ALCORAC

SALVADOR NAVARRO

 

 

 

                                 

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                                                                                    Circular nº 12 , año VIII

                                                                                    Llubí, 1º Diciembre de 2.002..

Viene de la Circular de Noviembre

          En el libro “El contrato social”, expone Rousseau su ideal político, razón por la que fue perseguido en Francia y se refugió en Prusia donde más tarde pasó a Suiza. El fondo del libro es democrático, defiende que la soberanía del régimen reside en el pueblo y no en algún autócrata. Ataca con violencia la monarquía, preparando así la llegada de la Revolución Francesa, cuyo fin era derribar las dos monocracias del tiempo, la civil y la religiosa.

          Entretanto, la democracia que Rousseau defiende es de carácter limitado. No encuentra posible basar el régimen sobre la idea de igualdad completa de los ciudadanos. Según él, mujeres y extranjeros no debían tener voz activa en el destino del pueblo. El exceso de libertad democrática pone en peligro la propia existencia del régimen; sólo debe haber democracia con libertad limitada.

          El ideal político de Rousseau se aproxima a la aristocracia electiva de la Inglaterra de su tiempo.

          Revolución es para el filósofo, un medio normal para promover el progreso del país. En ese punto, puede Rousseau ser considerado como el precursor de Marx y las teorías comunicastas. Los jerarcas de la Revolución Francesa, sobre todo Robespierre, tenían veneración por Rousseau.

          Según Rousseau, la consciencia y la emoción son factores esenciales de la religión y la moral. La inteligencia no puede alcanzar a Dios. Solamente por el corazón y los sentimientos espirituales es que el hombre puede tener noción de Dios y del mundo divino.

          No existe ninguna clase de hombres dotada de privilegios espirituales; cualquier persona puede entrar en contacto directo con Dios, desde que cree en sí mismo el necesario ambiente para esa experiencia religiosa. Toda revelación viene de dentro y no de fuera. La religión no es ni católica ni protestante, es puramente natural y humana. El hombre es tanto más cristiano cuanto más natural. El cristianismo es natural y no sobrenatural. Rousseau acentúa enteramente la frase de Tertuliano de que “el alma humana es cristiana por naturaleza”.

          Admite la existencia y providencia de Dios así como la inmortalidad del alma. Todo hombre que rechace aceptar esa religión natural debía ser expulsado del país o ejecutado, porque representa un peligro social.

          La religión no debe ser estudiada sino vivida. Escuelas de filosofía y teología para el estudio de la religión la han perjudicado de gran manera, porque hacen creer equivocadamente que sólo personas inteligentes o eruditas son religiosas, por haber estudiado determinadas teorías sobre la Divinidad.

          Las ideas pedagógicas de Rousseau forman, tal vez, la parte más importante de su filosofía. Influyeron poderosamente en las ideologías de Pestalozzi y otros. Se rebela contra toda especie de formalismo, tradicionalismo y artificialismo educacional.

           En aquel tiempo, un profesor era un dictador, no solamente cuando dictaba alguna composición literaria, sino cuando decretaba lo que, en opinión de él o de sus maestros, era infaliblemente cierto para todos los tiempos y países. Sólo competía al alumno aceptar ciegamente lo que le era dictado. “Lo dice el Maestro” era dogma y tabú. Todos los alumnos, por diversos que fuesen sus genios, debían aprender lo mismo y del mismo modo. La educación humanística, incluido el estudio de lenguas clásicas, latín y griego, era considerada indispensable para todos, aunque no se sirviesen más tarde de tales disciplinas. Se estudiaba para la escuela y el examen, no para la vida.

          Rousseau insiste en la educación individual y natural. Educar no es llenar de conocimientos la cabeza del alumno, en detrimento de su cuerpo o de su alma. Un hombre perfectamente educado es aquel cuyo ser total, alma, mente y cuerpo, es desarrollado paralela y armoniosamente con perfecto equilibrio de todos sus componentes.

          Escritores como Chateaubriand, Lamartine, Victor Hugo, Musset, sintieron el poder de las ideas de Rousseau y, en gran parte, las aceptaron. Rousseau es un intérprete típico del subconsciente europeo de su tiempo, elocuente locutor de generaciones cansadas de áridos formalismos y ansiosas de una natural y espontánea evolución del hombre integral.

          En este sentido, no obstante sus errores y flaquezas de carácter, puede Jean Jacques Rousseau ser considerado un poderoso factor cultural en el drama de la historia de la humanidad en marcha.

          Kant nace en Koenigsberg, en Prusia Oriental; allí vivió y murió a los ochenta años. No consta que haya realizado algún gran viaje, ni parece haber dejado su provincia natal. Jamás se interesó seriamente por asuntos de amor o de familia. Hijo de una familia protestante, descendiente de estirpe escocesa, se estableció desde su juventud en una modesta pensión de la ciudad universitaria de Koenigsberg y creó su propio mundo, interno, en el cual vivió más feliz que muchos hombres viven en el mundo exterior. En esa tranquila soledad pasó el solitario pensador medio siglo, centrando todas sus atenciones en un único punto: el “cómo” del conocimiento humano, el proceso de cómo el sujeto entra en contacto con el objeto y cómo puede aquél adquirir certeza de éste.

          El hombre sin experiencia juzga saber perfectamente ese proceso cognoscitivo pero, cuando alguien comienza a analizar y anatomizar los íntimos tejidos y la función específica del pensamiento humano, se encuentra con un mundo de misterios, a cual más oscuro. La humanidad ha estado millones de años para desarrollar los órganos físicos que sirven de vehículo a este proceso, y ¿no admira que un estudioso tarde medio siglo para investigar, aunque imperfectamente, los entresijos de las piezas y el modo específico de cómo el sujeto conocedor entra en contacto con el objeto a conocer y posiblemente conocido?

          La ciencia y filosofía de Europa, en esa primera mitad del siglo XVIII, se estaba resintiendo del cataclismo causado por dos corrientes ideológicas opuestas: la escuela empírica, que culminó en el escepticismo universal de David Hume y sus discípulos y, por otro lado, el romanticismo filosófico, que encontró en Rousseau uno de sus más elocuentes intérpretes y defensores.

          ¿Sería posible conciliar esas dos ideologías, a primera vista diametralmente opuestas?

          ¿Cómo es que el sujeto conocedor entra en contacto con el objeto a conocer? ¿Por medio de los sentidos y del intelecto o del corazón y el sentimiento?

          Enmanuel Kant, extraña mezcla de intelectualismo y misticismo, de inteligencia y corazón, reconoció como su misión particular en este mundo, aclarar ese punto oscuro y dar a las generaciones futuras de todos los siglos las bases sólidas para una certeza, tanto científica como espiritual. Y al fin de una larga y metódica vida, dejó el mundo con la convicción tranquila y serena de haber dado cabal desempeño a la magna tarea que se impuso.

          Kant es, hasta hoy, el punto de partida de las más poderosas y controvertidas ideologías científico-filosóficas, en torno al contenido de las dos obras máximas que el maestro legó a la posteridad: “Crítica de la razón pura” y “Crítica de la razón práctica”.

          Conviene saber de antemano que Kant se sirve de una terminología típica, muchas veces de difícil comprensión para los no iniciados en esos trámites. Así, lo que él llama “razón pura” es el intelecto analítico que se sirve de la materia-prima suministrada por los sentidos para construir su mundo científico, basado en el principio de causalidad interfenomenal. Lo que él entiende por la “razón práctica” es la facultad intuitiva de nuestro ser, más o menos el “corazón” de Pascal o la “emoción” de Rousseau, o sea, algo parecido con la “consciencia” de los moralistas y la “fe” de los libros sacros de la humanidad. Es difícilmente definible esa facultad porque, bien dicho, el género humano (salvo raras excepciones) no ha alcanzado aún ese estadio de evolución de la llamada “razón práctica”, que toma su objeto, no analítica y sucesivamente como la “razón pura”, sino sintética y simultáneamente, como una chispa súbita o una visión instantánea, fuera de tiempo y espacio.

          Kant es un ejemplo típico de cómo el más agudo intelectualismo puede ir estrechamente unido al más alto misticismo. Y esto por la razón única porque, en el fondo, la genuina intelectualidad puede llevar a la verdadera mística, aunque los inexpertos piensen precisamente lo contrario. Dios es la “razón pura” (el eterno Logos) y es también la “razón práctica” (el infinito Amor).

          Por “razón pura”, basada en los datos empíricos de los sentidos, adquiere el hombre noción del mundo externo, fenomenal, concreto, individual, finito, relativo y esto es “ciencia”; por la “razón práctica” entra el hombre en contacto con el mundo interno, abstracto, universal, infinito, absoluto y esto es “sabiduría”, en el más alto sentido del término.

          La “razón pura” operando con hechos cuantitativos (tiempo y espacio) refleja la ciencia.

          La “razón práctica” guiándose por la visión de valores cualitativos (eternos e infinitos) es la voz de la consciencia”.

          Las palabras “ciencia” y “consciencia” insinùan maravillosamente esa doble función: la “con-ciencia” es una “ciencia en conjunto”, algo que el hombre conoce en compañía. ¿Con qué? Con el Todo, el Absoluto. Así la “ciencia” refleja el mundo individual de los hechos, mientras que la “consciencia” crea el mundo universal de los valores.

          El conocimiento del mundo que nos rodea comienza por los sentidos. De ahí se infiere que las percepciones múltiples, procedentes de los objetos eternos y sujetas a categoría dual de tiempo-espacio, son llevadas por los sentidos hacia la concepción de “razón pura” (intelecto), que, mediante la categoría de causalidad, reduce la vasta pluralidad de las percepciones temporales-espaciales de los sentidos a una relativa unidad centrada en la facultad intelectual.

          David Hume percibió, gracias a la agudeza que le era propia, que ni de los objetos múltiples ni de la percepción individual de los mismos, podía nacer una verdadera unidad y sin esa unidad no hay certeza científica; pero el pensador empírico no fue más allá de la frontera de esa verificación de la multiplicidad sin unidad, de esa probabilidad sin seguridad, como dijo.

          Kant, a su vez, admite con Hume que, de hecho, de la mera multiplicidad de los objetos y de la individualidad de las percepciones sensitivas no puede surgir ninguna unidad y, por esto, ninguna seguridad. Entretanto, Kant va más allá de Hume: gracias a un “golpe de intuición” descubrió que la unidad no viene de “fuera” de los objetos, sino de “dentro”, del sujeto. Así como tiempo y espacio no son objetos de conocimiento sino modos de conocer, de la misma forma es también la causalidad una categoría inherente al propio sujeto conocedor, esto es, la “razón pura” , al intelecto. Así como los sentidos perciben todo a través del “binóculo” del tiempo y espacio, así la “razón pura” concibe todo a través del “monóculo” o telescopio, de la causalidad. Kant no encuentra necesario que la causalidad exista fuera, en la naturaleza; basta que exista aquí, en el hombre.

          Pero, dirá alguno, ¿no es esto subjetivizar todos los objetos? ¿No es esto abrir las puertas a un peligroso “idealismo metafísico”, a un permanente y universal “ilusionismo subjetivo” como, de hecho, concluye el ala idealista con Hegel, Fichte y otros del grupo kantiano? El maestro, sin embargo, responde que el sujeto es también un objeto como los otros objetos del mundo externo y, si el sujeto fue creado por la naturaleza con esa categoría inseparable de la causalidad, ¿por qué negar a esa categoría el valor objetivo? una facultad subjetiva natural es tan objetiva como otra cosa cualquiera; dejaría apenas de ser objetiva si fuese producto arbitrario del sujeto.

          Tiempo y espacio como categorías sensitivas y casualidad como categoría intelectual, es para Kant inamovibles postulados a priori, pre-analíticos y no conclusiones o demostraciones a posteriori, post-analítico. Aquí Kant pontifica con absoluto dogmatismo filosófico: sus discípulos deben, ante todo, ser creyentes; aceptar la palabra del maestro como expresión de la verdad (“como él mismo dice”) como decían los adeptos del viejo Pitágoras y con esto se daba la cuestión por zanjada.

          ¿Cómo es que Kant, ciertamente contrario a cualquier especie de “magister dixit” o cualquier otro dogmatismo, llega a establecer ese dogma de prioridad de tiempo y espacio y de la causalidad? Simplemente porque sin esa doble prioridad no sería posible ningún conocimiento verdadero, ninguna certeza real; pero, como la humanidad sensata está convencida de que hay un conocimiento cierto, sin el cual la vida sería imposible, se deduce que debe haber una unidad conceptual más allá de la multiplicidad perceptual y, como esa unidad no puede ser hija de la pluralidad, se debe transferir el factor unificador dentro del sujeto conocedor, una vez que no existe en el objeto conocible. Quien admite la corrección de ese raciocinio difícilmente podrá escapar a la conclusión que Kant extrae de esas premisas.

          Sentido e intelecto son como reflectores o espejos de actos externos; entidades estáticas receptivas y no dinámicas creadoras.

          La “razón práctica” o consciencia (corazón) no actúa como simple reflector o espejo estático-receptivo, llevando actos externos; actúa como una potencia dinámico-creadora. La ciencia brota de hechos objetivos; la consciencia trata de valores subjetivos. Una actúa en el ámbito del mundo impersonal, de la cosas inconscientes; la otra actúa en las profundidades del mundo personal, de los seres conscientes y libres.

          El intelecto (ciencia) es como un “término de llegada”, un punto final, donde termina el impacto de los hechos externos cuantitativos; pero la razón (consciencia) es comparable a una inicial donde comienza algo de interno, nuevo, original, inédito, un “hágase” creador.

          La “ciencia”, voz del intelecto, refleja hechos impersonales; la “consciencia”, voz de la razón (práctica) crea valores “personales”. Por esto, el hombre no es bueno por lo que recibe intelectualmente (puede ser hasta positivamente malo), pero es bueno por lo que da espiritualmente. Es significativo que ninguna religión prometa el cielo a los “inteligentes”, pero sí a los “buenos”.

Seguirá en la Circular de Enero de 2.003

EL DIOS DE KABIR

               Se cuenta que un hombre estaba muriendo y pidió un sacerdote. Cuando llegó el moribundo exclamó: “¡Dios lo maldiga!”  Y el sacerdote se retiró, diciendo: “No vale la pena hacer nada por este hombre”. Un visitante dijo: “Este hombre está muy enfermo y no sabe lo que dice”.  Pero, así y todo, el cura no quiso hacer nada por el enfermo. Desde ese día, el hombre que visitaba al moribundo nunca más volvió a una iglesia.

          La palabra “Dios” no es Dios. La palabra “Amor” no es amor. La palabra “Fuego” no es fuego. Por eso, lo más importante es recordar no apegarse mucho a las palabras, no quedar obsesionado por la gramática. Las palabras son símbolos indicativos: úsalas, pero no te sientas oprimido por ellas. Si la palabra “Dios” te causa problemas, olvídala. Cualquier otra palabra sirve. Pero si creas una resistencia contra el propio Dios, contra la propia Verdad, serás responsable y estarás perdiendo algo de gran valor. Pero eso ocurre. Nosotros usamos el lenguaje; estamos tan preocupados por las palabras, que nos olvidamos que ellas no son la realidad. En verdad, hay que poner las palabras fuera para ver la realidad.

          Cualquier accidente es significativo. Si ofreces alguna resistencia en relación con los sacerdotes, no hay nada malo en ello; pero no fue eso lo que ocurrió. El sacerdote no quiso ayudar, no Dios. Rechazar a los sacerdotes, no es el problema. Ellos seguirán diciendo que son necesarios, enfatizando que sin ellos no hay probabilidad alguna de entrar en los cielos, pero es una proposición “de ellos”. Tienen que crear ese ambiente. Dios es de cada uno y gratuitamente. No es necesario pedir un agente intermediario. Pero los sacerdotes, de cualquier religión, negocian una mercancía invisible; así nunca podrás probar si ellos la entregan o no. Es un bello juego.

          Es como una persona cuando le estafan el dinero y lo reclama a través de la justicia. Finalmente, caso de ganar el pleito, la mayor parte de lo reclamado queda en manos de fiscales y abogados.

          ¿Te das cuenta? El sacerdote es como tu abogado, tu agente. El es inconsciente de Dios, de lo contrario sería un profeta, un misionero, no un sacerdote. El profeta te ayuda a transformarte, no está preocupado con Dios, sino contigo, con tu realidad.  Y cuando tu realidad comience a manifestarse, sabrás lo que es Dios, porque tú eres su semilla. Nos podemos olvidar completamente de Dios: Buda nunca habló sobre él. El insistía: Dios no es el problema; la cuestión es tu ser interior. Un profeta se preocupa con tu ser. Si tu ser se abre y florece, en esa fragancia podrás saber de Dios. No hay otra manera.

          A través de la oración, de la iglesia, del ritual, de la tradición, no llegarás a ningún lugar; puede que la iglesia quede más rica. Y eso puede ser tan grande que tanto sacerdotes como políticos se juntan para explotar a las personas. Es la mayor conspiración a través de los siglos. Ellos son culpables de muchas miserias. Jesús fue crucificado porque no era un sacerdote. Se portaba como un profeta y los sacerdotes tenían miedo, porque podía desbaratar todo su negocio. Ellos fueron el fondo de la condena de Jesús. Ningún profeta es tolerado por los sacerdotes, porque es peligroso.

          Por eso, la asociación de ideas con el caso expresado no tiene nada de equivocado. Dios está en todas partes. Dios está disponible para todos, directa e indirectamente. El sacerdote se negó a prestar ayuda, pero ¿sabes si Dios también se fue? Dios no se aparta de nadie. Cuando alguien está desamparado, Dios fluye en su dirección. Porque en un inmenso desamparo, el hombre es más receptivo.

          Decimos que “Dios está dentro de nosotros”. Eso no lo sabe nadie absolutamente. Oímos decir esto. Me lo habrás oído decir a mí. Lo habrás leído en los Evangelios. Pero no lo sabes. Porque si lo supieras no habría más problemas; sabiendo que “Dios está en mí” inmediatamente Dios está también fuera. En el momento que un rayo divino entra en ti, conocerás todo lo que existe para ser conocido. Dentro y fuera no son dos cosas separadas, sino dos aspectos de la misma energía.

          Así, ese pensamiento de que “Dios está dentro de mí”, puede ser otro truco de tu resistencia, porque no quieres ver a Dios fuera. Estás contra eso, porque en el fondo de tu mente sientes que, si Dios está fuera, necesitarás de un mediador, alguien que te guíe hasta allí. Si Dios está fuera, arriba, en el cielo, alguien será necesario para guiarte. Solo, no serás capaz de encontrarlo. Entonces dices: “Dios está dentro de mí”, así no hay necesidad de intermediario. Pero lo estás diciendo para evitar al sacerdote, pero tú no lo sabes.

          Dios es todo. La distinción entre dentro y fuera es falsa. Dentro y fuera es la misma cosa, una realidad de una punta a otra. No es dual, por eso no lo dividas.

          Dicen que cuando Jerjes, el general sirio, estaba con sus barcos en la playa, miró hacia el Helesponto, que le separaba de Grecia, y se preguntó: “¿Cómo haré para que mis hombres puedan pasar al otro lado?” Ordenó a sus generales que construyesen un puente de barcos. Pero una tempestad lo destrozó. En un acceso de rabia, ordenó la ejecución de los supervisores que dirigían el trabajo. Pero no fue suficiente para satisfacerlo, pues su rabia era grande. Entonces ordenó a sus esclavos que diesen trescientos latigazos al mar.

          ¡Que estupidez! Pero así funciona la mente; nuestra mente es muy infantil. ¿Has visto a niños y algunas personas mayores que, cuando se golpean con una puerta o un mueble, le dan golpes como si fuese su enemigo, como si ellos tuviesen culpa de su falta? Ellos pueden haber tropezado, pero la silla o la mesa es responsable. Y esa actitud infantil sigue. Las personas se vuelven seniles, pero la actitud infantil no cambia.

          En el caso contado al principio, el sacerdote no se portó bien, pero si fuéramos un poco razonables . . . Primera cosa: si un sacerdote no actúa bien, no quiere decir que todos se equivoquen. Segunda cosa: fue el sacerdote quien no actuó bien, pero no Dios. Tercera cosa: no sabes que pasó en el moribundo, en lo más profundo de su ser.

          No hay que apresurarse para sacar conclusiones. Un sabio nunca concluye tan fácilmente, pues todas las conclusiones hacen que la mente se cierre. Tú no sabes lo suficiente; las conclusiones son peligrosas. Una sentencia es real cuando lo conoces todo. Los hombres más sabios del mundo dijeron que no sabían nada; ¿cómo podemos nosotros finalizar algo? Cualquier cosa que sepamos es tan pequeña, tan ínfima . . . como si hubieses leído una línea de la Biblia y, a partir de esa línea, sacases algún resumen. No serás sabio.

          Puedes decir: “Entonces, ¿por qué esa resistencia?” Pienso que la resistencia no depende del incidente. En verdad, todo el mundo es resistente en relación con Dios; las disculpas pueden diferir. Esa historia es una disculpa, porque no es razonable resistir a Dios a causa de un incidente. Eso es una disculpa. Esa historia es un argumento para estar en contra.

          Todo el mundo resiste a Dios. ¿Por qué? Porque, si quieres conocer a Dios, tendrás que desaparecer; esa es la resistencia. Tienes que morir para que Dios viva en ti. Tienes que estar vacío para que Dios pueda entrar. Solamente en ese vacío Dios puede descender. Tu taza está muy llena de ti mismo y tiene que vaciarse; esta es la resistencia.

          No des mucha importancia a las disculpas, son insignificantes. El problema real se esconde tras de ellas. El problema es: para ser religiosa, la persona tiene que negarse a sí misma, es el sacrificio necesario. El ego tiene que ser abandonado. La mente tiene que detenerse para que Dios esté presente y claro está, empieza la resistencia.

          Por eso hay que olvidar la historieta. Ella no tiene nada que ver . . . En verdad, es raro encontrar una persona que no sea resistente, que no esté en el fondo, luchando contra Dios. Es natural. Queremos ser nosotros mismos y Dios es el peligro. Por eso vamos a los sacerdotes. Ellos podrían ir directamente a Dios, pero no lo hacen porque no quieren realmente hacerlo ellos mismos. El sacerdote lo protege de Dios.

          Las personas no van a un Maestro vivo, porque eso significa saltar sobre el fuego. Tú desapareces, pero de no ser así, Dios no aparecería.

          Ser realmente religioso es algo parecido al suicidio. Cuando alguien se mata, no es un suicidio; cambia de cuerpo y volverá a nacer. Como mudar de ropa. Pero cuando un hombre abandona el ego, es un suicidio real; no volverá más. No tendrá necesidad de otra morada en este mundo de miseria, de oscuridad. Abandonado el ego, su camino ha terminado porque habrá aprendido la lección. Esta es la resistencia.

          Si queremos saber algo sobre Dios, te digo que no hay manera posible de hacerlo. Puedes conocer a Dios, pero no saber más sobre El. Saber más no es conocerlo. Saber más es información; conocer a Dios es una dimensión totalmente distinta. Conocer es totalmente diferente de saber.

          Puedes saber mucho de amor sin conocerlo. Puedes consultar enciclopedias y tener cualquier información posible sobre el amor, pero si nunca has estado enamorado, no sabrás lo que es. El amor tiene que haberte sucedido, haber corrido riesgos, jugártelo todo y entonces ya sabes.

          Saber más de Dios no es una ayuda. Así es como las personas se vuelven intelectuales informados. Decir que nos gustaría saber, tampoco tiene consistencia. Hace falta más insistencia, un deseo más profundo, como una llama. Sed . . . como si estuvieses perdido en el desierto viendo solamente arena y más arena hasta el infinito, bajo un sol ardiente, con todo el ser pendiente de un hilo, pues la muerte está tan próxima . . .  en esa sed, Dios es posible.

          Dios no puede ser una curiosidad, ni un pequeño deseo. Dios no es la satisfacción de una voluntad, ni un sueño particular. Dios tiene que ser como una llama prendida en las entrañas. Si comienzas a sentir que no hay nada más importante, cuando es la prioridad máxima y estás preparado para sacrificarlo todo, cuando la vida no tiene sentido sin Dios, entonces llegarás a Él. Así no hay necesidad de ayuda de nadie; tu deseo hará el trabajo.

          Dios es tu realidad, como la mía, como era de Jesús o de Buda. La diferencia es que tú aún no eres capaz de separar la paja del trigo. El trigo está en ti, pero muy mezclado.

          Cuando vas a un Maestro, él no te ayuda a llegar a Dios: hace que cada vez estés más sediento. Te ayuda a que pases hambre. Te da la sed y el hambre, una pasión loca por lo imposible.

          Los mayores conocedores de Dios siempre han dicho que no saben. Son como gotas en el mar: caen en el océano y desaparecen. Entonces, ¿quién es el conocedor y quién es el conocido?

          Kabir dice: “Yo estaba buscando y entonces me perdí; ahí el milagro de los milagros. Cuando yo no estaba, Tú estabas frente a mi. Y cuando te buscaba, Tú estabas tan distante, que apenas eras un vestigio. Y ahora . . . he desaparecido. Procurando, me perdí completamente; toda la búsqueda me absorbió, me destruyó completamente. Ahora no estoy . . . mi Señor, está a mi lado”.

          Kabir dice que quien busca nunca alcanza lo buscado. El hombre nunca se encuentra con Dios, porque a menos que desaparezcas, Él no puede aparecer; así, no hay punto de encuentro. Cuando tú estás, El no se encuentra; cuando Él está, tú no estás presente; así, ¿cómo puedes afirmar que sabes? Cuando el conocedor desaparece, el conocimiento llega; no puede ser sólo la satisfacción de una voluntad.

          Puedo ayudarte ser una llama, sediento, hambriento, ardiente; puedo darte hasta dolor. Entonces el resto depende de ti, si entras en ese fuego. Puedes dar el salto y Dios llegar repentinamente. No hay necesidad de esperar, ni de aplazar. En este exacto

momento puede suceder . . . si estás preparado para entrar totalmente en ese dolor.

          Cuando eres forzado a asistir a una clase de Religión y quisieras estar en cualquier otro lugar, estarás escuchando sin oir, preparado para escapar en cualquier momento, esperando la hora de que ese absurdo termine. La palabra Jesús pierde todo significado. Si esto sigue durante mucho tiempo, será difícil que un día descubras su sentido.

          Ama a tus semejantes, a tu familia, pero no impongas tu ideología. Deja que todos sientan que Jesús ha hecho algo por ti, pero no fuerces nada. Deja que todos evolucionen en libertad. Que ellos observen . . . y los niños son muy observadores, muy sensibles, pero todo lo que se fuerza se va por sí mismo. Cuando todos observen la luz que hay en ti, todos se inclinarán, tal vez en secreto, cuando no estés mirando, porque querrán saber qué es lo que les puede pasar cuando Dios o el Cristo es una reverencia, una oración.

          La libertad es la idea básica. La consciencia crece en la libertad y muere cuando todo es disciplinado, forzado. Hay que reivindicar nuestra herencia de toda la humanidad. Toda la historia del hombre es nuestra: Jesús, Buda, Lao-Tsé, Mahoma, esta es nuestra herencia. Pero eso será posible si no estamos condicionado dentro de una ideología, una religión.

          La verdadera religión crea una canción dentro de ti, una melodía infinita en nuestro corazón. La verdadera religión es la verdadera felicidad.

          FIN de los Poemas de Kabir.

 

 

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