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SALVADOR NAVARRO                             h

 

 

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                                                                                    Circular nº 9 , año VIII

                                                                                    1º Septiembre de 2.002.

            Como en materia de religión, también en el terreno político no hay ni puede haber régimen absolutamente bueno y definitivo. Los regímenes que mejor se adaptaban a un estado anterior de la humanidad y, aún hoy, a diversos sectores de la población mundial, pueden en nuestros días ser incompatibles con el género humano. Así, el gobierno monárquico era el más natural para un pueblo infantil, mientras que el democrático parece el más lógico para el estado actual de gran parte del pueblo adolescente, aunque no se pueda afirmar que la democracia sea simplemente la mejor forma de gobierno. Tiempo vendrá en que los pueblos modificarán su sistema democrático, hoy vigente, conforme sea su evolución superior.

          La función del Estado no es suplir la personalidad humana, sino crear un ambiente de paz y seguridad en el cual la personalidad pueda desarrollar normalmente todas sus potencialidades latentes. Poder no quiere decir violencia, ni absolutismo ni dictadura; pero el poder es necesario para promover la armonía social entre todas las partes del Estado, siempre orientado por la razón, hasta que el propio indivíduo sea capaz de orientarse por sí mismo. El poder público es, pues, un medio y no un fin en sí mismo. El Estado no debe sustituir o suprimir la personalidad; debe, sí, auxiliarla en todo lo que fuere necesario para que la persona pueda alcanzar la plena actualización de sus potencialidades, de tal manera que de la perfección de cada indivíduo resulte la perfección de la sociedad.

          Como se ve, Spinoza defiende expresamente el ideal de la “cosmocracia”, régimen en el que cada indivíduo, plenamente consciente de sí mismo, se guía seguramente por los dictámenes de su propia consciencia interna, sin ninguna necesidad de leyes externas. Esa “cosmocracia” sería una especie de “anarquía”, pero no anarquía por falta de leyes, sino una que omitiese cualquier ley ciudadana por el hecho de tener cada persona en sí una ley interna, la cual obedecería espontáneamente, no por miedo a un castigo ni esperanza de un premio, sino únicamente por la virtud de una comprensión racional que lo hiciese amar la propia ley como amiga.

          Muchos hombres desobedecen la ley porque la odian.

          Otros obedecen la ley, aunque la aborrezcan.

          Otros, sin embargo, obedecen la ley porque la aman.

          Ese tercer grupo representaría la super-democracia o “cosmocracia”.

          Entretanto, como es fácil entender, para que el hombre pueda de hecho amar la ley, querer su deber, hacer el bien por causa del bien, es indispensable que haya alcanzado un elevado grado de evolución interior, que haya llegado a “conocer la verdad”, esa verdad que “libera”. El régimen cosmocrático representaría el estado de “libertad por el conocimiento de la verdad”. Platón tuvo una visión de ese plano evolutivo cuando describió su famoso “filósofo-rey”, es decir, un soberano que, aunque dictador, gobernase su pueblo con absoluta sabiduría y santidad, sin un requicio de egoísmo o ambición personal. Spinoza, es el visionario del “pueblo-filósofo”, un pueblo tan perfecto que ni siquiera tuviese necesidad de un “rey-filósofo”, porque tal pueblo, llegado al plano cosmocrático, sería sabio y santo, gobernado por la eterna sabiduría y santidad del propio Dios.

          Spinoza falleció mientras elaboraba su “Tractatus Politicus”, de manera que nos dejó apenas un esquema de esa gran obra que, a juzgar por el esbozo que de ella tenemos, hubiera sido su obra-prima de filosofía ética y política. Pero, por lo poco que tenemos, podemos adivinar lo mucho que tendríamos, si de ese poco supiéramos derivar lo que contiene en gérmen.

          “El fin último del Estado  - escribe el gran pensador  -  no es dominar los hombres, ni restringirles la actividad por el terror; es antes liberarlos del terror para que puedan vivir y actuar en plena seguridad y sin peligro, para sí y sus semejantes. El fin del Estado, repito, no es transformar seres racionales en brutos o máquinas y, sí, habilitar el cuerpo y el espíritu de los ciudadanos a funcionar mejor; es llevar a los hombres a vivir por y para la razón libre, para que no despierdicien sus fuerzas en odios y fraudes, ni se conduzcan de manera desleal. De manera que el verdadero fin del Estado sea la libertad”.

          Sería un grave error considerar a Spinoza como el “padre del panteísmo moderno”, como varios compendios de filosofía acostumbra decir. Va en esa afirmación dos errores, a saber: 1) que el filósofo haya sido un panteísta; 2) que le quepa la paternidad de esa ideología, falsamente llamada panteísmo, como él mismo hizo ver en su respuesta a la sinagoga que lo excomulgó.

          Entretanto, no se puede negar que los pensamientos del solitario filósofo de Amsterdam, haya ejercido extraordinaria influencia sobre las poderosas corrientes filosóficas y culturales de los siglos que siguieron. Lo que los grandes genios de la humanidad hacen no es crear ni descubrir nuevas ideas, sino cristalizar y hacer converger en un foco intenso ciertas verdades que andaban dispersas por la atmósfera secular y milenaria de la humanidad y de las cuales ésta era apenas obscura y crepuscularmente consciente. El genio es el intérprete y locutor explícito del subsconsciente implícito del género humano; dice con mediana claridad y nitidez lo que muchos presentían y adivinaban vagamente, sin poder formularlo y explicarlo en términos claros y precisos. Toda vez que un hombre dotado con ese carisma de intérprete de sus semejantes aparece en el escenario de la historia, diciendo lo indecible, millares de hombres aplauden, no como a un importador de nuevas ideologías, sino como el educador y locutor de la mente y alma de aquellos que estaban en una anónima expectativa de esa gran revelación de su propio Yo. Todas las antenas afinadas por la misma frecuencia de receptividad, lo saludan como amigo y redentor, mientras que otros, carentes de esa receptividad, lo condenan y hostilizan como enemigo y hereje, porque esos tales tienen “una ley y según ella debe ser crucificado”.

          Pocos filósofos de la historia fueron tan intensamente amado y tan violentamente odiado como Spinoza.

          Todos los espíritus humanos dotados de una videncia cósmica por encima del común de la humanidad-masa, sospechan o adivinan con mayor o menor claridad, que existe una vasta y profunda unidad del universo, más allá de esa aparente multiplicidad de fenómenos perceptibles y concebibles. Claro está que la afirmación de esa unidad suprema no excluye el reconocimiento de la pluraridad como objetivamente real; ni hay conflicto alguno entre esos dos conceptos de unidad y pluraridad, una vez que esta se refiere a los fenómenos existenciales causados de la humanidad, en cuanto aquella dice de la realidad esencial, la causa no causada.

          Spinoza, como pocos filósofos que le precedieron o siguieron, contribuyó grandemente a despertar y clarificar en los pensadores competentes, la certeza y nitidez de esa unidad en la diversidad, ese verdadero concepto del “Universo” (uno y diversos). No fundó escuela alguna ni secta, porque su espíritu esencialmente universalista, era contrario a cualquier especie de fragmentación.

          Muchos años después de la muerte del solitario pulidor de lentes, quedaba su filosofía sepultada en el olvido o, en el caso de que alguien recordase el nombre de Spinoza, era para tacharle de persona tocada por la locura. El célebre empirista británico David Hume, se refiere accidentalmente a las “hediondas hipótesis de Spinoza”. El crítico literario alemán Lessing, uno de los primeros que penetró en el mundo de esa ideología, dice que se hablaba de Spinoza como de “un perro muerto”. Este crítico confiesa abiertamente que no hay para él otra filosofía digna de este nombre sino la de Spinoza. Otros pensadores alemanes  hablan con reverencia del “santo y excomulgado Spinoza”, rehabilitando el nombre y las ideas del filósofo de Amsterdam. Novalis, poeta católico alemán, habla de él como el “hombre ebrio de Dios”.

          No tardó mucho tiempo que la “Ética” de Spinoza se transformase en el inseparable “vademecum” de los mayores pensadores, poetas y literatos de Europa, sobretodo en Alemania. Goethe confiesa que fue Spinoza que, con su serenidad y firmeza, le sirvió de maestro para superar la caótica inmadurez de su mocedad romántica y alcanzar las alturas de una ponderada y esclarecida madurez interior; le enseñó, sobre todo, que debemos reconocer nuestras limitaciones. Kant, Hegel, Schopenhauer, Nietzsche y muchos otros, son debedores a Spinoza por muchos de los mejores pensamientos que abundan en sus filosofías, a veces tan extrañas; en Francia, el gran pensador Henri Bergson, siguiendo las huellas del monista holandés, cristaliza su neovitalismo en la expresión lapidaria del “élan vital”.

          En Inglaterra, penetró Spinoza a través de Coleridge y Shelley. Will Durant, parafraseando una sentencia del Eclesiastés, dice de Spinoza: “Más vastos que el mar son sus pensamientos, más profundos que los mayores abismos son sus consejos”.

          Fue, pues, con razón que Ernesto Renán, en la inauguración del monumento a Spinoza en La Haya, dijo: “He ahí el hombre que tuvo la más profunda visión de Dios”.

          Mientras tanto, como en el caso de los neoplatónicos y sus seguidores, conviene repetir el saludable aviso: que no todos son capaces de abarcar la vastedad y profundidad de la filosofía de ese hombre, pervirtiendola, tal vez inconscientemente, según su incomprensión. Para que alguien pueda evaluar con justicia y verdad un genio, debe poseer algo de su naturaleza, por cuanto el conocimiento esta en el conocedor según su modo de conocer. Es más fácil que un sabio aprenda de un tonto que éste aprender del sabio.

          Una cosa es cierta: un hombre que vivió integralmente su filosofía, como hizo Spinoza, y de ella extrajo su imbatible firmeza de carácter y serenidad interior en plena tempestad, y poseyó una nunca desmentida bondad y benevolencia para todos, incluso para sus gratuítos enemigos, debe haber encontrado en sus estudios algo más que un interesante sistema de ideas subjetivas; debe haber experimentado su filosofía como la expresión de una gran y dinámica realidad objetiva, cimentada en la roca de la Verdad Eterna y Absoluta.

          Está fuera de duda que en la persona y filosofía de Spinoza, el Monismo Metafísico y ético celebra uno de sus mayores y más puro de los triunfos.

Gotfried Wilhelm von Leibniz

          Leibniz inicia su vida al final de la Guerra de los 30 años, catástrofe que hiciera de Europa un campo de ruinas y un caos de la vida humana (1.646-1.716). La época era propia para violentos choques nacionalistas. Entonces, Leibniz, como más tarde Goethe, mantuvo su vasto y bien equilibrado humanismo por encima de todos los estrechos y descontrolados parcialismos nacionales. Toda su filosofía revela ese colorido universalista, un sensato centralismo, equidistante de los extremismos de la derecha y la izquierda. El genio de Leibniz tiene algo del panorámico enciclopedismo de Leonardo da Vinci y Goethe, pero se siente sobremanera fascinado por la lógica rectilínea de la matemática y la geometría.

          También en su vida religiosa, sigue una trayectoria esencialmente universalista, que no pueda dejar, naturalmente, de chocar con los sectarismos eclesiásticos de la época, valiéndole la nominación de “herético”.

          Gran admirador de Spinoza, procura Leibniz, todavía, evitar lo que considera como la frígida racionalidad mecánica del gran pensador holandés. Leibniz es antes el defensor de una filosofía de flexibilidad orgánica dentro de una ideología de rigidez mecánica. El determinismo de Spinoza hace del mundo, a su modo de ver, una máquina de precisión, del hombre un autómata y de Dios un principio matemático impersonal. Leibniz quiere más color, más elasticidad, más libertad. Para él, el universo obedece a una “armonía pre-establecida”, obra de un Ser pensante y libre que, a través del drama del cosmos y la epopeya del género humano, realiza una determinada teología y finalidad consciente.

          Leibniz, espíritu versátil y polimorfo, abarca un vasto campo de actividades varias. Ejerce misiones diplomáticas en Francia, donde contactó con Luis XIV. Fracasó, es verdad, en su carrera diplomática, pero su genio fue enriquecido por el contacto con notables pensadores de su tiempo, como Arnauld y Tchirnhausen en París y, en Londres, por Boyle e Isaac Newton, juntamente con el cual descubrió el cálculo diferencial, cuya prioridad pasó a ser adjudicada al matemático británico. Terminó sus días en Hannover, en calidad de bibliotecario del duque de esa ciudad.

          La obra más notable de Leibniz es su “Monadología”. Para él, existe como base unitaria del cosmos, una energía o fuerza única, la “mónada”, que es para Leibniz más o menos lo que para Demócrito era el “átomo”, con la diferencia de que la “mónada” no era considerada como unidad material, sino inmaterial o energética. En este sentido, puede Leibniz ser considerado como uno de los precursores de la Era Atómica, que abolió el concepto tradicionalista de “materia” estática, sustituyéndolo por el principio dinámico de energía universal. La ciencia de la Era Atómica no sólo proclamó el concepto de “inmaterialidad de la materia”, sino que consagró también el principio de la unicidad de la energía; no existen, para el físico nuclear, ni materia ni energías, sino solamente una única Energía Universal, como Einstein procura demostrar matemáticamente en uno de sus libros.

          La más profunda intuición filosófica de todos los tiempos, defendía la estrecha unidad del cosmos, milenios antes que la inteligencia científica consiguiese demostrar, aunque parcialmente y precariamente, esta verdad en el terreno de la física.

          En armonía con el espíritu matemático-filosófico de Pitágoras y otros genios de la antigüedad, concuerda Leibniz con el concepto de que “Dios geometriza”, esto es, que todas las verdades fundamentales pueden, en último análisis, ser cristalizadas en figuras geométricas como el gran Spinoza ya intentara hacer en su obra “Ética”, demostrada de un modo geométrico. En cuanto el hombre percibe apenas de una manera vaga las verdades eternas, todo se le figura incierto, lejano, pero desde que el mediatismo y titubeos del análisis intelectual ceda al inmediatismo rectilíneo de la intuición racional, desvanecerá la angustiante nebulosidad de aquél y nacerá la meridiana claridad de éste, y “Dios geometriza”.

          Propiamente, sólo existe una “ciencia exacta”, que se puede apellidar matemática, geometría, lógica o también metafísica, filosofía, religión, mística; porque, en el más profundo estrato de toda esa realidad, se encuentra la misma Realidad Última, diversamente fraseada, pero esencialmente idéntica, como las aristas de una pirámide que, en la cima, se funden todas en un único punto unidimensional.

          Aunque la “mónada” sea, en último análisis una sola, en el plano de la esencia, con todo, en el terreno de las existencias esa “mónada” aparece como plurarista y multiforme, creando la inmensa variedad existencial del mundo de los fenómenos individuales.

          Es por la contemplación de la Verdad Eterna (Dios) que la “mónada” humana se transforma en un espíritu racional; mientras que la “mónada” animal, vegetal y mineral, deja de reflejar racionalidad.

          Dios es el eterno “Monos” o “Mónada”, el “Logos” de Heráclito, de los neoplatónicos y del cuarto Evangelio; y tanto más divino es un ser cuanto más racional y lógico.

(Sigue en la Circular de Octubre)

POEMAS DE KABIR

          “¿Con quién iré a aprender sobre mi Amado?”

          Kabir dice: “De la misma forma que no puedes encontrar la floresta

          si ignoras al árbol,

          así también, Él puede no ser nunca encontrado en abstracciones”.

          ¡¡Oh Sadhú: mi tierra es una tierra sin tristeza.

          Proclamo a todos, al rey y al mendigo,

          al Emperador y al fáquir.

          A cualquiera que procura abrigo en el Altísimo,

          vengan todos y acomódense en mi tierra:

          Que vengan aquellos que están fatigados a descansar aquí

          de todas sus cargas:

          Vive aquí, hermano mío,

          que atravesarás fácilmente la otra orilla.

          Es un lugar sin tierra ni cielo,

          sin luna o estrellas:

          Pues sólo el brillo de la Verdad

          resplandece en las salas de mi Señor”.

          Dice Kabir: “ ¡Oh, hermano amado:

          nada es esencial, a no ser la Verdad!”.

 

 

 

 

          El amor es el único milagro que existe. El amor es la escala que va desde el infierno hasta el cielo. Si aprendes bien qué es amor, lo habrás aprendido todo. Perdiendo el amor, toda tu vida estará perdida. Las personas que preguntan sobre Dios no lo están haciendo realmente, sino confesando que no conocen lo que es el amor. Quien conoce el amor conoce al Amado; el amor es la percepción de lo Divino. Quien pregunta sobre la luz, está diciendo que es ciego. Quien pregunta sobre Dios, está diciendo que en su corazón no ha florecido el amor.

          Nunca preguntes sobre Dios. Si no puedes verlo, eso demuestra que no tienes ojos para ver. Si no puedes escucharlo, demuestras que eres sordo. Si no puedes tocarlo, demuestras que no tienes manos, ninguna sensibilidad. Dios no es el problema, no puede serlo. Dios no está distante; está aquí y ahora. Todo lo que existe está en Dios y es Dios. Entonces, ¿cómo Dios puede ser el problema? Dios no es algo para ser buscado: ¿a dónde irás? Está en todas partes; solamente tienes que aprender cómo abrir los ojos al amor. Una vez que el amor penetra en tu corazón, ahí encuentras a Dios. En la emoción del amor está el Amado: en la visión del amor está la visión de Dios.

          Por eso Dios es la única y verdadera alquimia interna: transforma tu vida material en algo divino. Es la única alquimia, pues transforma el metal mas vil en oro. Sin amor, la vida es una cosa cenicienta, sin color, sin canción, sin alegría. Solamente se puede esperar la muerte; vendrá y te librará de esta vida monótona, insípida. El amor trae color; la ceniza se transforma en un arco iris, explotando en mi colores, lo banal se vuelve chispeante, psicodélico. El amor transforma todo el estado de tu ser y, con ese cambio, toda la existencia se transforma. Nada cambia exteriormente; pero cuando estás pleno de amor, tienes una vida totalmente diferente a tu disposición.

          Dios y el mundo no son dos cosas; son una sola existencia. Hay apenas una existencia que, vista sin amor, parece material. Dios, visto sin amor, parece el mundo. Contemplado con amor, el mundo se transforma, se transfigura . . . y se hace divino.

          En esa visión hay música. Cuando el amor despunta, muchos milagros acontecen. Hay un silencio luminoso. El amor es mágico. Y toda la enseñanza de Kabir es de amor; llama al amor “la canción de Dios”. El corazón palpitando de amor, es como un instrumento musical en los labios de Dios . . . y nace una canción. Esa melodía es la religión.

          La religión no tiene nada que ver con iglesias, templos, dogmas y rituales; ella nace cuando alguien está latiendo con amor. Cada indivíduo tiene que dar a luz una religión dentro de sí mismo y, al menos que esto suceda, no serás religioso. Nada adelantas con unirte a una organización y volverte religioso, pues la religión no es una organización a la que se pueda pertenecer después de cumplir algunos requisitos. Para ser religioso tienes que nacer de nuevo en tu ser más profundo; cuando la religión nace ahí, entonces eres religioso. No serás cristiano, pero serás como un Cristo; no serás budista, pero sí un Buda. Tu religión ha nacido en ti.

          Cuando naces en el amor, la religión nace en ti y, entonces, tu vida entera es una canción. Quedarás sorprendido al ver que ahora todo encaja. Antes eras una confusión, una anarquía, corriendo en todas direcciones, hecho pedazos, desintegrándote. No eras más que angustia y agonía. Cuando el amor nace, tienes un centro y todo entra en sintonía con él. Eres una orquesta, una armonía. Está encondida en ti, la has traído al mundo, pero todavía no se ha manifestado. Kabir dice: “Manifiéstala, deja que tu amor se manifieste. En esa manifestación estará tu oración”.

          Pero, algunas cosas fundamentales han de ser entendidas, antes de que entremos en estos versos.

          En el Talmud existe una historia. Un pagano fue a ver a un gran místico judío y le pidió con cinismo: “Enséñame toda la Tora mientras estoy sobre un solo pie”. Ese hombre había ido a otros místicos, que en verdad no debían serlo, sino teólogos, filósofos. Todos ellos se negaron a responder. Dijeron: “Eso es imposible; la Torah exige años de estudio, toda una vida de estudios. No puede ser condensada en pocas sentencias; eso sería un sacrilegio. No es posible”. Pero este místico estuvo de acuerdo y respondió inmediatamente: “No hagas a los otros lo que no quieras para ti. Esa es toda la Torah, el resto son comentarios”.

          Amor es toda la Torah; el resto son comentarios. ¿Qué es el amor? No hagas a los otros aquello que no quieras que te sea hecho a ti. Todo lo que quieras para ti, dalo también a los demás. Piensa en ti mismo como el centro de la existencia. No pienses en el otro como ajeno: solamente tú eres. En el otro existe la misma vida, la misma música esperando ser cantada, la misma ansia de alcanzar a Dios, la misma búsqueda, el mismo corazón palpitante, la misma agonía, el mismo éxtasis.

          Ese amor está esperando en ti, pero puedes quedar en esa espera toda la vida, hasta que mueras. El nacimiento está más allá de ti. Has nacido y nadie te preguntó nada, ni pidió tu permiso; ni te fue preguntado dónde querías nacer, ni lo que deseabas ser. De repente, estás aquí, en medio de la vida. El nacimiento no ha sido escogido por ti, como tampoco la muerte. Un día llega sin avisar. No espera momento alguno. Nacimiento y muerte acontecen; no puedes hacer nada con relación a esto. Entre ambas existe una cosa, con la que sí puedes hacer algo: el amor.

          Las tres grandes cosas de la vida son: la vida, el amor y la muerte. La vida ya te ha pasado. La muerte te va a pasar, es una certeza. De cierta forma, ella ya está aquí; con el nacimiento dimos el primer paso hacia la muerte. El día de tu nacimiento hicistes la mitad del camino; la otra mitad va a demorar un poco más . . . Con la vida, la muerte también entra en ti.  Entonces, queda una cosa que puedes hacer, que depende de ti, que es el amor. Y, por esa dependencia, existe la posibilidad de que pierdas esa oportunidad.

          Esa es la agonía del amor: puedes perderlo. Si no haces algo, si no estás atento, si no vas conscientemente en esa dirección, puedes perderlo. Existe la posibilidad de que no seas capaz de experimentarlo: de ahí el miedo, la angustia, la ansiedad. ¿Serás capaz de hacer eso? ¿No fluirás en el amor? Pero, al lado de esa agonía, existe el éxtasis de ser libre.

          A causa de esa libertad existe el miedo. Si el amor fuese predestinado, como la vida y la muerte, no habría miedo, pero tampoco éxtasis, pues eso sólo es posible cuando alcanzas alguna cosa, cuando escoges algo conscientemente y llegas a algún lugar deliberadamente, cuando el camino que haces y tú no están siendo arrastrados. Esa es la belleza del amor y también el peligro.

          Medita con estos versos de Rilke . . .

          “Yo soy la pausa entre dos notas.

          Que raramente entran en real armonía.

          Pues la nota de la muerte tiende a dominar.

          Ambas pueden ser reconciliadas,

          tremulamente, en el intervalo oscuro,

          y la canción permanece inmaculada”.

          Estos versos tienen mucho significado. “Yo soy la pausa entre dos notas . . .” muerte y nacimiento. Esas son las dos notas tocadas en ti por lo desconocido. Tú eres la pausa, el intervalo, el espacio entre el nacimiento y la muerte. Muy sutil.

          “Yo soy la pausa entre dos notas,

          Que raramente entran en real armonía . . .”

          Eso es raro. Sólo en un Cristo o en un Buda, la muerte y la vida entran en real armonía . . . y nace la canción. Ese es un raro fenómeno. Cuando la vida y la muerte entran en una armonía interna, el conflicto cesa, se construye un puente sobre el abismo, y las dos notas forman parte de una sola melodía, no en conflicto sino en cooperación.

          “Yo soy la pausa entre dos notas,

          Que raramente entran en real armonía,

          Pues la nota de la muerte tiende a dominar . . .

          La vida está presente, el nacimiento ha sucedido, la muerte llegará. Por eso, en nuestra vida predomina la muerte y todos buscamos la seguridad. ¿Cómo evitar la muerte? ¿Cómo prolongar la vida un poco más? ¿Cómo escapar de morir? La muerte predomina; de ahí procede la importancia del dinero.

          La importancia del dinero es la importancia de la muerte, pues el dinero da una falsa sensación de seguridad: tienes médicos y medicinas, dinero en el Banco, seguro de vida, amigos, una buena casa y, si llega algún problema, estás protegido. Por eso, las personas se obsesionan con el dinero; tener más y más, crear una muralla de dinero alrededor nuestro, para que la muerte no pueda penetrar.

          Pero nadie puede detener la muerte. Tu esfuerzo para detenerla destruye la oportunidad que podría ser una gran experiencia, que puede florecer en el amor. Existen apenas dos tipos de personas: la que está orientada hacia la muerte y las que se orientan por el amor. La vida está aquí; no hay nada más que hacer en relación con eso y nadie está preocupado con el nacimiento.

Concluye en la próxima Circular de Octubre.

 

 

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