ALCORAC
SALVADOR NAVARRO h
Dirigida a las Escuelas de:
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Circular nº 1 , año VIII
Llubí, 1º Enero de 2.002.
En el terreno de la evolución, puede San Agustín ser considerado como el más antiguo precursor cristiano de Charles Darwin, aunque el evolucionismo de él no sea simple darwinismo. Habla de un “universo en germen”. Afirma que el texto bíblico “Dios creó los cielos y la tierra”. . . significa que “en aquel acto estaba encerrado todo cuanto existe en el Universo, no solamente el cielo, como el Sol, la Luna y las estrellas; no solamente la Tierra y los abismos, sino también todo cuanto se oculta en la fuerza germinadora de los elementos, antes de que en el transcurso de los períodos cósmicos se desarrollase, tal como está visible ante nosotros. Por consiguiente, la obra de los seis días no significa una sucesión cronológica, sino una simple disposición lógica. Dios lo creó así, como creó la hierba antes que ella existiese (del libro “Del Génesis . . . de San Agustín).
Es realmente deslumbrante esta intuición genial de Agustín, anticipándose siglos a la evolución de la humanidad. Millones de hombres, especialmente cristianos, ignoran o niegan hasta hoy lo que ese vidente de la realidad ya sabía desde el siglo V después de Cristo. Evidentemente, crear un ser antes de que exista es crearlo implicitamente antes de que aparezca explicitamente; es crearlo en potencia antes de su aparición en su estado actual. El ortodoxo San Jerónimo, en su caverna de Belén, debe haber movido la cabeza al leer o escuchar tan estratoférica ideología de su revolucionario y heterodoxo colega africano, obispo de Hipona.
Lo que hay de notable en esta concepción evolucionista de Agustín es el hecho de que incluye expresamente al hombre en esa larga cadena evolutiva, cuando las teologías eclesiásticas del siglo XX continuaban negando obstinadamente esta verdad. En realidad, el cristianismo primitivo sabía muchas cosas que el clericalismo de los siglos siguientes soterró bajo un cúmulo de nuevos dogmas.
Iglesia, sacramentos y jerarquía, son para Agustín puntos cardinales del Cristianismo. Con él comienza a tomar cuerpo la idea de la iglesia como sociedad jurídica, con determinados estatutos y reglamentos. Iglesia no es para Agustín simplemente idéntica a “reino de Dios”; debe haber, fuera de este elemento interno, una estructura externa, visible y, para que alguien pertenezca al reino de Dios, debe pertenecer también a esa sociedad eclesiástica externa.
Ahora, es claro e inevitable que todos los hombres que de hecho pertenezcan al reino de Dios, porque lo han descubierto dentro de sí, renacieran por el espíritu y se tornaran nuevas criaturas en Cristo, así como que más tarde o temprano se encuentren y, fundiendo sus experiencias divinas, formen la “comunión de los santos”, que es la iglesia visible nacida de la iglesia invisible, así como la planta visible nace de la invisible, principio vital de la semilla. Pero lo que Agustín entiende por iglesia visible, y que en el siglo XIII, fue explicitamente elaborado por Tomás de Aquino y sancionado en el siglo XVI por el Concilio de Trento, es algo bien distinto de esa idea de crecimiento espontáneo en virtud de un principio interno espiritual. Es necesario que haya reglamentos que obligen a los hombres a formar parte de la sociedad eclesiástica, aunque Agustín en ese tiempo no va al extremo de afirmar que la autoridad eclesiástica tenga el derecho de castigar, hasta con la muerte, a los herejes que no deseen arrepentirse, como lo practicó la Inquisición durante varios siglos, lo que equivale a abolir el alma del Evangelio a fin de conservar el cuerpo de la teología católica.
En la célebre cuestión con los cristianos de Cartago y de otras partes, defiende Agustín la idea, hoy oficialmente aceptada por la iglesia de Roma, de que un ministro de la iglesia pecador puede administrar los sacramentos; de manera que un hombre moralmente separado de Dios por el pecado, puede juridicamente estar unido a la iglesia y, aunque sea enemigo de Dios, ejercer actos eclesiásticos buenos y válidos. Con la proclamación de ese dualismo ético-jurídico, se coloca la jerarquía eclesiástica en un terreno de autonomía moral, pudiendo practicar cualquier acto que dé ventajas al progreso material de la iglesia, tal como Cruzadas, Inquisición, excomuniones, etc. y, al mismo tiempo, desventajoso a los intereses espirituales de los fieles; o sea, la proclamación del nefasto principio de que el fin (bueno) justifica los medios (malos). Este principio escandalizador, tan violentamente impugnado, en el siglo XVIII, por el célebre científico y filósofo católico Blas Pascal en sus “Letras Provinciales”, se remonta desde los tiempos de San Agustín.
Entretanto, aunque Agustín sea el promotor de la jerarquía en la Iglesia, no puede ser considerado como un defensor del papado, porque en ese tiempo el poder supremo de la Iglesia residía en el Concilio Ecuménico (reunión de todos los obispos), como así continuó practicándose hasta el siglo XIX, cuando el Concilio Vaticano de 1.870, sustituyó este principio semi-democráctico por el principio dictatorial de la primacía e infalibilidad del obispo de Roma.
Lo que Agustín pensaba de la teoría (popularizada después del siglo IV) de que Jesús había nombrado al apóstol Pedro como piedra fundamental de su Iglesia, de acuerdo con las palabras del Evangelio según San Mateo 16:13-18, lo expone en uno de sus grandes sermones. Dice lo siguiente:
“Porque tú me dijiste: “Tú eres el Cristo, Hijo de Dios vivo”, también yo te digo: “Tú eres Pedro”; pues antes era llamado Simón. Y va en esto un arreglo, para que significase la Iglesia. Por cuanto la piedra es Cristo, Pedro es el pueblo cristiano. Pues, piedra es nombre común, tanto así que Pedro viene de piedra y no piedra de Pedro; así como Cristo no viene de cristiano, sino que cristiano viene de Cristo. Dice, por tanto: “Tú eres Pedro, y sobre esta piedra” que acabas de confesar, sobre esta piedra que conociste, diciendo: “Tú eres el Cristo, Hijo de Dios vivo, edificaré mi iglesia”. Quiere decir, sobre sí mismo, el Hijo de Dios vivo, edificará su iglesia. Sobre mí es que te edificaré, y no a mí sobre ti”.
Prosigue Agustín:”Pues, cuando los hombres querían edificar sobre hombres, decían: “Yo soy de Pablo, yo soy de Apolo, yo soy de Cefas (que es lo mismo que Pedro).” Otros, sin embargo, que no querían edificar sobre Pedro, sino sobre la piedra, decían: “Yo soy del Cristo”. Ahora, cuando el apóstol vió que él estaba siendo elegido y el Cristo despreciado, dijo: “¿Por ventura está Cristo dividido? ¿Será que Pablo fue crucificado por vosotros? ¿O fuísteis bautizados en nombre de Pablo? ( 1ª Corintios. 1:12). Así como no lo fueron en nombre de Pablo, tampoco lo fueron en nombre de Pedro, sino en nombre del Cristo, para que Pedro fuese edificado sobre la Piedra, y no la Piedra sobre Pedro”.
Un escritor católico elaboró la siguiente estadística sobre este particular: En los primeros siglos del Cristianismo, era casi general esa opinión de San Agustín, de la cual el doctor de la gracia se constituía en vehículo y portavoz; dentro de los escritores eclesiásticos, de un total de 85, 17 consideraban a Pedro como la Piedra; 44 tomaban la confesión de Pedro por la Piedra; 16 entendían que Cristo era la Piedra mientras que los 8 restantes opinaban que la Iglesia fue construida sobre todos los apóstoles, representados por Pedro. Ahora, siendo que la opinión de los que toman el Cristo o la confesión de Pedro por la roca de la Iglesia, es prácticamente idéntica, llegamos a la conclusión de que 60 autores cristianos entre 85 no consideraban al indivíduo humano Pedro, como el fundamento de la Iglesia, tanto más que Jesús poco después llama a ese mismo Pedro “satanás”, como antes lo llamara “carne y sangre”. Entretanto, a partir del siglo IV, con el creciente movimiento centralizador de la jerarquía eclesiástica, debido a la estrecha unión con el Imperio romano, la primacía de Pedro comenzó a ser invocada como lazo de unión entre esa nueva tendencia romanizante en el seno de la jerarquía.
Agustín, aunque no había promovido directamente esta centralización de poder de la Iglesia, lanzó con todo las bases y estableció las premisas sobre las cuales fue realizada en el transcurso de los siglos que siguieron, culminando en el siglo XIII, cuando aparecen los primeros síntomas nítidos de reacción contra esa tendencia.
Agustín, el platónico cristiano o el cristiano platónico, no consiguió jamás, durante su larga vida, establecer una verdadera y satisfactoria armonía entre el grandioso monismo filosófico de Platón y sus discípulos alejandrinos y el dualismo teológico de la Iglesia de su tiempo. Cuando piensa, lo hace en moldes platónicos, pero cuando habla, lo hace en terminología eclesiástica. Es un filósofo platónico subjetivamente, y un teólogo eclesiástico objetivamente. Es monista en la metafísica y dualista en la ética. Si la iglesia, de que él es obispo, hubiese sido una iglesia de hombres espiritualmente adultos, no habría habido ninguna dificultad para que el guía de almas proclamase claramente el principio positivo de la divinidad esencial del hombre y de todos los seres emanados de Dios; pero, como esa iglesia estaba compuesta preferentemente de hombres espiritualmente inmaduros, aconsejaba la prudencia y pedagogía que el principio de disciplina incondicional, basado en la idea dualista de autoridad y obediencia, prevalezca contra el ideal de libertad espiritual, la “gloriosa libertad de los hijos de Dios”.
En su gran obra “La ciudad de Dios” intenta Agustín construir una metafísica y cosmología tipicamente cristiana; pero no lo consiguió, porque el Antiguo Testamento, considerado como preliminar del Nuevo, casi nada le ofrecía en este sentido, algo que fuese filosóficamente defendible; y, en cuanto al Nuevo Testamento, los conceptos filosófico-metafísicos, eran aún más escasos. Solamente en las Espístolas de Pablo encuentra algunas pobres e inciertas indicaciones en este sentido. De manera que, por bien o por mal, tuvo que recurrir a los viejos maestros paganos de Grecia, Egipto e, indirectamente, de la India, para obtener el material necesario con el cual elaborar una especie de “Filosofía del cristianismo”, pues las poderosas ideologías paganas fascinaban a las preclaras mentalidades de la época, mientras que el cristianismo aparecía como una religión de esclavos, proletarios y masas ignorantes.
Todo lo que de metafísico y filosófico existe en “La ciudad de Dios”, son préstamos tomados de los pensadores greco-romanos y egipcios, ideologías gentiles bautizadas con las aguas de la teología eclesiástica de la época.
La tendencia, consciente o inconsciente, de separar el cristianismo totalmente del paganismo, en vez de ver en el segundo un estadio preliminar del primero, llevó a Agustín a latentes o manifiestos conflictos con los hechos históricos, con la razón y, no es raro, consigo mismo. Lo que intentó realizar en el terreno ético, cavando un abismo entre el cuerpo y el alma y estableciendo una ascesis cristiana visceralmente dualista, esto lo quiso concretizar en el campo de la metafísica, considerando el cristianismo como algo diametralmente opuesto al gentilismo.
Para él, ser cristiano es creer y ser filósofo es pensar. Que el último paso del creer sea saber; que toda fe, cuando llega a la plena madurez, sea sapiencia; que el “conocer imperfecto a través de espejos y enigmas” pueda culminar en el “conocer perfecto cara a cara”; todo esto dice Agustín en sus escritos; pero quien lo dice, en tácitos coloquios consigo mismo o en profunda meditación ante Dios, es el filósofo platónico-místico, y no el teólogo eclesiástico al dialogar con los hombres de su tiempo. Raras veces se atreve Agustín ser lo que él es. Percibe, a través de sus palabras, que está en una permanente fuga de sí mismo, esto es, de aquel Yo de Cartago; recela resbalar hacia dentro del tenebroso abismo de los primeros 30 años de su vida pagana y pecadora; no distingue entre su Ego físico-mental, impuro y su Yo espiritual, puro; por esto, rechazando de un modo perentorio a uno, rechaza también al otro; derrotando a Satán de su interior, derrota también al Cristo interno, apelando al Redentor externo, como si hubiese otro Cristo además de aquél que “ilumina a todo hombre que viene a este mundo”, el Cristo que en Jesús es plenamente consciente y vigilante, y que en nosotros duerme semi-inconsciente, como el Nazareno en aquella barca de Pedro en plena tempestad. De hecho, Agustín no cree en la identidad del “Cristo interno y del Cristo externo”; no espera el reino de Dios naciendo dentro de él, sino que lo espera viniendo fuera de sí, como la mayor parte de los cristianos del siglo XXI.
Fue ese dualismo que llevó a Agustín a la más violenta y persistente de sus polémicas, la tremenda lucha contra Pelagio y el pelagianismo.
Con Agustín agoniza históricamente la filosofía neo-platónica en el seno de la iglesia pagana. Pero las vigorosas semillas del gran árbol derribado, fueron arrojadas a gran distancia y en todas direcciones, y las tempestades de la persecución las llevaron hasta los confines del planeta. Muchas de esas semillas filosóficas siguieron viviendo, de modo invisible, en el subsuelo del cristianismo, disfrazadas dentro de la teología y la liturgia y rompiendo aquí y allá en verdes plantas, ajenas al medio, o siguen durmiendo en una silenciosa hibernación secular, a la espera del gran despertar de los durmientes en el espíritu.
En nuestros días, muchas de esas antiguas semillas, aparentemente muertas y realmente vivas, encuentran terreno propicio. Orígenes, dado por muerto, revive y se revuelve bajo la pesada losa de su tumba para resucitar, para encontrar en plena floración las semillas que lanzó en los albores del cristianismo.
PELAGIO.- Diametralmente opuesta a la ideologia agustiniana es la doctrina de Pelagio, monje británico que vivió en Roma y, durante algún tiempo, en el Norte de África. Admite, con Orígenes y los neo-platónicos, la bondad fundamental del hombre y, por tanto, el libre albedrío. Según él, el hombre no heredó el pecado original de Adán; que el pecado no es una tara de la naturaleza humana, sino un abuso de la libre voluntad del hombre individual; no se hereda, sólo se adquiere pecado; todo hombre es creado como Adán, inocente y puro, dotado de perfecta libertad; por esto, es posible una vida enteramente buena y exenta de pecado; los niños recién nacidos son absolutamente puros y por esto el bautismo no tiene sentido alguno; solamente un adulto debe recibir el sacramento del bautismo como una señal externa de una purificación interna, realizada por la conversión libre y espontánea del pecador; la salvación es posible en virtud de la libre voluntad del hombre, aunque el ejemplo del Cristo sea de gran ventaja para todos los que no alcanzaren aún esa altura de perfección.
Agustín acusa a Pelagio de proclamar una ego-redención, cuando el cristianismo solamente conoce una teo-redención.
El conflicto entre ambos se basa, en último análisis, en una confusión u oscuridad de ideas, como siempre ocurre en casos análogos. Lo que el obispo africano y el monje británico entienden por el Yo o el Ego es, por tanto, que la ego-redención debía ser nítidamente definida, lo que todavía no ha sido explicado. De la misma forma, no había claridad sobre lo que cada uno de ellos entendía por la palabra “Cristo”. Si por “ego” se entiende al hombre hecho de elementos físicos, emocionales y mentales, está claro que ninguna redención es posible por él; pero si ese “ego” se transmuta en elemento eterno, divino dentro del hombre, en participación de la naturaleza divina, está claro que en tal caso la redención del ego es esencialmente idéntica a la redención en Cristo o teo-redención. Pablo sabía que “el Cristo vivía en él”, como Jesús sabía que no era “él quien hacía las obras, sino el Padre dentro de él”, que su doctrina no era suya, sino “de aquél que lo había enviado”.
Esta misma confusión continúa en vigor en nuestros días. Todos los dualistas son agustinianos; como todos los monistas son pelagianos, esto es, básicamente neo-platónicos.
En un nivel superior de comprensión de la Verdad, Agustín y Pelagio, y todos los demás antagonistas aparentemente inconciliables, son amigos hermanados en el mismo ideal supremo.
“Conoceréis la Verdad, y ella os hará libres”.
Aquél que es humilde y contento, y tiene una visión justa,
cuya mente está plena de aceptación y tranquilidad;
Aquél que Lo vió y Lo tocó,
está libre de todo miedo y perturbación.
Para él, el perpetuo pensamiento en Dios
es como aceite de sándalo sobre el cuerpo,
para él no hay otro deleite.
Su trabajo y descanso están plenos de música:
él irradia el esplendor del amor.
Dice Kabir: “Toca los pies de Aquél que es uno e indivisible,
inmutable y pacífico;
que llena las tazas hasta el borde, de alegría,
y cuya forma es el amor”.
Va en compañía del bien,
donde el Amado tiene Su morada.
Toma todos sus pensamientos, amor e instrucción de allí.
Deja que queme hasta las cenizas la asamblea
donde Su Nombre no se dice.
Dime ¿cómo puedes hacer una fiesta de boda,
si el propio novio no está?
No vaciles más, piensa sólo en el Amado.
No coloques tu corazón en el culto de otros dioses,
no hay valor en el culto de otros maestros.
Kabir piensa y dice:
“Así nunca encontrarás al Amado”.
El hombre nace despierto y luego se va adormeciendo. Nace en unidad y más tarde se convierte en muchos. Nace individual, y duerme soñando que es una multitud. Ahí está todo el problema, el desafío de la vida. Eso tiene que comprenderse. Esa es la búsqueda: estamos buscando aquello que éramos originalmente, lo que realmente somos. Aquello que nunca perdemos, sino que olvidamos. Tal vez por ser tan obvio nos hayamos olvidado.
Dice Jesús: “A menos que sean como niños no entrarán en el reino de los cielos”. Su indicación es clara. A menos que recuperemos la originalidad y vayamos hacia la fuente original . . . Una noche preguntaron a Jesús: “¿Qué debo hacer para conocer a Dios?” y Jesús respondió: “A menos que renazcas de nuevo, no Lo conocerás”. Tenemos que regresar hacia aquel espacio original donde estábamos antes de nacer.
Cuenta una vieja leyenda que Jesús, siendo niño, se negaba a aprender el alfabeto. No permitía que su profesor hablase sobre la letra Beta (dos), hasta que le pudiese explicar de forma satisfactoria el significado de Alfa (uno). Está claro que su maestro no podía explicarlo. Uno es el número sobre el cual se basa toda la aritmética; el número sobre el cual se basa cada indivíduo, todo el universo, el concepto de Dios, de la Realidad. Y Jesús insistía: “A menos que me explique cuál es el significado del uno, no quiero saber de cualquier otra letra del alfabeto. Primero me ha de decir qué es el Alfa”.
Esta leyenda no está en las Escrituras. Pero forma parte de las tradiciones esenias. Ella ha sido contada durante siglos, de maestros a discípulos. Es una historia significativa sobre Jesús: su insistencia en que el uno debe ser conocido, pues es la base de todo lo demás.
Cuando estás espiritualmente despierto, eres uno. Cuando olvidas quién eres, te transformas en muchos. ¿Has reparado que en tus sueños asumes papeles diferentes simultáneamente? Por la mañana, al despertar, eres uno. En tus sueños, eres director del sueño, el actor, la historia, y el público. Te transformas en muchos, dividido, en una multitud. Cuando despiertas todo desaparece en la unidad. Los orientales llaman ese mundo “maya”, la tierra de los sueños. Estamos todos dormidos. Por eso, buscar el uno o buscar la consciencia, es la misma cosa, pues siendo consciente eres una unidad, o siendo uno eres consciente.
Ahora déjame explicarte cómo y de qué manera estamos buscando la unidad. El niño nace. Su primera ligazón con el mundo es a través de la comida, absorber materia. La búsqueda se inicia: la materia quiere encontrar materia. La materia quiere tener una unidad orgánica con otra materia; ambas se están atrayendo. Ese es el primer amor: la comida. Cuando te sientes satisfecho después de comer o de beber, experimentas una sensación de unidad: la materia de fuera fue absorbida, lo interno y lo externo se han encontrado. Es un encuentro poco profundo, pues es solamente material, superficial, pero está presente.
Los esoteristas llaman a esto “muladhar”, primer chakra. Existen muchas personas que viven en el primer chakra: simplemente comiendo y defecando. La vida de ellas no deja de ser la de absorber y expeler materia; una vida totalmente mecánica. Es muy estrecha, un pequeño túnel. Muladhar es el espacio más pequeño en nuestro ser, por donde entra la luz en nuestra existencia, el primer centro. Funciona porque la criatura tiene que sobrevivir; si no se alimenta morirá, es una medida de sobrevivencia; pero no se debe vivir para comer, pues eso no sería absolutamente vida, sino una espera hasta que llegue la muerte. Estás escogiendo un placer pequeño, ordinario, una excitación. Y todas las posibilidades, en un número inmenso, están a nuestro alrededor . . .
Mira tu propia vida. Si estás muy apegado a la comida, procura estar más consciente. Es el primer paso hacia la unidad. Actualmente, hasta los físicos nucleares, dicen que los átomos están juntos porque se aman. La palabra “amor” no es la adecuada; parece antropomórfica. Pero algunos sabios dicen que ella quiere explicar algo así como atracción, y que tiene que ser empleada, pues no parece haber otra manera de ser comprendida. ¿Por qué los electrones, neutrones y protones están juntos? Debe haber una especie de unión o atracción, una cierta unidad, como en un caso de amor en un nivel más bajo, pero algo así debe haber. Puedes llamar a eso gravitación, magnetismo, o cualquier otro nombre, pero amor parece ser la mejor palabra porque explica todo el espectro, desde lo más bajo a lo más alto.
Amor parece ser la palabra más exacta. Cuando comes y te obsesionas con la comida, estás en la primera lección de amor: electrones, protones y neutrones son atraídos unos por los otros; tu cuerpo está atrayendo otro cuerpo-materia situado en el exterior. Está claro que hay una satisfacción, pues siempre que hay unidad esto ocurre, pero es la más baja. Hay que aprender a ir más allá. Por eso las religiones hablan de la importancia del ayuno.
Ayunar no significa morir de hambre, que tengas que matar tu cuerpo o ser destructivo. Significa simplemente: dar a tu cuerpo aquello que necesita, estar disponible para ascender a un segundo plano, al segundo centro. Si creas adicción por la comida estarás cerrado dentro de tu materialidad. No te apegues a los alimentos, ni al ayuno. Así alcanzarás un equilibrio y con ello habrá crecimiento.
El segundo centro o chakra es el esplénico, el bazo. Cuando el niño es saludable y feliz, comienza a dominar. Un deseo de poder nace en la criatura, y se politiza. Sonríe a las personas pues es consciente que, cuando ella sonríe, todos permiten ser dominados. Llora y grita, pues percibe que así puede manipular a los padres y a toda la familia. Una vez satisfechas las necesidades físicas, nace una nueva, igualmente vital: dominar. Ese es, nuevamente, un esfuerzo para conseguir la unidad: la que hay entre el dominador y el dominado.
Siempre que dominas a alguien, de alguna forma eres uno con él. Siempre que alguien se te rinde, o te entregas a alguien, los dos se transforman en uno. Por eso, en todo el mundo, las personas intentan dominarse mutuamente. El mundo entero intenta dominar. Si lo comprendes bien, verás que eso es buscar la unidad.
Cuando derrotas a una persona y la posees, es absorbida dentro de tu ser. La vitalidad, la energía de la vida de esa persona se une a la tuya. Esa abertura es un poco mayor que la primera. La persona adicta a la comida está más cerrada que aquella que lo está por el poder; por lo menos, la segunda se relaciona con los otros. Tiene cierto tipo de relacionamiento aunque no sea una buena relación, pues la dominación es siempre violenta, agresiva, pero de cualquiera de las formas hay relación.
Los políticos y los militares viven en el segundo centro. Los glotones viven en el primero. Entonces viene el tercero, el plexo solar. Hombre y mujer quieren encontrarse, ser uno. En la Biblia está escrito: “Dios creó a Adán a su propia imagen y semejanza”. Una cosa hay que entender: Adán debió de haber sido dos -Adán y Eva - , caso contrario, Eva no hubiera sido extraída de Adán. En el original hebreo explica que Dios creó a Adán y Eva en un ser. El ser original creado no era hombre ni mujer, sino que era ambos, una unidad. A partir de esa unidad, Dios podía separar a la mujer.
Si preguntas a un médico, te dirá que cuando el niño está en el vientre materno, en las primeras semanas, no se puede definir el sexo. A los pocos meses, la distinción aparece. La célula original es, al mismo tiempo, macho y hembra; aún no está dividida. Por eso no es cierto decir que Dios creó a Adán. Mi opinión es: Dios creó a Adán-Eva. De dos palabras hago una. Dios creó a Adán-Eva, y después lo dividió en dos. Con este acto nació un gran deseo de encontrarse el uno con el otro.
Cada hombre busca una mujer y cada mujer busca un hombre. Están buscando lo opuesto, el otro polo. Sin el otro, parece que algo está faltando, que la vida parece incompleta, que no estamos enteros. Por eso hay tanto deseo por el amor, por amar y ser amado. Ese es el tercer chakra: la necesidad de que el macho y la hembra se encuentren y sean uno.
Dentro de la naturaleza más baja, ese es el centro más alto. De los tres, el sexo es el más grande. La gula acumula; son las personas más groseras del mundo. Nunca comparten nada; son los miserables, los ricos, los explotadores, los que solamente acumulan. Un poco mejores son los políticos y los militares; al menos hay una relación con sus semejantes. Pero son peligrosos, pues es una relación de dominio. Solamente conocen el ser dominados o dominar. Tienen un lenguaje inhumano. Conocen solamente la guerra, la violencia, la agresión. Todo su esfuerzo es ser tan dominantes que lo puedan absorber todo.
La primera relación se hace con cosas: dinero, casas, automóviles, comida. La segunda relación la hacemos con personas. La tercera relación es con el sexo, la de los amantes: poetas, artistas, pintores, viven en este tercer centro, el estético. Si amas a una persona, no quieres dominarla, porque si lo hicieras, estarías contaminado por el segundo centro, aún no es amor. Si realmente amas, quieres libertad para ti y para la persona amada. El amor libera, da independencia, pues la belleza del amor existe cuando hay libertad. No es una dominación sino un compartir, una respuesta: los dos son felices por compartir sus energías. Pero eso no es tan humano, porque los animales pueden hacerlo y lo hacen muy bien, a veces mejor que los hombres. Pero la búsqueda está subiendo.
Cuando un hombre y una mujer realmente se encuentran y llega la felicidad, ellos experimentan la chispa divina, lejana, distante, pero divina. Por eso entendemos la atracción sexual, todo el profundo deseo por el orgasmo, porque tal vez por un momento, por una fracción de segundo . . . hay un vislumbre rápido, pero Dios ha sido presentido.
El viciado por la comida está lejos; no se da cuenta de nada. La adicción al poder es fea, agresiva, turbulenta; no presiente nada. En un caso amoroso, profundamente sexual, Dios puede penetrar por primera vez en ti. El primer rayo entra con el orgasmo sexual. Se trata de un momento en que eres consciente de la bendición que significa que dos personas se encuentren tan profundamente que se disuelven la una en la otra. Un momento en que sus límites desaparecen, en que como por milagro, laten ambos en un solo centro. Surge un ritmo y las dos personas entran en sintonía. Ese ritmo es tan fuerte, tan poderoso, que ambas se pierden y se rinden dentro de él.
Recuerda que en el segundo centro intentas hacer que alguien se rinda a ti y el otro intenta hacer lo idéntico. En el tercero, ambos se entregan a alguna cosa que está mucho más allá de los dos. Ambos se rinden al Amor, a una unidad de la energía y, en esa entrega, los dos desaparecen. Por un único momento, ambos son Adán y Eva juntos.
Dice la Biblia: “Dios creó al hombre a su imagen y semejanza”. Cuando Adán y Eva “realmente” se encuentran, la imagen de Dios es nuevamente reflejada en el lago de sus consciencias. Esa consciencia refleja la luz de Dios . . . aún distante, pero la primera chispa entró en ti.
El chakra Muladhar o básico, es el primer centro. El esplénico es el segundo. El tercero, el plexo solar, es psicosomático; es la unidad más alta del mundo de abajo; es momentánea, pero de gran significado.
El cuarto centro, el chakra cardíaco, va más allá del sexo, es amor puro. Cuando ves una flor en tu corazón, lates con ella, no hay sexualidad. No hay antagonismo. Simplemente te emocionas con la belleza que no es masculina ni femenina, está más allá del sexo. Miras al cielo en la noche, lleno de estrellas y, de repente, sientes una profunda emoción. Surge una tremenda alegría . . . parece que te encuentras unido a una estrella brillante . . . No hay macho ni hembra, no es una cuestión de polaridad.
El amor va más allá de la polaridad, el sexo está abajo, necesita un opuesto. Por eso, en el sexo hay un conflicto sutil; con los opuestos la armonía no puede ser total. Tal vez, por algunos momentos, pero el conflicto regresa. Los amantes están siempre luchando. Dicen los psicólogos que cuando dos amantes dejan de luchar es señal de que el amor está desapareciendo. Los amantes son enemigos íntimos. Están siempre provocándose, discutiendo. Hay momentos en que ellos se disuelven completamente el uno en el otro, pero son momentos muy raros.
Con el amor desaparece la polaridad. El amor se parece mucho a una amistad. Puedes amar un árbol, una piedra, las estrellas, las plantas, cualquier cosa. El amor no tiene nada que ver con la polaridad, está más allá de los opuestos, por eso la unidad es más profunda. Ese es el cuarto chakra, el cardíaco, el del corazón. En ese centro eres realmente humano. Hasta el tercero, eras parte del reino animal; un animal en medio de otros, nada más. En el cuarto eres especial, único; nace la humanidad, eres un ser humano.
Sólo por parecer un hombre, no quiere decir que seas humano. Cuando el cuarto chakra comienza a funcionar, es cuando realmente lo eres. Muchas personas mueren como animales; nunca van más allá de la sexualidad, ni llegan a saber que existe un tipo de amor sin opuestos, que no contiene conflictos. El amor es incondicional; el sexo te condiciona. En la sexualidad hay un dar y un tomar; en el amor, tú simplemente te derramas, no pides, no hay nada que pedir. Y tú recibes mil veces más sin pedir nada. Todo viene por sí mismo: la existencia entera te lo devuelve, como un eco.
En el cuarto centro existe nuevamente la unidad: lo más bajo y lo más alto se encuentran. Recuerda esas unidades, porque poco a poco estamos caminando por ser uno. En el primer plano, la materia encuentra la materia. En el segundo plano, lo vital encuentra lo vital. En el tercero, se encuentran los opuestos, el yin encuentra al yang. En el cuarto plano, lo más bajo encuentra lo más alto. Tres centros más bajos que el cardíaco, el del corazón, y tres centro más altos. El corazón es la puerta central, es un puente.
En el centro del corazón Dios encuentra el mundo, lo no-manifestado encuentra lo manifestado, lo desconocido encuentra lo conocido, el anfitrión encuentra al huésped, la mente encuentra la no-mente. El corazón es el centro más misterioso del hombre. Y, a menos que tu corazón comience a funcionar, nunca sabrás cuál es el propósito de la vida. Con él se inicia lo más alto. Se abren vastos espacios . . . comienzas a salir del túnel.
En la Circular de Noviembre pasado dí por terminado los comentarios sobre los versos de Kabir. Pero ha sido tanta la atracción por ellos, que he decidido continuarlos durante algunas Circulares más, en la convicción de que estáis disfrutando de ellos. Caso contrario, podeís hacerme cualquier comentario sobre el particular. Gracias.
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