ARTÍCULOS PERIODÍSTICOS

Salvador Navarro Zamorano

 

A 61

                                               EL MIEDO A LO DIFERENTE

Por miedo al sufrimiento, excluimos de la vida social todo aquello que es diferente a nosotros. Con eso perdemos la oportunidad de escuchar las peticiones de los necesitados y de transformar el mundo en un lugar mejor.

            En el Evangelio de Lucas, Jesús cuenta una historia conmovedora. Había un mendigo llamado Lázaro que vivía en las calles. Tenía las piernas heridas y pasaba hambre. En la misma calle y en una rica casa vivía un hombre adinerado que acostumbraba dar grandes fiestas a los amigos. A Lázaro le hubiera gustado comer algunas de las migajas que caían de su mesa, pero los perros las devoraban. Murió Lázaro y su alma fue a un lugar de paz “en el seno de Abraham”. Murió también el hombre rico y fue a un “lugar de tormento”. Mirando arriba vio a Lázaro radiante de paz y exclamó: “¡Padre Abraham, por favor, manda a Lázaro que venga hasta aquí con un poco de agua para mis labios, pues estoy sufriendo!” Abraham respondió: “¡Imposible! Entre tú y él hay un abismo que nadie puede traspasar”. Y podría haber añadido: “Así como hubo un abismo entre tú y él durante vuestras vidas en la Tierra”.

            Esa historia de Lázaro dice mucho sobre el mundo actual, donde hay un inmenso abismo entre aquellos que tienen comida, dinero y lujos y los que padecen hambre y no tienen casa donde vivir. Recuerdo ver niños en cualquier ciudad de España con la nariz colocada en la vitrina de un lujoso restaurante. De tiempo en tiempo, el camarero los echaba del lugar. Los ricos, y en eso me incluyo a mí y a muchos de ustedes, no les gustan ver a los mendigos sucios mirando para ellos. Nos sentimos molestos o temerosos ante los hambrientos.

            ¿Cuál es ese abismo que separa a las personas? ¿Por qué somos incapaces de mirar los ojos de Lázaro y escucharlo?

Supongo que excluimos a Lázaro porque tememos que nuestro corazón se sensibilice y entre en relación con él. Si escuchamos su historia y su grito de sufrimiento, descubriremos que es un ser humano. Podemos quedar sensibilizados ante su corazón herido y sus infortunios. ¿Qué ocurre cuando nuestro corazón se llena de sensibilidad? Deseamos hacer algo para ayudarlo, aliviar su sufrimiento y eso ¿a dónde nos lleva? Cuando comenzamos a hablar con un mendigo, corremos el riesgo de una aventura. Porque Lázaro no necesita sólo dinero, sino un lugar dónde vivir, tratamiento médico, tal vez trabajo y más todavía: amistad.

            Por eso es peligroso entrar en relación con los Lázaros de nuestro mundo. Si lo hacemos, corremos el riesgo de modificar nuestra vida.

            Estamos más o menos encarcelados en nuestra cultura, nuestros hábitos y hasta en nuestras amistades y conexiones sociales. Si me muestro amigo de los mendigos, voy a perturbar todas estas cosas. Los amigos pueden sentirse con poca voluntad para estar con nosotros y, a veces, como amenazados ante mi nuevo comportamiento; tal vez, desafiados a hacer lo mismo. Pueden volverse agresivos, criticar el comportamiento idiota, que llamarían utópico, de aquél su camarada, que actúa como amigo de un mendigo.

            Estoy comenzando a descubrir cómo el miedo es una fuerza de motivación terrible en nuestra vida. Tenemos miedo de aquello que es diferente. Tenemos miedo del fracaso y el rechazo. Cada vez más soy consciente no sólo de mis propios miedos, sino del miedo de los otros. El miedo está en la raíz de todas las formas de repudio, así como la confianza está en la raíz de todas las formas de inclusión.

            La historia de la humanidad es una historia de guerra, opresión, esclavitud y rechazo. Toda sociedad, en todos los tiempos, ha creado sus propias formas de exclusión.

            Hay una lista sin fin de aquellos que podemos excluir y, cada uno de nosotros, podemos tener la seguridad de estar en la lista de alguien: los desamparados, los enfermos, los moribundos, los jóvenes, los viejos, los débiles, los deficientes, los extranjeros, los inmigrantes, los portadores del Sida . . .

            Mi experiencia del distanciamiento ha sido principalmente con los portadores de deficiencias mentales. He visitado instituciones y casas particulares donde residen. En los países africanos he visto hombres y mujeres considerados “locos”, siendo golpeados hasta sangrar para liberarlos del demonio que los posee. En América latina, visité un manicomio en que cerca de cien hombres y mujeres, la mayoría semidesnudos, compartían un caserón casi en ruinas, donde las ratas andaban libremente.

            Pero esa forma de malos tratos físicos es solamente la manifestación de una exclusión más amplia.

Llegué a la conclusión de que los portadores de deficiencias mentales están entre las personas más oprimidas y separadas del mundo. Hasta sus propios padres se sienten avergonzados por haber generado una criatura “como aquella”. Se sienten humillados por su aparente fracaso. Tan grande es la presión social para crear un niño perfecto.

            En algunas culturas los niños portadores de problemas mentales son vistos como un castigo de Dios. En el capítulo IX del Evangelio de Juan, los discípulos cuestionan a Jesús sobre un mendigo que nació ciego: “¿Nació ciego por causa de sus pecados o por los pecados de los padres?”. Ese sentimiento de culpa se encuentra en algunas sociedades.

Hace más de 30 años que trato con hombres y mujeres que, por diversas causas,  fueron rechazados por la sociedad. He visto de cerca cómo el miedo es un grande y terrible motivador de las acciones humanas. He sido consciente del miedo que está inmerso en los juicios, prejuicios y la exclusión sobre personas.

Todos tenemos miedo de aquellos que son diferentes, de los que desafían nuestra autoridad, nuestras certezas y sistemas de valores. Tenemos miedo de perder lo que es importante para nosotros, las cosas que nos dan vida, seguridad y posición social. Tenemos miedo de cambios, pero más miedo aún de nuestro propio corazón.

            El miedo hace que coloquemos a los deficientes mentales en instituciones apartadas. Nos impide a todos los que tenemos dinero suficiente en el bolsillo para pagar una comida, de compartirla con todos los lázaros del mundo. Es el miedo, irónicamente, que nos impide ser más humanos, o sea, nos imposibilita el crecimiento y el cambio espiritual. El miedo no quiere que nada cambie; el miedo exige el statu quo. Es el statu quo que nos lleva a la muerte.

            El miedo siempre busca un objeto. Si me siento inseguro, casi siempre voy a encontrar algún chivo expiatorio para mi miedo, alguien o algo que pueda transformar en objeto de mi miedo y, por tanto, de mi rabia. Pero hay categorías más amplias para los objetos del miedo y creo vale la pena examinar algunas.

            El miedo a los disidentes.- Siempre existe miedo a los disidentes, o sea, de aquellos que parecen amenazar el orden vigente. Aquellos que los temen son los que tienen interés en mantener ese orden; muchas veces, dinero y poder, o la necesidad de controlar a los otros y de sentirse superiores a ellos, está en la raíz de esos intereses.

            Los millones de hombre torturados y eliminados en países con dictaduras en todo el mundo, eran vistos, con toda sinceridad, como peligrosos por aquellos a los que se oponían. Los dictadores siempre mantuvieron una perfecta policía secreta para detener y eliminar a los que se les oponían.

            Los líderes, en general, se consideran dueños de la razón. Eso es parte del paradigma que creamos: si tienes éxito en abrirte caminos entonces, por definición, por ley de selección natural, los valores que defiendes han de ser valorados y analizados. Por eso, siempre parece enteramente razonable para los poderosos procurar someter y excluir a cualquiera que se le oponga, porque crean desorden; van contra el orden natural.

            El único punto a considerar sobre todo eso es lo importante para los líderes escuchar al disidente e intentar entender de dónde viene lo que hay de verdad en él. Si la historia no nos enseña nada, dice que, por lo menos, el poder es prestado. A lo máximo, el poder es algo otorgado, no algo tomado. Eso significa, en cualquier proporción en democracia, que aquellos que tienen el poder necesitan dones de discernimiento y juicio porque, si reconocemos la naturaleza temporal del poder, también precisamos reconocer lo que tiene de valioso en la actividad de la oposición.

            El miedo a la diferencia.- Forma parte de la naturaleza humana querer pertenecer al grupo de criaturas de la misma opinión, la misma cultura o que tienen los mismos objetivos e intereses. Si nos conocemos, podemos trabajar juntos. Los que son diferentes nos molestan.

            ¿Quiénes son los diferentes? Las personas que sufren de pobreza, fragilidad, deficiencias o soledad. Esos millones de lázaros están pidiendo nuestra ayuda. Frecuentemente, viven en condiciones infrahumanas. Sus gritos son peligrosos para aquellos que viven en la comodidad y el confort. Si los escuchamos, eso nos va a costar un precio. Entonces, fingimos no escucharlos y así los excluimos.

            Hay muchas maneras de ser diferente: se puede ser en razón de valores propios, cultura, raza, lengua o educación, orientación religiosa o política. Y, aunque la mayoría de nosotros pueda encontrar estimulante, o por lo menos interesante, estar con un extranjero durante algún tiempo, una cosa muy diferente es permitir que ese extraño se convierta en amigo.

            Los estigmas sociales que rodean las personas portadores de deficiencias intelectuales son fuertes. Hay aquí una cuestión implícita: si una persona no consigue vivir según los valores del conocimiento y poder, los valores de la sociedad, nos preguntamos a nosotros mismos si esa persona es totalmente normal.

            Los individuos portadores de problemas mentales son, en general, colocados en el extremo inferior del espectro humano. Cuando me encontré por primera vez con ellos, creía en el amor, porque a mi entender, amor significaba generosidad, hacer el bien a los demás. En aquella época, entendía que a través de nuestro amor podemos ayudar a los otros a descubrir sus propios valores intrínsecos; revelar su belleza y singularidad.

            Poco a poco, comenzar a vislumbrar el valor de la comunión de corazones y de un amor que capacita, que ayuda a mis semejantes a levantarse; un amor que se muestra en la humildad y la confianza. Si nuestra sociedad tiene dificultad de funcionamiento, si estamos continuamente confrontados por un mundo en crisis, lleno de violencia, miedo, abusos, sugiero que es por no estar nada claro para nosotros lo que significa ser humano. Tendemos a reducir al hombre a adquirir conocimiento, poder y posición social. Hemos negligenciado el corazón, contemplándolo como un símbolo de debilidad, centro del sentimiento y la emoción, en vez de una central de amor que nos puede orientar para salir de nuestro egocentrismo, revelándonos la belleza básica de la humanidad, capacitándonos para el crecimiento interior.

            El miedo de pérdida y cambio.- ¿Por qué los ricos y poderosos, tú y yo en suma, tenemos tanto miedo de los lázaros que conviven entre nosotros? ¿No será por temor a dividir nuestra riqueza, por temor a perder algo? Es fácil dar algunas monedas a un mendigo; es más difícil dar lo que es necesario para que obtenga nuestro nivel de vida. ¿Qué podemos hacer para cambiar tantas situaciones aparentemente insoportables? Estar abierto a una empresa muy aventurada; arriesgar el status, el poder, el dinero, hasta la amistad, el reconocimiento y la sensación de relaciones que tanto apreciamos, arriesgarnos al caos y la soledad.

            Hace muchos años, un matrimonio de amigos, decidieron dejarlo todo y vivir en una zona pobre de una ciudad. Los demás amigos los consideraron “traidores” del grupo y se apartaron de ellos. Para mí, ese es un rótulo de que, cuando estamos comprometidos con aquellos que son marginales corremos el riesgo de ser criticados por nuestra familia y amigos. Dejar la cultura de los amigos y la familia es como entrar en otro mundo.

Nosotros necesitamos cierta dosis de seguridad para conseguir vivir pacíficamente. Esa sensación de tranquilidad viene de la manera de cómo vivimos nuestra vida; viene de la presencia y el refuerzo familiar y los amigos; viene de nuestro centro de trabajo y de la rutina diaria. En ese contexto, lo inesperado puede provocar una crisis. Perder lo “conocido” puede significar una pérdida terrible para nosotros. Para sobrellevar tal pérdida es necesaria mucha fuerza interior.

            Tenemos miedo a lo feo a lo sucio. Queremos apartarnos de cualquier cosa que revele fracaso, sufrimiento, enfermedad y muerte que están bajo la superficie brillante de nuestra vida organizada. Civilización es, por lo menos en parte, fingir que las cosas son mejores de lo que realmente son. Todos deseamos estar en un lugar feliz, donde todo sea bondad, belleza y podamos proveer nuestro sustento. Evitamos nuestra propia debilidad y la de los otros. Rechazamos escuchar el grito de necesidad de los menesterosos. ¡Qué fácil es caer en la ilusión de un mundo maravilloso cuando perdemos la confianza en nuestra competencia para hacer de nuestro mundo destruido un lugar que pueda ser mejorado cada día!.

                                                                                  Salvador Navarro Zamorano

 

 

A62

       

                            LA DERROTA COMO APRENDIZAJE

            Ganar y perder son parte del proceso de crecimiento y perfeccionamiento de todas las especies. Las derrotas son tan preciosas como las victorias, siempre que todo lo aprendido sea utilizado y guardado como experiencia. La programación neurolingüista enseña que aprendemos mucho más de nuestros errores que con los aciertos; pensamos más en ellos y nos encontramos felices y orgullosos cada vez que superamos algunas de nuestras estupideces. A partir del momento en que ocurre un acontecimiento, no podemos regresar en el tiempo y modificarlo. Entonces, nos ponemos a reaccionar con el recuerdo de lo sucedido. Eso es lo que puede ser cambiado y no el evento en sí.

            La sensación de victoria o derrota, una vez instalada en nuestros “circuitos” cerebrales, puede determinar nuestra manera atrevida o prudente de superar las dificultades que nos son presentadas a lo largo de nuestra vida. Los problemas no existen, sino que son objetivos que están en lugares no deseados. Si somos animados desde pequeños a buscar soluciones creativas y, por tanto, diferentes a cada resultado inadecuado obtenido en nuestras acciones, sin duda seremos parte de los triunfadores. Cuando recibimos duras críticas, cuando se burlan de nosotros o somos objeto de humillaciones, tales acontecimientos presentados por otras personas cuidan de reforzar en nosotros “el gusto amargo de la derrota”.

            Muchas veces, no nos damos cuenta de esos mecanismos y vamos arrastrando ese modelo equivocado de conducta a lo largo de la vida; ahí es preciso despertar y tener en mente que podemos alcanzar resultados diferentes, siempre que tomemos actitudes distintas-

            Más fuertes o más débiles. La evolución de la mente humana, seguida de cerca por la creación de tantos ingenios tecnológicos, ha tratado de buscar recursos que inviertan el orden natural de las cosas. Hasta hoy, una rápida gacela es presa fácil para un veloz felino, pero Corea del Norte, la India o Pakistán tienen igual poder de energía atómica que cualquier país avanzado, gracias a la bomba atómica. Si por un lado la Madre Naturaleza debe estar cansada con los inventos humanos, por otro, la humanidad debe estar agradecida por no tener que borrar ninguna sonrisa nacionalista de falsa superioridad. Ricos o pobres, todos tenemos que mantener la política de buena vecindad a través de un silencioso contrato sellado por el discernimiento y equilibrio de cada uno. Los caminos de la llamada globalización se mostrarán válidos a medida que acorten no sólo distancias, sino también la ignorancia y la supuesta inferioridad que todavía atormentan al ser humano.

            La competitividad alimenta el binomio vencedor/vencido. Los que enfrentan la vida como un desafío estimulante y como un ejercicio de creatividad y autosuperación, desarrollan el espíritu competitivo saludable. Aquellos que, como en la propaganda deportiva, insisten en el pensamiento mezquino de que “no se gana el segundo lugar, sino que se pierde el primero”, crearán estancamientos en alguna parte de su vida, volviéndose perdedores.  Los llamados ejecutivos que se consideran victoriosos en los cargos que ocupan, generalmente bloquean el flujo de energía hacia otras prioridades, tales como la salud, afectividad, espiritualidad o placer. Perseguidos por la enfermedad, el desequilibrio emocional, la idea sobrecogedora de la muerte y la rutina diaria, además de las fronteras de sus mundos de negocios, se sienten perdidos, a merced del abandono y la inseguridad.

            Nadie es perfecto, aunque algunos se esmeren en recorrer las sendas que llevan a la perfección; otros sucumben al primer tropiezo, cerrando ojos, corazón y mente a las adversidades de la vida. La programación neurolingüista trae una profunda contribución al desarrollo del ser humano cuando muestra que no existe fracasos sino resultados. Está claro que la idea sólo es bien aceptada por aquellos que ejercitan constantemente la flexibilidad; si una cosa no sale bien hoy, puede serlo mañana. Importantes son los fines deseados y existen medios para llegar a ellos. Conviene recordar siempre que soluciones éticas preservan el ecosistema: la victoria de uno no implica, necesariamente, la derrota del otro.

            Quien admite la competición en su vida como único camino para el éxito, sufrirá decepciones. Son personas que viven creando enemigos reales e imaginarios. Viven en constante estado de alerta y, como consecuencia, en continua tensión. Cuando no tienen a quien golpear, atacan a la primera víctima que aparezca delante. Tienden a desear el poder y mantener a cualquier precio. Pierden contacto con sus emociones y necesidades; están siempre en el juego de “ganar y ganar”.

No es raro que las víctimas de esos extraños e inadecuados competidores sean las personas más débiles con las que conviven: subalternos, hijos, padres, maridos, esposas. Esos tipos provocadores mantienen sus relaciones a través de la manipulación del otro, imponiendo su fuerza o voluntad. Encajan en el perfil de aquellos que “castigan a su mujer”, “da puntapiés al perro” y “ríen del más desprotegido”. Son meros cobardes intentando sobrepujarse a sí mismos y sus debilidades reflejadas en el comportamiento tímido de su semejante, espejo de su propio fracaso. Antes que puedan contemplar su real y desfigurada imagen, prefieren construir otra, en exageradas proporciones, creando una falsa idea de sí mismos.

            Cuando la cuestión es ganar o perder, es importante saber el papel ejercido por nuestros valores, creencias y juicios. Algunos usan esos parámetros para trazar una estrategia viable, considerando que puede haber mudanzas a lo largo de todo el proceso, teniendo en cuenta lo que realmente es importante o tolerable en cada caso. Otros no se imponen límites, apostando todo lo que tienen a una única jugada; son ludópatas en potencia, lo que no significa que salgan siempre vencedores.

Veamos un ejemplo: mientras muchos artistas de buena base cultural se encuentran apartados de programas populares, otros denominados “famosos” ocupan horarios de máxima audiencia en radio y televisión, así como de páginas en revistas y periódicos. Muchos de estos malos actores piensan que son vencedores, un modelo a seguir; nació pobre, apenas tuvo escuela, incluso no son bellezas de acuerdo con los patrones estéticos actuales, pero ganan dinero y fama a costa de música de su creación que, a pesar de vulgar, tiene buena crítica. Para él todo el éxito consiste en tener que comer, vestir, casa donde vivir y aparecer con frecuencia en programas vulgares donde se codean el escándalo con la zafiedad. Visto bajo ese ángulo es un ganador. Pero, ¿pagaría usted ese precio?

            Cuando hablamos de éxito, necesitamos estar consciente del sistema toma-daca que la vida impone. El mundo nos da sus recursos. ¿Qué estaremos dispuestos dar a cambio? ¿Vivir como Superman, sin revelar el amor a la querida periodista? ¿Peregrinar por este país, sin poder gozar del cariño de una familia, a cambio de dinero? ¿Pasar muchas horas en reuniones “importantes”, dejando a un lado una conversación con un amigo? Las conquistas de los otros, aparentemente fáciles, tienen un precio que tal vez no estamos dispuestos a pagar. Cada cual necesita crear su propia fórmula para ser vencedor.

            Hay quien crea en cierta predisposición para el éxito o el fracaso. En terapia de la línea del tiempo, las características son llamadas “factores genealógicos”. Son personas que aceptan informaciones del tipo “todas las mujeres de mi familia siempre fueron sumisas” o “los hombres de mi familia nunca tuvieron buena mano para los negocios”, como verdades absolutas. Generalizaciones tontas sin fundamento real, a no ser que se haya heredado un mal congénito que impida ejercer una actividad determinada. Limitaciones auto-impuestas por modelos repetitivos y aprendizajes inútiles. Si aceptamos aprender sumisión y dependencia con el modelo materno, difícilmente serás una empresaria de éxito. Sin estás apegado a la idea de que un puesto de trabajo es una garantía de empleo, buscarás siempre la sombra protectora de un patrón. Vivirás feliz con el sueldo mensual ofrecido por el marido que se mantendrá empleado hasta la soñada jubilación. Como veremos la cuestión es de escoger y no de destino.

            Y ya que hablamos de destino, conviene recordar que idioteces como “gente que nace con estrella” está totalmente fuera de juicio. Nadie viene con el sello de “vencedor” o “perdedor” grabado en la frente. Desprograma de tu mente la idea de carma asociado al sacrificio, pobreza e inferioridad. Si hay una misión, hemos de decidir cómo cumplirla. Y la mejor opción, en cualquier caso, es la de satisfacción personal que lleva a la felicidad.

            Es interesante focalizar el aspecto catártico de la victoria o la derrota, o sea, el sentirse bien ante los éxitos de alguien o deprimirse después de eventuales fracasos, como si esa persona fuese nuestro representante legal. Nuestro país ha sido tierra de famosos “pelotazos” felizmente da síntomas de madurez y la vida sigue normalmente, y las preocupaciones giran en torno a cambios radicales en nuestro continente. Pasar página de lo que está en la cotidianeidad que vivenciamos.

            Discernir ante cada experiencia vivida, lo que debe ser descartado y lo que merece ser conservado es la actitud propia de quién experimenta más aciertos que errores; resultados no deseados pueden y deben ser de nuevo evaluados y reprogramados, evitando llover sobre mojado. Aquello que funciona ha de ser adoptado como estrategia posible de ser afinada y cambiada en cualquier momento.

            Hacer planes es fundamental para quien quiera vencer en la vida. El pensamiento positivo ayuda, pues proporciona un estado de relajación necesario  y elevan la confianza y autoestima. Meditación, oración y cualquier otro instrumento que fortalezca la fe, son siempre recomendables.

            El verdadero vencedor es aquél que aprende con todas sus experiencias; el que no se desanima ni se desmorona. Es el tipo que dice: “¡Perfecto!  Ahora sé como se hace.” Solamente teniendo fe en que la vida es una sorprendente aventura y que, si lo supiésemos todo, nada tendría la menor gracia.

                                                                                              Salvador Navarro Zamorano

                                                                                              Escritor.

 

 

 

ARTICULO A63

                                                           LOS ARDIDES DEL AMOR

            Por motivos que no vienen al caso, desde hace muchos años me vienen clientes con problemas afectivos; en la mayoría de los casos, estaban enamorados de alguien que no correspondía a sus sentimientos, lo cual les ocasionaba mucha tristeza. Yo los calmaba y, en la medida de lo posible, los orientaba para que no cometiesen ningún acto del cual podrían arrepetirse más tarde.

            Esa romería nunca ha cesado y el número de personas que pedían mi consejo sigue en aumento, de modo que comenzé a observar los casos en los que veían como se desarrollaban los acontecimientos sino también el tiempo que ellos exigían para llegar a una definición. Contabilizándolos, concluí que todos tenían una duración máxima de entre dos meses y tres años. Después de ese período, los casos de amor no compartido por los dos lados se extinguían, y entraban en una nueva fase. Recuerdo haber mencionadol esa “estadística” en un programa de radio y, algunos días después, un señor entró en contacto conmigo para comentar esos números. Encontró curioso, pero no compatibles con textos del antiguo Egipto, los cuales decían que el amor dura 40 lunas, o sea, tres años, dos meses y 21 días. Me puse a revisar mis cálculos, pues los egipcios debían conocer el asunto mejor que yo. Por eso, amigos, si tienen problemas amorosos, tengan paciencia. El amor no es para siempre. Otros pueden aparecer, mejores o peores y es bueno estar sobre aviso.

            Pero, al final, ¿qué es el amor? Parto de la idea de que es una trampa extremadamente inteligente y sutil de la naturaleza con variadas finalidades. La más obvia es la reproducción de la especie: sin esa atracción energética, química, el hombre y la mujer no se unirían (¡claro que hay excepciones!). Tanto es que, con la llegada de los hijos, esa energía se dirige hacia los niños, lo que se denomina amor materno. Pero, con el crecimiento de la raza humana, el amor ha ganado otras facetas, gracias a su aspecto anárquico; cada criatura puede amar aleatoriamente varias veces en una vida, no sólo cumpliendo obligaciones que ha asumido, sino creando nuevos lazos.

            Algunos se deben preguntar por qué ocurre eso, una vez que todo sería más bien simple si esa facultad humana se limitase a facilitar el encuentro de cada pareja en la vida. Pienso que tal complejidad es necesaria teniendo en vista una característica básica del futuro humano: el “amarás al prójimo como a ti mismo” del que hablaba Jesús. Junto a nuestros amores, pareja, hijos, parientes y amigos íntimos, en relaciones de las cuales superamos desavenencias frecuentemente y otras formas de desarmonía, estamos haciendo una especie de entrenamiento para aprender a amar incondicionalmente. La experiencia adquirida a través de sucesivas reencarnaciones nos hará llegar, al fin, a un momento en que conseguiremos tratar a un desconocido de la misma forma elevada que trataremos a una relación con nuestro mejor amigo. En ese momento, ciertamente, habremos alcanzado un nivel superior como seres cósmicos.

                                                                                  Salvador Navarro Zamorano

                                                                                  Escritor.

 

A64

                                   ENSAYO SOBRE EL TRABAJO

                                                                       Una filosofía de la acción.-

Tanto la acción como el intelecto son maneras masculinas pero se nota una especie de compensación entre ambas, como si lo intelectual fuera  - y lo es - una forma estilizada de la acción. El hombre de acción que realiza un ejercicio intelectual, el trabajador manual que lee o escribe durante unas horas, por ejemplo, se siente cansado y como embotado para su labor manual; hay en él una falta de precisión, de la atención necesaria para su hacer, que sus patronos atribuyen, y con razón, a la pre-ocupación del trabajador por la lectura. Y viceversa: el intelectual puro, el escritor, el hombre erudito, que ha hecho mucho ejercicio físico durante el día, se siente obtuso para la creación intelectual y nota en sí una cierta ausencia de frescura creadora. Si es escritor, notará poca inspiración y profundidad, vigor y claridad en lo que escribe. Sin duda, el ejercicio físico causa placer al habitual del trabajo intelectual, como el ejercicio mental da placer al trabajador manual, por una compensación, en ambos, de equilibrio fisiológico, pero en detrimento para el hacer específico de cada uno. Por eso, el intelectual rechaza subconscientemente la acción y el trabajo corporal, como el trabajador manual se ve incompatible con esa finísima acción que supone la busca y expresión de las ideas.

            Pero todavía en el hacer se ha de distinguir entre un saber hacer  teórico, que es de puros elementos intelectuales, y el saber hacer manual, que más que un saber es una habilidad o aptitud para haber o conseguir. Hay una acción masculina que es el puro saber intelectual o saber por saber, que se contenta con verdades. No es un saber práctico o pragmático, un saber para hacer, o mejor un saber hacer, pero es acción y no contemplación, porque la voracidad de la mente, en su continuo errar en busca de verdades, es el máximo equivalente de la acción. Contemplación es quietud interior, éxtasis frente a lo contemplado. La razón es activa, no contemplativa, como lo es la intuición. Por eso el hombre, con saber nada más, ya actúa. Pero hay luego otro saber menor, sin vuelo, que busca sus verdades a ras del suelo, y poco seguro de sí, ha de certificarlo todo con un hacer, con la realización práctica de lo que sabe; aquí el hacer va al ritmo del pensar; es acción intelectual traduciéndose en labores reales que satisfacen el impulso de construcción. Pero aún hay un último saber inferior, en que el saber ya es mínimo y va surgiendo como de las manos, a medida que se va realizando el trabajo; es el trabajo manual , la habilidad de lo manual, que responde también al impulso de construcción y que representa el último tramo respecto a la acción pura de la inteligencia. El saber hacer o acción de segundo grado del hacer, es propio de lo masculino, y el tercer grado se enlaza con el segundo, más con el impulso de juego que con el de la construcción; es ya lo próximo al quehacer femenino.

            Saber hacer, cuando se mezcla con la mera habilidad, descubre la baja varonía. Todo varón que se complace en hacer bien un paquete, una jaula para un pájaro, un barquito o un gorro para niños; todo el que experimenta el goce de la habilidad manual, el mañoso que se complace en arreglar la instalación de la luz en casa, o la del televisor; ese varón que enreda más que trabaja, porque rehuye la creación y el espacio ancho y vive prendido de lo menudo y banal, sin anhelo para lo grande, es un hombre de vuelo corto. Suele ser un tipo casero, afable y servicial para todos, “muy amante de sus hijos” y muy “compenetrado con su esposa”, justamente por no asumir su masculinidad creativa. Es el mismo rasgo que hace al “hortera” disponer complacidamente de la simetría y filigrana de los estantes, objetos y escaparates de su tienda y tener un rara disposición para hacer paquetes y la caligrafía artística, especialmente de las letras mayúsculas. La mujer no tiene la especialidad de tirar piedras o la de construír colosales obras arquitectónicas, pero sabe empaquetar, hacer lazos, adornar, como un varón no lo podrá hacer sin grandes dificultades. Pensemos en el profundo significado de juego que tiene la labor de encaje o la confección de prendas para muñecas. Unos y otros sin clara finalidad o, acaso, con el designio secreto para ser desechados a su término, para ser comenzado otra vez. Y así indefinidamente. Es frecuente en la mujer esto de deshacer muchas veces la labor empezada otras tantas, quizá en obediencia a un hondo impulso de repetición. Penélope, destejiendo de noche lo urdido durante el día, para así dulcificar la espera de Ulises, es un magno símbolo femenino.

            Todos sabemos como se fabrica un cántaro o se ara un huerto, pero nos falta a muchos saber hacerlo; de ahí que la palabra “saber” haya quedado circunscrita a lo puramente teórico, al puro idear, comparar, calcular y deducir. A nadie se le ocurre decir: “¡Cuánto sabe este carpintero!”; como nadie, ante un libro del filósofo o el descubrimiento de un investigador, exclamará: “¡Qué bien lo hace  este hombre!”, como no sea en un sentido metafórico de la expresión, pues cuando decimos de un pianista: “lo hace muy bien o sabe su oficio”, es justamente aludiendo a lo inferior de su arte, a lo que tiene de práctica diaria de mero oficio. En la diferencia entre el saber  y el hacer está lo que hay entre el artesano  y el artista. En éste, predomina lo intelectual, lo teórico; en aquél, la aptitud para la realización, lo práctico. Pero no olvidemos, que las artes (pintura, escultura y danza) fueron originalmente oficios, técnicas del saber realizado.

            En la escala de las Artes, se observa la gradación desde el puro saber masculino hasta la habilidad filigránica de lo femenino. Lo más viril de las artes es la arquitectura, que es pura acción intelectual, enérgico impulso de construcción, cálculo y proyecto. Las más femeninas, la Música y la Poesía, son pura contemplación y escasa acción. Las intermedias, como la Danza, el Mimo, la Escultura y la Pintura, no son acción ni contemplación puras, sino que a la creación se une la habilidad manual, porque no representan ni lo puro masculino ni lo femenino elevado. Para toda artesanía hay un talento específico: el saber hacer, que no es hacer automático y cotidiano, no un hacer sin aprendizaje y sin saber previo, no, en suma, quehacer femenino ni es tampoco el puro saber sin hacer del intelectual, sino que es el saber manual, la habilidad para confeccionar, que no es lo mismo que construír. La gente distingue al “mañoso”, al hábil en la labor manual, del “virtuoso”, que a fuerza de hacerlo bien, hace lindar su habilidad, para la estimación vulgar, con lo artístico y creador. Es la distinción entre Arte y Técnica, que ya hacían los griegos. El saber hacer crea la técnica, el arte-facto, el utensilio, es decir lo útil. Pero el arte no es hacer, sino un crear en busca de expresión y no de utilidad.

            Todo hacer, toda técnica, es masculina; es dominio sobre las cosas o creación de ellas, pero no una vida complacida en el servicio a esas cosas. El violinista que, en vez de una alta sensibilidad para interpretar obras ajenas, hace re-crearla, escoge sólo las obras difíciles de ejecución, para meter su habilidad manual como única mercancía de valor, es un virtuoso, es decir, un artista, pero inferior. El pintor que sólo tiene como mérito el de ser buen dibujante, es muy escaso pintor. El hacer en sí no entra en la categoría de arte, y hay grandes artistas cuya aptitud para la ejecución es baja y su hacer es un tanto torpe. Son muchos los pintores y dibujantes artísticos que tienen mala caligrafía, como son muchos los buenos músicos que cantan mal. Cuando la técnica triunfa, es que ha decaído la creación, porque, psicológicamente, la técnica es un obstáculo para el arte. Hoy que tanto se habla de técnica, debiera tomarse en cuenta esa su profunda raíz en los sexos, épocas y pueblos.

            En suma; el que sabe mucho no suele ser un buen artífice manual, y al revés. El físico no sabe hacer un tornillo; ni el arquitecto, un tabique. El especulativo siente rechazo no por la acción, que el pensar mismo lo es, sino por el quehacer y su próximo pariente el saber hacer manual. Es raro que el hombre dedicado al pensamiento sepa corregir una avería del grifo de su lavabo y que, sobre todo, se complazca en ello. Pero entiéndase:  no porque no sepa, sino porque siente aversión a hacerlo.

            Sólo en el inventor, la fiebre de la creación suele vencer al rechazo de la prueba. Y ello, bien por asegurar la exactitud del experimento o bien porque en la concepción del inventor apuntan rasgos femeninos. Recuérdese a Leonardo da Vinci, en que el saber y la habilidad manual  se reunían felizmente en él, gracias a sus ingredientes de ambos sexos. El sentido femenino de toda la faena se alumbra tanto o más cuanto más superfluas o de adorno sean las cosas en cuya confección se deleita el hombre. Cuanto la feminidad hace, como quehacer, tiene un designio artístico o de lujo, que es también forma de servicio.

            Todo el que del trabajo hace un servicio, satisface vivencias femeninas. Tales el sastre, el cocinero, el peluquero, el ayuda de cámara, el diplomático, el modisto y el “imitador de estrellas”. Y al revés: todo varón de rasgos femeninos acusados es hábil, doméstico, minucioso y apto para las labores mínimas del quehacer. Y sobre todo, es, en el fondo, un anti-intelectual. El más inepto e inhábil de los hombres es el filósofo. Luis XIII era orfebre, jardinero, carpintero, buen tirador, herrador y buen jinete; incluso sabía afeitar. Pero odiaba la inteligencia y era inapetente para los libros y las mujeres. Tibero sabía bordar. Robespierre se complacía en hacer encaje de ganchillos. Todos ellos, de dudosa masculinidad.

            El quehacer no es trabajo ni es deporte, pero tampoco juego; es un servicio acostumbrado, es decir, una forma de la acción femenina suavizada por el lubricante de la costumbre. El trabajo es acción sobre las cosas, violencia, para hacerle rendir sentido; trabajar es alumbrar creación, responde a un impulso varonil, aún cuando el resultado de la operación sea una silla o un zapato, idénticos a otros ya hechos por el mismo por artesano. Sólamente cuando esta actuación pesonal desaparece en el anónimato de la fábrica, en que operario ayuda o sirve a la máquina que es la que con ciega impersonalidad elabora objetos iguales, en serie, el hombre siente la profunda insatisfacción de su trabajo que le parece metafísicamente falso. Pero el quehacer  femenino   no es traumatismo sobre las cosas, sino una amorosa conservación para hacerles rendir un tributo de servicio. No es impersonal, porque la misma feminidad se funde y conjuga con esas cosas animándolas de su propia personalidad.

            El quehacer femenino es un hacer sin fin. Tras la limpieza matinal de la casa viene la elaboración de la comida, y el lavado de la ropa, y el planchado, y el trabajo de punto interminado e interminable, fundido con el cuidado de los niños, y la atención constante sobre ropas, muebles, flores, animales domésticos y sobre sí misma, como el objeto de lujo, centro del universo de la casa. Nunca termina del todo el hacer femenino, que es, por eso, un quehacer.

            Lo femenino es un estar siendo, pero no un haciéndose en proyectos, un elaborarse a brazo el propio existir. Y como la flor en sus perfumes, como el agua en la fuente, el alma femenina se da continuamente en flujo, en emanación, en la carta, en la conversación, en el quehacer interminable.

                                                                                  Salvador Navarro Zamorano

                                                                                  Escritor.

 

                                   LOS CAMINOS DEL CORAZÓN Y LA CABEZA

            La política y la economía son caminos que han de recorrerse con el corazón y la cabeza. ¿Cómo mejorar la vida del hombre en este tercer milenio? Esa es la pregunta. ¿Cómo dar prioridad a la justicia social sin caer en un estrecho nacionalismo y, al mismo tiempo, mantener una visión internacional abierta y solidaria? Estas son cuestiones que hemos de aprender a discutir honestamente, liberándonos de guerras de propagandas personales, de intercambios de críticas y ataques verbales y del juego de distribución de culpas por nuestros males.

            La insatisfacción por la situación del país puede ser canalizada de modo profundo y creativo. Porque no tenemos un problema político sino cultural. Se trata de crear una cultura de la solidaridad, abandonando culturas colonialistas donde se vive de favores, gracias y sutilezas.

            Cada uno de nosotros, aisladamente, tiene el sentimiento y creencia de estar por encima de todo estos males que nos aquejan. Ninguno de nosotros pacta con el mar de basura, el cinismo y la falta de pudor de nuestra vida pública y comunitaria. El problema es que, al mismo tiempo, en el resultado final de todos nosotros juntos está lo que nos avergüenza.  A sus propios ojos, cada individuo es bueno, progresista, y hasta le gustaría poder “echar una mano” al país. Pero en cuanto clamamos por la justicia y la eficiencia, vamos tropezando colectivamente como sonámbulos embriagados.

            El ciudadano no siempre resiste a la tentación de proyectar su sombra personal (su lado más oscuro) sobre el país donde vive. “Yo soy bueno, mis amigos son excelentes, pero este país no tiene remedio”. Pero, desde el punto de vista espiritual, el ser humano siempre ve el mundo exterior de acuerdo con su propio contenido interno. La gente juzga a los demás por sí mismo. El verdadero raciocinio de la persona que se considera buena pero que ve al resto del mundo como negativo, termina de completarse cuando piensa: “Yo soy una buena persona, pero el mundo es malo. Ya que el mundo es malo, se hubiera una oportunidad de poder beneficiarme a costa de los otros, la podría aprovechar. "De todas maneras, el mundo seguirá siendo negativo . . .” Es así como todos se consideran buenos en una sociedad llena de envidia, traiciones y deshonestidades.

            Queremos una nación de ayuda mutua, de confianza en los demás, de creatividad, de competición para ver quién es mejor y no para ver quién es más culpable. La energía de ese ideal de país tienen dos aspectos y dos funciones. Derrumbar lo viejo y construir lo nuevo. Si nos identificamos con el pasado, las energías del presente seguirán destruyendo. Tendremos drogas, violencia, corrupción, pornografía, crímenes y unos medios de comunicación corriendo tras de todo esto. Si nos identificamos con lo nuevo, las energías del presente comenzarán a construir. Entonces la sociedad cambiará con base en una nueva confianza en la solidaridad y en la vida, y los medios de comunicación expresará esto diariamente. El futuro sólo es sombrío para quién está preso en el pasado. El que está libre de fantasmas, ve el futuro brillante.

            Si en las próximas elecciones quisiéramos medir el grado de sintonía de un candidato con la energía de este nuevo futuro, pienso que es posible llegar a una conclusión adecuada aplicando los siguientes puntos:

            1.- Ver si nuestro candidato es personalmente honesto.- Hemos de ver un futuro con ética. Ahora es el tiempo de colocar en práctica la fraternidad predicada por el cristianismo durante 2.000 años. Los políticos deshonestos no están en armonía con los nuevos tiempos.

            2.- Comparar el discurso con la práctica.- Aunque no robe, un político puede decir una cosa y hacer otra, o hacer un discurso desvinculado de las posibilidades prácticas. Los nuevos tiempos no ha de vivir de vagos sueños, sino soñando sobre aquello que puede colocar en práctica y poner en práctica aquello que se sueña.

            3.- Examinar si lo que dice es verdad.- Cada candidato ha de tener su discurso. Decir algo sobre la realidad. Ir más allá de las sonrisas y los golpecitos en la espalda. Hemos de asegurarnos que piensa por sí mismo y, después, ver si lo que dice es auténtico: si dice lo que piensa y piensa lo que dice. La energía de los nuevos tiempos pasa por el corazón de las personas y quien no habla con sinceridad, todavía está por descubrir la enorme diferencia que hay entre la astucia y la inteligencia. El lobo hambriento es astuto; el hombre es inteligente.

            4.- Examinar si su pensamiento es positivo.- Ver si nuestro candidato es moderado en las críticas a sus adversarios y concentra su energía en describir lo que pretende hacer de bueno. El político que pretende destacarse atacando a sus adversarios, funciona como una sanguijuela de la energía vital ajena. Si nuestro candidato dedica su tiempo a hablar mal de los demás, aunque sea honesto, tendrá dificultades para hacer un buen trabajo después de elegido, debido a su pensamiento negativo. Criticar es fácil y gran número de político honestos fracasa cuando tienen una oportunidad de gobernar porque aprendió a criticar, pero no a construir. Esto nos lleva al punto siguiente:

            5.- Examinar si hay una postura creativa ante la realidad.- No basta tener eslogan simpáticos o atrayentes. La energía de los nuevos tiempos exige creatividad para construir algo nuevo. Quien se guía por el pasado no sintoniza con los tiempos actuales. En la etapa que nos encontramos, el proceso de transmisión de la energía de estos tiempos es tener un exceso de energía negativa, destructiva y se necesita gente que sepa forzar el aspecto positivo, construyendo nuevas formas de relación y convivencia.

            6.- Verificar si la política propuesta es transparente y participativa.- La democracia actual no consiste en escoger libremente a quien se comportará como un dictador durante cuatro años. Para ser constructiva se necesita que el pueblo sea escuchado en todas las instancias y en todo momento, y no sólo el día de las elecciones. La transparencia y la participación del ciudadano en las decisiones eliminarían la corrupción en la política.

            7.- Ver si la política propuesta pone en primer lugar la justicia social, la educación y el medio ambiente, tanto en el discurso como en la práctica.- No puede haber armonía social si no la hay con el medio ambiente. Ni puede haber paz social si no hay justicia.

Estos siete puntos están íntimamente conectados entre sí. Pero hay en la actual política un factor de ilusión colectiva que es serio y ha de tenerse en cuenta. Los errores, especialmente los errores ajenos, han tenido un efecto hipnótico sobre la mente humana, cuya creatividad y talentos ilimitados están en parte prisioneros de una atmósfera de relativo pesimismo, en el área política. Entre el falso optimismo de las promesas demagógicas (arma tradicional de la derecha) y el pesimismo sincero de las críticas llenas de rencor (arma tradicional de la izquierda) la energía de los nuevos tiempos prefiere crear un camino nuevo y amplio. Quien opta por la creatividad aprende a ser optimista sin ser mentiroso y es sincero sin ser rencoroso.

            Gran parte de las personas que todavía no han despertado conscientemente en la búsqueda espiritual, desconocen las poderosas consecuencias prácticas del uso (correcto o incorrecto) del pensamiento. Consideran que el nuevo pensamiento existe por sí mismo, obedeciendo a estímulos externos y que no somos responsables por él. Pero los que ya han despertado al mundo espiritual saben que el pensamiento positivo crea cosas buenas del mismo modo como el pensamiento negativo crea cosas dolorosas y que somos responsables por el proceso de nuestro pensamiento. La energía concentrada de millones de hombres que piensan positivamente y tienen buena voluntad ante la vida, puede perfectamente exprersarse en términos colectivos sin caer en la ingenuidad o en el falso optimismo. Basta discutir donde, en realidad, está el poder.

            De acuerdo con la cultura de otros tiempos, todos esperan soluciones desde arriba. El ciudadano espera soluciones de los gobernadores o alcaldes, que esperan soluciones de su Presidente de la Comunidad, que espera soluciones del Gobierno Central, que a su vez espera soluciones de la Presidencia de la Comunidad Europea, que a su vez obedece a directrices del Banco Europeo y éste a su vez del Fondo Monetario Internacional. En esta postura cultural, el ciudadano piensa: “Tengo un problema que los otros deben resolver”.  Tal actitud pasiva no conduce a nada. La verdad es que cada escuela, empresa o pequeño municipio, cada familia, cada relación de amor, cada barrio y cada sindicato son laboratorios alquímicos donde va siendo creado al país moderno, donde se podrá vivir el sueño de fraternidad. Si la nueva cultura procura convencer al ciudadano de que todo el poder está concentrado en el Parlamento o en el Senado, hay algo equivocado en ella. Es muy cómodo pensar que alguien resolverá los problemas del país para nosotros. Es cómodo pero no es verdadero. Un país es un proceso multidimensional en que todas las cuestiones humanas están irremediablemente unidas durante todo el tiempo. No existen políticos ladrones en un pueblo que tenga una ética madura. Ética es uno de los nombres de la nueva energía y ella es multidimensional. Está o no presente en las microestructuras y en la macroestructura; en el pensamiento y en las acciones; en la distribución de la renta, en la reforma agraria y en la discusión política respetuosa; en la vida profesional, en el deporte y en la relación con nuestro país. La ética no puede ser algo impuesta o dogmática. La verdadera ética nace de la comprensión de la unidad de todo lo que hay y en la aceptación de la ley de reciprocidad en todas las relaciones.

Desde el punto de vista cultural, el pueblo no debe “tomar el poder” pero debe comprobar que tiene el poder en las manos y que el poder no pertenece a nadie en particular, pero que está al alcance de todos, porque todos los seres inter-actúan entre sí. Es sólo el miedo a vivir que, a veces, no hace atribuir a los otros poder sobre nuestra vida. Estamos en el momento histórico en que la energía espiritual deja de ser limitada al mundo individual de cada ciudadano y se distribuya socialmente para regenerar las relaciones entre las personas. Será cuando la agonía de lo viejo pase a ser sustituida claramente por la construcción de lo nuevo y correcto, en las diferentes dimensiones de la vida.

                                                                                              Salvador Navarro Zamorano    

                                                                                              Escritor.

 

 

 

 

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