . .”

Si, en seguida cayó como un jarro de agua fría en medio del sagrado fervor con que el apóstol hiciera la historia de la misericordia de Dios entre los paganos . . .

“Bien ves, hermano  - comienzan los presbíteros, cargando los términos -  bien ves cuantos millares de judíos abrazan la fe y, mientras tanto, son fervorosos celadores de la ley de Moisés. Ahora, tienen ellos escuchado que se dice que enseñas a todos los judíos dispersos entre los paganos, que abandonasen a Moisés; que recomiendas que no se circunciden sus hijos, ni vivan según las tradiciones”.

Increíble la ceguera de esos hombres. Después de tan palpables testimonios de la virtud del Evangelio del Cristo, vuelven a invocar llenos de añoranzas la circuncisión y las ceremonias de la ley mosaica y otras formalidades externas. No niegan el poder del Cristo, pero no quieren en forma alguna ver eclipsada por los fulgores del Cristo la figura de Moisés. No quieren comprender el carácter provisional de la ley y la índole definitiva del cristianismo. Verdad es, y ellos lo conceden, que la salvación viene el Cristo pero . . . . ¿y las abluciones rituales antes de las comidas? ¿Y el corte practicado en la carne del recién nacido? . . . ¿Y la abstención de carnes? . . .

Para el espíritu libre de Pablo debe haber sido humillante la incomprensible idea de que los jefes cristianos, anunciadores del Evangelio, fuesen víctimas de semejante miopía espiritual.

Hechos análogos se han repetido en la historia del cristianismo.

Realmente, si la iglesia no fuese divina, sus hijos y directores la habrían destruido.

Pablo escuchó en silencio tan “grave” censura de parte de los presbíteros de Jerusalén. Tiago, probablemente, no apoyó esa opinión; pero era viejo y no tenía poder sobre todos ellos.

Sigue en la Circular de Abril.

 

 

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EL PROPÓSITO DE LA VIDA.-

Por lo tanto, no hay necesidad de indagar si tal o cual doctrina es verdadera o falsa. Las modernas especulaciones o teoría no nos deben interesar. Apliquémonos las palabras de Jesús: El que quisiere hacer la voluntad del que me envió conocerá la doctrina si viene de Dios y si yo hablo de mí mismo”.

Quien así obra entra desde luego en el Reino de los Cielos. Y cuando llegue la hora de la muerte irá como gozoso peregrino con anticipada participación del Reino que le aguarda, acompañado de las palabras del Maestro: “En la casa de mi Padre hay muchas moradas”.

Así, siendo discípulo de Jesús más bien que creyente en él, llega poco a poco a poseer la intuición y facultades propias de quienes fueron sus discípulos. El Espíritu Santo, el Divino Consolador, espera lo recibamos para que nos conduzca a la suprema verdad y sabiduría, intuición y poder.

Dice Kant: “El otro mundo no es un lugar sino distinto estado de conciencia”. Eso concuerda con las palabras del Maestro:

“El Reino de Dios está en vosotros”. Y ambas del todo acordes con la de un profeta moderno. El principio y el fundamento del Cristianismo y de toda verdadera religión radica en el espíritu y es la encarnación de Dios en todo ser humano”.

En las genuinas doctrinas de Jesús, encontramos que no insistía principalmente en la salvación del alma, sino en la salvación de la vida, para emplearla en el servicio del prójimo, y que tomase mayor incremento a fin de enaltecer el alma en grado suficiente para ser digna de la salvación. Así lo reconocen actualmente los más auténticos cristianos de sincera religiosidad.

Los hombres previsores y reflexivos no se interesan ya por doctrinas o especulaciones acerca de Jesús. Los atrae la admirable individualidad y conducta de Jesús. Los atrae el magnético poder de sus enseñanzas. No necesitan especular sobre Dios. Necesitan a Dios porque es la fuerza predominante que abarca toda la vida individual. Pero el que encuentra el Reino de Dios, aquel cuya vida se sujeta a la divina ley, conoce al mismo tiempo sus verdaderas relaciones con el prójimo que para él no es sólo su vecino ni su paisano ni su compatriota, sino todo ser humano, porque todos son hijos del mismo Padre y todos van a la misma meta aunque por distintos caminos.

El que vive bajo la influencia y dominio de la divina ley, conoce que sus intereses son solidarios con los del prójimo, y no puede obtener un bien para sí a costa ajena, sino más bien que sus intereses, su dicha, son idénticos a los intereses y dicha de los demás. La Ley Divina, la Ley de Dios, llega a ser para él la ley fundamental en los negocios temporales, la regla dominante en la vida política y en las relaciones internacionales. Jesús no dio importancia a las ceremonias, a los formulismos y a la religión exterior. Los vemos casi siempre entre la gente del pueblo, entre los pobres, los menesterosos y los pecadores, cuando con ello podía servir al Padre y ser útil a los hijos del Padre. Conforme a lo que dice el relato, no distinguía de clases sociales, sino que era amigo de todo hombre, pobre o rico, para ayudarle y levantarlo.

Después lo vemos en las montañas, en la soledad, en íntima comunicación con el Padre, y así confortado, vuelve a predicar a las gentes para que levanten mentes y corazones al divino ideal y conozcan sus mutuas relaciones para que el Reino de Dios y su justicia, lleguen a ser la ley dominante y la fuerza del mundo. Venga tu Reino, hágase tu voluntad así en la tierra como en el cielo.

Cuando la iglesia inscriba en su bandera la ley divina, no en teoría, sino en la práctica, olvidándose de sí misma en servicio del Maestro, sin preocuparse de sus materiales intereses, verá aumentar en cantidad y calidad el conjunto de sus fieles con tal respeto y poder, que se admirará de haber estado encadenada tanto tiempo a la tradición. Surgirá una nueva vida con la satisfacción del deber cumplido.

Estamos en una época de transición. El progreso científico exige distintas condiciones a los ministros de todas las religiones que constituyen tan espléndida corporación.

Esta idea del Reino de Dios, de la divina Ley en todas las relaciones humanas, está hoy día abriéndose paso entre gran número de pensadores a cuyo estímulo las denominaciones religiosas se esfuerzan por extender su acción en todas las modalidades de la vida social, dando por resultado que ingresan en sus filas, jóvenes de intenso espíritu religioso a quienes nunca interesó el formulismo de una religión carente de obras vivas. Ejemplo de ellos son los centenares de organizaciones denominadas O.N.G. que ejercen en todos los continentes una labor sanitaria y social entre las clases más humildes.

A los ministros del Evangelio, les diré que una de las más señaladas características de nuestra época es la determinación por parte de gran número de gentes reflexivas de dirigirse directamente a Jesús para esperar en él. Las creencias y las voces de los seglares deben tenerse en cuenta. Jesús es demasiado grande y universal para que siga monopolizándola una iglesia particular.

Millares de jóvenes están cautivados por la sencillez evangélica. Muchos de ellos se han asimilado a su espíritu. Trabajan de un modo efectivo, y cuando el espíritu del Cristo se apodera de un hombre, se adapta a las actuales condiciones de los tiempos y no como dos mil años atrás.

La honradez intelectual impide a muchos hombres asentir a lo que repugna a su razón. No aceptan los credos porque saben que un credo es sólo el símbolo de la fe de algún hombre respecto de religión o de otra materia. Discuten el dogma que se funda en una credulidad nociva a la vida moral e intelectual del hombre, cuya actividad paraliza, y únicamente puede asentir a él por medio de la ignorancia mental. No debemos olvidar que Dios sigue actuando y se revela más completamente a la humanidad mediante los modernos profetas.

Debemos recordar que las actuales condiciones del mundo son diferentes de las de los primeros tiempos del cristianismo. La iglesia cristiana debe progresar con paso bastante vivo para atraerse a los jóvenes de claro entendimiento, animados del espíritu de servicio que tuvo Cristo.

Esta juventud defiende ahora lo que dentro de algunos años defenderá toda la cristiandad. Todo hombre animado de verdadero espíritu místico tiene el espíritu y religión del Cristo.

Jesús no estableció ninguna organización. Su mensaje del Reino fue tan amplio que no cabe en el estrecho recinto de una denominación religiosa. Jamás puso Cristo condición alguna para difundir su verdad; y por lo tanto, condenaría hoy a quienes se arrogan su monopolio, lo mismo que condenaba a las autoridades eclesiásticas de su tiempo que monopolizaban las verdades de los profetas de Dios.

Así, podría decirse a la iglesia: Sé cauta y prudente. Establece tus condiciones de modo que obtengas la adhesión  y auxilio de la juventud intelectual. Muchos de ellos son de la estirpe que Jesús eligió para el apostolado. De entre esos jóvenes saldrán con el tiempo pedagogos, economistas, jurisconsultotes, organizadores en los campos de la actividad social.

Muchos de ellos alcanzarán elevada posición como educadores. Algunos intervendrán en la política activa, realzándola de su baja condición a verdadera y honrada gestión de los intereses colectivos del pueblo. Toda corporación que no procure constantemente utilizar los servicios de sus más idóneos miembros forzosamente habrá de hundirse en la esterilidad. Una empresa industrial o bancaria que no hiciera lo propio caería en la quiebra.

Muchos hombres de valía están tan ocupados en las obras de Dios en el mundo, que no tienen tiempo ni ocasión de emplearse en cosas ajenas a su aptitud intelectual y moral. La iglesia debe colocarse clara e inequívocamente al nivel de los modernos conocimientos para lograr la adhesión de esta clase de hombres.

En materia de religión entra el arraigo a las creencias, que evolucionan lentamente. Los enamorados de la fe de sus padres consideran que la religión es demasiado sagrada para discutirla, y no distinguen entre la tradición y la verdad, sobre todo cuando ambas han sido hábilmente mixtificadas. Muchos no están al corriente de los adelantos científicos e ignoran las profundas mudanzas operadas en estos últimos años en todas las esferas del mundo intelectual, excepto en las iglesias dogmáticas, aunque no dejan de haber clérigos de progresivo espíritu que anhelan indagar más altas verdades; y por lo tanto, la juventud que permanece alejada de las denominaciones religiosas debiera unirse con aquellos deseosos de verse auxiliado en sus esfuerzos por el bien. La iglesia no es depositaria, sino instrumento de la verdad. Los hombres honrados respetan las diferencias de opinión. La simpatía es un poderoso armonizador.

Poseemos la verdad interna cuando el corazón se levanta hacia el prójimo. Tenemos la base esencial de la ética y volvemos a poseer la verdad interna.

Del corazón arrancan los canales de la vida. Cuando el corazón es justo, lo son también las obras. El amor nos conduce al corazón de Dios y nos armoniza con las supremas relaciones de la vida humana.

El temor jamás puede ser fundamento de la religión y la moral. Quien obra por temor procura por una parte ocultar sus malas acciones y por otra eludir el correspondiente castigo. Los hombres de superior inteligencia tienen extraordinaria sagacidad para discernir lo accidental de lo esencial, lo falso de lo verdadero. Se cuenta que al Presidente Lincoln le echaron en cara que no perteneciese a ninguna denominación religiosa y él contestó: “Cuando una Iglesia tenga por único dogma la explícita declaración de Jesús: Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu mente, y al prójimo como a ti mismo, entonces me afiliaré a ella con todo mi corazón y con toda mi alma”. A Jefferson lo señalaron como ateo porque en aquellos tiempos los hombres no distinguían con la claridad de hoy entre el clericalismo y la religión, entre la forma y la esencia del cristianismo.

Los dos fundamentales principios del Maestro Jesús coinciden con la superior modalidad del pensamiento moderno en materia religiosa. Su religión no puede ser gentilicia ni una organización unilateral. Su doctrina es inmensa y eterna. El Reino que proclamó es infinitamente más vasto que todas las denominaciones religiosas del mundo.

                                                     F  I  N

 

 

 

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LA SABIDURÍA ANTIGUA.-

En algún punto de nuestra larga jornada a través de la evolución, llega un tiempo para nosotros, cuando la vida común pasa a ser árida e inconsecuente, cuando ansiamos por algo más, algo más rico, una nueva dimensión de la vida. Entonces, tal vez, después de un período de muchas insatisfacciones y sufrimientos, comenzamos a considerar con más seriedad las señales provenientes de las capas profundas del Yo. Inicialmente, descubrimos por medio de otras personas o lecturas, que podemos deliberadamente estimular nuestro propio crecimiento, apresar la evolución dentro de nuestra consciencia, renovarnos a partir de niveles más profundos. Después, cuando nos decidimos a comenzar una vida nueva de entrenamiento y realización, entramos en aquello que ha sido llamado Senda, el Camino, Tao, Drama, Individualidad, Autorrealización. Es un Camino que nos lleva hasta más allá de nuestro ego normal con sus alegrías y tristezas familiares, frustraciones y recompensas, hasta nuevas percepciones de aquello que somos, una visión nueva de nuestro potencial de aquello que podemos venir a ser. Podemos comprender que hemos sido como viajantes nocturnos en una tempestad, sin ninguna visión del camino que teníamos delante, hasta que, repentinamente, un relámpago ilumina los alrededores y, por un momento, podemos vislumbrar claramente nuestro camino. La visión nos introduce en la Senda espiritual y comenzamos deliberadamente a prepararnos para liberar nuestras ocultas potencialidades, para transformarnos en nuestra individualidad transparente a la luz interna.

El trabajo de la propia transformación en la Senda consiste en ampliar nuestra consciencia para alcanzar todos los niveles de nuestro Ser e integrar todas las dimensiones y niveles en un todo dinámico. El objetivo de la evolución, acelerada por la Senda, consiste en liberar todos nuestros potenciales, colocándolos al servicio del Yo, que entonces puede integrar las potencialidades recién desarrolladas en su esfera de actividad en continua expansión. Nuestra evolución no es solamente el despertar de la espiritualidad, sino obtener el uso consciente de todo lo que está en nosotros en todos los niveles.

La llave para abrir esas potencias más profundas reside en la naturaleza dual de la mente. Conforme ya tocamos el tema, la mente abstracta, Manas, es un aspecto de la parte duradera de nosotros mismos, el alma, y está en sintonía con grandes ideas, con conceptos universales abstractos que nos pueden atrapar y transportar más allá del Yo personal. En un nivel interno, la mente concreta, o manas, está en la base del Yo personal y separado. Él separa y clasifica las impresiones sensoriales y es dominada por el deseo y la repulsión, por gustos y disgustos, nuestras preferencias y actitudes personales específicas. Este aspecto de Manas da origen al ego, a la noción de ser un Yo cerrado y separado de todos los otros y todo lo demás. Erróneamente, consideramos el punto de referencia relativo al Manas como siendo nuestro centro real y permanente.

Este ego personal representa una fase necesaria en el desarrollo del individuo como también en el de las especies. En el ciclo de involución, cuando el hombre queda progresivamente envuelto en la materialidad, la agudeza y hasta la estrechez de la mente concreta son necesarias para centrar las energías difusas de los niveles más elevados para enraizarnos en el mundo físico. En verdad, razas humanas prehistóricas eran difusas e incipientes, que fueron necesarios muchos siglos para aprender a funcionar y dominar el mundo físico. Así, el desarrollo de la mente concreta y del ego tiene su lugar en el esquema de la evolución. Manas es el principio por medio del cual la consciencia universal desciende para multiplicarse. El ego es una fase necesaria en nuestra evolución desde el espíritu incipiente homogéneo, hasta un ser con potencialidad en todos los niveles.

Con todo, una vez que nos volvemos seres con bases intelectuales y psíquicas, se hace necesario ir más allá del ego y del egoísmo, con el fin de liberar nuestros potenciales internos y expandir los límites de nuestra vida consciente. El ego debe desarrollarse hasta que sea suficientemente fuerte para romper su propia cáscara, por medio de un proceso interno y natural de desarrollo. Así nos movemos desde la espiritualidad difusa y no efectiva, por medio de la materialidad centralizada y eficiente, hasta el dominio y habilidad de centrarnos en todas las esferas. La evolución humana como un todo ha sido expresada como moviéndose de la perfección inconsciente hasta la imperfección consciente, alcanzando la perfección consciente, expresada por el poeta T.S:Eliot con estas palabras tan bellas:

                              “No cesaremos de explorar.

                              Y el fin de toda nuestra exploración,

                              será llegar donde comenzamos

                              y conocer el lugar por primera vez..”

Así la mente es el principio que nos une al mundo de los sentidos y al ego, así como también es el principio que nos puede liberar. Manas es el principio del medio, el nivel intermedio entre lo más alto y lo más bajo, lo espiritual y lo físico. Habla de la mente consciente como el “eje de unión entre el Espíritu y la Materia, el Cielo y la Tierra. Es el elemento de nuestra consciencia que mantiene el equilibrio entre las cualidades individuales empíricas de un lado y las cualidades espirituales universales por otro.

La diferencia en el efecto de esas dos direcciones puede ser comparado con la visión de un hombre que observa las múltiples formas y colores de un paisaje y encuentra que es diferente de ellas (como “yo” y “aquí”) y la visión de otro distinto que contempla la profanidad del firmamento, lo que lo libera de toda la percepción de los objetos y, así, también de la percepción de su propio yo, porque él apenas es consciente de la infinitud del espacio o del “vacío”. Su Yo pierde aquí su posición a causa de la falta de contraste o de oposición, no encontrando nada para agarrarse o que pueda diferenciarse.

Nuestro trabajo en la Senda es armonizar esos dos aspectos de la mente y del Yo, para aprender deliberadamente a abrir la personalidad, de modo que ella pueda resonar con todas las melodías universales internas. Necesitamos apagar la línea artificial que nos separa del Yo universal interno.

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EL CAMINO DEL MUNDO.-

El Tantra no está basado en enseñanzas ni dogmas establecidos.

Es el camino del placer a través del amor sexual, y su símbolo básico es el Lingan, la expresión de la polaridad como vida y energía.

El Maithuna tántrico es una experiencia cósmica que permite la fusión del individuo en la pareja, y de la pareja en el movimiento universal.

Del sexo a Dios, ya que sexo y misticismo tienen el mismo origen.

En esto se distingue el Tantra de cualquier otra enseñanza; en la aceptación de lo que lo divino nos ha concedido. No en la renuncia o en la sublimación del amor para conseguir un posible paraíso futuro del placer. “Lo que está aquí está en todas partes, y lo que no está aquí no está en parte alguna”.

Dios está aquí, no en el lejano cielo del futuro, y para alcanzar lo que ya somos hay tres caminos de realización: la respiración, el sexo y la meditación.

Es la unión de lo espiritual, de la muerte iniciática, con lo material, con la vida, con la sexualidad. Dejando de lado todas esas enseñanzas que reprimen y condenan el sexo como sucio, animal, y desprecian uno de los caminos más directos hacia el espíritu. Respirar, actuar, amar, sentir, son actos sagrados, y el Tantra trata de conducir al adepto a través de ellos para alcanzar la trascendencia, la experiencia mística.

Durante siglos los tántricos lo han experimentado todo: ritmos, drogas, amor, mantrams, ondas de forma, peligros. Fue una búsqueda científica para encontrarse con lo religioso. Una alimentación especial, control del aliento, cantos de mantrams, meditaciones, control del espasmo orgásmico, que está muy lejos del simple placer por diversión, a lo occidental.

En su origen se encuentra el culto a Shiva.Shakti, y más tarde el culto a Krishna y otros. El Tantra se enfrentaba al rígido y neurótico ascetismo del shadú famélico que laceraba su cuerpo y huía del contacto con las mujeres y con el mundo.

Por eso, en el ritual secreto del Maithuna tienen un lugar la carne, el vino, el pescado, los cereales y el amor, en contra de las prohibiciones establecidas por otras tradiciones.

Concluye en la Circular de Abril.

 

 

 

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