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SALVADOR NAVARRO                             h

 

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                                                                                    Circular nº ExtraVerano , año VIII

                                                                                    Llubí, 1º Julio de 2.002..

          Vuelvo a los comentarios sobre textos de San Dionisio y con ellos, a la luz que este iluminado quiso esparcir en sus predecesores. Aunque mis conocimientos son limitados por la escasa bibliografía de que dispongo, espero acertar, al menos en la intención y la pasión que se expresa a través de sus palabras.

                    Pienso también,

                    que tú comprendistes

          como la discusión de los particulares

          es más extensa que la de los universales

                              pues,

          cuanto más aspiramos a cosas elevadas,

          más nuestro discurso sobre cosas intelectuales,

                    es reducido;

          así como, cuando damos entrada

          en esa oscuridad que da comprensión,

          descubrimos no sólo la brevedad del discurso,

          sino el silencio y el no-conocimiento perfectos.

                              Aquí,

          el discurso desciende de lo universal a lo particular

          y, a medida que desciende, él crece

          en proporción a la multiciplicidad de las cosas.

                    Pero ahora, en verdad,

          él asciende de lo particular a lo universal

          y, subiendo, se retira en la medida que surge

                    y, después de toda la ascensión,

                    se vuelve interiormente silencioso,

                    enteramente unido a lo inefable.

                    Decimos, consecuentemente,

          que al trascendente realizador de todas las cosas

                              no faltan

                    ni ser, ni vida, ni razón, ni mente.

                    con todo, él no posee ningún cuerpo;

                    ni tiene forma, ni imagen,

                    ni cualidad, ni cantidad, ni volúmen;

                    Él no está en ningún lugar, ni es visto,

                              ni posee toque sensible;

                              ni siente ni es sentido,

                    no posee la confusión  ni el tumulto,

                    ni la perturbación de las pasiones;

          ni está sin poder, sucumbiendo a la contingencias

                              de las cosas sensibles;

                    ni su luz posee cualquier deficiencia,

                    ni cambio, ni corrupción, ni división,

                              ni falta, ni flujo,

                              ni es ni tiene Él

                    cualquier otra cosa sensible.

    Es difícil abandonar los viejos hábitos y ese debe haber sido el caso de Dionisio. Fue educado como teólogo y habla el lenguaje de la teología, aunque ya no fuese más que un místico. Pero, en el momento que comienza a expresarse, era de lo más natural que toda su educación formara parte de su expresión. Así, por favor, discúlpenos por sus maneras de exponer su pensamiento. No son tan claros como las afirmaciones de los profetas y los maestros, porque ellos fueron poseídos por la locura de Dios, no eran teólogos. De ahí la belleza de sus afirmaciones.

Es afortunado Jesús por no haber sido educado por rabinos, caso contrario hubiéramos perdido la inmensa poesía y la gracia del Nuevo Testamento, especialmente la de las “Bienaventuranzas”. “Bienaventurados los pobres en el espíritu, pues de ellos es el reino de los Cielos”. “Bienaventurados los últimos porque ellos serán los primeros en el reino de Dios”.

Esas no son palabras de un rabino; son palabras de un hombre simple, pero bien articulado, no entrenado como clérigo. Está simplemente afirmando sin dar ninguna razón para ellas; no es argumentativo. Esos son gritos de alegría. Como niños gritando, jugando, corriendo, por ninguna razón absolutamente, apenas la energía que transborda. Son afirmaciones inocnetes.

Puede verse claramente la diferencia entre Jesús y Dionisio, entre Lao-Tsé y Dionisio, entre Zarathustra y Dionisio. Fue una desventura que ese hombre, tremendamente grandioso, tuviese que pasar por una educación teológica. Fue un accidente. Pero su entrenamiento teológico quedó adherido a su personalidad; es difícil liberarse de los viejos hábitos. Lo que él está diciendo es de tremenda importancia, pero el modo cómo lo dice es de un teólogo común.

Lean esta afirmación:

“Pienso también que tú comprendistes cómo la discusión de los particulares es más extensa que la de los universales”.

Ahora bien. Lao Tsé no habría hablado sobre particulares ni universales, ni lo habría hecho Buda, ni Jesús, ni Kabir. Eso es un problema filosófico; tiene alguna importancia en el mundo de la filosofía, pero es completamente irrelevante en lo que se refiere a la experiencia mística. Pero Dionisio no puede encontrar ningún otro medio de expresarse; tendrás que ser un poco más paciente con él. Lo que está diciendo es significativo, pero la manera cómo lo dice no es significativa. Tenemos que buscar los diamantes escondidos detrás de su expresión.

Por “particulares” se quiere decir las “manifestaciones de la existencia”. Hay personas, animales, aves, árboles, ríos. Después, entre las personas, hay gente blanca, negra, amarilla, roja y aceitunada. Entre los blancos hay hombres, mujeres, niños y ancianos. Y si seguimos hacia delante con los particulares, llegaremos hasta lo atómico. Finalmente, podemos llegar a la unidad indivisible, aquella que no puede ser dividida.

Y ese es exactamente el significado de “átomo”, en principio. Posteriormente se descubrió que hasta el átomo puede dividirse, pero el viejo nombre permanece. Actualmente el átomo se divide en electrones, neutrones, positrones, fotones, etc. Pero, ¿quién sabe? Más tarde o más temprano alguien puede seguir con la división. Pueden existir en estos cuerpos elementos masculinos y femeninos, se dan todas las posibilidades. Los electrones positivos y negativos ya existen, y la atración entre ellos es la misma. Podemos llamarlo yin o yang, macho o hembra; todo depende de cuál expresión hayas escogido.

La ciencia sigue esta ruta en dirección a lo particular, por eso ella no puede concebir a Dios, porque Él es lo último en lo universal. “Dios” significa “el Todo”, el todo orgánico, y la ciencia con su interés está con la parte, la última parte. Puedes ver los caminos de la religión y de la ciencia marchar en direcciones opuestas. La ciencia se mueve desde lo universal a los particulares; la religión se mueve desde los particulares a lo universal. Por eso no pueden concordar; es casi imposible para ellas. No encontrarán ningún terreno donde puedan encontrarse.

La ciencia está destinada a creer en el análisis, porque eso significa metodología para alcanzar lo particular; y la religión cree en la síntesis, porque ella es la escala que conduce al Todo, a lo universal.

Freud llamó a su psicología “psicoanálisis”, y estaba en lo cierto al llamarla así, porque el esfuerzo de toda su vida, fue dirigido hacia una sola cosa: como hacer de la psicología una ciencia. Solamente puede ser ciencia si se transmuta en análisis. Su intuición era muy clara.

Otro psicólogo, Assagioli, llama su psicología “psicosíntesis”. No está en el camino real, cuando hace de la psicología una religión, pero no tiene tantas luces interiores como Freud. Su síntesis no es tal. Freud realmente analiza, y lo que Assagioli hace es reagrupar las partes divididas por Freud.

Es como si el cuerpo de un hombre fuese dividido en pedazos por un carnicero y, después, solamente por juntarlos o aglutinarlos, pensaras que vas a encontrar de nuevo al hombre entero. Está equivocado. Lo único que puede traerse de vuelta es un cadáver. Es por eso que Assagioli no causó mucha impresión. Estaba intentando deshacerse de Freud; juntar aquello que el otro había dividido. Pero él no es un místico y, sin serlo, no se puede llegar a lo universal vivo.

Los particulares están destinados a ser materiales; las partes no tienen vida en sí mismas. La vida pertenece al todo. La vida es la cualidad que surge de un modo milagroso, cuando las partes están en sinfonía unas con otras, en armonía entre ellas.

Puedes disecar una flor pero, en el momento en que lo haces, la estás matando también; una vez disecada, no puedes unirla nuevamente. Si que puedes hacerlo materialmente, pero la vida de la flor no retornará. No puedes traer de vuelta la vida original, la unidad orgánica.

El trabajo de Sigmund Freud causó gran impacto sobre la humanidad, porque esta es la era de la ciencia y Freud ayudó a la psicología a estar muy próxima a ella.

Dionisio sabe exactamente lo que sucede en esos dos procesos. No tenía conocimiento de la ciencia moderna, pero en esas palabras la describe con precisión. De lo universal vienes a lo particular; este es el abordaje científico.

Mil años atrás había solamente una ciencia. Es por eso que, en las antiguas Universidades, el departamento de ciencia era llamado departamento de filosofía natural. Puedes obtener un doctorado en psicología, pero serás llamado “doctor en filosofía”. Puedes obtener un doctorado en química, pero con todo serás llamado “doctor”; es una remniscencia. No tiene nada que ver con la filosofía, pero en aquellos días era la única ciencia.

Después de estos mil años, la ciencia se fue dividiendo cada vez más. La química fue una ciencia única en su especie, lo mismo que la física. Entonces la física pura se separó de la física práctica; la química orgánica se separó de la química inorgánica. Ahora hay otras químicas, como la bioquímica, y las divisiones seguirán. Hay casi trescientas ciencias. En casi mil años, una única ciencia se ha dividido en trescientas.

El proceso de la ciencia es saber cada vez más sobre cada vez menos. La ciencia es una especialización y el especialista tiene que saber cada día más sobre cada vez menos.

Hace más de veinte años, íbamos al médico de cabecera y eso era suficiente. Ahora vamos al médico y nos manda a algún especialista, porque ellos no pueden decir nada sobre nuestra enfermedad. Hace cuarenta años se hubiera encargado de todo, ojos, nariz, oído . . .  el cuerpo era por entero de su dominio científico. Ahora ya no es así. Si tienes problemas en los ojos, te enviará a algún oculista especializado.

No lo tomemos a broma, pues cada órgano del cuerpo es un universo en sí mismo. Hasta comprender lo ojos, puede ser tarea suficiente para toda la vida. En verdad, no hay una única persona en el mundo que pueda decir que haya leído todo cuanto se halla escrito sobre oftalmología. Ha habido tantos estudios relativos a los ojos, que hay especialistas y más especialistas a los que podrías acudir.

    Y aparece ahora un gran problema: no hay nadie que pueda mirarte como una unidad orgánica. Alguien trata tus ojos, pero no sabe nada sobre tu corazón. Un cardiólogo trata tu corazón, pero no sabe nada de tu estómago. Un estomatólogo estudia tu estómago . . . Vas siendo tratado en partes y nadie sabe nada sobre la unidad orgánica de tu cuerpo. ¿Y, sobre toda la unidad de la existencia?

De esa manera los especialistas están creando una gran confusión. El oculista puede hacer algo que vaya contra tu corazón o tu cerebro. El especialista del corazón puede hacer algo que vaya contra tu hígado o tus ojos. Y así sucesivamente.

Actualmente, uno de los mayores problemas de todos los científicos del mundo es “cómo unir” esas diferentes especialidades. En los viejos tiempos, en la época de Aristóteles, una única persona escribía toda la ciencia. Ahora nadie puede ser un Aristóteles, aquel tiempo ha pasado. Y no solamente escribió Aristóteles sobre todo lo que había cientificamente disponible, sino sobre Dios, el cielo, el infierno, el mundo sobrenatural.

De ahí viene la palabra “metafísica”. Ella tiene un origen extraño. Aristóteles escribió sobre matemática, química, física, todo lo que fuese conocimiento disponible en aquellos días. Entonces, después de esos capítulos, escribió uno sobre Dios. Fue una coincidencia que, después del capítulo escrito sobre física, escribiera sobre Dios. “Metafísica”, significa entonces “después del capítulo llamado física”. Eso se transformó en el propio nombre de la filosofía: metafísica, más allá de la física.

Pero un hombre como Aristóteles no sería posible ahora. La ciencia está muy dividida y lo seguirá siendo. Recordemos esta definición: “conocer cada vez más sobre cada vez menos”. Entonces, la religión sería exactamente el proceso inverso: “conocer cada vez menos sobre cada vez más”. De ese modo, en religión, nadie puede ser un especialista. Ella es un movimiento desde lo particular hacia lo universal.

    Y el misticismo es la suprema cumbre de la religión. Puede ser definido de otro modo: conocer nada sobre todo. Es así como Dionisio lo define: agnosia, conocer nada. Sobre todo, sobre el Todo; nada puede ser conocido, porque eres parte de él. El conocedor y el conocido no son diferentes: ambos son uno.

    Esto es lo que está diciendo en el lenguaje teológico. Lo que dice es significativo. Define la ciencia muy claramente, sin saber que la está definiendo. Está definiendo la religión con claridad y el misticismo cuidadosamente. Dice: “También pienso que tú comprendistes como la discusión de los particualres es más extensa que la de los universales”.

Está claro. La descripción de la discusión de los particulares está destinada a ser muy extensa. La Enciclopedia Espasa no puede ser escrita en una tarjeta postal. Pero la esencia de todas las Sagradas Escrituras, pueden ser escritas en una tarjeta postal. Aquello puede ser condensado en un único versículo, en una única afirmación.

Los Upanishads dicen: “Tú eres esto” y dicen que todo está contenido en eso. Todo lo que se pueda seguir diciendo no es más que una ampliación de esta singular afirmación que consiste en tres palabras: “Tú eres esto”. No hay ninguna diferencia entre tú y el universo. Tú eres él.

Pero tú no puedes describir la ciencia de este modo. La ciencia tiene que ser extensa; ha de cubrir millones de cosas. Incluso, hoy en día, no sabemos cuantas especies de seres vivos hay en la Tierra. Después de trescientos años de investigaciones, cada día vamos descubriendo nuevas clases de insectos, mosquitos, etc. que jamás fueron antes conocidas. No sabemos cuantas especies de vegetación existen en la Tierra; millones han sido catalogadas, pero siguen existiendo muchas más.

Y no hay ningún problema en extrañarse por estas investigaciones, en lo que se refiere a la ciencia, porque muchos territorios desconocidos siguen estando a nuestra disposición. Millones de estrellas han sido numeradas, pero existen otros millones de ellas por clasificar. Parece que el universo es tan infinito, que tal vez jamás podamos ser capaces de conocer todas las formas. Y estar interesado en lo particular significa estar interesado en todas las manifestaciones.

Dionisio dice:

“Pues cuanto más aspiramos a cosas elevadas, más nuestro discurso sobre cosas del intelecto es reducido, así como cuando damos entrada en esa oscuridad que no comprendemos, descubrimos no la brevedad del discurso, sino el silencio y el no-conocimiento perfectos”.

Pero, a medida que comienzas a moverte desde los particulares a los universales. . . y eso es lo que él quiere decir por “cosas más elevadas”. Recuerda: él no está hablando de ninguna evaluación moral, está simplemente diciendo “cosas más elevadas”, en el sentido de “universales”. Por ejemplo: ser sub-sahariano es más bajo que ser una persona humana. Ser hombre o ser mujer es más bajo que ser humano. Pero, ser un ser humano es más bajo que apenas ser un ser, porque “ser” recubre un territorio mucho mayor. Ahí, entonces, los animales están incluídos, igual que los insectos y las plantas. Ser es todavía más elevado que ser un ser, porque entonces estarían incluídas las piedras. Hasta las cosas que piensas que están muertas, están dentro de esta evaluación, porque ellas son. Hasta los sueños se incluyen en eso, porque ellos son. Por más falsos que sean, por imaginarios que nos parezcan, ellos existen. Ser es equivalente a Dios.

Eso es lo que Dionisio quiere decir por “ir más alto”. “Más elevado” significa “llegar cada vez más y más cerca de lo supremo universal”. La propia palabra “universal” tiene que ser comprendida: ella significa “un”, “uni” que significa “un”. No es un multiuniverso, es un universo. “Llegar más cerca del uno”, es lo que él quiere decir por “ir más alto”, “llegar más cerca de los muchos” es lo que quiere decir por “caer más bajo”. Su evaluación no es moral, sino existencial.

Te está diciendo: “Pues cuanto más aspiramos a cosas elevadas, más nuestro discurso sobre cosas del intelecto es reducido . . .” Y, en verdad, cuanto más alto te mueves, menos necesitas el intelecto, porque no es más que un instrumento de análisis.

Ahora serás capaz de comprender por qué todos los místicos estuvieron contra el intelecto: por la simple razón de que “mente” significa “proceso de analizar” y éste te lleva a lo particular. Si abandonas la mente, el universo es uno, repentinamente se transforma en una unidad. Todas las distinciones desaparecen, porque ellas existen a través del intelecto. Él te dice: “Esto es diferente de aquello”. El intelecto es un proceso de rotulación: “Esto es un hombre, aquella es una mujer. Este es un cristiano, aquel es un musulmán”. Y no solamente eso. “Esto es un cristiano católico y aquel es un cristiano protestante”. Divide y rotula.

A medida que te mueves más alto, la función del intelecto es cada vez menor. En otras palabras, si quieres llegar muy alto, tienes que ir más allá de tu intelecto. Y eso es lo que Dionisio quiere decir, pero su manera de hacerlo es teológica. Si hubiese sido un místico, lo habría dicho con una sola palabra: “no-mente”.

Cuando un filósofo preguntó a Lin – Chi, que estaba sentado a la orilla de un río: “¿Cuál es su mensaje esencial?”, el místico le miró a los ojos y no pronunció palabra alguna. El filósofo pensó: “Él es muy viejo, tal vez sea sordo también”. Y gritó: “¡Parece que no puede oirme! ¡Estoy preguntando cuál es su mensaje esencial!”

Lin – Chi rió. El filósofo pensó: “Aquí hay algo extraño. Primero no responde y ahora ríe. Tal vez intente fingir que no escucha. Esa risa parece que encubre algo”. Y gritó más alto todavía; “Estoy preguntando: ¿cuál es su mensaje esencial?”.

Lin – Chi habló: “Primero te contesté con mi silencio. No lo ha comprendido y tuve que descender un poco más abajo. Te respondí con la risa. No ha podido comprender ni eso. Entonces tengo que descender un poco más bajo”. Y escribió sobre la arena, con el dedo: “Meditación”. Dijo: “Este es mi mensaje, mi mensaje esencial”.

El filósofo respondió: “Elabórelo un poco más. Deje eso un poco más claro”.

Lin – Chi contestó: ¡No puede ser más claro! Todo lo que puede ser dicho está ahí”.

Pero el filósofo insistió; entonces Lin – Chi escribió con letras mayores: “MEDITACIÓN”.

El filósofo se irritó y dijo con rabia: “¿Se está burlando de mí o qué? Escribe las mismas palabras con letras mayores. Quiero un poco más de elaboración; soy profesor de filosofía”.

Lin – Chi dijo: “¿Por qué no me dijo eso antes?”  Y volvió a escribir: “No-mente”.

El filósofo se rascó la cabeza con la mano y abandonó el lugar sin despedirse del Maestro. ¿Qué clase de hombre es este? Primero escribe “Meditación”, después cambia y escribe simplemente “No-mente”.

Lin – Chi estaba diciendo exactamente aquello que era pertinente, tocando el punto correcto. Pero Lin – Chi no era un teólogo ni un filósofo; era un místico puro.

Pero Dionisio es un caso raro. Los teólogos no son conocidos como místicos, por tanto, en cierto modo, es un hombre importante.

Dionisio es una flor rara, porque los teólogos, los rabinos, no son conocidos por conocer. Instruídos sí que lo son; tienen mucha información, pueden citar correctamente las Escrituras, pero no experimentan nada por sí mismos. Dionisio es un caso contrario, él sí que sabe.

Pero esto es para ser comprendido; sea lo que seas ahora, cuando experimentas, tendrás que expresarlo del viejo modo que sabes, de la manera que eras antes de la experiencia. Por ejemplo: si fueras pintor y experimentas a Dios, ¿qué harás? Pintarás, claro que con una nueva cualidad, las mismas auroras, las mismas puestas de Sol, pero con algo nuevo adicionado a eso, algo interno, con una profundidad.

Cuando un Maestro pinta, el pintor desaparece, solamente permanece la pintura.  Cuando un Maestro músico toca, el músico desaparece, solamente la música permanece. Así que sea cual sea su entrenamiento antes de la iluminación, esa será su expresión después de ella.

Dionisio era un teólogo, un obispo. Y ser obispo de Atenas significa que debía haber sido un hombre sofisticado, muy educado, el más importante obispo de aquellos días, porque Atenas era una de las ciudades más cultas del mundo conocido de entonces. Así, él habla en ese lenguaje, pero no se pierdan en sus palabras. Intenten descubrir la esencia de ellas.

Él dice: “A medida que nuestro discurso sube en dirección a los universales, el intelecto es reducido, así como cuando damos entrada en esa oscuridad que da comprensión, descubriremos no la brevedad del discurso, sino el silencio y el no-conocimiento perfectos”.

Esta es una afirmación muy fecunda y, en cierto modo, únicamente ha habido místicos que han dicho y hablado mucho sobre “conocimiento que da comprensión”. Eso puede ser entendido. Tú sabes algo, pero no puedes comprenderlo. Si alguien te pregunta: “¿Qué es la belleza?”  estarás perdido. Tú conoces la belleza de una flor, pero ¿puedes comprenderla? Y no es que no lo sepas. Debes haberla visto en una puesta de Sol, en las estrellas brillando en la noche, en el rostro de un niño o una mujer, debes haberla visto muchas veces, la conoces, pero no puedes decir que la comprendes. Conocer es una cosa, comprender es totalmente diferente. Comprender significa entender por la mente. Conocer es existencial, comprender es intelectual.

Muchos místicos han dicho “aquel conocimiento que da comprensión”, pero Dionisio es muy especial en ese camino. Dice: “aquella oscuridad que da comprensión”. ¿Por qué llamarlo “conocimiento”?; porque el conocimiento, de alguna manera, carga algo de comprensión. En el momento que dices “yo sé”, en algún lugar hay una idea oculta de que comprendes.

Cuenta que San Agustín dijo: “Yo sé lo que es el tiempo, pero no me pregunten. En el momento que me preguntan qué es el tiempo, yo no lo sé”.

Todo el mundo sabe lo que es el tiempo, pero . . . ¿puedes explicar qué es el tiempo? En verdad, los físicos han trabajado muchos años sobre el tiempo y no han sido capaces de llegar a ninguna conclusión sobre lo que es, exactamente, eso que llamamos tiempo. Tenemos nociones, pero son vagas, imprecisas. En el momento que piensas sobre ellas, descubres sus imprecisiones.

Por ejemplo, decimos: “El tiempo pasa”.  Como si el tiempo fuese un río. ¿Pero el tiempo es un río que pasa? ¿Te detienes en uno de sus márgenes y el río pasa? No, no es así, porque con el tiempo vas cambiando; con el río no lo haces. Puedes estar hasta dentro del río y sentir su flujo, el paso de las aguas, pero tú no estarás cambiando, eres la misma persona. Mas el tiempo no dejará que seas el mismo. Y, dentro de un río, puedes ir rió abajo y río arriba, pero en el tiempo no puedes regresar nunca.

H.G.Wells inventó una máquina en su novela “La máquina del tiempo” en la cual se entraba en ella y retornaban a otro tiempo pasado. Giraba un interruptor y se decía “Veinte años atrás” y regresaban transformados en criaturas. Esta idea surgió de la comprensión más común del tiempo, la de que el tiempo pasa. Si el tiempo pasa . . . ¿entonces, por qué no podemos retornar? . . . Si podemos ir hacia delante . . . ¿por qué no para atrás? Pero esa idea del tiempo no ha podido ser probada. Ninguno de nosotros somos conscientes de estar pasando por el tiempo. Sentimos la brisa, el agua que pasa; pero no el tiempo pasando de ninguna de las maneras.

¿De dónde viene el tiempo? El río viene de alguna fuente. ¿De dónde viene el tiempo y hacía dónde va? De ningún lugar ni para algún lugar, de nada para la nada. ¿Puede alguna cosa desaparecer en la nada? ¿Puede algo venir de la nada? Mil cuestiones nacen.

San Agustín estaba en lo cierto. Decía que saber y comprender son cosas diferentes. Pero, en el saber existe una vaga subyacencia de comprensión. Para evitar eso, Dionisio es el único místico en todo el mundo que no usó la palabra “conocimiento”. En vez de eso, dice “oscuridad que da comprensión”, no-conocimiento que da comprensión, agnosia que da comprensión.

Y, entonces dice: “A medida que vas más alto, sucede que descubres la brevedad del habla . . .” Hay un estadio  . . . En Oriente, todas las Sagradas Escrituras son escritas en sutras, que significa “la más condensada afirmación”, tan fina como el hilo de un cabello. “Sutra” literalmente significa “línea”. Todas las cosas no esenciales fueron eliminadas; solamente lo esencial fue preservado. Es el modo más telegráfico de expresar las cosas. Consecuentemente, en Oriente, hay grandes comentarios. En Occidente, se comenta menos, porque nunca hemos escrito un sutra. Él necesita ser comentado.

Por ejemplo: todos los grandes sutras en Oriente comienza con una palabra “ahora”. ¿Qué quiere decir esta palabra?  Ahora, la búsqueda dentro de Dios. ¿Por qué “ahora”? ¿No es suficiente decir “la búsqueda dentro de Dios”? O, “¿comenzemos la búsqueda dentro de Dios?” Eso tiene un significado.

Mi propia interpretación es esta: a menos que hayas experimentado el “ahora”, el momento presente, no podrás buscar “dentro de Dios”. “Ahora, la búsqueda dentro de Dios”. En verdad, estar en el ahora es estar buscando a Dios. La mente está siempre en el pasado o en el futuro. El pasado ya no existe, el futuro aún no ha llegado y por tanto no tiene existencia. Dios es siempre. Dios es siempre ahora. Buscar dentro del “ahora” es realmente buscar “dentro de Dios”.

Pero el sutra es tan condensado que no dice una única palabra sobre el “ahora”; solamente “ahora” y se acabó. Los sutras significan pequeñas semillas que contienen millones de flores. Pero, después, tendrás que sembrarlas, hacerlas crecer, protegerlas y . . . esperar la primavera.

A medida que te elevas, primero viene la brevedad, tus afirmaciones son como sutras, y después viene el silencio perfecto. Hasta decir una sola palabra parece como si hicieras algo incorrecto.

Lao Tsé decía: “Decir la verdad es falsificarla”. De ahí que evitó decirla durante toda su vida; jamás escribió una sola palabra. Indicó de maneras indirectas, propuso alguna dirección, pero jamás dijo algo directo sobre Dios, ni Lo mencionó.

Buda, cuando se iluminó, durante siete días guardó silencio. Cuenta la leyenda que los dioses quedaron incómodos, porque era aquella una oportunidad tan rara . . . un hombre ser iluminado . . . “¿Va a hablar o no?  Si no habla, entonces el mundo perderá un tesoro muy precioso”. Entonces vinieron desde el cielo y se curvaron ante Buda, pidiéndole que hablase. Pero Buda permaneció callado. Como insistieran, respondió: “Durante siete días, muchas veces, he pensado si hablaría o no, y siempre concluyo que es mejor no hablar. En primer lugar, ninguna palabra es bastante adecuada para contener mi experiencia. En segundo lugar, sea lo que fuera que diga, será mal comprendido. Eso lo se, porque cuando yo no era iluminado, si alguien hubiese dicho algo así, yo mismo lo habría comprendido mal. Así ¿cuál es el punto de falsificar la verdad innecesariamente y crear malos entendidos y confusión en las personas?”

    Pero los dioses discutieron entre sí, la forma de persuadirlo. Aquel hombre decía la verdad, eso no se podía negar. Y descubrieron algo que persuadió a Buda para que hablara. Dijeron: “Estamos de acuerdo en todos los puntos, pero hay una duda que permanece. Conocemos muy pocas personas, tal vez una en un millón, alguien que sea suficientemente inteligente para comprender lo que dices, pero ella no es capaz de descubrir eso por sí misma; alguien que esté en la línea fronteriza . . . puede dar un pequeño empujón y ella podría dar el salto; si no hubiera nadie para empujar, eso sería imposible. Podría hasta retroceder y perder todo lo conseguido. Podría retornar al mundo de las cosas. La cuestión es esta: si hasta un único hombre puede transformarse en un Buda a través de sus palabras, eso sería bastante, más de lo que se pueda pedir”.

    Y Buda tuvo que conceder este punto. Pero todo lo que él dijo fue muy condensado. Sus afirmaciones son pequeños sutras; ellos tienen que ser elaborados y explicados. Son semillas que han de ser abiertas. Contienen misterios, pero están ocultos.

La cosa más importante que Dionisio dice es esta . . . “descubrimos no la brevedad del discurso, sino el silencio y el no-conocimiento perfectos” . Ese “el no-conocimiento” es su especialidad, su singular contribución a toda la historia del misticismo. Hasta Buda dice: "No puedo decir aquello que conocí, porque ninguna palabra lo contendría”. Dionisio dice: “Si es un estado de no-conocimiento, entonces ¿cómo puede alguna palabra contenerlo?” Si es un estado de conocimiento, entonces, tal vez alguna parte de él pueda ser contenida, o tal vez una palabra mayor pueda ser descubierta, o tal vez palabras mejores puedan ser inventadas . . . ¿Por qué no? Si somos capaces de inventar palabras para expresar la belleza, el amor, la bendición . . . ¿por qué no podemos inventar palabras para expresar la verdad? Las palabras se pueden mejorar. Pero si aquello es un estado de no-conocimiento, entonces nada hay que hacer. No es una cuestión de lenguaje, podemos solamente transmitir el silencio.

¿Estás viendo lo que estoy diciendo? Él dio un paso al frente de todos los Iluminados al expresar el hecho de que, debido a que eso es un estado de no-conocimiento, es imposible expresarlo.

                                   

 

 

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Lecciones de cosas (Ensayo)
   

 

 

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