ALCORAC

SALVADOR NAVARRO

 

 

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Dirigida a las Escuelas de:

                    Mallorca

                    Menorca

 

                                                                                   

 

 

                                                                                    Circular nº 7 , año VIII

 

 

                                                                                    Llubí, 1º Julio de 2.002..

 

 

          De manera que el hombre que alcanzó las luminosas alturas de la ética racional o cósmica es una personalidad individual perfectamente integrada en el Todo universal, individualizada por la inteligencia, integrada por la razón.

 

          La inteligencia individual, cuando está disociada de la razón integrante, hace del hombre un gran egoísta, un Satán.

 

          La razón integrante, incluyendo la inteligencia, hace del hombre un perfecto altruísta, un Cristo.

 

          Quien comprende esta verdad fundamental, no sólo con el intelecto, sino con la razón, ama a Dios con todo su corazón, con toda su alma, con toda su mente y con todas sus fuerzas, y ama a su prójimo como a sí mismo, una vez que sabe y comprende racionalmente que cada hombre tiene, como él, su misión peculiar de manifestar un determinado aspecto de la misma divinidad, de la cual él mismo es otro aspecto revelador. Se considera como uno de los colores del prisma multicolor generado por la luz incolora; no comete la ignorancia y locura de querer extinguir el azul, el rojo o el verde que tiene a su lado; tampoco procura identificarse con cualquier color, ni pretende que alguno de ellos se identifique con su color individual; ese hombre es tolerante, no en el sentido tradicional e hipócrita del que, creyéndose poseedor de la “verdad”, tolera a su lado los “errores” de los otros, sino que es tolerante en el sentido de comprender racionalmente que todos los otros colores del prisma tienen el mismo derecho de ser lo que son, como él tiene para ser lo que és. Sabe que la “paternidad universal” de Dios genera la fraternidad universal de los hombres. Para él, la vida ética nacida de esta verdad no es una “virtud” en el sentido común del término, sino que es antes una “sabiduría”, una actitud enteramente natural y espontánea, nacida directamente de la comprensión racional e intuitiva de la realidad. En verdad, el ético racional es un realista integral y no sólo un idealista, como muchas veces es nombrado. Su vida transcurre dentro de la vasta e intensa luz meridiana de la verdad integral sobre sí mismo, sobre Dios y sobre sus semejantes, así como sobre el universo entero. Es un vidente de la verdad total, y por esto vive en una imperturbable paz y serenidad, en un clima de felicidad profunda y anónima, que solamente el contacto íntimo con la verdad puede otorgar.

 

          Con esa comprensión profunda, vasta y definitiva de su relación con Dios, con los hombres y con el mundo, la ética antigua de ese hombre, que era difícil y crucial, se transforma en una ética nueva, espontánea y querida. El imperativo categórico del deber se ha transformado en una jubilosa opción del querer; ese hombre alcanzó la última etapa de la evolución humana; ama la ley: quiere lo que debe; cumple por motivo de comprensión interna aquello que otros apenas cumplen por motivos de compulsión externa (si es que lo cumplen). Ese hombre, como dije, no es propiamente “virtuoso”, sino que es un “sabio”, y por esto mismo un “santo”.

 

          Comprender el Universo, dice Spinoza, es estar libre de él. Comprenderlo todo es estar libre de todo. Somos esclavos de lo que ignoramos y somos libres de lo que sabemos. El ignorar nos mantiene en una posición de inferior a superior; el saber nos da aptitud de superioridad, porque lo “comprendido” es necesariamente inferior al que “comprende”. Si pudiésemos comprender a Dios, estaríamos emancipados de Él, hipótesis intrinsicamente absurda. El “contenedor” es mayor que el “contenido”. El recipiente excede la capacidad de lo recibido. Quien comprende derrota lo comprendido.

 

          “Conoceréis la verdad; y la verdad os hará libres “ . . .

 

          En cuanto el sujeto ignora algún objeto, ése es señor de él, el sujeto es esclavo del objeto; pero en el momento en que el objeto, de ignorado pasa a ser conocido, es derrotado por el conocedor. Por esto, todo saber, conocer o comprender, otorga libertad y liberación: “la gloriosa libertad de los hijos de Dios”.

 

          La ética racional es la proclamación de la suprema y definitiva libertad del hombre.

 

          Comprender el universo es ser liberado de cualquier especie de “temor” o de “odio”, hijos de la ignorancia. Quien comprende cósmicamente, es el hombre de la ética racional, que entra en un mundo de perfecta paz y tranquilidad y en él vive para siempre, contemplando todas las cosas desde la excelencia de su comprensión, no con soberbia, desprecio y orgullo, indicios de ignorancia esclavizante, sino con la suave benevolencia del amigo y aliado que, a la luz de su grn sabiduría, ve en todas las cosas del universo a sus hermanos y hermanas empeñados en revelar, cada uno a su modo, la infinita Divinidad, el Padre de los cielos . . .

          A la luz de la ética racional no crecen esas plantas dañinas llamadas temor y odio, porque no encuentran un clima propicio. En lugar de ellas florecen la confianza y el amor.

 

          Es praxis y tradición secular llamar a Spinoza “panteísta”, cuando semejante afirmación es visceralmente errónea, como el propio filósofo hace ver a la sinagoga que lo condenó bajo esa falsa acusación. Del resto, nunca existió entre los hombres pensantes un solo panteísta, porque ello equivaldría a ilógica, al absurdo de identificar lo finito con el Infinito, lo relativo con lo absoluto, lo individual con lo Universal, lo temporal con lo Eterno, el efecto con la Causa, actitud incompatible con la mentalidad de un verdadero pensador. De hecho, no encontramos en toda la historia del pensamiento humano un único panteísta verdadero, aunque los compendios de filosofía sigan reproduciendo esa falsa afirmación; un autor copia de otro, y cada nuevo compilador plagia de su predecesor esa mentira histórica, asumiendo tácitamente que las gruesas y sólidas estratificaciones de opiniones tradicionales no dejan de representar la verdad. Lo que ha habido siempre y hay todavía son “panenteístas” (todo en Dios, o Dios en todo), pero nunca hubo un “panteísta” (todo es Dios, Dios es todo). El panteísmo es idéntico al politeísmo, y éste equivale a ateísmo; pues si hay tantos dioses como fenómenos individuales de la naturaleza, está claro que ninguno de esos dioses es Dios, porque todos son finitos; por donde se ve que, lógicamente, panteísmo equivale a ateísmo. El panenteísmo, generalmente llamado monista, afirma que la “esencia” divina está en todas las “existencias” de la naturaleza, y que todas esas existencias individuales radican en la esencia universal; afirma que Dios es infinitamente “trascendente” a cada criatura, una vez que la Causa Absoluta va más allá de todos los efectos relativos, no pudiendo por eso ser identificada con ninguno de esos efectos ni con la suma total de ellos; pero el panenteísta o monista, más allá de afirmar la “trascendencia absoluta” de Dios, afirma también la “inmanencia íntima” de esa Causa divina en cada uno de sus efectos, porque sería completamente absurdo e imposible separar la causa del efecto. Hay “distinción” entre la Causa y el efecto (trascendencia), pero no hay   “separación”(falta de inmanencia) entre ellos. Dios no es idéntico a ninguno de sus efectos, porque es distinto a todos ellos; pero está en todos sus efectos, porque ninguno de ellos está fuera de la Causa.

 

          Sería difícil imaginar cosa más lógica y al mismo tiempo absurda que esa idea, adoptada por todos los dualistas, de que el efecto (por ejemplo, nuestro mundo) exista “fuera de Dios”. ¿Qué es lo que esas personas entiende por ese “fuera?” Evidentemente, más allá, donde terminan las fronteras de Dios, gravita nuestro mundo en una especie de vacío, espacio vacío, fuera del ámbito de la Divinidad. Ahora, para profesar semejante idea es necesario abolir primero la lógica. Siendo que Dios es infinitamente omnipresente, es claro que no puede haber ese tal “fuera de Dios”, una vez que “fuera” del Infinito, del Todo, nada existe; ese espacio de más allá de las fronteras del Infinito es purísima ficción de la imaginación humana. Puede haber un “fuera”, un “más allá”, toda vez que se trata de espacio finitos, limitados, circunscritos a ciertas fronteras, por vastas que estas sean; pero, desde que se trate del Infinito, de lo Ilimitado, del Todo, cesa toda idea de “fuera” o de “más allá”.

 

          De manera que el mundo no está fuera de Dios, sino dentro de Dios; es lo que llamamos la “inmanencia” de Dios en el mundo y del mundo en Dios.

 

          El panteísmo afirma la inmanencia, pero niega la trascendencia de Dios.

 

          El dualismo niega la inmanencia y afirma la trascendencia de Dios.

 

          El monismo afirma tanto la inmanencia como la trascendencia de Dios: única actitud defendible a la luz de la lógica y de la más rigurosa racionalidad.

 

          La filosofía de Spinoza como la de todos los grandes pensadores, es esencialmente monista, pero no panteísta ni dualista.

 

          La evolución filosófico-espiritual de la humanidad va infaliblemente rumbo al monismo, del cual el cristianismo en su forma evangélica, primitiva, es la más perfecta anticipación histórica, aunque las teologías llamadas “cristianas” de Occidente sean visceralmente dualistas, como las filosofías populares de Oriente están, en general, impregnadas de panteísmo.

 

          La gran batalla de los espíritus, en siglos futuros, será lidiada en ese campo central del monismo, equidistante de los dos extremos: panteísmo y dualismo.

 

          Spinoza, en este sentido, es uno de los precursores de la humanidad pensante del futuro.

 

          ¿Cuál es la idea de Spinoza, tangente a la existencia del hombre, después de la muerte física? ¿Defiende él la inmortalidad? Y, en caso afirmativo, ¿qué especie de inmortalidad? ¿Individual? ¿Universal? ¿Consciente? ¿Inconsciente? ¿La continuidad de su Yo personal o su disolución en el océano cósmico de la divinidad?

 

          El hombre que se preocupa con la vida después de la muerte es tenido, generalmente, por un hombre religioso. “Salva tu alma”, es la leyenda que figura en los brazos de muchas cruces que se levantan junto a las iglesias cristianas, y que sintetizan el máximo interés que, según esas iglesias, el hombre debe tener en la vida presente. Salvar su alma es para la teología común el Alfa y el Omega de la vida de todo hombre espiritual.

 

          Mientras tanto, Spinoza, a pesar de haber sido, según Renán, el “hombre que tuvo la más profunda visión de Dios” y, según el poeta católico Novalis, un “hombre ebrio de Dios”, encuentra que el hombre genuinamente religioso no debe preocuparse con el problema de la salvación de su alma. A una señora católica de Amsterdam, que sufría de ansiedad de conciencia sobre su eterna salvación y pidió consejo al filósofo judío, este respondió: 1) que continuase con la religión donde estaba; 2) que no se preocupase con la suerte de su alma después de la muerte del cuerpo, sino que pusiera todo su empeño en sintonizar, en la vida presente, su voluntad humana con la voluntad de Dios, porque el resto vendría por sí mismo y no podía dejar de ser bueno.

 

          En esas últimas palabras de tan sensato consejo, viene expresa toda la filosofía ética y psicológica del gran pensador: el hombre espiritual, esto es, el verdadero filósofo, no pierde el tiempo en especular sobre la suerte feliz o infeliz de su alma después de la muerte; ni discute la existencia o no, de esa vida futura, porque gracias a su profunda sabiduría tiene entera confianza en la justicia y bondad de las leyes eternas del cosmos, o sea, de la Providencia Divina; sabe que la Consciencia Cósmica, el Alma del Universo, Dios, no comete injusticias, crueldades, desatinos, incongruencias, contra ninguno de sus hijos y mucho menos contra el mayor de ellos aquí en la Tierra. La única preocupación del hombre sensato y santo debe consistir en sintonizar su “querer individual” con el “querer universal” y vivir en permanente y jubilosa armonía con el Infinito. Ningún mal puede acontecer a quien está en armonía con el Infinito. El mayor de los filósofos de la humanidad, el Maestro de Nazaret, comparó esa sintonía de la voluntad humana con la voluntad divina con un banquete o manjar delicioso, cuando dijo: “Mi comida es cumplir la voluntad de Aquél que me envió”.

 

          Cuando la voluntad individual, no solamente deja de ser “excéntrica” y se vuelve “concéntrica” con la voluntad universal, sino que encuentra en esa “concentricidad” la gran verdad y felicidad de su vida, entonces desiste el hombre de especular sobre la suerte futura de su alma, porque esa misma forma de estar le da beatitud celestial y la suprema garantía de suerte feliz, en cualquier circunstancia futura. Ese hombre, no espera ningún cielo ni recela de cualquier infierno adicional; está en el cielo y vive la vida eterna en ese mismo instante y para siempre.

 

          Al principio, el hombre procura cumplir su voluntad individual, independiente de la voluntad universal, porque esta voluntad cósmica no existe para él como una realidad objetiva; solamente existe su querer individual; bueno le es todo lo que es individualmente agradable.

 

          Después, en un estadio superior de evolución, procura el hombre ser moralmente bueno, mostrando su humano querer por un querer divino que descubrió más allá de sí mismo; pero experimenta enorme dificultad y sacrificio en esa “renuncia”, la voluntad propia sustituída ahora por la norma sobrenatural de la voluntad de Dios. Crea entonces la filosofía de que “hacer la propia voluntad es pecado; y hacer la voluntad de Dios es virtud”; o más aún: “hacer el mal es fácil y hacer el bien es difícil”.

 

          Pero, cuando el hombre alcanza el zenit de su evolución ética, descubre que esa tal “renuncia” de la voluntad humana deja de ser una renuncia y un sacrificio, en el sentido tradicional del término; se ha convertido en una perfecta integración del querer individual en el querer universal. Descubre que la voluntad humana no fue eliminada, muerta, extirpada, sino que ahora está sublimada, incorporada, sintonizada, hecha parte integral de la voluntad divina, concéntrica con la misma, vibrando, por así decirlo, en la misma frecuencia y sorbiendo inefable beatitud de esa frecuencia volitiva, humano-divina, perfectamente sincronizada y sintonizada. Cesó lo difícil y comenzó lo fácil; al imperativo categórico del “deber” sigue la opción espontánea del “querer”. Sólo en cuanto reina discrepancia entre el “pequeño querer” del Yo humano y el Gran Querer del Tú divino, sentimos sensación de sacrificio y cruz pero, una vez establecida la armonía de las frecuencias discrepantes, cesa toda la dificultad y disonancia, comenzando la gran sinfonía de la concentricidad de las voluntades. Ya no es, en el lenguaje de Pablo de Tarso, el pequeño querer individual (el ego) que vive, sino el gran querer universal (el Cristo) que vive en el hombre. Se da una expansión o dilatación de la consciencia del Ego estrecho y unilateral para la consciencia del Nosotros amplio y omnilateral. Murió el “grano de trigo” y nació la planta que en él dormitaba en estado potencial, iniciando su carrera para producir “fruto abundante”.

 

          Muchos autores, enumeran a Spinoza entre los grandes místicos de la humanidad, y con razón, porque la suprema racionalidad es idéntica a la más alta institución mística.

 

          Naturalmente, para que el hombre pueda realizar esa perfecta integración de su consciencia individual en la consciencia universal, y así “querer” el “deber”, es necesario que de hecho comprenda su verdadera naturaleza, su Ego humano, como una manifestación parcial de su Yo divino. Y, como el actuar sigue al “ser”, el hombre que se transmuta en sabio por la visión de la realidad objetiva, no puede dejar de ser santo por la armonía de su vida subjetiva con esa gran norma objetiva.

 

 

Seguirá en la Circular de Agosto de 2.002

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

          POEMAS DE KABIR

 

          No soy piadoso, ni ateo,

          no vivo por la ley, ni por los sentidos,

          no soy un orador, ni un escuchante,

          no soy un siervo, ni un señor,

          no soy prisionero, ni libre,

          no estoy apegado, ni desapegado.

          Estoy lejos de todo; esoy cerca de todos.

          No iré al inferno, ni a los cielos.

          Hago todos los trabajos, pero estoy separado de ellos.

          Pocos comprenden mi significado:

          aquél que puede comprenderlo, se siente inmóvil e impasible.

          Kabir no procura establecer, ni destruir.

 

 

          El arpa produce sonidos como murmullos;

          y la danza sigue sin manos ni pies.

          Ella es tocada sin dedos y escuchada sin oídos:

          pues Él es el oído y el que escucha.

          La puerta está cerrada, pero dentro hay una fragancia:

          allí, el encuentro es visto por nadie.

          El sabio lo comprende.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

 

          Meditemos sobre estas palabras de Walt Whitman:

 

          “Pienso que podría volver a vivir con los animales; ¡ellos son tan plácidos

          e independientes!

          Quedo parado mirándolos, durante mucho tiempo.

          No sufren ni lamentan su condición.

          No están despiertos durante la noche, llorando por sus pecados;

          no me incomodan con discusiones sobre su deber para con Dios”.

 

          Cuando miras para los animales, es natural que quedes atraido por su silencio, su aceptación de la paz que envuelve sus seres, por el estado sin tensión de sus mentes. Es natural esta atracción que sentimos por ellos.

 

          Se tiene la impresión de que el hombre se ha estancado, que no ha habido progreso, sino todo lo contrario. Durante más de 300 años los científicos han dicho que ha habido una gran evolución humana. Se ha vuelto muy superior a los animales. Antes de ese tiempo, el cristianismo enseñaba que el hombre renegó de Dios, cayendo en su desagrado y que no había evolución sino involución; el hombre había caído en las oscuras y siniestras profundidades del pecado. Ambas actitudes son extremistas: el péndulo osciló de la actitud cristiana a la actitud científica. La ciencia aún permanece como una reacción ante el cristianismo.

 

          En el Oriente se ven las cosas totalmente diferentes. En primer lugar: el hombre es superior a los animales, aunque haya involucionado. Eso parece paradojal. Pero en Oriente se dice que el hombre ha caído porque antes era superior. Solamente el que está en lo alto puede caer; si no fuese así, ¿desde dónde caería? Los animales no pueden caer, porque no tienen un punto de referencia más alto.

 

          Cuando te mueves en las alturas, corres un riesgo. Un hombre que está siempre en un suelo plano no puede caer; pero el que sube montañas corre el riesgo de despeñarse. Los animales no pueden “caer” porque no tienen consciencia. No pueden “pecar” porque no son conscientes de ello. Para perderse, es necesario tener antes libertad; para equivocarse, es preciso una cierta capacidad de crecimiento, cierto poder. Sólo los que no son capaces de actuar correctamente lo hacen mal. Sólo los que pueden subir pueden caer. Los pecadores y los santos no son diferentes; el santo es posible porque existe la posibilidad del pecador.

 

          Ningún animal es pecador, pero tampoco son santos. Nunca un Cristo ha nacido en el mundo animal, ni un Hitler. El hombre es una aventura, arriesgada y peligrosa. Siempre está tentado para subir más alto . . . y cuanto más sube, mas próxima la posibilidad de caer. Cuanto más alta es la montaña, más profundo es el valle. Recuerda esto.

 

          El hombre moderno está en lo alto de una montaña muy alta, en el Everest; por eso mismo siente tanto miedo, angustia y ansiedad. Si el hombre moderno cae, lo hace totalmente. En el pasado no era así.

 

          Cuanto más alerta y consciente seas, mayor es el peligro; crece en la misma proporción.

 

          Por eso digo que medites en las palabras de Walt Whitman, y no para seguirlo, porque él está básicamente equivocado. Puedo comprender esa atracción, pero ningún hombre puede transformarse nuevamente en un animal; eso no es posible. Y si realmente existiese la posibilidad de convertirse en animal, nunca será un animal tal como lo conocemos. Puedes vivir como una fiera salvaje en la selva, pero seguirás siendo un hombre. No hay otra posibilidad. Puedes actuar bien o mal, pero no puedes volver atrás en tu consciencia; seguirás siendo consciente.

 

          La consciencia es una cualidad que, una vez alcanzada, no puede perderse: una vez aprendida, no hay manera de desprenderse de ella. Es como si fueses un adolescente y quisieras volver a ser un niño. Puedes jugar como una criatura y divertirte como ella, pero seguirás siendo un joven. No hay manera de ser realmente un niño. Nadie puede volver atrás; todo el movimiento es hacia delante. Todo el movimiento es hacia delante y hacia arriba.

 

          Muchas personas quedan seducidas por las palabras de Whitman. Eso no es nuevo; durante siglos, varias personas han escapado de la sociedad humana para vivir como animales, regresan a la vida primitiva. Muchos han vivido casi como animales. Pero eso no tiene mucho valor. Ellos no son ni hombres ni animales; simplemente están evitando el riesgo, y quien lo hace nunca crece.

 

          El camino del crecimiento es arriesgado. Tanto se puede llegar a casa como perderse para siempre. Pero ahí está la belleza: con el riesgo y el peligro está la emoción.

 

          Por eso, cuando hablo sobre meditación, no te estoy diciendo que seas como un animal. Cuando hablo de meditación, te digo que arriesges más. Tú no puedes volver: el caminar hacia atrás está completamente cerrado. El hombre no puede entrar en el Jardín del Edén por la misma puerta por la que Adán fue expulsado; esa puerta está cerrada. El hombre tiene que entrar por otro lugar, ha de encontrar otra puerta para entrar en el reino de Dios. Ha de recorrer un largo camino hasta encontrarla . . . el de la consciencia, la atención, el amor, la oración.

 

          Llega un momento en que un sabio se vuelve casi como un animal; estoy diciendo “casi como”, y no que pueda serlo. Puedes ver en los ojos de un sabio la misma pureza que hay en los ojos de una vaca. Pero una vaca es una vaca y un sabio es un sabio. Su inocencia no es inconsciente, sino llena de consciencia. Es así porque no puede ser de otra manera; pero el santo es inocente por su propia elección. Él podría ser de otra manera, pero no lo es; eso es una gran realización. La vaca es silenciosa, inocente, no puede ser otra cosa. No hay realización. El santo es sabio; su inocencia viene de la sabiduría, ha aprendido la lección de la vida.

 

          Lo que Kabir dice en estos poemas es importante: intenta comprender. No está hablando de retroceder, aunque a veces lo parezca. Dice que hay que ir más allá. El más allá tiene un especial parecido con el aquí.

 

          Cuando un hombre viejo llega a ser sabio, comienza a parecer un niño. Pero recuerda que él apenas se parece a una criatura, pero realmente no lo es. Ha pasado por todas las lecciones de la vida: las buenas y las malas, las dulces y las amargas, y ha madurado. Ahora es nuevamente un niño, pero a partir de su propia elección, de su comprensión. El círculo está completo.

 

          Kabir dice: No soy religioso ni ateo. Eso puede significar dos cosas: Que te has vuelto como un animal, que has involucionado. O puede significar que has trascendido; que has ido más allá de la religión y no religión. Ambas cosas parecen iguales, pero hay una inmensa diferencia.

 

          Cuando Kabir dice que “no es piadoso ni ateo” está diciendo que ha ido más allá de la dualidad. Intentemos entenderlo. Existen personas que son ateas; no van a la iglesia, no se inclinan ante ningún dios, no reverencian nada dentro de su corazón y nunca rezan. Simplemente viven una vida común y mundana: comer, beber y ser feliz. No hay nada trascendental en sus vidas. Si les preguntaras cuál es el significado de la vida, como mucho se encogerán de hombros o encontrarán algún razonamiento. Pero si miras en el fondo de esas personas, verás que ellos no saben por qué están viviendo ni para qué viven. ¿Existe algún significado? ¿Alguna canción? ¿Esperan que algo se manifieste en sus corazones? ¿Están creciendo en una dimensión desconocida, en algún lugar? No: están moviéndose como una rutina, llenos de frustraciones.

 

          No existe mayor frustración que moverse dentro de un círculo, siempre las mismas cosas . . . es un moverse mecánico. Al poco tiempo la esperanza se va desvaneciendo. Sabes que mañana harás lo mismo que hoy y pasado mañana lo seguirás repitiendo: comer, ir al trabajo, hacer el acto sexual, dormir, discutir . . . y lo mismo siempre . . . siempre lo mismo. Un día llegará la muerte. Entonces, toda la vida será como un viaje arrastrándote en dirección a la muerte. ¿La vida será sólo eso?

 

          Mira los ojos de las personas que no tienen contacto con las partes más profundas de sus seres: las encontrarás estériles, desiertas, secas; no fluye ninguna vida. Ninguna melodía brota de sus almas. Están siendo empujadas por una fuerza desconocida; son accidentales. Están aquí sin saber por qué, ni de dónde han venido, ni quienes son. Permanecen ocupadas con mil cosas, solamente para escapar de su vacío interior, y no tener que enfrentarse a él. Eso sería muy chocante: si te encaras con tu vacío interno, con tu alma insatisfecha, será difícil hasta arrastrarse. Comenzarás a pensar en el suicidio.

 

          Gabriel Marcel escribió que existe apenas un problema metafísico básico, que es el suicidio. Eso es verdad. Si miras para la vida en general, el único problema es: ¿para qué seguir viviendo?  ¿Por qué no suicidarse? Si la muerte viene irremediablemente, ¿por qué esperar? ¿Por qué no acabar con esta estupidez? No hay esperanzas. Ninguna flor se abrirá, no vendrá ninguna primavera. Repetirás las mismas cosas muchas y muchas veces, hasta que un día el mecanismo se detiene. Si no hay significado en la vida, tampoco puede haber alma ninguna. Ella existe solamente con significado.

 

          Entonces, existe un tipo: el ateo. Y cuando hablo del primer tipo, muchas personas que llamamos religiosas están incluídas, pues van a la iglesia por hábito, leen la Biblia por hábito y repiten el catecismo y las oraciones como papagayos. Son cristianos, musulmanes, budistas, con una ocupación mental más; esos tampoco son religiosos.

 

          De cien personas, noventa y nueve no son religiosas. Muchas de ellas se declaran religiosas, pero no lo son. Si así fuese, el mundo tendría una cualidad diferente, un sabor distinto; habría alegría, júbilo, sería un tipo de humanidad no conocido anteriormente. Las personas hablan de amor y van a la guerra. Proclaman el amor fraterno y se matan unas a otras. Esas personas son todavía más peligrosas que las que dicen francamente que son ateas. Los que se esconden tras la religión son más peligrosos. Ellos engañan a la tierra entera.

 

          Kabir dice que no es religioso ni ateo. Yo digo que el uno por ciento de la gente es religiosa. ¿Cómo saber cuando se es religioso? Si vieras que en los ojos de una persona hay una llama, sabrás que es religiosa. Si vieras que no sigue una rutina, sino que cada día nuevas flores se abren en su ser, que aún tiene esperanzas, que todavía sueña, que tiene una relación romántica con la realidad, que no encuentra nada insípido ni desagradable, que para él existe la poesía, que ríe de verdad, que ama y se apasiona, que canta y mira para las flores y las estrellas . . . que tiene una especie de inocencia, admiración y reverencia por la vida . . . y, que a veces, puede estar sentada sin hacer nada, plena de felicidad, entonces esa persona es religiosa. Su fuente de alegría permanece desconocida. En un lugar recóndito de su ser, debe haber encontrado una fuente de donde mana la alegría.

 

          Si encuentras a alguien que sea capaz de estar desocupado, ese alguien es religioso. Deja que ese sea el criterio: si una persona no puede quedar desocupada, es porque tiene miedo de su propio ser. Está huyendo y por eso tiene que hacer algo, y ese hacer es neurótico. Si lo dejaras solo en un cuarto, leerá un diario, abrirá o cerrará la ventana, cambiará los muebles de lugar, escuchará la radio o la televisión; alguna cosa ha de hacer. Y si no encuentra nada más que hacer, dormirá, pues no puede estar despierta sin hacer nada.

 

          Si encuentras una persona sentada sin hacer nada, pero totalmente despierta, como una llama, silenciosa, tranquila, impasible, y no neuróticamente obcecada por cualquier acción; si estuviera pasiva, disfrutando de su ser y del momento presente . . . sentirás una vibración diferente a su alrededor, una reverencia sí, esta es la palabra adecuada. Schweitzer llama a eso reverencia por la vida, que es la cualidad de una persona religiosa. Si toma una piedra en las manos, lo hace como si la piedra estuviera viva. Para ti es “como si” la piedra estuviera viva; para esta persona, la piedra está viva. Al hablar con un niño, la persona religiosa actúa con todo el respeto, porque ese niño es una presencia de Dios, una pura presencia de lo Divino. Al estar al lado de un perro, está al lado de Dios; para esa persona no hay diferencia.

 

          Donde quiera que una persona religiosa esté, estará en un templo. Ella no necesita orar de una manera formal y ritualista, pues todo lo que haga, será su oración; tanto el hacer como el no hacer, ambas serán preces.

 

          Kabir dice: “No soy ateo”; lo que no es difícil de comprender. Pero también dice: “No soy religioso”. Ahora, una dimensión más alta se abre: la trascendental, donde la persona deja de ser religiosa o atea. ¿Cuál es esa dimensión? Ya no son precisas las reverencias, oraciones o cultos, pues eso también crea una diferencia, una distinción entre el sujeto y el objeto, el conocedor y lo conocido.

 

          Esa es la suprema trascendencia: cuando alguien se hace uno con el Todo. Ahora ese alguien es Dios, y no hay nada más allá de Él. Esa es la experiencia suprema: Yo soy Dios, Yo soy la Verdad. Eso es lo que significa cuando Jesús dice: “El Padre y yo somos uno”. Cuando hay unidad, hasta la reverencia parece incompleta. Cuando hay reverencia, se abre una pequeña dualidad, algo muy sutil. Después de eso se llega a la experiencia total, oceánica.

 

          Dice Kabir: “No soy religioso ni ateo; soy trascendental”.  Deja que esa sea tu meta, tu destino, pues sólo entonces llegarás a la apertura de tu ser: serás como un loto de mil pétalos en todo su esplendor . . . esparciendo tu fragancia a la existencia. Así es como llegarás a casa.

 

          “No vivo por la ley ni por los sentidos . . .”

 

          Todos esos versos son para ayudarte a ir más allá de la dualidad. “No vivo por la ley ni por los sentidos . . .” Normalmente existen dos tipos de personas: las que viven para todo tipo de licencias, para la sensualidad, para los deseos, y la que simplemente satisfacen sus deseos; ellas no conocen nada más allá de eso. Están perdidas en gratificaciones ordinarias, materiales, sus vidas son vulgares y groseras. Y existen las personas que viven por la ley, la disciplina y los mandamientos. Son las que oyen más las tradiciones, las escrituras, la sociedad, el Estado, que a sus propios deseos corporales y mentales. Escuchan las autoridades y no se oyen a sí mismas. Son dos tipos comunes de personas.

 

          Si vives de un modo licencioso, indulgente para contigo mismo, esa será tu destrucción. Si vives por la ley, también serás castigado, sólo que de esta vez por la autoridad, pues nadie te puede dar los mandamientos ni la ley. La vida es tan espontánea y ¿cómo entonces puede haber una ley fija para ser seguida? En el momento que comienzas a seguir una ley fija, te vuelves una entidad muerta y no un ser humano. Tu vida deja de ser un río y te transformas en una poza estancada, cada vez más sucia, hasta desaparecer en el barro.

 

          Kabir dice: No vivo para el libertinaje, ni por la ley”. Entonces, ¿cómo vive? Kabir dice: “Vivo para la espontaneidad, para la consciencia”.  Observa esto con mucha atención. La indulgencia viene de tu mente inconsciente. La sexualidad y el deseo por el poder viene de tu inconsciencia, de la parte oscura de tu ser que te posee y domina y te deja como poseído por la locura. Un día, sientes que tu vida está simplemente acabada y que no has ganado nada. Tal vez hayas tenido éxito, pero en último análisis, el éxito común acaba siendo un fracaso total. Nada hace fracasar tanto como el éxito. Puedes haber acumulado mucho dinero, pero un día descubre que tu vida se ha ido. El dinero está, pero tú ya has pasado; entonces, ¿cuál es la importancia del éxito? Te diviertes con muchos hombres o mujeres, desperdicias toda tu energía y, de repente, te ves en medio de un desierto, como una tierra estéril; nada ha florecido, nada ha crecido. Todo este camino fue algo temporal, momentáneo. Te has divertido con muchas cosas, pero todas ellas han pasado como un mal sueño y tus manos están vacías. Y esos momentos no pueden volver; el tiempo perdido lo está para siempre; las energías perdidas no volverán. Las personas que se entregan a los placeres los siguen hasta el fin; hasta cuando la muerte está llamando a sus puertas, ellas continúan todavía pensando en satisfacer sus pasiones.

 

          Hasta el último momento, cuando la muerte está llegando, las personas siguen pensando en satisfacer sus placeres cada vez más, no conocen otra manera de ser. Esa es una de las cosas más importantes a entender: el noventa y nueve por ciento de las personas, cuando están muriendo, piensan en el sexo. El sacerdote puede estar leyendo la Biblia, diciendo cosas muy agradables para confortarte, pero sigues pensando en sexo, dinero y poder. Esa es la manera más estúpida de vivir la vida.

 

Concluirá en la circular de Agosto de 2.002.    

 

 

 

 

 

 

 

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