ARTÍCULOS PERIODÍSTICOS II

Salvador Navarro Zamorano

 

 

 

       EL MUNDO DE LOS SENTIDOS

          El primer sentido que despierta en el niño es el tacto. Se le aproxima cualquier objeto a los labios y lo chupa. Le siguen, en orden de aparición, el gusto y el olfato: cualquier leche azucarada la prefiere a la de la madre; por un olor desagradable deja el pecho maternal y le cobra asco. En cambio el niño es sordo en los primeros días; su oído medio está lleno de un líquido que impide la vibración sonora. Y nace ciego; tarda mucho en ver a distancia. Y en distinguir los objetos por sus figuras. Y no digamos por su color; hasta muy avanzado el tiempo no distingue los colores. Y hay muchachos, próximos a la adolescencia que no captan los matices cromáticos más evidentes. De modo que los sentidos primeros del hombre son los más brutos y naturales; los últimos en aparecer son los sentidos intelectuales: la vista y el oído. Se comprende que en la mujer  - adolescencia detenida – sean los sentidos menos desarrollados.

          En cambio, quizá por esa participación de lo femenino en lo natural, haya que intuir por qué el gusto y el tacto, que son sentidos tan brutos y directos, que exigen el roce material con las cosas, son los sentidos que más se acentúan en la feminidad. Sólo las cosas tienen sabor y sólo entre otras cosas cabe orientarse por el tacto. La mujer tiene una figura de paladar que le da su peculiar aptitud para la culinaria y le hace gravitar hacia el regalo y la voluptuosidad gustativas, hasta hacer de la mujer un ser propenso a la cualidad de golosa; golosa y no glotona, es decir, inclinada al primor y al capricho gustativos, sin cantidad y sin orden, puro “picoteo” en cosas placenteras al paladar.

          Pero las cosas placenteras al paladar femenino no suelen ser las mismas que las que agradan al hombre. Ni el alcohol ni el tabaco acaban de ser habituales, con intenso paladeo, en la mujer, que ha llegado por mimetismo e imposición de “lo elegante” en vigencia. La mujer es golosa de lo agradable, que es, al mismo tiempo, delicado y escasamente excitante y, a ser posible, perfumante. Prefiere el dulce y las salsas finas; y dentro de lo dulce, lo fragante, fino al tacto y delicado, como el bombón. Ella misma, se es muy femenina, se siente golosina del hombre. Lo amargo, lo ácido, lo picante, sólo agradan al paladar basta y embotado del hombre. Pero si él desciende de virilidad, lo frecuentes es que aparezca la cualidad de goloso, el sentido de lo exquisito y la filigrana casi artística en el comer. Y surge, esa extraña actitud, casi intelectual, del varón cocinero. Aquí vemos otra vez que el gusto es el primero en aparecer cuando lo femenino triunfa, pues es indudable que la pericia culinaria del cocinero es siempre superior al de la cocinera y, sin embargo, no siempre se advierten en el hombre dado a la cocina otras inclinaciones femeninas; como sin con ello se quisiera demostrar que lo único no masculino en él es, precisamente, esa virtud para la técnica de la cocina.

          Por otra parte, toda etapa de descenso de lo varonil en la Historia (en Grecia, en Oriente, en Europa) suele distinguirse por el refinamiento de las gentes ante la mesa y sus refinamientos. Todo “gourmend”, efectivamente exquisito, denuncia rasgos de alma femenina. Y viceversa; hombres de alma femenina, como Nerón, Tiberio, Oscar Wilde, Lord Byron, son artistas de la mesa. Pero reitero la distinción: el hombre es voraz y comilón acaso, pero no es goloso ni dado a refinamientos artísticos de la comida; claro que puede ser sobrio hasta lo frugal y ser, no obstante, todo un hombre, como ocurre con frecuencia en el científico, en el guerrero, el cazador y el filósofo, pero buenos comedores comos Carlos V o Enrique VIII de Inglaterra son grandes comedores y con buena hombría. En cambio, una mujer voraz nos parece un contrasentido, una contradicción de lo femenino. Pensemos que en el primer banquete de los sexos, en el acto amoroso, el hombre come; lo femenino se deja comer, con voluntad de presa. Que por algo el umbral del amor se llama “gusto”. De este primer acto hay que derivar el “totem”, los cultos y muchas formas de símbolos, como veríamos si estudiásemos el sentido de lo colectivo y las formaciones sociales.

                                                                                         Salvador Navarro Zamorano

                                                                                         Escritor.

                                            CÓMO LA MENTE PUEDE AYUDAR A LA MEDICINA

          El placebo es una simple pastilla confeccionada con substancia inocuas. Es administrada a enfermos en vez de medicamentos fuertes, como la cortisona, antialérgicos y antibióticos. Sólo que el enfermo no debe saberlo. Lo extraordinario es que, en la mayoría de los casos, el efecto terapéutico es el mismo y a veces hasta mejor. El placebo abre nuevas fronteras para la medicina, probando que la mente humana, muchas veces y sin efectos colaterales, sustituye con ventaja los remedio tóxicos de la farmacología moderna.

          Durante siglos los médicos han sido forzados por los propios pacientes a mantener el ritual de las recetas. La mayoría de las personas encuentran que sus quejas no se toman en serio si no reciben un pedazo de papel con letras mágicas que son como el certificado de garantía de cura. La receta es como una promesa de buena salud. Es el cordón umbilical psicológico que mantiene un contacto alimenticio continuo entre el médico y el paciente.

          El médico sabe que la receta, más que las palabras que contiene, es muchas veces el ingrediente vital para habilitar al paciente a librarse de sus propios males. Los medicamentos no siempre son necesarios. Pera la fe en la curación es indispensable. El médico puede recetar un placebo en los casos que para el paciente es más útil sentirse tranquilo tomando una pastilla famosa tres veces al día.

          El extraño placebo está dirigiendo a la ciencia médica en dirección a algo parecido a una revolución en la teoría y práctica de la medicina. El estado de placebo abre varias áreas de conocimiento sobre la manera como el cuerpo humano se cura a sí mismo, sobre la misteriosa propiedad que tiene el cerebro de determinar cambios bioquímicos indispensables para combatir la enfermedad.

          La palabra placebo viene del latín, de un verbo que quiere decir “agradar”. El placebo es, en el sentido clásico, una imitación del medicamento, generalmente un comprimido inocuo hecho de leche y azúcar, recetado más con la finalidad de calmar al enfermo que de satisfacer una necesidad orgánica claramente diagnosticable. En los últimos años el empleo más común del placebo ha sido para comprobar nuevos fármacos. Los efectos obtenidos a través del medicamento probado son comparados con los comprobados por la adminsitración de una “imitación del medicamento”.

          Durante mucho tiempo los placebos fueron desaprobados por gran parte de los médicos. Para muchos de ellos el placebo tenía connotaciones de medicamento falsificado. Se pensaba que el placebo sería un camino fácil para médicos incapaces de emplear su tiempo en el reconocimiento de la causa real de los males del paciente.

          Hoy el placebo recibe una mayor atención de la medicina. Se han encontrado pruebas de que el placebo puede llegar no sólo a parecer un poderoso sustituto de un medicamento, sino a actuar como si lo fuera. Se considera no solamente como una ayuda psicológica para el médico en el tratamiento de ciertos pacientes, sino de un agente terapéutico, que altera la química del cuerpo y ayuda a movilizar las defensas del organismo en el combate de la enfermedad.

          La forma en que actúa el placebo en el organismo no ha sido bien comprendida. Algunos son de la opinión de que activa el córtex cerebral, el cual se conecta al sistema endocrino en general y a las glándulas endocrinas en particular. Cualquiera que sean los caminos a través del cuerpo y de la mente, existen pruebas suficientes que demuestran que el placebo puede ser tan fuerte como la droga que sustituye.

          Sería absurdo decir que los médicos no deben recetar medicamentos farmacéuticos activos. El medicamento es indispensable. Pero un buen médico conoce su poder. Un error popular es creer que una medicina actúa como una flecha que puede ser dirigida a un blanco determinado. El medicamento o el alimento, pasa por un proceso en que es subdividido por el organismo para ser totalmente aprovechado.

          Casi no hay medicamentos sin efectos colaterales. Cuanto más famoso es el medicamento, mayores son los problemas de los efectos secundarios. Las drogas pueden alterar o reajustar el equilibrio de la circulación de la sangre; hacer que la coagulación sea más lenta o rápida; reducir el nivel de oxígeno en la sangre; estimular el sistema endocrino; aumentar el flujo de ácido clorhídrico en el estómago; hacer más lento o rápido el paso de la sangre al corazón; reducir o aumentar la presión sanguínea o afectar la permjta de sodio-potasio, vital para el equilibrio químico del cuerpo.

          El problema de muchos medicamentos es que lo hacen independientemente de la finalidad pretendida por el médico. Él necesita equilibrar el tratamiento específico contra los peligros generalizados. Y cuanto más poder tiene el medicamento, más precario es el equilibrio.

          Para complicar la labor del médico, mucha gente considera a los medicamentos como si fuesen automóviles que cada año deben salir modelos más potentes. Muchos creen que los médicos no están actualizados si no les recetan un nuevo antibiótico o una droga milagrosa sobre la cual ha oído hablar o ha leído en revistas o periódicos.

          El placebo es un emisario entre el deseo de vivir y el cuerpo. Pero un emisario sustituíble. Podemos unir la esperanza y el deseo de vivir a la capacidad del cuerpo para afrontar la enfermedad. La mente puede llevar a cabo sus funciones y poderes sobre el cuerpo contando con la inestimable ayuda de la intervención de los fármacos.

          Este es el secreto: el placebo es el médico que reside en nosotros.

                                                                               Salvador Navarro Zamorano

                                                                               Especialista en Homeopatía.

                                                                          LA BÚSQUEDA DEL PLACER

          En su ansia de poder, el hombre actual olvidó un principio intrínseco a la propia vida: el placer, emoción positiva que lo hace sentirse integrado al mundo que lo rodea. La lucha por el éxito embotó sus sentidos, distanciándolo de la realidad y deformando su cuerpo, el medio de comunicación con su ambiente, a través de una musculatura tensa, debido a las emociones reprimidas.

          Todos nosotros queremos que la vida sea algo más que la lucha por la sobrevivencia; ella debería ser agradable y sabemos que todos tenemos amor para dar. Pero cuando el amor y la alegría desaparecen, soñamos con la felicidad y buscamos la diversión. No conseguimos darnos cuenta de que la base de una vida alegre es el placer que sentimos en nuestros cuerpos, y que sin esa vitalidad se transforma en la cruel necesidad de sobrevivir, donde la amenaza de la tragedia nunca está ausente.

          De ese modo se acentúa una carencia efectiva del hombre moderno: la falta de placer en su vida. No el placer en un sentido estrecho, relativo al acto sexual, por ejemplo, sino como un modo de ser, en el cual los movimientos del cuerpo fluyen espontáneamente, de forma rítmica y en armonía con la naturaleza.

          Observemos como trabaja un buen carpintero, un gourmet en su cocina o una madre haciendo un pastel para sus hijos: sus movimientos son fáciles, coordenados; sus cuerpos relajados denotan el placer en el desempeño de la tarea que ejecutan. Pero el simple caminar, una charla con un amigo, el danzar cuando se tiene deseos, pueden permitir el fluir de sensaciones agradables que se irradian por nuestros cuerpos, manifestándose exteriormente en gestos graciosos.

          El placer es una reacción positiva del indivíduo en respuesta a un estímulo del ambiente, en el cual los sentimientos se proyecta hacia el exterior. Una reacción negativa y que demuestra la interrupción en el flujo rítmico de los sentimientos hace surgir una experiencia de dolor. Así, placer y dolor se caracterizan por una relación de polaridad, donde la liberación del dolor provoca placer, y la falta de éste nos deja en estado de sufrimiento, haciendo que todos nuestros sentidos se pongan en etado de alerta y la musculatura en tensión, pronta para actuar. Finalmente, el dolor es una señal de peligro, de amenaza contra la integridad física de nuestro organismo y la autoconciencia coordena nuestro sistema de defensa.

          En el placer, permitimos que la sensación domine nuestro ser, mientras se inhibe el ego y la voluntad. Abandonamos nuestro sistema de auto-defensa y damos campo a nuestras emociones. Los indivíduos egoístas, en los cuales el ego ejerce dominio sobre el organismo, o autoconscientes, no consiguen permitir que sus cuerpos reaccionen libremente, debido al comportamiento generado para conseguir poder y no experiencias de placer, o por inhibiciones o represiones inconscientes.

          La sociedad moderna está inclinada hacia la búsqueda del poder y no del placer, que es la capacidad que tiene el hombre de manipular o controlar el ambiente. El poder es antagónico al placer. Para que el poder exista, ha de haber una represión o control de la energía.

          Flujo libre de sensaciones y energías dentro del cuerpo, y entre el cuerpo y su medio, da origen al placer. Este, de su lado, armoniza al hombre con su ambiente; el poder aísla y crea desigualdades, provocando conflictos y hostilidades entre dominante y dominado.

          Los niños son controlados por los padres, a través del poder (castigos y represiones), y que lesa su individualidad, su auto-expresión y su derecho a no estar de acuerdo. Cualquier acto de rebeldía de los hijos, provoca en los padres reacciones de inmediata tentativa de mayor subyugación; conflictos de poder siempre ganado por los padres, dada la situación de dependencia del niño. En hogares así, los pequeños crecen esperando la hora de alcanzar el poder para actuar como ellos quisieran. Debido a su carencia de placer, asocian la ausencia de éste a la falta de poder. Creen que consiguiendo poder obtendrán placer, lo que no siempre es realidad.

          Éxito y poder actúan como la meta que, después de alcanzada, posibilitará el gobierno del ambiente para la satisfacción de sus necesidades, lo que en verdad encierra una amarga decepción. Después de conseguir el reconocimiento y el poder, su fantasía infantil, inconsciente, lo llevará de vuelta a la madre para ser satisfecha, pero ya no habrá leche en los senos ni los labios rígidos tendrán el impulso de seguir mamando.

          Es comprensible, la lucha por el éxito como una forma de reconocimiento, una vez que en una sociedad de masa, la persona con éxito es considerada como “realizada”. Distinguirse de la multitud y suponerse que ahora sea capaz de descansar y aprovechar la vida, mientras que el resto de la masa de hombres anónimos siguen con su lucha. El escritor de un libro famoso, una estrella de la T.V. y un jugador de futbol famoso, se consideran héroes del pueblo y modelos a ser seguidos, ya que homenajes, premios  y contratos fabulosos, debidamente divulgados por los medios de comunicación, con la mayor publicidad posible, fomentaron la imagen de los indivíduos con éxito.

          Para las personas, el éxito trae, como aspectos subyacentes, la riqueza y la autoridad que proporcionan a quien los posee una sensación de poder, negada a personas de posición inferior.

          La autoridad o la riqueza no son capaces de crear un Yo en la persona si antes no existía. Cuando se deshace la ilusión de que el éxito trae la felicidad o promueve el placer, nace la depresión.

          Quien acepta los valores de la sociedad de masa (el éxito y el poder) se hace indivíduo de masa y pierde su verdadera personalidad. Ya no quiere estar fuera de la masa sino por encima de ella, siendo aceptado por todos sus miembros. Abandona su sentido crítico a favor de la conformidad. Dirige su comportamiento lejos del placer, rumbo al prestigio social.

          Los indivíduos de poder son los que poseen cierto “carisma”. Atraen por la sensación de poder que emana de ellos. Su principal característica es el egoísmo. Asumen la imagen de personas superiores que no corresponden a su realidad. Habla con ellos de placer y te responderán con sus hazañas. Habla de tus sentimientos y ellos te hablarán de sus planes y proyectos para el futuro. Podrán haber conseguido mucho dinero, pero han fallado como seres humanos. Desconocen el placer de vivir.

                                                                     Salvador Navarro Zamorano

                                                                     Escritor.

                                                           EL UNIVERSO DE LOS SÍMBOLOS

          Los símbolos son escrituras secretas accesibles a pocos iniciados, pues dan las explicaciones esenciales de nuestro mundo, de nuestro ser. De alguna manera, desde épocas milenarias, el hombre necesitó de los símbolos y, actualmente, el psicoanálisis ha demostrado que sean egipcios, chinos, nórdicos, occidentales o latino-americanos, ellos tienen una similitud: se repiten y explican la historia del pensamiento humano.

          El canto del poeta reúne, redescubre nuestra historia milenaria y los científicos la divulgan. En todas las civilizaciones originales, se encuentran símbolos con significados extrañamente parecidos. Su contenido es siempre universal. Esos símbolos dan o quieren dar las explicaciones más esenciales de nuestro mundo y de nuestro ser. Se trata, evidentemente, de escrituras secretas transmitiendo mensajes superiores solamente accesibles a ciertos iniciados. Se trata de retazos, deformados y voluntariamente oscurecidos, de civilizaciones desaparacidas.

          Lo extraño es que esos símbolos pueden ser explicados por el psicoanálisis. En fin, podemos suponer que son las primeras manifestaciones de nuestro aprendizaje científico: tuvimos que haber “sentido”, adivinidado, antes de descubrir, aprender y saber. Lo importantes es su similitud: chinos, egipcios, nórdicos, occidentales o procedentes de la América pre-colombina, tales símbolos se repiten. Ellos nos obligan a reflexionar sobre la historia del pensamiento humano.

          El Zodíaco es uno de los símbolos más universales, con su forma circular, las doce divisiones y los signos correspondientes. Han sido vistos en pinturas rupestres (sobre rocas) en Cadiz, en Galicia, sobre el dólmen del rio Alva en Portugal. Se dice que el rey Sargón (2.750 a.C.) poseía una obra astrológica previendo los eclipses solares.

          En la época de Hamurabai (1.792-1.750 a.C.) el estudio del cielo se hacía científicamente, pero el Zodíaco actual aparece sobre las tablas de Cambise (rey de Persia que reinó dedl 528 a 521 c.C.). Lo encontramos en Mesopotamia, en Egipto, la India, en China, en Grecia, en el Norte de Europa y en América.

          Su nombre viene de zoe (vida) y diakos (rueda). Esa rueda de la vida retoma el símbolo de Ouroborus, la serpiente que se muerde la cola, simbolizando la duración. Explica la “energía primordial que, fecundada, pasa de la potencialidad a la virtualidad, de la unidad a la multiplicidad, del espíritu a la materia, del mundo del caos al mundo con formas”.

          La tesis oriental explicaba la vía universal en dos fases contrarias pero complementarias: involución (materialización) y evolución (espiritualización). En el Zodíaco, los seis primeros signos (desde Aries a Virgo), señalan la primera fase y los seis siguientes (desde Libra a Piscis) explican la segunda. Sus doces elementos tal vez muy antiguos, forman la división duodecimal mística del mundo. Veamos el significado sintético de algunos signos:

          Aries: impulso de creación y transformación. Tauro: magnetismo indiferenciado. Géminis: fusión, concepción, imaginación. Virgo: inteligencia. Libra: equilibrio. Escorpión: destrucción. Sagitario: coordenación, síntesis. Capricornio: proyección. Acuario: iluminación. Piscis: fusión mística.

          El simbolismo zodíacal pretende constituir una totalidad de aquello que es arquetipo, una especie de modelo figurativo que sirve a la determinación comprensible de todas y cada una de las posibilidades existenciales. Ello implica no el determinismo, sino la creencia en el “sistema de los destinos” según el cual tales antecedentes deben producir tales consecuencias, mientras que toda situación implica conexiones que no son sustituíbles ni arbitrarias. Concretamente, su relación con el ciclo de vida humana presenta afinidades evidentes con los rituales de sanación.

          Las aguas siempre simbolizaron el océnao primordial, la esencia de la materia. En la tradición hermética, el dios Negro es la substancia de donde surgieron los primeros dioses. Para los chinos, el oceáno es la residencia del Dragón, pues todo proviene de las aguas. En los Vedas se lee con respecto a las aguas: “las más maternales”, pues en el principio “todo era un mar sin luz”. En la India, el agua es el soporte de la vida, siendo el comienzo y el fin de todas las cosas sobre la Tierra.

          Las aguas superiores corresponden a la posibilidad de creación y las inferiores a lo que ya está determinado. Para el alquimista el agua es interpretada por analagía con el “cuerpo fluído” del hombre. Lo que retoma la interpretación psicoanálitica donde el agua es símbolo del inconsciente, la parte informe, dinámica, original y femenina del espíritu.

          El agua es símbolo del saber. El abismo de las aguas representa lo insondable del saber impersonal. El símbolo de la inmersión significa el retorno de las cosas, muerte y renacimiento a un tiempo.

          El bautismo está dentro de ese espíritu. Bautizado, el hombre común muere y renace el hombre espiritual. La inmersión corresponde al diluvio para dejar el libertad los elementos que irán a producir nuevos estados.

          Lo que nos hace retornar a la interpretación psicoanalítica de los sueños, explicando siempre el nacimiento a través de la intervención de las aguas.

          Primero, la divinidad del cielo en su aspecto de “aguas superiores” nubes y lluvias. Seguidamente, dios de las aguas dulces y fertilizantes. Finalmente, dios del mar. Dentro de esa asimilación progresiva más que una trayectoria cronológica, hay una proyección espiritual que repite el mito de la “caída”, integrándola en la personalidad neptuniana. El tridente, considerado así en posición descendente, se puede comparar al relámpago.

          En alquimia, Neptuno es el símbolo del agua. Sus caballos marinos son comparados a las fuerzas cósmicas. El psicoanálisis considera al mar como símbolo del inconsciente y establece una relación estre esa región del alma personal y Neptuno. Por eso Neptuno y Plutón simbolizan el espíritu en su aspecto negativo. Es el rey de los abismos del subconsciente y los mares desordenados de la vida, desencadenando tempestades y su correlación con las pasiones del alma, especialmente en su aspecto destructivo.

          Continuará

                                                                     Salvador Navarro Zamorano

                                                                     Escritor.

                                       EL UNIVERSO DE LOS SÍMBOLOS

Continuación

          En gran número de sepulturas prehistóricas de Rusia y Suecia, fueron encontrados huevos de arcilla, emblema de la inmortalidad.

          En el lenguaje de los jeroglíficos egipcios, el signo determinante del huevo simboliza el potencial, el gérmen de la generación, el misterio de la vida. La alquimia mantiene el mismo sentido.

          Del huevo pasamos al huevo del mundo, símbolo cósmico que se encuentra en la mayor parte de las tradiciones, desde las hindúes hasta los druidas (sacerdotes galos). La esfera del espacio recibía esta designación y el huevo era constituído por siete capas, los siete cielos o esferas de los griegos. Los chinos creían que el primer hombro había nacido de un huevo que cayó del cielo y flotó sobre las aguas primordiales . . . El huevo de Pascua es un emblema de inmortalidad que sintetiza el espíritu de estas creencias. El huevo de oro en el seno del cual nació Buda, equivale al círculo con el punto central de Pitágoras. Es en Egipto donde este signo aparace con mayor frecuencia.

          El crecimiento dentro del interior de la cáscara del huevo, del cual por analogía deriva la idea de aquello que está oculto, puede existir y estar en actividad. En el ritual egipcio el universo fue denominado  el “huevo concebido en la hora del gran UNO de la fuerza dual”.  El acto de colocar, en la víspera de Pascua, un huevo sobre un chorro de agua es debido a la creencia según la cual, en tal período del año, el Sol danza en el cielo. Los lituanos cantan: “El Sol danza sobre una montaña de plata; usa botas de plata en los pies”.

          Símbolo de espiritualidad para los egipcios, el pájaro representa los estados superiores del ser en la tradición hindú. El símbolo “pájaro-alma” es encontrado frecuentemente.

          En el simbolismo egipcio existía el pájaro con cabeza humana. Representa el alma –ba- escapando del cuerpo después de la muerte. Las artes griegas y romanas retoman ese pájaro androcéfalo con el mismo sentido. Con toda, esa alma no es necesariamente buena: el Apocalipsis evoca a Babilonia como “jaula de pájaros inmundos”. Viniendo de ahí la interpretación psicoanalítica donde el pájaro, en origen, es símbolo fálico como el pez, pero debido a su poder ascendente, representa también sublimación, espiritualidad. Los cuentos que hablan de amantes que se transforman en pájaros que expresan deseos amorosos, están basados en esta tradición.

          En alquimia, el pájaro es la forma activa. Elevándose representa la volatización. Descendiendo, la precipitación, condensación, y los dos símbolos reunidos simbolizan la destilación.

          En grupo, lo múltiplo tiene señal negativa, adquieren un significado hostil: fuerzas inquietas, tumultuosas. Así se comprende los pájaros en la leyenda de Hércules. Si se elevan desde un lago representan los deseos perversos.

          Al contrario, el pájaro gigante simboliza el dios creador; cisne o águila representan el Sol en las leyendas védicas; el pájaro solar de los pueblos germánicos simbolizan la tempestad.

          Es preciso observar su antagonismo con la serpiente. En la India, esa hostilidad explica la oposición de los elementos naturales, de la fuerza solar contra la energía líquida de las aguas terrestres. En Occidente, esa enemistad se reviste de un carácter moral.

          La piedra simboliza el ser coherente, conforme consigo mismo. Explica para el hombre lo contrario de lo biológico variable, que envejece y muere, lo contrario de la arena y el polvo, que son desintegración. Entera, ella es unidad y fuerza. Rota, es el desmembramiento, la enfermedad, la muerte y la derrota. Son creencias bastantes primitivas: las piedras caídas del cielo explicaban el origen de la vida. En los volcanes, el aire se transformaba en fuego y éste en agua y piedras. Por ello, la piedra es símbolo de la primera solidificación, del ritmo creador.

          En la época del animismo, teoría según la cual una sola y misma alma es al mismo tiempo principio del pensamiento y vida orgánica, la piedra adquiere un sentido religioso. Se adoran meteoritos como la Kaaba (la piedra negra de la Meca), la imagen de la Gran Madre en Frigia, antigua región del Asia Menor, o las piedras sagradas en Siria y Fenicia, consideradas como la casa de un dios y a veces el propio dios, la piedra Beith-El, sobre la cual dice el Génesis que “esta piedra que elevó una columna, será la casa de Dios”.

          Otras piedras forman parte de leyendas, como Abadir, la que devoró Saturno creyendo estar comiendo a Júpiter, o la piedra de Decaulión, o la del mito de las Górgonas.

          Esta antigua tradición llega hasta la piedra filosofal de los alquimistas. Ella representa la unidad de los contrarios. Es el símbolo de la totalidad. Jung dice que los alquimistas  no procuraban la divinidad en la materia, sino que producían tal divinidad en un largo proceso de purificación y transmutación. Simboliza el cuerpo resucitado, fijado, en el cual los “dos serán uno”.

          Los símbolos de poder evolucionan en la historia. En el período totémico, primitivo, ese símbolo explicaba el dominio sobre el mundo animal y el de los hombres, . De ahí vienen las insignias con emblemas totémicos, tal como collares de dientes, cuernos y estandartes mostrando estos elementos.

          Aparece la diadema, suponiéndose que sea en el principio de los cultos solares. Impone al cuerpo una actitud hierática, un aire de indiferencia afectada y gestos solemnes. La diferencia de los poderes (rey, padre, jefe militar), necesita atributos diferentes por estar concentrados en un único hombre, reagrupándose un una triple corona. El juez así como el tribunal, parece corresponder a una esfera infernal. El poder mágico, corrupción del poder religioso, es simbolizado por una vara.

          El simbolismo de los emblemas del Faraón es antológico: la doble corona simboliza el alto y bajo Egipto, la tierra y el cielo, los principios masculinos y femeninos. Los dos cetros, derecho y curvo, la creación de los animales y la agricultura, la vía derecha, solar, lógica, divina y la curva, lunar, intuitiva, el ureus, la serpiente sublimada, es la fuerza transformada en espíritu y el factor de poder.

          El esplendor es explicado por el oro y las piedras preciosas, la dominación tiene expresiones cuartenarias, haciendo alusión a los puntos cardinales: las cuatro fajas que se elevan y encuentran por encima de la corona, la media esfera que evoca la bóveda celeste. Los animales que acompañan las señales de poder (águila, león), están en relación con el símbolo solar.

          Cuando aparece el cristianismo, vemos los símbolos de sublimación, la cruz, la flor, que se incorporan a los de poder. La flor aparece en Bizancio, Europa central, Alemania y llega a Francia antes del primer milenio.

                                                                               Salvador Navarro Zamorano

                                                                               Escritor.

                                                 EL UNIVERSO DE LOS SÍMBOLOS

Conclusión

          La serpiente es símbolo de energía, la fuerza pura, y tiene innumerables significados, sea cuando es tomada de uno de sus trazos (rastro, similutud con el árbol, cambios de piel, lengua amenazadora, esquema ondulado, silbido, agresividad), o como cuando está fuera de su hábitat (serpiente de bosque, de desierto, marina, de los ríos).

          En la India, ella expresa los poderes protectores de las fuentes de la vida, la inmortalidad. En Occidente, su forma ondulada, evocando ondas, simboliza el poder profundo de los grandes alquimistas que realizaban experiencias secretas. Ella es la fuerza de destrucción para los pueblos del desierto. De ahí viene el sentido de la seducción de la fuerza por la materia (Media y Jasón, Adán y Eva), manifestando los resultados de la involución, de la persistencia de lo inferior en lo superior, del principio del mal inherente en todo campo más que la falta personal. De donde su conexión evidente con el principio femenino. Eva sería una diosa fenicia, del mundo subterráneo, que se podría comparar a numerosas diosas mediterráneas que llevan una serpiente en la mano (Artemisa, Hécate, Perséfone) o con las serpientes entre los cabellos (Górgonas, Erinias. Lo que quiere decir que, para la mujer, el espíritu se desliza entre la materia y en el mal.

          Sus características siempre tienen significados: fuerza magnética porque fascina a sus presas, fuerza bruta por sus anillos estranguladores, resurrección por los cambios de su piel, aspecto maligno de la naturaleza por su carácter peligroso.

          Fuerza vital determinando nacimientos y renacimientos, se identifica con la Rueda de la Vida, símbolo gnóstico expresado gráficamente por la serpiente Ouroboros mordiéndose la cola. En las prácticas del Hatha Yoga, dirigidas a la espiritualización, kundalini, la serpiente enrrollada, se desdobla y levanta hasta la altura del tercer ojo: el hombre recupera entonces el sentido de eternidad. Símbolo, en tal caso, de la ascensión de la fuerza, sublimación de la personalidad.

          Jung demostró que las representaciones de transformación y renovación por medio de la serpiente, constituían un arquetipo en muchos documentos. Asociado al árbol (Adán y Eva), enrrollada al bastón de Esculapio, su imagen simboliza la dualidad moral. La “serpiente emplumada” de la América pre-colombina simboliza la síntesis de los poderes contrarios del cielo y la tierra, como las dos serpientes enlazadas del caduceo de Mercurio señalan la oposición de la serpiente domada (fuerza sublimada) y la serpiente salvaje (el bien y el mal, salud y enfermedad).

          El Sol expresa el momento de máxima actividad en la transmisión y sucesión de los poderes que se verifican a través de las generaciones de dioses. Detrás de Urano y Júpiter, aparece Helios y Apolo. A veces, el Sol hijo directo, sucesor del dios de los cielos, hereda de éste su atributo más importante: lo ve y lo sabe todo. En la India, Surya es el ojo de Varuna, en Persia el de Ahura Mazda, en la Grecia antigua, Helios es el ojo de Zeus.

          Hijo y joven, el Sol se asemeja al héroe, en oposición al Padre que está en los cielos. De ahí viene la identificación de los héroes con el orden solar. En todas partes, en un determinado momento de la historia y en un cierto nivel cultural, dominó el culto solar. Pero se mantuvo muy poco en Africa y en Australia, desarrollándose en Méjico y Perú.

          Roma introdujo una pontificación solar, a veces paralela al culto de Mitra. Ese núcleo del simbolismo solar pudo constituir una religión completa como se constata en la herejía de Akenatón en la 17ª dinastía egipcia con sus himnos cantando la actividad benéfica del astro-rey. Pero el origen de ese culto es mucho más antiguo.

          Los primitivos establecieron una relación entre la Luna y el Sol. Para ellos, el Sol no tenía necesidad de morir para descender a los infiernos, sino que llegaba al mar o al lago de las aguas inferiores y los atravesaba sin disolverse. Su muerte, implicaba la idea de resurrección, al contrario de la Luna que, por desaparecer tres días cada mes, se debía desintegrar. Por eso el culto de los primitivos se liga a la religión solar que les aseguraba protección y salvación.

          Los monumentos megalíticos asocian así los dos cultos: el Sol como la reducción cósmica de la fuerza masculina, con sus facultades activas (reflexión, sabiduría, voluntad); la Luna como la reducción cósmica de la fuerza femenina, con sus cualidades pasivas (imaginación, sentimiento). Entre los metales, el oro corresponde al Sol. Es por eso que los alquimistas lo consideran como “el oro preparado para la obra”.

          El simbolismo en la arquitectura es tan extenso como complejo y en principio está fundado sobre la correspondencia de sistemas de orden, primero tratado como abstracción y después “construído”. El simbolismo más extenso y profundo es el de los “templos-montañas”, como los zigurats de Babilonia, las pirámides en Egipto y en Méjico. Esas formas simbólicas unen las gradas o escaleras al elemento paisajístico sugerido por la montaña.

          Cuando el templo está dentro de una caverna situada en el interior de un monte, significa centro espiritual, corazón o forja. El símbolo del mandala (oposición del cuadrado al círculo, teniendo al octógano como intermediario), es frecuente: Torre de los Vientos en Atenas, Templo del Cielo en China, construídos en figura octogonal.

          Luego aparece el símbolo numérico: base sobre siete en las pirámides escalonadas, un cuadrado y un triángulo. En fín, el espacio central de forma oval, simboliza el huevo del mundo, que conduce a la cúpula, imagen de la bóveda celeste. Lo que es el cuadrado simboliza a la Tierra y lo que es triangular simboliza la naturaleza humana.

          Esos símbolos se descubren en las iglesias románicas y góticas, donde las naves divididas en tres partes evoca a la Trinidad y su disposición en cruz la crucifixión. Pero el cristianismo da prioridad a la idea del hombre sobre la del cosmo. Entonces la iglesia es el cuerpo crucificado, cuyo centro es el corazón (intersección entre los dos brazos).

          Los muros de la iglesia representan la humanidad redimida, los contrafuertes la fuerza moral, el techo la caridad, las columnas de la bóveda son los dogmas de la fe y las flechas de la torre el dedo de Dios mostrando la patria celestial.

                                                                     Salvador Navarro Zamorano

                                                                     Escritor.

                                                           UN POETA VISIONARIO

          William Blake vivió casi toda la segunda mitad de siglo XVIII y buena parte de la primera mitad del siglo siguiente, siguiendo intensamente el proceso de transformaciones que hizo de Inglaterra en poco tiempo una potencia industrial. Su obra poética, así como la de sus contemporáneos Coleridge, Byron, Shelley entre otros, no podía dejar de reflejar esos cambios que traían consigo la implantación definitiva de la máquina en la vida cotidiana de la humanidad. Poeta, prosista, artista plástico, profeta y visionario, unía todos estos elementos en una única obra.

          Nació en Londres el 28 de Noviembre de 1.757. Sagitario como los poetas ingleses Shelley y Milton. Su padre, un comerciante adepto al ocultismo, tuvo cinco hijos. Muy pequeño, William reveló haber visto un árbol lleno de ángeles. Con 4 años, contaba que Dios paseaba por el jardín de su casa. A los 8 años, dijo haber conversado con el profeta Ezequiel, lo que le valió una reprimenda maternal. El episodio no llegó a provocar que se retractara; siguió atraído por la lectura de la Biblia y a los 10 años componía poemas, iniciándose en dibujo y pintura.

          El padre de William lo matriculó en la Royal Academy of Arts de Londres, donde estudió técnicas de grabado y aprendió dibujo. Su lado de escritor lo llevó a la lectura de los principales autores ingleses. Con 21 años de edad, comenzó a hacer servicios como grabador para libreros y editores. Desarrolló una capacidad artística que lo llevaría a ilustrar todos sus libros, coloreándolos manualmente.

          En 1.782 Blake se casó con Catherine Boucher. La enseñó a leer y escribir, haciendo de ella una importante auxiliar.

          Con 25 años, el poeta ya se mostraba interesado por la literatura mística y religiosa. Además de haber leído numerosas veces la Biblia, descubrió a Paracelso y Jacob Boehme, tomando contacto con la obra del visionario sueco Swedenborg, muerto en Londres en 1.772.

          Un año después de su boda, Blake estaba preparado para publicar su primer libro Esbozos poéticos, situado en la corriente de la poesía tradicional inglesa.

          Aun viviendo en condiciones distantes en el mundo de las ideas, Blake ayudado por Catherine trabajó mucho, consiguiendo ser conocido en los medios literarios, aunque no aceptado totalmente. Para eso conbtribuyeron dos obras importantes en el conjunto de su producción, dos libros proféticos de profundo carácter metafísico: Cantos de la Inocencia y Cantos de la Experiencia.

          Del primer libro, a través de la imagen del cordero, Blake se rendía ante la bondad patriarcal de Dios; en el segundo, recurría al símbolo del tigre para discurrir poéticamente sobre la tiranía divina, que somete al hombre a Su Voluntad. Blake revelaba así otra forma de tratar la presencia divina entre los humanos, que también podía ser a través de la violencia y el conflicto. En cuanto la primera obra mostraba una visión pura, ideal, inocente ante el mundo, la segunda revelaría una postura más realista, más vivida, del hombre ante ese mismo mundo. Hay quienes apuntan el papel desempeñado por la figura del Cristo en esta obra, que no debería encarnar la sumisión sino la revuelta y su símbolo no debería ser el Carnero sino el Tigre.

          Para muchos, el libro Casamiento del Cielo y del Infierno es una de las más inspiradas y originales obras de Blake. El título proviene de un trabajo del sueco Swedenborg que Blake satiriza; mientras tanto, la sátira penetra profundamente, para alcanzar la religión institucional y la moralidad convencional. En ella Blake enuncia su doctrina de los contrarios: “Sin contrarios no hay progreso” y conceptúa el uso ideal de la sensualidad: Si las puertas de la percepción estuviesen limpias, todo aparecería como es, infinito . . .” ; “pues aquello llamado Cuerpo es una porción del Alma, percibida por los Cinco Sentidos, los principales canales del Alma”;  “Dios” es definido como “el pasivo que obedece a la Razón” un equivalente al superego de Freud, mientras que “Diablo” es “el impulso activo de la Energía” o la líbido freudiana. Blake desarrollaría el tema de la libertad sexual en un poema posterior, Visiones de las Hijas de Albión”. En él, el dios de la moralidad abstracta es llamado “Urizen”, un nombre luego frecuente en la literatura de Blake.

          La segunda mitad de la vida de Blake lleva su producción literaria por extraños caminos místicos y, como hombre y poeta, se vuelve cada vez más incomprensible para sus contemporáneos. Otro poeta y ocultista, Butler Yeats, escribió: “Si habló confusa y oscuramente, fue porque habló cosas para las cuales no pudo encontrar modelos de expresión en el mundo que conocía. Anunció la religión del arte, con la cual ningún hombre de entonces soñara”.

          Esta fase tendría inicio como la mudanza del matrimonio a una pequeña casa en el suburbio londinense de Lambeth, en 1.793. Los siete años pasados allí representan para Blake el ápice de su prosperidad mundana y, simultáneamente, el período de más profunda incertidumbre espiritual. Pintó grandes cuadros en aquella casa, además de obras de su estilo e ideas.

          América y Europa, son sus obras sobre las revoluciones americanas y francesa. Ambas presentan la manifestación de Orc, el espíritu prometéico de la rebelión, que viene a redimir a la humanidad. En Europa, tanto la aparición de Jesús como la Revolución Francesa son consideradas como evidencias de la presencia de Orc.

          Acabado en 1.794 El libro de Urizen inicia la tetralogía de Blake “La Biblia del Infierno”. Es una parodia del Génesis bíblico, donde el Creador, Urizen, es un inmortal rechazado y proscrito, “el sacerdote primitivo”, un “poder negro”. La Creación, aquí, es una especie de pecado original divino y engloba una serie de grandiosas y terribles separaciones: primeramente, la de Los (la imaginación creativa) y Urizen; después, la de Enitharmon (el espíritu femenino) y Los. Las dos obras siguientes de la tetralogía, El libro de Ahania y el Libro de Los, muestran respectivamente el “Éxodo” de Blake y la historia vista por la óptica de Los.

          La Canción de Los, con sus apéndices-poemas Africa y Asia, complementan la visión cósmica de Blake, desde la creación del hombre (o la “Ilusión Humana”) hasta la época del autor. Urizen concede, a través de las mitologías y religiones, sus “Leyes para las Naciones”, hasta que la “Filosofía de los Cinco Sentidos” (correspondiente a la ciencia materialista) estuviese “completa y entregada en las manos de Newton y Locke” (modelos del materialismo abstracto, a quien Blake detestaba).

          Al final de este periplo, el poeta inglés percibió el fracaso de su “Biblia del Infierno”, para captar la complejidad de la existencia humana. Perdió la esperanza en revoluciones como fuerzas regenadoras y se encontró espiritualmente desorientado.

          Exactamente en 1.800, habiendo perdido su padre y hermano menor y cambiar de casa, Blake vivió en Felpham, en el condado de Sussex, ayudado por sus amigos, pues su estado financiero no era bueno. Pasó un tiempo allí con su esposa, escribiendo poemas e ilustrando libros. La época de mayor penuria material corresponde al período en que el misticismo se instala con mayor fuerza en su obra.

          Retornando a Londres en 1.803, Blake comienza a trabajar con otro artista en la producción de grabados destinados a ilustrar el libro  El Mausoleo de Blair, pero por intereses económicos es engañado por su socio. Desde ese momento, se abre una época muy difícil para el poeta, que se prolongaría hasta el final de la década.

          Fue en ese período en que dio al público la madurez de su obra: Las cuatro loas, Milton y Jerusalen. En este último trabajo, se describe en rica poesía repleta de sabiduría esotérica y en maravillosas planchas ilustradas, el despertar del gigante Albión (Inglaterra o la humanidad) de su “Sueño de Ulro” (o el infierno del materialismo abstracto), camino a su regeneración. Quien posibilita esto es Los, el arquetipo del hombre creador. Con el auxilio de su “Espectro” (o Poder de Raciocinio), construye Golgonooza, la ciudad del arte. El éxito de Los se completa cuando Albión se reúne con su contraparte femenina, Jerusalen, el “Divino femenino”. Un dato singular: cuando al final del poema aparece en los cielos los innumerables “Carruajes del Todopoderoso”; entre sus pasajeros están Milton, Shakespeare, poetas que representan la creatividad alabada por Blake, además de sus viejos enemigos, Bacon, Newton y Locke.

          El brillante trabajo de esa época no vale a Blake para tener una mejor posición financiera. En 1.809 consigue realizar una exposición de pinturas y dibujos, teniendo repercusión entre el público, pero es duramente atacado por los periodistas. La exposición mostraba los trabajos hechos para ilustrar un libro Los peregrinos de Canterbury, de Chaucer.

          Blake sobrevive con la venta de sus libros publicados y de la creación de grabados para el catálogo de la fábrica de porcelanas Wedgwood. En sus últimos años, escribiría algunos poemas, entre ellos El Evangelio perenne, y produciría las ilustraciones para su Libro de Job. En 1.825 trabaja en la producción de ilustraciones para una edición de La Divina Comedia de Dante. Realizó más de cien acuarelas para ese libro en el último año de su vida, 1.827. El 12 de Agosto muere a los setenta años de edad, cuando ya podía vivir modestamente de su trabajo como grabador y pintor.

          En el último período de su existencia, Blake era tenido como un loco notorio, hombre que hablaba por las calles con ángeles y decía recibir la visita de profetas y de gente como Dante en su casa. Vivió sus últimos años como cuando niño, describiendo las visiones que describía el mundo existente detrás del mundo visible.

          No es fácil, en principio, definir lo que viene a ser un artista visionario. W.Blake encarnaba ese espíritu en la medida que mantenía vínculos más profundos con la realidad, vínculos que le revelaron, a través de esa misma realidad, otros planos de existencia espiritual. Adolf Huxley, que se dio cuenta de la importancia de Blake como místico, como profeta, como visionario, recurrió a un verso del poeta para titular uno de sus libros Las puertas de la percepción, en el que aborda la relación entre ciencia y misticismo, además de estudiar la influencia de determinadas drogas en los estados de percepción humana. Una frase de Huxley sirve para dar noción de lo que es un artista visionario: “Casi nunca el visionario ve algo que le recuerde su pasado. No recuerda escenas, personas ni cosas, ni tampoco las inventa. Sólo contempla una nueva creación”.

          Blake vivía sus experiencias visionarias sin recurrir a ningún método que no fuese su propia postura ante el mundo, de permanente éxtasis. Personalidad única, extraña, sin par entre los artistas de su época, confundió a sus contemporáneos que raramente comprendieron su importancia como poeta ni la complejidad de su personalidad. En verdad, solamente a partir del período simbólico pasó a ser citado como artista y profeta, identificado con esa tendencia literaria. Tiempo después, los surrealistas revelaron su admiración por Blake, reconociendo y colocando en lugar destacado el fuerte apoyo místico e inclusive erótico de su obra poética.

          Hay críticos que consideran que la personalidad de Blake tuviese algún componente mágico y hasta próximo a poderes demoníacos. En el Casamiento del Cielo y del Infierno se muestra más preocupado en conciliar el bien con el mal, el cuerpo con el alma, razón con emoción, mientras avanza paralelamente en busca de un cristianismo puro, prácticamente herético, sin aceptar las enseñanzas tenidas como cristianas. Se piensa que estaba, sin duda, convencido de que era un veradero místico y profeta de Cristo, que era el único Dios.

          Hay una vertiente señalada por Blake que apunta hacia Oriente. En su libro Visiones de las hijas de Albión el poeta revela la importancia que atribuía al placer amoroso vjsto de acuerdo con una concepción que sitúa el amor sexual como vía de conducta para un estado de transe místico, de pureza e inocencia ideales. “Estaba desnudo y veía al hombre desnudo, desde el centro de su propio cristal”, escribió T.S.Eliot.

          Blaque, más que cualquier otro hombre, combinó las cualidades que pertenecían tanto al hombre de acción como al soñador, el guerrero y el santo, el mago y el místico. El poeta entendía la creación artística fundamental para el ser humano. Creía que había una posibilidad de llegar a la redención, a la salvación del espíritu, a través del arte, de la creación artística entendida como religión individual. Decía que el propio Cristo fue un artista, pues predicaba recurriendo a parábolas, formas poéticas de expresión.

          En sus últimos tiempos de vida, Blake decía ser un sabio, un místico, y llegó a escribir: “Siempre hallé que los ángeles poseen la vanidad de considerarse los únicos sabios”. Se puede discutir cuál es el sentido que atribuye aquí a la palabra “ángel”, pero no debe ser nunca abandonado, en función de la importancia del poeta para la literatura, el papel que desempeñó como explorador de un universo que la cultura racionalista tendía cada vez a ignorar más. Un universo cuya concepción W.Blake dejó grabado en un poema cargado de lirismo:

          “Ver el mundo en un grano de arena

          y el cielo en una flor silvestre,

          detén el Infinito en la palma de tu mano

          y la Eternidad en una hora”.

                                                                     Salvador Navarro Zamorano

                                                                     Escritor.

 

 

 

 

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