ALCORAC SALVADOR NAVARRO |
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Circular nº 6 , año VII
Llubí, 1º Junio de 2.001.
La reducción de materia a energía, de lo dimensional a la no dimensión, de lo extenso a lo inexistente, podría considerarse como la falta de objetivización del objeto y su paulatina subjetivización hasta alcanzar la altura del sujeto absoluto. “Alcanzar” es, por tanto, un término ilusorio, porque hace creer que el sujeto absoluto consista en la sucesiva falta de objetivización del objeto, cuando sucede precisamente lo contrario. El Sujeto Absoluto no es el resultado final de una larga serie de desobjetivizaciones, sino que es la Realidad anterior a cualquier objeto u objetivización. O, por otra parte, el espíritu no es la culminación de todas las desmaterializaciones, pero es la gran Realidad pre-material. O aun más: lo Universal no es el resultado final de una vasta serie o de un intenso proceso de falta de individualizaciones, sino que es anterior a todo y cualquier individuo e individualización. En efecto, no es por los sucesivos vacíos que llegamos a la Realidad suprema, sino por la plenitud anterior a cualquier inicio de vacuidad. Dios no es infinitamente simple por vacío o ausencia, sino por plenitud o presencia; no por la simplificación de la complejidad, sino por la simplicidad anterior a cualquier vestigio de complejidad. Dios no es la síntesis final resultante de muchas antítesis; Él es la gran Tesis inicial o pre-inicial.
En el principio era el sujeto universal, absoluto, no objetivizado; y de ese sujeto eterno vienen los sujetos temporales.
En la realidad existe un solo y gran Sujeto, que se revela u objetiviza incesantemente en mundos y seres innumerables.
Todos esos objetos hechos de la substancia del sujeto, son objetos espiritualmente idénticos, pero fenomenalmente distintos del sujeto.
Volviendo a trazar el camino de cualquier objeto rumbo a su origen, encontraremos infaliblemente el sujeto, porque todos los objetos son como rayos de un círculo o de una esfera, que desde el centro vienen y para el centro regresan. Vistos desde la periferia, esos rayos son muchos y dimensionales; vistos desde el centro, esos rayos son uno en su base y sin dimensiones.
La Filosofía Hermética, yendo más allá de las fronteras de la ciencia atómica o de otra ciencia cualquiera que trate solamente del mundo fenomenal, abarca en el principio de la vibración o energía, la Realidad Total y los fenómenos, el Dios del mundo y el mundo de Dios.
Una vez comprendido esos principios de vibración universal, complemento de los principios de la Polaridad y de la Correspondencia, ya no hay nada de extraño ni enigmático en actos como la Telepatía, la acción a distancia, influencia mental o espiritual, curaciones por la fe o por la oración, etc. Por ejemplo, los efectos de esos fenómenos son erróneamente atribuidos al agente o vehículo inmediato, cuando en realidad, es hijo de la causa única y universal, que se manifiesta y actúa a través de segundas causas.
El principio del Ritmo
“Todo fluye, influye y mana; todo sube y desciende; todo tiene su pleamar y bajamar; todo oscila entre dos extremos, como un péndulo; la ley del ritmo es la ley de la compensación y transmutación”.
Este principio revela la estrecha afinidad con las leyes de Polaridad y Correspondencia, pudiendo ser considerado como un complemento de las mismas.
La acción y reacción que se observan en todos los departamentos de la naturaleza, desde el átomo hasta el astro, desde el plano mineral hasta el plano espiritual, mantiene el mundo en un estado de permanente actividad, vida, evolución y belleza.
Una de las formas más generalizada de este principio es revelada en el proceso de alquimia mental y espiritual, ciencia y arte en que los iniciados de los antiguos países eran maestros. Épocas posteriores a Hermes Trimegisto, incapaces de comprender el verdadero sentido de la alquimia, transfirieron todo el proceso del plano espiritual hacia un nivel puramente material, procurando transformar elementos vulgares en elementos preciosos, sobre todo en oro. Incapaces de conseguir esa “transmutación” por las fuerzas conscientes de los sentidos y del intelecto, intentaron los alquimistas medievales lograr su intento invocando seres de otros mundos, espíritus luciféricos como “Mefistófeles y Cia.” La magia negra intentó realizar lo que la ciencia no pudo hacer. No estaba equivocado el concepto fundamental sobre la incompetencia de la ciencia analítica de la época, de transformar lo menos en lo más, lo inferior en superior, lo vulgar en lo precioso. La vaga sospecha de que, más allá de los dominios de la inteligencia humana existiesen potencias sobre-humanas capaces de realizar esa alquimia, no era del todo sin fundamento.
Hoy en día, la ciencia nuclear está comenzando a realizar el viejo sueño de los alquimistas de antaño. ¿Con la magia negra de Mefistófeles o del Doctor Fausto? No, sino con la magia blanca de Lucifer, el portador de la luz, de la inteligencia, más intensamente desarrollada desde los tiempos de la Edad Media.
Entretanto no era esta, ni la de los alquimistas medievales ni de los físicos modernos, la alquimia de Hermes Trimegisto y sus discípulos. No se trataba en aquel tiempo de la transmutación de la materia, sino de la mente. Se trataba de la transformación de cierto molde de pensamientos y sentimientos en otra categoría de pensar y sentir. Sabían los filósofos egipcios que el estado y valor de nuestro Yo depende esencialmente de una determinada categoría de pensamientos y sentimientos habituales; depende de una actitud que predomine habitualmente en nuestro Yo. La constante repetición de pensamientos y actos crea, en las profundidades de nuestro Yo, una estratificación permanente, a la que llamamos hábito; y de esas capas nocturnas envueltas en las tinieblas del inconsciente o en las penumbras de la semi-inconsciencia, irradian sin cesar vibraciones hacia el interior de la zona luminosa de nuestro Yo consciente y vigilante, determinando el curso de nuestra vida. Si esas estratificaciones oscuras o crepusculares revistieran carácter positivo, no tardaría nuestra vida en asumir orientaciones espirituales, mientras que si fueran vibraciones negativas llegadas de las zonas subyacentes se transformarían en una vida materializada.
Toda la sabiduría del hombre consiste, pues, en una especie de alquimia mental y espiritual, que transforma en oro de ley, el barro vil de la vida.
“Metanoia” es la palabra clásica que el Evangelio de Jesús usa para el término latino “conversión”. Metanoia es una palabra griega compuesta de meta (trans) y nous (mente), de manera que Metanoia quiere decir literalmente trans-mentalidad. El hombre que de hecho se convierte, va más allá de las antiguas fronteras de su mente, invadiendo nuevos mundos hasta entonces ignotos a su experiencia. Siendo que nuestro mundo habitual, atávico, es visceralmente egoístico, el hombre que se transmentaliza o convierte, deja atrás el viejo mundo egocéntrico y toma posesión de un nuevo mundo teocéntrico o, al decir del apóstol Pablo “se despoja del hombre viejo” y se convierte en “nueva criatura en Cristo”. Y en las profundidades de ese vasto subsuelo espiritual vive entonces ese hombre, ese alquimista espiritual.
¿Cómo podría el hombre realizar esa alquimia mental-espiritual?
Recurriendo al principio fecundo del Ritmo, asociado a las leyes de Polaridad y Correspondencia. Fijar la atención en elementos negativos refuerza la negatividad; poner la atención en cosas positivas, consolida la positividad y neutraliza con esto mismo lo negativo. No se puede combatir el pecado de un modo directo, sino de manera indirecta, por la victoria de la santidad; así como no se puede disipar las tinieblas de una sala si no es encendiendo una luz, ni se puede curar una molestia si no es por la llegada de la salud. Satanás sólo puede ser expulsado por Cristo, una vez que lo opuesto del egoísmo es el amor.
Mientras tanto, como la ley de Ritmo es una ley cósmica y no un capricho individual, es necesario que el alquimista mental y espiritual aproveche sabiamente los flujos y reflujos de su ritmo interior y también los del exterior. Saber aprovecharse de la pleamar y la bajamar, de las corrientes cósmicas, es propio del hombre iniciado en la constitución de la vasta cosmocracia del universo. Oponerse ciegamente al ritmo natural de las cosas es desperdiciar tiempo y fuerzas, exponiéndose al riesgo de la esterilización.
La alquimia mental y espiritual es una especie de cooperación de la voluntad humana con la voluntad cósmica, una sincronización y simbiosis de ondas humanas y ondas divinas, de las fuerzas del aquí y las del más allá.
No puede la mujer concebir una prole en tiempo desfavorable para la concepción, como no puede la mente humana concebir unos hijos en período no sintonizado con el flujo y reflujo de las ondas cósmicas.
De ahí la necesidad del silencio, de la introspección, de la meditación.
Sólo puede recibir quien es receptivo.
Nada puede el individuo sin el Todo; todo lo puede el individuo con el Todo.
Lo que produce grandes efectos en los planos físicos, mental o espiritual, no es la pequeña voluntad consciente del individuo, sino la gran voluntad omnisciente del Universo, cuando ella se revela poderosamente a través del ser humano debidamente receptivo.
El consorcio del pequeño ritmo humano con el gran ritmo divino no conoce la palabra imposible.
“Todo es posible para aquel que tiene fe” . . .
El principio de Causa y Efecto.-
“Cada causa produce un efecto. Cada efecto tiene su causa. Todo acontece según una ley. “Acaso” es el nombre de una ley desconocida. Hay muchos planos de causalidad, pero nada escapa a la ley”.
De acuerdo con todos los grandes pensadores de la humanidad, Hermes y su escuela proclaman el imperio universal de la causalidad en el ámbito del mundo fenomenal. Nada sucede o comienza a existir sin causa.
Un derivado lógico de ese principio establece: El efecto no puede ser mayor que su causa, o causas. La razón de este segundo principio es evidente; pues, si un efecto fuese mayor que su causa, una parte de ese efecto, la parte excedente, la causalidad, existiría sin causa, lo que es intrinsicamente imposible.
La diferencia entre causal y casual, aunque externamente, (consiste en la transposición de una letra), es en realidad infinita, por cuanto una idea es la negación radical de la otra: la causalidad afirma la presencia universal de la ley, mientras que la casualidad niega esa presencia universal. Ahora, siendo que el mundo es de hecho un cosmos en todas sus partes, esto es, un sistema de orden regido por una ley invariable, está claro que nada sucede sin ley o por acaso. El acaso denota una causa oculta e ignorada. El sujeto dotado de un conocimiento imperfecto admite el acaso; el perfecto conocedor no lo admite, sino que proclama la causa universal.
El principio de causalidad universal está basado, en último análisis, en el gran principio fundamental de identidad, por cuanto lo que llamamos efecto no es en realidad otra cosa sino la propia causa parcialmente revelada en ese caso; ahora, algo parcialmente revelado es parcialmente idéntico al revelador. La propia palabra “efecto”, nos dice que es algo hecho, algo menor que ha salido de algo mayor. El hecho, concebido como una especie de contenedor o receptáculo, es naturalmente mayor que lo contenido en ese recipiente. Sería contradictorio admitir un contenido mayor que su contenedor, o sea, un efecto mayor que su causa.
La mayor dificultad en el terreno de la concepción de la causalidad, consiste en la circunstancia de que a primera vista, el efecto parece estar fuera de la causa, así como un proyectil que sale de un arma está fuera de ella. Si así fuese, si el efecto fuese separado de su causa, y no inmanente a la misma, el efecto estaría unido a su causa sólo antes de su principio, pero separado de ella después de efectuado. El efecto después de la causación, dejaría de estar inserto a la causa, estando separado de ella, así como una bala está separada de su fusil después del tiro. En ese caso, tendríamos la unión de causa y efecto, solamente durante cierto tiempo. Habría habido unión de causa y efecto en el pasado, pero no en el presente y el futuro.
De hecho, este es el concepto general; la causa es anterior al efecto, y el efecto posterior a la causa; lo anterior implicaría unión, y lo posterior denotaría separación. En este caso, el efecto después de separado de la causa podría existir sin ella, y aunque la causa desapareciera del todo y para siempre, el hecho continuaría existiendo indefinidamente, una vez que nada le uniría a la causa. En este caso, tendríamos un efecto inicial unido a una causa, mas un efecto continuado separado de la causa. Si fuese así, la causalidad sería necesaria solamente para la iniciación del efecto, pero innecesaria para la continuación del mismo.
Entretanto, el principio de causalidad, tomado en toda su dimensión, niega que la causalidad sea solamente inicial, afirmando que ella es tanto inicial como continua y que el efecto no existe separado de la causa ni por un solo instante.
El principio de causalidad formulado de esta manera parece contradecir la experiencia cotidiana de cualquier persona. Tomemos algunos ejemplos: la semilla, según la opinión común, es considerada como siendo la causa de la planta, el huevo causa del ave, los padres como causa conjunta de los hijos, etc. Ahora, la planta, el ave o el hijo pueden perfectamente continuar la existencia después que sus respectivas causas, la semilla, el huevo, los padres, dejen de existir. Entonces, no existe una causalidad continua, sino inicial.
En los ejemplos aducidos y otros similares, la palabra “causa” es tomada en un sentido aparentemente exacto, pero realmente erróneo. De hecho, no existen causas en plural, sino una causa en singular. Las supuestas causas en los casos antes mencionados no dejan de ser pseudo causas; la causa real es un agente intrínseco y permanente mientras que, la causa aparente, la condición, es un agente transitorio.
Decir a un hombre no habituado a un modo de pensar integralmente lógico y objetivo, - y son escasos estos hombres lógicos – que la semilla no es la causa real del árbol, ni el huevo la causa del ave, ni los padres la causa de los hijos, es caer en la sospecha de ser “anormal”, por cuanto el grueso de la humanidad está convencida de que esos factores son las verdaderas causas de los dichos fenómenos llamados efectos.
Pero es una verdad rigurosa que esos factores no son las causas reales de dichos fenómenos, sino sus condiciones, vehículos o canales.
Sirvan de ejemplos ilustrativos las comparaciones siguientes. El agua viene de la red de canalización de un depósito, la luz solar nos llega por una ventana abierta, estas son locuciones corrientes, pero falsas en sí mismas. El agua no viene de la red de abastecimiento, sino a través de ese conducto; como la luz solar no viene de la ventana, sino a través de ella. Entonces, hablando, de – de la, indican la causa, mientras que a través, por intermedio, u otra partícula equivalente, denotan el vehículo o canal, la condición por medio de la cual la causa se manifiesta. Así, la salud no viene del medicamento, sino de la naturaleza a través de él. (La propia palabra medicina indica esta función, entre la infinita salud del cosmos y el hombre no debidamente armonizado con el gran Todo). Si la condición funciona correctamente, ella remueve el obstáculo que obstruía el pasaje entre la causa y el efecto deseado. La red de cañerías del servicio de aguas no causa el líquido, como la ventana abierta no causa luz, ni los padres causan hijos, ni la medicina causa la salud; todos esos agentes no hacen sino conducir o canalizar algo contenido en la causa.
Entre paréntesis, todas estas comparaciones son imperfectas, una vez que ni la fuente, ni el sol, ni la naturaleza física, son causa última y absoluta.
¿Cuál es, pues, la verdadera causa de todos esos efectos?
Ante todo, es necesario abolir el plural de causa: no hay causas, hay sólo una causa.
¿Qué es esa CAUSA única?
Es el Todo, el Universo, el Cosmos, el Absoluto, el Infinito, la Realidad eterna y autónoma. Conviene que el hombre se habitúe a considerar el Universo como una inmensa reserva de energía vital y espiritual, un océano sin playas ni fondo de vida y espíritu, eterno, infinito, absoluto, existiendo por sí mismo. En ese piélago inmenso están contenidas todas las fuerzas en estado universal, y esa energía universal se individualiza parcialmente, sin cesar, creando los mundos individuales de fenómenos varios. Esa individualización de la energía universal comienza aquí en la Tierra, con formas simples, ligeramente individualizadas, esto es, de bajo grado de vida y consciencia. A través de esas formas primitivas y groseras, fluyen las fuerzas cósmicas, como agua a través de canales, como luz a través de ventanas y puertas abiertas, como sanidad a través de la medicina, rumbo a formas cada vez más individuales, sutiles y conscientes. Las formas inferiores del mundo fenomenal funcionan, pues, como canales o vehículos para formas superiores, pero no como causas o fuentes originales. Son causas segundas y no Causa Prima. Las aguas de un río no vienen del río, ni del naciente de ese río, sino que vienen del océano, donde esas aguas subieron en forma de vapores en movimiento por los aires de todas las latitudes y longitudes del espacio, hasta condensarse en nubes, que después caen en forma de lluvias, se filtran en el suelo, donde confluyen en determinados puntos y de ahí brotan en forma de nacientes y fuentes y de nuevo comienza el ciclo de su peregrinación. Está claro que el mar, aunque sea una especie de “causa” de los ríos de este planeta, no es la verdadera Causa Prima en sentido absoluto, porque esas aguas oceánicas también son derivadas de otra fuente anterior, la cual en último análisis, exige una fuente que no sea derivada; exige un principio o causa autónoma, independiente, absoluta, eterna, una causa no causada, un productor no producido, una Realidad existente por sí misma, que contenga la razón de su existencia en su propia esencia.
Esa distinción entre el de causal y los a través de condicionales, hace justa tanto la lógica como los hechos históricos, porque la lógica exige una causa universal y única de todos los efectos individuales y los hechos históricos prueban que las formas superiores vienen a través de formas inferiores.
La ciencia empírica no probó ni jamás probará que las formas superiores del mundo orgánico o inorgánico, vienen de formas inferiores, porque lo que es intrinsicamente imposible no sucede ni puede suceder jamás; la ciencia probó que las formas superiores vienen a través de formas inferiores, y esto no hace contradicción alguna.
Tiempo hubo en que la humanidad admitía la lógica sin hechos, proclamando a Dios como causa de todas las cosas.
Vino después el período revolucionario, que afirmaba los hechos a costa de la lógica, adoctrinando que lo menor había producido lo mayor, que lo inferior era el padre de lo superior.
Hoy en día, en el final del segundo milenio y principio del tercero de la era cristiana, está la élite de la humanidad comenzando a contemplar más claramente la verdad total, asociando la lógica a los hechos y explicando los actos a la luz de la lógica. La humanidad pensante y libre de prejuicios atávicos admite actualmente, la causa única y universal de todas las cosas, juntamente con las causas segundas e individuales, en el vasto mundo de los fenómenos. Hoy, el verdadero “creyente” puede ser el mayor de los “evolucionistas” y el más inteligente de los “evolucionistas” puede ser el “creyente” más devoto. Para el hombre pensante o para el pensador creyente, el Dios de la fe dejó de estar en pie de guerra con el Dios de la ciencia. La humanidad avanzada se despide de todos los viejos dualismos, hijos de la ignorancia, y comienza a ser integralmente unitaria, proclamando la eterna unidad y unicidad de la Causa Prima, revelada en la pluraridad temporal de los efectos individuales. Todas las periferias multicolores del universo fenomenal convergen en el gran centro incoloro del eterno Númen. El hombre avanzado contempla, más allá de los colores múltiples del prisma de la creación, la luz blanca del Creador, causa y fuente única de aquellas. Para él, Creador y criaturas forman un maravilloso TODO, inmenso océano de absoluta unidad, en cuyas profundidades se ahogarán, finalmente, todas las dualidades y las pluraridades de la superficie.
Así como el verdadero creyente no puede admitir la evolución de las especies en su forma mecánica y materialista e ilógica, de la misma forma no puede el verdadero evolucionista volver a profesar un Dios – individuo, un Dios superhombre, un Dios – papá – Noel, un Dios hecho a nuestra imagen y semejanza, como siendo el origen de todas las cosas. Quien admite un Dios – individuo, por mayor que conciba a ese individuo, profesa ateísmo, aunque diga lo contrario. Ningún individuo es universal, eterno, infinito, omnisciente, atributos esos inseparables de la Divinidad. Los que se aferran a un Dios – individuo, con miedo de adorar a un “Dios inconsciente”, no saben lo que hacen. La Omnisciencia es incompatible con el individuo, pero inseparable de lo Universal, de lo Absoluto, de lo Eterno, del Infinito, del Todo.
Hay quien rechaza la idea de un Dios Universal, con miedo de sacrificar lo que él llama la “personalidad” de Dios, transformándolo en una “cosa impersonal”, con la cual, naturalmente, no podría el hombre entrar en una íntima correspondencia de comprensión y amor, así como no podría entrar en comunión personal con algún acumulador eléctrico impersonal. Ignoran esos tales que Dios no siendo persona o personalidad, no por esto se torna impersonal. Hay un plano de seres sin personalidad por deficiencia de perfección, como todo el mundo infra-humano; y hay un plano donde no impera la personalidad debido a la plenitud de la perfección, el mundo de la Divinidad. Dios no es personal ni impersonal. Pensar que un ser con personalidad como el hombre, no pueda entrar en comunión de comprensión y amor con el Ser pleni-personal que es Dios, es confundir lamentablemente lo pleni-personal con lo impersonal, la plenitud de la luz meridiana con la ausencia de luz de la medianoche. Verdad es que, si un hombre imprudente recoge de lleno el sol del mediodía, ese exceso de luz le parecería tinieblas absoluta, no por deficiencia de luz de parte del objeto, sino por incapacidad visual de parte del sujeto; el remedio no está en disminuir la luminosidad del Sol, sino en aumentar la capacidad del hombre.
¿Por qué muchos hombres rechazan aceptar un Dios Universal, prefiriéndole como Ser individual, tipo Papá Noel? Únicamente por deficiencia de evolución e incapacidad espiritual.
La filosofía hermética no desarrolla claramente todos los puntos expuestos, ni lo podría hacer, por falta de suficiente material; mientras tanto, juzgo necesario alargarme sobre este particular para justificar la dirección general de este vasto y profundo torrente de ideas elaboradas en el antiguo Egipto.
Sigue en la Circular del mes de Julio de 2.001.
POEMAS DE KABIR
Conclusión
“Existe un extraño árbol, que se sostiene sin
raíces y da frutos sin florecer;
No tiene raíces ni hojas, está recubierto
De loto por todas partes”.
Ahora Kabir dice: Dios es la causa original. Está claro. Él no puede tener otra causa. Dios es el Creador y tú no puedes preguntar quién lo creó. Él es la causa sin causa.
Existe un extraño árbol . . . Este Dios, esta esencia, es un extraño árbol . . . que se sostiene sin raíces . . .
Intenta entender esto . . . es sencillo. El Todo no puede estar enraizado en cualquier otra cosa, porque Él es el Todo; nada más existe fuera de Él.
El Todo está enraizado en sí mismo. Ahora, éste será un árbol extraño. Los árboles están enraizados en la tierra; ¿cómo puede estar enraizado en sí mismo?
No puede existir ninguna causa para Dios. Él es la causa última. Esto es lo que quiere decir la palabra Dios: la causa última, el sin causa, lo que siempre existió, lo que siempre existirá. No existe nada antes que Él y no existirá nada después. Dios no tiene pasado ni futuro. Dios tiene solamente presente. Es eterno.
“Es un árbol extraño”, dice Kabir, “que se sostiene sin raíces y da frutos sin florecer”. “Es ilógico”, quiere decir. La vida es ilógica. O hay una lógica para su ilógica. Es muy extraño, misterioso. No puede reducirse a silogismos humanos. Florece y da frutos sin florecer.
“No tiene ni raíces ni hojas, está recubierto
de loto por todas partes”.
¿Cómo es esto posible? ¿Lotos por todas partes? Ninguna raíz, ninguna rama, ninguna hoja. Es nada más que un florecer. Dios es lo último, aquello que ya ha pasado. No hay nada más que pueda pasar. Dios no es una semilla. La simiente es una cosa que aún no es una flor; alguna cosa tiene que pasar a la semilla.
Este es el significado cuando decimos que Dios es perfecto: no existe más crecimiento. Ha estado siempre así, en estado de perfección.
“Allí cantan dos pájaros: uno es el Guru y el
Otro el discípulo:”
Dios se dividió a sí mismo en muchas formas y continúa jugando. En algún lugar, Él es hombre y en otro es mujer y ambos se atraen mutuamente, cantando canciones de amor. En algún lugar, Él es el guru y en otro el discípulo, la misma polaridad. En algún lugar, Él es materia y en otro lugar es mente, la misma polaridad. En algún lugar, Él es la vida y en otro es la muerte . . . pero la misma polaridad.
“El discípulo elige los múltiples frutos de la
vida y los gusta, y el Guru lo contempla con
alegría”.
Ambos están dentro de ti. El Maestro es tu núcleo más profundo, el testigo; y el discípulo es tu periferia, tu mundo.
El Maestro es tu centro, observando con alegría tus juegos, ¿Lo has notado? A veces, toma el punto de vista del Maestro y visualízate jugando: el juego del amor, el juego de la ambición, el juego de la rabia, el del odio, todos son juegos. Pero si te absorbes en él, serás un discípulo; si estás consciente, serás un Maestro.
Este es el único cambio, la única transmutación que necesitas, la última alquimia. Observa. Kabir no está diciendo “para de jugar”, sino que dice: “Observa también el punto de vista del Maestro”.
A veces, debes ser un observador y ver como juegas en tu papel de discípulo. Hablas con tu pareja y le dices cosas maravillosas, dulces: observa. Aprovecha el lado del Maestro. Disloca tu consciencia hacia el testigo y contempla lo hermoso del juego.
Si puedes cambiar tus papeles de Maestro para discípulo y de éste para aquél, nunca estarás preso de ningún juego. Entonces, el juego siempre será un juego; puedes jugar cuanto quieras, hasta el máximo, pero nunca te encontrarás preso, no te identificarás. Siempre serás libre, andarás liberado en este mundo, soñando sin soñar.
Imagina que soy un Maestro y tú eres el discípulo; no hay confusión alguna. Un día tienes que cambiar eso internamente; cerrar los ojos y dejar que tu centro sea el Maestro y la superficie el alumno. Podrás liberar una gran energía con este ejercicio.
La identificación debe abandonarse. Tienes que estar libre para moverte de Maestro a discípulo, de discípulo a Maestro. Eso es libertad, liberación: moverse en las polaridades. Es fácil identificarse con un discípulo, porque ya lo eres. También hay Maestros que se identifican con otros Maestros: ambos están en el mismo camino. El Maestro real es aquel que no está identificado con ninguno, que sabe que “ambos son mis dos polaridades”.
Y el Maestro se sienta en el centro, mientras el discípulo juega, sin que haya interferencias. Él no te dice: “No hagas tal cosa”. Es un juego; todo se permite en este juego de la vida, incluso el engaño. Es un juego sin seriedad.
Entonces, poco a poco, el juego sigue, y aun así, en capas más profundas, el juego se ha detenido. Sigue en la superficie, las ondas saltan fuera, pero en el centro el océano está silencioso. Este es el estado de ser un Cristo.
Kabir es un perfecto maestro. Nunca dejó el mundo, siempre permaneció en él. Tenía mujer e hijos, y trabajaba. Era un tejedor, un hombre pobre que vendía ropas en el mercado. Vivía una vida normal. Tuvo millares de discípulos que decían: “¿Por qué sigues haciendo estas cosas? Descansa.” Y él decía: “No. Sea cual fuere el juego que Dios me dio, tengo que jugar. Es bueno y me gusta. Sentiría su falta si parase. Perdería mis clientes en el mercado. Ellos me esperan, yo tejo para ellos y Dios viene a través de ellos para comprar”.
Él permaneció como un hombre común. Pero con una consciencia totalmente desconocida para la gente, por su claridad.
El Maestro está dentro de ti, es tu centro; y tu superficie es el discípulo. Cuando tu centro sobresale, entonces el Maestro exterior es su reflejo.
“El discípulo elige los múltiples frutos de la
vida y los gusta, y el Guru lo contempla con
alegría.
Lo que dice Kabir es difícil de comprender:
“El pájaro está más allá de la vista y
sin embargo es claramente visible”.
El centro está más allá de la búsqueda. Tú no puedes buscarlo porque él ya está ahí. Tiene que ser descubierto.
Es como cuando Colón descubrió las Américas, que ya estaba ocupada por otras personas, que llevaban cientos de años viviendo allí. ¿Descubrir? Estamos locos.
El pájaro interior, el pájaro eterno, está ahí; tienes que descubrirlo. Pero, él nunca estuvo perdido. Está ocupado. Lo estás usando. No puedes conocerlo. Estás centrado en él. Es quien te mantiene unido.
Él está más allá de la busca, porque de hecho es el buscador. Y, ¿cómo el buscador puede ser buscado? Es el comienzo y el fin. El discípulo y el Maestro.
“El pájaro está más allá de la vista y
sin embargo es claramente visible.
Lo sin forma se encuentra en medio de todas
las formas. Yo canto la gloria de las formas”.
Kabir dice: “Yo canto la gloria de las formas porque no puedo cantar la gloria de lo Sin-forma”. Tú no puedes cantar la gloria de Dios: esto no es posible. Es difícil reducirlo a una canción, a palabras. Entonces Kabir dice: “¿Es imposible cantar la gloria de Dios? Cantaré la gloria de las múltiples formas. Cantaré la gloria de la rosa, del ojo humano, del río, de la noche, la gloria de la nube blanca, la gloria del Sol y las estrellas”.
Entonces, cantemos la gloria de las múltiples formas, y esto será una aclamación indirecta de Dios. Él no puede ser aclamado directamente. Puedes ofrecer tus alabanzas a Dios a través de la rosa, de una piedra, de una mujer encantadora o de un hombre de cuerpo perfecto. Tienes que cantar la gloria de la vida.
Esta es la única manera de alabar a Dios. No vayas a templos, ni mezquitas, ni pagodas. Canta la gloria de este maravilloso Cosmos que nos rodea; canta la gloria de la nueva hoja que brota del árbol, y canta la gloria de la gota de rocío en la hierba; canta la gloria de las estrellas y del cielo, canta la gloria del amor humano. Crea poesía, escultura, música, crea siempre, porque esta es la única manera de ofrecerte tú mismo a los pies de tu Creador.
Dice Kabir: “Solamente cuando eres creativo, estás cerca de tu Creador”.
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