ALCORAC

SALVADOR NAVARRO

 

 

                                                                                                      

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                                                                     Circular nº 6 . Año IV

                                                                     Llubí, 1º de  Junio de 1.998

 

 

 

                    TÚ ERES EL CAMINO

La vida pulsa y se mueve siempre hacia el polo contrario. Si haces un esfuerzo, tendrás que descansar para volver a repetir el gesto. Pero, hay una atención que va más allá de la vida: es la atención trascendental. En ella no hay pulso ni esfuerzo, ella es espontánea.

Veamos una historia:

          Hay una vieja costumbre Zen, de que un monje esté con su Maestro durante diez años, antes de salir para predicar sus enseñanzas propias.

          La historia es sobre un monje que había completado sus diez años en el monasterio. Un día lluvioso, el monje fue a visitar a su Maestro. Después de saludarlo, el Maestro le dijo: "Veo que has dejado tus zapatos en el vestíbulo. ¿De qué lado de su paraguas los dejaste?

                    El discípulo dudó por algunos momentos y comprendió, a través de esa duda, que no había estado en el Zen ni un sólo minuto.

La historia es difícil de ser entendida. No es una cuestión dejar los zapatos a la derecha o la izquierda. Esto no es lo importante de la historia. Lo parece, pero no lo es. Lo más importante es: que cuando el Maestro preguntó, el discípulo dudó. Esta es la cuestión verdadera. Y en ese momento de duda, él no sabía que dudaba. Si hubiera estado consciente, podría haber salvado la pregunta. Pero, exactamente, en aquél momento, perdió la atención.

No se puede engañar a un Maestro. Si fueras a verlo podrías recordar muy bien dónde dejaste los zapatos. No es difícil. Puedes responder. Pero aún así no saldrás bien librado. Porque esto no es más que una prueba, un truco.

El Maestro estaba distrayendo la mente sólo para ver lo que estaba pasando dentro del monje. El discípulo comenzó a pensar y perdió su atención. No podía ser enviado a enseñar a otros, pues no estaba preparado. Y, si alguien no es consciente, ¿cómo puede enseñar a otros? Todo lo que enseñara sería falso.

Hay muchos que enseñan y que no son conscientes de sí mismos. Pueden ser buenos profesores, eficientes, creativos, pero eso no es lo importante.

La consciencia es algo como una enfermedad contagiosa. Cuando un Maestro está consciente, despierto, tú eres contagiado por esa consciencia. A veces, nada más estar a su lado, te hace consciente, como si las nubes se apartasen y pudieses ver el cielo.

Aún sin esfuerzo por tu parte, solamente estar cerca del Maestro que es una fuente de consciencia silenciosa, él te toca ....... y las puertas cerradas se abren. Es como si en una noche oscura surgiese, de repente, una luz, y pudieses verlo todo. Habrás conocido algo que anteriormente era desconocido para ti. Y a partir de ese momento, ese conocimiento formará parte de tu ser.

Nacerá entonces un deseo, una ambición nueva: hacer que eso sea permanente. Aunque sea por un instante, porque ha sido un momento de gracia, felicidad y alegría.

Pero si quién te enseña no estuviera consciente de sí mismo te puede enseñar sobre la consciencia, pero no la consciencia. Y enseñar respecto a ella es i

Por eso, antes de que el discípulo saliese, el Maestro necesita ver dentro de él, y este es un fenómeno diferente. En el mundo de la educación, el estudiante tiene que ser examinado, pero es siempre su memoria la que es examinada, nunca él mismo.

Este Maestro no examinaba la memoria del discípulo. No preguntaba dónde había dejado sus zapatos, si a la derecha o a la izquierda. No quería una memoria perfecta, pues el hecho de haberse despojado del calzado ya había pasado. Estaba mirando dentro del ser del discípulo, exactamente en aquél momento. No examinaba la memoria.

El pasado no interesa. Lo que importa es el presente. Y, en este caso, toda la consciencia estaba anulada, pues se había perdido en los pensamientos, había perdido su estado meditativo. La duda, el pensamiento, el esfuerzo, quedar en las nubes, es lo que hace que el Maestro vea que no estás aquí y ahora.

Entonces no tendrá permiso para enseñar. ¿Qué enseñaría? Lo que no se ha aprendido no puede enseñarse. Puedes fingir y eso es peligroso. Si finges que estás consciente y no lo estás, esa mentirá será contagiosa. Un falso Maestro crea falsos discípulos y así las ondas de la falsedad se van esparciendo. El mayor pecado que se puede cometer es fingir que se está consciente. Incluso, matar a alguien, no es un pecado tan grave, porque no se puede matar realmente, no se destruye más que el cuerpo y el alma se mueve hacia cualquier otro organismo . . . Destruir es como un juego para que pueda comenzar otro nuevo . .

Pero, si finges estar consciente y no lo estuvieres, si finges ser un Maestro y no lo eres, estarás causando un daño inmenso, infinito, hasta tal punto que ningún pecado puede ser comparado a este. Otras personas pueden estar afectadas por este fingimiento. Y tú comenzarás a ser un experto en fingir y las mentiras se irán esparciendo. Es como si arrojases una piedra a un lago en calma y las onda comenzaran a extenderse por la superficie. Una onda crea la siguiente, la una empuja a la otra y así en adelante, hasta los márgenes del lago.

Y el lago de la consciencia no tiene límites. Cuando una onda es creada, se esparce para siempre, hasta el infinito. Tú ya no estarás más aquí, pero tu fingimiento, la falsedad, continuará esparciéndose. Y muchos seres estarán implicados por ella.

Un falso Maestro es el mayor pecador que pueda haber en el mundo. Por eso, este Maestro no permitía que nadie saliese del convento para enseñar a no ser que fuese una persona iluminada. En este caso, la propia luz que brilla en su interior ayudará a los otros a iluminarse a su vez. El propio fuego que arde en su interno calentará a los otros. La vida que despertó en él, hará que los otros salgan de la oscuridad.

Pero, recuerda: el estado de atención o de consciencia, sólo puede ser algo continuo cuando no hay más esfuerzos. En el principio, ha de haber algo de voluntad, caso contrario ¿cómo iríamos a comenzar? Se intenta estar atengo, buscaremos mil maneras de estar consciente, pero el esfuerzo creará tensión. Y cuanto mayor sea el esfuerzo, más potente será la tensión. Habrá pequeños vislumbres, pero a causa de la tensión perderemos el éxtasis. Entretanto, tendremos que pasar por ese estado de esfuerzo.

Una cosa veremos más tarde o temprano: siempre que hagamos un esfuerzo, la consciencia vendrá, pero será una consciencia torturada. Será como una pesadilla, como si tuviéramos una piedra en la cabeza. No será una alegría, ni una danza, no será algo ligero. Y aún cuando nos estemos esforzando de repente, algunas veces quedaremos conscientes, pero será en el espacio que dejemos paso al descanso. Y esa consciencia será luminosa, alegre.

Pero esto sólo sucede a aquellos que se esfuerzan. Y tú, cuando descansas del esfuerzo, tendrás como un rayo de luz y percibirás que, a través del esfuerzo no podrás alcanzar a Dios, que esto sólo es posible a través del no-esfuerzo.

Esto le ocurre a las personas que meditan. Dicen que cuando meditan nada les ocurre. Pero, de repente, en cualquier momento del día, alguna cosa comienza a suceder, es algo muy especial, y ellas no están haciendo nada para ello.

Es así: muchas veces recordamos que olvidamos el nombre de alguna persona, y decimos que lo tenemos en la punta de la lengua. Nos esforzamos, intentamos de todas las maneras traerlo a la consciencia, y no viene. Cuanto mayor era el esfuerzo, más inútil su resultado. Y siempre hemos sabido el nombre de esta persona. Tiene que estar en algún rincón oscuro de la memoria, pero surgió una barrera, algún bloqueo y el nombre no viene. El esfuerzo llega a ser tan inútil que desistimos. Comenzamos a leer cualquier libro o revista, a dar un paseo y, de repente, el nombre salta a la memoria, el amigo está ahí y hasta podemos visualizar su rostro.

¿Qué es lo que ha pasado? Mientras hacíamos el esfuerzo estábamos tan tensos que esta tensión acabó transformándose en un bloqueo, la atención estrechó el paso. El nombre quería venir, la memoria estaba golpeando en la puerta, pero la tensión la cerró. Es por eso que nos parecía que el nombre estaba en la punta de la lengua, ¡y lo estaba!.

Pero, por estar tenso, preocupado, ansioso por recordar el nombre, todas estas cosas formaron una puerta cerrada. Cuando la mente está ansiosa funciona como la tranca de un portal.

Todo lo que es bello y verdadero sólo sucede cuando no estamos ansiosos para que nos ocurra. Todo lo que es bueno sólo acontece cuando no lo estamos esperando, cuando no estamos exigiendo. Ahí la mente no tiene ningún bloqueo. Es por eso que muchas cosas vienen cuando ya las hemos olvidado.

El esfuerzo es necesario. Al principio es una necesidad; es inútil, pero necesario. Poco a poco vamos comprendiendo su futilidad.

Cuando tenemos una luz, chispazos repentinos, y sentimos que no estamos haciendo nada porque suceda y que estas luces están siendo derramadas sobre nosotros como un don del cielo, entonces podemos dejar de esforzarnos. Y deteniendo este empuje, vendrás cada vez más dádivas.

Los Iniciados siempre creyeron que la Iluminación no es nada que se pueda conseguir, adquirir. Es una gracia, es un regalo. Es dada por Dios y tú no puedes arrancarla de Sus manos.

Es muy difícil para nosotros entender esto. Estamos acostumbrados a arrancar las cosas de la Naturaleza. Todos los secretos que nuestra ciencia conoce no fueron dados, fueron arrebatados. Hemos forzado violentamente a la Naturaleza y abierto la puerta de sus misterios.

Esa es la manera que llamamos de éxito en las cosas materiales y pensamos que lo mismo podemos hacer con los secretos de Dios. No lo podemos hacer, es imposible. No podemos atacar el cielo, ni invadirlo con armas de fuego. No podemos forzar lo divino y abrir su corazón, porque siempre que estuvieres forzando, lo encontrarás cerrado; este es el problema. Forzando, estará siempre cerrado. Y cuando tú estás cerrado, nada divino se te puede revelar.

Cuando no hay esfuerzos y vagas como una nube, sin querer llegar a ningún lugar . . . . . Cuando no hay metas, no hay esfuerzo. Cuando no quieres nada, no hay tensión. Cuando te sientes feliz como estás, cuando te sientes feliz con el mundo, cuando aceptas las cosas tal como ellas son, sin querer cambiar nada, de repente eres transportado a una dimensión diferente de ser. Te das cuenta de que las puertas estuvieron siempre abiertas, que nunca se cerraron. ¡Ellas no pueden cerrarse! El misterio divino siempre estuvo a tu lado. Nunca estuvo lejos porque tú formas parte de él. Donde quiera que vayas el misterio se mueve junto contigo.

No es una cuestión de buscar o procurar. Es una cuestión de permanecer en silencio y estar abierto. Cuando lo buscas, lo pierdes. Porque quién busca es siempre violento, las cosas no vienen hacia ti, porque la mente que busca está demasiado preocupada. No está disponible. No está en el aquí y en el ahora. Está siempre en algún lugar futuro: cuando el descubrimiento sea hecho, cuando completes tus trabajos de investigación, cuando tanto buscar llegue a su fin, estarás siempre en algún lugar del final, pero jamás aquí. Y Dios está aquí, y por eso nunca lo encuentras. Quien busca nunca llega.

Pero eso no significa que no debas buscar. Al principio tendrás que hacerlo, no hay otra manera. Y por esforzarte tanto comprenderás que sólo acontece cuando la mente alcanza un estado de no-buscar.

A veces alcanzas esto durante un reposo. A veces desciende sobre ti durante el sueño. A veces está presente cuando andas por las calles.. A veces, contemplando la salida del sol o admirando la luna reflejando su luz sobre las aguas del mar en una fría noche, o admirando una flor abriendo sus pétalos, siempre que seamos una atención pasiva, sólo mirando . . . . . Porque no hay necesidad de hacer nada. Cuando una flor se abre tú no necesitas hacer nada.

Hay tontos que intentan ayudar y destruyen toda la belleza de la flor; ella jamás se abrirá realmente. Aunque sea forzada a abrirse, será una flor cerrada, forzada. Cualquier cosa forzada no florece nunca.

Tú no necesitas ayudar al Sol para que amanezca. Y hay personas que piensan que su ayuda es necesaria. Hay personas que causan grandes daños, inmensos, pues hayan que el auxilio de ellas es necesario en todas partes.

En la vida real, donde quiera que haya una realidad, no hay necesidad de ayuda de nadie. Pero es difícil resistir a la tentación, porque cuando tú ayudas, piensas que estás haciendo alguna cosa. Y cuando haces algo creas un ego. Y cuando no haces nada, el ego no tiene razón para existir. El ego desaparece en el momento de no-hacer.

Mirando el nacimiento del sol, mirando una flor que se abre, mirando la luz reflejada en un lago frío, sin hacer cosa alguna, de repente esto desciende sobre ti: descubres que la rueda de la existencia está repleta de cosas divinas, que tu propia respiración es divina.

Con el esfuerzo, alcanza el no-esfuerzo. Con la busca, alcanza el estado de no-busca. Con la mente, llega a la no-mente.

Existen dos tipos de personas. Si yo digo a las personas de un tipo: "Haz un esfuerzo", ellas lo hacen y no se permiten el no-esfuerzo. Si digo al otro tipo: "Sólo ocurre a través del no-esfuerzo", ellas dejan de esforzarse. Pero ambas están equivocadas, se desviaron del camino.

Este es el ritmo de la vida: haz esfuerzos para llegar al no-esfuerzo. Tensiónate al máximo, para que también pueda llegar los momentos de consciencia no-tensa. Corre cuanto te sea posible, para que cuando te sientes, lo hagas realmente. Llega al cansancio total, para que puedas reposar de verdad.

Podrás reposar sin relajarte interiormente. Puedes estar acostado y continuar con tu agitación interna. Puedes descansar pero no reposar. Puedes sentarte en posición de yoga y por dentro la criatura correr, la mente funcionando y trabajando. Por dentro, puedes hasta enloquecer y, por fuera, sentarte en postura de yoga. Puedes estar totalmente estático, sin movimiento, sin actividad, y por dentro la ebullición continuando. Eso no adelanta.

El Maestro está mirando dentro del discípulo. ¿Había trascendido el esfuerzo? ¿Llegó al no-esfuerzo? ¿Su consciencia es ahora espontánea, natural? ¿No hay más confusión? ¿Es claro como un cielo azul? Entonces puede ser un Maestro, tiene permiso para enseñar a otros.

Recuerda eso siempre que estés tentado para enseñar a alguien. Y si quieres decir alguna cosa a otra persona, di siempre que estás hablando sobre: sobre Dios, sobre consciencia. Y haz lo posible para que el otro se dé cuenta que no has alcanzado nada, sino que has oído decir. Tú oistes decir cosas tan bellas que te gustaría compartirlas, pero no has alcanzado nada por ti mismo. Así, puedes auxiliar sin envenenar al otro.

Recuerda siempre: si no sabes, no digas que sabes. No finjas nunca, ni aún negativamente. Puedas quedar simplemente en silencio y no decir que aún nos has alcanzado lo divino. Esto tampoco es bueno, porque por tu silencio el otro puede pensar que sabes. Deja claro que no sabes, pero que conoces a personas que sí saben.

Pueden haber dos tipos de lecturas. Una puede significar memoria y la otra aquello que se oye decir. La primera literatura es la de los que conocieron por sí mismos. En ella relataron sus propias experiencias. La segunda es del tipo de literatura que escriben los que tuvieron la suerte de estar próximos a los que conocieron: son los que oyeron decir.

Recuerda siempre esto: si oyes decir, di que es algo que escuchaste. Y eso es hermoso porque sólo por oír, esto puede ser un tesoro para ti. Sólo escuchando, tu corazón fue tocado y tienes la voluntad de compartir ese sentimiento con alguien. Pero, que sea sólo por amistad, porque por ello tú no eres un Maestro. Que sea como un gesto de amor, que compartes esa felicidad, sin estar compartiendo la consciencia.

A menos que tú alcances tu propia realidad, que esa realidad sea tuya, no intentes guiar a nadie. Esto sería violencia.

Ese discípulo que estaba ante tu Maestro, dio un paso equivocado desde el comienzo, porque si hubiese estado preparado, ya hubiera sido llamado. No le cabía a él tomar la decisión: "Completé los diez años, ya puedo salir para enseñar". Esto en sí ya es un error, pues el Maestro puede observarte mejor que tú mismo. Porque él es como una sombra, observando constantemente lo que te sucede, percibas o no su presencia.

Siempre que el discípulo está preparado es llamado por el Maestro. El alumno no necesita avisar y si lo hiciera, eso significaría que no está pronto, que su ego está presente.

Ese discípulo quiso ser un Maestro. Todo discípulo quiere serlo y el propio querer es la barrera. ¿De qué sirve vivir con un Maestro, si no puedes olvidar el tiempo que estás aprendiendo sus enseñanzas? ¿Por qué tantas prisas?

El discípulo esperaba y calculaba. La lógica era su presente, así como su actitud fija en relación a las cosas. No todos los discípulos están preparados en un plazo determinado y muchos, ni en toda su vida. Algunos pueden estar preparados en diez segundos, porque la iluminación no es algo mecánico, sino que depende de la cualidad, de la intensidad, de la consciencia de cada uno. Cuando un alumno está abierto no hay barreras, cuando existe la entrega basta un único momento. Todo puede suceder de una manera intemporal.

Pero si estás calculando, si estás pensando: "¿Cuándo ocurrirá? Ya he esperando suficiente tiempo. Siempre esperando ..... sin que ocurra nada ...." Si por dentro estamos calculando, desperdiciamos el tiempo. Y un discípulo tiene que abandonar la noción del tiempo, porque este pertenece al ego y el tiempo a la mente. La meditación es intemporal.

Son Maestros son personas difíciles. Son directos, penetrantes, embarazosos, a veces sarcásticos y a veces parecen crueles. ¿Qué clase de persona es un Maestro que te pregunta si has dejado tus zapatos a la derecha o a la izquierda?

No es una pregunta metafísica. Es algo trivial, profano, preguntar sobre zapatos. Podía haber preguntado algo sobre Dios, sobre el cielo o el infierno. Porque un discípulo está lleno, abarrotado, de respuestas para esto, porque para responder había estudiado diez años. Conocía las escrituras, los dogmas, la teología, y podía responder a cualquier pregunta.

Recuerda: si estás ante un hombre de consciencia, él nunca te preguntará por aquello que puedas responder. La respuesta no es una cuestión de saber sino la de responder con todo el ser.

Este Maestro hizo una pregunta que no podía ser contestada porque tú no estás preparado para responder. Las preguntas de un Maestro son absolutamente imprevisibles. El discípulo dudó y la duda fue la respuesta. La duda lo dice todo sobre el preguntado, sobre su inconsciencia. No respondió de una manera total, sino que se tornó mental, confuso, dudoso y sorprendido.

Dicen que un filósofo le hizo una pregunta a un Maestro. "¿Cuál es el camino?"  El Maestro miró hacia el horizonte, a las lejanas montañas y respondió: "Las montañas son bellas".

¡Qué absurdo! El filósofo frustrado se retiró inmediatamente. Y el Maestro lanzó una carcajada.. Un discípulo le dijo: "Maestro, ese hombre tiene que haber pensado que estabas loco".  Y el Maestro contestó: "Ciertamente, uno de los dos está completamente loco. O él enloqueció, porque es imposible preguntar sobre el camino, sino que es preciso caminarlo, pues a medida que vas por él le va siendo descubierto y por eso no se puede decir dónde está".

El camino va siendo creado con nuestro andar. No está esperando por nadie. El comienza en el momento que se inicia el viaje. Sale de ti, como el hilo que teje una araña. Nace a través de ti. Tú lo creas y caminas sobre él. Y cuánto más caminas, más lo creas.

Y recuerda: el camino desaparece contigo y por eso nadie más puede viajar por él. No se puede prestar. Por eso responde el Maestro: "Sólo los tontos hacen preguntas así. ¿Cuál es el camino? ¡Tú eres el camino!

Entonces el discípulo preguntó: "Eso lo he entendido, pero ¿por qué habló sobre las montañas?"

El Maestro dijo: "Un Maestro tiene que hablar sobre las montañas, pues a menos que las cruces no encontrarás ningún camino. El camino está más allá de las montañas y ellas son tan bellas que nadie quiere cruzarlas. Son tan encantadoras que todos se pierden en ellas y el camino está más allá."

Un Maestro reacciona. Alcanza tu necesidad real. No se preocupa con las preguntas que pueden ser relevantes o no, tú eres la única cosa importante. Y él mira dentro de ti. Te alcanza. Pero los intelectuales nunca entienden ese tipo de respuesta.

El término Mente Divina debe haber surgido porque, a través de los tiempos, las personas quedaron perplejas por la analogía entre la mente del hombre y su función organizadora, y el orden encontrado en la Naturaleza. El arte, en particular, muestra la simetría y el diseño tan abundante en las formas naturales. Los matemáticos también se enfrentaron al dilema de cómo es que las operaciones cerebrales frecuentemente describen correctamente el orden básico del Universo que perciben. A mediados de este siglo, un matemático llamado Riemann, inventó un sistema, que consiste básicamente en describir aspectos de la Teoría de la Relatividad, adaptándose a descubrimientos sobre la Naturaleza. Se preguntaba si la mente es una expresión de un principio ordenador fundamental, es decir, si las operaciones mentales reflejan el orden básico del Universo. Defendió la posibilidad de que "realmente, conforme proclama las grandes tradiciones religiosas, una unidad caracteriza esta mente y con ella, conjuntamente, el orden universal". Llega al punto de sugerir que "tal vez las propiedades más fundamentales del universo sea, por tanto, mentales y no materiales". Esta sugestión recuerda las ideas de Sir James Jeans sobre el universo como la idea de un pensador matemático, que se expresa a través de nuestras mentes, así como a través del mundo natural. Otro pensador, se preguntaba si el artista copia la simetría de la Naturaleza o si la simetría producida en el arte se origina en la misma fuente que lo hace la Naturaleza. Concluyó que la simetría en el arte no es necesariamente copiada de lo natural, sino que resulta de las cualidades que se desprende de la mente del artista. Las leyes de la armonía, encontradas en la Naturaleza, también aparecen en la mente del hombre: ambas emergen de una fuente común.

Las Escuelas secretas defienden la posición de que, tanto el hombre como el Universo, son productos de un principio creador, inmaterial. Declara que la Mente Divina es una manifestación del polo interno y subyacente del ser. De la misma manera que en nuestro interior experimentamos nuestros pensamientos y objetivos, así la Mente Divina es el Sujeto que experimenta simultáneamente la existencia total del Universo en el tiempo. Así, cuando sentimos "yo soy yo", esa consciencia especial de nosotros mismos como individuos es una experiencia de un aspecto de cognición universal o Mente Divina.

Desgraciadamente, este sentimiento básico del yo, con demasiada frecuencia asume la forma de egoísmo, y proyecta un velo entre nuestra percepción y la Mente Divina. Diferente de la auto-consciencia pura que se irradia y que está vinculada con esta Mente, tenemos una tendencia al aislamiento auto-defensivo, con la necesidad de apoyarnos en nosotros mismos, formándonos como egos separados. Sentimos que esa identidad separada es preciosa, una necesidad básica. Esto es una perversión del Pensamiento: "Egoísmo oscuro en el plano inferior". Nos encerramos en la prisión del egoísmo, del desorden, y perdemos la visión de nuestros aspectos más profundos.

Esta segunda parte más literaria en relación con la primera más sencilla de la historia de los Maestros, pienso sirva para aclarar los dos tipos de mentalidades que nos gobiernan: aquella que piensa en sí misma como objetivo acaparador y ganancioso y la otra, que aún pensando en sí misma, está llena de compasión y abarca al resto de mentes que se les acerca pidiendo ayuda. Pero señalo con tristeza el abismo que las separa: la incomprensión y la diferencia de lenguajes. Son dos mundos que coexisten, pero hay uno que ignora al otro y el segundo que los abarca constantemente a pesar de ser ignorado.

 

      

 

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