ALCORAC
SALVADOR NAVARRO h
Dirigida a la Escuela de:
Mallorca
Circular nº 12 , año IX
Bunyola, 1º de Diciembre de 2.003.
Historia de la filosofía.-
En contraposición a Hegel y toda el ala de supremacía estatal, defiende Bergson el valor supremo de la “individualidad” humana. Cualquier especie de sociedad es un medio y no un fin en sí misma.
Esa fuerte focalización de la individualidad humana es, sin duda, una de las razones principales del por qué la filosofía de Bergson goza de tal universal simpatía entre las clases “cultas” (y no sólo civilizadas) de casi todos los países. Conviene, todavía, notar que “individualidad” no es individualismo. Bergson no aboga por la soberanía del ego personal, del falso yo periférico, físico-mental, ideología esa que llevaría fatalmente a la desintegración de la sociedad, una vez que todo egoísmo es desintegrador y dispersador. Lo que él entiende por “individuo” es el Yo central, real, el espíritu humano, la esencia espiritual del hombre. Es lógico que la sociedad o el Estado (que para Bergson no es una entidad autónoma, transcendente, como lo es para Hegel), tengan la función de promover la verdadera prosperidad del Yo humano y no deban servirse de ella como de un medio para sus fines particulares. Bergson aprueba integralmente el pensamiento de Kant, de que, en ningún caso puede el Yo humano ser usado como un medio para otros fines, sino que él es un fin en sí mismo. Por esto, durante el dominio nazi y fascista en Europa, Bergson combatió enérgicamente esa ideología, acabando por abandonar Europa durante la segunda guerra mundial, marchando a los Estados Unidos donde podía continuar proclamando libremente esta gran verdad.
En el terreno económico-industrial, defiende Bergson coherentemente, esa misma idea ético-social: el Yo humano no ha de ser reducido a una “máquina” o una “cosa”, porque esto sería adulteración de su individualidad, generando descontento en el trabajo y produciendo la revolución de las masas así explotadas. El comunismo de Marx, Engels, Lenin, Stalin y otros, es hijo legítimo del estatismo de Hegel. La opresión y abolición del Yo humano, como pregona la filosofía estatal de Hegel, genera una rebeldía íntima, porque intenta adulterar la profunda esencia del Yo, que no es adulterable y los explotados se transforman en explotadores. Está claro que el comunismo es enemigo del nazismo, pero no por esto deja de ser verdad que es hijo legítimo o hermano gemelo de él, porque los extremos se tocan. El estatismo hegeliano niega la individualidad, inventando una entidad super-individual en forma de divinidad estatal autónoma, que maneja al individuo como un juguete sin derechos; el comunismo marxista, a su vez, derribando del trono esa divinidad “super-individual”, y la sustituye por la divinidad del colectivo. Si el “super-individualismo” de Hegel suplanta la personalidad humana por una “hipertrofia” heterogénea o “infra-individualismo” de Marx, lo elimina por una atrofia no menos heterogénea. Poco importa que el Yo humano sea muerto por exceso o por defecto; en cualquier hipótesis, es destruido, tanto por hegelianos como por marxistas. Para aquellos, el Yo es esclavo del Estado “super-individual”; para éstos, el Yo es sacrificado al bloque social, “infra-individual”.
Entre esos dos extremos, que se unen en el mismo mal, debería estar la democracia; pero, desgraciadamente, no lo está. ¿Por qué no? Porque las democracias que conocemos son, como regímenes políticos, la apología del “personalismo”, del ego y no de la “individualidad del Yo”. Una democracia real y genuina sería el más alto triunfo de la individualidad humana, esto es, del hombre genuino e integral. Tanto los hegelianos como los marxistas detestan las democracias y derraman sobre ellas todo su vocabulario de improperios. Entretanto, lo que contemplan son las falsas democracias que conocemos en el presente y no la verdadera, la cosmocracia del futuro que, prácticamente, ignoramos. Nuestras democracias no dejan de ser autarquías personales colectivas.
Lo que los regímenes políticos entienden, generalmente por personalidad, libertad y todos los otros “slogans” que son de uso y abuso entre nosotros es, en último análisis, la absoluta indisciplina y desacato del ego humano, carta blanca para todos sus caprichos y egoísmos. Esa falsa democracia no puede, naturalmente, inspirar respeto a los antidemócratas de derecha o de izquierda. Si existiese la verdadera democracia como régimen político, expresión mínima del altruismo y el amor espontáneo, no tardarían los demás en respetarla.
Bergson defiende, directa o indirectamente, una “democracia cosmocrática” y no autárquica. Claro está que semejante régimen no puede ser establecido por decreto, sino que tiene que ser el resultado de una evolución del hombre integral; esa evolución que va con pasos mínimos en espacios máximos, como el crecimiento imperceptible de una planta, como la maduración natural de una fruta.
La seguridad material, blanco de todas las dictaduras, tiene que ser el fruto espontáneo de la realización individual, ideal de las democracias. El colectivismo estable es el producto final de las individualidades perfectamente maduras en toda su profundidad y amplitud.
Para Bergson sólo existe una política estable y garantizada: la que deriva de la propia naturaleza humana.
Arthur Schopenhauer.-
En su obra prima “El mundo como voluntad e idea”, canta este místico europeo las grandezas de la no-existencia, la total extinción de la voluntad individual.
Juntamente con Nietzsche, es Schopenhauer el filósofo alemán más leído y citado, aunque muchas de las ideas de estos pensadores tengan tanto de locura como de genialidad. Gran parte del público lector gusta de ideologías extremas, osadas, porque aunque lo que dicen no sea aceptable, lo que no dicen o nos hacen adivinar, es misterioso y fascinante.
Lo que sé de este mundo – dice Kant – es mi reflejo subjetivo del mismo; el mundo objetivo en sí es desconocido para mi. Del mundo objetivo nada se. Todo lo que sabemos es el reflejo interno de esa realidad externa, eternamente desconocida.
Ese mundo subjetivo es lo que Kant llama el mundo fenomenológico o simplemente fenoménico, es decir, la apariencia.
El mundo de los fenómenos es, pues, un compuesto del mundo objetivo (especie de materia prima) y mi impresión subjetiva (especie de forma impresa de ese mundo). Este mundo interno es enteramente moldeado por mis categorías de conocimiento (espacio, tiempo, causalidad; si otra fuera mi naturaleza humana, otro sería mis medios de conocer y otro sería mi mundo conocido. Pero, como nadie puede salir de su naturaleza humana, no podemos tener del mundo externo otra experiencia que no sea humana. Estamos determinados “a priori” a ver el mundo, no como él es, sino como nosotros somos.
Ese sistema de conocimiento no nos permite afirmar ni negar nada del mundo objetivo, externo; todo lo que puedo afirmar o negar se refiere únicamente a mi mundo fenoménico interno. Pero más allá de este mi mundo humano está el mundo cósmico, incógnito. El hombre ingenuo e inexperto vive en la perpetua ilusión de esta gran verdad, confundiendo inconscientemente esos dos hemisferios, afirmando o negando del mundo objetivo lo que debería afirmar o negar de su mundo subjetivo.
Schopenhauer, meditando sobre estas tesis de Kant, se pregunta a sí mismo. ¿Por qué razón establece el filósofo una diferencia esencial entre sujeto y objeto? ¿Entre el Yo y el No-Yo? ¿Por qué funciona el Yo de modo distinto al No-Yo? ¿Por qué ese dualismo arbitrario, cuando el sujeto es una parte del objeto y las leyes que gobierna el Yo y el No-Yo son las mismas? No hay dos legislaciones cósmica, una para el sujeto y otra para el objeto.
Ahora, concluye Schopenhauer, debemos juzgar el objeto de acuerdo con el sujeto, esta es la norma cognitiva para aquél.
¿Qué es esencial en el sujeto? ¿Cuál es la quintaesencia de la naturaleza humana?
Si descubro la naturaleza íntima de mi Yo humano, conoceré también la íntima naturaleza del No-Yo cósmico, del mundo que me rodea.
¿Qué es, pues, el trasfondo del Yo humano?
Descartes, Spinoza, Leibniz, Hegel y todos los racionalistas, afirman que la esencia del hombres es la razón, que se revela en el pensamiento y se expresa en palabras. De ahí, se concluye la total racionalidad del universo.
Sigue en la próxima Circular de Enero de 2.004.
LA SABIDURÍA ANTIGUA.- |
En sus “Confesiones” San Agustín dice que sabía lo que era el tiempo cuando nadie le preguntaba sobre el particular, pero lo ignoraba cuando le solicitaba lo explicase. Si alguien nos preguntara: “¿Qué es el tiempo?” también podríamos quedar desconcertados. Lo conocemos íntimamente como tiempo en el calendario, tiempo para comer, para una cita, el tiempo que llevamos para escribir una carta o para entrar o salir del trabajo. Conocemos el tiempo como diversión, placer o los años de nuestra vida y hasta de épocas históricas. Oímos hablar acerca de la inmensidad de años luz en astronomía y los fugaces nanosegundos en la física nuclear. Nuestra experiencia del paso del tiempo nos es familiar, pero raramente nos paramos a pensar en lo qué es realmente el tiempo. Pasado, presente y futuro están arraigados en nuestra concepción del mundo. Pero somos propensos a considerarlo por lo que aparenta ser, sin preocuparnos de su verdadera naturaleza.
Las ideas sobre la duración del tiempo vienen de nuestras sensaciones, de acuerdo con la ley de asociación, vinculada a la relatividad del conocimiento humano. Eso sería inadecuado para definir la sutileza del tiempo. Pasado, presente y futuro son categorías groseras producidas por la mente, a través de los cuales vivenciamos los hechos en cadena, “la sucesión panorámica de nuestros estados de consciencias”. Los tres son divididos por separado, cuando en realidad son “compuestos” sólo con relación al plano fenoménico, pero en la esfera espiritual no tienen validez. En ese espacio transcendente, el tiempo no existe en el sentido de nuestra experiencia secuencial. No hay movimiento de pasado para el presente o futuro, pues es todo lo mismo.
Tal idea de todos los tiempos existiendo simultáneamente en un estado intemporal podría ser incomprensible para nuestras mentes finitas. Consideraremos posteriormente este concepto y seremos más explícitos, como también su relación con la física moderna. Por ahora, será suficiente comprender que el tiempo, a semejanza del espacio y el movimiento, tiene raíces en el número, donde su forma es diferente de su apariencia en nuestro mundo cotidiano. Espacio y Tiempo son uno, inamovible e incognoscible. Y, aunque la fuente del tiempo pueda ser desconocida, podemos darle una designación: Duración.
Se concibe el tiempo en el mundo manifestado diferente del flujo lineal, unidireccional, producido por nuestras mentes. Podemos hablar de ciclos, de periódico nacimiento y desaparición de universos y seres que atraviesan estadios de evolución y desarrollo, para después retornar al punto de partida, sólo para repetir el modelo, como puede ser ilustrado por un proceso de siembra y floración. Esta visión cíclica, típica de la filosofía oriental, visualiza la manifestación en todos los niveles como periódicas, como un flujo y reflujo rítmico. Toda la naturaleza, desde universos y galaxias hasta células y átomos, opera con este principio que también es la pauta para el crecimiento y desarrollo humano.
Entretanto, nuestra experiencia común del tiempo contrasta con la intemporalidad omnipresente de la Duración y con la visión cíclica. Para nosotros el tiempo se presenta como un río que fluye desde el pasado para el futuro. Los hechos parecen ocurrir en una sucesión infinita de momento que se mueven ante nosotros. El presente inmediato parece haber surgido del pasado y estar desapareciendo en el futuro, siempre en la misma dirección: hacia delante. Pasado, presente y futuro son también divididos en intervalos separados, aglomerados de tiempo que diferencian el flujo lineal, uniforme. Medimos esos segmentos con relojes y calendarios y, en secuencia, programamos nuestras vidas y actividades. Estamos dominados por relojes más de lo que nos pueda parecer. Nos fragmentamos en unidades de tiempo medido.
Subconscientemente hallamos que el río del tiempo tiene que fluir a un ritmo constante. Este concepto, basado en la visión newtoniana del universo, influencia pérfidamente nuestra actitud con relación a la vida. Nos puede parecer que el tiempo termina y necesitamos darnos prisa para hacer todas las cosas pendientes, hasta el punto de producir una claustrofobia en el tiempo, un sentimiento de opresión al darnos cuenta de la brevedad del tiempo. Esta sensación de urgencia acelera procesos corporales, tal como latidos del corazón, respiración, producción de determinadas hormonas, elevación de la presión sanguínea, y puede resultar en aquello que es llamado “enfermedad de la prisa”, tal como cardiopatías, alta presión sanguínea y derrame, depresión o bajada del sistema inmunológico, que desemboca en infecciones. No hay duda que una ansiedad vinculada al tiempo tiene el poder de destruir.
Hay pueblos primitivos que tienen una visión diferente del tiempo, lo cual está más en armonía con el carácter intemporal de la Duración. No tienen substantivo para la palabra tiempo y ningún concepto de algo que fluye hacia delante o que está dividido en segmentos. Al contrario, hay un concepto general de cambio, de cosas permanentes, de un hecho seguido de otro, de un posterior crecimiento, un concepto parecido al del filósofo Bergson que concibió el tiempo como un flujo sin fracciones, no segmentado: “el tiempo verdadero, no cronológico, consiste de un presente que fluye, continuado y eterno, que contiene en sí su propio pasado”. Según esta definición, el tiempo es un continuo en el cual se disuelven las líneas demarcatorias entre pasado, presente y futuro. Vinculado o no a conceptos lingüisticos, un sentido de flujo nos permite transcender las presiones de unidades temporales, penetrando en una corriente de tiempo en el cual nuestras vidas puede moverse armoniosamente. Esto refleja la totalidad de la Duración.
Los espiritualistas, así como muchos filósofos, han visto al tiempo como una sucesión de hechos, como una secuencia y es tanto propiedad de nuestras mentes como una parte de la realidad. Lo percibimos de forma seriada y lo clasificamos en pasado, presente y futuro, mientras que las acciones simplemente “son”. El tiempo es una generalización, un concepto abstraído de experiencias concretas. Después le atribuimos vida propia, una realidad suya, como si tuviese una existencia separada de nuestra experiencia de acciones realizadas. En contraste con la noción de que el tiempo fluye ante nosotros, que permanecemos estacionados, “dejados atrás” por la sucesión de experiencias, el tiempo no es más que ilusión producida por los distintos estados de consciencia, a medida que atravesamos la Duración Eterna. Nuestra fuerte tendencia de ordenar las cosas en secuencias, actúa sobre nuestra percepción del mundo y nuestro sentido de tiempo lineal fragmenta el panorama ininterrumpido de cambios entremezclados de la naturaleza, que es percibido con más claridad por estos pueblos primitivos.
Cuando soñamos o vivenciamos fantasías, o estamos sumido en pensamientos, el tiempo puede ser expandido o ampliado, de manera que minutos o segundos pueden parecer horas. La sensación de pasaje rápido o lento del tiempo puede resultar en factores físicos, tales como temperatura corporal, calor del aire, café, te, alcohol, así como de factores psicológicos, como tedio o interés. ¡Con qué frecuencia sentimos que la semana de trabajo se hace lenta, mientras que los fines de semana “pasan volando”! La “progresión ordenada, militar, del tiempo medido”, es diferente al “tiempo ilimitado de la mente”, para expresar expresiones de Bergson. Para algunos, el tiempo normalmente parece fluir más lentamente que para otros y, diariamente, fluctuamos en nuestra percepción del ritmo del fluir del tiempo. Hay momentos cuando el tiempo es una corriente y se mueve aceleradamente montaña abajo y, después, es como un río sereno y serpentea entre la planicie. Ninguno de estos modelos es “correcto”; el tiempo no posee ninguna velocidad. Pero demasiada “prisa” puede ser perjudicial y el ritmo lento puede tener efectos curativos.
Los niños se sienten a gusto con el tiempo no lineal; al jugar parecen anular el tiempo medido. A través de un proceso de bio-realimentación, meditación, juegos creativos y técnicas de relajación, nosotros también podemos modificar nuestra sensación del tiempo y hacerlo más lento, habiéndose comprobado que los procesos biológicos pueden ser más lentos de manera saludable.
La “enfermedad de la prisa” puede ser revertida, expandiendo nuestra concepción del tiempo de una visión crónica y agitada, de flujo inexorable, para una sensación amplia del tiempo. Esto se puede hacer a través de las llamadas “terapias de tiempo”, tal como la visualización y fantasías, bio-realimentación, hipnosis y meditación. En esas experiencias, el pasado, presente y futuro se funden en una liberación de las presiones del tiempo, siendo roto momentáneamente el dominio auto-impuesto del tiempo sobre nuestras vidas. Esas prácticas también tienden a modificar nuestro concepto lineal del tiempo como avanzando inexorablemente hacia delante. Podemos aprender a romper los grilletes del tiempo lineal y vivenciar un “presente en flujo eterno”, tal vez sintiendo algo de la intemporalidad de la Duración.
Cuando no estamos dominados por el tiempo cronométrico, ni el tiempo lineal, vivimos más en armonía con el tiempo en su aspecto cíclico. Con las personas que viven próximas a la Naturaleza, los ciclos tal como estaciones, día y noche, fases de la luna y los ciclos internos, vigilia, sueño, respiración, menstruación, desempeñan una parte importante de la vida. El sentido de tiempo para tales personas está moldeado por hechos recurrentes, sus vidas ordenadas por ritmos naturales, como el plantar, cosechar, ordeñar, en vez de relojes y la división artificial del tiempo. Para esas personas el tiempo es un proceso dinámico, interminable, un retornar continuamente hacia sí mismo, una espiral en vez de un río. El ritmo natural del vivir en el tiempo cíclico representa preservar el principio de los ciclos, grandes y pequeños, que el espiritualismo y la filosofía oriental ven como circulando por toda la realidad manifestada. Vivir en armonía con los ciclos es estar en armonía con la naturaleza del universo.
Continuará en la Circular de Enero de 2.004.
VIDA DE SAN PABLO.- |
Con la expedición de Pablo y Bernabé, por las montañas de Pisidia y Galacia, inauguró el cristianismo su marcha triunfal a través de Asia, célula-madre de la humanidad, cuna de la redención y escenario de los mayores hechos apostólicos.
Estaba el género humano preparado más que nunca para recibir el mensaje de redención: el mundo entero estaba unido bajo el cetro del Cesar; las legiones romanas dominaban todos los caminos estratégicos del mundo conocido; la cultura helénica iluminaba los espíritus; la austeridad del monoteísmo judaico defendía el principio básico de toda la religión; el politeísmo pagano y la depravación moral de la humanidad clamaban por un redentor y, en medio de esa ambiente de expectativa universal, viene el iluminado de Damasco para lanzar el Evangelio del Dios desconocido, por el cual suspiraba el subconsciente de la humanidad.
Es sábado.
En el ghetto israelita de Antioquía de la Pisidia no se trabaja. Todos los bazares están cerrados. En trajes festivos se dirigen los judíos y los prosélitos a la sinagoga, situada en las márgenes del Anthios. Sobre la entrada del santuario se curvan dos ramos de olivo con la leyenda: “Templo de los Hebreos”. Una larga escalera da acceso a un recinto espacioso. Pesada cortina verde oculta el altar, sobre el cual están depositados los rollos sagrados. Ante él, un candelabro de siete brazos y, suspendidas del techo, numerosas lámparas. En el centro, sobre un estrado, se levanta el púlpito para el rabí. Las mujeres están sentadas a un lado, detrás de un balaustre de madera. Los hombres llenan la vasta sala.
¡Ansiosa expectativa! . . .
En la ciudad se habla mucho de los huéspedes que en ese sábado van a hablar.
Entran Pablo y Bernabé. Llevan sobre los hombros el talith, especie de manto con listas blancas y pardas, que los distingue de los prosélitos.
¡Todos los ojos están fijos en ellos!
Se sientan los recién llegados en los bancos, en medio del pueblo. Un sacerdote pronuncia en voz alta las preces iniciales Después, el sirviente extrae el libro sagrado en forma de rollo; lo desdobla cautelosamente por donde había terminado la semana anterior y lo entrega al lector.
Terminada la lectura con voz monótona, de un salmo o una profecía, explica el jefe de la sinagoga el sentido de lo escuchado.
Después, se vuelve amigablemente a los dos recién llegados, diciendo:
“Hermanos, si queréis dirigir alguna palabra edificante al pueblo, hablad”.
Se levantó Pablo, se colocó en medio y, levantando el brazo derecho, hizo la señal de pedir silencio y atención. Y dijo:
“Varones de Israel y los que teméis a Dios, escuchadme”.
Y comenzó a discurrir sobre la historia de Israel y los vaticinios de los profetas.
Quien lea con atención el discurso de Pablo, escrito por Lucas en el capítulo 13 de los “Hechos de los Apóstoles”, tiene la impresión de que el orador había hablado con cierta solemnidad protocolaria, en un tono impersonal.
El auditorio era mixto, heterogéneo, aunque dominaba el elemento judío. Frente a esto, no podía el apóstol silenciar la privilegiada posición del pueblo elegido en el plano divino de la redención.
Cabezas encanecidas y frentes arrugadas asentían complacientes, aprobando las palabras del inteligente discípulo del gran Gamaliel.
Pero, cuando Pablo pronunció la frase fatídica: “En Jesucristo os anuncio el perdón de los pecados; y de todas las cosas que no puede absolver la Ley de Moisés, será absuelto todo hombre que tuviera fe.” se oyó en medio del pueblo un murmullo de reprobación y desagrado. Pablo sentía dentro de sí como una onda de creciente antipatía y animosidad que lo envolvía desde todos lados. Sabía que el orgullo nacional y el estrecho nacionalismo de sus hermanos de raza no tolerarían la equiparación de los gentiles con los israelitas; pero poseía bastante libertad de espíritu para abogar en plena sinagoga por la universalidad de la redención y la virtud salvadora de la fe en Jesús el Cristo. Para Pablo no había judío ni gentil, ni hombre ni mujer, ni griego ni bárbaro, ni libre ni esclavo, sino solamente discípulos de Cristo; Cristo ayer, Cristo hoy, Cristo por todos los gilos . . .
Entretanto, el sacerdote supo ser delicado y amable con Pablo: lo invitó a continuar su serie de prédicas para el próximo sábado.
¿Estaría el propio jefe de la sinagoga impresionado con las ideas del orador?
Mientras tanto, Pablo no había alcanzado todavía el punto neurálgico de la cuestión; no había entrado aún en el terreno de sus experiencias personales. Se había mantenido inteligentemente en el terreno objetivo de los hechos históricos universalmente conocidos.
“Muchos de entre los judíos y prosélitos - escribe Lucas - siguieron a Pablo y Bernabé.”
Llegaron los dos a la casa donde estaban hospedados. Pablo no tenía manos para medir tantas visitas y consultas. En medio del susurro de las lanzaderas del viejo telar, les exponía la jubilosa realidad de la que traía lleno el espíritu y transbordando el corazón.
“El sábado siguiente, casi toda la ciudad se reunió para escuchar la palabra del Señor”.
Pablo y Bernabé fueron a la sinagoga, que estaba atestada de gente. Esta vez, los gentiles habían acudido en mayor número. Se había esparcido la noticia de que el recién llegado doctor de la ley no hacía diferencia entre judíos y gentiles; exigía, solamente, que todos tuviesen fe en Jesús el Cristo y todos se salvarían indistintamente.
Era, como dirían hoy, y predicador “moderno”.
A la vista de tal multitud, los judíos se llenaron de envidia, contradiciendo las palabras de Pablo y profiriendo injurias.
Entretanto, Pablo no se intimidaba. Hablaba y hablaba con ardor y entusiasmo del Cristo, el Mesías prometido a Israel, el Redentor de todos los hombres.
Si, en los primeros tiempos, cristianos nacidos del judaísmo y paganismo, llegaron a fundir sus antagonismos nacionalistas y religiosos en una grande y universal armonía, a punto de ser “un solo corazón y una sola alma”, como dicen los “Hechos de los Apóstoles”, esta fue, sin duda, una de las más espectaculares victorias del Evangelio.
Desgraciadamente, a partir del siglo IV, esa gran “Catolicidad” del cristianismo fue declinando hacia estrechos parcialismos sectarios.
Asumió tales proporciones el tumulto en la sinagoga de Antioquía que Pablo se vio imposibilitado de continuar su exposición. Terminó exclamando:
“A vosotros antes que a los demás era necesario se anunciase la palabra de Dios; mçás, puesto que la repeléis y no os juzgáis dignos de la vida eterna, sabed que nos volvemos hacia los gentiles.”
“Oyendo esto se alegraron los paganos y glorificaron la palabra del Señor; y creyeron cuantos estaban destinados para la vida eterna.”
Rápidamente se fue extendiendo el Evangelio por toda aquella región. Desde la guarnición romana hasta la barraca del curtidor, se comentaban los acontecimientos en la sinagoga de los hebreos.
Apelaron entonces los judíos a las dos clases sociales que, en todos los tiempos, han sido grandes factores, como también peligrosos enemigos de la paz confesional: los aristócratas y las mujeres.
“Los judíos incitaron a las mujeres distinguidas, que adoraban a Dios y a los primates de la ciudad y levantaron persecución contra Pablo y Bernabé, y los arrojaron de su territorio.”
Decir la verdad es siempre peligroso.
Más peligroso todavía, cuando estas verdades contrarían los ídolos del corazón humano y los fetiches de la sociedad.
Muy peligroso, cuando la inteligencia es suplantada por el corazón, como sucede y no es raro, en ciertas almas femeninas, incapaces de distinguir la realidad objetiva de sus predilecciones personales.
Se retiraron los dos apóstoles y fueron a pregonar en otras partes el Evangelio de la redención.
La palabra de Dios no está atada a nadie ni a nada . . .
Continuará en la Circular de Enero de 2.004.
PSICOLOGÍA Y MENTE
La psicología es una ciencia que trata de la naturaleza humana, de las tendencias, inclinaciones y puntos de vista del ser humano. Cuanto más el hombre penetra en la parte más profunda de esa ciencia, más clara y explicada se hace la vida. La palabra psicología, que está siendo usada aquí, no es lo que en general se comprende hoy como psicología, esto es, una rama de la ciencia médica moderna. Cuando hablo sobre psicología, me estoy refiriendo al punto de vista de los pensadores, a la manera de cómo el sabio contempla la vida, al modo de ser meditativo, a las ideas de los que conocen la vida en plenitud. Existe psicología individual y hay psicología de masas. Es interesante notar que, cuanto más nos familiarizamos con la psicología, más comenzamos a ver que lo meditativo tiene su lado de irreflexivo, el sabio su lado necio, el sobrio su lado de intoxicación y el fuerte un lado de flaqueza.
Uno de los aspectos más importantes de la psicología es la actitud mental. La mente del hombre asume una cierta actitud y pasa a ver el mundo entero bajo ese punto de vista. Si tiene miedo, suspicacia o sospechas, su actitud revela lo revela. Comienza a temer, dudar y sospechar. Una persona común nunca sabe cuando modifica su actitud. La vida es una intoxicación. La actitud de una persona está siempre de acuerdo con la actitud con que se enfrenta a la vida. Puede ser un hombre meditativo, sabio, ser una persona culta, pero tras su actitud está el miedo, la duda o el recelo. Ve el mundo bajo ese prisma y quiere probarse a sí mismo la verdad de aquello que oculta en su mente. Eso no quiere decir que cosas o personas sean aquello que el hombre piensa y teme. Lo que ocurre en primer lugar es que la sombra de la mente humana que tiene ese tipo de pensamiento, cae sobre cosas y personas. La acción de la sombra proyectada por él le convence de la exactitud de su duda, la verdad de su sospecha y la realidad de su miedo. En otras palabras, la duda, la sospecha o el miedo para él se transforman en entidades vivas.
Cuando alguien piensa: “Todo el mundo es poco amistoso conmigo, no tengo amigos”, sólo verá rostros desagradables a su alrededor. Pueden ser amigos, pero para tal hombre nunca lo son. Cuando alguien sospecha que algún otro está actuando contra él, comienza a creer en la falsedad de los actos ajenos. Si lo ve escribiendo, piensa que es en su contra. Si alguien está absorto en sus pensamientos, piensa que trama algo desfavorable a sus intereses. Llega hasta el extremo de pensar, si ve a alguien adormecido, que sueño con algo que puede perjudicarlo. Lo que ocurre es que su pensamiento de sospecha se refleja como una sombra en la persona que contempla o en la que piensa. Pero no hace eso conscientemente. Lo que puede ocurrir es que consigue inspirar a la otra persona para que haga algo sospechoso, y así probarse a sí misma de que sus sospechas son ciertas.
Eso ocurre también con la falta de confianza. Cuando no confiamos, pensamos que todo lo que hacen los otros es falso. Si tuviéramos que luchar con todas las personas que quieren llenar de sombras nuestros pensamientos, esa lucha no tendría fin. Atraeríamos con esa actitud toda suerte de maleficios o quedaríamos temerosos de nuestro propio miedo. Ocurre tantas veces que podría decirse que una entre cien personas está libre de esto. Si nos curamos de esas impresiones, porque son impresiones, podemos cambiar las circunstancias de nuestras vidas en el plano exterior. Basta hacer una modificación interna para mudar las circunstancias externas. Después que la sospecha haya sido apartada de nuestra mente, nunca más sospecharíamos de nadie.
Eso no quiere decir que confiar en otros sea una gran virtud. Si lo hacemos, habría el riesgo de ser responsables por todas las personas, lo que sería asumir un gran compromiso. Confiar o no confiar, dos actitudes diferentes, dependen de nuestra experiencia. Acumulamos gradualmente durante nuestra existencia muchas experiencias y ellas nos enseñan en qué debemos confiar y de quién no. No hay dudas de que existen muchas personas que desconfían de todo el mundo, pero eso no es normal, es una enfermedad.
Hay otro aspecto de la psicología de gran importancia y es cuando la persona piensa: “Lo siento así y no puedo evitarlo”. En realidad, así no son las cosas. El hombre es dueño de sus pensamientos y maestro de sus sentimientos. Cuando una persona dice: no puedo evitar que este pensamiento venga a mi mente, se hace esclavo de él. En vez de ser dueño de su mente es esclavo de ella. Ahí tenemos una especie de pobreza e impotencia, más grande que cualquier otra cosa en el mundo. Algunas personas se vuelven tan negativas que su negatividad permite a los otros trabajar con sus mentes. No consiguen distinguir entre sus pensamientos y sentimientos y los pensamientos y sentimientos de los otros. Después se atreven a decir: “Yo pienso así y no sé por qué”. Con ello descienden un grado del estado normal de su mente y van desamparados ante el mundo. Por tanto, la gran maestría o dominio de sí, es colocarnos ante nuestra mente y hacerla pensar o que queremos que ella piense y hacerla sentir lo que deseamos sienta.
Otro aspecto de la psicología es respecto a la sugestión inconsciente contra nuestros deseos. Por ejemplo, cuando alguien dice: “Estoy viendo que mi actitud está completamente equivocada” y no hace nada en contra de eso. Se trata de una actitud personal, y está en nuestras manos corregirla. Si sabe que la actitud no es correcta, ¿por qué no la corrige? Significa que esta persona es capaz de percibir el error de su actitud pero no tiene voluntad para cambiarla. Cuando alguien dice que desearía ser nuestro amigo pero actúa como si no lo fuera, está procediendo con total impotencia en su vida como hombre. Es como si ese alguien no existiese. Quien acepta una sugestión que le es contraria a sus deseos, se está envenenando y actuando contra su felicidad.
Aunque el hombre adquiera muchos conocimientos sobre ciencia, arte o filosofía, si no lleva en consideración estos simples aspectos de la psicología, permitirá que su mente le cause muchos problemas que no podrá curar con soluciones externas. Nuestra actitud con respecto a la enfermedad es que debemos resignarnos con lo que ya está, pero debemos evitar la dolencia futura. Si pensamos que algo de bueno va a salir en nuestro camino, debemos afirmar que ese día se está apróximando cada vez más, pero si es algo que no deseamos, hay que decir que ese día nunca vendrá.
La mente puede ser entrenada si la vigilamos y preparamos. Hay ego y hay mente. El ego es nuestro ser, la mente se coloca ante nosotros. Hay que mirar la mente y pensar: “Mi ego soy yo y mi mente está ante mí”. Luego analizarla e imaginarla como una entidad, hablando con ella. La respuesta llegará. Hasta los animales pueden ser domesticados. ¿Por qué el hombre no puede hacerlo? Si no lo hacemos es porque no queremos, por pereza, abulia o no querer tener ese trabajo. No quieren hacer ningún esfuerzo cerebral. No queremos pensar en los demás y terminamos no queriendo pensar en nosotros mismos.
Comencemos a analizar nuestra mente. Veamos donde está equivocada y donde tiene la verdad, donde está obnubilada, lo que está con herrumbre y lo que está frío o completamente olvidado. Podemos entrenar nuestra mente, conforme sus condiciones. Nosotros hemos de ser sus mejores entrenadores. En este trabajo somos mucho mejores que cualquier otra persona en el mundo.
¡FELIZ NAVIDAD Y AÑO NUEVO!
I N T E R E S A N T E
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Prosas últimas
(pensamientos en prosa)
Aforismos místicos y literarios
(aforismos)
Lecciones de una Escuela de Misterios
(didáctico)
Monólogo de un hombre-dios
(ensayo)
Cuentos de almas y amor
(cuentos)
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