ALCORAC

SALVADOR NAVARRO                            h

 

 

Dirigida a la Escuela de:

                    Mallorca

                                                                                  

                                                                                   Circular nº 2 , año IX

                                                                                   Llubí, 1º de Febrero de 2.003..

 

 

          PABLO DE TARSO.-

            Sabemos por los “Hechos de los Apóstoles”, que Saulo en su juventud aprendió el oficio de tejedor.

            Según las disposiciones de la ley mosáica, debía todo rabí  - y Saulo estaba destinado para esa carrera -  conocer un trabajo mecánico, a fin de que, en caso de necesidad, pudiera ganar su sustento con una labor honesta hecha con sus manos. Ya en ese tiempo, eran las profesiones intelectuales y espirituales de una angustiosa esterilidad económica.

            Desde joven fue iniciado en los secretos del telar, tal vez en la casa del padre. Aún hoy, como hace 20 siglos, usan los nómadas orientales, para sus tiendas y barracas portátiles, una especie de tejido grosero fabricado con piel de cabra, animal abundante en Cilicia (de ahí el nombre dado al cilicio, como tejido áspero).

            Frente a esto se comprende el sentido de las palabras con las que finaliza su Epístola a los Gálatas: “Ved con qué grandes letras os escribo . . .” pues, ¿cómo podría pulir su caligrafía un hombre exhausto de fatiga, con las manos encallecidas y los dedos endurecidos por el contacto con tan pesados y primitivos instrumentos?

            Más tarde, en el apogeo de su apostolado, dice Pablo, fiel a su oficio de tejedor: “No quiero ser pesado a nadie”, no tolera que lo acusen de predicar el Evangelio por viles intereses; y vuelve a decir: “No procuro lo que es vuestro, sino a vosotros mismos”.

            En noches de sábado y de grandes solemnidades litúrgicas, se sentaba Saulo con su hermana, en la amplia terraza de su casa de Tarso, con los ojos fijos en las nieves eternas del Taurus y, hasta más allá, en las silenciosa inmensidad del mar Mediterráneo y comentaban los libros sagrados, suspirando por la venida del Mesías.

            Cuando Pablo escribe a los cristianos de Tesalónica, dice: “Trabajamos dia y noche para no ser pesados a ninguno de vosotros”  ; y a los Corintios: “Nos fatigamos con los trabajos de nuestras manos”. Saulo vivía con el trabajo de sus manos lo que le hace decir con satisfacción: Mayor felicidad está en dar que en recibir”.

            A los doce años, como todo joven israelita, emprende Saulo la peregrinación ritual a Jerusalém.

            Más tarde, - tal vez a los quince años – se ausentó de Cilicia durante largos años, cursando estudios en Jerusalém, porque el padre le había destinado a ser “doctor de la Ley” y, para adquirir los conocimientos necesarios, era necesario frecuentar la célebre escuela del templo.

            Es lo que se desprende de las palabras del propio Saulo, cuando afirma haber sido “criado a los pies de Gamaliel”.

            Sabemos por el libro de los Hechos de los Apóstoles, que Saulo tenía una hermana casada en Jerusalém, cuyo hijo, más tarde, lo preservó de una peligrosa conspiración por parte de los judíos juramentados para matarle. Es posible que el joven estudiante se hubiera hospedado en casa de la hermana.

            Si imaginamos al estudiante de Tarso, de estatura media y complexión frágil, sentado a los pies del rabí Gamaliel, sobre una estera, con las rodillas en las manos entrelazadas, a la manera de los jóvenes árabes de nuestros días, cuando en sus mezquitas rodean silenciosos al sabio “iman” sentado en un pequeño estrado, tendremos un retrato más o menos fiel de la grande y singular realidad de aquél tiempo.

            Estaban en boga en esa época, dos famosas escuelas bíblico-teológicas, denominadas según los célebres rabís fundadores “Hillel” y “Chammai”.

            En el tiempo de Saulo, pontificaba en la escuela de “Hillel” el sabio maestro Gamaliel, nieto de Hillel, “doctor de la Ley, muy estimado por todo el pueblo” como dicen los “Hechos de los Apóstoles”; era Gamaliel de espíritu tolerante y conciliador, mientras que la escuela de “Chammani” se caracterizaba por una rigurosa y estrecha ortodoxia, que muchas veces culminaba en una casuística materialista y pueril. Define bien la mentalidad de Gamaliel las palabras sensatas y calmas que dirige al Sanedrín, en defensa de los apóstoles presos: “. . . porque, si esto es consejo y obra de hombres, se disolverá; pero, si viene de Dios, no podréis disolverlo, y quizá algún día os halléis con que habéis hecho la guerra a Dios”.

            La tradición dice que Gamaliel era un discípulo secreto de Jesús.

            Tal fue el maestro mentor de Saulo: espíritu calmo, sereno, ponderado; carácter suave, prudente, conciliador.

            No cabe aquí el proverbio: “De tal maestro tal discípulo”. Pues quien conoce la naturaleza de Saulo no dejará de descubrir en ella cualidades diametralmente opuestas al gran rabí de Jerusalém. Es bien probable que entre el liberalismo tolerante de Gamaliel y la intransigente ortodoxia del fariseo de Tarso se hayan trabado violentos conflictos, durante aquellos años de aprendizaje bíblico, a la sombra del santuario nacional de Israel.

            Más tarde, insatisfecho con la desidia y las medias componendas del Sanedrín, va Saulo a toda prisa a Damasco, a fin de exterminar hasta el último adepto de Jesús. No conocía transigencias ni perdón. Es extremista religioso, enemigo jurado de todos los compromisos pacifistas, adversario nato de las actitudes vagas e indefinidas. Encontraba peligroso el liberalismo contemporizador de Gamaliel.

            ¿Cuánto tiempo pasó Saulo en Jerusalém?

            Lo ignoramos.

            Ignoramos, además, cual fue la influencia que el ambiente de la ciudad ejerció sobre su espíritu y su vida. Entretanto, a juzgar por los acontecimientos que siguieron y por la orientación en general de su carácter, está fuera de dudas que el factor “espíritu” fue siempre el eje de su mundo interior.

            Jerusalém no era sólo el centro religioso de Palestina, sino el foco del más vicioso lujo oriental. Grandes capas sociales daban tanto valor a los libros de Moisés como a la voluptuosa literatura griega y romana. La expresión "sepulcros blanqueados, bellos por fuera y llenos de podredumbre por dentro”, es la definición clásica con que Jesús caracterizaba la corrupción judáica, hipocritamente disfrazada bajo el barniz de una religiosidad ficticia y de meras apariencias.

            Las mujeres hebreas eran célebres por su hermosura y no era raro, que tambien lo fueran por una refinada sensualidad. Eran muchas las “Magdalenas” y las “Salomés”. La perfección de sus formas, la esbeltez de su talle, la estética de su rostro y el misterioso fulgor de sus ojos, la vivacidad de su espíritu, ejercían sobre millares de hombres una seducción irresistible. Muchos Sansones perdieron sus fuerzas en los brazos de las Dalilas; y el general romano Tito, habituado a enfrentarse a legiones de enemigos, capituló ante el fuego de las pupilas de Berenice . . .

            El lector del siglo XXI no concibe la biografía de un hombre sin la figura de una mujer (de una al menos), sea una Circe o una Beatriz.

            Entretanto, en la vida de Saulo no encontramos mujer alguna, a pesar de haber escrito en una página dramática sobre la “ley de la carne en conflicto con la ley del espíritu”. Basta leer el capítulo 7 de la Epístola a los Romanos, para vivir toda esa lucha íntima del hombre-materia y del hombre-espíritu, la guerra entre Saulo de Tarso y el Pablo de Damasco. “Pues no hago aquello que quiero sino lo que aborrezco . . . De manera que, según el espíritu sirvo a la ley de Dios y, según la carne, la ley del pecado”.  Es un clamor lleno de tragedia, esta exclamación del israelita sensual de Tarso.

            “¡Infeliz de mi, quién me librará de este cuerpo de muerte!

            Y, como un lejano eco redentor, responde la voz del cristiano espiritual de Damasco:

            “La gracia de Dios, por Jesucristo, Nuestro Señor . . .”

            No le faltaba, pues, una vehemente sensualidad natural, que le acompañó durante toda la vida, hasta tal punto que Pablo, más de una vez suplicó a Dios que le liberase del ángel de Satanás.

            Pero, en un espíritu de tan alta potencia, dificilmente el perfil de Eva conseguiría asumir contornos bastantes nítidos para eclipsar aquel mundo de problemas superiores que se agitaban en su alma.

            Más tarde, sublimó con razones metafísicas y místicas los motivos intelectuales y psíquicos de su celibato voluntario: “Quien no está casado cuida de las cosas del Señor y procura agradar a Dios; pero quien es casado cuida de las cosas del mundo y procura agradar a la mujer”.

            Otra no podía ser, naturalmente, la conclusión de Saulo; porque la nota característica de su Yo es una lógica recta e intransigente: o ser todo de la materia o todo del espíritu; o todo de la mujer o nada de la mujer. “Estar dividido” entre Dios y el mundo, entre el espíritu y la carne, era cosa incompatible con la coherencia de su carácter.

            El alma de Saulo fue, desde muy joven, como un cristal de facetas rigurosamente definidas. Tanto más es de admirar que, sin sacrificar esa cristalina rectitud de su carácter, reveló Pablo, más tarde, una gran elasticidad espiritual, hasta el punto de realizar en toda su plenitud la extraña paradoja de ser “judío con los judíos, griego con los griegos, niño con los niños”, de transmutarse en “todo para todos a fin de ganar a todos para Cristo”.

            Una vez que la gran pasión del joven discípulo de Gamaliel era la investigación de los problemas del espíritu, hizo de la Biblia su propio libro. Porque en ese libro se condensaba todo cuanto la humanidad, en el transcurso de los siglos, ha pensado y sufrido desde lo más profundo a lo más sublime, de lo más bello y real; todo cuanto el hombre tiene de gozado hasta lo más padecido; todo esto se encuentra inmortalizado en las páginas de las Sagradas Escrituras.

            Saulo conocía a fondo las antiguas Escrituras y en dos lenguas: en la original hebrea (Torah) y en la versión griega de los intérpretes alejandrinos. Día y noche manejaba el joven los venerados pergaminos y papiros, amarillentos por los años. Eran el mayor tesoro de su vida. La Biblia era para todo israelita un compendio de la historia patria y un tratado de teología.

            Más tarde, en su incesante peregrinar por Asia y Europa, los asaltos de que fue víctima, los naufragios que sufrió, le robaron total o parcialmente estos documentos, pero su contenido estaba tan profundamente grabado en su alma, que citaba al pie de la letra extensos párrafos del Antiguo Testamento. Estos tópicos se encuentran en las Epístolas del apóstol.

            Si, por ese lado, se probaba que era un dócil discípulo de Gamaliel, en otros puntos divergía diametralmente del espíritu y carácter del venerado maestro.

Continuará en la Circular de Marzo de 2.003.

 

 

 

 

 

            HISTORIA DE LA FILOSOFÍA.-

          La divinización del Estado.-

          Georg Wilhelm Friedrich Hegel (1.770-1831)

          Hegel, por extraño que parezca, se convirtió en estos últimos siglos, en el filósofo clásico de todos los totalitarismos estatales y políticos, tanto de las derechas (nazismo) como de la izquierda (comunismo). Su ideología culmina aquí, aunque tenga una vasta infraestructura no-estatal, puramente metafísica, filosófica, ética y social.

          Partiendo de la concepción kantiana, se llega a la conclusión de que, tanto más real es una cosa cuanto menos “individual” y cuanto más “universal”; justamente lo contrario del empirismo, que él detesta de todo corazón y desacredita todo lo posible. Lo real es, para Hegel, lo universal. Hegel es “anti-aristotélico” y “ultra-platónico”. No afirma, todavía, lo universal sobre la base metafísica del pensador ateniense, sino sobre la base física del filósofo germánico Kant.

          Lo real está en razón directa de lo universal; y no en razón inversa de lo individual.

          Kant probaba que los objetos de los sentidos condicionados por categorías subjetivas, “a priori”, de tiempo y espacio, son precariamente reales, una vez que nada sabemos de la cosa en sí misma, sino apenas de sus reflejos tiempo-espacio de los sentidos. Además de esto, ese mismo reflejo tiempo espacial, vehiculado por los sentidos hacia el interior de la “razón pura” (intelecto) es de nuevo subjetivizado por la categoría "a priori"”de la casualidad inherente a la facultad intelectual. Por donde se ve cuán precario es para el sujeto conocedor el mundo cognoscible de los sentidos e intelecto. Sobra apenas una sutil capa de objetividad, después de filtrar ese mundo tiempo-espacio-causal a través de esas diferentes categorías subjetivas.

          Lo menos precario, lo más real de los mundos cognoscibles es el de la “razón práctica”, esto es, el mundo de los valores éticos, aquello que el hombre “crea” y “produce” y no simplemente “descubre”. La ciencia, condicionada por los sentidos y el intelecto, trata en palabras de Einstein, “de aquello que es”, mientras que la consciencia “razón práctica” se ocupa “de aquello que debe ser”. El mundo de los sentidos y del intelecto es, a decir bien, “estático” reflejado, mientras que el mundo de la razón práctica es “dinámico” productor.

          Por estos razonamientos, llega Hegel a una triple división:

1)    Espíritu “subjetivo”;

2)    Espíritu “objetivo”;

3)    Espíritu “absoluto”.

Lo sujetivo es lo individual.

Lo objetivo es lo social.

Lo absoluto es lo universal.

En la base de la pirámide está el ego individual, máximo en cantidad pero mínimo en cualidad.

Seguidamente, encima de esa base, está el “Nosotros social” (sociedad y Estado), menor en cantidad y mayor en cualidad.

En el vértice de la pirámide está el “Todo universal” (Dios), nulo en cantidad e infinito en cualidad.

De ahí se sigue que lo menos importante, lo ínfimo, en la escala ascendente de valores es el indivíduo, la persona humana; por encima de él está la sociedad civil o, en su forma más perfecta y valiosa, el Estado nacional. Por encima del indivíduo y del Estado está Dios, con el cual el indivíduo está en contacto a través del Estado, emisario y ángel de la Divinidad ante los componentes de la sociedad estatal. El Estado es el superior inmediato del indivíduo, Dios es el superior absoluto del Estado y del indivíduo. El Estado es, pues, el representante de Dios, el Dios presente en la sociedad civil.

El Estado es proclamado por Hegel como el supremo representante visible del Dios invisible. En el principio era el Espíritu Absoluto (Dios) y este Espíritu se hizo carne, se materializó en el Espíritu Objetivo (el Estado), al cual ha dado el poder en la Tierra. Dios, el Eterno y Absoluto, se temporalizó y relativizó en forma de Estado. El Estado puede ser identificado como la “Razón Práctica”, 100% objetivo, fuente y vehículo, aquí en la Tierra, de todos los valores del indivíduo, que es como una concretización de la Razón Pura, precaria, imperfecta, subjetiva.

Así como lo Absoluto debe gobernar lo Objetivo, así debe lo Objetivo dominar lo Subjetivo.

Hegel establece una jerarquía de valores en línea ascendente.

Es perfectamente lógico que sea enemigo mortal del “empirismo” filosófico, que culmina lógicamente en la “democracia” estatal en la esfera política y en el “protestantismo” en el plano espiritual, del cual Hegel no trata explícitamente.

¿Qué es democracia? Es “masa sin élite, cantidad sin cualidad, horizontalidad sin verticalidad, materia sin fuerza, multiplicidad sin principio de unidad”, todo esto sigue lógicamente de las premisas hegelianas.

Lo que confiere unidad, cohesión y dinámica a un pueblo no son los indivíduos, los ciudadanos, sino que es el Gobierno, practicamente idéntico al Estado. Es el Gobierno que reduce la pluraridad cuantitativa del pueblo a una unidad cualitativa; y sólo de la unidad se puede esperar orden y progreso.

Sigue en la Circular de Marzo de 2.003.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

LA SABIDURÍA ANTIGUA.-

          La visión del mundo que actualmente prevalece entre nosotros ha dado origen a la fragmentación, tanto en el mundo como en nosotros mismos. Muchos autores han indicado que esta visión se basa en el llamado Reduccionismo del siglo XIX, que resultó del análisis de las cosas desde sus componentes progresivamente menores. La mente es contemplada como mera función del cerebro y la consciencia como un subproducto de la evolución física. Según esta visión, el mundo adquiere un carácter material, físico y parece estar constituido por unidades aisladas, independientes, que parecen estar desconectadas entre sí.

          En la palabras del físico David Bohm, este tipo de pensamiento es uno de los principales factores en la actitud divisoria que se ha introducido en el mundo de hoy. Nuestro impulso por romper la realidad en fragmentos, que percibimos a través de los sentidos, está reforzado por el lenguaje que marca las diferencias. Vemos objetos separados, distintos (árboles, sillas, casas) y también personas diferentes que parecen tener identidad propia, como indivíduo enclaustrados. Atribuimos a esas impresiones de los sentidos del mundo una importancia y finalidad mucho mayores de lo que merecen, sin comprender que hay otras formas de vivenciar nuestro medio ambiente. Nuestro “ajuste focal”, está restringido a un estrecho ángulo. Einstein también vislumbró esta limitación que nos imponemos:

          “De la multiplicidad de nuestras experiencias sensoriales, extraemos mentalmente o de forma arbitraria, determinados complejos de impresiones sensoriales que ocurren repetidamente . . . y los correlacionamos a un concepto: el concepto de objeto corpóreo”.

          Actualmente, esa visión separatista es cuestionada por muchos pensadores que están convergiendo para una visión ampliada de la realidad. Este tema está comenzando a surgir con nuevo ímpetu en la vanguardia del pensamiento moderno. Apunta señales del nacimiento de una nueva visión del mundo en la cultura occidental. Se está mostrando como el progreso en la ciencia, especialmente en el ámbito de la naturaleza de la materia torna obsoleto el enfoque mental separatista. Muchos estudiantes de sociología creen que estamos en un punto de mutación, de la antigua visión atomista, divisoria, hacia otra holística y centrada en las inter-relaciones. Hay muchos hechos y teorías científicas que corroboran esta visión. No obstante, a pesar de la evidencia en sentido contrario, nuestros hábitos profundamente arraigados en una visión divisoria de la realidad, son difíciles de romper. Nuestra “inconsciencia filosófica” resiste a los cambios, simplemente porque se sitúa más allá de la esfera de la percepción consciente y de las opciones. Hemos aceptado durante tanto tiempo los conceptos divisorios, basados en impresiones sensoriales como realidad final, que los límites establecidos por ellos se firmaron como inviolables. A ellos reaccionamos como hacemos en relación a uno mismo, que nos hace creer en una pared invisible, creada a través de sus gestos, haciéndonos imaginar la pared que ha de estar allí.

          Esta visión separatista también cubre el concepto de nosotros mismos. Muchos de nosotros crecemos considerándonos personas separadas, independientes, con nuestros mundos interiores propios. Hasta entre los más sabios de nosotros, la tendencia más acentuada es la de vivir en medio de una esfera central, atribuyendo importancia básica a los intereses y beneficios personales, así como las energías empleadas en el fomento de nuestro propio mundo particular, frecuentemente en perjuicio de terceros. El ideal americano de individualismo y competencia se basa en esta visión que les ha servido durante su corta historia. Pero ahora están forzados a reconocer este planeta como una “aldea global” en la cual no pueden estar separados unos de otros. La comunicación internacional instantánea, viajes y comercio mundial, reservas decrecientes de recursos naturales del planeta, superpoblación, son factores que si son bien conocidos deberían impulsarnos a otro tipo de relación más armoniosa. Subyace la tentación del poder sobre razas, naciones, grupos étnicos, clases sociales, familias, indivíduos, que impide el trabajo conjunto para el bien común y hasta para la sobrevivencia.

          Cada vez más reconocemos nuestros fallos en adoptar una actitud de unidad, que constituye la base de nuestros problemas a nivel mundial, sean de naturaleza social, política, ecológica, económica o individual. Ahora, a principios del siglo XXI, más que nunca en la Historia, necesitamos darnos cuenta de que no podemos vivir aislados unos de otros y todos de la naturaleza. Con todo, en cuanto creamos que el mundo está dividido en unidades fundamentalmente separadas, lo vivenciaremos de esta manera y reaccionaremos en justa correspondencia. Pero, si estuviéramos convencidos de una unidad subyacente en las aparentes divisiones, percibiríamos la unidad y las inter-relaciones. ¡Cuántos problemas podrían ser solucionados si el bien común, global, de las vidas de todos los seres del planeta, fuese el objeto principal de consideración, en vez de preocupaciones con intereses específicos!

          La física moderna revela una visión de la materia en la cual “aquello que vemos inmediatamente es, en realidad, un aspecto muy superficial . . . lo que denominamos cosas reales son, de hecho, diminutas ondas que tienen su lugar, pero que no sustituyen al Todo”. Detrás de la separación superficial y apoyando cosas aparentemente disparatadas, hay una unidad más básica, más real, más próxima a nosotros que nuestras impresiones sensoriales, que siempre separan y nunca pueden realmente revelar la unidad. Con todo, los místicos están de acuerdo con los físicos en que esta esfera unitaria es básica, que las divisiones se basan, en último análisis, en un fundamento único. Nuestros sentidos nos muestran la superficie del agua. Estamos preocupados con las ondas y salpicaduras. Si pudiésemos, intuitivamente, profundizar en las aguas tranquilas, podríamos ver que los movimientos de la superficie son sólo condiciones momentáneas, transitorias, del Todo eterno y dinámico.  

Sigue en la Circular de Marzo de 2.003.                                                                                                                                                                                                                           

 

 

                       

Fragmentos del libro “Proceso a la espiritualidad”.

            Tres principios básicos para la transformación de la vida.

            El primero: No seas ambicioso. Destruye totalmente la ambición.

            A menos que la ambición sea destruída, tú permanecerás en la miseria. La ambición es la fuente de todas las miserias. Todo el mundo ambiciona algo más, algo diferente de aquello que és. Nadie está contento consigo mismo. Eso es ambición.

            Tú nunca estás contento con lo que eres, sea lo que fuere. Eso es ambición. Entonces permanecerás irremediablemente miserable, porque no puedes ser otra cosa. Tú sólo puedes ser tú mismo; nada más es posible. Todo lo demás es perjudicial, peligroso. Puedes desperdiciar la vida entera.

            Aquello que tú eres, sea lo que sea, eres tú. Acéptalo: no desees ser diferente. Carecer de ambición significa eso. La ausencia de ambición es fundamental a toda transformación espiritual, pues cuando tú te aceptas, muchas cosas comienzan a suceder. La primera, será una vida sin tensión. Tú ahora no deseas ser algo más; no hay ningún lugar a dónde ir. Entonces puedes estar aquí y ahora. No hay comparaciones. Eres tú propio y único.

            Ya no hay más futuro. La ambición necesita de un más allá, espacio para crecer. Ella no puede desarrollarse aquí y ahora; no hay distancia. Cuanta más ambición, mayor será el futuro que necesita.

            Si tu ambición fuera tan grande, al punto de no poder ser satisfecha en esta vida, tú llegarás a crear una vida después de la muerte. Crearás el cielo, la idea de renacer. No quiero decir que esto no exista. Estoy diciendo que tú crees en el renacimiento, debido a tus ambiciones, que son tan grandes que no le bastan con una única vida. Tu creencia en la reencarnación no deriva de que esto sea un hecho. Deriva de tu ambición y el deseo. La reencarnación puede ser un hecho más, pero para tí no pasa de ser una ficción, de una cuestión de futuro, de más espacio para moverte.

            Recuerda que tú no puedes ser ambicioso en el presente. Es imposible. El presente es tan pequeño que no te puedes mover en él. Puedes estar en él pero no lo puedes desear. Es suficientemente amplio para el Ser, pero no para el deseo. Para desear necesitas necesitas futuro, tiempo. En verdad, el tiempo existe a causa del deseo. Para la naturaleza no hay tiempo. Para la Tierra, el Sol, las estrellas, tampoco. Si la humanidad no estuviese en esta Tierra, no habría tiempo; ni pasado ni futuro.

            Tu deseo crea el futuro. Tu memoria crea el pasado. No desees, y el futuro desaparecerá. Y cuando no hay futuro , ¿por qué estás tenso? No hay posibilidad. Si sabes que el pasado es sólo memoria, ¿cómo puede haber ansiedad? Cuando el pasado desaparece y el futuro no está abierto, tú estás aquí y ahora.

            La falta de ambición significa aceptarse tal como se es. Pero eso no quiere decir que no haya posibilidad de crecimiento. Al contrario. Cuando te aceptas tal como eres, la transformación se inicia. Tú comienzas a crecer, pero en otra dimensión. Y esa dimensión no está en el futuro, está en lo Eterno. Conoce bien esta distinción. Te puedes mover de dos modos. Si te mueves en el futuro, te mueves en el plano mental; en un mundo de ficciones, de sueños. Si no te mueves en el futuro, una dimensión diferente se abre para ti a partir de ese exacto momento. Te estarás moviendo en lo Eterno, que se oculta en el momento. Si continúas pensando en el futuro y en el pasado, estás viviendo en lo temporal.

            Se cuenta que un Maestro decía que si pudieras permanecer en el ahora, no habrá necesidad de técnicas de meditación. Eso es suficiente. Pero, ¿cómo permanecer en el aquí y en el ahora, si eres ambicioso?

            La mente ambiciosa no puede estar en el ahora, ella se mueve muy lejos del presente, piensa en lo que está por venir, en el mañana, en una vida después de la muerte; no se interesa por la vida que está aquí. Se interesa por lo que podría ser, no por lo que es; siempre fijada en lo que podría ser, lo que debería ser. Ese interés es muy poco religioso. Una mente religiosa, una consciencia religiosa, se interesa por la vida tal como ella es. Para ello se ha de destruir totalmente la ambición, para que puedas penetrar en lo Eterno.

            Destruir el deseo por la vida.

            Las leyes de la vida son paradojales. Si deseas la vida, la perderás. Ese es el camino más seguro para perderla.  Pero si no la deseas, vida abundante nacerá en ti.

            A través del deseo, te mueves contra la vida. Parece paradojal, y lo es. Esa ley paradojal necesita ser comprendida.

            ¿Por qué es, que cuando tú deseas la vida, tú la pierdes? ¿Por qué? No debería ser así. Lógicamente, matemáticamente, no debería ser así. Si alguien desea la vida, ¿por qué la perdería? El mecanismo es tal que, al desear, te mueves nuevamente para el futuro. Y la vida está aquí. La vida ya existe, ¿cómo puedes desearla? Sólo aquello que no existe puede ser ambicionado. Pero la vida es. ¿Cómo puedes desearla? Ella ya es. Tú eres la vida.

            Si tú deseas la vida, la perderás. A través del deseo, te distancias de la vida. Todo el deseo te lleva cada vez más lejos. Por eso hay tanta insistencia en la ausencia del deseo. Esto no significa que aquellos Maestros que hablan sobre la ausencia de deseo estén contra la vida. Al contrario, ellos están de hecho, a favor de la vida. Pero dicen: “No desees” y eso suena como si estuviesen en contra de ella, como si la negasen, pero no es así.

            A través del deseo estamos perdiendo la vida. Por eso los Maestros dicen: “No desees”. ¿Qué ocurre si no deseas? La vida nace en ti. Ella ya está sucediendoo, pero tú no puedes verla, porque miras al futuro. Estás en otro lugar, tu mente no está aquí. La vida está aquí y tú no estás. Por tanto, el encuentro es imposible. Entonces, ansiarás otra vida distinta, la desearás. Pero seguirás perdiéndolas.

            Permite que la vida te ocurra. ¿Cómo hacerlo? Estando atento a lo que pasa aquí. No teniendo deseos de estar en otro lugar.

            En el momento que comienzas a desear la vida, te haces temeroso de la muerte. Eso es inevitable, porque el deseo por la vida crea el miedo por la muerte. Y no existe ninguna muerte. En verdad, nadie muere, nada puede morir. Es imposible. La muerte no existe. Entonces, ¿por qué sentimos tanto temor ante la muerte? ¿Por qué tememos algo que no existe?

            Tememos a la muerte debido a nuestro deseo por la vida. Este deseo crea un miedo por lo opuesto: el miedo de la muerte. No conocemos la vida, pero la deseamos. Entonces nace el miedo a que la vida sea destruída.

            ¿Has reparado que siempre es otra persona la que muere, y nunca tú? Tú ves la muerte desde el lado de fuera, nunca ves el lado de dentro. Ves a alguien muriendo, pero no sabes qué es lo que está pasando en el fondo de su ser. Sólo sabes lo que ocurre fuera y el exterior está muerto pero, ¿lo que pasa en la profundidad de esa persona, en el centro? Tú no lo sabes.

            Nadie testimonió la muerte. Eso no es posible, pues sólo hay una manera: necesitas moverte hasta lo más íntimo de tu ser, y hacerlo ahí. Pero en ese lugar la muerte no existe. Es por eso que Jesús, Buda, Mahoma o Krishna, se ríen de la muerte.

            En el Baghava Gita, Krishna dice a Arjuna: “No pienses que alguien morirá”. Nadie muere. No puedes matar a nadie. En este mundo, nada puede ser destruído. La destrucción no es posible. Sólo el cambio lo es.

            La vida se mueve siempre. Una ola muere  - parece morir  - y otra se levanta. Sólo las formas desaparecen y otras nuevas aparecen, pero nada muere y nada nace.

            Si nada muere, nada nace, pues morir sólo es posible si algo nace. Nacimiento y muerte son dos ilusiones. Tú existías antes de tu nacimiento, de otro modo nacer no sería posible; y tú existirás después de la muerte, caso contrario no sería posible estar aquí y ahora. Pero el deseo de apegarse a la vida crea el miedo a la muerte.

            Si tú dejas de desear la vida, el miedo a la muerte desaparecerá, y tú podrás saber lo que es la vida. Una mente con miedo no puede saber, porque esto requiere consciencia calma y serena.

            El deseo por la vida ha de ser destruído para que el miedo a la muerte desaparezca. Tú eres vida, ella es algo intrínseco. Estás respirando en ella. Eres como un pez en el mar de la vida, pero no eres consciente de eso, porque tu atención está obsecada por el futuro. Deseo significa obsesión por el mañana. No desear significa vivir aquí y ahora.

            Destruir el deseo de felicidad.  Eso parece melancólico, negativo. Cuanto más deseas la comodidad, más incómodo estarás contigo mismo, porque la incomodidad es proporcionar al deseo de confort.

            Cuanto más buscas la felicidad, tanto más sufrirás. El dolor es una sombra. Cuanto mayor el deseo de felicidad, mayor será su sombra. Busca la felicidad y nunca la tendrás. Sólo sentirás frustración. ¿Por qué? Porque hay sólo un modo de ser feliz, que es serlo aquí y ahora. La felicidad no es un resultado. Es una manera de vivir.

            La felicidad no es el resultado final del deseo. Es una actitud, no un deseo. Tú puedes ser feliz aquí y ahora si supieras cómo ser feliz, pero nunca lo serás si continúas deseando la felicidad, porque ella es un arte, un estilo de vida.

            En este exacto momento, si puedes permanecer silencioso y consciente de la vida que hay a tu alrededor y en tu interior, serás feliz. Los pájaros están cantando, el viento sopla, los árboles y las plantas son felices, el cielo es feliz, todo lo que existe es feliz, excepto tú. La existencia es felicidad, una fiesta. Todo está en fiesta, menos el hombre. No hay ninguna tristeza, ni muerte, ninguna miseria en lugar alguno a no ser en la mente humana. Algo debe estar mal dentro del hombre, no con la situación. Algo debe de andar mal en la mente humana, no con la existencia.

            ¿Por qué el hombre es infeliz? Porque desea la felicidad. Nunca es feliz aquí y ahora. Desea la felicidad y continúa perdiéndola. La felicidad está aquí. Permite que ella entre en ti.

            Forma parte de la existencia. No te muevas para el futuro. La vida nunca se mueve para el futuro, sólo la mente lo hace.

            A eso le llamo meditación: el estar aquí, sin moverse para el futuro. No seas ambicioso. Destruye todo el deseo por la vida, no desees la felicidad y entonces serás feliz, será imposible la infelicidad. Entonces serás inmortal y la vida eterna habrá llegado para ti. En verdad, ella ya ha ocurrido, pero no eres consciente de ella. Pues en tal caso estarías realizado, sin ambición lo estarás.

            Tú eres único.Toda la máxima experiencia que es posible para alguien, también lo será para ti; pero ocurrirá de un modo único. Le ocurrió a Jesús, a Buda, y también te pasará a ti. Pero nunca del mismo modo, nunca te ocurrirá de igual manera que a Jesús; será algo único, individual, absolutamente nuevo. La esencia de la experiencia será la misma, la bienaventuranza, el silencio, la iluminación, pero en la superficie será diferente.

            Por tanto, no imites a nadie. Eso forma parte de la ambición. No imites a Jesús o a Buda. Intenta ser tu mismo. O mejor: sé tú mismo, pues intentarlo es tonto. Cuando eres tú mismo, estás abierto a todas las responsabilidades. Cuando eres tú mismo, toda la existencia comienza a ayudarte. Tú no luchas contra ella.

            Cuando no estás luchando . . .   es eso lo que significa confiar. Cuando no estás en lucha, la existencia viene a ti. Si luchas contra la vida, te estarás destruyendo, hundiendo tus posibilidades, tu energía, tu vida, tu existencia. No luches. Entrégate a la existencia. Acéptate a ti mismo, del modo que el Todo quiere que tú seas; no intentes ser otra cosa, y la Iluminación puede nacer en cualquier momento. Puede ser en este exacto momento; no es necesario esperar.

            La mente piensa en términos de separación, división, análisis. Por la mente, la vida se fragmenta. La vida en sí misma no está dividida, es una unidad. La vida, en sí misma, es indivisible, pero la mente piensa en fragmentos; por tanto, todo lo que la mente afirma, es falso. Un árbol, el cielo, la tierra, tú y todas las cosas están en una profunda unidad. El árbol parece estar separado de ti, pero no lo está. El Sol está muy distante, pero no puedes existir si él muere. Sin el Sol tan lejos, tú no existirías aquí. Si dejase de existir, nunca seríamos capaces de saber que él ha desaparecido, pues no habría nadie para saberlo. Somos parte de él.

            Todo el universo es una unidad cósmica. Tú no estás aislado; no eres una isla. Tú estás ligado, enraízado en el océano de la existencia, como una onda con el mar.

            A menos que eso sea sentido profundamente, nadie podrá entrar en el éxtasis total de la existencia, pues si te consideras separado no te puedes fundir, no te puedes entregar. Si piensas que no estás separado, la entrega es fácil. Si sientes que eres uno con la vida, puedes confiar en ella. Entonces no habrá miedo. Puedes morir en ella, alegremente. No habrá ningún miedo a la muerte.

            El miedo nace porque tú piensas que estás separado. Luego comienzas a luchar, a protegerte. Te ves en conflicto. Piensas en términos de conquistar, de ganancias, de victoria. Pero serás finalmente derrotado.

            Tú eres una parte del Todo, pero luchas contra El. Es por eso que, por todas partes, observas que el hombre es un fracaso: derrotado y frustrado. Al final, todo el mundo termina por saber que la vida fue una larga derrota y nada más. Eso es sentido no sólo por los que no han tenido éxito. Los triunfadores también lo sienten. Un Napoleón, un Alejandro Magno, fueron derrotados por la vida.

            ¿Por qué ocurre eso? Porque no estás separado del Todo. Considero no-religioso al hombre que piensa que está separado de la vida, y religioso al que sabe que es una parte orgánica de la misma. Digo parte orgánica, no parte mecánica, pues los mecanismos pueden ser extirpados, mientras que lo orgánico no puede serlo. Ella no es realmente una parte, sino que está en profunda unidad con el Todo.

            Un hombre espiritual va más allá de la ansiedad, del miedo a la muerte, porque ahora sabe que él no es, sino que el Todo lo abarca. Entonces, ¿cómo puede haber miedo? Hasta la muerte se vuelve una comunión, un encuentro. No es una disolución, sino una fusión. No se trata de algo que está contra ti. Todo lo contrario, es una profunda relajación en ti.

            La vida es tensión, ansiedad. La muerte es bella. Tú simplemente entras en un profundo relajamiento. Retornas nuevamente a la fuente. La ola se levantará otra vez, pues antes ella cayó, fue a descansar al mar. La muerte es un profundo reposo, y antes de un nuevo nacimiento, ese descanso es necesario.

            A partir del momento en que tú comprendes esto, el miedo desaparece. Desde que tú aceptas y eres consciente de esa profunda unidad, la unidad orgánica, aceptarás todas las cosas. Sabras que todo es uno, que la vida es una unidad. Se manifiesta en diferentes formas, pero sólo las formas son diferentes. La substancia, la esencia, es una.

            Esa actitud ayudará a entrar facilmente en meditación. Recuerda que si temes a la muerte, temerás a la meditación. Ese es un corolario lógico. Si tuvieras miedo a la muerte, no te permitirías entrar totalmente en meditación, pues ella es una especie de muerte. Consciente y voluntariamente, tú emerges en el Todo. Mueres como personalidad, como ego, y naces como Indivíduo, como Yo, con la existencia.

            Si temes a la muerte, tendrás miedo de meditar. Pero si amas la meditación, no temerás a la muerte. Si entras en la meditación sin temor, serás inmortal, pues no habrá ninguna muerte para ti. El que entra en meditación, ya murió. Ahora no puede morir nuevamente. Ya se ha rendido. La muerte entrará en una casa vacía y tú no serás encontrado en ella.

            Sólo el ego muere, tú no. Tu vida es eterna y el ego es transitorio, es un fenómeno creado y tú lo has formado. El te es necesario, tiene alguna utilidad. En la sociedad humana necesitas de un ego; pero en la vida, ese mismo ego sería una barrera.

            Cuando abandonas el ego, estás preparado para ser uno con el Todo. En verdad, hay dos maneras de decir la misma cosa: O se concibe toda la existencia como una, o se concibe que no hay ningún ego en ti. Es la misma cosa, el resultado es el mismo. Tú vendrás hacia la unidad. Y esa unidad, una vez conocida, nunca más la perderás.

            Así que destruye todo sentimiento de separación. Has de ser como una gota de agua que cayó en el mar y se hizo una con él. Y no temas a la muerte, porque en verdad no hay muerte para ti. Aquél que tiene miedo no es más que un falso fenómeno, una falsa entidad, un ego creado por el sentimiento de separación. En meditación, recuerda: tú estás retornando a la Fuente. Te estás moviendo desde el ego hacia una existencia sin egoísmo.

            En meditación, debes estar preparado para morir. Si lo consigues, tendrás la vida eterna. Serás inmortal.

            .           .           .           .           .           .           .           .           .           .           .           .            .

 

 

 

 

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