ALCORAC

SALVADOR NAVARRO                  h

 

 

Dirigida a la Escuela de:

                        Mallorca

                                                                                 

                                                                                  Circular nº 6 , año X

                                                                                  Bunyola, 1º de Junio de 2.004.

 

 

 

 

           

 

VIDA DE SAN PABLO.-

 

 

            Parece que Timoteo y Lucas no estaban presentes cuando Pablo y Silas fueron azotados. Probablemente andaban por el interior de Macedonia al servicio del Evangelio.

            Con las carnes rasgadas, cubiertos de sangre, fueron lanzados los dos en una cárcel. Prisión en el sentido de la época, quiere decir una celda sin luz, insalubre, subterránea, a veces con una estrecha claraboya en el techo. No era raro que tuvieran esas mazmorras diversos niveles superpuestos uno sobre otros, quedando el de abajo totalmente privado de luz e irrespirable.

            Mal se veía Pablo y Silas en el interior del tétrico calabozo, cuando se aproximó a ellos el carcelero y les “cerró los pies con un cepo”, como refiere lacónicamente el historiador. ¡Qué infierno de tormento no va en estas pocas palabras! El cuerpo llagado, los miembros ardiendo en fiebre, el paladar reseco por una sed atroz y, más aún, sin posibilidad de movimiento, con ambos pies barbaramente apretados entre las dos partes de una traviesa, que se cerraba con una especie de gran tornillo de madera. Así, tendidos de espaldas, tenían las manos atadas por dos pesadas cadenas sujetas a la pared.

            En esa dolorosa actitud, entre las tinieblas y la humedad de la prisión, aguardaban los dos héroes su destino, entregándose a Dios y esperando fuera llegada su última hora.

            El recinto guardaba otros presos. Unos dormían de tristeza y fatiga. Otros, gemían y gritaban.

            “Era medianoche  -refiere el historiador-  Pablo y Silas oraban y cantaban hinmos a Dios, mientras los compañeros de la prisión escuchaban.”

            ¡Oraciones y cánticos en vez de imprecaciones y maldiciones!

            “Súbitamente se hizo sentir un terremoto tan fuerte que derribó los cimientos de la cárcel. En el mismo instante se abrieron las puertas y cayeron los grilletes.” El carcelero despertó del sueño y viendo abiertas las puertas de la prisión, desenvainó la espada y quería matarse, en la seguridad de que los presos habían escapado.”

            Ya ponía en su pecho la punta de la espada, cuando Pablo sale de la oscura caverna, detiene el gesto del suicida y consigue frustrar la tentativa, exclamando: “¡No te hagas mal alguno, pues estamos todos aquí!”

            ¡Momentos de perplejidad, de confusión y desorientación!  . . .

            Toda una escala de sentimientos dispares agita el alma del carcelero. Está tan aterrado, que cede a la fuerte impresión y se postra a los pies de Pablo, como si en él viese un ser de otros mundos y, titubeando, trémulo de terror, pregunta: “¿Qué es lo que . . . debo hacer. . señores . . . para salvarme?”

            Parece que la salvación a la que aludía el carcelero, era liberarse de aquellos extraños fenómenos y supuestos peligros naturales. Pero Pablo le habla de otra salvación, diciendo: “Te fe en el Señor Jesús y serás salvo.”

            Fueron a la casa del carcelero y le hablaron de Jesús el Cristo.

            Sólo en ese momento es cuando el carcelero comprobó los sangrientos vestigios de la flagelación que cubría los cuerpos de Pablo y Silas. Corrió a una fuente, recogió agua y les lavó las heridas, mientras su esposa preparaba comida a los misterios huéspedes.

            También los magistrados y oficiales de justicia de Filipo habían sentido el terremoto. Comprendieron o juzgaron adivinar una relación entre la injusticia del día anterior y ese extraño fenómeno nocturno. Por eso, de madrugada, dieron órdenes al carcelero para  abrir las puertas del calabozo y poner los presos en libertad.

            Se dio un hecho inesperado y genuinamente paulino que sólo un espíritu superior como Lucas podía referir, sin temor a disminuir la aureola de su protagonista.

            “Pablo mandó decir: “Sin proceso alguno nos mandaron azotar públicamente y meter en prisión, a nosotros que somos ciudadanos romanos y ahora nos quieren quieren despedir ocultamente. ¡No! ¡De ninguna de las maneras!”

            Ahí tenemos a Pablo de Tarso, en toda la verdad y plenitud de su valor varonil. Humilde discípulo del Cristo, capaz de sufrir callado las mayores injurias, no deja nunca de ser un hombre genuino, lleno de coraje e intrepidez, que sabe hacer valer sus fueros de ciudadano del imperio de los Césares, cuando lo exige el honor y el prestigio del Evangelio.

            Por la Lex Porcia era posible fuese penado toda autoridad que mandase flagelar a un ciudadano romano. Solamente podía ser flagelado un bárbaro, un esclavo, pero nunca un ciudadano romano. Pablo conocía esa ley y ¿quién sabe si no fue precisamente por eso que permitió el inhumano castigo del día anterior?  Así, tratado con tan grave injusticia podía reclamar como víctima inocente e imponer su voluntad al tribuno de la ciudad, reclamando plena libertad de acción, bajo pena de denunciar a la autoridad local como imputada por el artículo de la Lex Porcia.

            Según el consejo del divino Maestro, coherente con su propia doctrina, sabía Pablo ser “cándido como una paloma”, pero también “astuto como una serpiente.”

            “Los oficiales de justicia, pasaron la respuesta a los magistrados: y estos, oyendo que eran ciudadanos romanos, se llenaron de miedo. Fueron a hablar con Pablo y Silas y les pidieron disculpas y los condujeron fuera, rogándoles abandonasen la ciudad.”

            Pablo permaneció irreductible. Les declaró, firme y categóricamente, que no saldría de la ciudad si no era acompañado de una escolta militar, porque habían sido maltratados públicamente y por el mismo procedimiento tal injusticia debía ser reparada, para que toda Filipo viera y supiera que ellos eran inocentes y que el Evangelio del Cristo estaba siendo predicado por dos honrados y leales ciudadanos romanos y no por un par de esclavos o vagabundos anónimos.

            En cuanto el tribuno de la ciudad mandaba llamar una escolta militar para acompañarlos, los dos aprovecharon ese tiempo para “dirigirse a la casa de Lidia, donde se encontraban los hermanos.”

            Cuando llegó la escolta militar, Pablo y Silas se despidieron afectuosamente de su protectora y los demás amigos y partieron.

            ¡El Evangelio del Cristo entre dos filas de lanzas romanas! ¡Los legionarios del César homenajeando a los discípulos de aquél que Poncio Pilatos había crucificado!  . . .

            Estaba lanzada la semilla del Evangelio ¡y cómo brotó tan pujante en ese suelo regado de sangre!

            Hasta el fin de su vida continuó la iglesia de Filipo siendo cristiana y predilecta de Pablo, hija de sus dolores y, por eso mismo, “alegría mía y corona mía”, como él escribe.

Continuará en la Circular del mes de Julio.

 

 

 

 

                                                        GIORDANO BRUNO

         De 1.578 a 1.583 Bruno anduvo por la católica Francia. Durante dos tranquilos años fue profesor de filosofía en Toulouse, donde leyó especialmente a Aristóteles. Como en su calidad de doctor y de profesor ordinario de filosofía estaba autorizado a tomar parte en la vida académica de la Universidad de París, pronsto se presentó en esta sede de la enseñanza filosófica. En la capital de la filosofía católica encontró un campo neutral con el arte luliana. Llamó la atención utilizando este arte al servicio de la mnemotécnia y de la retórica, y así pudo entablar relaciones que estaban a tono con sus dotes y que le abrieron la visión del gran mundo. Enrique III había oído hablar de las proezas memorísticas del italiano, conversó con él y se interesó por su ciencia mnemotécnica. Bruno le dedicó su denso escrito acerca de “las sombras de las ideas”. Fue nombrado profesor extraordinario con sueldo. Tuvo tiempo de ocio para dedicarse a una gran actividad literaria. En 1.582 se imprimieron cuatro trabajos de él. Pero sea las resistencias que encontró, sea la intranquilidad científica que hizo también que otros hombres destacados de la época mudaran de sede con más frecuencia de lo necesario, el caso es que a fines de 1.583 abandonó París y se dirigió, con recomendaciones del rey Enrique a su embajador, a Londres.

         Estos cinco años en el mundo católico francés, en el centro de toda la filosofía católica, fueron de una importancia extraordinaria para la filosofía definitiva de Bruno. Cuando abandonó el claustro ya nada tenía que ver con la frailería y el catolicismo vulgar. El protestantismo, después de la experiencia de Ginebra, estaba ya perdido para siempre. Pudo percatarse de los vínculos del catolicismo, en todas las manifestaciones de su vida, con Aristóteles, que dominaba todavía en las cátedras filosóficas de aquellos días y había sentado sus reales hasta en las cátedras protestantes. Aristóteles, Ptolomeo y el dogma eclesiástico, todo en uno, he aquí la bestia catedrática tricéfala que le amenazaba y perseguía por todas partes donde entraba. En Toulouse, en París, en Oxford. Contra ella hace la guerra ahora. Fue el primero entre los grandes filósofos que trataron de buscar una existencia fuera de esta atmósfera de cátedra teologizante. Hubo de conquistar esta posición con una guerra enconada y, exteriormente, desdichada. Escribir en contra de la escuela aristotélica equivalía entonces a obrar. Lo mismo que Bruno, muchos de los que atacaron esta tradición académica la había conocido en los claustros y habían enseñado a Aristóteles en sus lecciones de teología. La lucha emprendida por Bruno se desarrolla en todas sus obras. Como un caballero andante, combatió en las universidades europeas más dispares. Atacó especialmente la filosofía natural de Aristóteles. Se dio cuenta de que el mundo dual de Aristóteles, celeste y sublunar, en unión del geocentrismo, constituía el fundamento científico de todo el edificio dogmático. Odiaba en Aristóteles el verdugo de todas las demás filosofías divinas: como Bacón, decía que Aristóteles había asesinado a su hermano para reinar con mayor seguridad, al estilo de los sultanes de Constantinopla. Pero el enemigo de Aristóteles estaba lejos de buscar aliados en los humanistas de aquella época. En sus comedias de juventud su ideal cómico los constituye el pedante, y éste se caracteriza en los grandes diálogos con los rasgos de los héroes charlatanes y gramaticales de aquellos días. Por el contrario, se adhiere a la viva educación renacentista que ve lucir en la sociedad distinguida y en la corte. Virtuoso de la conversación, desbordante de alegría, de humor, jugando como un maestro con su saber, se pudo ganar en París el favor del rey renacentista y querido en los círculos más distinguido, brilló en la corte de Inglaterra.

         La estancia de Bruno en Inglaterra, de 1.583 a 1.585, representa el punto más luminoso de su vida. Antes en París y ahora en Londres encuentra algo de la dicha que buscaba en su peregrinación: fama, favor de los reyes y de los grandes, simpatía de las mujeres. El Renacimiento italiano constituye el elemento social y espiritual cuyo fino aroma impregnaba la vida cortesana y poética de aquellos días. Podemos figurarnos la magia que ejercía la conversación de Giordano por el hecho de que se abrió camino, por encima de los sabios más respetable, hacia la corte y sociedad más elegante. Enrique III lo recomendó a su embajador, y luego de unos cursos en Oxford, donde rompió armas brillantemente por el sistema copernicano, vivió en casa del embajador francés como caballero suyo. L;a afinidad entre los sonetos de Bruno y la de Shakespeare, viviendo ambos en la misma corte y en la misma época, representa uno de los problemas más interesantes de la historia de la literatura. La misma Isabel lo escuchaba con agrado y Giordano respondió a su atención con alabanzas sobrecargadas de todo el retorcimiento cortesano. Aquí es donde se siente por primera vez a sí mismo. De esa suerte, en esta época dichosa que abarca menos de dos años, aparecen una tras otra, en idioma italiano, las seis obras filosófico-artísticas, que le convierten en el más grande escritor filósofo de su siglo. Se observa a menudo que una feliz disposición de ánimo durante determinada época de la vida presta a las obras de un escritor una fuerza y una armonía que ya no vuelve a alcanzar.

         Así le ocurrió a Bruno en la Inglaterra de Isabel y de Shakespeare. Se añade a esto un crecimiento substancial de su alma grande en este ambiente. En ninguna otra parte que no fuera la patria de Shakespeare y de Carlyle pudo haber escrito la magnífica obra “de los furores heroicos”. En este país, en presencia de este mundo heorico que componía también el horizonte de Shakespeare, el entusiasmo a lo Plotino se potencia en un sentimiento vital, su espíritu filosófico-poético se desprende de todas las ataduras de la tradición escolar y se abandona por primera vez en su idioma materno a las inspiraciones de su genio, en combinaciones científicas profundas, en una polémica poderosa y en desatada broma. En el reinado de la gran Isabel se producen, junto a los dramas más grandes de todos los tiempos, las obras artístico-filosóficas más perfectas del siglo. Las dos creaciones nos ofrecen la misma pródiga riqueza, la misma mezcla de melancolía y de humor, según rezaba el motivo de su comedia y el mismo estilo excéntrico y sobrecargado del siglo que muere. Las obras italianas de estos años londinenses, escritas al vuelo, con la seguridad del genio, señalan la madurez de su juventud. A la obra italiana “Purgatorio del infierno” siguieron “Del infinito universo y mundo”, “Bestia triunfante”, “Cábala del caballo Pegaso”, “De los furores heroicos”, entre otras.

         Al abandonar Londres se despide de su dicha. Acompaña al embajador a París. Las cosas son distintas que antes, pues ahora es el corifeo de una nueva concepción del mundo que ha expuesto en sus obras. Ayudado por su discípulo Juan Hennequin, emprende en disputas públicas la defensa de su filosofía monista frente a la Iglesia y el geocentrismo de Aristóteles y de Ptolomeo, sosteniendo el movimiento de la Tierra y la infinitud del mundo. Era la lucha contra la concepción del mundo que reinaba hacía dos milenios y la nueva época, lucha que ya había emprendido en las disputas de Oxford pero que ahora, en la capital de la especulación católica, se agudizó. Tuvo que abandonar París en seguida.

         Debió de suponer que en la Alemania protestante encontraría un asilo de paz para seguir elaborando en pro de su filosofía, y luego de algunos tanteos con diferentes localidades, pudo desarrollar durante dos años en la ciudad de Wittenberg, la ciudad de Lutero, una actividad relativamente tranquila a favor de la filosofía de una nueva época. Las cosas fueron muy diferentes que en Londres. Escribió sólo en latín. Seguramente porque el éxito de sus últimas obras había sido limitado por el uso del idioma italiano. Así se puede deducir del hecho de haber emprendido la reelaboración en latín de las más importantes entre esas obras. Alberto el Grande, Nicolás de Cusa, que de no haber sido sacerdote hubiera superado a Pitágoras, Copérnico, que en dos capítulos enseña más que Aristóteles y todos los peripatéticos en todas sus obras. Paracelso, el segu ndo después de Hipócrates, estos profundos pensadores alemanes son sus guías en esta última etapa del desarrollo de su pensamiento para entrar en un grave reino de lo abstracto que sólo vislumbra en lejanía. Con este afán busca los fundamentos del conocimiento matemático de la naturaleza; en sus dos obras últimas se sirve del método constructivo: “Hay que plantear la consideración del mínimo ante la ciencia física, matemática y metafísica.” Pero sus relaciones con el espíritu alemán van más lejos. En la ciudad de Lutero tiene conciencia de la importancia del espíritu alemán. La expresión de este estado de ánimo la encontramos en su discurso de despedida a la Atenas alemana, del 8 de marzo de 1.588. Este discurso es un sorprendente documento acerca de la libertad que reinaba todavía en Wittenberg. “Llegué a vosotros como extranjero, desterrado y en busca de refugio, pelota en manos del destino, sin personalidad alguna, pobre, sin favor, cargado con el odio de la multitud y despreciable, por lo tanto, para la gente vana y corriente.” Las autoridades universitarias le garantizaron la libertad de la investigación filosófica y les agradece su trato y que se hayan prestado oídos a sus enemigos. Pero manifiesta la impresión que le produce Alemania en el siglo de la Reforma en palabras notables: “Haz, Júpiter, que conozcan sus propias fuerzas y se apliquen a cosas mayores, porque entonces ya no serán hombres sino dioses.” En esta sede de Lutero siente su grandeza heroica; “cuando el representante del príncipe de las tinieblas infestaba al mundo con el culto supersticioso y la roma ignorancia, y nadie había que osara enfrentarse con la bestia voraz, ¿qué otra parte de Europa y del mundo podía haber producido semejante Alcides?” “Tú has visto, oh Lutero, la luz, has percibido el espíritu divino y, sin armas, has hecho frente a los terribles enemigos del rey y los has vencido con la palabra.”

         No hay ningún motivo para dar una interpretación retórica a esta frase sobre la grandeza heroica de Lutero. Cuando Bruno escribió estas palabras estaba a punto de abandonar la ciudad. El acto liberador de Lutero le coloca ante sus ojos por encima de toda la masa protestante, tan poco respetable para él. Al reconocerlo así no acusa ningún asentimiento a la fe protestante, que entonces, como siempre, fue rechazada por él.

         Cuando abandona Wittenberg trata de asegurarse una posición en la corte del emperador Rodolfo II en Praga. Se ganó el favor de la corte en Helmstaedt pero fue excomulgado por el superintendente. A partir del año 1.590 va publicando en Francfort nuevas obras. Es la segunda época productiva de su vida, la de madurez varonil, pero perdido en extrañas cavilaciones matemáticas bajo la influencia de la ciencia alemana. Las tres obras principales de esta época están representadas por el repaso de su diálogo italiano, en el poema “Acerca de lo inmensurable y lo incontable”, o “El universo y el mundo”, escrito, siguiendo el modelo de su Lucrecio, en hexámetros latinos, a los que siguen, según costumbre italiana, glosas en prosa. La segunda obra “Acerca de lo mínimo triple” fue impresa en Francfort. La tercera obra “Acerca de la unidad, el número y la figura” se hallaba en impresión cuando abandonó Francfort en Febrero de 1.591, para salir al encuentro de su destino.

         El proceso de Bruno ha sido aclarado recientemente con las actas venecianas y romanas de la Inquisición.  Se ve la importancia que la curia dio al asunto, qué mentalidades importantes participaron en él, cómo se pasó de la denuncia del noble joven veneciano, que le había atraído a la trampa inquisitorial, a las obras de Bruno y por su concordancia con la denuncia se dio crédito a ésta en lo principal. Le oyeron decir que no le gustaba ninguna religión, que quería fundar una nueva secta con el nombre de “Filosofía nueva”, y esto coincide con una comunicación del prior del convento de carmelitas de Francfort: “De quererlo, podría hacer que todo el mundo tuviera una sola religión” y ambas noticias concuerdan en general, pues según ellas todas las religiones particulares deben ser reemplazadas por la fe racional, de suerte que quede ésta como religión universal. Vemos también como Bruno utilizó por su parte esa cómoda contabilidad por partida doble que distingue verdades filosóficas y teológicas para ampararse, contra su convicción, en este equívoco. Pero la enseñanza decisiva de estas actas es que en Roma se demoró el proceso durante seis años para que se retractara de su filosofía y que no hubo fuerza que le moviera a ello. Esto decidió su suerte. Si en Roma corrió la anécdota de que había dicho que moría voluntariamente como mártir de la verdad, esta afirmación estaba a tono con el fondo de la cuestión. En la mañana del 17 de Febrero de 1.600 fue quemado delante del viejo teatro de Pompeyo. Cuando se presentó al agonizante, que no exhalaba ningún gemido, un crucifijo, desvió con desprecio la cabeza.

Fin.

 

 

 

 

 

 

 

 

  LA SABIDURÍA ANTIGUA.-  

 

         Todas las noches las estrellas circulan por el firmamento alrededor de la Tierra; a cada latido, el corazón alternativamente se contrae y ensancha en ritmo incesante; el agua se eleva en forma de vapor, forma nubes y retorna a la tierra en forma de lluvia; las semillas pasan a ser brotes de plantas, las flores se transforman en frutos y los frutos dan origen a las semillas; todo estos hechos revelan el gran principio de los ciclos.

         Los ciclos son tan universales en la Naturaleza que la ley de la periodicidad es la segunda de las tres Proposiciones Fundamentales, siendo la primera la doctrina del Uno Transcendente. Los ciclos que vemos en todas partes en la Naturaleza, y en nosotros mismos, son expresiones de esta ley básica que se menciona como una de las leyes absolutamente fundamentales del universo.

         Como sucede con otros postulados universales que consideramos, el principio cíclico encuentra su origen en la Fuente Transcendental. El fundamento metafísico de los ciclos es la interacción entre los polos del espíritu y la materia. El prototipo de todos los ciclos menores es la inspiración y la expiración de los universos a partir del Uno. Esta doctrina sustenta que el cosmos presente, antiguo como es, fue precedido por una serie interminable de manifestaciones anteriores. Existen inmensos intervalos, en los cuales el polo de la consciencia o espíritu predomina y todo está inerte, en un estado silencioso e introspectivo de potencialidad, que los orientales denominan pralaya. Entonces, cuando se inicia la emanación del futuro universo, se activa el polo de la materia en una fase que fue nominada como manvantara. Con la continuación de la manifestación, el lado material pasa progresivamente a predominar, hasta que la cúspide de la materialidad es alcanzada. Después, el polo de la consciencia, nuevamente y de forma lenta, pasa a ocupar su lugar de ascendencia, en dirección a un nuevo “pralaya”. En la medida que un polo crece el otro opuesto disminuye. De esta manera, períodos de actividad cósmica son seguidos por períodos oscuros de no-ser, en los cuales la vida se restringe al pulsar básico de un estado de reposo.

         Podríamos imaginar cómo los polos al separarse uno del otro, activan el ritmo inicial  en el mundo que está siendo formado. Un campo análogo al campo alrededor de un imán, surge entre los dos polos. De esto resulta tensión, creando un dinamismo que rompe el estado estático. Las fuerzas de atracción y de repulsión crean un pulso alternante entre los polos.

         Este principio metafísico podría ser ilustrado por un simple generador, en el cual la electricidad es producida por magnetismo. Cuando una bobina de hilo envuelve los dos polos de un imán, atraviesa las líneas de energía magnética en el campo de acción, haciendo que una corriente eléctrica pase a través del hilo. La corriente fluye primero en una dirección a medida que se aproxima desde el otro polo. La corriente alterna resultante refleja la polaridad, la atracción y repulsión, dentro del campo magnético. Este proceso podría reflejar, de alguna manera, la forma en que los ciclos son producidos por el contrapunto dinámico entre los dos polos del Ser.

         Este eterno ritmo de flujo y retorno, interiorización y exteriorización, se refleja en todas partes en la Naturaleza. El modelo es tan amplio que se considera que la universalidad absoluta de la ley de periodicidad es evidente por sí misma.

         Por cualquier parte en todo el reino de la Naturaleza, física o psíquica, desde el átomo hasta el universo, un período de expansión es seguido por otro de contracción, un período de desaleración por un período de aceleración.

         El ritmo que impregna toda la Naturaleza y está en todo lo que experimentamos, se basa en el principio de alternancia. La inspiración y expiración del aire en cada respiración, el desarrollo desde el estado latente de una semilla hasta el pleno crecimiento de una planta, la quietud del sueño y la actividad de la vigilia, el movimiento de las alas de los pájaros, todo muestra una fase activa e inactiva, una oscilación entre dos polos. El rítmo está implícito en la mayoría de nuestras actividades: caminar, hablar, actividad sexual, deportes; pero, tal vez sea más obvio en la danza y la música. Esas actividades rítmicas son encontradas en todas las culturas, con algo análogo surgiendo hasta entre los animales. Sea el ritmo simple como el sonar elemental de un tambor o el margullo de las cabezas de los cisnes cuando cortejan, o complejo y complicado, como una sinfonía, todo ello se origina del ritmo fundamental de polos que se alternan, pulsar ascendente y descendente, fuerte, débil, activo, inactivo. Ritmos simples pueden abarcar ciclos simples o pueden mezclarse, creando ciclos más complejos.

         Todos los principios metafísicos que consideramos, forman parte del ritmo y de los ciclos. El tiempo es intrínseco al ritmo como a todo el movimiento, porque los procesos rítmicos necesitan fluir a través del tiempo. El espacio y el movimiento también son básicos para los ciclos; no podemos imaginar un ritmo sin algo que se mueve, algo que posee extensión en el espacio. El ritmo no podría aparecer en un estado congelado, inmóvil.

         La relación polar, dinámica, entre los polos, de consciencia y materia da al universo su movimiento fundamental, siempre presente, cuyo carácter continuado suministra un orden rítmico o periodicidad, dando nacimiento al tiempo. Esto se manifiesta a través de la Naturaleza como un proceso espacio-temporal de nacimiento y muerte, ciclos de crecimiento y decadencia. Esta, la acción vital básica del universo, es llamada el Gran Aliento.

         Todos estos principios: movimiento, tiempo, espacio, polaridad, están tan inmersos en todas las pulsaciones de nuestro corazón y en el ciclo vital de la menor criatura, como en el nacimiento y disolución de los universos. Como los otros principios analizados, los ciclos son tan universales y omnipresentes que, generalmente, no los notamos. Aún así, son subyacentes a nuestra experiencia en todos los niveles del Ser. En la escala mayor de la naturaleza, los ciclos son la infraestructura de los ecosistemas, cuando gases y minerales son permutados a través de los diferentes organismos componentes del sistema. Algunos ciclos son muy largos.  Las civilizaciones van y vienen en centenas o millares de años. La precesión de los equinoccios, en la cual el firmamento de estrellas y constelaciones describe un círculo integral en los cielos alrededor de la Tierra, abarca más de 25.000 años. El nacimiento y muerte de las estrellas puede llevar millones de años.

         Innumerables ciclos, largos y cortos, están vinculados al movimiento “circular” de órbitas y rotaciones de los cuerpos celestiales. Las estaciones resultantes de la órbita terrestre alrededor del Sol, gobierna la vida de los hombres desde tiempos primitivos, cuando el ritmo de la plantación y la cosecha estableció inicialmente el patrón para eventos anuales. Los animales emigran, se unen y procrean de acuerdo con este ciclo anual. La incubación de un pájaro está programada por la relación terrestre con el Sol, que está a millones de kilómetros de distancia.

         El período de 24 horas de rotación de la Tierra alrededor de su eje está vinculado a numerosos ritmos circadianos o diarios en las cosas vivas. La vigilia y el sueño son los más obvios. Además, el cuerpo atraviesa una serie de ciclos diarios, con el aumento y bajada en la producción de hormonas, cambios respiratorios, en el ritmo cardíaco, en el de las ondas cerebrales, subidas y bajadas del calor corporal. Existen también muchos ritmos menores dentro de nosotros, como el ciclo de 90 minutos, en el cual el sueño superficial se alterna con el sueño profundo, en el cual soñamos. Los ciclos se producen dentro de cada célula. El desdoblamiento de células, componiendo otras nuevas, es un proceso cíclico. El metabolismo o la combustión de los alimentos en las células también es un proceso cíclico.

Continuará en la Circular de Julio.

 

 

 

 

 

 

 

Fragmentos del libro “Enseñanzas de un maestro ignorado.”

En sus momentos despiertos

            los hombres son tan negligentes y descuidados

            con aquello que los rodea

            como lo son cuando dormidos.

            ¡Tontos! Aunque oigan,

            son como sordos;

            a ellos aplícase el adagio:

            aunque presentes

            están siempre ausentes.

            No se debe actuar o hablar

            como los que duermen.

            Los despiertos tienen un mundo en común;

            los dormidos, cada uno su propio mundo privado.

            Todo lo que vemos cuando estamos despiertos es muerte,

            y cuando estamos dormidos, son sueños.

            Aquí se toca el problema más insondable del hombre, el de permanecer profundamente dormido,  aunque esté despierto.

            Nosotros dormimos cuando nos acostamos para pernoctar, pero también dormimos cuando estamos despiertos. ¿Qué significa eso?  Pues eso es lo que dice Jesús. Y lo que dice Buda y lo que dice este maestro. Parecemos bien despiertos, pero sólo en apariencia; en el fondo, estamos siempre dormidos.

            Hasta ahora mismo, mientras leemos, estamos durmiendo por dentro; continúan mil y un pensamientos y no tenemos consciencia de lo que está pasando, no percibimos lo que hacemos, no sabemos quién somos. Nos movemos como las personas que duermen.

            Ya hemos visto a alguien moviéndose en la cama, haciendo gestos y dando vueltas. Hay una enfermedad llamada sonambulismo. Muchos se levantan de noche de sus camas, con los ojos abiertos y moviéndose. Encuentran la puerta, llegan a la cocina, comen algo y vuelven a la cama para seguir durmiendo. Si por la mañana les preguntaran sobre lo que hicieron no podrían contestar. A lo sumo intentarán recordar y hallarán que por la noche tuvieron un sueño en el cual se levantaban e iban a la cocina, pero eso sería como máximo, porque aún así es difícil recordar.

            Muchas personas han cometido crímenes y los asesinos dijeron en el Tribunal que no recordaban lo que habían hecho. No es que mintieran. Los psicoanalistas descubrieron que ellos no mentían; creían totalmente en lo que decían. Asesinaron cuando dormían profundamente; realmente habían cometido sus crímenes como en un sueño.

            Ese sueño es más profundo que el sueño común. Es como estar alcoholizados: nos podemos mover un poco, hacer algunos gestos, estar un poco conscientes, pero alcoholizados; no sabemos exactamente lo que estamos haciendo. ¿Qué hemos hecho en el pasado? ¿Lo recordamos exactamente? ¿Y, lo que hicimos, por qué fue hecho? ¿Estábamos conscientes cuando estaba sucediendo? Nos enamoramos y no sabemos por qué; sentimos odios y no sabemos por qué. Es claro que podemos encontrar disculpas, racionalizar todo lo que hacemos, pero esto no es consciencia.

            Consciencia significa que todo lo que está pasando en el momento, pasa con plena consciencia: estamos presentes. Si vivimos el presente cuando la ira está pasando, este sentimiento no pasa. Sólo puede pasar cuando estamos profundamente dormidos. Si vivimos el presente comienza una transformación inmediata en nuestro ser, porque cuando se está en el presente, atentos, muchas cosas no son posibles. Todo lo que llamamos "pecado" no es posible cuando estamos conscientes. En verdad, sólo existe un pecado, que es la inconsciencia.

            El origen de la palabra "pecado", es estar ausente. No significa cometer una equivocación; es simplemente estar ausente. La raíz hebrea de la palabra "pecado" significa estar ausente. Eso ocurre también con algunas palabras inglesas: "misconduct", ausencia de conducta y "misbehavior", ausencia de comportamiento. El verbo "to miss" significa no estar presente, hacer alguna cosa sin estar presente y éste es el único pecado. Y la única virtud consiste en actuar con plena consciencia. Eso es todo lo que es necesario hacer y nada más; no necesitamos cambiar nada.

            Estamos tentados para cambiar muchas cosas interiores. ¿Lo conseguimos? ¿Cuantas veces decidimos no sentir cólera? ¿Qué ha pasado con esa decisión? Cuando llega la hora caemos de nuevo en la misma trampa: sentimos rabia y cuando la rabia se va, nos arrepentimos. Es un círculo vicioso: descargamos la rabia y después nos arrepentimos y más tarde estamos preparados para una nueva descarga.

            Aún cuando estemos arrepentidos, no estamos viviendo el presente; este arrepentimiento también forma parte del pecado. Es por eso que nunca cambia nada. Lo seguimos intentando, tomamos muchas decisiones, hacemos miles de promesas, pero no pasa nada, todo permanece igual, sin un leve cambio. No es que no lo hayamos intentado, ni hecho lo suficiente. Lo intentamos muchas veces y fracasamos, porque no es una cuestión de esfuerzo, pues eso no adelantaría nada. Es una cuestión de consciencia y no de esfuerzos.

            Si estamos conscientes, muchas cosas desaparecen; no necesitamos abandonarlas en absoluto. Cuando se está alerta, muchas son imposible que sucedan. Esta es mi definición del pecado: estando conscientes, solamente ciertas cosas son posibles: las virtudes. No existe ninguna otra definición, ni otro criterio. Nosotros no nos podemos apasionar si estamos conscientes; apasionarse es pecado. Podemos amar, pero eso no sería una caída, sino una ascensión.

            ¿Por qué decimos "caer de amor?". Es una caída; estamos cayendo, no nos estamos elevando. En estado de consciencia, caer es imposible, ni aún por amor. Estando conscientes es imposible; nos elevamos en el amor. Y elevarse en el amor es un fenómeno totalmente diferente al de caer de amor. Caer es un estado de sueño.

            Por eso es posible ver a las personas apasionadas, mirándose a los ojos; es como si estuviesen más dormidos que los otros, intoxicados, soñando. Las personas que se elevan en el amor son totalmente diferentes. Se pueden ver en ellas que el sueño terminó, están viendo la realidad y creciendo a través de ella.

            Cayendo de amor permanecemos como niños; elevándonos en el amor, maduramos. Y, al poco tiempo, el amor se va convirtiendo, no en una relación, sino en un estado de ser. Y así, ya no amamos esto o aquello, simplemente amamos. Sea lo que fuere lo que se aproxime, compartimos. Damos nuestro amor a todo lo que está sucediendo. Tocamos una piedra y miramos los árboles, como si fuera la persona amada. Es un estado de ser. No es que estemos amando: ahora nosotros somos el amor. Esto es elevarse y no caer.

            El amor es bello cuando a través de él nos elevamos y el amor es sucio y feo, cuando por su medio caemos. Y, más tarde o temprano, acabamos descubriendo que es un veneno o se hace esclavitud. Fuimos atrapados en él, nuestra libertad ha sido aplastada, las alas cortadas y ya no somos libres. Caer en el amor es ser posesivo; poseemos y permitimos que el otro nos posea. Nos convertimos en una cosa e intentamos transformar al otro por quién nos hemos apasionado, en otra cosa igual que nosotros.

            Sólo las cosas pueden ser poseídas, las personas nunca. ¿Cómo se puede poseer a una persona? Pero el hombre está intentando poseer a la mujer y la mujer intentando la misma cosa. Hay entonces un choque, básicamente ambos se hacen enemigos, se destruyen mutuamente.

            Posesividad ....... todos estamos queriendo poseer: la persona amada, el amante. Eso no es amor. En verdad, cuando poseemos a una persona, estamos odiando, destruyendo, matando. El amor debería ser libertad;  amor es libertad. El amor deja a la persona amada cada vez más libre, el amor da alas y abre un vasto cielo, no puede ser una clausura, ni una prisión. Pero este amor no lo conocemos, porque pasa cuando estamos conscientes; esa cualidad de amor solamente viene cuando hay consciencia. Conocemos el amor que es pecado, porque él viene de nuestros sueños.

            Y es así lo que hacemos con todo. Aunque intentemos hacer una cosa buena, causamos daño. Veamos a los benefactores: son personas nocivas. Los reformadores sociales, los revolucionarios, son personas nocivas. Pero es difícil ver donde está el veneno porque son buenas personas, siempre haciendo el bien a los demás y esta es la manera de crear una prisión para los otros. Si permitimos que nos hagan bien, acabamos siendo poseídos. Comienzan masajeando nuestros pies y más tarde o temprano nos damos cuenta de que las manos alcanzan nuestros cuellos; porque no tienen consciencia, no saben lo que están haciendo. Aprendieron un truco: si quieres poseer a alguien, hazle bien. Ni ellos mismos tienen consciencia de este lazo. Pero acaban haciendo daño, porque cualquier cosa que sea una tentativa de poseer a otra persona, bajo cualquier nombre o forma, es pecado. Las iglesias, las mezquitas, las pagodas, los templos todos, pecaron en relación al hombre, porque se hicieron poseedoras, son formas de dominación.

            Toda institución religiosa es contraria a la religión, porque religión es libertad.

            ¿Qué es lo que pasa? Jesús da libertad. Buda da libertad. ¿Qué pasa entonces, y cómo aparecen los Templos? Ellos aparecen porque los Maestros viven en un plano de ser totalmente diferente, el plano de la consciencia; y aquellos que oyen, aquellos que los siguen, viven en la dimensión del sueño. Interpretan todo lo que oyen; traducen a través de sus propios sueños y lo que crean es pecado. Jesús nos ofrece la espiritualidad y después, las personas que duermen profundamente, convierten eso en una institución.

            Y las instituciones han hecho su trabajo convirtiendo la libertad en prisión, la libertad en dogmas, convirtieron todas las cosas de la dimensión de la consciencia en objetos del plano del sueño.

            Entendamos lo que es exactamente ese sueño, porque si pudiéramos sentir lo que es, comenzaríamos a quedar conscientes, estaríamos en el camino de salir de él. ¿Qué es ese sueño? ¿Cómo ocurre? ¿Cuál es el mecanismo? ¿Cómo opera?

            La mente vive siempre en el pasado o en el futuro, este es su modo de operar, jamás está en el presente. No puede estar, es imposible para la mente estar en el presente. Cuando estamos viviendo el presente, la mente no está, porque mente significa pensamiento. ¿Cómo se puede pensar en el presente?            Podemos pensar en el pasado; él ya es parte de la memoria, la mente puede manipularlo. Podemos pensar en el futuro; él aún no existe y la mente puede soñar con él. La mente puede hacer dos cosas: moverse para el pasado, hay bastante espacio para hacerlo y podemos ir donde deseemos; o movernos hacia el futuro, de nuevo un vasto espacio, sin fin, en el cual podemos imaginar y soñar. Pero, ¿cómo la mente puede funcionar en el presente? No hay espacio alguno: el presente no tiene espacio para que la mente se mueva.

            El presente es una línea divisoria y nada más. No tiene espacio y divide el pasado del futuro. Se puede estar en el presente, pero no podemos pensar; para pensar necesitamos espacio. Los pensamientos lo necesitan pues son como los objetos. Los pensamientos son cosas sutiles pero concretas; no son espirituales, pues la dimensión de lo espiritual comienza cuando no existen pensamientos. Los pensamientos son cosas materiales y todo lo que es material, aunque sea tenue, necesita espacio. No podemos estar pensando en el presente: en el momento que lo hacemos, ya es pasado.

            Vemos al sol saliendo por el horizonte y decimos: "Qué bello amanecer", y eso es ya pasado. Cuando el sol está naciendo no hay espacio ni para decir: "¡Qué belleza!", porque al pronunciar esta palabra, la experiencia ya se ha hecho pasado, la mente lo aprendió en la memoria. Pero, exactamente, en el momento en que el sol está naciendo, cuando se está levantando en el horizonte, ¿cómo se puede pensar? Nosotros podemos estar contemplando el sol naciente, pero no podemos pensar. Hay espacio suficiente para nosotros, pero no para los pensamientos.

            Al ver una flor, podemos comentar: "¡Que flor tan bonita!" En ese momento, ya no estamos con ella, ya es memoria. Cuando la flor y nosotros estamos presentes, uno frente al otro, ¿cómo se puede pensar? ¿Cómo es posible el pensamiento? No hay espacio para eso. ¡El espacio es tan estrecho! En verdad, no hay ningún espacio. Ni la flor ni nosotros podemos existir como dos, porque no hay espacio suficiente para ambos. Solamente uno puede existir.

            Es por eso que,  en una profunda presencia, nosotros somos la flor y ella se convierte en nosotros. Somos también un pensamiento y la flor es un pensamiento en la mente. Cuando no hay pensamiento, ¿quién es la flor y quién está observando? El observador es ahora lo observado. De repente, los límites se pierden. Súbitamente penetramos en la flor y la flor penetró en nosotros. Instantáneamente, ya no son dos, ahora sólo existe uno.

            Y, cuando comenzamos a pensar, somos nuevamente dos. Si no pensamos, ¿dónde está la dualidad? Cuando existimos sin pensar, con la flor, hay un diálogo; no hay un enfrentamiento, pues no hay dos. Sentados, junto a la persona que amamos, nosotros solamente existimos. No pensamos en los días pasados, que ya se fueron; no pensamos en el futuro, que aún no ha llegado: estamos aquí y ahora. Es tan bello estar aquí y ahora, es tan intenso, ningún pensamiento puede penetrar en esa intensidad. Y el pasaje es muy estrecho, la puerta que lleva hacia el presente es estrecha. Dos personas no pasarían nunca juntas, solamente una.

            En el presente no es posible pensar ni soñar, pues soñar no es más que pensar con figuras. Ambas cosas son materiales.

            Cuando vivimos en el presente, sin pensar, por primera vez estamos siendo espirituales. Una nueva dimensión se abre y es la consciencia. Por nosotros no conocer esta dimensión, Heráclito dice que estamos dormidos, no conscientes. Estar despierto significa estar tan totalmente en el presente que no hay ningún movimiento en dirección al futuro. Eso no significa que seamos estáticos. Se inicia un nuevo movimiento hacia la profundidad.

            Existen dos tipos de movimientos y eso es lo que la cruz de Jesús significa; indica dos movimientos, un cruzamiento. Uno de ellos es lineal: nos movemos en una línea, de una cosa para otra, de un pensamiento para otro, de un sueño para otro. Es así que nos movemos, horizontalmente, superficialmente. Y ese es el movimiento del tiempo, de quien está durmiendo profundamente. Es un viene y va, hacia adelante y hacia atrás, hay una línea. Existe otro movimiento en una dimensión totalmente diferente. Ese movimiento no es horizontal sino vertical. Vamos de una dimensión a otra, en profundidad o en altura: nos potenciamos.

            Cuando el pensamiento se detiene, ese nuevo movimiento comienza. Ahora caemos en las profundidades, un fenómeno semejante a una sima. Las personas que meditan profundamente, más pronto o tarde, llegan a ese punto; después sienten miedo, pues es como si un abismo infinito estuviese abierto y quedan aturdidos, con miedo. Gustarían entonces de volver al viejo movimiento porque era conocido; este nuevo da sensación de muerte. Es el significado de la cruz de Jesús: la muerte. Morir es ir de la horizontal a la vertical y ésta es la muerte real.

            Pero es una muerte unilateral; del otro lado está la resurrección; es morir para renacer; es morir en una dimensión y renacer en otra. En la horizontal somos como Jesús: en la vertical somos como Cristo.

            Si vamos de un pensamiento para otro, circulamos en el mundo del tiempo. Si nos movemos en el momento y no en el pensamiento, nos movemos en la eternidad; no seremos estáticos, nada en este mundo lo es, pero hay un nuevo movimiento sin motivación.

            En la línea horizontal nos movemos por motivaciones. Hemos de conseguir alguna cosa: dinero, prestigio, poder, Dios, pero tenemos que conseguir algo, hay una motivación. Movimiento con motivación significa sueño.

            Un movimiento sin motivos significa consciencia, nos movemos por el simple placer de hacerlo, porque el movimiento es vida, la vida es energía y energía es movimiento. Te mueves porque la energía es placer y por nada más. No hay ningún objetivo, no tratamos de conseguir nada. No estamos caminando hacia alguna parte, ni aún andamos, sino que nos deleitamos con nuestras energías. No hay objetivos además del movimiento que tiene su propio valor intrínseco y ninguno exterior. Un Jesús vive; un Buda vive; un Maestro Iniciado vive.

            Si me preguntaran:  "¿Por qué ayudas a la gente a contemplar y meditar?" Yo diría: "Por placer. No hay un por qué, simplemente me agrada".  Así como a alguien le gusta plantar semillas en un jardín esperando le den flores, a mi encanta verlas florecer. Cuando alguien florece es un placer. Y yo lo comparto. No hay ningún objetivo en esto. Y si el alumno abandona, yo me siento frustrado. Si  no florece, todo está bien, porque el florecer no se puede forzar, como no se puede forzar a la yema de un árbol o de una futura flor para que se abra, pues entonces la mataría.

            El mundo se mueve, la existencia se mueve para la eternidad; la mente se mueve en el tiempo. La vida se mueve hacia arriba y hacia abajo; la mente se mueve hacia adelante y hacia atrás. La mente se mueve horizontalmente: eso es sueño.

            Hay que estar en el momento. Traer todo para el ser en el momento. No permitamos que el pasado interfiera y no dejemos entrar al futuro. No hay pasado, está muerto. Dice Jesús: "Dejad que los muertos entierren a sus muertos".  El pasado no existe más que en la memoria. ¿Por qué preocuparse? ¿Para qué rumiar sin parar? ¿Estamos locos? El pasado no existe, está sólo en las mentes, es una memoria. El futuro aún no existe. ¿Qué es lo que vamos a pensar con respecto al futuro? ¿Cómo se puede pensar en aquello que aún no es? Todo lo que hagamos sobre el futuro no va a suceder y nos frustramos anticipadamente, porque el Todo tiene sus propios planes. ¿Por qué deseamos tener cada uno nuestros propios proyectos en contraposición a las leyes del Todo? La Existencia tiene su esquema y es más sabia que cualquiera de nosotros; el Todo es más sabio que la parte. ¿Por qué querer imitar al Todo? Cada cosa tiene su propio destino. ¿Por qué entonces preocuparnos? Así que, todo lo que hagamos será pecado, porque estamos perdiendo el momento, el presente. Y si eso es un hábito, y en eso se convierte cuando continuamos perdiendo el momento, perderemos el futuro cuando llegue, porque ya no será un futuro sino un presente.

            Ayer pensábamos sobre el hoy, pero este día aún era mañana; ahora es hoy y ya estamos pensando en el mañana; y cuando venga el mañana será hoy, pues todo lo que existe, existe aquí y ahora, no puede ser diferente. Si tenemos una manera fija de pensar, de modo que la mente esté mirando siempre para el mañana, ¿cuando viviremos? El mañana nunca viene. Lo estaremos siempre dejando pasar, y ese es el pecado. Ese es el significado de la raíz hebrea de "pecar".

            En el momento que el futuro entra, también lo hace el tiempo. Pecamos contra la existencia, dejamos pasar el presente. Y eso se vuelve una conducta fija, somos como un robot,  vamos dejando que todo pase sin tener consciencia de ello.

            El tiempo es el mundo y la eternidad es Dios; el mundo es horizontal y Dios es vertical. Ambos se encuentran en un punto, allí donde Jesús es crucificado. La horizontal y la vertical se encuentran en el aquí y ahora.

            A partir de este punto se puede iniciar dos jornadas: una en el mundo, en el futuro; o una jornada para Dios, para las profundidades. Estemos cada vez más atentos y sensibles al presente.

            ¿Qué haremos? ¿Cómo hacer que esto sea posible? Porque estamos tan dormidos que podemos hacer de esto otro sueño más. Podemos hacer de ello un objeto del pensamiento, un proceso pensante. Podemos estar tan tensos con referencia a esto, que esa tensión bastará para impedir que estemos en el  presente. Si pensamos demasiado en como estar en el aquí y ahora, eso no nos va a ayudar. Si nos sentimos culpables, puede suceder que seamos empujados al pasado; eso ha sido una larga rutina. Y si nos movemos hacia el futuro, nos sentiremos culpables por comenzar a pensar en ello y haber errado nuevamente. No nos culpemos; entendamos el pecado, porque eso es muy delicado. Si nos culpamos de una manera nueva, las cosas se repetirán: nos culparemos por haber dejado pasar el presente. Ahora pensamos en el pasado porque ese presente ya no está aquí; ya es pasado y nos culparemos por eso.

            Por ello, siempre que seamos conscientes de que vamos para el pasado o para el futuro, no hagamos de eso un problema; simplemente volvamos hacia el presente, sin crear conflictos. Solamente retomar la consciencia. Perderemos millones de veces, porque eso no va a pasar inmediatamente. Puede ocurrir, pero no será por nuestra causa. El comportamiento está tan fijado hace tanto tiempo, que no podemos cambiarlo en un momento. Pero no nos preocupemos. Dios no tiene prisa; la eternidad puede esperar. No creamos una tensión sobre el particular. Siempre que sintamos que hemos dejado pasar el presente, volvamos a retomarlo nuevamente: solo eso. No nos sintamos culpables; eso es un truco de la mente, está haciendo su juego. No nos arrepintamos por habernos olvidados. Si nos damos cuenta, volvamos a lo que estábamos haciendo, inocentemente. No hagamos nacer culpas. Si nos sentimos culpables perderemos la situación.

            Existe pecado, no existe la culpa, pero eso es difícil de entender.

            Si sentimos que hay algo equivocado, inmediatamente nos culpamos. La mente es muy astuta. Si nos sentimos culpables es porque el juego acaba de comenzar; el terreno es nuevo, pero el juego es viejo.

            Los que dicen que están siempre olvidándose, quedan completamente tristes. Lo intentan, pero sólo consiguen recordar durante segundos. Y si se trata de hacer algo. ¿Hacer el qué? La única cosa posible es no crear culpas, volver a la consciencia.

            Todos los problemas existen en el plano horizontal. El plano vertical no conoce ningún problema, él es puro deleite; sin ansiedad, ni angustias, ni preocupaciones, sin culpa, sin nada. Seamos naturales y volvamos al presente.

            Muchas veces lo dejaremos pasar; eso es cierto, pero no hay que preocuparse, porque es así. No prestemos atención al hecho de que muchas veces hemos fracasado; demos más atención al hecho de que otras tantas hemos recuperado el recuerdo. El énfasis no debe ser dado al hecho de haber perdido muchas veces, pero sí el de haber recuperado el recuerdo cada vez. Seamos felices con esto. Que perdamos es claro, es lo que tiene que ser. Somos humanos, vivimos en el plano horizontal durante muchas vidas, y por tanto es natural. Lo que es maravilloso es que muchas veces hemos sido conscientes. Hemos hecho lo imposible y vamos a sentirnos felices por ello.

            En veinticuatro horas, dejaremos pasar veinticuatro mil veces, pero nos recuperamos otras veinticuatro mil. Ahora, una nueva manera comienza a funcionar. Muchas veces volveremos a la consciencia y, poco a poco, una nueva dimensión se irá abriendo. Cada vez más conseguiremos estar atentos, y cada vez menos recordaremos y estaremos entrando en la vertical. Un día, de repente, hay una intensidad de consciencia y la horizontal se desvanece.

            Es por eso que muchas religiones llaman a este mundo de ilusorio. Porque cuando la consciencia se vuelve perfecta en este mundo, el mundo que hemos creado a partir de nuestras mentes, simplemente desaparece. Otro mundo se nos revela y la ilusión se pierde. La ilusión existe a causa de nuestro sueño, de nuestra inconsciencia.

            Es como un sueño. De noche nos movemos en el sueño y en cuanto soñamos todo es verosímil. En el sueño lo imposible parece real. En el sueño nadie duda, ni es ateo. En nuestros sueños somos como niños, pase lo que pase. En un sueño, un hombre puede convertirse en un caballo y ni por un momento se pregunta "¿Cómo es eso posible?" Soñar es confiar, tener fe. No se puede dudar en un sueño, pues si lo hacemos, saltamos las reglas del inconsciente. Cuando dudamos, el sueño comienza a desaparecer y despertamos completamente.

            Este mundo que vemos a nuestro alrededor no es el mundo real. No es que él no exista. Existe. Pero lo vemos a través de un sueño y entre ambos una inconsciencia. Miramos para él, lo interpretamos a nuestra manera y hacemos exactamente como un alcoholizado.

            Todos los Maestros ríen cuando han despertado. Se ríen, pero no de nosotros, sino de toda la broma cósmica, de lo cómico de la situación. Vivían en un sueño, completamente intoxicados por el deseo, y a través de ese deseo miraban para la vida. Y la existencia no era real, sino que ellos proyectaban en la vida el sueño, su propio sueño.

            Tomamos toda la existencia como un escenario, como un cuadro, y después proyectamos en ella nuestra propia mente y vemos cosas que no existen. Y la mente tiene explicaciones para todo. Si surge una duda, la mente la explica. Creamos teorías, filosofías, sistemas, sólo para sentirnos a gusto, asegurándonos de que no estamos equivocados. Todas las filosofías existen para hacer la vida más conveniente, para que todo nos parezca bien, para que no haya nada equivocado; pero todo está lleno de errores cuando estamos dormidos.

            Así son las filosofías: tienen explicaciones para las cosas que no pueden ser explicadas; pretensiones de conocimientos sobre cosas que no son conocidas. Ellas hacen la vida más conveniente. Se consigue dormir mejor, son como tranquilizantes.

            Esta es la diferencia entre filosofía y religión: la filosofía es un tranquilizante, la religión es original, chocante. La filosofía nos ayuda a dormir bien; la religión nos quita el sueño. La religión no es una filosofía, es una técnica para arrebatarnos la inconsciencia. Y todas las filosofías son técnicas para ayudarnos a dormir ofreciéndonos utopías.

            Imaginemos que arreglamos el reloj para despertar a las cuatro de la mañana, porque necesitamos viajar. Por la mañana el despertador suena y la mente crea un sueño: estamos en un templo y las campanas están tocando, y todo está explicado. La alarma ya no puede despertarnos, ya no es un problema; ya nos lo hemos explicado inmediatamente. La mente es sutil.

            Y ahora los psicoanalistas están preocupados sobre como eso puede pasar; por qué la mente puede crear de inmediato. Es difícil, porque la mente debe proyectar previamente. ¿Cómo, de repente, nos encontramos en un templo, donde las campanas están tocando? La alarma suena y acto seguido tenemos una explicación dentro del sueño. Estamos intentando evitar la alarma, no queremos levantarnos, no deseamos salir de la cama en una noche fría. La mente dice: "Eso no es la alarma, es un templo que estás visitando". Todo se explica y nosotros seguimos durmiendo.

            Es eso lo que las filosofías están haciendo, y es por eso que existen tantas, porque cada una necesita una explicación distinta. Una aclaración que ayude a otra persona a dormir no nos serviría. Es por eso que el Maestro dice:

                        En sus momentos despiertos

                        los hombres son tan negligentes y descuidados

                        con aquello que los circunda

                        como lo son cuando dormidos.

Concluye en la Circular de Julio.

 

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