ARTÍCULOS PERIODÍSTICOS 71-75

Salvador Navarro Zamorano

 

A71

EL MITO DEL ANDRÓGINO

Entre los romanos, el andrógino era considerado el ser perfecto. Se trata de un mito griego con profundas raíces en la verdadera naturaleza humana, ya que el andrógino participa de ambos sexos. Hoy, gracias a la química moderna y el conocimiento de las hormonas, sabemos que es imposible hablar de sexo puro masculino o femenino. Freud ya había vislumbrado esa verdad cuando declaró: “Todo acto sexual es un acontecimiento que implica a cuatro personas”. Ese tema fue profundizado por Jung y confirmado por la biología.

Del libro de Hermes Trimegisto:

“¿Cómo dices que Dios posee los dos sexos, oh Trimegisto?

Si, Asclepio, y no sólo Dios, sino todos los seres animales y vegetales”.

Nostalgia de una condición original que perdura en el recuerdo de los hombres, el amor encuentra su símbolo perfecto en el mito del andrógino. Hay en el amor sexual una contradicción interna que desafía a la lógica. La sexualidad es separación y unión, antagonismo y atracción o como decía Freud: “Una agresión que busca la unión más íntima”. La primera tarea de la sexología es admitir esta paradoja y procurar solucionarla por una verdadera dialéctica de los opuestos. De ahí la importancia de un símbolo que expresa admirablemente el misterio de la coincidencia de los opuestos.

El sexo es sólo una de las formas de la dualidad universal. El andrógino es, al mismo tiempo, el símbolo de la unidad primordial y divina y de toda experiencia que lleve al hombre a reintegrarla. Esta es la doctrina del mito iniciático que figura en la mayor parte de las grandes tradiciones sagradas de todo el mundo, con algunas variantes, sobre todo con elementos constantes. En el principio había un ser (o varios) que poseía los dos sexos. Él se dividió o se dejó dividir o fue dividido en dos mitades: una masculina y otra femenina. Pero con la separación o con el “corte” como decía Platón (etimológicamente sexo viene de sectus, cortado o eje, que divide por la mitad), surge el deseo de reunir y reconstituir lo separado.

Considerar al andrógino como símbolo de la pareja al mismo tiempo que de la unidad, es admitir la posibilidad de recubrir ritualmente esta separación por la unión de los sexos y, en lugar de admitir esta realización en otro mundo, hacer del amor una técnica existencial de reintegración. Vemos la importancia del símbolo cuando analizamos en profundidad la sexualidad y el amor. Al contrario de los mitos de evasión, de fuga, de rechazo del mundo, este es un mito que asume el mundo y propone a la pareja como una realización, en vez de una disolución.

Habiendo encontrado en el andrógino una explicación plenamente satisfactoria de las contradicciones aparentes del sexo y del amor, no me contento con ella. Deseo, antes de contrastar mis reflexiones, confrontar el mito y la ciencia.

Pretendo ahora describir las etapas que he seguido, esperando que otros, más competentes, sigan el estudio cuya riqueza apenas he podido entrever.

La psicología, en las personas de Freud y Jung dan confrontaciones sorprendentes. ¿Freud no expresó, desde 1.898, su fe en la bisexualidad esencial del hombre? Escribió una carta admirable a Fliess: “Me habitúo a considerar todo acto sexual como un acontecimiento que implica a cuatro personas”. En cuanto Jung, de modo más explícito, identifica en el psiquismo humano una tendencia a reconstituir un estado de coexistencia de lo masculino y lo femenino. Entretanto, no podía pretender dar un carácter científico al tema de la bisexualidad sin penetrar en nuevos caminos abiertos por la ciencia de la vida. ¿Realidad psíquica y también realidad biológica? Antes que nada, el tema de la unidad fundamental y radical de los sexos se encuentra en la historia de los seres vivos. En otras palabras: ¿qué pensar de la bisexualidad en la perspectiva evolucionista? Mi primera observación de novato fue constatar que los biólogos y los estudiantes de la naturaleza hablan de la bisexualidad como un fenómeno natural. Se trata de clases enteras de animales que presentan caracteres masculinos y femeninos. Son los llamados hermafroditas.

Con todo, observé que los científicos emplean indistintamente la palabra hermafroditismo para designar la bisexualidad funcional de animales elementales como los infusorios y el hermafroditismo propiamente dicho, con doble aparato genital, en especies más evolucionadas, como los gasterópodos, por ejemplo. Evidentemente, la primera es anterior al sexo, de quien parece preparar el camino, mientras que la segunda supone el sexo. Después de haber dejado aparte esta pequeña dificultad de vocabulario, aunque repleta de consecuencias en vista de mi propósito de situar la bisexualidad en el camino de la evolución, estaba preparado para seguir este camino. Como cualquiera puede hacerlo, consultando buenos libros de biología, observé qué originalmente la bisexualidad, especie de ambivalencia sexual, consiste en la aptitud de segregar al mismo tiempo sustancias masculinas y femeninas, diferencia funcional que luego se traduce por diferencias de estructuras. En una etapa más avanzada, la bisexualidad surge bajo la forma de un único órgano o glándula mixta donde se forman óvulos y espermatozoides, que anuncia la división de sexos, por cuanto la secreción del macho se realiza en una región y la de la hembra en otra. Posteriormente, la función se desdobla y divide en dos órganos distintos. Finalmente, ella queda separada en dos indivíduos diferentes. Así, desde las primeras observaciones, el sexo aparece como uno de los aspectos de desdoblamiento de lo simple para lo complejo de la unidad para ser diferente, para la especialización y adaptación que caracterizan la evolución de las especies.

 

En síntesis, la dualidad se realizó en un principio, en funciones correspondientes a lo masculino y femenino, después esta diferencia de funciones se extendió a la morfología y, seguidamente, se concretizó en dos seres distintos. Es sólo en este momento que podemos hablar de verdadera sexualidad, en el sentido que lo entendemos habitualmente. Pero esta separación de los sexos no marca el fin de la dualidad.

Experimentando lo complejo, la vida inventa especies con tres o más sexos y otras que reúnen más o menos completamente los aparatos genitales masculino y femenino. Ello suscita o tolera los fenómenos, las fantasías. Aves o insectos compuestos de una mitad masculina y otra femenina. Crustáceos presentando la particularidad de principiar la vida con un sexo y terminarla con otro, o mudar periodicamente de sexo. Estas extravagancias pueden afectar la especie humana. Se cuenta que el adivino Tiresias, pasó varias veces de la condición masculina a la femenina. Hay también el cuadro extraño en que Ribera presenta un indivíduo barbudo ofreciendo un seno hinchado a un recién nacido. En fin, todos recuerdan el cambio de sexo de alguna persona popular, por diarios o revistas. Sin embargo, se trata de anomalías, por lo menos en lo que se refiere a la especie humana. Es en el hombre normal donde debemos descubrir los vestigios de una bisexualidad original y fundamental. Morfológicamente, los dos sexos presentan tantas analogías como diferencias. En suma, cada uno de ellos parece haber conservado el esbozo y el proyecto del otro. En realidad, se trata de un proyecto abandonado. Para comprenderlo, debemos volver a las primeras fases de la vida embrionaria. Se admite generalmente que el embrión pasa por las mismas etapas de evolución que la especie. Ahora, el embrión conoce al principio un estado de indiferenciación sexual. Al asumir el sexo masculino o femenino, este órgano desarrolla la parte central llamada medular o su zona periférica, llamada cortical. La dirección dada a esta diferenciación es hecha bajo el control de las hormonas, sustancias químicas segregadas por las glándulas genitales o gónadas. La bisexualidad de las glándulas es seguida por los dos canales. Todo embrión, cualquiera sea su sexo genético, posee originalmente un par de canales de Wolff, los futuros canales genitales masculinos y un par de canales de Muller, futuros canales genitales femeninos. Durante su crecimiento, el embrión desarrolla uno y no los otros; en una fase más tardía, él los completará por anexos que terminarán la diferencia existente en el aparato genital externo, dejando sin embargo una reducción y una forma atrofiada de los órganos del sexo sacrificado. Metamorfosis admirable de un aparato genital idéntico que poco a poco se sexualiza, desarrollando en el hombre una especie de botón que permanece atrofiado en la mujer, dejando hendido en esta el orificio que se prolonga en el hombre. Se puede afirmar, que todo ser humano presenta vestigios de bisexualidad anatómica, residuos de una bisexualidad embrionaria.

 

Con todo, es la teoría de las hormonas la que da base científica a la hipótesis de una bisexualidad permanente, aunque fluctuante, de la especie humana. La importancia creciente de la bioquímica atrajo la atención de los hombres de ciencia hacia las secreciones que aseguran la sexualización del embrión y determinan la del adulto. Todo indivíduo segrega al mismo tiempo hormonas masculinas y femeninas. Todo lo que se puede decir es que los machos producen relativamente más andrógenos que estrógenos, pero en una proporción sujeta a variaciones. Fuera de esto, la estructura química de las hormonas es susceptible de cambios. Aunque el indivíduo sea un adulto, las hormonas presentan una cierta fluctuación entre los sexos. La función reguladora de ellos supone una potencialidad sexual dual. La función de las hormonas comprueba de manera evidente la bisexualidad del hombre. El psiquismo humano depende intimamente de esta oscilación del equilibrio hormonal. Sabemos que las hormonas no sólo controlan el desarrollo y comportamiento fisiológico de los sexos, sino también el comportamiento psicológico. Basta aplicar una inyección de hormonas femeninas para desarrollar las glándulas mamarias. La bisexualidad es una realidad profunda de la vida, tal vez la realidad de que la vida procura automáticamente restablecer en sentido inverso lo que hace dualizando y sexualizando.

Entretanto, el mito del andrógino no simboliza sólo la unidad germinal, sino también la nostalgia. No solamente ilustra la unidad sino toda la experiencia de reintegración en ella. En primer lugar, el amor, las realizaciones de la pareja. ¿Qué confirma la biología de esta representación?

En biología, el coito es el acto por el cual bajo el impulso de una fuerza que parece animar a todos los seres vivos, desde los protozoos hasta el hombre, dos indivíduos de la misma especie y generalmente de sexo diferente se conjugan de manera que permite a uno de ellos transferir una parte de su substancia celular al otro.

Esta definición provoca inmediatamente ciertas dudas y objecciones. ¿Cuál es la naturaleza de esta fuerza? ¿En qué medida está ligada a la sexualidad? ¿O a la fecundación?

Por tanto, es interesante repensar todo el mecanismo sexual en las dos extremidades de la evolución, bajo la forma más compleja así como de la forma más simple.

 

En lo que dice con respecto a los protozoos, sabemos que se reproducen por partición. Esta reproducción asexuada puede prolongarse indefinidamente. La reproducción de la especie está garantizada sin que los organismos recurran al sexo o al amor. Y, mientras tanto, el amor aparece. ¿Por qué otro nombre se puede llamar a este abrazo, esta yuxtaposición que recuerda al beso del ser entero, esta comunión de dos células, como abiertas la una para la otra y una en la otra?

Así, la fuerza que lleva a dos células a unirse no debe ser identificada con la fuerza que las lleva a reproducirse. Descubrimiento fundamental es percibir que en este momento elemental de la vida, el fenómeno de la reproducción y el de la conjunción, pueden permanecer distintos. Pueden coincidir, pero no confundirse. La finalidad del amor no es la procreación. La multiplicación de las especies no exigía la invención de la sexualidad. Sabemos que la vida encontró otros modos: germinación, partogénesis. La sexualidad no era necesaria. Basta una simple variación de la temperatura para provocarla o interrumpirla. La sexualidad no está inscrita necesariamente en el ciclo biológico de un animal, sino que es determinada por factores contingentes. Sin duda, la sexualidad es propicia al rejuvenecimiento hereditario, a la eliminación de las taras que se acumulan poco a poco en una familia. Esa es una de sus ventajas. Pero nada autoriza a decir que sea su razón.

Si la fuerza que lleva a los paramecios a unirse no es el instinto de reproducción, tampoco es la atracción de los sexos. En el coito de estos infusorios hermafroditas, podemos observar cada uno de los participantes, rigurosamente semejantes, representar al mismo tiempo el papel de macho y hembra. Ninguna tendencia compensa un desvío sexual que no existe y nada reconstituye una bisexualidad que no dejó de existir. Estamos forzados a reconocer que el fenómeno erótico antecede a la sexualidad. La sexualidad es apenas una de las formas de la dualidad de la vida, lo que nos lleva a considerar la unión sexual como una de las maneras de compensar la dualidad y reconstituir la unidad. Es este corolario el que ilustra perfectamente la unión de los paramecios. Esto nos lleva a pensar que el amor no se confunde con la sexualidad ni con el instinto de procreación y que la atracción de los sexos es una de las modalidades de algo mucho más amplio, una tendencia a liberarse de toda diferenciación, particularización, fragmentación, para reconstituir la unidad perdida.

 

La fusión definitiva o pasajera de dos indivíduos posee la apariencia de un amor de tipo elemental. Algunos investigan si será una inclinación general a unirse que, como las moléculas del aire es insensible e inerte. “Principio de expansión”, “afinidad del ser por el ser”, “apetencia del otro”, poco importa las denominaciones. Podría bien tratarse de una propiedad universal cuyos ejemplos son encontrados en los ciclos de transformación de la materia en energía.

 

Pero esta modalidad no deja de ser la modalidad específica de la pareja, el camino abierto a los sexos por el amor para reconquistar su condición primitiva.

 

En el otro extremo de la evolución se sitúa el amor humano. Al reflexionar sobre la unión del hombre y la mujer, nos deparamos con un dato curioso. Ella es siempre descrita como un proceso de fecundación aunque en la mayoría de los casos este objetivo sea evitado. ¿Por eso debemos considerar estas uniones desprovistas de sentido? Sería un grave error. Hay casos, excepcionales, en que ellas significan más que una simple procreación; es cuando la fecundación espiritual sustituye a la otra. El tema que es antiguo, fue tocado por Platón en “El Banquete” y fue revolucionado por Jung y su psicología del inconsciente. Pero es verdad, que para comprender e interpretar estas conjunciones debemos recurrir al esquema biológico y hasta el esquema celular, sin olvidar que el acto supera infinitamente a las conjunciones de los gametos que permanece, aún cuando se quiera evitarse, como modelo y llave de los canales eróticos.

 

El esquema biológico es conocido por todos. Es un esquema de fecundación. Recordemos que se practica gracias a una verdadera violación celular del óvulo por el más fuerte y veloz de los espermatozoides. Violación acompañada por la transferencia del material genético del espermatozoide al óvulo. La función de la célula masculina es realizada de esta manera. En compensación, para la célula femenina, es el inicio de una actividad larga y prodigiosa. Esta diferencia se encuentra, como una señal, en el concepto que los sexos hacen de lo erótico. De la misma forma que la matriz de la mujer ha sido preparada para la maduración del fruto, su imaginación, por otro lado, está dispuesta a dejarse fecundar y a desarrollar considerablemente el material recibido. Son las hormonas las que explican esta homogeneidad, porque fueron sus secreciones las que prepararon el psiquismo de la mujer a la pasividad y a la gestación. Tal vez, algunos piensen que recurro demasiado a la teoría de las hormonas, pero es sólo una concesión al lenguaje de nuestra época. Excluyendo las hormonas, es probable que encontremos otra teoría para explicar, por ejemplo, la continuidad existente entre lo fisiológico y lo psíquico. El elemento importante en este caso es la continuidad, cualquiera sea su modo de expresión. Son las hormonas que en cada sexo condicionan la naturaleza del deseo y del amor, aunque estén siempre ligados en el hombre al nomadismo, la conquista, la agresión y hasta el sadismo y en la mujer a la paciencia, la pasividad, la sumisión y el masoquismo. Son las hormonas femeninas las que llevan probablemente a la maduración lenta del amor-pasión, así como a las evoluciones paciente de lo erótico. Los hormonas son una prueba de que la unión se realiza en diferentes niveles. Esta escala comporta virtualidades infinitas que van desde la fecundación propiamente dicha, a la fecundación del corazón, la imaginación y la mente. Desde lo más elemental al ceremonial más complicado. Del apetito ciego a la consciencia más perfecta de la actividad unificante del amor.

En todo instante los canales eróticos dejan transparentar el esquema biológico. La transferencia de su material por la célula masculina, la célula donadora a la célula femenina, la recepción hecha por esta última, la iniciativa tomada por la primera, la violación sufrida por la última, todos estos aspectos se reflejan fielmente en el comportamiento normal del hombre y la mujer, en las tendencias dominadoras, poligámicas y conquistadoras de uno y la disposición de la otra a la monogamia y la fidelidad, sin hablar en el sentido de posesión. Entretanto, el comportamiento anormal de ellos no es menos extraordinario. Revela igualmente la contradicción interna del mecanismo sexual y el aspecto profundo de las cosas, bajo la forma de una síntesis de los contrarios.

A lo que parece, la mayor parte si no todas las aberraciones humanas, encuentran su modelo en la evolución extraordinaria del amor animal. No existe solución de continuidad entre comportamiento animal y comportamiento humano. Ahora, ¿qué caracteriza esencialmente los canales eróticos de los animales? La ambivalencia de ellos. El sexo es al mismo tiempo fascinación y rechazo. Despierta atracción y antagonismo. Encontramos siempre el mismo contraste y, al lado de una gran diversidad de ritos de seducción (paradas, exhibición de encantos pigmentarios, producción de olores atrayentes, cantos diversos) hay otro repertorio de torturas como mordidas, fustigaciones, devorar al otro, mutilaciones, etc. Muchos se interrogarán sobre el sentido de estas violencias y llegarán a la conclusión de que tienen por efecto, tal vez por finalidad, exaltar el ardor genésico.

En vez de desanimar al compañero, la agresividad incentiva su exaltación. La combatividad es la provocación del amor animal. Un hecho curioso es que la combatividad se adapta al escenario sexual. Los machos están habituados a someter a la hembra, a inmovilizarla, a penetrarla más profundamente y por eso la combatividad es más rara en el sexo femenino, aunque asuma generalmente una forma devoradora. Este canibalismo de la hembra de muchas especies es el desarrollo excesivo de su función receptora, de la cual encontramos variantes menos feroces en la absorción bucal del esperma . Todas estas extravagancias y muchas otras, sobre todo las que tienen por efecto romper la monotonía del acto sexual: variedad de posiciones o delirios colectivos, se encuentran en leyendas humanas. Es así que innumerables cuentos folklóricos retoman el tema ascentral de la mujer devoradora. En literatura se ha tocado muchas veces el tema de la mujer atada o presa por una cuerda y semidesnuda sobre un aparato de gimnasia. Los descubrimientos del erotismo son naturales. En verdad, tenía mis dudas. Pero ellas son también el efecto de la diversidad infinita y del poder de invención de la vida. Cuando hacemos el amor se trata, según los teólogos, de una costumbre animal. El amor es profundamente animal. En eso consiste su belleza. Solamente la conclusión es falsa. Lo propio del amor humano es ser mental al mismo tiempo que animal. Unión constante del uno con el otro. Eso es lo interesante de esas aproximaciones. Al lado de la continuidad biológica del animal al hombre, ellas dejan entrever en el humano la continuidad psíquica de lo animal a lo mental. Sin duda, hay en el animal todos los elementos de un erotismo en sentido banal, esto es, una serie de recetas para provocar o afinar el deseo. Las señales son enviadas de un sexo al otro que, por asociación, determina el mecanismo sexual  como la visión de ciertos objetos determina al fetichista o al maníaco sexual. Algunos ritos son practicados de manera que provocan automáticamente el transe, la hipnosis, la catalepsia. Estos ritos son invariables para una especie determinada. Son el fruto de su invención y nunca la fantasía del indivíduo.

Solamente el hombre tiene capacidad de escoger en el repertorio de invenciones naturales aquellas que exaltan o le agradan. Puede, voluntariamente, adoptar los significados más diversos de la sexualidad, asumirlos mentalmente, imaginarlos. Y es aquí y no en el límite de lo normal y lo anormal, en la extravagancia de las formas y comportamientos, que comienza la perversión. Ella consiste en el abuso de esta imaginación, porque son al mismo tiempo recetas que se basan algunas en el placer y llevan a otros a una “confusión de los límites”, a una comunión cósmica en la que los actores se sienten comunicar con la naturaleza entera. Las aberraciones se justifican a medida que sirven al amor en vez de utilizarlo, que acentúan el sentido del misterio que ilustra la paradoja de la “agresión que favorece la unión más íntima”.

Debemos descender hasta los instintos para comprender alguna cosa sobre la psicología de los opuestos. Reciprocamente, es la psicología de los contrarios la que debemos recorrer para comprender el instinto sexual y solucionar la aparente contradicción del antagonismo de los sexos y del amor. Muchos enigmas serían aclarados si comprendiésemos que, inclusive en la violencia, el amor procura muchas veces afirmarse más espectacularmente. Y, en cierto sentido, lo mismo ocurre tal vez con otras aberraciones que tienen por efecto aumentar la separación entre los opuestos, lo bajo y lo alto, lo vergonzoso y lo sublime, la voluptuosidad y el dolor. Afirmaciones que sonarán profundamente inmoral para algunos y singularmente tranquilizante para otros, desde que por temperamente o por doctrina, consideren los contrarios como irreductibles o inseparables. Es posible que la psicología de las aberraciones sea, a final de cuentas, menos conflictiva de lo que pretenden los moralistas y que, también en este caso, el amor procure reservar su parte que es exhumar y desarrollar el germen más ínfimo del espíritu. Pero esto basta para sugerir que la evolución del amor humano se procesa en el sentido del espíritu y del conocimiento.

Lo que podemos guardar de esta breve confrontación con la ciencia es que la división de los sexos, precedida necesariamente de un estado en que las dos virtualidades son indistintas o unidas, van acompañada por la tendencia de los sexos a reunirse. Esta idea de la sexualidad como de una separación que tiende naturalmente o automáticamente a completarse, relega a un segundo plano la función procreadora en beneficio de alguna gran ley física y tal vez metafísica. Cada vez más se impone a nuestra atención, al lado de una tendencia de la vida a la expansión, la dilatación y la multiplicación, a la existencia de una tendencia complementaria, común tal vez a la materia animada e inanimada, a fundirse, reagruparse y reintegrarse a su estado original, a volver a la unidad. De esta propiedad regresiva o, conforme a la imagen tan justa de Freud , de esta elasticidad, la atracción de los sexos podría ser apenas una de las modalidades, la oportunidad ofrecida a la pareja para compensar la división de los sexos, para remediar la dualidad del amor. Con la consecuencia que el sentido del amor sería menos inclinarse para el sexo que vencerlo.

Es el descubrimiento de las hormonas lo que justifica esta interpretación del amor sexual. No sólo estas secreciones sustentan la hipótesis de una continuidad entre lo físico y lo moral, el cuerpo y el alma, la materia y el espíritu, deshaciendo así toda prevención rígidamente dualista, como la inconsistencia de los caracteres sexuales determinados por las hormonas, la aptitud de ellas para transformarse en ciertas especies a partir de factores de temperatura y nutrición y que constituye evidentemente un estímulo para considerar el sexo como un equilibrio provisional siempre sujeto a revisión. Es indiscutible que estas perspectivas favorece el mito del hermafrodita con una justificación probable. Recordemos a este propósito la enseñanza hindú: “La unión de los sexos es la única realidad; la existencia separada de ellos es una ilusión”.

La representación del sexo como el resultado de un conflicto latente entre los campos de fuerza de lo masculino y lo femenino es la de la bipolaridad. Nuestra polarización en uno u otro sexo representaría de cierta forma el coeficiente de la dualidad de nuestra naturaleza. Con la consecuencia de que las naturalezas fuertemente sexuadas, supermacho y superhembra, serían en el amor más intimamente dependientes del sexo y dominadas por él, sujetas al automatismo del instinto, en cuanto la naturaleza hermafrodita sería más libre, más apta por tanto de grandes construcciones mentales, para las cuales el instinto sexual sirve de pretexto y motor. ¡Cuántos problemas permanecen sin respuesta!

Como hemos visto, la preferencia dada a la química para explicar el fenómeno de la sexualidad en vez de atentar contra el prestigio del amor, lo aumenta considerablemente. El sexo no pierde su misterio al ser reducido a una fórmula. Por el contrario, nos lleva a meditar sobre la noción del misterio. Una vez escribí que la noción del misterio pasa actualmente por una revisión general. Este análisis amenaza los dos extremos. El misterio necesario, prohibido, el misterio tabú de las religiones tradicionales está siendo sustituído por la idea del misterio que puede ser aproximado, una palabra que indica prudencia, respeto, humildad y señala que la evolución procede a costas de un cierto racionalismo. En este análisis, la ciencia procura seguir el camino más ejemplar. En oposición a la ciencia que pretendía explicar todo, la ciencia moderna admite lo inexplicable. En los últimos cien años, ha tomado consciencia del misterio del sexo. Tanto en la biología como en otras disciplinas, a medida que los científicos aclaran ciertos problemas, van surgiendo otros nuevos, más complejos, más íntimos.

Esta revelación progresiva y nunca definitiva corresponde a etapas de la antigua iniciación. El misterio se aclara a medida que nos aproximamos a él, pero su brillo se hace ofuscante. Y, finalmente, nos encontramos ante algo inefable. Einstein, al admirarse de que la mente humana había podido comprender el mundo, deducía que Dios tal vez pudiese ser comprendido un día. En el punto extremo, toda tentativa crítica de hecho desemboca en el mismo lugar: el de la ley, esto es, el punto extremo conocido de aquello que el hombre denomina Dios. Es la última conquista de los inteligible. Pero, en el camino de la ciencia como en el del amor, puede haber una etapa por encima de lo inteligible, y al respecto de la cual podemos apenas decir como el monje budista: felicidad inenarrable.

Salvador Navarro Zamorano

 

 

 

 

 

A72

                                               EL PODER DE DIOS

         En momentos difíciles, cuando somos invadidos por fuerzas negativas, sólo hay un camino para el hombre: relajarse y entregarse completamente al poder de Dios.

         No una vez, sino muchas veces, todos llegamos a una situación en que nuestros problemas parecen aplastarnos, hasta el punto de dudar que podamos darle una solución. Muchas personas, en este caso, buscan un médico o un psiquiatra; es lo que dice el buen sentido. Hay ocasiones, sin embargo, en que los médicos no logran nada. ¿Qué hacer?

         Creo mucho en el poder de la entrega a Dios, en colocar nuestras vidas totalmente en Sus manos. El nos puede conducir en medio de cualquier crisis, independientemente de las descorazonadoras opiniones de cualquier ser humano.

         Para atraer el poder ilimitado de Dios, necesitamos desarrollar una fe mucho mayor y confianza ilimitada en El. Hay que mantener silenciosamente este pensamiento en nuestro interior: “¡Padre! ¡Hágase Tu voluntad y no la mía!”   Es frecuente que las personas tengan recelos de entregarse a Dios porque realmente no confían en Él. No tienen la seguridad de lo que Él pueda dar y lo que ellas quieren. Así, aunque se diga: “Hágase Tu voluntad”  no lo dicen sinceramente. Ahí está el error.

         Mientras pensamos que podemos dirigir nuestras vidas sin ayuda de nadie, no entramos en contacto con Dios. Es necesario abandonar primero la ilusión de que el pequeño ego es suficiente, si queremos recibir lo que Dios nos manda. Cuanto más confiamos en El y menos en las ayudas materiales, mejor estaremos. Eso no significa que no debamos atender los consejos de los médicos o que ignoremos el valor de un tratamiento prescrito por un profesional. Entretanto, aunque estemos cooperando con el auxilio de estos doctores, debemos percibir que el poder de Dios en la mente es la verdadera fuente de cura; los métodos externos apenas estimulan la mente para liberar un poco de esa energía divina desconocida.

         Como instrumento para absorber el poder de Dios, la mente es ilimitada. El cuerpo, esa magnífica forma física que el hombre posee, es un producto de su propia consciencia. Cada uno de nosotros es especial, porque usamos nuestra mente de modo diferente. Cultivando actitudes y pensamientos correctos, somos cada vez más capaces de expresar la Divina Consciencia, cuyo reflejo está oculto en nosotros como el Ser.

         La preocupación crónica, el miedo, la tensión nerviosa y otras emociones negativas (culpa, odio, celos, amargura) entorpecen los canales por los cuales la sabiduría y la curación fluyen desde los niveles más profundos de la consciencia. Las personas quedan tan tensas y forzadas por la ansiedad a luchar con sus problemas que acaban emocionalmente “colgadas”. De ese modo, cuando han intentado todo lo que es posible para resolver sus asuntos y nada parece acertar, lo más sensato que puede hacerse es relajarse. Interrumpamos las tentativas de luchar por medio de los recursos humanos limitados de la mente racional que nos lleva indefectiblemente al estado de tensión y frustración. Enteguemos el problema a Dios con un 100% de fe y confianza. En otras palabras: “Digamos adios al problema, dándolo a Dios”.

         Tratemos de entregar completamente a Dios nuestro corazón, mente y vida. Eso comenzará a retirar los bloqueos mentales que nos ha causado la consciencia de estar separado de Él. En consecuencia, sentiremos que Su poder fluye libremente hacia nosotros. Los pensadores de gran creatividad, los innventores, aquellos que han realizado hazañas extraordinarias en momentos de emergencia, santos que comulgan con Dios, todo lo que los seres humanos han aprendido en diferentes grados, se realiza cuando han ido a buscar esa divina reserva interior, fuente única del poder e inspiración creadora.

 

         Los psiquiatras dirían que esas cualidades residen en la mente “inconsciente”.  Tal vez no usen la palabra “Dios” porque la ciencia lo ve todo en términos de leyes naturales. Pero nosotros no podemos separar a Dios de Sus leyes. Independientemente de la terminología usada, todo los que hagan un examen suficientemente profundo descubrirán la semejanza entre los principios científicos que gobiernan el universo (incluso el cuerpo y la mente del hombre) y las verdades expresadas a lo largo de los tiempos por los videntes que tuvieron una experiencia de Dios. Cualquier ciencia que niegue la existencia de esas verdades espirituales aún no han comprendido plenamente lo que está estudiando. En verdad, no hay conflicto entre un instructor espiritual que dice “ten fe en Dios” y el psiquiatra que recomienda: “Busque los recursos internos de la mente inconsciente”. Entrando en contacto con los niveles más profundos de la mente es cuando comenzamos a vislumbrar a Dios.

         La mente es un mundo maravilloso cuyos poderes deben ser investigados, usando los métodos adecuados. Aquellos que realmente desarrollan una busca espiritual siguen el camino correcto con una meditación guiada por alguien que conoce a Dios y no pierden el contacto  ni con la realidad, con el buen sentido, ni con las leyes eternas de la verdad.

         La meditación es el camino más elevado para encontrar fuerzas a fin de superar los obstáculos de la vida. Todos deberían combinar sus actividades de manera que puedan tener el tiempo diario para liberar la mente de preocupaciones, responsabilidades y perturbaciones externas, entregándose a Dios por medio de la meditación.

         En la meditación, la primera regla es aprender a relajar el cuerpo y la mente. Sentado, con la columna vertebral recta, bien en una silla o en el suelo con las piernas cruzadas. Los ojos cerrados para reducir las distracciones. Levantar suavemente los ojos hacia un punto situado en el centro, entre las dos cejas. Relajar el cuerpo algunas veces, mientras se inspira y expira profundamente. Entonces, se abandona mental y fisicamente. Mantener la postura recta, pero relajar tensiones y contracciones musculares, deshaciendo toda tensión indebida. Quedar suelto interna  y exteriormente, como una bandera de tela colgada de un mástil.

         Ahora no pensemos en el problema, pues en tal caso quedamos preso al nivel consciente. Practiquemos técnicas de meditación y entreguemos profundamente el corazón, la mente y la vida a Dios. Cuando nos relajamos y tranquilizamos la mente, por medio de la meditación, comenzamos a recurrir a niveles superiores de consciencia, el eterno cofre donde se guarda todo lo que aprendemos en esta vida y en otras innumerables reencarnaciones anteriores. Si damos un vacío a la super-consciencia, la sabiduría comienza a filtrarse en la consciencia que está en vigilia y encontramos soluciones para nuestras dificultades o una orientación hacia la dirección correcta.

         Cuando nos sentimos enfermos o pasamos por una crisis emocional es frecuente que nos juzguemos como desamparados y queramos desistir. ¿Pero tú no sabes que la vida ha sido hecha para luchar y superar problemas?  No importa qué ocurra, veamos constantemente el lado positivo. Algunas personas tienen tendencia de ver el lado peor de la situación. La reacción invariable es el miedo y el pesimismo. Examinenos cada día nuestra conducta y veamos en qué estamos pensando o nuestro comportamiento, recordando que son las actitudes erradas las que destruyen la paz, la felicidad y voluntad constructiva. Si, existe el mal en este mundo. En el dominio de la dualidad no puede haber luz sin tinieblas, alegría sin tristeza, salud sin enfermedad, vida sin muerte. Pero permanecer siempre en las cosas negativas es un insulto al alma y a Dios. ¡Jamás dejemos que el desánimo tome cuenta de nosotros!

         Vamos a crear en torno nuestro un ambiente de pensamiento positivo.  Ha sido dicho que, para la mente, las actitudes son más importantes que los hechos y eso es una gran verdad. Si procuramos conscientemente lo mejor en todas las situaciones, ese espíritu positivo y entusiasmo actúan como un maravilloso estimulante de la mente, los sentimientos y el cuerpo. La actitud correcta es un auxilio gigante para remover las obstrucciones mentales y emocionales que se levantan entre nosotros y los recursos divinos en nuestro interior.

         En medio de todas las crisis, hay que afirmar con profunda convicción: “Señor, tengo la capacidad del éxito, porque Tú estás en mi”. Seguidamente, sintamos nuestra voluntad unida a una Voluntad superior, buscando una solución. Veremos que ese Poder Divina nos está ayudando de un modo misterioso. En cuanto nos esforzamos al máximo, mantengamos la mente sintonizada con la fuente interior de fuerza y orientación, afirmando: “Señor, hágase Tu voluntad, no la mía”.

         Las afirmaciones son un modo excepcional de absorber el poder de la mente. Cuando estemos perturbados o temerosos, afirmemos en cada respiración: “Tú estás en mi; yo estoy en Ti”. Sentiremos, con seguridad, Su presencia. Las afirmaciones repetidas reiteradamente con concentración y poder de voluntad, se hunden en la mente subconsciente y superconsciente y reaccionan creando exactamente las condiciones que estemos afirmando. Así nos transformamos.

         Para crecer espiritualmente, necesitamos todo el tiempo de nuestra vida. La espiritualidad no es algo que pueda ser injertado desde el mundo exterior, como una “aureola” que podamos confeccionar y colocar sobre nuesta cabeza. Ella viene de un esfuerzo paciente, continuo, cotidiano y de un relajado sentido de entrega a Dios. La luz de Dios no desciende de repente en nosotros y nos hace santos en un instante. No. Es un esfuerzo diario de transformarnos y entregar el corazón, la mente y el alma a Dios, tanto en la meditación como en la actividad.

         Descubrí que mi despertar espiritual más profundo ocurre cuando me entrego y tú también puedes descubrirlo. Cierra los ojos y “mirando” hacia tu interior : “Señor, yo Te entrego mi corazón. No importa lo que hagas conmigo. Vengas o no a mi, sólo se que Te amo”. Este es el amor divino. Ninguna experiencia humana puede equipararse al amor y la bienaventuranza perfectos que inundan la consciencia cuando nos entregamos verdaderamente. Es la realización más sublime que el alma podrá conocer.

         No tengas miedo de Dios. No importa los errores que hayas cometido en el pasado. Muchas personas se ahorcan con resistentes cuerdas de culpas, de miedos, dudas y van en busca de auxilio profesional para tratarse esos complejos. Si tuviéramos fe suficiente podríamos cultivar la comunicación con Dios de manera igualmente fácil. Él es el verdadero Padre confesor a quien debemos llevar nuestros problemas. Nos conoce como somos y es imposible esconderLe cualquier cosa. Aun así nos ama incondicionalmente como hijos Suyos que somos. Cuando sintamos la carga de dificultades emocionales negativas, hay que disponerse a entregarse a Dios con profunda fe: “Padre: malo o bueno soy Tu hijo. Ayúdame a comprender mejor mi verdadero ser y dame fuerzas para manifestar la perfección innata de mi alma”.

         Ese sentido de confianza y entrega crea una relación con Dios tan dulce que no hay palabras que la describa. Sí puedo decir que eso da sentido a todo lo que llamamos vida. ¡Qué alegría sentimos cuando podemos despertar cada mañana, interiorizar nuestra atención y decir: “Madre Divina, ¿qué quiero hoy? Solamente hacer Tu voluntad. ¡Guíame!”  Cuando tratamos nuestras obligaciones con esa consciencia, sentimos la fuerza y el amor transbordando de esa fuente interior para nuestra vida.

         No importa donde Dios nos haya colocado; hagamos lo máximo para manifestar un espíritu positivo, una fortaleza interior de la mente, un sentido de fe, confianza y entrega a Sus pies. ¡Es tan simple conocer a Dios! Basta abandonarse y dejarLo entrar en tu vida. Este es todo el propósito del camino espiritual. Y recibir toda la experiencia que llegue como mandada por Él e intentar aprender con ella. Para transformar la vida, usemos el poder de Dios que está en nuestro interior. En eso está la completa libertad de todas las limitaciones del cuerpo, la mente y este mundo de ilusión. En eso está la victoria suprema para todos nosotros.

                                                                           Salvador Navarro Zamorano

                                                                           Escritor.

 

A73

                                               LA AGRESIVIDAD

         Conflictos, revoluciones, rebeliones, golpes de Estado, corrupciones, asesinatos, estupros, explosiones de violencia, terrorismo por todo el planeta. Es el amargo panorama mostrado diariamente por los medios de comunicación. Gestos de rabia, semblantes airados, son vistos en situaciones corrientes de nuestra vida cotidiana. El claxon impaciente de los automóviles en los semáfaros y las grandes velocidades en carreteras, demuestran la profunda irritación de los conductores en medio de un tránsito enloquecido.

         Programas de T.V. y películas muestran  claramente lo que “al pueblo le gusta”, terror, sexo y violencia. Hasta los programas de radio, con la buena intención de combatirla, describen sus profundas heridas “paso a paso”, alimentando en los oyentes todo los ángulos del sadismo. ¿Cuánto dinero no rindieron hechos luctuosos como los de las “niñas de Alcacer? El odio congelado en los inductores y ejecutores del hecho criminal obró como una fascinación extraña sobre el inconsciente colectivo de la gente.

         ¿El hombre contemporáneo es diferente de los romanos con sus gladiadores y cristianos ensangrentados en la arena? La respuesta es ¡no!

         Violencia, rabia, odio, mal humor, crítica mordaz, son todas manifestaciones de la fuerza agresiva que habita en nosotros a través de los tiempos. Es necesario entender que, en su totalidad, el ser humano trae dentro de sí instintos constructivos y destructivos. La agresividad es una fuerza innata que implica tanto impulsos constructivos (creatividad, bondad y sexualidad) como impulsos destructivos (rabia, codicia, envidia, etc.).

         Ocurre que los impulsos llamados destructivos vienen siendo reprimidos, sea por sanciones sociales y religiosas, sea por nuestro esfuerzo debido a la dificultad que experimentamos en admitir la realidad de su existencia. Intentamos evitarlos porque los tememos profundamente. Nuestra vida, en verdad, está dirigida en una doble finalidad: la de asegurar nuestra sobrevivencia e intentar sacar de ella el máximo placer. Hacemos eso procurando no despertar en nosotros las fuerzas destructivas, capaces de causar daños a nosotros mismos y a los demás.

         La agresividad es importantísima para la sobrevivencia, porque a medida que intentamos satisfacer nuestras necesidades, la vida se mantiene en su integridad. En el amor, su importancia reside en nuestra capacidadn de establecer relación con el otro. El placer también tiene una conexión con la agresividad; sucede con el hecho de quedar felices con nuestras conquistas o excitados ante el horror o el peligro.

         La agresividad es esencial para desarrollar el ego, pues éste se va afirmando mediante la serie de victorias que conseguimos. La paralización o la represión de esa energía es extremedamente perniciosa y podemos acumularla peligrosamente a través del desencadenamiento de sentimientos, tales como la falta de estimación, envidia, impotenci, etc. Y ese acopio de represiones puede explotar en actos violentos.

         La fuerza egoística viene de la confrontación. Crece cada vez que mantenemos una posición ante el adversario. Pero lo que el enfrentamiento esconde, principalmente, es nuestra profunda necesidad de entrega, de ser reconocido por las personas que nos rodean. Tomar consciencia de esa dependencia implica también poder sufrir su privación. Así, aunque los relacionamientos sean tan importantes y necesarios para nuestro bienestar, pueden también despertar emociones agresivas o recibir resistencias.

         Nuestro equilibrio emocional se mantiene,  a través del equilibrio sistemático de las fuerzas del amor y del odio. Cuando, de alguna manera, nos sentimos heridos, poco valorados o ninguneados, somos invadidos por sensaciones de dolor y tristeza intensas, que hunden nuestro equilibrio interno. Tales sentimientos se vuelven, por tanto, agresivos contra nosotros mismos, pero también pueden generar sensaciones de rebelión y odio, que acabamos liberando contra otras personas.

         En la tentativa de mantener el equilibrio interior, usamos algunos recursos que ayudan a descargar la agresividad que generamos. Proyectar en alguien o en algo el mal humor sentido internamente y descargar nuestra agresividad contra él, es uno de esos recursos. Hacemos, por ejemplo, un proyecto de venganza que impone un sufrimiento a otro igual o superior al que nos fue causado. Lo que nos consuela es la satisfacción de estudiar, paso a paso, todos los puntos del plan, imaginando cómo se va a sentir el agredido.

         El amor puede también ser un recurso para desviar sensaciones peligrosas. Así, personas populares pueden rodearse de varios amigos, para no vivir en la temida sensación de vacío y soledad. Rodearnos de todo tipo de bienes materiales puede servir al mismo objetivo.

         En el desprecio, a través de constantes racionalizaciones, nos convencemos de quien nos hirió no merece nuestro afecto ni tampoco nuestro sufrimiento. Gracias a este apartamiento de lo que más gustamos o queremos, podemos soportar las decepciones. La rivalidad y la competición, a su vez, pueden proporcionar sensaciones placenteras en función de las conquistas. Ya con la crítica y la intolerancia, liberamos la agresividad por la proyección de nuestros aspectos negativos sobre los demás.

         Huir de algo o alguien que juzgamos ruin, es otra manera de mantener la seguridad sobre esas sensaciones. Por otro lado, tener celos es una reacción de agresividad y odio ante de una pérdida o su posibilidad. Quedamos furiosos para no sentir la humillación que la sensación de ser sustituído nos trae.

         Falsamente, la ambición por el poder nos la impresión de seguridad. Es por medio de esa fantasía que tantos dictadores, en su enorme voracidad, conquistan y destruyen sin medir consecuencias. La ironía que se esconde detrás de un falso humorismo, no posibilidad defensa a la persona objeto de ella. Ella tiene como objetivo la humillación, la ridiculización, pero siempre conservando el tono festivo. Esta, sin embargo, cumple un doble objetivo: por un lado camufla la agresión; por otro lado, impide la “respuesta”.

         Cómo intentar mantener el equilibrio es una tarea eterna y delicada; para ello la humanidad vino en su auxilio con la religión, tal como la conocemos. La Iglesia surgió, en el pasado, a través de sus preceptos, intentando apartar del amor todo y cualquier trazo de agresividad; para eso enalteció el amor altruísta y negó que la violencia fuera parte del alma humana. A partir del Renacimiento, los intereses recayeron sobre el universo físico, su exploración y experiencia. Tuvo inicio la búsqueda de la “verdad” a partir de valores materiales y el hombre comenzó a tener una mayor comprensión y utilización del mundo material; consecuentemente, comenzó un progeso mayor. Así, los beneficios materiales pasaron, en gran parte, a sustituir los “bienes internos” como si fuesen lo ideal. Pero, ¿dónde quedan nuestras necesidades emocionales? Si se tratan de esa manera serían negadas.

         De un lado, está la represión y negación de los impulsos agresivos en la tentativa de ser buenos; de otro, la sustitución de nuestras verdaderas necesidades emocionales por necesidades materiales. Gradualmente, eso sólo nos puede conducir a una sensación de despersonalización, de frustración que, a su vez, puede cambiar el impulso agresivo, destructivo e incontrolable. Cuanto más apartados estemos de nuestra realidad interna, más ciegos estaremos, enteramente a merced de la emergencia de los impulsos; pero mientras más miedo tengamos, menos conseguiremos canalizarlos en forma adecuada.

         Si somos conscientes de nuestras necesidades reales, podemos también comunicarlas a otros más objetivamente; podremos abrirnos al amor y a la interdependencia, haciendo valer nuestra individualidad. Así, a través de confrontaciones, aciertos, discusiones y concesiones, es posible hacer de nuestras relaciones una constante amable.

         Necesitamos estar atentos, para no distanciarnos de nosotros mismos, lo que es una tendencia de nuestra cultura. Actualmente, eso se da, por ejemplo, a través de la industria de entretenimiento, que va llenando poco a poco el tiempo de ocio que nos resta; por medio del exceso de actividades que nos hacen descansar exhaustos, incluso con la extraña sensación de no haber conseguido cumplir siquiera la mitad de nuestra agencia del día; o a través de la ilusión de proximidad, amistad y contacto que la industria virtual nos suministra.

         Aprender a dosificar la agresividad requiere, a final de cuentas, una nueva tendencia basada en el desarrollo de una consciencia más plena que abarque nuestro mundo interior.

                                                                           Salvador Navarro Zamorano

 

 

 

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  EL CUERPO DE LUZ

         La desacralización creada por el estilo moderno de vida, esconde en el ser humano uno de sus más preciosos medios de trascendencia. Vamos a hacer un viaje de auto-descubrimiento que bien puede representar un camino de retorno a nuestra integridad.

         Hace mucho tiempo, desde la ventana de mi automóvil mi hija, de corta edad, vio un anuncio en la carretera que exhibía a una joven rubia casi desnuda y me preguntó: “¿Papá, por qué está desnuda?” Sin alargar la historia, respondí que a ella le gustaba mostrar la belleza de su cuerpo y que mucha gente hacía eso sólo para ser elogiada y llamar la atención. Al mismo tiempo, comencé a pensar en el lado cruel de nuestra cultura, que domestica a las personas desde su más tierna edad.

         Continué mi camino, intentando reflexionar sobre las influencias de esos momentos en una criatura que más tarde será mujer. ¿Cómo educarla para tener una sana relación y sin prejuicios con su cuerpo, cuando estamos inmersos en ejemplos tan poco edificantes?

         La omnipresencia del cuerpo en nuestras vidas da mucho que hablar en todos los campos de actividades. El es tratado principalmente como una extensión del ego y así sufre con las distorsiones de los deseos e ilusiones de la personalidad, sometiéndose a reglas de la moda y modelado al gusto de la conveniencia personal, pues la cirugía plástica es privilegio de pocos.

         Cosificado y perforado por metales piercing, desajustado por posturas incorrectas en su convivencia con máquinas y tecnologías, el cuerpo humano ha sido casi vaciado de su sentido de trascendencia. Todo normal en una realidad que exalta la apariencia e impresiones de corta duración.

         Las tradiciones religiosas presentan el cuerpo humano como un templo de Dios y, por tanto, un puente hacia la Divinidad. En la visión judeo-cristiana, fue creado a imagen y semejanza de Dios, con los sentidos que sirven justamente para despertarnos a otras realidades, fuera de los límites del cuerpo material.

         Con el objetivo de llevar el conocimiento a todos los que desean vivir el cuerpo en su merecida profundidad, dicen los Maestros que es un camino y un instrumento de conocimiento cabalístico de las realidades infinitas, para desvelar el vasto simbolismo de las regiones del cuerpo, que componen una geografía de lo sagrado, una vía de acceso a la reintegración de lo humano en lo divino.

         El curso de ese camino iniciático puede ser realizado en analogía con el Árbol de la Vida o de los Sephirots, con las diez emanaciones del Creador, y sigue el sentido ascendente propio de la energía de expansión que responde a la verticalidad humana.

         Este camino exploratorio comienza por los pies, nuestra primera parada en el dominio del tener. Hoy en día, está bastante difundido el masaje en la planta de los pies (reflexología) como forma de beneficiar la totalidad del cuerpo, lo que reafirma el significado de los pies en cuanto rudimento del ser, su causa y semilla. Ellos representan no sólo el soporte de la postura erguida, sino la fuerza del alma y puede designar a la persona o su carácter.

         Refiriéndome a la ceremonia del lavado de los pies, hay que observar su justificación: “se lava el pasado y se inaugura la presencia en el seno de una nueva acogida”.

         Los pies sólo encuentran razón de ser cuando están asociados a las piernas, responsable de nuestro incansable caminar sobre la tierra. Andando sobre sus propias piernas, el ser reconoce la necesidad de obtener crecimiento interior, de ejercer su marcha con autonomía y autodominio. “No seas sin entendimiento como el caballo y el mulo; con la brida y el freno hay que sujetar su ímpetu; de lo contrario, no se acercan a ti.” (Salmos 32:9).

         Saber caminar con las propias piernas es otra manera de inciarse en sí mismo, una vez que hasta que conquistemos nuestra verdadera integridad, todos somos mancos por la fuerza de las circunstancias. Por tanto, por las piernas se puede vivir una experiencia de conversión. Pero no descuidemos que el plano no es el camino ni confiemos en rutas pre-establecidas. Aprendamos, como en la lección poética de Antonio Machado, afirmando: “Caminante no hay camino, se hace camino al andar”.

         Bajo el punto de vista espiritual los pies representan lo aún no realizado y las rodillas lo que está hecho. Y no es por casualidad que, en hebreo, “rodilla” y “bendición” son la misma palabra.

         Las rodillas equivalen, en diversas tradiciones culturales y en la simbología bíblica, a la sede principal de la fuerza del cuerpo. Indican la autoridad del hombre y su poder social y de ellas se originan diversas expresiones relacionadas con la temática de la fuerza y del poder; doblar las rodillas en señal de humildad o arrodillarse ante alguien, son algunos ejemplos.

         Al colocarse en “presencia de Dios”, el hombre que va a arrodillarse estrecha los vínculos entre rodillas y oración. Las rodillas nos hablan de engendramiento interno, de la procreación realizada y nos recuerda al niño en cada ser humano.

         En la interpretación cabalística, los pies equivalen al feto en el vientre de la madre; las rodillas corresponden al niño en el momento del nacimiento y los muslos se relacionan con la adolescencia y los procesos de iniciación de la madurez.

         Consciente de que el ser humano encarna sus arquetipos, vale decir que en el mito del centáuro Quirón, el Curador herido, es alcanzado en el muslo por una flecha envenenada, causándole una herida incurable y sufrimiento para el resto de su vida. Y también fue en el interior del muslo de Júpiter o Zeus que Dionisio, dios del vino y la fertilidad, realizó su gestación.

         Prosiguiendo con este movimiento ascendente, subiendo por los muslos vamos a entrar en el segundo estadio del cuerpo humano, la llamada “Puerta de los Hombres”. Es el plexo urogenital, donde se localizan “las primeras aberturas y comunicaciones físicas permanentes, entre el interior y el exterior del hombre, entre el tener y el ser”. Aquí se encuentran los órganos sexuales y reproductores, masculinos y femeninos. El sexo masculino contiene el principio ternario y el femenino el cuartenario (cuatro labios de la vagina); de la suma de ambos, resulta el número 7, símbolo de la perfección y la totalidad.

         La práctica de la circuncisión es una marca de alianza de Dios con los hombres realizada en el pene, por ser el lugar de la unión íntima con la mujer. La circuncisión sirve, además, para retirar el “anillo femenino” del hombre, dándole entereza en su condición masculina.

         En ese segundo estadio del cuerpo, los riñones representan los pies y simbolizan la sede de la energía que anima al hombre en sus relaciones internas y externas consigo mismo y el universo. En la visión bíblica, los riñones, que ejecutan la función esencial de filtrar la sangre, corresponden a la fuerza y, como contrapartida, al pánico y el miedo. En cuanto los riñones purifican la sangre por el agua, el corazón cumple la misma función por el aire.

         Los riñones señalan el principio de la ascensión de la energía y consciencia, de lo irrealizado para lo realizado, de lo visible para lo invisible, ya que rigen “el paso del agua a la sangre, transmutada en espíritu y el paso de la sal al fuego, transmutada en luz”.

         Entre el esófago y el duodeno se sitúa el estómago, donde ocurre gran parte de la digestión. Aunque muchos no lo sepan, la nutrición promueve la integración de la totalidad de las energías divinas y tiene naturaleza espiritual.

         Los riñones forman una matriz de agua y el estómago es la matriz de tierra, que en el cuerpo se asocia a la carne. Pero la carne como esencia divina, fundamentada en la interioridad del espíritu, de acuerdo con el significado de la Eucaristía, en la cual la carne y la sangre de Cristo constituyen el alimento trascendental. En la tradición judeo-cristiana, la carne no puede ser identificada con el cuerpo ni la materia. Ella es el complejo psicofísico del hombre en su existencia concreta y total. La carne es el fundamento último y la expresión de la persona, cargada y expresada en el cuerpo.

         Asociado a la idea de ídiosincracia y carácter de las personas, el hígado es el órgano del honor, del pesar, la gloria y la luz. De acuerdo con ello, el ayuno contempla al hígado como un recurso para aliviarlo del exceso de alimentos físicos y psíquicos que bloquean la realización del devoto.

         En el movimiento vertical del ser humano dentro del Árbol de la Vida, se identifica varias etapas o pasos para determinadas matrices que son la uterina, abdominal, pectoral y craneana. Ese curso simbólico equivale a la progresión de lo sólido para lo líquido, de lo líquido para lo gaseoso y de ahí hacia lo energético, en una asociación con los cuatro elementos principales: tierra, agua, aire y fuego.

         El abdómen es visto como una señal de nuestra exterioridad y se mantiene separado de la matriz pectoral por el músculo del diafragma. Es en esa matriz que se localiza el territorio de emergencia de la consciencia personal, cuyos principales órganos son el corazón y los pulmones, responsables de nuestros sistema cardio-respiratorio-

         La matriz pectoral, más interior, es el territorio del corazón, de la fuerza de voluntad, del deseo, del soplo y la palabra creadora. Por eso, el pecho y el vientre comparten sus respiraciones, siendo el primero de orden superior e inferior el segundo.

         Y aquí llegamos al órgano-símbolo, predilecto de los amantes, el corazón. En este viaje, la tradición judeo-cristiana distingue dos corazónes: el corazón-órgano (el Hijo) y el corazón central (el Padre). El término es usado muchas veces en la Biblia, pero pocas veces haciendo referencia al órgano. La mayor parte de las veces, la palabra corazón sirve de metáfora.

         Juntos a  pulmones y corazón      está “el maestro del soplo y de la vida”. Porque en la respiración está la “presencia del soplo divino” en el ser humano, energía que la sangre y el corazón distribuye por todo el cuerpo.

         “El corazón del tonto es como un vaso quebrado, no puede retener nada de lo que aprende”. Así el corazón también es interpretado como un vaso, analogía con el Santo Cáliz (Graal) que recogió la sangre de Jesús. La expresión “amar a Dios con todo el corazón” fue interpretada con sabiduría por un sabio árabe del siglo XVIII Babua ben Asher, para quien el corazón, por ser el primer órgano que se forma en el embrión y el último en morir, confiere a la frase el sentido “desde el primero hasta el último suspiro”.

         En la tradición judeo-cristiana, en el sufismo y el taoísmo, el corazón es contemplado como “el trono de Dios en el centro del hombre”. Ver con los ojos del corazón, por ejemplo, es otra manera de dar sentido a las cosas, de transformar la visión condicionada y limitada de la realidad humana.

         “El corazón contrito acompaña al espíritu contrito”, lo que es un indicio de que el corazón tiende a aparecer más unido al espíritu que el alma. El corazón-centro (Padre) es un símbolo consagrado del verdadero amor, iluminado por el fuego del espíritu.

         Como dos fuelles que mantiene viva la divina llama del corazón, los pulmones realizan la unión entre el aliento y la sangre. En el cuerpo humano, los pulmones son la imagen del Espíritu Santo en íntima comunión con el corazón-centro, el Padre, fuente de todo y el corazón-órgano, el Hijo.

         Por el enfoque bíblico de los pulmones, la matriz abdominal y pectoral es un espacio tomado por el soplo o aliento, del cual está también repleta toda la dimensión situada entre los cielos y la Tierra, donde el ser humano respira y tiene su existencia en la materia. El soplo-espíritu no es más que un atributo de la persona divina, así como la propia manifestación de Dios que insufló en nuestra nariz el hálito de la vida.

         La asociación entre el aliento y la palabra es otro aspecto a ser resaltado, pues “debemos hablar para respirar y respirar para ver.”

         La energía que expande la consciencia viene de abajo hacia arriba, reproduciendo el movimiento ascencional característico del ser humano, que pisa sobre la tierra pero desea reintegrarse a la realidad celestial divina. En el cuerpo, nada representa mejor ese proceso que la columna vertebral, semejante a la escala de Jacob.

         La palabra columna está escrita 124 veces en el texto bíblico e informa que la Cábala tiene una simbología asociada a cada número de los tres conjuntos de vértebras de nuestra columna, o sea, 7 vértebras cervicales, 12 dorsales y 5 lumbares.

         Y aquí tenemos la cabeza, con sus 7 orificios asociados a los sentidos. Están representados en el candelabro judáico de 7 brazos y uno de los símbolos principales del pueblo hebreo.

         El lugar central ocupado por la boca, evoca el poder de la palabra, de acuerdo con la Tora y el uso correcto de la boca es un canal central de luz para vivificar el cuerpo.

         El cristianismo es una religión de la palabra y, por tanto, atribuye gran importancia al escuchar. Pero, como símbolo, los oídos están relacionados a la escucha mística interior, “la abertura de la persona a la inteligencia cósmica, la capacidad de situarse en el espacio y en el universo”. Consecuentemente, las orejas representan la obediencia, la capacidad de escuchar la palabra divina.

         La boca constituye el órgano de la palabra y el aliento. Se considera un símbolo femenino del poder creador y proporciona la manifestación de los grados más elevados de consciencia. Originalmente, la palabra es sagrada y todos nosotros podríamos producir maravillosos beneficios en nuestras vidas ejercitando esa primorosa cualidad en nuestra vida cotidiana.

         Los ojos, que también absorben el alimento energético y sutil del ambiente, son interpretados como “instrumento de unificación de Dios y el hombre, del Principio y la manifestación”. Según la mística judía y cristiana, el hombre posee ojos para desarrollar la visión de Dios.

         Los ojos son símbolos de fuego de atención e intención y corresponden al corazón-centro, activado en el estadio del ser. La palabra ojo, en hebreo, es honónimo de fuente, manantial.

         Por fin, alcanzamos la matriz creativa, la última etapa de este camino. “El cráneo representa la matriz definitiva de lo humano, desde lo sagrado al santo”.

         Es en “la cámara nupcial del cráneo” donde el ser humano se encuentra con Dios. A partir de la perspectiva de la tradición judeo-cristiana se explica que “no se trata de un Dios cósmico o causa del mundo, ni de un Dios de la verdad racional o teológica”. Nos referimos al Dios de la persona, descubierto por su apertura a las realidades más íntimas, más personales, en la búqueda de nuestro propio corazón. De modo que no se trata de un encuentro impulsado por factores externos.

         El pensamiento, en la matriz craneana, es ante todo la consciencia de sí, como la consciencia del universo que se abre ante el ser. Y es permaneciendo “ en la abertura infinita del mundo que la consciencia de sí mismo descubre su inmensidad, la unión entre lo íntimo y el infinito.” Esa abertura es el verdadero lugar del hombre, su hogar, su punto de destino en el infinito.

         Siempre digo que una de las mayores estrategias de Dios al crear nuestra especie, fue depositar dentro de cada ser la esencia de todo aquello que debemos saber para poder restituirlo a nuestra auténtica naturaleza. Y el cuerpo, como un impresionante mapa de acción de lo divino en nosotros, es la constatación más palpable de esta posibilidad.

                                                                           Salvador Navarro Zamorano

                                                                           Escritor.

 

 

 

 

 

 

 

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                                               INSTITUCIONES Y SECTAS

         En medio de los virulentos ataques que ocasionalmente los órganos gubernamentales, la Iglesia o los medios de comunicación mueven contra algunas sectas, una pregunta aflora: ¿todo ese fanatismo no será una manera de defender conquistas, frente a un enemigo que podía robarle fieles a las instituciones tradicionales? Veamos esto más a fondo.

         El prejuicio cultural contra las sectas impide que buena parte de la población occidental vea y entienda lo obvio; en ese comportamiento existe, ante todo, la lucha por matener el status quo religioso y político. Está claro: es mucho más cómodo y seguro continuar siguiendo los dogmas y preceptos del Vaticano, la Meca o Jerusalém, que ya son razonablemente conocidos.

         Con eso, olvidamos que, al surgir el cristianismo era una secta y que, dentro de la propia historia cristiana, el nacimiento de nuevos credos de todos los matices  no es exactamente una excepción. Al contrario, practicamente desde la muerte de Jesús, surgieron grupos que pretendían haber entendido mejor su papel en la historia humana, que Pablo, Pedro y los demás apóstoles.

         Así, este fenómeno tan típico de este fin de siglo y principio de milenio no es una novedad y no debe ser analizado bajo un prisma específico, o sea, a través de puntos de vista llenos de prejuicios religiosos sean católicos o de cualquier mayoría religiosa. En esos fenómenos existen factores que son bien complejos, más que una simple manipulación del miedo y del desencanto popular.

         El mal es que la mayoría mira las sectas y sus fieles con desdén, creyendo que solamente la Iglesia católica o el protestantimso secular pueden dar apoyo religioso a quien de él necesita. Con tal visión, autoridades civiles y religiosas de todo Occidente refuerzan la tesis que afirma que Estado e Iglesia jamás se han separado: ambos dividen las actividades de la vida humana en el planeta y actúan perfectamente en conjunto cuando se sienten amenazados por algo nuevo o desconocido. Tal vez no sea absurdo recordar, por ejemplo, que en el caso de los O.V.N.I., tema que en cierto modo amenazó Estado e Iglesia, los representantes de esas Instituciones reaccionaron de la misma forma: no lo sé, no lo vi, no lo conozco.

                Medios de comunicación, gobiernos y entidades religiosas, apoyados por los Estados hacen campañas contra las sectas, pretendiendo demostrar que esos grupos no son más que manipuladores de la miseria popular, dirigidos por hombres que desean celebridad, dinero y poder. Para ello, no dejan jamás de usar la ignorancia, la desinformación, el abandono y el miedo de aquellos que las siguen.

         Ahora, lo que no se discute es que todas las sectas han nacido hoy, como surgieron hace dos mil años, sólo para confirmar el hecho de que el hombre piscológica y desgraciadamente todavía es el mismo, si no hubiese espacio y necesidad de eso. Nadie que tenga acceso a la información y la reflexión desconoce el hecho de que las instituciones religiosas manipulan las necesidades psicológicas de los hombres. La Iglesia actúa así, tanto las cristianas como de cualquier otra creencia.

         En el mundo que llamamos profano, gobiernos, partidos políticos, militares, periodistas y todas las áreas profesionales actúan de la misma forma: manipulan las necesidades de la población, muchas veces hasta creando tales necesidades. Nos preguntamos entonces: ¿por qué no creer que las sectas son las llagas y la mascarada del mundo religioso contemporáneo?

         Veamos una leyenda: “Diógenes, que todo lo veía con más aguda visión que otros hombres, vio que una gran tropa de alguaciles y ministros de justicia llevaban a la horca a unos ladrones y comenzó a gritar: “Ahí van los grandes ladrones a ahorcar a los pequeños”. Cuantas veces se vio en Roma llevar a la horca a un ladrón por el hurto de un carnero y el mismo día ser llevado en triunfo un cónsul o un dictador por haber robado toda una provincia.

         Existen aquellos que están “siempre ocupados en dos cosas: en castigar robos y a los que los cometen. No por un acto de justicia sino por envidia. Quieren quitar a los ladrones de este mundo para robar ellos solos.” Existe así una visión profundamente maniquea que pretende hacer de las nuevas sectas, sean de cualquier origen, la única y grande ilusión, religiosa y cultural del mundo-

         A partir de esa visión, el resto (católicos, protestantes, etc., partidos políticos, gobiernos, poder judicial y hasta los críticos de arte) representan el bien y son factores absolutamente imprescindibles para la felicidad humana.

         De esa forma es posible entender por qué uno de los pocos libros que estudian el origen e instalación de las nuevas sectas en un país cualquiera prefiere llamarlas demonios y toma un claro partido por el Vaticano, recordando que ellas, en una gran mayoría, tienen su sede en los Estados Unidos y que bastaría ese acto para colocarlas bajo sospecha. A partir de esa tesis, cualquiera puede preguntar de dónde llegan los santos. Y la respuesta es que aún sigue viniendo de Roma.

         Los que insisten en intentar llevar la sectas al ridículo y, quien sabe, a los tribunales, afirmando que son multinacionales de la mala fe, estando todas ellas ligadas al capitalismo internacional no teniendo otra motivación a no ser la manipulación de los fieles y el enriquecimiento de sus líderes, olvidan que la Iglesia romana y el protestantismo secular son también multinacionales del mismo género, desde hace muchos siglos y forman la base del pensamiento occidental, sea a nivel religioso, político, cultural o psicológico.

         La clara verdad es que las sectas no tienen nada de inesperado, original o sorprendente, a lo máximo son ovejas negras de una antigua y misma familia de carneros. Ninguna de ellas tiene un comportamiento sui generis, jamás detectado en la propia Iglesia, por ejemplo.

         Veamos: todas las sectas repiten, en grado menor, la formación jerárquica, centralizadora y dogmática del catolicismo. Ninguna de ellas escapa al arquetipo milenario del líder incontestable y único, ninguna propone que el fiel deje de ser un asustado seguidor de reglas y preceptos, ninguna llama la atención al gran peligro de creer en un líder, ninguna deja de construir centros, enriquecerse, prosperar, hacer santos y esparcir la buena nueva de su propia existencia, para quien quisiera escuchar y creer.

         Siendo así, esto es, tan semejante el comportamiento de las religiones ya instaladas hace dos mil años, ¿por qué entonces tantos prejuicios? Probablemente porque hay un factor: la evidente lucha por el poder. En verdad, los líderes de las sectas son hombres que jamás tendrían mayor espacio en la Iglesia romana o en la protestante, sea por el motivo que fuera. Ninguno de ellos llegaría al obispado, ninguno sería Cardenal y mucho menos Papa.

         Ante esa realidad, tal vez tales hombres digan para sí que la salida para su egomanía tan herida fuese la creación de una iglesia propia, basada en sus opiniones personales, formación cultural, necesidades psicológicas y, después, el único trabajo sería buscar seguidores que tuviesen el mismo perfil.

         En esa nueva iglesia este buen hombre sería un líder religioso, profeta, censor, jefe de policía, juez y, en algunos casos, un semi-dios, ya que tendría acceso a la palabra y voluntad divina. Mejor aún: sería adulado por políticos, especialmente cuando consigue reunir un número razonable de fieles, y la congregación sería considerada de utilidad pública, no pagaría impuestos y el líder no tendría nada más que hacer buenas promesas. Pero, al final, la omnipresente política prácticamente vive de promesas y no por eso ha sido condenada nunca.

         “El sufrimiento religioso es, al mismo tiempo, expresión de un sufrimiento real y protesta contra un sufrimiento real. Suspiro de criatura oprimida, corazón de un mundo sin corazón, espíritu de una situación sin espíritu: la religión es el opio del pueblo.” (Marx.)

         Al contrario de lo que la gente piensa, Carl Marx no condena la religión: sólo la constata. ¿Cómo podría la religión ser acusada de responsabilidad, si no deja de ser una sombra, un eco, una imagen invertida, proyectada sobre la pared? Ella no es causa de cosa alguna. Es solamente un síntoma.

         Las sectas no son otra cosa: apenas un síntoma. Pero, como antiguos y ortodoxos médicos alópatas, acostumbrados a las inyecciones y antibióticos, miramos para el fenómeno viendo solamente los síntomas, sin atinar o buscar las causas, y sin jamás notar que en la sociedad existen instituciones religiosas, políticas, militares y educacionales, tanto o más peligrosas para la libertad que las nuevas sectas. Es como si aceptamos lo ya instalado porque es más cómodo y conocido.

         Al considerar los movimientos religiosos que han nacido en nuestro país como exóticos o esquizofrénicos términos tan queridos a militares, nacionalistas, patriotas, censores y los que disimulan muy mal ser los dueños del país, los críticos de las sectas confirman lo que se ha dicho: creen piadosamente que el corazón humano es un feudo y pertenece al catolicismo romano, protestante o a cualquier otro grupo religioso, que haya tomado posesión del terreno. Con eso, está claro, se intenta evitar que el rebaño se disperse lo menos posible.

         Y, tal vez, lo más interesante sería discutir si existen pastores mejores que otros o son todos muy semejantes. Y, más allá de todo, si el tiempo de los pastores ya ha pasado. En fin, ¿cuando carneros y ovejas tendrán el valor de levantar la cabeza y mirarse en un espejo? Sin intermediarios.

                                                                           Salvador Navarro Zamorano

                                                                           Escritor

 

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