ALCORAC

SALVADOR NAVARRO                            h

 

 

Dirigida a la Escuela de:

                    Mallorca

                                                                                  

                                                                                   Circular nº 5 , año IX

Llubí, 1º Mayo de  2.003.

 

Viene de la Circular de Abril de 2.003.

 

 

LA SABIDURÍA ANTIGUA.-

Tampoco podemos apartarnos de nuestro prójimo. Nosotros, en el mundo occidental, estamos orgullosos de nuestra unidad como personas, de nuestras diferencias personales. Pero, aunque separados como individuos, estamos integrados en familias. Los biólogos expertos en genética, calculan que cada uno de nosotros está unidos a los demás, como mínimo, en orden de relación del quincuagésimo sobrino y que todos los árboles genealógicos de la población actual estuvieron fundidos en un pasado no muy lejano. Las diferencias entre razas son insignificantes cuando se compara con el parentesco próximo entre todos nosotros. Todos compartimos el mismo conjunto de genes. Cada uno de nosotros tiene ascentros entre europeos, africanos, chinos, árabes, malayos, latinos, esquimales y todo tipo posible de seres humanos. Los estudiantes de genética están obligados a creer en la fraternidad humana. Cada uno de nosotros es literalmente pariente de la humanidad, todos somos la familia del hombre. Además de nuestras semejanzas físicas, estamos motivados por impulsos y necesidades que se expresan en especies enteras, variando desde el agua hasta el amor, del alimento hasta la auto-estima, desde la seguridad hasta los estímulos mentales. Necesitamos de todos esos componentes y de otros más, para nuestra salud integral. Nuestras formas de satisfacción de necesidades sufren la influencia de nuestros grupos sociales. Las vacas no pueden servir de alimento a los hindúes que las reverencian, los insectos que son alimento para tribus de América del Sur, son repulsivos al paladar de la mayoría de nosotros. Nuestros grupos sociales influyen profundamente en aquello que somos y nos vinculan en una esfera de influencia mutua. Las familias constituyen unidades tan estrechamente ligadas que cualquier miembro perturbado afecta a la familia como un todo. Terapeutas llegan hasta el punto de postular que aquello que exterioriza el problema aparente, constituye un síntoma de disfunción de todo el grupo, que para ellos forma un campo. Trabajan con relaciones entre todos los miembros de la familia a fin de auxiliar al niño con problemas. Formamos de tal modo parte de nuestros grupos sociales (escuelas, organizaciones comerciales, comunidades, etc.) que se hace imposible un análisis del individuo aisladamente. El verdadero yo del hombre es como una estructura que incluye al individuo, la sociedad y el medio ambiente.

          Jung explicó que hasta nuestros sueños no son solamente personales. Las personas en todas partes del mundo sueñan con héroes, princesas, brujas, dragones, círculos mágicos y mandalas. Los motivos mitológicos de los sueños y fábulas son universales; imágenes de fantasía, sorprendetemente similares y que pueden prácticamente ser encontradas en todas partes y épocas. Esos arquetipos, como los designó Jung, pertenecen a una tendencia en todo ser humano en la dirección de tipos comunes de representaciones simbólicas. Se origina en una capa profunda de consciencia, subyacente a nivel puramente personal, capa generadora de imágenes que él denominó inconsciente colectivo. En esa relación de mente, todos nos expresamos a través de símbolos universales, integrándonos en un lenguaje del inconsciente y que se expresa en toda la especie.

          Constantemente compartimos e interactuamos unos con otros en todos los niveles. Aunque cada uno de nosotros sea un individuo independiente, constituimos una humanidad y nuestras divisiones en grupos y naciones son menos fundamentales que esa unidad. En el devenir de la historia, nos identificamos con unidades cada vez mayores: primero la familia y la tribu, después las alianzas entre grupos tribales, la ciudad-estado, naciones inicialmente pequeñas y después las superpotencias. Actualmente, algunos idealistas de vanguardia están comenzando a abrir suficientemente su enfoque para abarcar todo el planeta y se sienten como ciudadanos del mundo, formando una alianza con las personas de todas partes, para el bienestar de la familia humana pensada como un todo.

          La visión de una cultura planetaria emergente en el siglo XXI, se expande y profundiza nuestras perspectivas y presunciones individuales y colectivas, de modo que nos visualizamos como una especie, como humanidad, en vez de fracciones separadas. Además, es necesario que nos contemplemos como miembros sensibles e interdependientes de una comunidad de vida que trasciende el nivel humano y abarca toda la ecología planetaria, incluyendo a la propia Tierra como ser vivo.

          En la perspectiva espiritualista, todo ser está relacionado con todos los demás seres en un inmenso cuadro armonioso, a ejemplo de un organismo. Según esta visión, lo aislado no existe en un sentido real, pues hasta la forma de vida más tenue tiene un lugar esencial en la estructura global.

          Aunque podamos confirmar esta perspectiva de forma verbal y conceptual, aún así es difícil cambiar nuestro foco de atención para realmente percibirlo. Durante mucho tiempo hemos creado una realidad aparente en el mundo de percepción basada en impresiones sensoriales. A través de algún milagro de nuestro sistema nervioso, combinado con la consciencia, durante incontables períodos recibimos impresiones de la visión: sonidos, olores, tacto y de, alguna forma, los integramos en el cerebro en objetos distintos, habiendo solidificado nuestro lenguaje con esta separación. Conseguimos una retro-alimentación positiva de esa operación, porque nuestros “objetos” también son percibidos por otras personas. Podemos manipularlos, usarlos, comerlos, escucharlos, y ellos parecen tener una identidad sólida e intrínseca. Nuestra presuposición inconsciente y natural es que los objetos separados son reales, siendo exacta nuestra percepción del mundo que se basa en ellos. A partir de ese presupuesto, construimos una creencia de separación, una creencia de que nosotros y el mundo somos entidades separadas y autónomas.

          En cierto nivel es correcta esta admisión, pero si modificamos nuestro enfoque, el mundo de los objetos diferenciados desaparece. Si al revés de centralizarnos en individuos, escogemos el otro camino, realizando un enfoque bastante amplio, veremos sistemas, comunidades y hasta galaxias. Nuestras inter-relaciones adquieren nueva realidad y comenzamos a notarlas integradas en un contexto que crece hasta que abarca todo el universo.

          Todo está contenido o es interpenetrado por las demás cosas. La realidad individual es esencialmente ilusoria. Básicamente, los objetos y acontecimientos forman parte de un patrón que, a su vez, es parte de otro mayor y así en adelante, hasta que todo esté incluido en un patrón universal. Existen eventos y objetos individuales, pero su individualidad es nítidamente secundaria a su existencia como parte de la unidad del sistema.

          Aquellos que poseen la especie adecuada de sensibilidad, pueden ver una realidad de penetración recíproca que se extiende más allá de la esfera ilusoria de separatividad. Esa visión de la realidad es captada en una imagen donde el universo es comparado a un tejido de piedras preciosas, conteniendo cada piedra el reflejo de todas las demás y que, por otro lado, ella existe en las otras piedras de la misma manera: “una en todas y todas en una”.

          Se dice que cada uno de nosotros se inter-relaciona con la totalidad de las cosas conteniéndolas en su esencia. Se enseña que cada uno de los mundos superiores, como también los mundos inferiores, está interpenetrado por nuestro propio mundo objetivo: que en lo tocante al punto de localización, millones de cosas y seres están en nuestro alrededor y dentro de nosotros, de la misma manera como estamos en su entorno, junto y dentro de ellos.

          Esta declaración enigmática sugiera algo más que una integración armoniosa de los componentes en el todo. Transmite la idea de la interpenetración de las cosas, que las entidades no están separadas y aisladas, poseyendo entidades separadas y distintas pero, de alguna manera, una ocupa el espacio de la otra, mezclándose y fundiéndose recíprocamente, aunque preserven su propia identidad.

          La interpenetración constituye una manera para explicar el concepto de jerarquía tal como es desarrollado por la filosofía esotérica, o sea, que toda entidad vive su vida en el campo o esfera de un ser mayor. Esto se aplica en el sentido de que seres menores están integrados en seres superiores, como las “pequeñas vidas” de nuestras células tienen sus existencias en la vida del cuerpo o los individuos de una nación son parte de una consciencia nacional. Este principio jerárquico es fundamental en la filosofía espiritualista, extendiéndose a la esfera de la gran consciencia espiritual, en la cual “vivimos, nos movemos y tenemos nuestro ser”.

          En toda la naturaleza pueden ser encontrados niveles de organización, en los cuales seres mayores están formados de seres progresivamente menores, con todos los niveles interpenetrándose y relacionándose de todas las formas posibles, vinculados en un todo integrado. Este principio jerárquico constituye otra expresión de interconexión de las cosas en la Gran Cadena del Ser, reflejando el principio omnipresente de unidad.

          Este concepto de interpenetración, de conexión universal, encontrado en la religión oriental y en la filosofía esotérica, tiene repercusiones en la perspectiva moderna denominado holística. Este concepto es debatido ampliamente en el mundo de hoy en variados campos. Fue primeramente definido como un proceso universal y se ha extendido para abarcar principios de auto-organización en las cosas vivas.

Continuará en la Circular de Junio.

 

Viene de la Circular de Abril de 2.003.

 

 

  VIDA DE SAN PABLO.-  

 

            Generalmente, el alma nada sabe de esas vibraciones íntimas que emite, pero que no por eso dejan realmente de existir.

            Por eso, dentro del ámbito de las leyes humanas, sólo existe un medio para mejorar al hombre, hacerlos más puros, más caritativos, más santos: ser él mismo bueno, caritativo y santo. Lo que decide no es aquello que yo sé sino lo que soy. Poco importa lo que diga o haga, en tanto que yo sea alguien.

            Hasta el mayor y más perfecto de los maestros y educadores, nada podía esperar de sus discípulos, si les fallase ese elemento invisible. La orden “id por el mundo entero” sólo tendría eficacia en el caso de que ellos fuesen emisarios y amigos del Cristo, vasos de elección, vehículos de una vida divina. Por eso, los escogió, como personas idóneas para ser vehículos de ondas divinas. Para esto no se requiere dinero ni prestigio, ni ciencia ni elocuencia, sino una gran receptividad espiritual; porque esos emisarios del Evangelio debían llenar el alma de una luminosa plenitud, que luego irradiarían por el mundo. Por eso añadió Jesús: “Yo estaré con vosotros todos los días . . .”

            Un hombre interiormente bueno, mucho antes de decir una palabra, actúa saludablemente sobre sus semejantes. Por otro lado, un hombre que oculta en las profundidades de su ser la impureza, la hipocresía o el espíritu de los intereses y ambición, ejercerá sobre los otros una acción contaminadora, aunque no haga una propaganda explícita de sus ideas; lo peor de los contagios, es la corrupción íntima del individuo. Y por más que ese hombre hable de belleza, virtud y grandeza de Dios, todo su celo dejará, como mucho, indiferente y fríos a sus oyentes, si es que no los hiere o los ofende.

            Poco importa cuál sea la profesión del hombre interiormente bueno; lo que interesa es que revele su alma y esto es posible aun en las condiciones en las condiciones más desfavorables. La verdadera grandeza del hombre y su mayor poder no depende de la materia, del tiempo ni del espacio. Donde quiera que viva, rece, sufra y muera, un hombre recto es bueno, íntimamente puro y santo, con un foco divino, una máquina generadora de energías espirituales y de ese centro energético irradia por la tierra ondas a veces tan sutiles que no las podemos medir ni definir; pero ellas existen y, si muchos fuesen como ese hombre, tal vez esas emanaciones espirituales asumirían forma más concreta y tangible.

            Todo hombre, cuando no está debidamente espiritualizado, vive en la extraña ilusión de que su influencia sobre otros hombres proviene de sus palabras o sus actos externos; encuentra que su saber, pericia y elocuencia es lo que conduce a las almas del error a la verdad, de las tinieblas a la luz del bien. Y es dificilísimo sacarlos de esa ilusión. Es el último y más trabajoso capítulo de la psicología, la pedagogía y la vida espiritual, convencernos de que no es nuestro saber o decir lo que hace mejores a los hombres, sino únicamente nuestro ser. Lo que influye sobre los otros, los conmueve, arrastra e ilumina, convierte, santifica es, en último análisis, nuestra santa y pura espiritualidad y no nuestra ardiente actividad.

Ser íntimamente bueno es el más poderoso apostolado.

            Donde quiera que, en la vastedad del planeta, exista un poderoso foco de espiritualidad, ahí tenemos un centro salvador del género humano. Y, aunque esa central de energías espirituales  se encuentre padeciendo sobre la cama anónima de un hospital o recluido en la celda oscura de un claustro o perdida en la soledad de un desierto, ¡poco importa!. Ese foco actúa poderosamente sobre la humanidad. Basta que de hecho exista y tenga la debida potencialidad.

            Si el hombre es capaz de actuar a grandes distancias por medio de ondas electrónicas ¿quién se atrevería negar la existencia de radiaciones mentales  o espirituales emitidas por ciertas almas dotadas de un elevado potencial? ¿Son las ondas físicas más poderosas que las metafísicas? ¿Es la materia superior al espíritu? ¿Tendrá nuestro saber científico un rayo de acción más vasto que nuestro ser real?

            El analfabeto y el principiante en la vida espiritual acostumbran dar excesiva importancia a las actividades externas de su ego humano, mientras que el Iniciado y el Maestro en disciplinas del espíritu concentran toda su atención en el elemento interno a inmanente de su Yo divino.

            Hacer  alguna cosa es accesible a cualquier ego personal; ser alguien es privilegio del Yo espiritual.

            De ahí procede esa calma imperturbable y serena del hombre verdaderamente espiritual. No tiene prisa, no se precipita, no es impaciente o nervioso, aunque en pleno viaje está siempre en el camino, sabe que su valor e influencia son independiente del tiempo y el espacio.

            Esa calma y serenidad alcanzó su más alto grado en la persona de Jesús el Cristo.

            Y todos sus discípulos participan de este carisma.

            En cuanto Saulo, en casa de Judas, en profunda soledad, procuraba orientarse en ese inmenso caos y levantar el edificio cristiano sobre las ruinas del judaísmo, dijo Dios a un piadoso discípulo del Cristo en Damasco: “Ananías, ponte en camino y ve a la calle Derecha y pregunta en la casa de Judas por un tal Saulo de Tarso”.

            Ananías se estremeció. ¿Saulo de Tarso? ¿El terrible perseguidor de los cristianos? ¿El enemigo mortal que vino a Damasco con autorización del Sanedrín para poner grilletes de hierro a los discípulos del Nazareno?

            Añadió la misteriosa voz: “Él está en oración . . .”

            Se disiparon un tanto las nubes en el alma de Ananías. Hombre que reza no puede ser malo ni peligroso.

            Aún así, no consiguió comprender la extraña paradoja; un Anticristo en oración y expresó sus dudas.

            Insistió con energía la voz de lo alto: “Ve, porque este hombre es un instrumento por mi escogido para llevar mi nombre ante los paganos, los reyes e hijos de Israel. Yo le mostraré cuánto le cumple sufrir en mi nombre”.

            Hombre que ora, hombre que sufre es hombre amigo . . .

            Ananías  se puso en camino rumbo a la calle Derecha.

            En ese mismo espacio de tiempo, tuvo Saulo otra visión que coincidía con la de Ananías.

            Son bien comprensible las dudas de Ananías. Sólo una orden categórica de lo alto lo podía mover a penetrar en la cueva del león . . .

            Golpeó en la puerta de la casa de Judas y, lleno de ansiosa expectación, quedó aguardando el resultado. Se abrió la puerta. Ananías expone el motivo de su visita. Le es presentado un hombre ciego, pálido, debilitado por el prolongado ayuno y la intensa meditación de los últimos días.

            Allí estaba el enemigo público número uno del cristianismo.

            “Hermano Saulo  -dice Ananías con voz trémula-  el Señor Jesús, que te apareció en el camino, me envía para que recuperes la vista y seas lleno de un Espíritu Santo”.

            “Hermano Saulo”; por vez primera oye el hombre de Tarso ese fraternal saludo: “hermano”; saludo que desde entonces resuena a través de todas sus Epístolas. Y no era solamente una frase convencional: era el reflejo de una jubilosa realidad; los primeros discípulos de Cristo, de hecho, se trataban como hermanos, porque amaban a Dios en esencia y también existencia, en su imagen humana.

            Ananías se sentó; así podemos imaginarlo en un banco o taburete. Y Saulo, a sus pies, escuchó la primera lección de “doctrina cristiana”. ¡Cuadro maravilloso! ¡Escena encantadora para el pincel de un Rafael o un Murillo! . . .

            En casa de Judas, morador de la calle Derecha, en Damasco, se lecciona un aula del Evangelio. Ponente: Ananías, lego piadoso y versado en las Sagradas Escrituras. Oyente: Saulo de Tarso, doctor de la ley, discípulo de Gamaliel, ex- fariseo y hasta ayer el más fanático perseguidor de la Iglesia del Cristo.

Saulo traía en el bolso, durante esa lección, la orden de prisión contra ese mismo Ananías, que no podía dejar de ser uno de los jefes del movimiento religioso en Damasco y es que el verdugo se convierte en dócil discípulo y la víctima en preceptor y director espiritual.

            El lobo rapaz de la tribu de Benjamín, hecho una mansa oveja . . .

Era que la “orden de prisión” partida del cielo era más poderosa que la del Sanedrín de Jerusalén; y desde entonces Pablo se considera como un “prisionero del Cristo”; capituló con armas y bagajes y se rindió al divino vencedor.

            “¿Qué quieres, Señor, que haga?”

            Y Ananías, en nombre de Dios, lo admitió en la Iglesia del Cristo.

            Descendieron la ladera los dos, Saulo conducido por Ananías, y fueron a la playa del río Barada, que con centenas de canales y meandros irriga la ciudad de Damasco, fertilizando los jardines y frutales de sus habitantes. Saulo entró en las aguas y Ananías lo sumergió en una consagración simbólica al Cristo.

            Saulo comprendió de alguna manera el profundo simbolismo de este acto; entra en las aguas un hombre profano y sale un hombre sagrado. Así como Cristo, enterrado en las tinieblas del sepulcro, simbolizó la muerte del ego mortal y de él emergió para el Yo inmortal, así debe también el discípulo del Cristo sumergirse como “hombre carnal” y de él emerger como “hombre espiritual”.

            Esta es la idea genial que, más tarde, inculcó a sus oyentes y lectores.

            En este momento, siente Pablo desvanecerse con la noche del alma, las tinieblas de sus pupilas y vuelve la luz a sus ojos. Tenía la impresión de que le cayesen escamas de las pupilas, como dice Lucas.

            Volvió a la casa de Judas, tomó alimentos y recobró fuerzas.

¡Amanecía la nueva vida!  . . .

En el primer sábado, después de su conversión, entró Saulo en la sinagoga de Damasco y comenzó a hablar de Jesús, probando que era el Mesías prometido, el Hijo de Dios.

Indescriptible fue la sensación provocada por esa actitud de Pablo. Indignación por parte de los judíos, desconfianza por la de los cristianos. Aquellos lo rechazaban como traidor y tránsfuga y juraron su muerte y perdición; estos no creían en la sinceridad de sus intenciones y recelaban una estratagema pues, ¿cómo admitir que el más feroz enemigo del Nazareno y sus discípulos se transformase de un día para otro en apóstol del Evangelio?

Jurídicamente era un caso grave. Al Sanedrín le había dado potestad a Saulo para combatir y exterminar la herejía del Nazareno y le había dado documentos y amplias facultades y este hombre traiciona su misión, deserta de la  Sinagoga y se constituye en abogado y defensor de esa misma causa que debía condenar.

Así fue que esta primera tentativa apostólica en Damasco resultó nula y contraproducente.

Pablo, no menos prudente que enérgico, desistió de su intento y abandonó la ciudad.

Tal vez no pudiese todavía decir, como dijo más tarde: “La muerte me es ganancia”; pero ya podía afirmar: “el Cristo es mi vida”.

Refiere el apóstol, en su epístola a los Gálatas (1:17) que, después de esto, “partió hacia Arabia”.

Estas palabras breves compendian un período de nada menos que tres años. Pablo desapareció del escenario de la historia. Si su conversión se realizó a los 34 años de nuestra Era, sólo a los 37 él vuelve a emerger de la oscuridad y el silencio.

¿Cuál es la razón de ese trienio solitario en el desierto de Arabia? Ni Pablo ni su biógrafo Lucas lo dicen. Tenemos que recurrir a conjeturas más o menos plausibles.

Ante todo, conviene rebatir la idea pueril de ciertos cristianos piadosos e ingenuos que imaginan a los santos como “caídos del cielo” y olvidan que el santo nace, evoluciona, progresa y se perfecciona a través de miles de experiencias, entre flujos y reflujos de luz y tinieblas, del bien y del mal. El cielo no es una especie de cosmorama de almas humanas que nacen perfectas o aparecen definitivamente santas e inmaculadas desde el día de su conversión, hombres que, de monstruos que tal vez hayan sido, pasen repentinamente, en virtud de no se sabe qué inaudito milagro de Dios, a criaturas angélicas sin ningún defecto.

Gran parte de nuestra literatura ascética alimenta en el pueblo ese concepto erróneo y el “arte” de los hacedores de imágenes y estatuas contribuye un tanto para confirmar públicamente esa idea absurda. Piensa el pueblo que santo es quien hace milagros,  tiene visiones, éxtasis, revelaciones; santo es quien lleva sobre la cabeza un resplandor, tiene los ojos lánguidamente vueltos al cielo, trae vestidos de colores brillantes, fuera de lo común, y asume tales actitudes que un cristiano de nuestros días fuera llevado al manicomio o a una consulta para psicópatas.

Pablo no tiene nada de esa “santidad” tan rara. Él es siempre y en todo un verdadero hombre, tan humano como el propio Cristo en su vida mortal como Jesús. Después de transformarse en discípulo del Nazareno, no renuncia a su naturaleza humana en beneficio del cristianismo; la conversión de Pablo sublimó y elevó al más alto potencia la personalidad de Saulo.  No la extinguió ni la mató, no la redujo a una caricatura, no despreció una sola de sus cualidades naturales.

Cuando Saulo cayó no se irguió un San Pablo; se levantó un Pablo, un hombre singular que a través de una larga y trabajosa ascensión espiritual, consiguió alcanzar la cumbre de la montaña donde está escrito: “Ya no vivo yo, sino que es el Cristo el que vive en mi”.

Desde el año 34 o 35, cuando la vehemencia de la gracia divina lo postró en las puertas de Damasco, hasta el año 67, cuando en Ostia ofrece el cuello a la espada del verdugo, va Pablo de Tarso evolucionando, perfeccionando, santificando, a través de largos decenios de dolores y labores, siempre iluminado por la luz divina que irradia de Jesús el Crucificado.

Este es el Pablo de la historia y de la vida y no existe otro igual a él.

Continuará en la Circular de Junio.


 

  HISTORIA DE LA FILOSOFÍA.-  

 

 

Herbert Spencer (1.820-1.903).-

El filósofo británico, Herbert Spencer, nos ofrece la más completa filosofía de la evolución darwinista, sobre una base empírica. Aunque hubiese tenido una precaria educación escolar, poseía una cultura enciclopédica, gracias a su extraordinario poder de absorción y síntesis, que le permitía percibir, intuitivamente, durante las conferencias científicas y filosóficas de sus contemporáneos, la esencia del asunto a tratar, que se cristalizaba rápidamente en su espíritu ávido de saber. Asimilaba con rara facilidad el contenido de cualquier libro que leyese.

Pragmático ante todo, a ejemplo de la mayor parte de los pensadores británicos y americanos, nunca pudo Spencer familiarizarse con ciertas ideologías metafisicas, sobre todo con las corrientes de la escuela kantiana, cuyas categorías apriorísticas de intuición se le figuraban demasiadas aéreas y místicas. Jamás se reconcilió con el absolutismo del “imperativo categórico” del solitario Kant porque la ética de Spencer es esencialmente relativista, fruto de un proceso de paulatina evolución humana.

La filosofía de Spencer es erudita y, por tanto, árida, carente de cualquier colorido poético o emocional.

La Metafísica de Spencer es, ante todo, agnóstica, quiero decir que, según él, nada sabemos de la Realidad como tal, que él llama lo “Incognoscible”, aunque sospechamos vagamente que, más allá de los fenómenos sensitivos-intelectuales exista algo.

El Infinito y el Absoluto no son objetos de conocimiento real, sino apenas términos simbólicos de algo que, posiblemente, exista más allá del alcance de nuestras facultades cognoscitivas.

Spencer, como se ve, no admite otra facultad cognoscitiva sino los sentidos y el intelecto; la intuición (la “razón práctica” de Kant)no es, para él, una facultad científicamente demostrada, sino una vaga suposición, oscura y mística.

Tiempo y espacio, considerados por la filosofía kantiana no como realidades objetivas sino como modos subjetivos de conocimiento, son declaradas por Spencer entidades objetivamente reales, testificadas como tales por la consciencia humana. Entretanto, confiesa que tiempo y espacio, aunque reales, son absolutamente incognoscibles.

En el terreno religioso, Spencer es más agnóstico que ateo. Ateísmo, panteísmo y teísmo, son para él las tres formas principales de las ideologías religiosas, ninguna de las cuales es científicamente sustentable.

En este punto es el filósofo enteramente coherente con su actitud empírica o pragmática: una vez negada la existencia de una facultad intuitiva que vaya más allá del ámbito sensitivo-intelectual, no puede dejar de sacar esa conclusión; la conclusión es lógicamente coherente; se pregunta si la premisa es admisible como reflejo de la realidad.

Tangente al teísmo, afirma Spencer, de acuerdo con las teologías eclesiásticas de Occidente, que el Dios profesado por esa filosofía o teología es un ser personal, esto es, un individuo hecho a imagen y semejanza del hombre, aunque altamente potencializado. Ahora, siendo todo individuo necesariamente un efecto, que no tiene en sí mismo su última razón de ser, ese Dios-individuo o Dios-efecto, debía ser producido por alguien. Si es alguien es él mismo, caemos en el abismo del absurdo de un ser auto-producido; si ese tal Dios del teísmo es producido por un factor ajeno, debe ese factor haber sido causado por un factor anterior, y así en un interminable proceso.

Es altamente extraño que el pensador británico repita tan ingenuamente esa objeción milenaria, sin caer en la cuenta de su intrínseca debilidad. Spencer es más un ejemplo clásico de cómo un falso postulado inicial (la admisión de un Dios antropomorfo) desgraciadamente profesado por la teología eclesiástica occidental, lleva a conclusiones absurdas. Pienso que un verdadero filósofo, de pensamiento autónomo, no debía acoger ciegamente semejante ideología y edificar sobre esa base falsa conclusiones para su sistema filosófico.

El rechazo de un Dios antropomorfo, individual o personal, es generalmente identificado con la admisión del panteísmo (lógicamente idéntico al politeísmo o ateísmo). De hecho, el rechazo del teísmo antropomorfo no implica de forma alguna la aceptación del panteísmo, sino del monoteísmo genuino y absoluto, también llamado monismo ético.

La filosofía spenceriana, visceralmente empírica y unilateral, no pudo jamás alcanzar la gran verdad defendida por Hermes en Egipto, la Filosofía Védica, por Sócrates y Platón en Atenas, por los neoplatónicos de Alejandría, por Spinoza y muchos otros pensadores antiguos y modernos.

En su cualidad de filósofo clásico de la evolución debió Spencer haber ido más allá de esas etapas evolutivas sensitivo-intelectuales de la humanidad y entrado en los dominios de una evolución superior, rumbo al mundo intuitivo.

Ciencia, filosofía y religión son, según él, disciplinas completamente divorciadas unas de otras y nunca debe una invadir el espacio de cualquiera de las demás.

Cuando Spencer dice “religión”, entiende generalmente, esta o aquella forma teológica-eclesiástica del Cristianismo occidental; muestra, por ejemplo, que la religión se opuso a la ciencia, condenando el sistema heliocéntrico Copérnico-Galileo y la teoría de la evolución de Darwin. Es inexacto afirmar que la religión haya cometido esos errores, que son de cuenta de esta o aquella teología parcial, falsamente identificada con la religión o el cristianismo. Es intrínsecamente imposible haber conflicto entre la verdadera ciencia y la religión real, una vez que tanto esta como aquella, tiene por fin alcanzar la Verdad, y la Verdad es una sola.

Spencer es hijo de su tiempo y país. No consiguió jamás emanciparse de las taras heredadas de su época y raza.

Así como hay divorcio irreconciliable entre ciencia y religión, dice él, hay también separación entre ciencia y filosofía. La ciencia explica los fenómenos (efectos), mientras que la Filosofía pretende conocer el Númeno (la causa).ç

Una vez más, el empirismo unilateral mantuvo a Spencer preso en sus mallas invisibles. Dice él que la Ciencia “explica” los fenómenos del mundo. Entretanto, esa explicación no explica realmente fenómeno alguno; ningún efecto es realmente explicable por otro efecto, ni por la cadena total de los efectos. La planta, por ejemplo, no es realmente explicada por el recurso de la semilla que le da existencia; ni esa semilla es explicada por la lógica de la planta-madre de la que proviene. Toda esa larga cadena de efectos y causas, en el plano horizontal de los fenómenos, son inexplicables en cuanto permanecemos en ese plano de los fenómenos individuales. La verdadera filosofía, sabiendo esa insuficiencia auto-explicable del mundo fenomenal, emprende la evasión de esa zona de efectos y causas y resuelve invadir la zona de la Causa-Prima, auto-suficiente. Suponer que esa Causa-Prima sea la suma total de los efectos y las causas, como Spencer supone, es una gravísima deficiencia de lógica. El proceso de evasión fenomenal e invasión numenal, que la verdadera filosofía exige, no se detiene en la frontera de los fenómenos sensitivos e intelectualmente aprendidos, sino que va más lejos y se interna en regiones ultra-fenomenales, impulsado por el ansia racional de encontrar en esos mundos lejanos lo que no nos ha sido dado descubrir en este mundo estrecho de los sentidos y del intelecto. Se trata de una tremenda alternativa: o desistir de una solución última del mundo o, entonces, ir más allá del mundo de los fenómenos y encontrar en algún lugar una base satisfactoria para su explicación.

Los científicos se contentan con el estancamiento en el plano físico del mundo fenomenal, mientras que el filósofo, impulsado por la inquietud metafísica, que no le permite hacer un alto ante ninguna luz roja de “tránsito prohibido”, va más lejos de todas las barreras empíricas, porque cree firmemente en la “luz verde” de una última solución y de un camino de tránsito siempre libre y sin obstáculo.

La última palabra del empirismo, como vimos con David Hume, es el  escepticismo absoluto y universal; pero el hombre normal no se contenta con esa perpetua interrogación; él es demasiado positivo para detenerse en el plano negativo del empirismo fenomenalista.

 

 

                       

 

 

 

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(cartomancia)

Eva. Desnudo de un mito

(ensayo)

Tres estudios de mujer

(psicológico)

Misterios revelados de la Kábala 

(mística)

Los 32 Caminos del Árbol de la Vida

(mística)

Reflexiones. La vida y los sueños  

(ensayo)

Enseñanzas de un Maestro ignorado

(ensayo)

Proceso a la espiritualidad

(ensayo)

Manual del discípulo 

(didáctico)

Seducción y otros ensayos

(ensayos)

Experiencias de amor

(místico)

Las estaciones del amor

(filosófico)

Sobre la vida y la muerte

(filosófico)

Prosas últimas  

(pensamientos en prosa)

Aforismos místicos y literarios

(aforismos)

Lecciones de una Escuela de Misterios

(didáctico)

Monólogo de un hombre-dios

(ensayo)

Cuentos de almas y amor

(cuentos)

Nueva Narrativa (Narraciones y poemas)
Desechos Urbanos (Narraciones )
Ensayo para una sola voz VOL 1 (Ensayo )
En el principio fue la magia VOL 2 (Ensayo )
La puerta de los dioses VOL3 (Ensayo )
La memoria del tiempo (Narraciones )
El camino del Mago (Ensayo )
Crónicas (Ensayo )
Hombres y Dioses Egipto (Ensayo)
Hombres y Dioses Mediterráneo (Ensayo)
El libro del Maestro (Ensayo)
Los Buscadores de la Verdad (Ensayo)
Nueva Narrativa Vol. 2 (Narraciones)
Lecciones de cosas (Ensayo)
   

 

 

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