REVISTA ALCORAC

Salvador Navarro.

                       

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                                                                                    Circular nº 8. Especial verano.  Año VII.

                                                                                    Llubí, 1º Agosto de 2.001.

          Cada vez resulta más difícil dar una sorprea a mis lectores. Desde las lecciones recibidas de mis Maestros en Brasil, hasta las biografías de grandes Iluminados, pasando por diferentes experiencias místicas, hasta los actuales resúmenes de antiguas filosofías, ya terminadas, y unos apuntes de filosofía oriental, para pasar en las próximas fechas a los filósofos más modernos, estas Circulares han intentando abarcar un amplio espacio de tiempo, donde se ha impartido la sabiduría desde muchos puntos de vista. En esta Circular, para ser leída en el verano del primer año del tercer milenio, voy a tocar un tema extraño para muchos, pero no por ello maravilloso. Se trata de un santo, Dionisio el Areopagita, primer obispo de Atenas, convertido por San Pablo cuando era miembro del tribunal griego del Areópago. Sufrió martirio en el año 95 de nuestra Era. Nos legó un “Tratado de teología mística”, donde nos transporta al mundo de las reflexiones, un espacio sobre el amor y la espiritualidad de los hombres. Escribo una primera parte ahora y espero concluirla en la Circular extraordinaria del invierno, Diciembre de 2.001. Lee con atención y maravíllate de cuántas cosas han sido escritas y  ocultadas para la generalidad de los hombres.

          A ti, Trinidad más allá del Ser, condúcenos a las alturas de la revelación mística, sublime más allá de todo pensamiento y luz;

          donde los misterios simples, absolutos e inmutables de la divina verdad están escondidos, en la translúcida oscuridad de aquél silencio que se revela en secreto, pues esta oscuridad, aunque sea la más profunda de las oscuridades, es con todo, radiante y clara; y aunque esté más allá del tacto y de la visión, ella transborda nuestras mentes invisibles con esplendores de trascendente belleza.

          Esta es mi oración.

          En cuanto a ti, amado Timoteo, empeñándote sinceramente en la contemplación mística, abandona los sentidos, los trabajos del intelecto, y todo lo que pueda ser sentido y sabido, y todo lo que no es y es. Pues de ese modo, puedes alcanzar ignorando, hasta el punto que sea posible,0 la unidad con Aquel que está más alla de todo ser y conocimiento.

          Así, a través del indómito, absoluto y puro desapego de todas las cosas, tú serás alzado hasta esa radiancia de la divina oscuridad que está más allá del Ser, sobrepujándolo todo y absolutamente libre.

          El hombre ha vivido hasta ahora de una manera esquizofrénica. La razón por la cual está dividido no es difícil de comprender. Durante siglos, nos han enseñado que el mundo no está formando por uno sino por dos niveles: el mundo de la materia y el del espíritu. Eso es un absurdo total.

          El mundo se compone de una única Verdad. Está claro que ella posee dos aspectos, pero son indivisibles. El exterior aparece como materia y el interior como espíritu. Es como un centro y su circunferencia. Esa división penetró en la mente humana de mil y una maneras. Logró la separación entre el cuerpo y el alma. Separó lo inferior de lo superior. Hizo una separación entre el pecado y la virtud, así como entre el pecador y el santo.

          El hombre está hoy tan fragmentado, tan dividido, que es casi un milagro estar consiguiendo mantenernos íntegros. Toda la energía se agota en conseguirlo, porque estamos desintegrándonos constantemente.

          La mayor necesidad de hoy es ir más allá de esa locura, de todas esas divisiones, para alcanzar la unidad, que no es masculina ni femenina, ni oriental ni occidental. Ella fue llamada por los místicos, Dios, Verdad, Absoluto, Logos, Tao . . . diferentes nombres, pero indicando la misma y única realidad. Fue posible hasta ahora, de alguna manera, seguir viviendo con tanta tensión, pero cada vez es más difícil conseguirlo.

          Llegamos a un punto, en el que una decisión ha de ser tomada. Si queremos existir, tenemos que crear una síntesis, o mejor, trascender todas las dualidades. Si no queremos existir, entonces no hay ningún problema. Si deseamos cometer un suicidio global, naturalmente todos los problemas están resueltos, pero yo no pienso que alguien quiera o desee un suicidio de tal magnitud.

          El ser humano se ha realizado mucho, a despecho de toda las especies de locuras. El ser humano ha alcanzado muchas alturas: religiosas, místicas, poéticas, musicales. Y todo eso ha ocurrido a despecho de todas las especies de locuras que seguimos apoyando, nutriendo . . . porque los intereses creados no quieren que seamos una unidad, sino que permanezcamos divididos.

          Cuando Rudyard Kipling dijo: “Oriente y Occidente jamás se encontrarán”, estaba dando expresión a todos los creadores de intereses bastardos. Estos quieren que el mundo esté dividido, que el ser humano permanezca separado por las muchas religiones, filosofías, ideologías políticas, etc. De todos los modos posibles a ellos no les gustaría que hubiese solidaridad, unidad. ¿Por qué? Porque al hombre que es íntegro sería imposible esclavizarlo. No puede ser explotado ni por religiosos ni por políticos. Él es libre de todas las posibilidades de explotación y de opresión. Es ahora un indivíduo, rebelde, inteligente. Se vuelve tan preciso y claro que puede ver a través de todas las supersticiones, por más viejas y ascentrales que ellas sean. Puede ver la estupidez en la cual la humanidad ha vivido y no solamente vivido, sino glorificado. Puede ver las tonterías de las nacionalidades, el completo absurdo de las religiones en el mundo.

          Hay más de trescientas religiones en el mundo y, por lo menos, tres mil sectas. Él puede ver con claridad que separar la materia del espíritu es crear una división en el propio ser del hombre, porque el cuerpo, la materia, no es nada más que el espíritu manifestado, y que el espíritu es la materia no manifestada.

          Dios y el mundo no son dos cosas. Dios no es el creador y el mundo no es lo creado; Dios y el mundo son una unidad. Se trata de un proceso de creatividad. Puedes dividir este proceso en dos partes: el creador y lo creado. Pero, en verdad, es una división arbitraria. Es un flujo de creatividad. Dios no es el creador, recuerda esto, y el mundo no es lo creado. Toda esta existencia es una corriente de energía creativa.

          Tienes que comprender esta unidad, de manera que ninguna parte de tu ser permanezca dividida. El Occidente está orgulloso de su materialismo, de su ciencia y tecnología. Ese orgullo impide que entre en profunda comunión con el Oriente, pero eso no es nada comparado con el ego oriental.

          El ego de Oriente es mucho más sutil y peligroso, más venenoso. El ego oriental inventa, proyecta . . .  se gloría de su espiritualidad. Está claro que las personas que piensan son espirituales pueden condenar a las que son materialistas, con mucha más facilidad que si fuera lo contrario, porque hasta un materialista siente de alguna manera que la materia es una realidad inferior. Puede ni creer, conscientemente, en cualquier realidad superior, pero el condicionamiento es tan antiguo que un hombre puede ser, conscientemente, materialista, pero en el fondo sigue siendo parte de toda la herencia de la humanidad. De ese modo, el ego occidental no es peligroso, pero sí lo es el oriental, por la simple razón de que es más sutil, más escondido, inconsciente, pero sin nada en la superficie que parezca revelarlo.

          El Oriente se ha proclamado siempre como la fuente de toda espiritualidad y misticismo, lo que es una patente absurda. Depende solamente de la ignorancia. Si pudieras preguntar a esos llamados Maestros lamas o budistas, te sorprenderías, porque saben muy poco de otros Maestros espirituales que han existido en otras partes del mundo. Dionisio, Heráclito, Pitágoras, Chuang Tzu y otros, son casi desconocidos para ellos.

          Nosotros vamos a hablar de Dionisio en estas dos Circulares extras de este año. Es uno de los grandes Maestros de todos los tiempos. Y, si un estudiante oriental, por acaso encontrase a una persona como él, comenzaría a pensar que sus conocimientos los habría tomado prestado de algún oriental. Parece una presunción tácita, que el Oriente tenga algún monopolio sobre el espiritualismo.

          Nadie puede monopolizar la espiritualidad. Oriente y Occidente no pueden marcar diferencias en el crecimiento espiritual del hombre. Jesús fue un Maestro en Jerusalén; Lao-Tsé, lo fue en China; Dionisio en Atenas. No hay necesidad de tomar nada prestado de nadie.

          Sí. En las investigaciones científicas se ha descubierto un fenómeno extraño: siempre que un científico descubre algo, casi simultáneamente, muchas personas en la Tierra descubren la misma cosa, pero de manera diferente. Einstein, dijo: “Si yo no hubiese descubierto la teoría de la Relatividad, en un período de tiempo de dos años otra persona la habría dado a conocer”.

          Ahora está quedando cada vez más claro que, con todos los grandes descubrimientos, aunque el esfuerzo inicial sea hecho por la mente consciente, el resultado final siempre viene a través del inconsciente. Y la capa más profunda de la mente inconsciente es colectiva. Yo soy diferente a ti como persona, y vosotros diferentes a mí como tal, en lo que respecta a la mente consciente. Si vamos un poco más a fondo, nosotros no somos tan diferentes en el inconsciente. Y, si vamos a seguir profundizando, llegaremos mucho más cerca de lo que llamamos inconsciente colectivo.

          Y los místicos dicen que hay todavía más, el llamado inconsciente universal o Dios. Este es el verdadero centro. En este punto, todos nos encontramos y todos somos uno. Es solamente cuestión de quién esté mirando en esa dirección. En contrapartida, podemos no estar mirando para ese punto y por eso lo perdemos.

          En aquellos días, cuando vivía Dionisio, muchos viajeros venían de la India. Con la venida de Alejandro Magno, muchas barreras fueron rotas, y se crearon puentes de relaciones con Oriente. Y el fenómeno no fue de un lado solamente: los místicos orientales también comenzaron a viajar para Occidente. Muchos monjes fueron hasta Alejandría y Atenas, que fueron después mencionados en algunos textos como gimnosofistas. También había un comercio entre Grecia y la India y, por ello, con los comerciantes y mercaderes viajando, hubo un gran intercambio de ideas.

          Se supone que Dionisio visitó la India, porque su forma de hablar es muy oriental. Por ello se piensa que hubo visitado este país o alguien procedente de Oriente o muchas influencias orientales quedaron a su disposición. Pero yo no estoy totalmente convencido de esto.

          Mi experiencia y comprensión es la siguiente: que las grandes verdades inrrumpen en muchos lugares, de manera casi similar. Lao-Tsé jamás visitó la India y ningún hindú visitó a Lao-Tsé. La China y la India están separadas por grandes montañas; no había ningún comercio entre ambos países, ni comunicación de cualquier clase. Con todo, lo que Lao-Tsé dice es tan parecido a las enseñanzas de Buda, que hay una gran tentación de creer que tiene que haber habido alguna comunicación.

          Pero yo digo: nadie tomó prestado de ninguno, sino que todos ellos bebieron en la misma fuente. Y, una vez que pruebas del mar, si la orilla es hindú o mediterránea, el sabor salado es el mismo. Así es la verdad: ella tiene el mismo gusto y sabor, el mismo aroma. Tal vez, al expresarla, haya la posibilidad de pequeñas diferencias en el lenguaje, pero eso no importa demasiado. A veces, ni esas diferencias existen.

          Dionisio era cristiano, uno de los verdaderos cristianos. Parece que Nietzsche no conoció a Dionisio y su Mística, caso contrario, no habría dicho que el último cristiano murió en la cruz hacía dos mil años. En verdad, ha habido pocos cristianos que hayan seguido la doctrina de Cristo. Dionisio se cuentra entre ellos. Después, está el Maestro Edkhart, San Francisco, Jacob Boehme y algunos más, no muchos, naturalmente, porque el cristianismo se formó como una religión tan organizada, que ha sido imposible que haya dado místicos, o de haber habido, han quedado en el más absoluto secreto. Tenían que ocultarlo. No había otra manera.

          Es como ocurre hoy en algunos países totalitarios, como China, por ejemplo. Allí no puedes ser místico sin tener que estar escondido. Porque serlo significa que estás loco y necesitas un hospital psiquiátrico o choques eléctricos.

          Jesús murió dignamente. Murió lleno de paz y alegría. Pero, si hubiese nacido en este tiempo, habría tenido una muerte indigna, a través de torturas sofisticadas, que si no matan destruyen todo esplendor, gloria e inteligencia. Los místicos contemporáneos que viven en países totalitarios, no pueden meditar abiertamente, ni discutir sobre la verdad, sobre el amor.

          El catolicismo hizo lo mismo en Occidente durante dos mil años. Destruyó toda la posibilidad de misticismo. Había dos caminos para evitar ser perseguido: uno era ocultarse en el anonimato o huir a cualquier lugar desierto; el segundo, era vivir como un cristiano normal en la superficie, usando el mismo lenguaje que los otros y seguir haciendo su trabajo interior de manera privada. Eso fue lo que hizo Dionisio.

          Te sorprenderá saber que  Dionisio fue obispo de Atenas. Tenía que haber sido un hombre de rara inteligencia. Ser obispo en Atenas y, aun así penetrar en los más profundos misterios de la vida, como Buda, Jesús, Lao-Tsé, y otros . . . Él construyó una fachada y engañó a la organización cristiana.

          Su tratado no se publicó mientras vivió. Si se hubiese publicado, habría sido expulsado de la Iglesia, perseguido y torturado. Y un hombre de comprensión, que no es un suicida, no le gustaría que le persiguiesen sin necesidad alguna. Si fuera una necesidad aceptaría el desafío. Pero él no buscaba eso; no ansiaba ser un mártir. No era violento consigo mismo.

          Dionisio fue un hombre raro; viviendo con el catolicismo y su rígida organización, siendo obispo y, aun así, ser capaz de alcanzar las supremas alturas de la consciencia. Eso es algo digno de alabanza.

          Antes de entrar en estos bellos versos de Dionisio, algunas cosas han de ser comprendidas. Una: esos versos fueron escritos como cartas a uno de sus discípulos, Timoteo. Todo lo que es realmente grandioso, todo lo que es de trascendental, solamente puede ser comunicado a los discípulos. Tiene que ser dirigido a aquellos que lo aman, que tienen una profunda sintonía con su corazón. No puede ser dirigido a las masas, a los indiferentes, a los antagonistas. Las grandes verdades son comunicadas sólo cuando hay amor. Solamente entre un Maestro y un discípulo es posible que la verdad pueda ser transferida.

          Discípulo significa aquel que está abierto para recibir, que confía tan plenamente, que no hay preguntas que puedan hacerse, porque esos profundos misterios no pueden tener argumentación. O sabes o no lo sabes, pero no se puede argumentar. No hay más prueba que la confianza en el Maestro. Es claro que, si confías en tu Maestro, él puede llevarte hasta una ventana desde donde puedas ver el vasto cielo en todo su esplendor . . . millones de estrellas . . . Pero tendrás que confiar permitiendo que te tome en sus manos y te lleve hasta esa ventana. Si discutes sobre la ventana y su existencia, sobre el cielo y su realidad, no habrá ningún medio de convencerte.

          No hay ninguna prueba de Dios; jamás la hubo ni la habrá. Aquellos que han conocido, lo saben debido a la profunda intimidad y amor por el Maestro. No es una cuestión de convencer a alguien, ni se trata de una conversión o de cierta ideología; es simplemente un loco caso de amor. Te encuentras con un hombre como Dionisio y la propia presencia transpira alguna cosa en ti, desencadena algo nuevo, del cual nunca tuviste conciencia antes. Comienzas a escuchar una melodía, a ver una belleza, sentir un nuevo estado de entusiasmo, de éxtasis, sin ninguna razón visible. Entonces es posible entregar tu ego a tal persona.

          Cuando entregas el ego a un Maestro, sabes que no es más que un pretexto. Te estás entregando realmente a Dios, no al Maestro. En verdad, estás simplemente entregándote. No tiene ninguna importancia para quien lo haces; la cuestión no es “para quien” el caso es que estás entregando tu ego. En el momento que el ego está rendido, hay posibilidad de comunión.

          Estas son cartas de Dionisio a su discípulo amado,Timoteo.

          La segunda cosa a recordar es que el cristianismo, habiéndose convertido en una religión sobre Jesús, perdió algo de tremenda importancia. Debido a ser una religión sobre, no fue una religión de Jesús. Una religión sobre Jesús no es lo mismo que una religión de Jesús. Son contrarias, porque cuando una religión se hace sobre una persona, ella pierde contacto con la realidad interior de esa persona, interesándose por sus expresiones exteriores.

          El catolicismo se interesó por seguir a Jesús como ejemplo. Ahora que tomó una dirección equivocada. Nadie puede seguir a Jesús, porque su vida no puede ser un ejemplo para nadie, porque cada vida existe en un cierto contexto. Para ser exactamente como Jesús, necesitarías de toda la situación, de todas las circunstancias en la cual él vivió. ¿Dónde puedes encontrar todo esto actualmente? La vida va cambiando; ella jamás es la misma, ni por dos segundos seguidos. Tú no puedes ser Jesús de Nazaret. Imposible. La mente judía que crucificó a Jesús, ya no existe.

          Jesús era judío, hablaba su lengua, creía en los fundamentos de la religión, pero no consiguió muchos seguidores. Yo no soy judío, ni hablo su lengua, ni creo en las bases religiosas judaicas, pero he encontrado muchos judíos espirituales. Vivimos en un mundo diferente. Han pasado dos mil años.

          Cuando intentas seguir a una persona, te vuelves un imitador, falso, pierdes autenticidad, no eres más tú mismo. Y, para hacer incapié en este punto, el cristianismo insistió durante veinte siglos, en una cosa absurda. El absurdo es que, por un lado dice: “Sigamos a Jesús. Vamos a imitarlo. Jesús es tu ejemplo”. Y por otro lado siguen diciendo: “Jesús es Dios, Hijo unigénito de Dios, y tú no te puedes relacionar con Dios de la misma manera que él”. ¿Puedes ver el absurdo? Por un lado te dicen: “Sigan a Jesús. Sean como Jesús”. Y por el otro, hacen que eso sea completamente imposible para ti. Porque Jesús tiene una relación especial con Dios y tú no puedes tenerla; eso no es posible.

          De ese modo el cristianismo creó una religión imposible sobre la Tierra, diciendo a las personas cosas tan dispares. Un abordaje tan disparatado está destinado a crear culpas. Las personas intentan seguir a Jesús, pero no pueden ser siquiera parecidas a él; de ahí nace que se sientan culpables. Ninguna otra religión ha creado tanta culpa sobre la tierra. El cristianismo ha sido una calamidad, por la simple razón de que nadie espera que una religión pueda crear culpables. Si lo hace, entonces ella es depresiva, hace frustrada a la persona que la sigue, crea un sutil instinto suicida.

          Una religión verdadera te enaltece, realza, enriquece tu ser, hace tu vida más festiva, crea más posibilidades para que te regocijes. Jesús va diciendo a sus discípulos: “¡Regocijense!” El cristianismo ha hecho exactamente lo opuesto. Dionisio era consciente de este hecho.

          La tercera cosa es: la experiencia de la verdad es como una música. Es más una melodía que cualquier otra cosa, porque tú no puedes describir la música a otra persona. Puedes decir que “era bella” pero eso es una evaluación, un juicio personal. No estás describiendo música, sino le sensación que te ocasionó escuchándola. No hay forma de describir la belleza de la música.

          Lo mismo es la verdad en lo que respecta a la experiencia religiosa. Por eso la religión auténtica es siempre mística. Por “místico” quiero decir “alguna cosa que pueda ser sentida, experimentada” pero jamás descrita. Por mucho que la conozcas, serás incapaz de hacerla conocer a otros. Cuanto más conoces la verdad, más silencioso te vuelves. Y, cuando llegas a conocer absolutamente todo, te conviertes en un hombre casi ignorante.

          Dionisio tiene una palabra especial para eso: lo llama agnosia. Ya debes haber oído la palabra “agnóstico”. Bertrand Rusell usó la palabra para sí mismo. El ateo dice que no hay ningún Dios, pero lo dice como si lo supiese, como si hubiese investigado toda la realidad y hubiera descubierto que efectivamente no hay Dios alguno. Al decir que no hay Dios, está declarando su conocimiento. Él es un gnóstico, sabe que Gnosis significa “conocimiento”. El religioso dice que hay un Dios, como si lo supiese, como si hubiese llegado a Él.

          Ser agnóstico significa aquél que dice: “No se nada, ni de una forma ni de otra. No se si Dios existe. Soy completamente ignorante”. Por eso dice B. Rusell “Soy agnóstico”. Pero el uso de la palabra agnosia por Dionisio es mucho más potente, más fecunda; lo dicho por B. Rusell es una afirmación lógica. Él fue un matemático y no un meditador. Dice que es agnóstico, pero no intentó ir más allá, como si el agnosticismo fuese lo supremo y no hubiese nada más que hacer.

          Mi sentimiento es de que no era exactamente un verdadero agnóstico. El ateo dice: “Yo sé que Dios no existe”; el teísta dice: “Yo sé que Dios existe”; y el agnosticismo de B. Rusell dice: “Yo sé que no hay medio de saberlo”. Pero aquel conocimiento tácito, está presente.

          Dionisio dice que la persona sólo puede conocer a Dios cuando llega el momento en que ella no conoce nada: la afirmación de no conocer es la apertura de la puerta. Por agnosia , quiere decir exactamente que los libros sagrados dicen. Vamos a conocer lo que dicen los Upanishads:

          Es concebido por aquél que no lo concibe.

          Quien lo concibe, no lo conoce.

          No es comprendido por aquellos que lo comprenden.

          Es comprendido por aquellos que no lo comprenden.

          El Zen, dice:

          Tú no puedes agarrarlo;

          no puedes huir de él.

          No siendo capaz de conseguirlo, tú lo obtienes.

          Cuando estás en silencio, él habla;

          cuando hablas, él está en silencio.

          O recuerda una de las mayores afirmaciones socráticas: “Yo sólo sé de mí, que no sé nada”.

          Agnosia significa el estado de no saber. es todo lo que es meditación. La meditación crea ese estado. Cuando te haya ayudado a quemar todo tu conocimiento y descargarte de toda esa montaña de condicionamientos que cargas, cuando te hubiere dejado completamente silencioso . . . . estarás en ese estado llamado samadhi, que significa “todo ha sido resuelto”. Ya no hay más preguntas ni respuesta alguna; la persona queda completamente silenciosa. No hay más creencias ni dudas. A través de la agnosia, una persona llega a conocer.

          Esta es la paradoja máxima del misticismo: a través del no-conocer la persona viene a saber; y, por medio del conocimiento, dejamos de conocer. La escuela nos da el conocimiento, pero cuando entramos en el campo de un Maestro, estamos llegando a una anti-universidad y desaprendemos cada vez más. Llega un momento en que no tenemos conocimiento alguno.

          Es un momento muy extraño, por eso fue descrito por Dionisio como de tremenda belleza: él lo llama translúcida oscuridad . . . Oscuridad que es pura luz. También lo llama de docta ignorancia, la doctrina de la ignorancia. Dionisio dice que las personas instruídas son de conocimiento ignorante. Así, él divide a las personas en dos categorías: aquella que pertenece al mundo del conocimiento ignorante, las que saben mucho sin saber nada; y la segunda, al de las personas que pertenecen al mundo de la ignorancia que conoce, ellas no tienen ningún conocimiento, y por eso lo conocen todo.

          Ahora vamos a comenzar por los versos:

          “Oh vos, Trinidad más allá del ser, condúcenos a las alturas de la revelación mística, sublime, más allá de todo pensamiento y luz; donde los misterios sencillos, absolutos e inmutables de la divina verdad están escondidos en la translúcida oscuridad de aquel silencio que se revela en secreto. Pues esta oscuridad, la más profunda oscuridad, es radiantemente clara y, aunque más allá del tacto y la visión, transborda nuestras mentes invisibles con esplendores de trascendente belleza”.

          Instantáneamente se percibe que el modo como él escribe, pretende esconder su revelación mística en términos cristianos. Él comienza:

          “Oh vos, Trinidad más allá del ser . . . “

          Ahora, no tenía ninguna necesidad de usar la palabra “Trinidad”. La usa para engañar a toda la organización eclesiástica, porque esas personas viven de palabras. Basta pronunciar una simple palabra, “Trinidad”, y todos quedarían contentos. Si eres cristiano y crees en esta doctrina, no hay peligro alguno. Así él está obligado a comenzar. Pero, inmediatamente, la condición que pone sobre la Trinidad destruye toda idea dogmátcia: “más allá del ser”.

          Ningún místico había tenido tanto coraje, diciendo que Dios está más allá del ser. Muchos dijeron que Dios está más allá del conocimiento, pero Dionisio parece ser el único en decir que Dios está más allá del conocimiento y del ser. No se puede decir que Dios existe, ni que lo sabes. ¿Cómo se puede saber cuándo no existe ningún Dios?

          Pero ¿tú eres consciente de la inteligencia de Dionisio, de su claridad? Él usa la palabra “Trinidad”. Si algo está más allá del ser, ¿cómo puede llamarlo “vos”? Es simplemente una fachada para engañar a los tontos que viven de las palabras. Pero aquellos que quieren ir más allá de la verbalización, serán capaces de descifrar eso.

          “Oh vos, Trinidad más allá del ser, condúcenos hasta la altura de la revelación mística . . .”

          Esto necesita ser profundamente comprendido: “ . . . condúcenos hasta la altura de la revelación mística”.

          En todas las religiones, muchas oraciones comienzan de esta manera.

          “Condúcenos, dirígenos, guíanos de la oscuridad hacia la luz. Estamos en la oscuridad. Oh, Señor, guíanos, condúcenos desde el mundo de la mentira hacia el mundo de la verdad. Vivimos en la muerte, rodeados por ella, la muerte nos circunda como un océano rodea una pequeña isla. Oh, Señor, dirígenos desde la muerte para la vida eterna, del tiempo hacia la eternidad”.

          Dionisio también dice: “ . . . condúcenos hasta la altura de la revelación mística”.

          Aunque no haya ningún Dios como persona, como un ser, aun así la oración es significativa. Tenemos que comprender algo muy sutil. Las personas piensan que una oración tiene algún sentido solamente cuando hay alguien que la escucha. Eso no es correcto. La oración tiene significado porque rezas; no importa si hay alguien para escucharla o no. La oración no cambia a Dios, sino que te transforma a ti. La plegaria cambia al que está orando, no a aquél a quien se reza.

          Cuando oras te vuelves humilde, te entregas, aceptas tu agnosia. Dices: “Yo no se dónde ir, como encontrarTe. No sé por donde comenzar. Guíame, por favor”. No es que haya un Dios para guiarte, ni que alguien venga para hacerlo, sino que tu capacidad de orar es suficiente y ella te ayudará. La disposición de reverenciar la vida es bastante; pierdes la rigidez egoística. La oración ayuda a relajarte, te da una oportunidad para tu entrega.

          Y en esa relajación – entrega, comienzas a moverte en la dirección correcta, sin que nadie te guíe. Es el estado de relajación – entrega que te ayuda a descubrir tu camino; porque, cuando no estás tenso, te mueves siempre en la dirección adecuada. Pero, cuando estás tenso, aunque no te equivoques de camino, la dirección no te va a parecer buena, porque eres tú quien está confuso. La cuestión no es la dirección, sino el que estés bien o mal.

          Cuando estás relajado, a gusto en tu casa, confiado en la vida, amando la existencia, nada puede estar mal. Ese es el propósito de la oración. Ella no es una petición. No es el caso que te pongas a gritar para que Dios pueda escucharte.

          Un gran místico, Kabir, pasaba al lado de un monasterio y uno de los sacerdotes, hacía sus oraciones matinales con voz muy fuerte.

          Kabir entró y sacudió al monje y le dijo: “¿Qué estás haciendo? ¿Crees que Dios es sordo? ¿Por qué gritas? ¡Basta apenas susurrrar! Ni hay necesidad de eso tampoco. Simplemente, la actitud ya es suficiente”.

          La oración es una actitud. No es algo que tengas que hacer, es más una cualidad. Llámala “actitud devocional” y estarás cerca de la verdad.  “ . . . condúcenos a las alturas de la revelación mística . . .”

          . . . sublime más allá de todo pensamiento y luz . . . “

          Los místicos siempre dijeron que Dios está más allá de todos los pensamientos; no hay manera de pensar en Dios, porque sería perderlo. Piensa, y lo perderás, porque hacerlo significa que estás usando la mente, y ella no contiene sino lo que tú ya conoces. Pero, si conoces a Dios, no tienes necesidad de pensar. Y, si no Lo conoces, no hay por qué pensar, porque la mente transita en el pequeño mundo del conocimiento. Ella va repitiendo lo que sabe y no puede dirigirse a lo desconocido.

          La mente no tiene capacidad para elevarse en dirección a lo que no conoce; consecuentemente, ningún pensamiento sirve de ayuda. Ella es, sin duda, un obstáculo y jamás ayudó a nadie. Hay que dejar a un lado todo pensamiento y llegar a un momento de no pensar.

          Pero Dionisio es algo único. Dice: “ . . . más allá de todo pensamiento y luz . . .” porque aquellos que dijeron que Dios está más allá del pensamiento, siempre pensaron que Él es luz. Divino significa “luz”. La luz siempre fue pensada como sinónimo de Dios.

          Dionisio dice que eso es también una proyección del pensamiento: debido a que tienes miedo de la oscuridad, concebimos a Dios como luz. Pero eso es también un pensamiento, una proyección de la mente. Cuando vas más allá de los pensamientos debes ir también más allá de la luz.

          Entonces ¿qué es Dios? ¿Es oscuridad? Tampoco lo es. Entonces ¿qué es Dios? Dios es translúcida oscuridad, la oscuridad que es luminosa.

          De este modo Dionisio está intentando ayudarnos a ir más allá de la dualidad de las palabras. Dios es muerte y vida, ambas al mismo tiempo; luz y oscuridad; materia y consciencia; hombre y mujer. Así que no hagamos preguntas sobre si Dios es esto o aquello; Él es ambas cosas y ninguna de las dos.

          Actualmente, el Movimiento para la Liberación de la Mujer ha levantado una polémica insistiendo que Dios debería ser llamado Ella y no Él, pero eso no deja de ser una idea más. No hay diferencia porque seguiría siendo la misma cosa. Cualquier parte de la dualidad es insuficiente.

          “ . . . donde los misterios simples, absolutos e inmutables de la divina verdad están escondidos en la translúcida oscuridad de aquel silencio que se revela en secreto”.

          Dios solamente es conocido en absoluto silencio. Pero eso no significa un silencio muerto, sino el silencio de un jardín donde los pájaros cantan y las abejas se posan en las flores cuando se abren; todo todo está vivo.

          El silencio que una persona conoce por la meditación es un silencio vivo. Está lleno de canciones, de música, melodías, alegría, lleno de amor, vacío de todos los pensamientos. Hasta el pensamiento amoroso, el pensamiento de alegría, de silencio, quedan ausentes. Pero la alegría está presente, así como el amor. El pensamiento de amor está presente en la mente cuando el amor está ausente. Se piensa en la alegría cuando estamos tristes. Si realmente estamos contentos, no pensamos en la alegría.

          La mente nos va dando sustitutos. Debido a que estamos deprimidos, sin alegría, la mente nos da la idea de alegría. Como no sabemos qué es amor, la mente nos da mil definiciones amorosas. Si sabes lo que es el amor, la mente no tiene nada que hacer. El verdadero silencio no es el vacío, ni una especie de ausencia de todo. Al contrario, él está lleno, transbordante, no de pensamientos, sino de experiencias reales. Y esa es la revelación del secreto.

          “Pues esta oscuridad, aunque es la más profunda oscuridad . . .”

          Oscuridad en el sentido de que no puedes descubrir lo que ella es ni lo que no es. Oscuridad en el sentido de que no puedes definirla ni describirla. Pero ella . . .

          “ . . . es radiantemente clara y, aunque más allá del tacto y de la vista, transborda nuestras mentes invisibles con los esplendores de una belleza trascendente”.

          La belleza está presente, pero no la idea de ella. Escuchas música, pero no la puedes describir, ni para ti mismo.

          Dionisio usa dos especies de lenguajes. Uno es un lenguaje afirmativo, que habla de Dios como Padre, luz, espíritu, poder y ser; nos dice como lo que Dios es parecido. Pero recuerda: esta expresión es como la de un dedo apuntando a la Luna, pero el dedo no es la luna. El lenguaje afirmativo es útil, por lo menos para aquellos que son infantiles en su interés con relación a la vida. Un niño sólo puede comprender a Dios como Padre, y consecuentemente todas las religiones infantiles hablan de Dios como Padre. Cuando la religión alcanza la madurez, abandona completamente esa idea.

          ¿Puedes decir a alguien “yo casi te amo” o “yo te amo apróximadamente”? Eso va a parecer tonto. O amas o no amas. La verdad no puede ser descrita por aproximación. Llamar a Dios como Luz es bueno para comprender; pero no es un medio correcto, porque así condenas a la oscuridad. Llamar a Dios como consciencia, en tal caso, ¿dónde pondrás a la materia? Si Dios es espíritu, en tal caso el cuerpo se vuelve impío, maléfico, no divino.

          Y es debido a ese lenguaje que millones de personas están descaminadas. Están contra el cuerpo, contra la vida, contra el amor, la alegría, el placer. Por la simple razón de que nos hemos acostumbrado a un lenguaje afirmativo.

          Dionisio dice: “recuerda que el lenguaje afirmativo es algo parecido a la música”. Tú no puedes describir una melodía, pero puedes dar clases de música, escribirla. Y la persona que comprende el lenguaje musical, será capaz de producir notas musicales. Pero ese es un modo indirecto. Si una persona no sabe descifrar el lenguaje musical, puede comenzar a querer las notas como música. Puede intentar escucharlas poniendo el papel pautado en el oído y dirá sorprendida: “¡Aquí no hay música alguna. ¡Y un idiota me dijo que estos papeles contenían una gran sinfonía!  ¡No oigo absolutamente nada!”.

          Tú no puedes escuchar la música de la partitura, pero puedes producirla. Las notas no son descriptivas sino instructivas. Estas dos palabras tienen significado: descriptivo e instructivo.

          Todos los Maestros son instructivos, pero no descriptivos. Ellos no describen a Dios: simplemente instruyen como crear agnosia, un estado de no conocer, de modo que el conocimiento pueda llegar.

          La segunda especie de lenguaje, es llamado por Dionisio, lenguaje negativo, que habla de Dios en términos de lo que Él no es. Eso te trae más cerca de la verdad, porque no dice nada sobre Dios, pues no afirma nada. Es una vía negativa. Simplemente dice: “Dios no es esto”. “Dios no es aquello”. Simplemente, niega.

          Dionisio dice que es como un hombre que está intentando hacer una estatua con un bloque de mármol. Va cortando lascas, pedazos de bloque, cortando pedazos de piedra y, lenta, lentamente, la estatua va saliendo.

          Cuando estás con un Maestro que conoce este lenguaje . . . Y un Maestro no puede serlo sin conocerlo. Todos los Maestros hablan con la vía negativa: “ni esto ni aquello”. Si a veces usan el lenguaje descriptivo, eso es para los recién llegados, para los aprendices, pero no para los adeptos, para los que están más maduros, más centrados. Con estos, usa siempre el lenguaje de la negación. Ellos van eliminando lo innecesario. Y, finalmente, cuando lo eliminan todo, dicen:”¡Ahora. Es esto!” Pero, aun así, no lo describen. Dirán: “¡Esto es! Ahora, aquí . . . este silencio . . . . esto es!”

          Dionisio dice:

          “Esta es mi oración. En cuanto a ti, amado Timoteo, empeñándote sinceramente en la contemplación mística, abandona los sentidos, los trabajos del intelecto y todo lo que pueda ser sentido y sabido, y todo lo que no es Él. Pues, de ese modo, tú puedes alcanzar ignorando, hasta el punto que es posible, la unidad de Aquél que está más allá de todo ser y conocimiento. Así, a través del indómito, absoluto y puro desapego tuyo de todas las cosas, serás alzado a esa radiancia de la divina oscuridad que está más allá del ser, sobrepujando todo y libre de todo”.

          ¡Eso es algo de gran belleza! Dionisio, escribiendo a su discípulo Timoteo, dice: “Esta es mi oración”.

          Un verdadero Maestro no puede decir nada más que eso. Él no puede darte órdenes. No puede decir: “¡Haz esto! ¡Tienes que hacer aquello!” No habla en términos de deber y no deber. Simplemente reza por ti. Dice: “Esta es mi oración.  Esto es lo que a mí me gustaría decirte. Este es mi deseo. Así que no lo tomes como una orden; no es que tengas que hacerlo. No significa que, si no lo hicieras, serías castigado o condenado por toda la eternidad. No hay ninguna necesidad de seguirme, ni escucharme. Esta es mi oración, porque yo he experimentado la trascendental belleza a través de la gnosis y me gustaría, amado Timoteo, compartirla contigo”.

          Y esta es la manera de estar preparado: aplícalo sinceramente, no seriamente sino sinceramente. Hay personas que están siempre haciendo cosas de una manera desanimada, tibiamente. Nunca se mueven hacia algo con totalidad, con intensidad. Están siempre sentadas, pensando en orillas distantes. A veces, cuando intentan algo, van galopando sobre dos caballos; porque caso de fracasar, el otro estará siempre allí. Navegan en dos canoas. Sus vidas están tan divididas que, sea lo que sea, todo lo hacen por segmentos. Y cualquier florecer de la consciencia sólo es posible cuando hay unidad orgánica en ti. Por eso, tienes que ser sincero.

          “ . . . en la contemplación mística, abandona los sentidos . . .”

          Dionisio dice: “Observa tus sentidos”. Tú no eres el ojo, pero sí la consciencia detrás del ojo. La visión es sólo una ventana, no te identifiques con ella. Y así con todos los otros sentidos: ellos son apenas ventanas. Tú estás parado detrás de ellas, pero no seas una ventana. No pienses que eres el ojo de la cerradura.

          Y eso es lo que todo el mundo está haciendo. Te identificas con los sentidos, con tu mente, con mil cosas. Y te olvidas completamente de que eres una individualidad, una única cosa y un testigo, la consciencia en sí. Abandona los sentidos”.

          “ . . . los trabajos del intelecto . . .”

          No quedes atrapado por la mente. Obsérvala como la mente pasa. Lenta, lentamente, el funcionamiento de la mente cesa.

          “ . . . y todo lo que pueda ser sentido y sabido”.

          Y vas abandonando aquello que puede ser sabido y sentido, de modo que puedas entrar en la gnosis.

          “ . . . y todo lo que no es Él”.

          Y no te apegues a lo positivo o a lo negativo.

          Un hombre raro, eso es Dionisio. Está diciendo cosas detrás de la cobertura del cristianismo, escondiendo su proyección mística tan grandiosa como la de Buda, Jesús o Lao-Tsé. Por haberlo hecho perfectamente, sobrevivió. Los cristianos jamás lo condenaron, caso contrario, hubiera sido quemado vivo o sus escritos habrían sido destruídos.

          Miles de grandes tratados han sido quemados y destruídos. Millares de manuscritos jamás han sido leídos, o permitido su publicación. Siglos de comprensión, de iluminación, siguen escondidos y no permitidos.

          Dionisio fue un hombre inteligente. Era obispo y conocía todos los entrecijos de la teología.

          “Pues, de ese modo, tú puedes llegar ignorando . . .”

          ¿Ven sus palabras?  . . . alcanzar ignorando.  Dios jamás es alcanzado por el conocimiento, porque antes de Dios ser alcanzado, el conocimiento desaparece. Dios llega siempre como un desconocido. Cuando tú no estás, Él llega y te llena por entero. Cuando estás ausente, Él se presenta.

          Aquello que Buda llama Nirvana, es la libertad absoluta; y de eso es de lo que Dionisio habla, pero colocado en una terminología cristiana. Pero la realidad interior es la misma.

          Ningún oriental ha comentado nada sobre Dionisio, porque allí se vive con el ego que dice que ellos son los únicos espirituales, los que han alcanzado el Himalaya de la consciencia. Eso no es verdad. He encontrado algunas personas que han vivido en la misma cumbre de la montaña. Dionisio es uno de ellos. Él es un buda de la misma altura y cualidad, de igual profundidad, y algunas veces los trasciende a todos, porque ningún Maestro jamás dijo antes: ignorando tú Lo alcanzas.

          Existen algunas afirmaciones preciosas, raras, únicas, jamás dichas antes. Ningún otro buda dijo eso, que la experiencia es de translúcida oscuridad, gnosis.

          Debemos meditar sobre Dionisio. Leer sus escritos. Sentarnos silenciosamente y meditar cada uno de sus palabras. Si no puedes tener un pequeño vislumbre de no – conocimiento, habrás perdido la puerta del Reino. Ella no está lejos; lo que nos mantiene apartado de la puerta es nuestro conocimiento. Alcancemos la ignorancia, la total ignorancia y, entonces, todos los misterios serán nuestros, sobrepujando y libre de todo.

            El nuevo tema sobre los escritos de Dionisio, seguirá en la Circular Especial de Diciembre del 2.001. Espero vuestros comentarios sobre ellos.

          Para el lector interesado, le informo que la Circular Extra del verano de 1.996, se dedicó al tema de las Jerarquías Angelícales, basándome en un texto de Dionisio el Aeropagita.

                                           

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