ALCORAC

SALVADOR NAVARRO  

 

  

Dirigida a la Escuela de:

Mallorca

Las Palmas

                                                                                  

Circular nº 1 , año XII

Bunyola, 1º de Enero de 2.006.

VIDA DE SAN PABLO.-

Antes de que terminara el invierno mandaría Pablo una carta por medio de su fiel díácono Febe, que tenía el viaje preparado hacia la capital del Imperio. Sería una especie de presentación a la Iglesia de Roma.

Sería más, mucho más que eso.

Pablo veía aproximarse el final de su predicación y pensaba dejar por escrito una especie de tratado espiritual, exponiendo su pensamiento sobre el misterio de la Redención, procurando conciliar en el Cristo el paganismo y el judaísmo.

En ese tiempo, a lo que parece, ninguno de los apóstoles era personalmente conocido en Roma.

En la rueda de sus amigos íntimos, comenzó a elaborar un verdadero tratado teológico sobre la nueva situación del mundo creado por Jesús el Cristo. El esclavo cristiano Tercio tuvo el honor de servir de secretario o amanuense, de ese documento, honor que no deja de anotar por cuenta propia al final de la carta.

En la Epístola a los Romanos, encontró Martín Lutero su teoría de “justificación por la fé”.

El apóstol hace ver que el hombre fuera de Dios por las obras y los rituales, solamente puede estar en Dios por la fé.

Siendo que todas las Epístolas de Pablo de Tarso fueron escritas en lengua griega, la palabra fé (fides  en latín) aparece como “pistis”, cuyo verbo es “pisteuein”. Desgraciadamente, no existe en latín un verbo derivado del substantivo “fides” y así, los traductores latinos se vieron obligados a recurrir a un verbo de otro radical para designar el acto de “tener fe”. Es verbo latino es “credere”, que en español se tradujo como “creer”.

Pero el sentido de “creer” no coincide con el de “tener fe”. “Creer” designa algo vago, incierto, nebuloso, mientras que tener fe, “fides”, es tener fidelidad, estar armonizado, sintonizado. Pisteuein, tener fe, designa un estado de alta fidelidad o armonización entre el alma humana y el Espíritu de Dios – que es la idea de la Unidad.

En este sentido,  es exacta la expresión “el justo vive de la fe”, pero no en el sentido de “creer”.

“Quien crea será salvo, quien no crea será condenado”,  esto es absurdo, si traducimos pisteuein por “creer”, como es de costumbre; pero es razonable si decimos “quien tiene fe”, o fidelidad, porque lo cabal es la salvación.

Además, la palabra griega dikaiosyne, en latín justitia no coincide con nuestra palabra justicia, ni la palabra justificatio equivale a “justificación”, que, en nuestra lengua, representa un proceso meramente legal o social. Justificatio es el acto de establecer una actitud de ajustar o correcto ajustamiento entre el hombre y Dios.

El equívoco sobre “tener fe” y “creer”, la confusión entre “justificación” y “ajustamiento”, originó una verdadera tragedia espiritual a través de los siglos. Aquí se verifica una vez más que “la letra mata pero el espíritu da vida”; la traducción literal mató el sentido espiritual.

Pablo de Tarso ha sido acusado de haber introducido en el cristianismo la idea de “pecado original”, de la cual nada consta en el Evangelio del Cristo. Mientras tanto, las palabras “por un solo hombre entró el pecado en el mundo”, pueden ser interpretada de otro modo, como nos ha recordado Teilhard de Chardín. El “ego adámico” renace en todo hombre: es un regalo de nacimiento; mientras que el “Yo crístico” es una conquista de la consciencia espiritual. El pecado de nuestro origen es ese ego: cada uno de nosotros, al nacer es “cristificable”, pero todavía no es “cristificado”. La cristificación real es el despertar de la consciencia crística, que no es hecha por un bautismo material, sino por el bautismo (inmersión) espiritual.. “Yo soy quien os bautiza con agua, pero después de mí vendrá alguien que os bautizará en el fuego del Espíritu Santo”.

Este bautismo o inmersión en el fuego del Cristo sucedió a 120 personas en la gloriosa mañana de los primeros días de Pentecostés, como refiere Lucas en los Hechos de los Apóstoles.

En el lenguaje de hoy diríamos: el hombre no se redime por las obras de su ego humano, pero sí por el ajustamiento de su Yo divino. No hay redención del ego, sino un ego – perdición. . Hay, todavía, el YO – redención, la auto – redención, supuesto de por ese Yo, entendido como el Cristo. Si es verdad que “el Padre está en vosotros” el “Cristo está en vosotros”, entonces ese Padre o Cristo redime al hombre que llegue a conscienciar la presencia de Él.

Hoy, a esa auto – redención, la llamamos auto – realización.

La Epístola de San Pablo a los Romanos puede ser considerada como un profundo tratado de auto – realización por la consciencia de Dios en el hombre.

En medio de ese gran tratado de unidad, Pablo intercaló una digresión en el Capítulo 7, sobre su persona, una especie de confesión o auto - acusación que nos recuerda “Las Confesiones” de San Agustín.

No ha faltado quien adivinase en ese desahogo el doloroso eco de una caída moral del apóstol Pablo, un período de desvaríos, como el del ardiente africano convertido en Milán.

No parece justificada esta hipótesis. Aunque en el ambiente pagano de Tarso saturado de sensualidad no faltara al joven hebreo ocasiones para desórdenes morales y, aunque no queramos eximir al discípulo de Gamaliel de todos los desórdenes de la juventud irreflexiva, nada nos autoriza a hacer de su juventud una “caso de sensacionalismo” y admitir una ruina catastrófica en la vida religiosa y moral del joven doctor de la ley. Lo que él dice de sí mismo, en el citado capítulo es, antes una personificación de que, por ejemplo, experimenta todo hombre normal: el conflicto entre materia y espíritu, la tendencia ascencional del alma y la depresión sensual del cuerpo, el heliotropismo de nuestro Yo Superior y la pesada inercia de nuestro ego inferior. Pablo y todo hombre pensante sabe que, para la definitiva quietud de nuestro Ser espiritual, para nuestra redención, no basta la filosofía intelectual que ve en la plenitud del conocer la panacea de todos los males y el elixir de la beatitud.

“¿Qué me vale entender? ¿Qué adelante contemplar nítidamente el camino a seguir, si me faltan las fuerzas para levantarme de mi fragilidad, para mantenerme en pie, para andar de hecho este camino? ¿Podrá ese entender infundirme la energía suficiente para levantarme de mis miserias?”

En la dolorosa consciencia de su flaqueza, repite Pablo las palabras de Epícteto: “No hago el bien que quiero, pero sí el mal que no deseo”.

Y prosigue: “No comprendo mi modo de actuar, pues no hago aquello que quiero, el bien; pero, sí, aquello que aborrezco, el mal. Ahora, si hago lo que no quiero, ya no soy yo quien actúa, sino el pecado que en mí habita. Pues sé que en mí, esto es, en mi carne no habita lo que es bueno. Está en mí el “querer” el bien, pero no el “hacerlo”. En efecto, no hago el bien que quiero, sino el mal que no quiero. Ahora, si hago lo que no quiero, ya no soy yo quien actúa y sí el pecado que en mí habita. Encuentro, pues, esta ley: cuando quiero hacer el bien me siento más inclinado al mal. Según el hombre interior encuentro satisfacción en la ley de Dios; pero percibo en sus miembros otra ley que se opone a la ley de mi espíritu y me trae cautivo bajo la ley del pecado, que reina en mis miembros”.

Es indispensable que venga una nueva energía que restituya fuerzas al alma debilitada por el pecado. “¡Infeliz de mí, quién me librará de este cuerpo de muerte!”.

Y, como un eco redentor de las regiones de la divinidad, viene la respuesta consoladora: “La gracia de Dios, por Jesús el Cristo, nuestro Señor” . . .

Es el conflicto entre el ego humano y el Yo divino en el hombre.

Seguidamente, canta Pablo las maravillas de la vida según el Espíritu:

“Así, ya no se encuentra nada de condenable en aquellos que están en Cristo – Jesús y no viven según la carne, porque la ley del espíritu, que da la vida en Jesús el Cristo, te libera de la ley del pecado y la muerte. Los que viven según la carne apetecen lo que es carnal; los que viven según el espíritu apetecen lo que es espiritual: Lo que la carne apetece es muerte, lo que el espíritu apetece es vida y paz. Pues, el apetito de la carne es enemigo de Dios; no se sujeta a la ley de Dios, ni lo puede. Los que andan en el sabor de la carne no puede agradar a Dios. Vosotros, sin embargo, no andáis según la carne ni según el espíritu  -  si es que el espíritu del Cristo habita en vosotros. Pero quien no posee el espíritu del Cristo no pertenece a él. Pero, si el espíritu del Cristo reina en vosotros, muera sin embargo el cuerpo, como consecuencia del pecado, pero el espíritu vive, gracias a la justicia. Si el espíritu habita en vosotros, el de aquél que resucitó de entre los muertos, Cristo Jesús, ha de vivificar también vuestro cuerpo mortal, por medio de Su espíritu, que entre vosotros habita”.

Y repleto de alegría por ser hijo de Dios, por la gracia y el amor del Cristo, prosigue:

“¿Quién me separará del amor del Cristo? ¿La tribulación? ¿La angustia? ¿El hambre? ¿La desnudez? ¿El peligro? ¿La persecución? ¿La espada? Pero de todo esto somos soberanos vencedores por la virtud de aquél que nos amó. Estoy cierto de que ni la muerte ni la vida, ni ángeles, ni potestades, ni cosas presentes ni futuras, ni potencias, ni lo que hay en las alturas o en las profundidades, ni criatura alguna será capaz de separarnos del amor de Dios, que está en el Cristo nuestro Señor”. (Romanos 8: 35 – 39).

Después de esta larga y profunda exposición espiritual desarrolla Pablo la parte ética de su Epístola, esto es, la actitud práctica del hombre regenerado frente a Dios y de su prójimo, sea este igual, superior o inferior.

La ética de Pablo es esencialmente teocéntrica, cristocéntrica, como la gran verdad metafísica sobre la filiación adoptiva del hombre, realizada por la gracia. “Sé lo que es”. En esta fórmula breve se sintetiza toda la ética de Pablo. Una vez que es hijo de Dios, vive también como hijo de Dios. Si vives como hijo del Padre celestial, vivirás como hermano de todos los hombres y sabrás cómo tratar a tus semejantes, que también son hijos de Dios. ¡Sé lo que eres!  ¡Vive tu realidad!

No es de las cosas, que en último análisis, depende el valor de nuestros actos, sino de nuestra consciencia. La consciencia bien orientada, es la voz de Dios dentro del hombre, es el eco humano de los imperativos divinos. Y por eso es la consciencia el último árbitro en los litigios sobre lo que es lícito o no lo es; y de su sentencia bien orientada no hay apelación para un tribunal superior; ella es la suprema instancia en todas las dudas y controversias sobre el bien y el mal.

La postergación de esta norma, tan simple y sensata, ha llevado a la humanidad y al cristianismo a innumerables calamidades, habiendo reducido el valor espiritual de millones de almas a un infierno de tormentos, que no es raro terminen en un hospital o en el manicomio, entre psicópatas o en el cementerio. Y, a veces, en el escepticismo universal o en el apartamiento de todos los ejercicios religiosos.

Continuará en la Circular de Febrero de 2006.

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 LA SABIDURÍA ANTIGUA.-

El término Atma es usado para explicar el Atman, el Yo esencial, cuando se proyecta hacia fuera, para el mundo manifestado. Aunque Atman sea el substrato de todo lo que existe, incluido todos los niveles y planos en nosotros. Atma puede ser considerado un principio del hombre y un nivel de la consciencia humana. Nosotros lo experimentamos como el propio sentido del Yo, el amago de nuestro ser, el centro puro de percepción desnudo de todo condicionamiento, de todo color. Es el principio trascendente dentro de nosotros que forma el verdadero corazón y médula de nuestro Ser.

Además, el Atma es señalado como la voluntad espiritual. Es nuestra localización individual de la vida del Uno nuestro punto en el campo universal ilimitado. Como tal, Atma es un foco de poder divino, la energía creadora que genera toda manifestación. Puede describirse tal como una metáfora de la electricidad.

“Atma es como si fuese la toma de corriente, empalmando el conjunto de vehículos pertenecientes a un alma particular, la Casa de la Fuerza, por medio de la cual la energía que necesita el alma para diferentes fines, puede ser obtenida”.

La voluntad espiritual se caracteriza por el poder y fuerza que remueve obstáculos. Una persona en la cual ella está activa, es autodeterminada y dirige su vida a partir del interior, no siendo afectada por caprichos y objetivos secundarios. Tal persona vive por ideales que orientan y los transmiten en expresión física. Albert Schweitzer es un ejemplo. Abandonó una brillante carrera en la música a cambio de ser médico, para servir a los menos afortunados en África. Su vida fue perseverante, inclinada totalmente, con devoción, al ideal de la inofensividad.

El deseo puede ser considerado como un reflejo de la voluntad espiritual en el nivel emocional y muestra algunas cualidades de la voluntad espiritual. Así y todo, frecuentemente, el deseo es egoísta y centrado en sí mismo, en vez de procurar el bien general, como lo hace la voluntad espiritual.  Atma es la fuerza propulsora subyacente a todos nuestros vehículos, aunque raramente experimentemos su poder en su propio nivel, en forma pura. Aún así, él no está distante ni inalcanzable siendo, al contrario, la propia base de nuestro ser en todos los niveles.

Cada uno de nuestros vehículos tiene vida propia, su cualidad especial. Cada uno, además de físico, está compuesto por un grupo único de materia suprafísica. No obstante, todos esos campos están interligados y operan como un todo. La filosofía del yoga lo describe como chakras o “ruedas” de energías, por medio de las cuales pasan influencias de un nivel o campo para otro. Existen en el cuerpo siete de esos centros localizados desde la base de la espina dorsal hasta el centro de la cabeza. Hay clarividentes que relatan que cada uno de esos centros está caracterizado  por una geometría dinámica y colores radiantes que giran a través del chakra. Influencian las glándulas y el sistema nervioso, que los influencian a su vez, y ellos los conectan a nivel físico, etérico y emocional. Los chakras también canalizan energías entre los niveles más elevados y el físico. La meditación y el yoga activan esos centros, de manera que es incrementado el intercambio entre lo espiritual y lo físico.

Realmente somos seres complejos, incorporando muchos tipos de energía universal, verdaderos microcosmos. Existes dimensiones más sutiles en nuestra naturaleza que, en la mejor de la hipótesis, apenas vislumbramos. Están dentro de nosotros contrastes opuestos y una rica variedad de ellos. Pero, al mismo tiempo, cada uno es una persona total y no un conjunto de vehículos unidos de forma aleatoria. Integramos muchos trazos interiormente, y como Atman, el Yo, nos expresamos por medio de cada uno de ellos. A medida que nos identificamos cada vez más con el Yo interno y aflojamos el control del ego sobre nosotros, comenzamos a controlar nuestros diferentes vehículos, dirigiéndolos hacia nuestros reales objetivos espirituales. En la medida en que contactamos capas menos familiares en nuestro ser interno, suplimos nuestra falta de expresión y vivimos más plenamente. Así comenzamos a despertar el gigante dormido que reside en nuestro interior y llamamos a la actividad los inmensos poderes de nuestra naturaleza interna.

Toda la vida se mueve, modifica, desarrolla, incluso en nuestro propio ser interno. En este mundo dinámico, gobernado por el principio universal del movimiento, donde nada permanece inalterable, nosotros también necesitamos ser flexibles, acompañando al flujo de la corriente de la vida. La vida no nos dejará paralizados. Con todo, el cambio interno no necesita ser accidental  y al acaso; puede ser crecimiento real, en el cual nos movemos hacia niveles más elevados de integración y madurez. Cuando experimentamos una desorganización interna de patrones antiguos, podemos colocarnos hasta un nivel más elevado, una orden nueva, superior. El cambio interior debería ser de acuerdo con aquello que la filosofía china llama “ley del cambio”, que regula los movimientos de una manera dinámica, pero ordenada. El concepto de cambio no es un principio externo, normativo, que se imprime sobre los fenómenos; constituye una tendencia interior, de acuerdo con la cual el desarrollo ocurre de forma natural y espontánea. De la misma manera como surgen nuevas órdenes cuando la semilla se transforma en árbol, así nuestra vida interior se modela naturalmente una y otra vez en la medida que maduramos. A veces quedamos muy conscientes de la necesidad de crecimiento y cambio cuando enfrentamos una crisis, después de la cual ya no somos los mismos. Pero, en alguna medida, siempre está presente una presión interior en dirección al crecimiento evolutivo en un Universo en constante expansión, aunque inmerso por nuestras actividades cotidianas.

Hace mucho tiempo ha sido reconocido que el hombre crece continuamente a nivel psicológico, aún después de alcanzar la edad adulta. Durante siglos, los hindúes en Oriente, apoyaron que los hombres mayores que se han ganado una vida de reposo y crearon una familia, ya liberados de preocupaciones mundanas, se dedicaran a buscar la verdad espiritual. En Occidente, psicólogos como Jung y Maslow demostraron un crecimiento en la dirección de la realización del potencial interior en adultos de todas las edades, en dimensiones espirituales de crecimiento. Los estadios del progreso adulto u sus ritos de paso – casamiento, paternidad, crisis de la edad adulta, etc., fueron establecidos y debatidos. Kohlberg, siguiendo el trabajo de Jean Piaget sobre el desarrollo cognitivo, describió estadios en el desarrollo moral, desde la primera infancia hasta el período de madurez después de la edad adulta. La psicología humanística y transpersonal ofrece directrices y técnicas para la evolución psicológica y espiritual de los adultos. Todos esos ensayos reconocen que la persona que no está creciendo y evolucionando, generalmente es infeliz e insatisfecha, pues el crecimiento continuo es necesario para nuestra realización como seres humanos.

Esas psicologías de crecimiento dinámico están de acuerdo con la filosofía espiritual, que pone a la humanidad en un contexto de constante evolución. Como hemos visto, la humanidad está inacabada, y tanto el individuo como la especie humana como un todo, están desarrollando nuevos poderes, nuevas maneras de ver las cosas, nuevas potencias mentales y espirituales. A veces, los cambios ocurren súbitamente, cuando casi podemos ver un nuevo crecimiento, a semejanza de las setas, después de una lluvia de verano, o a veces puede ocurrir en etapas imperceptibles, en medio de un aparente estancamiento. Como la curva del aprendizaje, que se destaca cuando una nueva habilidad está siendo dominada, hay etapa de ascensión, de caída, de nivelación, nuevos pasos hacia delante, pero la dirección general es siempre en sentido ascendente. Como dice Mabel Collins en su obra “Una luz en el camino”: “El alma del hombre es inmortal y su futuro es el de algo cuyo crecimiento y esplendor no tiene límites”.

VOSOTROS SOIS DIOSES.-

Mirad después vuestro cuerpo astral y decidid mantenerlo tal como lo habéis visto vivificado del interior, por las emociones del Yo. Inundad de amor a todos los seres, de devoción, simpatía, de aspiración espiritual. Ved irradiar esos sentimientos desde el centro del cuerpo astral, que palpita con esta pulsación nueva de vida, y tomad la determinación de no consentir jamás que la dominen influencias externas. Después, mirad el cuerpo físico con su opuesto el etérico y decidid que en el futuro también sean instrumentos de la voluntad. Ved cómo se manifiesta la voluntad por medio del cuerpo. Ved como la divina energía del Yo influye en el cuerpo físico, e imaginad que este cuerpo se regenera por alimentación propia. Cuando lo reconocemos como vehículo del Atma, el cuerpo físico se renovará, será vigoroso y sano, libre de enfermedades y de cuantas tribulaciones lo conturban. Redimidlo de esa esclavitud. Tiene que estar en el mundo físico, pero sin pertenecer a él. Su lazo más estrecho tiene que ligarlo con el Yo y no con el mundo, el ego.

Vuestros tres cuerpos tienen que estar sujetos al Yo y, desde él irradiar sus poderes. Haced de vuestro cuerpo mental, astral y físico, apropiados canales de la triple energía del Yo, pero sin implicarse jamás con ellos; manteniéndonos constantemente en la cumbre de la montaña y contemplando desde allí los mundos inferiores.

De este modo, será vuestra vida completamente feliz y venceréis toda dificultad, pues, ¿cómo puede haber discordia  cuando reconocemos la divinidad de nuestro ser? Desde ahí en adelante, cuando vuelva a renacer algo que nos haya conturbado, cuando estemos identificados con nuestros cuerpos, nos reconoceremos como egos y no habrá conflicto alguno, porque ya habremos forjado el único pensamiento de perfección que domina nuestro cuerpo mental y nada podrá turbarnos porque es una ley, aquella de que no pueda prevalecer al mismo tiempo dos imágenes o pensamientos en el cuerpo mental. En cuanto mantenemos esta imagen mental de perfección, podemos ocuparnos de nuestro trabajo diario, pero esa imagen mental o forma de pensamiento, dominará constantemente y ninguna otra podrá quedar presa al cuerpo mental y darle forma contraria a la de nuestra voluntad.

De ahora en adelante tendremos en cuenta que debemos vivir desde nuestro interior, sin permitir jamás que nuestros cuerpos se apoderen de nuestras consciencias y oscurezcan nuestro conocimiento del Yo. Determinemos que nosotros, el alma, el Yo, restituidos a su divina Patria, tienen que continuar permaneciendo allí. No volvamos a incurrir en el error de descender a un nivel al que no pertenecemos. No temamos llamarnos divinos. No hay presunción en eso, tampoco orgullo, porque sería separatividad, y una vez que nos reconozcamos como Yoes, nos sentiremos disueltos en el Mar de la Consciencia, identificados con una Consciencia tan vasta, tan omnipresente, que el pensamiento de separación se volverá ridículo. Estamos libres de esa ilusión, porque sabemos que todo cuanto hiciéramos está hecho por nuestra mediación, y que cuanto sentimos, pensamos y hacemos, sirven nuestros cuerpos de canales por donde la vida divina se derrama sobre el mundo.

Además, en este estado de consciencia nos reconoceremos identificados con el Maestro. Participamos de la beatitud de Su presencia, y en su presencia son fáciles todas las cosas. En Su presencia no puede haber otro deseo que el de unirse a Él más estrechamente. En Su presencia es imposible hacer cosas ruines, mezquinas y feas, que ya hicimos en el pasado. En Su presencia solamente podemos tratar de ser grandes como Él es, grande en nuestras emociones y pensamientos, y divinos como divino Él es.

Así, el camino del Yo es el camino de la Iniciación, que significa volver a unirse a su consciencia patria, de la cual se había olvidado la porción de ella que estuvo encarnada  e identificada con los cuerpos. Es la iniciación, el comienzo de una nueva vida, la vida consciente del Yo, aunque actúe por medio de los tres cuerpos: físico, emocional y mental.

Las cualidades requeridas para la Iniciación han sido expuestas de diferentes maneras, pero cuando hubiéramos adquirido permanentemente la consciencia del Yo, necesariamente habremos adquirido también las cualidades que se requieren. La consciencia egoísta incluye el Discernimiento, porque cuando la consciencia encarnada se desprende de los cuerpos que la dominaban, ya no siguen los cuerpos sus propios deseos, sino que obedecen a la voluntad del Yo Superior. La consciencia egoísta equivale a la Buena Conducta, puesto que nuestro comportamiento no es el de la consciencia esclavizada por los cuerpos, sino que la conducta del Yo es la que debe ser la Buena Conducta. La consciencia egoísta significa Amor en su más amplia acepción, porque el mundo del Yo es el mundo de la unidad y no podemos tener la consciencia egoísta si nos sentimos en unidad con todo cuanto existe.

La presencia del Yo, además de conducirnos a la Iniciación, incluye en sí su propia recompensa, pues quien la alcanza disfruta de perpetuo gozo, poder y paz. En esto consiste el comienzo de la nueva vida.

Todos nosotros podemos llegar a este reconocimiento. Todos podemos clamar por lo que somos. No es algo extraño, algo externo a nosotros lo que tenemos que alcanzar. Únicamente tenemos que entrar en el mundo al que pertenecemos y reclamar por lo que verdaderamente somos.

Así, pues, vamos a regocijarnos en nuestra divinidad, reclamemos nuestra divina herencia y decidámonos a volver a nuestro país de origen, de donde fuimos desterrados durante millones de años para este planeta de ilusiones y frustraciones. Y que la bendición de los Maestros a Quienes servimos, caiga sobre nosotros y Su Amor nos proteja y escuche hasta que estemos donde Ellos están, hasta que alcancemos el estado del Hombre Perfecto.

Concluirá en la Circular de Febrero de 2006.

                                    YO ESTOY BIEN, TÚ ESTÁS BIEN

Este es, en síntesis, el principio del Análisis Transacional: si yo estoy bien, si me acepto y quiero ser feliz, entonces hago todo lo que sea necesario para que tú estés bien, te acepto y quiero que seas feliz. Este sistema fue creado por el psiquiatra Eric Berne, motivado por la idea de encontrar un método rápido, eficaz y seguro de tratar problemas psicológicos, como la angustia, la depresión y la inseguridad; problemas que afligen a gran parte de nuestra sociedad.

El Análisis Transacional es una nueva teoría de psicología individual y social, además de una forma de psicoterapia. Como nueva teoría, trae dentro de sí los fundamentos de otras más antiguas  - incluyendo el psicoanálisis -  ya bastante actualizadas y sistematizadas, para que ella pueda ser comprendida, asimilada y desarrollada por la gran mayoría de las personas que buscan ayuda a través de una psicoterapia. Su objetivo es la perfección psicológica del individuo consigo mismo y del individuo con las demás personas que lo rodean.

La idea de desarrollar el A.T. surgió de la necesidad de ayudar a las personas que necesitan de tratamiento rápido y eficaz. Todo el problema ha sido como sacar a Freíd del sofá y llevarlo a la calle. Para muchas personas, la psiquiatría es como un ciego en un cuarto oscuro, buscando un gato negro que no está allí.

El propio autor dice: “Los señores no pueden refutarse durante más tiempo en sus consultorios particulares, dotados de un sofá mullido y de un retrato de Freíd. Propongo que la psiquiatría desarrolle un lenguaje popular, no contaminado por la jerga técnica y adecuado a la discusión de los problemas comunes de nuestra sociedad”.

Desde la creación y evolución del A.T. más de cinco mil psiquiatras norteamericanos se habían adherido a este nuevo tipo de terapia. El método se ha diseminado por muchos países de la América española y, finalmente, fue introducido en Europa.

Muchos legos,  - personas no profesionales, como psiquiatras o psicólogos -  religiosos, educadores, administradores de Empresas, etc., han aplicado las técnicas de A.T. adecuadas a las actividades en clínicas, organizaciones y en educación. Mientras tanto, los profesionales que no son psiquiatras ni psicólogos, al usar los recursos del A.T. deben estar suficientemente atentos y llenos de sentimiento ético, a fin de aplicar el sistema sólo en sus áreas, nos arriesgándose a hacer cualquier tipo de incursión en el terreno psicoterapéutico y psicológico.

Cualquier persona, en cualquier edad, presenta tres “personalidades”, o sea, tres modos de ser, tres maneras diferentes de actuar ante sí misma y ante los otros. Estas tres “personalidades” fueron bautizadas como padre, adulto y niño.

Es interesante notar como Berne llegó a este “descubrimiento”. Él trataba a un abogado famoso de 35 años. Cierto día, su paciente lo sorprendió con la declaración siguiente: “Cuando estoy ante usted, hay momentos en que me siento una criatura de tres años”. Desde ese momento preguntaba: “¿Estoy hablando con el abogado o con el niño?”  Realmente, el paciente a veces se expresaba como un chico. En el transcurso del tratamiento el abogado dijo aún más: “Las grandes decisiones non soy yo quien las toma, sino mi padre”.

En ese momento Berne intuyó una nueva explicación para la estructura de la personalidad. “La tesis es que, en cualquier momento, todo individuo estará exhibiendo un estado del ego tipo padre, adulto o niño”. Las personas pueden cambiar, de un estado a otro, con varios grados de rapidez. Estas expresiones dan origen a un diagnóstico especial. Cuando es el de padre significa: usted está ahora en el mismo estado de espíritu, está poseído por la misma imagen de su padre ( o sustituto), lo que significa que está reaccionando con la misma postura, los mismos gestos, el mismo vocabulario, que le fue otorgado por él durante su infancia y adolescencia.

Este es su adulto significa: usted, ante una situación, es capaz de pensar, raciocinar, juzgar, decidir de manera propia, independiente de la voluntad de otro. Esta es su criatura quiere decir: usted está teniendo sensaciones, emociones, sentimientos propios de cuando era un niño. Creo que un ejemplo lo puede aclarar. Supongamos que veo a una mujer joven fumando. Mi padre diría: “Es absurdo, ¿dónde se ha visto que hoy todas las mujeres jóvenes fumen? Es un disparate.” Mi niño interno programado por mi padre para sentir lo que él cree debo sentir, tendrá una mezcla de rabia, repugnancia. Mi adulto diría: “El problema no es de discriminación sexual (el hombre puede y la mujer no), sino de orden sanitario, esto es, fumar perjudica gravemente la salud, pero el problema es de ella, como mucho puedo avisarla del peligro que corre.”

Como hemos visto, el adulto no tiene un concepto formado ajeno al suyo propio, piensa y actúa de acuerdo con la situación del momento y no solamente basado en opiniones del pasado.

¿Cómo se construyen estos estados del ego? Se ha verificado que implantando pequeños electrodos en el cerebro de pacientes, presentaban recuerdos de la infancia, agradables o no. Todo como, si durante la infancia, se hubiera grabado una cinta magnética en el cerebro de la persona. Eric Berne se valió de estas experiencias para construir y explicar su teoría de los estados del ego. En términos de futuro, las consecuencias de estas grabaciones de hechos ocurridos durante la infancia, va a depender de su cantidad y cualidad. Si uno de los padres o los dos, dicen con frecuencia: “Tú nunca vas a progresar en la vida; los hijos del vecino sí que son inteligentes”, obviamente, los hijos se sentirán inseguros, sin confianza en sí mismos y con gran complejo de inferioridad. Si, por el contrario, los padres estimulan a los hijos, diciendo: “vosotros sois capaces, inteligentes, van a conseguir un día aquello que tanto desean”, están grabando positivamente mensajes en el cerebro de sus hijos. Estas grabaciones, si suceden en la infancia, son llamadas mensajes o mandatos.

Si los mandatos provenientes de padres y maestros fuesen positivos, se grabará en el niño, como un estado de ego padre positivo, esto es, el individuo en la edad adulta tendrá confianza en sí mismo, capaz de elaborar una crítica positiva en relación a sí mismo y a los otros, capaz de dar protección y afecto a los otros y a sí mismo; será grabado también un estado de ego niño positivo, capaz de sentir las emociones de la vida, de compartirla con los demás, y capaz de intercambiar afectos con otra persona; también se grabará un estado del ego adulto positivo, capacitado para pensar, decidir y actuar de acuerdo con cada nueva situación que se presenta.

La posición existencial es la actitud o postura del individuo frente al mundo, al ambiente en que él vive y también frente a las personas con las cuales convive en este mundo. La posición existencial comprende el reracionamiento del individuo consigo mismo y con las demás personas. Relacionarse consigo mismo es conocer y aceptar, lo que requiere dos condiciones: primera, el individuo necesita saber cuánto tiene de bueno o de malo, cuanta agresividad encierra en sí y cuanta calma, cuánto orgullo y humildad. Segunda: el individuo debe aceptarse tal como es, lo que no significa inercia o acomodo, sino que debe haber conciliación de estas tendencias opuestas, debe hacer una síntesis de las tendencias opuestas, tarea que no es nada fácil, sólo siendo posible a través de una psicoterapia adecuada, o también por medio de una orientación espiritual acertada para aquellos que poseen este tipo de tendencia.

Una vez obtenido el buen reracionamiento consigo mismo, se hace más fácil relacionarse con los otros, porque ya no se van a proyectar sobre ellos nuestros conflictos y problemas no resueltos.

Ahora ya se sabe hasta qué punto terminan los problemas; ya no se mezclan nuestros problemas con los de los otros, están perfectamente separados. Cuando se alcanza este estado, se puede mantener la posición existencial ideal, dentro del enfoque del análisis transacional, que es: “Yo estoy bien, tú estás bien”.

Significa que estoy bien con mis cualidades y defectos, mis alegrías y tristezas, y del mismo modo acepto las alegrías y tristezas del otro. No significa que deba vivir sonriendo, poseído de una alegría maníaca, sino que debo convivir y aceptar bien mis momentos alegres y tristes, mis cualidades y defectos, así cómo debo recibir al otro del mismo modo. La posición existencial “yo estoy bien, tú estás bien” es la posición tenida como normal y la más saludable. Es la primera posición.

La posición existencial “Yo estoy bien, tú no lo estás”, quiere decir yo siempre estoy con la razón, nunca me equivoco, soy perfecto, pero tú estás siempre equivocado, nunca tienes razón, estás siempre cometiendo falsedades y engaños.

Esta es la posición existencial típica de la gran mayoría de los maridos, que generalmente responsabilizan a las esposas por todo lo que sucede, principalmente por cuantas cosas desagradables ocurren en el hogar. Es la posición existencial encontrada en las personas dictadoras, que quieren siempre imponer su modo de pensar, de sentir y actuar, a los otros, pensando que sólo su pensamiento es el correcto, que el otro debe sentir aquello que ellos sienten y actuar de acuerdo con su voluntad.

Y tenemos la tercera posición existencial. “Yo no estoy bien, tú estás bien”. Es la posición contraria a la anterior: yo me siento mal, angustiado, ansioso, deprimido; no sé razonar, no sé tomar decisiones; mis actuaciones son totalmente incorrectas. Pero tú eres una persona perfecta, siempre tienes razón, sabes actuar adecuadamente en el momento correcto. Tú eres maravilloso, yo no sirvo para nada.

Y la cuarta posición existencial: “Yo no estoy bien, tú no estás bien”. En esta posición me siento mal, angustiado, deprimido; nada sirve para mí; no sé pensar ni actuar. Además de sentirme de este modo, veo a los otros de la misma manera. Nótese que veo  a los otros así, pero la mayoría de las veces mi percepción no corresponde a una realidad objetiva. Un ejemplo lo puede aclarar. Tengo la impresión de que a los otros no les gusto; tengo la impresión de que en todo lugar donde voy, nadie me presta atención. Ahora, si procuro confrontar la impresión que tengo dentro de mi cabeza, con lo que piensan realmente los otros, verifico que muchas veces estaré engañado; los demás no me consideran tan poco como imaginaba.

Desde la más tierna infancia, el individuo puede decidir cuál será su posición existencial. Todo va a depender de la cantidad de afecto que esté recibiendo. Si una criatura de dos o tres años no se aproxima a sus padres para ser acariciada, no es correspondida o lo que es peor, fuera rechazada, esta criatura no se sentirá bien, porque no puede contar con el afecto de sus padres. Si con el paso de los años, observa que las demás criaturas poseen un ambiente afectivo que ella no tuvo, asumirá entonces la posición existencial: “Yo no estoy bien, tú estás bien”.

Si la criatura recibe decididamente cariño, el afecto de sus padres, pero sin superprotección, pero con firmeza y seguridad, ella adoptará la posición existencial sana: “Yo estoy bien, tú estás bien”.

En verdad, este tipo de educación no es nada fácil. ¿Será posible a una persona ser protectora, comprensiva; criticar positivamente; pensar; raciocinar; decidir y actuar adecuadamente; permitirse a sí misma emociones, como alegría , afecto, tristeza, rabia; estar siempre en la posición existencial de “Yo estoy bien, tú estás bien? Creo que es una tarea ardua, pero perfectamente posible, desde que el individuo se lo proponga realmente cambiar. Digo realmente, porque la mayoría de las personas quieren cambiar aparentemente, pero en verdad están acomodadas a las situaciones en que viven; van a terapia como un pasatiempo o porque está de moda, o para probarse a sí mismas que están llenas de “buena voluntad” para hacer un cambio. Cada persona es responsable de sus cambios. Salvo grandes catástrofes, como terremotos, guerras, enfermedad incurable, el individuo tiene capacidad para optar por un camino y ser el arquitecto de su propio destino.

 

  

 

  

 

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