ARTÍCULOS PERIODÍSTICOS II

Salvador Navarro Zamorano

 

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                                                 EL FUTURO QUE NOS ESPERA

          Imaginar el futuro es una empresa arriesgada y no sólo porque los descubrimientos científicos y tecnológicos son imprevisibles, sino también y sobre todo, porque los hombres no son robots. Una y otra vez han rechazado el modo de vida de sus orígenes sólo para reafirmar su independencia. Las nuevas tecnologías y actitudes no son necesariamente el resultado del desarrollo lógico de las condiciones existentes. La lógica de los acontecimientos siempre cede el paso a lo arbitrario de las decisiones humanas. El futuro que es producto de la voluntad siempre es distinto del futuro lógico. En cualquier caso las predicciones son necesarias para el buen funcionamiento de la sociedad.

          Es posible que el futuro esté más determinado por la necesidad de corregir el daño que se inflige al hombre y a su entorno que por una continuidad en la carrera de innovaciones tecnológicas. La tecnología futura estará influída sin duda por el hecho de que el clamor que se escucha en favor de la protección del medio ambiente se está haciendo oir en Parlamentos y Universidades.

          El peligro inmediato no es la destrucción de la vida, sino su progresiva degradación. Los agentes contaminantes empobrecen la complejidad de los sistema ecológicos y merman su estabilidad. Los insectos se inmunizan a los insecticidas, las algas crecen en aguas contaminadas y la población humana crece aún con escasez de alimentos, viviendo en ambientes muy contaminados. Si la tendencia actual se mantiene, la humanidad estará condenada, pero no a la extinción, sino a una vida biológica y emocional empobrecida.

          La industria dañó la Naturaleza y al hombre durante el siglo pasado y al principio del presente, pero estuvo limitada a una pequeña parte del planeta. Ahora que la tecnología está presente en todo el mundo y es más poderosa, produce perturbaciones en todos los procesos naturales. Actualmente el hombre se enfrenta a las limitaciones de una tierra explotada.

          En el pasado, la madera era una fuente de combustible y sus reservas se podían renovar sólo con conservar los bosques. En el año 681, ya en España, se promulgó un decreto castigando la tala de bosques sin permiso del Gobierno.

          La industrialización por el contrario se ha basado en una economía de extracción, no sólo de combustible acumulado, sino del mineral y la vida biológica del mar, con el exterminio de especies marina y contaminación de los océanos.

          Como consecuencia derivada de esta destructividad se está produciendo un cambio lento pero progresivo en la escala de valores: la conservación de la calidad de vida puede en poco tiempo tener prioridad sobre el fomento del crecimiento económico a la hora de valorar los méritos sociales de la técnica.

          En la práctica el cambio resultará difícil, a causa del lavado de cerebro del que hemos sido y somos víctimas y que nos ha hecho creer que toda mejora de nuestras vidas depende del crecimiento de la economía de extracción. Para la mayoría, la expresión “situación estable”, implica estancamiento seguido de decadencia. Hay como una fe ciega en que a más cantidad, mayor volúmen y velocidad, logramos la fórmula segura para mejorar la vida humana. Si ha habido en la sociedad tecnológica un defecto fundamental, este es el de identificar el concepto de progreso con la creencia de que la abundancia de bienes contribuye a la felicidad, cuando es obvio que, a partir de cierto punto, la riqueza pierde todo sentido.

          La idea de que hay que poner fin a la era del crecimiento cuantitativo no es exclusiva de soñadores, humanistas y ecologistas; en muchas ocasiones, técnicos, sabios y hombres de negocios la han apoyado. En otras palabras, todo consiste en abandonar esta ansia de crecimiento que ha dominado la economía a todo lo largo de la Historia. La adicción al crecimiento ha de dejar de ser la religión no confesada ni escrita de nuestro tiempo. En lugar de trabajar ciegamente para producir más, debemos hacerlo con vista a elevar la calidad  de vida, a alcanzar armonía y equilibrio en el mundo que vivimos.

          Y cambiar no significa rechazar el futuro. Para mí, el único mundo real es el mundo primario, el de los fenómenos, en el cual el Sol se desplaza de Este a Oeste, la estrellas brillan en el cielo y el punto de referencia de cada medida es el hombre. Y las decisiones se tomarían gracias a la fe y la visión de los hombres con sentido de luz, de lo que es factible y con el valor suficiente para imponer su voluntad a los acontecimientos y no según planificaciones de técnicos o de las normas dirigidas por los ordenadores.

          Se necesita un cambio de conciencia cuyo fin sea la recuperación de unos valores que se están olvidando y que daban sabor a la vida, valores tales como el contacto directo con la Naturaleza, la intimidad, la originalidad. La protesta contra las actuales tendencias sociales es una advertencia de que no compensa disponer de aparatos electrónicos, automóviles, baratijas de plástico y alimentos precocinados y congelados, si por ello la Naturaleza viva se ha de convertir en desierto, el cielo azul en atmósfera oscura y opresiva y la libertad en una vida estrictamente legislada y codificada.

                                                           Salvador Navarro Zamorano

 

 

 

 

7

                                                           EL TIEMPO METAFISICO

          Aristóteles, así como Santo Tomás, entendían el tiempo como medida del movimiento. Poco a poco se llegó a ver en él una especie de medida metafísica, capaz de graduar a las personas en su íntima densidad. Más que el tiempo surgir del movimiento, parecía éste brotar de aquél; algo así como si las cosas al andar o moverse, lo hicieran contando y pisando unos tramos de minutos o de instantes con qué dirigirnos a la eternidad, especie de inmenso océano de tiempo.

          El tiempo físico así entendido, es medio con que medimos el movimiento en el espacio; no es una medida del espacio, sino una manera espacial de medir; también medimos las cosas quietas en el espacio, pero entonces hemos de movernos nosotros de algún modo para medirlas, siquiera con movimiento mental de cálculo, Pero si soy yo quién se mueve, para medir, ¿quién mide a quién?

          El tiempo es y está en mí, o conmigo. El tiempo físico no existe. Tampoco hay un tiempo para cada especie viva. No hay más tiempo que el humano. Si el elefante vive doscientos años y el mono treinta, el ritmo vital de cada uno es de más o menos amplitud, pero como unidades vitales, son equivalentes; en cambio, el tiempo mío nadie lo ha vivido ni puede vivir más que yo. Mi vida como tiempo no es una unidad equivalente a otra. Y si yo encuentro más tiempo en el elefante que en el mono, es porque los mido. Es que los pienso como vidas en carrera para un espacio  - para una misma vida -  a recorrer. Pero no hay un mismo espacio, no hay una misma vida que recorrer o ganar. El tiempo de esa supuesta medida, es adjunto o sobrepuesto por mí. Ahora sí que se entiende lo de que el hombre es la medida de todas las cosas.

          Y es que hay movimientos sin espacio, sin traslación. El paso de una cualidad a otra, de ácido a dulce, la llamada alteración es un movimiento sin traslación. Sin duda la inteligencia es un instrumento de medida  (“mensura” viene de “mens”) y lleva ya el tiempo como utensilio de agrimensor. Pero cuando yo me siento vivir, me siento envejecer, me siento el mismo o distinto, no estoy midiendo el tiempo sometido a la inteligencia, sino que estoy ante mi tiempo psicológico.

          Cuando viajo a 800 kilómetros por hora, el espacio se me encoge, pero el tiempo no; si me invade una tremenda ansiedad de llegar (por la muerte de un ser querido, por ejemplo), el tiempo puede ser interminablemente largo. El tiempo no se me encoge o dilata en función del espacio, sino que su dimensión es independiente en mi conciencia; ni siquiera depende de la velocidad del producto espacio-tiempo físico. A mayor velocidad, menor tiempo matemático, para un mismo trayecto; ese “menor” lo antepongo yo a la prueba como forma mía de vivir y de medir. Esta noción del tiempo humano es lo que se ha colocado en la charlatanería de muchos llamados parapsicólogos, pues ellos dicen creer ir hacia un tiempo y espacio puros, y se encuentran con que sin el tiempo humano, no hay ninguno.

          La vida del hombre no es cuatridimensional, porque el hombre no tiene dimensiones; todo se puede medir por el tiempo físico menos el hombre. Si algún día un viajero, con la velocidad de un cohete igual a la de la Tierra, siguiera el ritmo mismo del movimiento del Sol y en igual dirección, nos encontraríamos con que, para ese viajero, no habría día, ni hora, ni meridianos ni fracciones del calendario, pero él psicológicamente seguiría pasando sus ilusiones, extinguiéndose y su conciencia anotando el paso del tiempo con sensibilidad ajena a todos los relojes y medidas.

          Somos seres extraños que nos aburrimos cuando pensamos o trabajamos, precisamente en todo lo que nos da la medida del tiempo, medida de un vivir arrinconado, como si el tiempo intruso e indiscreto se metiera hasta el último rincón donde conspiran el silencio con la intemporalidad.

                                                           Salvador Navarro Zamorano

 



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                                                 LA MAGIA

          La magia constituye un área de conocimiento tan vasto y difuso, como la propia ciencia. Y, como está compilada en millares de libros, tesoros de simbolismo, de discípulos y maestros, posee objetivos y métodos completamente diferentes de los que son utilizados por la ciencia que conocemos, aunque pueda ser también considerada como tal.

          Mientras el científico moderno procura divulgar sus descubrimientos, aún antes de sus aplicaciones prácticas, el mago las presenta después de haberlos comprobado en acción.

          El conocimiento de la magia exige años de estudios, a través principalmente, del saber intelectual de civilizaciones desaparecidas, sin eliminar otras formas de pensamientos, como: astrología, alquimia, hechicería, clarividencia, quiromancia, misticismo, metafísica y los rituales de las sociedades secretas. Ante tan voluminosa materia, podemos dudar de la posibilidad de trazar un camino seguro en ese laberinto.

          Si pudiésemos encontrar hoy un antiguo sacerdote iniciado egipcio, notaríamos su manera diferente de “pensar con el corazón”. Algo incomprensible para los occidentales. Pero para un iniciado egipcio, que entendía el universo como un todo compuesto de energías y fuerzas actuando a través del hombre, lo visible era una revelación de lo invisible. Esto es, los movimientos del pensamiento eran una expresión del propio ser: así como es en el cielo, también és en la Tierra.

          La primera dificultad que encontramos en la lectura de los libros de magia es su nomenclatura. Para los magos, las fuerzas creadoras, conservadoras y destructoras del universo, tenían nombres. ¿Debemos aceptar que el universo está poblado de innumerables entidades, de ángeles y demonios? También podemos leer que ellos creen claramente en un Dios verdadero y supremo. De hecho, es exigir demasiado de nuestro condicionamiento mental, que creamos en un Dios único, en dioses, diosas y otros seres invisibles.

          En sucesivos artículos trataré este asunto de una manera general, apuntando algunas definiciones, terminología, métodos, degeneración y florecimiento de la magia. Con eso pretendo demostrar que los peligros existentes en la magia se deben, sobre todo, al mal uso que nuestra capacidad limitada de amor y conocimiento hace de ella, y no ella misma. La magia es mucho más amplia y tiene fines más elevados de lo que podamos imaginar.

                                                           Salvador Navarro.

 

 

 

 

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                              LOS RADICALES LIBRES Y LA VEJEZ

          Respira normalmente. Simple, ¿no? Las personas hacen esto hace tanto tiempo y tan automáticamente, que ni prestan atención al aire que penetra por la nariz, atraviesa la larigen y va hasta los pulmones. Como todos sabemos, el aire es una mezcla de gases que contienen una sustancia esencial para la vida. Pero ella puede también ser causa del envejecimiento del cuerpo. ¡Tan útil y tan perjudicial! Es el oxígeno.

          En cuanto se combina en las células con la glucosa para producir energía, el oxígeno es indispensable, una de las fuentes de la vida. Pero hay momentos en que él se modifica, transformándose. Es cuando tiene un eléctron más o de menos. Cuando esto sucede, el oxígeno se vuelve inestable y ha de combinarse con otro elemento, como ocurre con las leyes químicas. Son los radicales libres del oxígeno, formas más activas y puras a las que ese gas se puede reducir.

          Hay tres formas básicas conocidas: el hidroxil, el agua oxigenada y el superóxido. Son esas sustancias que, libres, entran en las células, con las que se combinan quimicamente, y provocan alteraciones. Es como si las células se oxidasen, lo que no está muy lejos de la verdad.

          Estos radicales parecen estar sueltos en el aire que respiramos, en especial en lugares muy polucionados. O se forman cuando sometemos el cuerpo a un examen radiológico. El humo del cigarro es una fuente de radicales libres, que también se pueden formar espontáneamente dentro del organismo, como subproducto de reacciones químicas normales.

          Este papel terrible del oxígeno fue descubierto hace poco tiempo por los investigadores norteamericanos: Bruce N. Ames, Lester Packer y Martyn Smith, todos de la Universidad de Berkeley, en California.

          “No podemos vivir sin oxígeno, pero nadie puede vivir indefinidamente con él”, decía el doctor Parker.

          Es una teoría. Pero cada día se juntan más pruebas sobre la acción de los radicales. Se opina que la degeneración de las células de la retina, en el ojo, se debe a los radicales. Hace muchos años, el doctor Albert Szent-Georgy, unos de los descubridores de la vitamina C, verificó las correspondencias entre los radicales y los tejidos cancerosos. Según él, los radicales probablemente dañaban la estructura de los genes, propiciando así la multiplicación desordenada de las células. Pero, en general, los investigadores sustentan la opinión de que los radicales libres son uno de los grandes culpables del envejecimiento del cuerpo.

          Para defenderse de estos radicales, nuestro cuerpo actúa de dos maneras básicas: o los desarman antes de que causen problemas o reparan las alteraciones que puedan haber provocado.

          Este último mecanismo es conocido: el cuerpo repone células nuevas, en lugar de las defectuosas (que son eliminadas) y la vida prosigue. No es el mejor modo de combatir a los radicales libres, pero con el tiempo el cuerpo pierde un poco esa capacidad de reposición.

          Lo mejor sería combatir los radicales antes de que ellos puedan atacar. Y eso se consigue por la acción de ciertas enzimas, como la glutaniona y la dismutase.

          Estas dos sustancias normalmente presentes en el cuerpo humano, pueden transformar los radicales libres en compuestos inertes, en agua, por ejemplo. Pero ellas no actúan solas: para entrar en funcionamiento necesitas de pequeñas cantidades de selenio (caso de la glutaniona) o de cobre (dismutase), encontrándose tales enzimas en las cebollas, tomates, brócolis, ajo, repollo, carne de pollo, hígado de buey, cereales integrales, peces, huevos y leche. Eso ha sido comprobado en estudios que anotaron el aumento de selenio y cobre en la dieta como responsables de la reducción de cánceres y otras dolencias degenerativas, sin olvidar que esos dos minerales en estado puro y en exceso, son venenosos.

          Del mismo modo, las vitaminas A,C y E pueden bloquear la acción de los radicales libres del oxígeno. Las estructuras de esas vitaminas permiten que absorban los radicales.

          La vitamina E, en especial, parece ser un agente efectivo contra los radicales libres que atacan las membranas de las células. Encontramos esta vitamina en los aceites vegetales no refinados, germen de trigo, huevos, todas las semillas, vegetales verdes, leche, legumbres y cacahuetes. Si por cualquier motivo, los radicales libres atraviesan la membrana, sin atacarla, para intentar actuar sobre la parte líquida de la célula, encontrarían la vitamina C, especialmente de la fruta cítrica y vegetales.

          De cualquier modo, con lo que ha sido descubierto, podemos decir que tenemos munición suficiente para combatir los radicales libres. Aquellos que tienen prisa o los cómodos, dirán que basta con tomar suplementos de vitaminas y minerales en altas dosis para resolver el problema. Pero no toda funciona como nos parece. El cuerpo humano es simple, pero no tonto.

          Uno de los grandes problemas con respecto a la administración de vitaminas es la cantidad; ¿Cuánta se debe de tomar?  ¿Por cuánto tiempo?  Nadie lo sabe. Es verdad que la vitamina E protege al cuerpo de la oxidación, pero se ha determinado que altas dosis pueden interferir en la oxigenación normal de las células. Lo peor, viene cuando el cuerpo, debido a esta terapia, deja de fabricar sus propios antioxidantes.

          Una alta dosis de vitamina C, tampoco es recomendable si se trata de combatir el envejecimiento. En verdad, esta vitamina es un arma de doble filo, porque en ciertas circunstancias pueden forzar las reacciones de la oxidación, ayudando al trabajo maligno de los radicales.

          Así, lo importante de los radicales libres es saber que existen, para evitar situaciones en que ellos se puedan formar. Y el único remedio seguro es el dictado por el buen sentido y la dieta equilibrada. Tal vez esto sea exactamente la esperanza de todos nosotros: llegar un día hasta los 100 años de edad, lo más jóvenes y saludables posible.


 

 

 

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                                   LA COMUNICACION SILENCIOSA

          Normalmente, nos equivocamos al creer que el único medio de comunicación se limita a las palabras, escritura y otros recursos utilizados por el hombre. En realidad, tales medios constituyen sólo unos dentro de aquellos que disponemos para comunicarnos  y, sin duda alguna, están entre los más normales.

          Analizando más a fondo, puedo percibir otra red de comunicación mucho más potente y global, que trasciende la mera e ilusoria materia. Como ejemplo, puedo citar el caso de dos personas que se aman y, sólo con el recurso de la mirada, del gesto o de la expresión facial, transmiten toda una gama de sentimientos; igualmente, en el plano del silencio, estos dos amantes se comunican directamente a través del afecto mutuo y de su poderosa fuerza interior, sin necesidad de pronunciar ningún sonido.

          Un ejemplo de cómo el hábito de utilizar exclusivamente los medios de comunicación más comunes puede perjudicar nuestra relación con Dios, es la oración. Esto es porque, al hacer nuestras oraciones, esperamos inútilmente que también Dios nos hable, y aquí está el error, a través de formas de comunicación con las cuales estamos familiarizados. Esto no tiene sentido, ya que toda comunicación es re-ligar. De El para nosotros se hace a niveles superiores, sutiles, como una manifestación de la Gran Verdad que es su existencia y realidad.

          El devoto que sigue el camino del amor debe despertar sus sentimientos afectivos más altos y, así desarrollar en su ser la consciencia de una energía esencialmente más elevada que, en ocasiones especiales, adquiera la potencia de una fuerza capaz de remover todo lo que estuviere en su camino y, en otras, el delicado frescor de la brisa que nos llama suavemente a caminar en su dirección.

          Evidentemente, las cosas del espíritu se comunican religándose mejor a través de lo subjetivo. Por eso, para podernos entender y captar esos profundos mensajes, es absolutamente necesario cultivar una actitud de sincera atención, de plena receptividad, silenciando la mente, la imaginación y concentrando todos los esfuerzos posibles para procurar aprender y escuchar tales mensajes que constantemente llegan a nuestro interior pero que, por falta de un conocimiento adecuado para comprenderlos, pasan practicamente desapercibidos. Si nos detenemos en todo esto, aprenderemos a discernir sobre la comunicación y relación posible a tener con nuestro Dios, a través de nuestros niveles superiores de consciencia, de nuestros semejantes, de la Naturaleza y del Universo como un todo, generado por el propio Creador.

          Con el tiempo, el devoto pasará a realizar esa unión por su propio amor interno. Así, Dios se unirá a él por el silencio de su cuerpo y de su mente, así como de su espíritu. Una de las maneras de escuchar este silencio es mantenerse mentalmente receptivo, como quien espera, inmerso en una suave melodía. Se debe superar las palabras y los conceptos intelectuales, por más claros que se presenten, pues cuando se consigue llegar a estos momentos de gran receptividad y comunicación con Dios, dentro del profundo silencio interior, nos encontramos con la serenidad y total equilibrio en lo íntimo del Ser, que así goza de la más perfecta y lúcida concentración.

                                                           Salvador Navarro Zamorano

 

 

 

 

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