ALCORAC

SALVADOR NAVARRO                           

Dirigida a la Escuela de:

                    Mallorca

                                                                                  

  Circular nº8 , año IX

  Llubí, 1º Agosto de 2.003.

 

 

 

               VIDA DE SAN PABLO.-

 

Viene de la Circular de Julio.

            Los tres o cuatro años siguientes, más o menos  desde el 39 al 42 o 43, los pasó Paulo en Tarso, su ciudad natal.

            Con su desaparición de Palestina, dice los Hechos de los Apóstoles , 9, 29-30, entró la “iglesia a gozar de paz en toda Judea, Galilea y Samaria, tomando un incremento cada vez mayor”.

            ¿No hay en estas palabras una discreta ironía? . . .

            Parece como si la presencia de un genio sea para el resto de la humanidad motivo de inquietud, como una amenaza a su pacífica mediocridad. Eso es porque los hombres extraordinarios no obedecen, generalmente a las leyes comunes de la humana prudencia, sin las cuales no subsiste la sociedad. Tienen sus caminos, sus modos de ver las cosas. Sus actos no tienen regla ni se adecúan al de la honestidad vulgar. Dentro de sí tienen cumbres y abismos, que no siempre concuerda con la suave planicie de almas menos montañosas y, por eso mismo, más amigas de la mediocridad que de las incalculables sorpresas de un volcán o de la arrasadora vehemencia de una tempestad de Pentecostés.

            Muchos hombres se sienten seguros cuando andan sobre caminos previamente alineados; en el momento en que les faltan esas vías, comienzan a vacilar, dudan, no tienen seguridad y pierden el norte de la marcha.

            Pablo de Tarso era, esencialmente, un conductor, y no un conducido (conducido sólo por Dios), no por manos humanas. Estaba orgulloso de “no cultivar terreno ya por otros cultivados”. Gustaba conquistar tierras vírgenes, romper caminos donde no existieran vestigios de sendero y ondear el pendón del Cristo en parajes desconocidos.

            Así, fue mejor para el sosiego y la seguridad de la Iglesia de Palestina el que se retirase por algún tiempo, tal impetuoso revolucionario del espíritu.

            Así, se retiró a la ciudad de Tarso. ¿Cuál fue el motivo de tal resolución?

            Ciertamente, no lo movieron sentimientos humanos, añoranzas de familia o deseos de volver a ver compañeros de la infancia. A ejemplo del Cristo, Pablo, una vez llamado al apostolado, ya no conoce lazos de sangre ni vínculos de orden natural.

            ¿Qué hizo durante ese largo retiro en la capital de Cilicia?

            Lo ignoramos . . .

            La vida de ese hombre se parece al curso de ciertos ríos, que súbitamente desaparecen en misteriosas profundidades, para reaparecer mucho más lejos, en la superficie de la tierra.

            Hacía cerca de 25 años que el joven estudiante de la ley mosáica abandonara su casa natal y su familia, a fin de beber la sabiduría de Gamaliel en Jerusalén.

            ¿Había vuelto a reencontrar a sus padres en Tarso? Y, caso afirmativo, ¿qué idea se habrían formado del hijo? ¿No lo habrían considerado un desertor, un apóstata? . . .

            Pablo escuchaba en silencio todas esas objecciones. Después respondía, calmo y sabiamente, mostrando que Jesús no abolía, sino que llevó a la perfección la Ley de Moisés; que el judaísmo era apenas la simiente, pero no el árbol en su plenitud; que era la aurora, pero no el Sol de las revelaciones de Yahveh.

            No obstante eso, continuaba siendo un extraño entre extraños en su propia casa. A ejemplo de su Maestro, tuvo que verificar que “nadie es profeta en su tierra”.

            Además, no tenemos dato alguno de que Paulo haya reencontrado en Tarso a sus padres, a los que nunca hizo alusión.

            ¿Por qué no salió por el mundo a predicar el Evangelio?

            Parece que Dios lo retenía en Tarso,a  fin de darle tiempo para el sosiego y profundizar el misterio de la redención. Tenía que almacenar en su alma aquella plenitud espiritual que, más tarde, iba a derramar en las almas de sus oyentes y lectores.

            Esos  silenciosos años en Tarso, como antes los de Arabia, fueron períodos de intensa receptividad, que debía preceder, cual primavera, al otoño de una exuberante, fecunda, distribución.

            Muchos autores creen descubrir en ese período de extraño retraimiento los orígenes de la teología mística de Pablo, suponiéndole discípulo de los filósofos de Grecia y de los teósofos de Oriente.

            Verdad es que, en Tarso, no le faltaba contacto fácil y asiduo con ciertos filósofos estóicos y peripatéticos, doctrinadores ambulantes, que doctrinaban en pequeñas sentencias, para uso del pueblo, los grandes pensamientos de Platón, Aristóteles, Sócrates y otros espíritus de Grecia. También es innegable que, repetidas veces en sus Epístolas, citas el apóstol dichos o pensamientos de sabios paganos; así, por ejemplo, en el célebre discurso filosófico pronunciado en el Areópago de Atenas, cita un pasaje de su coterráneo Aratus, palabras que también se cita en la oración que Cleantes dirige a Júpiter: “Pues que somos de su estirpe”. Otro tópico, esta vez de Epiménedis: “En él vivismos, nos movemos y tenemos nuestro ser”. En la 1ª Epístola a los Corintios l5:32, se refiere a dos sentencias de Menandro: “Comamos y bebamos porque mañana moriremos”; como también el proverbio popular: “Malas compañías corrompen buenas costumbres”. Todavía, en la Epistola a Tito 1:12, recurre a una frase de Epiménides para caracterizar los hábitos de los habitantes de Creta: “Los cretenses son embusteros, malas bestias, panzas holgazanas”. 

            Entretanto, sería una gran exageración y conclusión más allá de las premisas, sacar de ahí consecuencia de haber Pablo extraído de fuentes profanas sus conceptos místicos. Quien conoce sus inmortales epístolas no ignora cuanto detestaba los misterios religiosos del paganismo, hasta el punto de castigar en Chipre, con una súbita ceguera, al mago Elimas. En Éfeso disertó con tanta inteligencia y vigor sobre magia y ocultismo que los oyentes reunieron centenares de libros de ese género y los lanzaron al fuego.

            Para Pablo no existe en el cielo ni en la tierra, ni debajo de la tierra, criatura alguna que en sí o por sí misma posea virtudes divinas o sobrenaturales. Sólo a Dios compete ese poder y, si alguna persona o algún objeto, parece comunicar al hombre efectos sobrenaturales, es Dios quién lo hace a través de esa criatura.

            No consta que Pablo haya leído a algún autor profano, después de su convesión. Su inseparable vadem mecum era la Biblia. Lo que sabía de los filósofos mundanos, lo conocía de sus tiempos de estudiante en Tarso, o lo aprendió por las disertaciones diarias de los maestros ambulantes.

            En esa larga soledad, experimentó el alma de Pablo toda la amargura, pero también toda la verdad, de las palabras del Maestro: “Si el grano de trigo no cae en tierra y muere, quedará a solas consigo mismo; pero, si muere, producirá mucho fruto”.

            Es posible que llevara una vida de ermitaño, habitado en alguna caverna, en el Taurus, que no quedaba lejos. Fue, tal vez, aquí que Dios lo arrebató a misteriosas visiones, como escribe 14 años más tarde en la II Epístola a los Corintios, 12   : 2-4: “Sé de un hombre en Cristo que hace catorce años –si en el cuerpo, no lo sé; si fuera del cuerpo, tampoco lo sé, Dios lo sabe – fue arrebatado hasta el tercer cielo; y sé que este hombre –si en el cuerpo o fuera del cuerpo no lo sé, Dios lo sabe – fue arrebatado al paraíso y oyó palabras inefables que el hombre no puede decir.”

            Es posible que, de vez en cuando, haya interrumpido ese vida de eremita y emprendido excursiones evangélicas por Siria y Cilicia, sin fundar ningún grupo de cristiandad por esas regiones.

            Un bello día aparece en Tarso su fiel e inseparable amigo Bernabé. Invita al esquelético ermitaño a una gran excursión misionera por las costas del Asia Menor.

            ¡Y allá fueron los dos para la conquista del mundo!

            Después de Roma y Alejandría, era Antioquía la más importante ciudad del imperio de los Césares. En ese tiempo contaba con, apróximadamente, medio millón de habitantes. Metrópolis de Orientes, sede del Legado romano de Siria, notable emporio comercial de la época, foco de vida intelectual judeo-helénico-romano, esta ciudad fue para Pablo, durante dos decenios, lo que Cafarnaúm fuera para Jesucristo durante los tres años de su vida pública: punto estratégico de su apostolado, base de sus expediciones por los dos continentes del mundo civilizado.

            Vale, pues, dar un rápido paseo por las calles de Antioquía.

            Situada en la extremidad oriental del Mediterráneo, en el punto donde el litoral de Siria y Asia Menor forman ángulo recto, se desdobla sobre la margen meridional del río Orontes, entre las faldas del monte Amanus, al Norte y del Casio, al Sur. La verde explanada del monte Silpio le da una pintoresca moldura. Desde ese punto hasta las playas de la costa marítima mediaban unos veinte kilómetros.

            Por todas partes se encuentran vestigios de los selúcidas, herederos de Alejandro Magno, indicios eclipsados, en parte, por el subsecuente periódo cultural judeo-romano. En sentido sudoeste-nordeste, se lanzaba a través de toda la ciudad la “avenida marmórea”, imponente vía pública que, con sus cuatro gigantescas filas de columnas de mármol blanco, inmortalizaba al genial Mecenas de Edom, Herodes el Grande. Midiendo unos kilómetros de extensión, se proyectaba esta arteria hasta la base del monte Silpio, en cuya cima se levantanta la estatua de Júpiter tonante. Del seno del río Orontes, una isla verde al norte de la ciudad, partía otra avenida, no menos suntuosa que la de Herodes. Formaba con ella un ángulo recto, diseñando una inmensa cruz de mármol, que dividía Antioquía en cuatro partes.

            En esa isla se levantaba, en otros tiempos, el famoso palacio de los seleúcidos.

            Contornaba la ciudad una muralla de 300 a 400 torres y bastiones, verdadera maravilla arquitectónica en las que rivalizaban el poder de Roma y la gloria artística de Atenas.

            Antioquía era, en esa época, una especie de Pompeya, ciudad de comodidad y lujo, Por todas partes, espléndidos canales, acueductos, baños y fuentes públicas, cuyas aguas procedían de las fuentes cristalinas de Dafne (hoy Bêt-el-Má), el legendario vergel de delicias, donde, por entre bosques, rocas y cascadas, acostumbraba la juventud  realizar sus encuentros, tejer idilios de amor, celebrar sus orgías y cometer sus crímenes.

            Causa admiración lo que los historiadores contemporáneos refieren sobre la iluminación de la ciudad, en ese tiempo que no se conocía los modernos procesos de transformar la noche en claridad. Afirma un escritor antioqueño, Libanio: “De noche, la luz solar es sustituida por focos luminosos; la diferencia entre el día y la noche sólo está en la diversidad de iluminación; hombres diligentes, apenas perciben esta diferencia y continúan tranquilamente sus labores de forja; otros pasan la noche danzando y cantando, de tal manera que Vulcano y Venus dividen entre sí el imperio de la noche”.

            Con estas últimas palabras alude el historiador a dos puntos característicos de Antioquía: su floreciente industria armamentista (Vulcano) , patrono de los herreros y su proverbial lujuria. Si en Atenas era Afrodita o Venus, cultivada como diosa de la belleza y en Roma como personificación del amor, en Asia era, sobre todo en Antioquía, la encarnación de la sexualidad más desenfrenada.

            Cuando Juvenal, satiriza la corrupción de los romanos, dice que “las aguas del Orontes desembocan en el Tiber y ahí deposita sus inmundicias”.

            En aquella hora memorable en que los fariseos de Jerusalén muestran a Jesús la moneda del tributo con la inscripción del César, se posaron los ojos del Maestro en una moneda de plata acuñada en una de las fábricas metalúrgicas de Antioquía, donde funcionaba lo que hoy llamamos la “Casa de la Moneda” del imperio romano.

            Casi todas las religiones paganas de la época habían llegado a un extremo de perversidad que aureolaban los más degradantes vicios con el nimbo divino de los misterios litúrgicos. Había solemnidades religiosas, orgías y bacanales, en honor de todas las infamias personificadas en algún dios o diosa. Sobre todo en el culto de Adonis y de Astarté, culminaba la divinización del instinto sexual y sus aberraciones.

Sigue en la Circular de Septiembre.

 

 

 

Historia de la filosofía.-

 

 

          Con la percepción intuitiva del Todo como Todo viene la “facilidad”, el “amor”, el “entusiasmo”, la “imponderable levedad” de nuestro trabajo, porque el Todo siendo la “Verdad”, no puede dejar de ser la “Belleza”. La fealdad resulta únicamente de la falta de visión del Todo o de una visión imperfecta y confusa y de las relaciones que las partes tienen para con el Todo. La Verdad total es la Belleza.

          El cosmos es bello.

          El caos es feo.

          Bergson supone que la emoción sensible, el “éxtasis”,  no forma parte esencial de esa visión intuitiva del Todo, aunque acompañe generalmente a la experiencia inicial de la misma, el proceso de transición de la ignorancia a la sapiencia, de la ceguera a la videncia de la Realidad total.

          La emoción, el éxtasis, el arrobamiento místico, podría ser considerado como el “noviazgo o luna de miel” de ese consorcio del hombre con el mundo invisible. Una vez que esa visión intuitiva deja de ser un “inicio” y se transforma en continuación y “permanencia”, una vez que dejó de ser excepción de la regla y se tornó en regla general de la vida, la vibración extática del principio se transforma en una especie de experiencia permanente; el relámpago momentáneo en plena noche, amaneció como un sol de luz permanente, serena, calma, natural.

          Bergson compara la experiencia intuitiva con la visión del ojo: “la visión es un acto simple y simultáneo, mientras que el órgano visual es un objeto complicado hecho de numerosas partes yuxtapuestas”. ¿Cómo puede un órgano complejo producir un acto simple? Respuesta: “el acto no viene del órgano”, sino que viene “a través del órgano”; el ojo no es la fuente y causa de la visión, sino vehículo y condición; no es el ojo que ve, es el Yo que ve a través del ojo. La complejidad de la función necesita de la complejidad del órgano para su manifestación, pero la función no podía ser simple si en la base de la misma no hubiese un elemento simple que se sirve de lo complejo para manifestarse.

          Es lo que ocurre con la intuición, que parece ser el resultado de un proceso evolutivo increiblemente largo y complicado, pero ese proceso es sólo condición y vehículo, en la base del cual está lo simple, lo absoluto, el Todo.

          Lo “simple por plenitud”, que está en la base de toda la evolución, se desdobla en lo complejo o múltiple de la evolución dispersa y divergente. En los seres inferiores, esa dispersión o divergencia múltiple no llega a ser convergente y simple. Así, por ejemplo, sucede en el plano del mundo sensitivo, donde hay sólo “divergencia dispersa” sin ningún vestigio de “convergencia unitaria”. En el mundo intelectual comienza un movimiento de convergencia, pero no llega a cerrar las líneas abiertas, no alcanza plena simplicidad.

          Con la intuición culmina ese movimiento convergente en plena unidad y simplicidad.

          En resúmen, podríamos simbolizar la percepción sensitiva, la concepción intelectual y la intuición cósmica, del siguiente modo:

          Imaginemos un cuerpo sólido que arroja una sombra por su base, una penumbra por sus lados, siendo luminoso en el núcleo. Lo sensitivo (sombra) engloba tanto lo intelectual (penumbra) como lo intuitivo (luz), pero esos dos estadios superiores de evolución se encuentran todavía en estado latente, ignorado, dentro de lo sensitivo. Más tarde, cuando aparece lo intelectual, lo intuitivo sigue oculto, aunque presente. Por fin, con la apertura de lo intuitivo, aparece la verdadera figura total.

          Los filósofos y místicos de Oriente se sirven de la “flor de loto” para ilustrar esta verdad: nace en un lodazal oscuro, en las profundidades de un lago (sensitivo), atraviesa el elemento líquido del agua (intelecto) y penetra en el espacio aéreo, iluminado por el sol (intuitivo); y, desde este punto culminante de su evolución lo estados inferiores adquieren sentido y razón de ser.

          Bergson no reconoce diferencia esencial entre el sujeto y el objeto, o sea, entre el Yo y el No-Yo.

          Se deduce de ahí que el acto cognitivo y el objeto son, en esencia, la misma cosa. Afirma la unidad esencial de todas las cosas, aunque admita su diversidad existencial.

          ¿Qué es, pues, conocer un objeto?

          Identificarse con él. O mejor dicho, adquirir consciencia subjetiva de esa identidad objetivamente ya pre-existente al acto cognitivo. No puede haber identificación existencial donde no hay identidad esencial. Un sujeto conocedor nunca puede alcanzar un objeto conocible si, en su base última los dos, el conocedor y lo conocido, no fuesen una y misma realidad. La génesis o el proceso lógico de la identificación, supone el hecho ontológico de la identidad. Si el Yo no fuese realmente idéntico al No-Yo, la cognición jamás conseguiría lanzar un puente sobre ese abismo, apróximando el conocedor a lo conocible.

          Por otro lado, sobre la base profunda de esa identidad esencial debe existir la consciencia de una tal o cual identidad o diversidad entre sujeto y objeto. Así como el hecho de la identidad esencial sin la consciencia de la diversidad existencial no permite conocimiento, así también la consciencia de la diversidad existencia sin el acto de la identidad esencial tampoco lo hace posible.

          Conocimiento supone dos cosas: identidad y diversidad; identidad de esencia y diversidad más existencia.

          La completa inconsciencia de esa identidad-diversidad se llama ignorancia.

          La inconsciencia parcial de esa identidad-diversidad permite apenas un conocimiento imperfecto.

          La consciencia total y nítida de esa identidad-diversidad. faculta un conocimiento perfecto o intuitivo.

          Para haber conocimiento debe haber siempre una especie de oposición entre sujeto y objeto, una polaridad, esto es, la consciencia de la no-identidad entre los dos. Esa consciencia, dice Bergson, es como una luz reflejada o refractada al encontrarse con una pared; luz que no encontrase en su trayectoria ningún obstáculo, ni limitación que la repeliese no sería luz visible. El sujeto conocedor que no tuviese la menor consciencia de un objeto conocible, diferente de su Yo, no tendría conocimiento. En el momento en que la luz directa, por así decirlo, se tropieza con un obstáculo, se refleja o es rechazada, siendo ahora luz indirecta o limitada y, en ese momento nace el conocimiento, la consciencia de la diversidad entre el Yo y el No-Yo.

          En Dios no puede haber cognición de ese género, porque su esencia coincide con su existencia, para Él no hay polaridad entre el Yo y el No-Yo; Él es al mismo tiempo el conocedor y lo conocido, el sujeto y el objeto de su acto. Sujeto, acto y objeto son una y la misma cosa en Dios. En Él no existe el principio de “contrariedad”, sino sólo el principio de “identidad”.

          Por esto, Brahma como Brahma, dicen los orientales, sería inconsciente si no fuese también Brahma (Creador).

          Cuanto más el hombre, en su camino de conocedor, se aparta de la pluraridad de las periferias para la unidad central, tanto más se aproxima  a esa esencia primera y última y tanto menor se le hace la distancia entre sujeto y objeto. Verdad es que el hombre finito en su existencia. no puede jamás identificarse completamente con Dios, infinito tanto en su esencia como en su existencia, que en Él son idénticas. Pero el hombre puede hasta tal punto olvidarse de su elemento finito, “existencial”, que lo distingue de Dios y puede tan intensamente focalizar su elemento infinito, “esencial” por el cuál es idéntico a Dios que, prácticamente, deje de sentirse como un Yo distinto de Dios y, según la expresión y experiencia de todos los místicos, parecer como una gota de agua diluída en la vastedad del océano.

          La seguridad íntima sobre Dios y la vida eterna deriva de esa dilución o obsorción del pequeño Yo humano en el gran TÚ divino; certeza esa que ningún análisis intelectual puede dar ni negar. Exigir de un verdadero místico que “pruebe” o “demuestre” científicamente la existencia de Dios o la inmortalidad humana sería tan ridículo como pedir a un hombre con los ojos abiertos en plena luz del día que descienda a un subterráneo y allí demuestre, negro sobre blanco, la realidad de la existencia del sol y sus beneficios sobre la tierra.

          Se ha dicho a través de siglos y milenios, que esa dilución del Yo individual en la Realidad Universal, equivale a un verdadero aniquilamiento de la personalidad, a un “suicidio nirvánico” de la persona humana, a un sacrificio del Yo humano en aras del Tú divino; se ha dicho que el místico, en vez de practicar la “extinción” del Yo por el aniquilamiento y reducción al abismo de la Nada, como hace el materialista agnóstico, comete el “asesinato” del Yo por la dilución del mismo en la inmensidad del Todo; que, tanto en éste como en aquél caso, tenemos la destrucción del hombre, sea por “deficiencia”, sea por “exceso” de vida, sea por “atrofia”, sea por “hipertrofia” de la personalidad humana; una gota de agua aniquilada deja de existir, como deja de serlo una gota de agua difundida por el mar; existe todavía, en el segundo caso, como agua general, pero nunca como gota individual.

          Esta es la más seria de todas las objecciones que se han levantado, no sólo contra la teoría cognitiva de Bergson, sino contra todas las corrientes filosóficas-espirituales de todos los tiempos y países; desde los Vedas en la India, al Taoísmo en China, el Kybalión de Hermes Trimegisto, hasta Sócrates, Platón, los Neo-platónicos, Spinoza, el Maestro Eckhardt, Juan de la Cruz y todos los místicos, dentro y fuera del Cristianismo.

          La dilución mística de la criatura en el Creador, parece una “eutanasia”.

          Mientras tanto, es notable que todos los defensores de ese modo de conocer, tanto en el sector filosófico como en el terreno religioso, continúen afirmando su individualidad; ningún de ellos jamás ha negado que, después de haberse diluído en la divinidad como una gota en el océano (y casi todos recordaron esta metáfora), continuasen sintiéndose como ellos mismos, individualmente conscientes; y, lo que es de suma importancia, todos siguen sintiéndose individualmente responsables por sus actos, éticos o no. No existe un solo ejemplo en que un verdadero filósofo o místico, después de pasar por esa suprema experiencia de su identidad esencial con Dios (sea cual fuere el sentido que demos a la palabra “Dios”) se volviese moralmente peor de lo que era en el período de su dualismo separatista; nunca ninguno de ellos encontró que, después de esto, podía odiar a sus semejantes, perseguirlos, matarlos, calumniarlos, robar lo ajeno, entregarse a una vida lujuriosa e indisciplina, con la fácil disculpa de no ser él el pecador sino Dios dentro de él.

Sigue en la Circular de Septiembre.  

 

 

 

          LA SABIDURÍA ANTIGUA.-

 

 

          La moderna física nuclear, con sus aceleradores de partículas que lanza a trayectorias próximas a velocidades de la luz, y las cámaras de burbujas que posibilitan fotografiar la trayectoria de partículas que se mueven en helio líquido, descubrió centenares de partículas sub-atómicas, la mayoría de duración extremadamente corta. Estas se descomponen rápidamente en otras partículas y se comprobó que cualquier tipo de partícula subatómica puede transformarse en cualquier otro distinto. No constituye una unidad diferente e indestructible con una identidad consistente, sino un patrón dinámico con determinadas cantidades de energía que puede ser transformada en otras partículas. De acuerdo con algunos físicos, las partículas sub-atómicas no tienen significado como entidades aisladas.

          Esos paquetes de energía extremadamente dinámicos componen estructuras atómicas y moleculares relativamente estables, que se semejan a substancias moldeadas en forma de objetos. Pero a nivel sub-atómico, nada hay de substancial. La realidad subyacente al mundo físico es un flujo incesante de energía.

          A nivel sub-atómico, el mundo de configuraría como flechas luminosas, trechos claros emergiendo de las tinieblas, como una danza rítmica de pequeñas centellas. La física ha demostrado que el mundo de los sentidos constituye, básicamente, un flujo de energía; nuestros sentidos nos muestran sólo espejismos, estructurados en fundamentos bastantes diferentes. Esta visión sustenta el argumento filosófico y religioso antiquísimo de que la experiencia sensorial no es confiable, sino engañosa, representado la ilusión, que no tiene nada que ver con la realidad. Según esta visión, la base del mundo físico muestra un modelo de energía y no una colección de cosas independientes y separadas.

          La falta de substancia del nivel sub-atómico encontrada en la física nuclear, nos podría dejar una sensación de la inseguridad de un flujo inestable. No obstante, la física nos demuestra algo estable y fundamental que está subyacente a este movimiento perpetuo. Es el campo, una constante sin materia tras el mundo físico transitorio. La teoría de los Campos nació en la física para explicar la acción a distancia. El campo electromagnético es bien conocido a través de sus efectos sobre los imanes y en varios fenómenos eléctricos, así como en otros campos, como en el gravitacional, que también nos son familiares. Los físicos de nuestros días describen las interacciones entre partículas subatómicas en términos de campos, combinando ideas de teoría clásica de campos con la teoría cuántica que se ocupa de grupos de energía en nivel subatómico. Las partículas son vistas como condiciones locales y cambiantes en el campo subyacente, continuo, que es fundamental. El campo cuántico es visto como la entidad física fundamental: un medio contínuo que está presente en todo el espacio. Dice Einstein:

          “Por tanto, podemos considerar la materia como estando constituída por regiones del espacio, en las que el campo es extremadamente intenso. No hay lugar en este nuevo tipo de física para el campo ni la materia, pues el campo constituye la realidad única.”

          Así, las partículas son apenas condiciones transitorias en el campo permanente, concentraciones de energía que emergen del campo y a él vuelven y se disuelven. Se ha verificado que surgen de la “nada”. En otras palabras, el campo genera la materia, hace que nazca de su propia esencia y la vuelve a llevar a la “nada”. El campo o el Vacío no es un estado de “nada” absoluto, sino que contiene la potencialidad para todas las formas del mundo de las partículas. A su vez, estas formas, no son entidades físicas independientes, sino manifestaciones transitorias del Vacío subyacente. Decía una famosa teósofa: “vacío de la plenitud aparente, la plenitud del aparente vacío”.

          En este contexto de la teoría del campo, como en la física nuclear, el mundo de color y variado que percibimos, que parece tan real, sólido e inmediato, pasa a ser una manifestación pasajera de un continuo inmaterial subyacente  - el campo  -. La ciencia confirma ahora, la falta de substancia y transitoriedad del mundo, lo que es un postulado hace mucho tiempo defendido por los místicos. Los objetos aparentemente sólidos y separados que experimentamos a través de nuestros sentidos, no son realmente sólidos o separados en su esencia, pero nacen de la misma unidad fundamental que es su Realidad primordial.

          Durante siglos, la filosofía oriental defendieron una visión como esta. El nuevo conocimiento, nacido de la física, apoya y corrobora una visión antigua. Provée así, una dimensión adicional para nuestra comprensión de la realidad fundamental, una formulación precisa para una intuición antiquísima. Aunque no contengan todas las dimensiones de la realidad, la física moderna lanza nueva luz sobre nuestra comprensión de la Fuente trascendental.

Sigue en la Circular de Septiembre.

 

 

 

Extraído del libro de los Comentarios de Aforismos.-

 

 

                                                                   P R Ó L O G O

 

Ha pasado mucho tiempo desde que di por concluido los primeros Aforismos, hasta 360, que fueron redactados con la intención de llevar algo de luz y comprensión a aquellos lectores que, en posesión de algunos aspectos del saber en su camino hacia la evolución espiritual, pudieran confirmar sus ideas y trabajos personales.

En el momento que escribo, me estoy apoyando en la lucidez e inteligencia de algunos pensadores para comentar sus citas literarias y aclarar en lo posible, algunas cosas que puedan parecer oscuras, amén de ampliar lo dicho por estos autores.

Sólo espero que, independientemente de la amenidad de las citas, mis comentarios cumplan con la intención que tengo de seguir dando a mis lectores algunas migajas más de ese "pan de la vida”, como así llamo a la espiritualidad, que me ha servido de apoyo y confianza reafirmando mi fe en aquellas cosas de las que siempre he estado seguro son parte de mi existencia vital.

Con esa confianza, doy estas nuevas citas y confío que algún día ellas den el fruto que espero a tantas personas ansiosas de recibir con sed aquello que se ha negado siempre o se ha escatimado: libertad de pensamiento, la verdad y el amor incondicional.

Si así fuera, he cumplido con mi misión: dar, sembrar y permitir que la cosecha sea recogida por los que vienen detrás.


                                                 Salvador Navarro Zamorano


1º.- No abras los labios si no estás seguro de que lo que vas a decir es más hermoso que el silencio. Proverbio árabe.

La vida germina en el silencio, así como las ideas de libertad, belleza y luz. El sabio, el místico de la montaña y el Iniciado, han guardado silencio por etapas prolongadas, antes de dar sus más bellas creaciones al mundo.

Dice las Sagradas Escrituras: “. . . y el séptimo día descansó”. La Creación entró en el Silencio glorioso para que el impulso creador iniciara su marcha para construir un hombre creativo, a imagen y semejanza del principio que lo imaginó.

 2º.- Decídete y serás libre. Henry W. Longfellow.

Al hombre se le califica y conoce por las decisiones que toma en su vida.

Tales decisiones, si revelan un alma disciplinada, un orden interno, dan un espacio dimensional de actuación tan grande, que la sensación de libertad crece y crece tanto, que hace lejana la sensación de pérdida y muerte.

 3º.-  El camino del exceso conduce al palacio de la sabiduría. William Blake.

He aquí la paradoja de la existencia humana.

W.Blake es un maestro planteando enigmas. El camino del exceso, es del hombre que lo ha saboreado todo hasta la hartura y ahora nada necesita porque dentro de sí, el brillo de las falsas ilusiones y los oropeles de la vida está apagado.

Con la boca y el estómago ahíto de la “comida que compartía con los cerdos”, ahora camina de regreso al palacio donde su sabio Padre espera al hijo pródigo.

 4º.- La felicidad tiene los ojos cerrados. Paul Valery.

No existe la felicidad. Es un señuelo de cazadores para incautos que creen en quimeras.

Tenemos el estado de felicidad, de amar, de paz y otros muchos, pues todos son transitorios, inaprensibles.

Hay un proverbio ruso que habla del “pájaro de la felicidad”, que vuela de rama en rama, siempre inalcanzable aunque parece que lo puedes aprisionar en las manos.

Si quieres ser feliz, olvida ese pensamiento y, entonces, tendrás días de paz y amor que vendrán a ti cuando vean tu casa de los deseos tan vacía que podrán hacer nido en ella.

 5º.- Que cada cual examine los deseos que ha tenido en su vida. Si es feliz actualmente, verá que es porque sus votos no fueron atendidos. Príncipe Carlos José de Ligne.

Si se cumpliera cuanto pedimos seríamos insaciables infelices, y pedigüeños por naturaleza.

La suma de nuestros deseos es la totalidad de las frustraciones que alcanzamos.

Bueno es desear aquello que pueda estar razonablemente a nuestro alcance. Positivo es trabajar y obtener lo que necesitamos y queremos. Loable es disfrutar de lo que nos ha dado la vida, sin que hagamos preguntas sobre nuestros méritos para merecerlo.

 6º.- ¡Años de niñez en que el tiempo no existe! Un día, unas horas son entonces cifra de la eternidad. Luis Cernuda.

Días, horas, minutos, formas de medir el tiempo.

La niñez no conoce el tiempo. Para ella es una palabra que alarga la espera. Infancia es, aquí y ahora. Cualquier cosa que no esté en el momento se transforma en lejanía, lo que no nunca va a llegar.

La eternidad debe ser algo así como volver a ser niños.

 7º.-  Un idealista es aquel que, al notar que una rosa huele mejor que una col, concluye que hará una sopa mejor. Henry Loáis Mencken.

Idealismo es soñar imposibles. Pero . . . ¿acaso no es ahí donde radica su belleza?

Coles y rosas. Lo prosaico con su olor azufrado y lo hermoso con fragancias de amor y sensualidad.

Transformar la comida y bebida en amor, música, canciones y sentimientos, es la razón de la vida.

Si el vivir lo hacemos prosaico, llenándolo de fealdad, no habrá más que vacío, depresión y una sensación de inutilidad por todo lo que hagamos.

Vivir puede ser hermoso y digno cuando, como un pintor, llenamos el cuadro de colores y figuras colocadas geométricamente, para darle realidad.

8º.-  Ningún tonto se queja de serlo; no les debe ir tan mal. Noel Clarasó.

Cuando un cretino se queja de su estado, es porque está dejando de serlo.

Si estamos convencidos de que nuestra situación en el mundo no puede cambiar, entramos en el marasmo vital y da comienzo la agonía que acaba con la muerte.

La sensación de estar vivo nace del cambio perpetuo. Es como la ropa, que si no la cambiamos termina sucia y oliendo mal.

 9º.-  El miedo es el más ignorante, el más injusto y el más cruel de los consejeros. Edmund Burke.

Miedo e ignorancia pertenecen a la misma familia. Aconseja mal y precipitadamente, volviéndonos crueles con el prójimo.

Matamos por miedo; odiamos por miedo; somos celosos por miedo y hasta fabricamos ídolos, confeccionamos dogmas, ritos y otras liturgias por miedo disfrazado de piedad, para aplacar las iras de los dioses vengativos.

10º.-  Coge el día de hoy; no seas demasiado crédulo en el de mañana. Horacio.

Decir mañana, es excusa para aplazar, no hacer, falta de voluntad para no actuar.

Los plazos acusan al actor de insolvencia; lo aplazamos todo por pereza o debilidad.

El mañana no es nuestro, porque pertenece al futuro. Lo único que tenemos como campo de actuación es el presente.

Somos hijos del momento presente y no podemos recusarlo ni negarlo. Lo que no hacemos “ahora” es porque negamos al ser que hay en nosotros a mostrar lo que realmente “es” para disfrazarlo al momento siguiente con otro ropaje, que no es el suyo propio.

11º.-  El lugar ideal para mí es aquél en que es más natural vivir como extranjero. Italo Calvino.

Ser extranjero en la tierra que lo ha visto nacer, es vivir en soledad, escuchar sin tener que responder, pensar sin que la emoción haga perder la objetividad.

Al extranjero no le pedimos más que la convivencia natural, sin otras obligaciones que las que se derivan de la convivencia social en el lugar que habita.

12º.-  La puerta mejor cerrada es aquella que puede dejarse abierta. Proverbio chino.

¿Cerrada, abierta? ¿Amar, odiar? ¿Amigo, enemigo? Así se vive en los extremos.

Si nuestra puerta está abierta y no tenemos voluntad de cerrarla, proyectamos la idea de que lo aceptamos todo dentro de nuestro orden interno.

El equilibrio es la resultante de dos fuerzas que, aunque diametralmente opuestas, se complementan, que armonizan, una melodía que nace del encuentro de una mano flexible y una cuerda tensa.

Entonces, la puerta abierta se transforma en la puerta cerrada a la ignorancia que la sabiduría no conoce, tal como la luz no sabe de oscuridad.

13º.-  El leer hace completo al hombre, el hablar lo hace expeditivo, el escribir lo hace exacto. Francis Bacon.

Leer es comulgar en silencio con el espíritu del escritor; hablar es transmitir con sonidos lo que hemos aprendido con la voluntad de hacerlo saber; escribir es crear, con tiempo para modelar, volver a pensar y recrear, lo que deseamos transmitir con amor a nuestros lectores.

14º.- A menos que se sepa todo a los veinte años no se tiene ninguna probabilidad de saber algo a los treinta y cinco. Ernest Hemingway.

Lo que sabemos a los veinte años son los frutos que aún no han madurado, pero que están anunciando sus brotes. Lo que somos a los veinte años es la señal de lo que seremos en el futuro inmediato.

El artista, el escritor, el deportista, son existencias que en la juventud han hecho su revelación. Sólo queda el tiempo de madurez, de sazón.

Pero, en estado latente, todo existe en el hombre para revelarse en tiempo y espacio propicio.

Si damos ocasión para que esta oportunidad sea una realidad, el hombre da a luz su objetivo y razón de su paso por la vida.

 

 

 

 

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