ARTÍCULOS PERIODÍSTICOS 8 Salvador Navarro Zamorano |
41 UN POETA VISIONARIO William Blake vivió casi toda la segunda mitad de siglo XVIII y buena parte de la primera mitad del siglo siguiente, siguiendo intensamente el proceso de transformaciones que hizo de Inglaterra en poco tiempo una potencia industrial. Su obra poética, así como la de sus contemporáneos Coleridge, Byron, Shelley entre otros, no podía dejar de reflejar esos cambios que traían consigo la implantación definitiva de la máquina en la vida cotidiana de la humanidad. Poeta, prosista, artista plástico, profeta y visionario, unía todos estos elementos en una única obra. Nació en Londres el 28 de Noviembre de 1.757. Sagitario como los poetas ingleses Shelley y Milton. Su padre, un comerciante adepto al ocultismo, tuvo cinco hijos. Muy pequeño, William reveló haber visto un árbol lleno de ángeles. Con 4 años, contaba que Dios paseaba por el jardín de su casa. A los 8 años, dijo haber conversado con el profeta Ezequiel, lo que le valió una reprimenda maternal. El episodio no llegó a provocar que se retractara; siguió atraído por la lectura de la Biblia y a los 10 años componía poemas, iniciándose en dibujo y pintura. El padre de William lo matriculó en la Royal Academy of Arts de Londres, donde estudió técnicas de grabado y aprendió dibujo. Su lado de escritor lo llevó a la lectura de los principales autores ingleses. Con 21 años de edad, comenzó a hacer servicios como grabador para libreros y editores. Desarrolló una capacidad artística que lo llevaría a ilustrar todos sus libros, coloreándolos manualmente. En 1.782 Blake se casó con Catherine Boucher. La enseñó a leer y escribir, haciendo de ella una importante auxiliar. Con 25 años, el poeta ya se mostraba interesado por la literatura mística y religiosa. Además de haber leído numerosas veces la Biblia, descubrió a Paracelso y Jacob Boehme, tomando contacto con la obra del visionario sueco Swedenborg, muerto en Londres en 1.772. Un año después de su boda, Blake estaba preparado para publicar su primer libro Esbozos poéticos, situado en la corriente de la poesía tradicional inglesa. Aun viviendo en condiciones distantes en el mundo de las ideas, Blake ayudado por Catherine trabajó mucho, consiguiendo ser conocido en los medios literarios, aunque no aceptado totalmente. Para eso conbtribuyeron dos obras importantes en el conjunto de su producción, dos libros proféticos de profundo carácter metafísico: Cantos de la Inocencia y Cantos de la Experiencia. Del primer libro, a través de la imagen del cordero, Blake se rendía ante la bondad patriarcal de Dios; en el segundo, recurría al símbolo del tigre para discurrir poéticamente sobre la tiranía divina, que somete al hombre a Su Voluntad. Blake revelaba así otra forma de tratar la presencia divina entre los humanos, que también podía ser a través de la violencia y el conflicto. En cuanto la primera obra mostraba una visión pura, ideal, inocente ante el mundo, la segunda revelaría una postura más realista, más vivida, del hombre ante ese mismo mundo. Hay quienes apuntan el papel desempeñado por la figura del Cristo en esta obra, que no debería encarnar la sumisión sino la revuelta y su símbolo no debería ser el Carnero sino el Tigre. Para muchos, el libro Casamiento del Cielo y del Infierno es una de las más inspiradas y originales obras de Blake. El título proviene de un trabajo del sueco Swedenborg que Blake satiriza; mientras tanto, la sátira penetra profundamente, para alcanzar la religión institucional y la moralidad convencional. En ella Blake enuncia su doctrina de los contrarios: “Sin contrarios no hay progreso” y conceptúa el uso ideal de la sensualidad: Si las puertas de la percepción estuviesen limpias, todo aparecería como es, infinito . . .” ; “pues aquello llamado Cuerpo es una porción del Alma, percibida por los Cinco Sentidos, los principales canales del Alma”; “Dios” es definido como “el pasivo que obedece a la Razón” un equivalente al superego de Freud, mientras que “Diablo” es “el impulso activo de la Energía” o la líbido freudiana. Blake desarrollaría el tema de la libertad sexual en un poema posterior, Visiones de las Hijas de Albión”. En él, el dios de la moralidad abstracta es llamado “Urizen”, un nombre luego frecuente en la literatura de Blake. La segunda mitad de la vida de Blake lleva su producción literaria por extraños caminos místicos y, como hombre y poeta, se vuelve cada vez más incomprensible para sus contemporáneos. Otro poeta y ocultista, Butler Yeats, escribió: “Si habló confusa y oscuramente, fue porque habló cosas para las cuales no pudo encontrar modelos de expresión en el mundo que conocía. Anunció la religión del arte, con la cual ningún hombre de entonces soñara”. Esta fase tendría inicio como la mudanza del matrimonio a una pequeña casa en el suburbio londinense de Lambeth, en 1.793. Los siete años pasados allí representan para Blake el ápice de su prosperidad mundana y, simultáneamente, el período de más profunda incertidumbre espiritual. Pintó grandes cuadros en aquella casa, además de obras de su estilo e ideas. América y Europa, son sus obras sobre las revoluciones americanas y francesa. Ambas presentan la manifestación de Orc, el espíritu prometéico de la rebelión, que viene a redimir a la humanidad. En Europa, tanto la aparición de Jesús como la Revolución Francesa son consideradas como evidencias de la presencia de Orc. Acabado en 1.794 El libro de Urizen inicia la tetralogía de Blake “La Biblia del Infierno”. Es una parodia del Génesis bíblico, donde el Creador, Urizen, es un inmortal rechazado y proscrito, “el sacerdote primitivo”, un “poder negro”. La Creación, aquí, es una especie de pecado original divino y engloba una serie de grandiosas y terribles separaciones: primeramente, la de Los (la imaginación creativa) y Urizen; después, la de Enitharmon (el espíritu femenino) y Los. Las dos obras siguientes de la tetralogía, El libro de Ahania y el Libro de Los, muestran respectivamente el “Éxodo” de Blake y la historia vista por la óptica de Los. La Canción de Los, con sus apéndices-poemas Africa y Asia, complementan la visión cósmica de Blake, desde la creación del hombre (o la “Ilusión Humana”) hasta la época del autor. Urizen concede, a través de las mitologías y religiones, sus “Leyes para las Naciones”, hasta que la “Filosofía de los Cinco Sentidos” (correspondiente a la ciencia materialista) estuviese “completa y entregada en las manos de Newton y Locke” (modelos del materialismo abstracto, a quien Blake detestaba). Al final de este periplo, el poeta inglés percibió el fracaso de su “Biblia del Infierno”, para captar la complejidad de la existencia humana. Perdió la esperanza en revoluciones como fuerzas regenadoras y se encontró espiritualmente desorientado. Exactamente en 1.800, habiendo perdido su padre y hermano menor y cambiar de casa, Blake vivió en Felpham, en el condado de Sussex, ayudado por sus amigos, pues su estado financiero no era bueno. Pasó un tiempo allí con su esposa, escribiendo poemas e ilustrando libros. La época de mayor penuria material corresponde al período en que el misticismo se instala con mayor fuerza en su obra. Retornando a Londres en 1.803, Blake comienza a trabajar con otro artista en la producción de grabados destinados a ilustrar el libro El Mausoleo de Blair, pero por intereses económicos es engañado por su socio. Desde ese momento, se abre una época muy difícil para el poeta, que se prolongaría hasta el final de la década. Fue en ese período en que dio al público la madurez de su obra: Las cuatro loas, Milton y Jerusalen. En este último trabajo, se describe en rica poesía repleta de sabiduría esotérica y en maravillosas planchas ilustradas, el despertar del gigante Albión (Inglaterra o la humanidad) de su “Sueño de Ulro” (o el infierno del materialismo abstracto), camino a su regeneración. Quien posibilita esto es Los, el arquetipo del hombre creador. Con el auxilio de su “Espectro” (o Poder de Raciocinio), construye Golgonooza, la ciudad del arte. El éxito de Los se completa cuando Albión se reúne con su contraparte femenina, Jerusalen, el “Divino femenino”. Un dato singular: cuando al final del poema aparece en los cielos los innumerables “Carruajes del Todopoderoso”; entre sus pasajeros están Milton, Shakespeare, poetas que representan la creatividad alabada por Blake, además de sus viejos enemigos, Bacon, Newton y Locke. El brillante trabajo de esa época no vale a Blake para tener una mejor posición financiera. En 1.809 consigue realizar una exposición de pinturas y dibujos, teniendo repercusión entre el público, pero es duramente atacado por los periodistas. La exposición mostraba los trabajos hechos para ilustrar un libro Los peregrinos de Canterbury, de Chaucer. Blake sobrevive con la venta de sus libros publicados y de la creación de grabados para el catálogo de la fábrica de porcelanas Wedgwood. En sus últimos años, escribiría algunos poemas, entre ellos El Evangelio perenne, y produciría las ilustraciones para su Libro de Job. En 1.825 trabaja en la producción de ilustraciones para una edición de La Divina Comedia de Dante. Realizó más de cien acuarelas para ese libro en el último año de su vida, 1.827. El 12 de Agosto muere a los setenta años de edad, cuando ya podía vivir modestamente de su trabajo como grabador y pintor. En el último período de su existencia, Blake era tenido como un loco notorio, hombre que hablaba por las calles con ángeles y decía recibir la visita de profetas y de gente como Dante en su casa. Vivió sus últimos años como cuando niño, describiendo las visiones que describía el mundo existente detrás del mundo visible. No es fácil, en principio, definir lo que viene a ser un artista visionario. W.Blake encarnaba ese espíritu en la medida que mantenía vínculos más profundos con la realidad, vínculos que le revelaron, a través de esa misma realidad, otros planos de existencia espiritual. Adolf Huxley, que se dio cuenta de la importancia de Blake como místico, como profeta, como visionario, recurrió a un verso del poeta para titular uno de sus libros Las puertas de la percepción, en el que aborda la relación entre ciencia y misticismo, además de estudiar la influencia de determinadas drogas en los estados de percepción humana. Una frase de Huxley sirve para dar noción de lo que es un artista visionario: “Casi nunca el visionario ve algo que le recuerde su pasado. No recuerda escenas, personas ni cosas, ni tampoco las inventa. Sólo contempla una nueva creación”. Blake vivía sus experiencias visionarias sin recurrir a ningún método que no fuese su propia postura ante el mundo, de permanente éxtasis. Personalidad única, extraña, sin par entre los artistas de su época, confundió a sus contemporáneos que raramente comprendieron su importancia como poeta ni la complejidad de su personalidad. En verdad, solamente a partir del período simbólico pasó a ser citado como artista y profeta, identificado con esa tendencia literaria. Tiempo después, los surrealistas revelaron su admiración por Blake, reconociendo y colocando en lugar destacado el fuerte apoyo místico e inclusive erótico de su obra poética. Hay críticos que consideran que la personalidad de Blake tuviese algún componente mágico y hasta próximo a poderes demoníacos. En el Casamiento del Cielo y del Infierno se muestra más preocupado en conciliar el bien con el mal, el cuerpo con el alma, razón con emoción, mientras avanza paralelamente en busca de un cristianismo puro, prácticamente herético, sin aceptar las enseñanzas tenidas como cristianas. Se piensa que estaba, sin duda, convencido de que era un veradero místico y profeta de Cristo, que era el único Dios. Hay una vertiente señalada por Blake que apunta hacia Oriente. En su libro Visiones de las hijas de Albión el poeta revela la importancia que atribuía al placer amoroso vjsto de acuerdo con una concepción que sitúa el amor sexual como vía de conducta para un estado de transe místico, de pureza e inocencia ideales. “Estaba desnudo y veía al hombre desnudo, desde el centro de su propio cristal”, escribió T.S.Eliot. Blaque, más que cualquier otro hombre, combinó las cualidades que pertenecían tanto al hombre de acción como al soñador, el guerrero y el santo, el mago y el místico. El poeta entendía la creación artística fundamental para el ser humano. Creía que había una posibilidad de llegar a la redención, a la salvación del espíritu, a través del arte, de la creación artística entendida como religión individual. Decía que el propio Cristo fue un artista, pues predicaba recurriendo a parábolas, formas poéticas de expresión. En sus últimos tiempos de vida, Blake decía ser un sabio, un místico, y llegó a escribir: “Siempre hallé que los ángeles poseen la vanidad de considerarse los únicos sabios”. Se puede discutir cuál es el sentido que atribuye aquí a la palabra “ángel”, pero no debe ser nunca abandonado, en función de la importancia del poeta para la literatura, el papel que desempeñó como explorador de un universo que la cultura racionalista tendía cada vez a ignorar más. Un universo cuya concepción W.Blake dejó grabado en un poema cargado de lirismo: “Ver el mundo en un grano de arena y el cielo en una flor silvestre, detén el Infinito en la palma de tu mano y la Eternidad en una hora”. Salvador Navarro Zamorano Escritor. |
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E L T A O El Ser, el Tao, se desdobla en la realidad en un mundo de fenómenos. Este mundo puede ser objeto de investigaciones científicas, porque en él se encuentran las cosas cuya existencia proporciona la posibilidad de una designación abstracta. El mundo de la realidad no es, mientras tanto, algo diferente del Tao. Lao-Tse no está distante de proponer una teoría cualquiera sobre un mundo material que emane de un mundo superior, pues el mundo del Tao no es la unidad abstracta, pero en él hay variedades inmanentes. En el Tao hay imágenes, cosas, semillas. Ciertamente, esas imágenes no son fenómenos especiales aislados, pero están potencialmente en el Tao unitario. Son, esas imágenes y cosas, por eso mismo, como energía germinal de una realidad, condicionando los fenómenos de nuestro mundo. Para comprender lo que Lao-Tse quiere decir con esas imágenes, es necesario recurrir a la teoría platónica de las ideas. Sin embargo, está la diferencia de que, en Lao-Tse la teoría de las ideas no se desarrolla dialecticamente. No se puede llegar a la comprensión a través de la formulación de una mera abstracción sino, al contrario, una visión primaria nacida de las profundidades internas producirá esas imágenes por sí mismas. Son inmateriales, sin dimensiones, apenas como si fuesen imágenes fugaces que pasan por la superficie clara de un espejo. Esas imágenes de las cosas son la semilla de la realidad. Así como el árbol está contenido en la semilla, inconcebible, invisible y enteramente inequívoco, como una entelequia, las cosas de la realidad están contenidas en esas “semillas-imágenes”. A veces, ellas se destacan y, seguidamente, se desarrollan de un modo bien determinado, porque esas simientes son enteramente genuinas, estando en ellas la precisión de lo tangible; jamás ocurre que de la semilla de un género pueda nacer la semilla de otro. Pero, del mismo modo, cuando se destacan de esa manera, nunca se ven solidificadas en la existencia; vuelven de nuevo a lo inmaterial y abandonan los cuerpos de los fenómenos que antes las animaron, muertas y vacías. La vida, por ello, no muere, aunque los “hombres de paja” de los fenómenos sean arrojados fuera y pisoteados. En esa doctrina de las ideas de Lao-Tse, vemos una continuación de la doctrina de las semillas tal como está contenida en el Libro de las mutaciones. Lo que en este es designado como simientes de la cual evoluciona todo una serie sucesiva de eventos según la ley permanente de las metamorfosis, para Lao-Tse es la imagen que, como ley inmanente invisible, dirige el nacimiento y la muerte de las cosas reales. Oportunamente, Lao-Tse extrae una deducción interesante de tal teoría, apoyado también en el Libro de las mutaciones, cuando dice que la unidad genera la duplicidad, la duplicidad genera la trinidad y esta genera todas las cosas. Así es desarrollado el complemento de los opuestos. Al establecer la unidad como decisión, límite, línea, o cualquier otra cosa, con eso está dado simultáneamente todo lo que no es unidad; se produce el segundo. Pero como la duplicidad se junta con la unidad, se produce la trinidad. Esos tres vuelven a formar una unidad de tipo ampliado, que incluye en sí una variedad. Además, no se puede proseguir con el proceso sin llegarse a la multiplicidad. Por eso se dice que la trinidad produce todas las cosas. Para comprender esa especulación, basta recurrir al neo-platonismo en la filosofía antigua. Ese pensamiento tiene parentesco con la antigua teoría cristiana sobre la Trinidad, cuya continuación hasta cuatro da origen a Lucifer. Conceptos semejantes pueden ser encontrados hasta en las más recientes filosofías actuales. El movimiento dialéctico de Hegel, que comprende la tesis, la antitesis y la síntesis, en el cual la síntesis se convierte en tesis y punto de partida de la continuidad, se basa rigurosamente en el mismo concepto enunciado por Lao-Tse. Esas dos fuerzas primordiales de las cuales nace, como tercer término, el mundo visible, son el cielo y la Tierra, el Yang (la fuerza clara) y el Yin (la fuerza oscura), la serie positiva y negativa, lo temporal y lo espacial, en suma, los opuestos del que se origina el fenómeno. El cielo y la Tierra son comparados a un instrumento musical de viento, como una flauta. El mismo instrumento está vacío, pero el soplo hace brotar sonidos y, cuanto mayor es la duración del soplo, más grande es la variedad de sonidos producidos en el instrumento. Todas las infinitas melodías nacen en secuencia interminable, pero son captadas por el instrumento, que por sí solo no es el sonido. La flauta es la Tierra; el soplo, el cielo. Pero, ¿quién produce el sonido? ¿Quién es el músico de esa flauta mágica, de donde brota el mundo de color? En último análisis, es el Tao. El no tiene como base alguna la causa externa, pero se mueve con libre naturalidad a partir de su propio ser. Así, el Tao ocupa una doble posición en el mundo de los fenómenos. Emite los gérmenes de las ideas para la existencia donde estas evolucionan en cosas que se extienden en el espacio – tiempo. Es el gran flautista con su flauta mágica. Es lo ancestral en toda criatura, la raíz del cielo y la Tierra, el origen de todas las cosas. De ese modo, tiene un aspecto dirigido para la existencia. Pero, si se quisiese tomarlo o escucharlo, eso no sería posible. Se retiraría nuevamente para el no-ser, donde es intangible y eterno. Porque todas las cosas bajo el cielo nacen del ser, pero el ser nace del no-ser y a él retorna, al cual nunca deja de estar ligado por la raíz. Porque ese Tao, ese no-ser, es la fuerza motriz de todo cuanto se mueve en el mundo fenomenal. La función, el efecto de todo lo que “existe” tiene base en lo “no existente”. La realidad es, por así decirlo, desarticulada por los espacios vacíos y, de esa manera, es utilizable, por el hecho de ser "“a nada"” esto es, el vacío, que hace girar las ruedas del carro o que hace que los recipientes y las habitaciones sean utilizables juntamente con la “nada”, por los espacios vacíos que contienen. Así, el Tao actúa en el mundo de los fenómenos juntamente por la no-acción. Después de haber seguido el modo cómo, a través de la transmisión de las ideas, el mundo de los fenómenos “nace” a través del Tao, queda aún lanzar una mirada sobre la teoría del conocimiento, a saber, la doctrina basada en los conceptos, tal como ella existe en Lao-Tse. En la filosofía china de aquella época, desempeñaba un importante papel el problema de la relación “nombre y realidad”. En cuanto bajo la influencia de los racionalistas posteriores, se ampliaba cada vez más el nominalismo, que consideraba el “nombre” como algo puramente arbitrario que nunca alcanzaba la realidad. La filosofía clásica de Confucio y Lao-Tse estaba de acuerdo plenamente en que las nociones, los “nombres”, correspondiesen de algún modo a la realidad, o sea, podía ser vistos tal como ella era considerada, de tal modo que fueran el medio de establecer el orden en la realidad. De ese modo, la “rectificación de los conceptos” era para Confucio el medio más importante para organizar la sociedad humana; las designaciones empíricas deben ser preparadas para armonizar con las designaciones racionales, a fin de que entonces la sociedad quedase ordenada. Así, por ejemplo, en la familia, el hombre que recibe la designación de “padre”, tiene que ser de tal naturaleza que corresponda a lo que encierra el concepto racional de padre, del mismo modo que el hijo tiene que ser hijo y los demás miembros de la familia deben corresponder a sus respectivas posiciones; de esa forma, la familia alcanza un orden. Así debe ser en todos los dominios, para que se cree un orden. Ese pensamiento tiene origen en el Libro de las Mutaciones. Hay en él la idea de que el cielo muestra las “imágenes” esto es, las imágenes arquetípicas tomadas por los líderes autorizados y los profetas, como medida orientadora de sus constituciones culturales (re-trato). Así, por ejemplo, los signos del Libro de las mutaciones retratan las posibles situaciones mundiales y, por eso, podemos tomar de las leyes de sus transformaciones conclusiones sobre el tipo de transformación de situaciones cósmicas. Deparemos también en Lao-Tse, con una doctrina de las nociones. Las “imágenes” presentes de modo inmanente en el Tao, pueden ser, de algún modo, designadas por “nombres”, pero estas son, por así decir, nombres ocultos impronunciables. Como el Tao, ellos tampoco son pronunciados. Hay, naturalmente, nombres que también pueden ser dichos, pero no son los más elevados y eternos. Aun así, los nombres pronunciables, cuando son bien escogidos, se aproximan de algún modo al ser, aunque sólo como “huéspedes de la realidad”, y no como señores. Por mediación de estos nombres después se puede crear el orden y transmitir de cierta forma la tradición y así preservar la continuidad del evento humano. Así, por ejemplo, se puede designar con el nombre de “no-ser” al mundo de la esencia y con el nombre de “ser” al mundo de los fenómenos. El “no-ser” es, entonces, el principio del cielo y la Tierra; el “ser” sería el origen de todos los entes. Por eso, concentrándonos sobre el “no-ser”, contemplamos los secretos de la esencia y, concentrándonos sobre el “ser”, contemplamos la apariencia externa, espacial de las cosas. Mientras tanto, no se debe pensar que se trata de un mundo dual, de un a quién y de un más allá. Al contrario, la diferencia reside sólo en el nombre. El nombre de uno es “ser”; el del otro es “no-ser”. Pero, a pesar de las diferencias de los nombres, se trata de un único y mismo acto: oscuro secreto de cuya profundidad brotan todos los milagros. Pero, cuando se tiene nombres pronunciables, se tiene en ellos los instrumentos del conocimiento. Por las nociones que son adjuntas como nombres de las cosas, se tiene un medio de conocer una cosa y, el pensar representarla con un nombre, tal como hacemos con el álgebra, que se colocan letras en lugar de números y por ellas se pueden expresar leyes matemáticas, como fórmulas a las que los números han de someterse. En la medida en que las realidades, esto es, las cosas, corrigen los nombres, ellos son útiles. Los nombres pueden ser usados para definir el conocimiento. Cada una de esas definiciones tiene, en verdad, la necesaria propiedad de la división. Cuando todos los hombres reconocen lo bello como bello, sólo por eso ya está establecido lo feo. El conocimiento se obtiene por la comparación y la definición y, por eso, está forzosamente atado a los mundos de los fenómenos, que es multi-partido en pares de polaridades opuestas. Eso, sin embargo, va más allá. Al tener en los conceptos instrumentos de conocimiento de la realidad, puede el hombre manejar también esos conceptos de manera autónoma. El puede producir conceptos a los cuales, en su realidad, no corresponde ninguna imagen arquetípica. Puede aislar cosas situadas en otro relacionamiento existencial y establecer así algo que no existe con el objetivo de esfuerzo. De ese modo, los nombres pasan a ser productores de deseos. Con su ayuda se puede constatar no sólo o que tienen sino también lo que no se posee. Para Lao-Tse, es en ese punto que se sitúa el pecado original del conocimiento, porque la realidad aunque siendo la apariencia y el lado exterior del Tao, no obstante está relacionada de alguna forma con el Tao y se enfrenta ahora con un mundo de finalidades que no son reales, pero son deseadas y deben ser alcanzadas por la actividad humana. Nace así el deseo por la propiedad ajena. Pero como el propietario no la quiere ceder, sin más ni menos, de eso resulta la disputa y la lucha y, finalmente, el robo y el asesinato, lo contrario del Tao. Por tanto, para Lao-Tse, el mundo de los fenómenos se convierte en el mundo del mal por el deseo, que está relacionado con la existencia de los nombres. De esa forma, los hombres se enredan en las mallas del engaño. Ahora las percepciones ya no son ideas puras en las cuales la voluntad permanece silenciosa, sino que ofuscan y seducen y la alucinación del deseo enloquece al hombre. El raciocinio trabaja: aumentan los conocimientos. Pero, cuanto más agudamente trabaja el raciocinio, más agudos resultan los conocimientos y más se aparta la humanidad del Tao. Por eso, Lao-Tse es de la opinión de que no se debe incentivar más el desarrollo de la cultura y el conocimiento, sino asimilarlo inofensivamente en el contexto de la naturaleza. En oposición a la exagerada evolución de lo racional es necesario retornar a la simplicidad, al estado en el cual aún se permite la actuación inocente del Tao, sin pretender designarlo con un nombre, por haberse restablecido el eje entre la Gran Madre y su Hijo, el ser humano. Salvador Navarro Zamorano Escritor.
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En el Génesis y en anteriores relatos religiosos, se dice de un tiempo en que los seres humanos vivían en perfecta armonía con la naturaleza y los dioses. Platón llamó a ese tiempo “Edad de Oro”, cuando todo lo que era necesario para la vida era suministrado espontáneamente y en abundancia. El hombre de ese tiempo no estaba gobernado por otros hombres, sino por “espíritus” o “fuerzas” que representaban los elementos eternos de la naturaleza manifestada en el mundo y en sus habitantes. Los hombres de la Edad de Oro eran nómadas; viajaban continuamente, viviendo bajo el gobierno y protección de los “genios de la tierra”, sometidos a ciclos naturales de la vida animal y vegetal. Recorrían las rutas milenarias de sus antepasados, trazadas de acuerdo con la marcha de las estaciones y los movimientos de los astros. El Paraíso o “Jardín del Edén”, era la propia Tierra en toda su extensión. La Tierra era sagrada, no por decisión de los hombres, sino porque era efectivamente gobernada por los espíritus de la naturaleza y los poderes creadores del universo, expresados en todos los fenómenos naturales que modelaban el paisaje, regulaban las estaciones y los ciclos de fecundidad de animales y hombres. Para esos hombres que existieron en tiempos pasados, antes de las primeras civilizaciones, la Tierra era la única divinidad universal. No la tierra material, sino el espíritu que hace de ella un ser vivo: Gaya. Un ser femenino que existe en permanente relación con el Sol, cuya energía la anima y fecunda. El mito de Prometeo, héroe que roba el fuego de los dioses para ofrecerlo a los hombres, equivale en cierta manera al mito de la caída en el Paraíso bíblico y señala el paso de la Edad de Oro para la Edad de las Civilizaciones. Las tribus nómadas, hasta entonces dedicadas exclusivamente a la caza y la cosecha, inician una vida sedentaria transformándose en agricultores. El antiguo ciclo del nomadismo cede lugar a la economía agrícola y pastoral; el primer paso de largo trayecto que ha llegado hasta nuestros días, con la moderna agricultura tecnológica. Esa evolución fue benéfica desde el punto de vista de progreso material. Pero la humanidad fue formada o, por lo menos, profundamente condicionada durante milenios por una existencia regida por los ritmos del espíritu de la Tierra y los cuerpos celestes. La vida sedentaria hizo perder el contacto con las divinidades que reinaban en los antiguos tiempos. El hombre sedentario, como simboliza el mito de Adán y Eva expulsados del Edén. Habiendo probado los frutos del árbol de la sabiduría, o habiendo recibido el fuego divino de manos de Prometeo, el hombre, desde entonces, intenta construir una réplica del Jardín del Edén. Para eso utiliza todas las artes y tecnologías que ha desarrollado, todos los elementos de sus experiencias anteriores. Pero este mundo civilizado, construido por el ser humano, es un paraíso de imitación. Las ciudades es una réplica de ello, intentando desarrollarse según un plan cósmico, reproduciendo en escala microscópica, el orden del Cielo. Pero el resultado obtenido es insatisfactorio, un sucedáneo artificial. El horizonte del hombre sedentario es mucho más limitado y su territorio está reducido a la vecindad. Al abandonar el estilo de vida errante, se priva de una suma de experiencias relacionadas con necesidades primordiales de la vida humana y procura, para compensar, reproducir en escala reducida el escenario sagrado de sus antepasados. En lugar de un Paraíso Terrestre edifica un paraíso artificial que es conscientemente santificado, al contrario del Jardín del Edén original, la propia Tierra, espacio naturalmente sagrado. Los dioses en el mundo sedentario, dejan de ser directamente accesibles y son confirmados en santuarios donde son invocados en épocas prescritas a través de rituales que necesitan la intermediación de un oficiante. Los espíritus que poblaban y dominaban toda la Tierra son ahora confinados en reservas y no pueden ser invocados directamente. Así, no sujetos a la vigilancia de los dioses, los nuevos señores del mundo sedentario se sienten libres para cometer sacrilegios, como el acto de rasgar el suelo para las necesidades de la agricultura, la construcción y la minería. Pero, aún así, el antiguo temor de ofender las divinidades permanece, guardado en algún lugar en el fondo de la consciencia individual o colectiva. De algún modo, todos saben que tales actividades ofenden el espíritu de la Tierra y amenazan a los dioses; por tanto, se han de acompañar con rituales y sacrificios destinados a apaciguar las divinidades y asegurar su protección. Esa fue, tal vez, la causa principal de las religiones organizadas. Su tarea básica fue componer el año agrícola de las primeras comunidades, por el caminar del cielo de las divinidades, el Sol y la Luna. Las estaciones, producto directo de esos movimientos, fueron santificadas por fiestas y sacrificios. Seguidamente, los espacios con túmulos, templos, casas, así como aquellas zonas donde el hombre producía cambios en el paisaje natural, fueron consagrados al espíritu de la Tierra y su fundación pasó a ser ritualizada con sacrificios expiatorios. Hasta hoy, entre nosotros, existe la práctica de colocar una bandera en lo alto de una casa cuando se ha terminado el último piso, costumbre derivada de la colocación de la rama de un árbol. Siguiendo la tradición, en algunas partes, el dueño de la obra ofrece una comida a los obreros. En otras tradiciones, al colocarse la primera piedra de una obra, se coloca en un cofre monedas y otros objetos que son enterrados en el lugar, para pagar a la Tierra el espacio tomado a ella. El simbolismo está claro: la rama del árbol representa la protección del espíritu de la Tierra; la comida, principalmente la carne, es el sacrificio destinado a apaciguar los dioses; y las monedas, es el pago en oro que se ofrece a la Madre Tierra por el espacio escogido. Prácticas como esas son resquicios, hoy relegados a la memoria colectiva inconsciente, de una sabiduría desarrolladas a lo largo de milenios por la civilización sedentaria, a partir de la herencia de conocimientos legados por el hombre nómada. Hasta aquí hemos esbozado la primera fase de los orígenes de nuestra espiritualidad. Como hemos comprobado, sus bases tienen un origen marcadamente físico, de sobrevivencia. Pasemos ahora a una segunda parte: la psicológica, lo que ha llegado al hombre a una espiritualidad auténtica o falsa, dependiendo de la razón de sus creencias y su fe. La historia del mesianismo se confunde con la propia historia del hombre de hoy. La idea de un Mesías, del Salvador, un hombre semidiós que llevaría a sus seguidores a la redención y felicidad, que parece haber surgido en la misma época que las tribus dejaron el nomadismo y pasaron a fijarse en lugares determinados por su fertilidad y abundancia de agua. Con ello llegó un orden social más duro, poco flexible, la pirámide en la cual se basa toda civilización, antigua o moderna. Quiero decir: una clase superior formada por pocos hombres, con posición económica, educacional y cultura y una fuerte representatividad de poder. En la base de esta pirámide, millones de hombres sin propiedades, con una cultura considerada no importante y una mala escolaridad, además de enteramente olvidados por el poder. Y es siempre de esa clase aplastada y olvidada que nace el movimiento mesiánico. Los poderosos no necesitan salvadores, ellos se salvan a sí mismos, a través de todo el aparato que han creado para defender sus propios intereses. El hombre de clase socio económica inferior no tiene salida: necesita creer que, sea aquí o en la vida después de la muerte, alguien va a llegar para hacer que su existencia mejore y sus sueños se realicen. Sea en la tierra o en el cielo, ese hombre o Mesías, el Salvador, el Enviado de los dioses, llevará a los miserables y los que sufren a un reino de paz y felicidad. Esas creencias nacen del descontento, cada vez más profundo, de algunos colectivos, ante las desgracias e injusticias sociales que los atormentan, siendo la esperanza en una transformación positiva de las condiciones penosas, las que pronto han de cumplirse en la figura de un personaje divino. La creencia equivale a una toma de consciencia muy vaga, de conflictos socioeconómicos y políticos. Y eso será posible debido a la religión que profesan, siendo ésta garantía de que los cambios benéficos serán traídos por su Mesías al mundo pagano. Está también la figura del Profeta del pre-Mesías, que anuncia su llegada y prepara el camino, dictando reglas de comportamiento religioso-político. En esa fase de espera, todo es aspiración, deseos, promesa de tiempos mejores; los fieles se contentan entonces con soñar en un mundo perfecto y esperar la venida del enviado celestial. El Mesías es siempre un líder carismático: lidera con la fuerza de su simpatía, sabiduría, palabras y nunca con leyes. Sus seguidores creen en su superioridad y sólo por eso lo siguen. No hay ninguna prueba sólida, en el ámbito racional, de que este hombre sea superior al común de los mortales. Pero tienen fe en él y eso basta. La historia del Mesías siempre pasa por el mismo proceso: la elección divina, esto es, la creencia de que la propia Divinidad lo escogió para salvar su pueblo; las pruebas que sufre, cuando la religión oficial lo persigue; el retiro, cuando el escogido desaparece durante un tiempo, normalmente para “meditar” y, por fin, la vuelta gloriosa. Solamente al completar el proceso, es cuando el Mesías está preparado para el sacrificio y después guiar a sus fieles a la felicidad del cielo prometido. Existe también otra constante: el Mesías es un hombre que sabe mucho más que sus seguidores. Es buen orador, ha viajado mucho más, muchas veces no forma parte de la comunidad que va a dirigir o ha estado ausente durante mucho tiempo. Tiene, además, el don de convencer y una extensa cultura superior a la de sus seguidores. La primera religión moderna abiertamente mesiánica fue la judaica. En sus orígenes, los hebreos eran tribus nómadas patriarcales que armaban sus tiendas en lugares de peregrinaciones. En ese tiempo no se distinguían entre ellos, si no fuera por los distintos lugares sagrados de veneración, como fuentes, montañas, piedras o grupos de árboles, es decir, animismo y tabúes. Dominados, perseguidos, constantemente expulsados de sus tierras por los señores egipcios y otros pueblos organizados, además de dividirse entre ellos en varias tribus diferentes y no muy amistosas entre sí, los hebreos eran candidatos a sufrimientos constante en manos de sus enemigos. Con todo ese escenario aparece entonces Moisés en el siglo XIII a.C. : un individuo que les iba a mostrar el camino físico y espiritual para la salvación de su pueblo. Moisés toma enteramente este papel: predica política y religión, hablando de salvación espiritual a través de la fe y el amor a un solo Dios, persiguiendo a los no creyentes, creando así la primera religión monoteísta y da sobrevivencia física a los hebreos por la unión de todas las tribus en busca de la Tierra Prometida. Su historia ahora está completa: es anunciado, aparece, es perseguido, regresa, reúne seguidores y los encamina a la libertad y salvación. Si esta libertad con salvación es lo que todos esperan, esa es otra historia: al Mesías le interesa su pueblo. Los otros, los no creyentes, están condenados. Una interesante característica del mesianismo: después que vence y se instala, el movimiento se hace conservador, se autoprotege contra cualquier movimiento semejante que surja en su propio seno. Así, durante siglos, los primeros hebreos convertidos a la nueva fe lucharon contra movimientos mesiánicos internos, que eran y son en todas las religiones, llamados heréticos. Pero la paz no duró mucho: unos 900 años a.C. casi cuatro siglos después de Moisés, las tribus que formaban el reino de Israel volvieron a separarse y eso marcó el principio de nuevas persecuciones. Era nuevamente un tiempo de espera, un tiempo sufrido. El profeta Isaías, escribe en el siglo VIII a.C. : “Un niño nacerá para nosotros, un hijo nos fue dado y puesto el principado sobre sus hombros: será llamado Admirable, Consejero, Dios fuerte, Padre del siglo futuro, Príncipe de la Paz. Su imperio se extenderá cada vez más y su paz no tendrá fin. Se sentará sobre el trono de David y sobre su reino, para firmar y fortalecer por el derecho y la justicia, desde ahora y para siempre; esto hará el celo del señor de los Ejércitos.” (Isaías 9. 6 – 7). Pero Isaías, quien previene a los hebreos de la llegada de un Mesías, no se detiene aquí; llama la atención de los enemigos de Israel, como los asirios, babilonios y egipcios y dice que serán todos destruidos cuando llegue el Mesías. Y ofrece, magnánimo, la conversión de esos pueblos o, caso contrario, la guerra santa y la detrucción por los ejércitos hebreos liderados por el propio enviado del Cielo. En ese tiempo que habría de llegar, advierte que “los buenos serán purificados” y “los malos castigados”. Nace entonces un movimiento que siguen a Jesús de Nazaret, el Cristo para muchos judíos de entonces, el esperado Mesías que llevaría de nuevo a su pueblo a una vida de abundancia. Pero, para otros judíos, especialmente los ricos, los que tenían acceso al poder, religioso o político, aquel movimiento era pura herejía, un conato de revolución, un levantamiento de masas. De ahí viene el comentario tan discutido, de que Jesús era también un subversivo. De hecho, todo movimiento mesiánico es realmente herético (visto desde el punto de vista religioso) y revolucionario o subversivo (desde el punto de vista político); el Mesías actúa contra la religión institucional, el credo aceptado y, al mismo tiempo, contra las leyes de convivencia social. Fue así que el movimiento iniciado con la aparición de Jesús, tuvo su actuación durante los primeros años. Fue también por eso que Jesús dio la espalda, tanto al poder político representado por Roma como contra el poder religioso de los rabinos y, por la unión de los dos poderes, fue condenado a muerte. Seiscientos años después, el cristianismo era una realidad y llegó a Arabia, donde las tribus nómadas que atravesaban el desierto de la región para comercializar perfumes, especias, marfil y seda, habían oído hablar de aquellas religiones que adoraban a un solo Dios y que prometía a sus seguidores una vida mejor, aquí y después de la muerte. En el siglo VII, sus habitantes eran tribus nómadas que adoraban dioses de todo género. Exactamente como los hebreos milenios antes, esas tribus estaban divididas y eran poco amistosas entre sí. Además, existían tres ciudades en Arabia, siendo la mayor de ella la Meca, centro comercial y de peregrinaciones religiosas de los beduinos. En esa ciudad, una tribu en especial, se enriquecía con el comercio y dictaba leyes propicias a sus intereses, oprimiendo a las tribus restantes. Estaba preparado el escenario para la llegada de un movimiento mesiánico: el liderado por Mahoma, nacido en la propia Meca. Mahoma recorrió todo el proceso común a los Salvadores. A los 40 años fue escogido por el propio Alá para guiar a su pueblo en la fe a un Dios único y la unión en torno a un solo Profeta. Con los problemas de siempre, Mahoma reúne a los árabes y un nuevo movimiento mesiánico se instala en el mundo. Cuando nace un movimiento mesiánico es herético, revolucionario y tiene la simpatía de gran número de personas, generalmente pobres. Al mismo tiempo, es un movimiento autoritario, ya que un líder es un hombre que necesita y exige fidelidad y una creencia absoluta por parte de sus seguidores. Después, vencedor e instalado en el poder, ese movimiento es transformado en todo lo opuesto que era al nacer, se hace conservador, rígido y su líder se inmoviliza y, de autoritario, pasa a ser totalitario. Por ser un movimiento colectivo, donde el individuo no tiene mucha importancia, el mesianismo necesita que todos estén bajo el liderazgo del Mesías, actuando de la misma forma, pensando en conjunto, creyendo que aquello que le es exigido es el único camino. Quien no esté de acuerdo debe ser perseguido, expulsado y hasta muerto. De ahí el terrible concepto de Guerra Santa que judíos, cristianos y musulmanes, han practicado en muchos momentos de la historia. De ahí procede el movimiento misionero, esto es, los hombres que llevan la palabra del Mesías, representantes de la Divinidad en el mundo. Los misioneros nunca tuvieron contemplaciones con la religión y cultura de los pueblos que, digamos, iban a salvar, pueblos que no conocían sus verdades o su Verdad. Eran poco menos que animales, y no merecían el respeto debido a un ser humano. Este caso ha sido estudiado por zoólogos y otros investigadores; es el fenómeno de la dependencia humana con relación a divinidades supuestamente superiores. Y se llega a conclusiones curiosas. Vamos a recordar, como ejemplo, que los intermediarios entre hombre y divinidad, los “hombres santos”, chamanes y Mesías, nacieron en la prehistoria. Estos intermediarios hoy se han sofisticado, pero son básicamente aquellos mismos hombres que tienen acceso a la voluntad de Dios. Hoy no se visten como los hechiceros; usan toda la parafernalia moderna para guiar a sus fieles. En toda América son populares estos chamanes modernos, con sus equipos electrónicos, T.V., micrófonos, escenarios electrónicos, etc., que multiplican las sectas falsamente religiosas por todos los países de América. Estos enviados divinos usan técnicas cuyo único objetivo es mantener unidos a sus fieles. Estimulan el rechazo a los adoradores de divinidades rivales. Esa presión va desde la reprobación moderada al desprecio y, frecuentemente, a la persecución. Esto es parte del papel que desempeñan como mecanismos culturales de aislamiento. Está claro que tal comportamiento genera grupos de violencia sectaria. Además, los líderes, frecuentemente, construyen evidencias de que las divinidades pueden perjudicar a los insumisos. En el pasado, cualquier desastre natural, como epidemias, lluvias torrenciales, carestía de la vida, incendios, era explicado como símbolo de la ira divina contra la insubordinación. Es significativo que ese comportamiento, nacido en la prehistoria, permanezca entero en el hombre moderno, en los albores del siglo XXI. Hay una hipótesis: el hombre es uno de los pocos mamíferos que mantiene un comportamiento biológico común entre los anfibios, la llamada neotenia, es decir, la tendencia de ciertas especies en mantener características juveniles en la edad adulta. La zoología explica que el hombre tiene una especie de “síndrome de Peter Pan” ya que, al ser adulto, sexualmente apto para la reproducción, sigue comportándose infantilmente. El hombre adulto nunca pierde al niño interior que le hace comportarse infantilmente con más frecuencia de lo que pueda suponerse. Una muestra más, es la adoración que el hombre siente por las mujeres de grandes pechos, que les recuerda subconscientemente sus primeros años de amamantamiento. De esa forma el hombre se hace sexualmente maduro, pero sigue necesitan un padre, un super-padre, que lo impresione tanto como el hombre debe impresionar a un perro. La respuesta, entonces, fue crear dioses, que tal como los padres de verdad, protegieran, castigaran y serían obedecidos. Y es la necesidad de “hombres santos”, chamanes, profetas y Mesías, la que nos manipulan, sea consciente o inconscientemente. Pero, lo que tal vez es más interesante, es la constatación de que el mesianismo se ha hecho profano de un tiempo hasta hoy, especialmente entre los intelectuales. Descartes, comenzó a exigir razones para los hechos. Necesitó adaptar el fenómeno de la dependencia al Mesías a un hecho más inteligible. La solución fue simple: surgieron los partidos políticos y sus líderes. Los partidos son liderados por hombres que, para sus seguidores, son casi perfectos; hombres llenos de promesas que si llegan al poder llevarían a sus electores a una vida mejor. Lo mismo se da con relación a las revoluciones políticas al nacer, luego se vuelven reglas, conservadoras y persiguen a los contra-revolucionarios desde que toman el poder. Así fue el comunismo, el fascismo, el nazismo y los partidos políticos de las falsas democracias del siglo XX: todos fueron mesiánicos. Estos próximos años del siglo XXI, el llamado hombre moderno repite comportamientos de su antepasado prehistórico y aún espera que alguien venga a decirle cuál es el Camino. Y, con estas dos exposiciones, una orgánica y otra psicológica, entramos en el tema que nos ocupa. Los ángeles no han sido una creencia judaica, sino que fueron conocidos después del cautiverio de Babilonia, que duró unos 300 años. Su origen es persa, la Persia de Zoroastro, cuyas ideas fueron tomadas por los israelitas, juntamente con las nociones del ritmo cambiante de los milenios y del apocalipsis final, con la lucha dual entre las fuerzas sobrenaturales del bien y del mal. De aquí proviene la doctrina sobre la existencia del demonio y los ángeles caídos, la resurrección de los muertos, además de un mundo de ángeles de apoyo. Se atribuye a Dionisio el Areopagita, la obra “La jerarquía celeste”, que divide en tres grupos y en categoría descendente el mundo de los ángeles: Serafines, Querubines y Tronos. Dominaciones, Virtudes y Potestades. Principados, Arcángeles y ángeles. En el libro de Isaías, Capítulo 6, hay una referencia a los Serafines: “El año de la muerte del rey Ozías vi al Señor sentado sobre su trono alto y sublime, y sus haldas henchían el templo. Había ante Él serafines, que cada uno tenía seis alas: con dos se cubrían el rostro y con dos se cubrían los pies”. No hay serafines en el Nuevo Testamento, pero son importantes en el Libro de Enoch, cuya jefatura era a veces atribuida a Metatrón o Miguel y, a veces, a Lucifer. Los Querubines son importantes en la Biblia, donde guardan el Jardín del Edén y sigue su referencia en las criaturas doradas que figuran en las esquinas del Arca de la Alianza (Exodo 25:18). También son Querubines los que adornan el Templo de Salomón, hechos con madera de olivo ( I Reyes 6:23), y los cuatro seres de la visión de Ezequiel (Capit. 10). En el Apocalipsis 4: 8, son llamados los cuatro vivientes. Gabriel y Rafael están entre los destacados y, a veces, Lucifer. Los Tronos no figuran en la Biblia, aunque sí los citan los rabinos, pero con una oscura función, tal vez porque gran número de ellos siguió a Satanás en su soberbia. Las Dominaciones debieron ser antiguos ángeles, porque jamás despertaron interés. Las Virtudes, tienen como encomienda hacer milagros en nuestro mundo y actuar como Ángeles de la Guarda, citados por Jesús en Mateo 18.10. Tienen el honor de ser los dos ángeles que acompañan a Jesús en la Ascensión. Los Poderes son visto como guardianes del orden y eran particularmente detestados por San Pablo, quizá porque los asociaba con la Ley que Jesús iba a sustituir. Los Principados, defensores de la religión, son frecuentemente asociados a determinados países. Y los siete Arcángeles tienen un sentido general de jefes de los ángeles, una categoría por encima de los ángeles comunes, que son simples mensajeros que llegan trayendo los decretos de Dios. La orden final de los ángeles está tan distante de Dios que su proximidad con nosotros refuerza el pensamiento de antipatía de San Pablo por ellos, pues siempre afirmó que Jesús era el único mediador entre Dios y los hombres, lo que es contradictorio con la estructura jerárquica de los ángeles. Dice San Pablo en su carta a los Efesios 2: 1 – 2: “Y vosotros estabais muertos por vuestros delitos y pecados, en los que en otro tiempo habéis vivido, según el modo secular de este mundo, bajo el príncipe de las potestades del aire, bajo el espíritu que actúa en los hijos rebeldes”. Lo que ha sido entendido como una referencia a estos seres satánicos. El Satán del libro de Job es el “adversario” o abogado de la acusación, un siervo de Dios y de ningún modo un ser perverso. En el Génesis 6, los hijos de los Elohím son los ángeles caídos o “hijos de Dios” que casan con mujeres terrenas y generan gigantes monstruosos, poderosos y héroes famosos. En Daniel 10: 13 – 21, tanto Gabriel como Miguel, arcángeles guardianes de Israel, son lanzados contra los ángeles opuestos de Persia y Grecia, ángeles guardianes de estas naciones, condenados a caer. Con relación a los ángeles, San Pablo era muy ambivalente y pensó que los ángeles eran innecesarios, pues habían perdido toda función como mediadores entre el hombre y Dios, desde que Jesús había resucitado. Pablo entendió que la diferencia entre judaísmo y cristianismo, era entre una creencia en que la imagen de Dios sobrevive en nosotros, aunque esté parcialmente oculta por la ignorancia del pecado y una fe en que la imagen fue apagada por el pecado y que toda culpa ha de ser expiada. Pero Pablo tiene un sentido agudo de esta pérdida, a no ser redimida en Cristo y, para él, la mayoría de los ángeles eran seres equívocos, sobre los que Jesús triunfó. La antipatía de Pablo por los ángeles se manifiesta notablemente en la II Epístola a los Gálatas, 11 – 14: “y no es maravilla, pues el mismo Satanás se disfraza de ángel de luz”. Todo ángel de luz era sospechoso para él, que atribuía a judíos y gnósticos la influencia herética de Satanás. Así, en Efesios 6: 11-12, hace la más elocuente denuncia de los ángeles: Revestíos de toda armadura de Dios, para que podáis estar firmes contra las astutas celadas del diablo. Porque no tenemos que luchar contra la carne o la sangre, sino contra los principados, las potestades, contra los príncipes de las tinieblas de este siglo, contra las malicias espirituales en las regiones celestes”. Quiero terminar esta charla sobre el origen de la espiritualidad y opiniones sobre los ángeles, con una misteriosa observación que hace San Pablo en la I Epístolas a los Corintios 11 : 10, de que “la mujer debe cubrir la cabeza con un velo por causa de los ángeles”, lo cual nos lleva a imaginar un posible deseo angelical por las mujeres terrenales. Y, por último, en la Epístola a los Colosences, hace una distinción entre ángeles y demonios y los cristianos son advertidos. “ . . . y despojando a los principados y a las potestades, los exhibió públicamente triunfando de ellos en la cruz. Que ninguno, pues, os juzgue por la comida o la bebida, por las fiestas, los novilunios o los sábados, sombra de lo futuro, cuya realidad es Cristo. Que nadie con afectada humildad o con el culto de los ángeles os prive del premio, haciendo alarde de lo que ha visto, hinchándose vanamente bajo el efecto de su inteligencia carnal”. Que existe un ansia humana por ángeles, no cabe duda. El deseo de consolación de una vida espiritual trasciende nuestras estructuras y ello pertenece a la propia naturaleza humana. La imagen del ángel aparece a mucho de nosotros en lo que parecen ser sueños turbadores o en momentos de crisis en forma de un cuerpo astral. Todos los siglos tienen épocas de catástrofes y esperamos ángeles como anuncios del milenio que acaba, así como los esperamos en las puertas de la muerte. El fin o principio del milenio o el anuncio de la llegada de una nueva Era, en las expectativas de muchos despiertan sensaciones de presencias angelicales. Pero ante esto recordemos la I Epístola de San Pedro, 3: 22, “que una vez sometidos a Él los ángeles, las potestades y las virtudes, subió al cielo y está sentado a la diestra de Dios”. Los apóstoles insistieron siempre en que la victoria de Jesús era una derrota de los ángeles, lo que demuestra que para ellos estos espíritus no eran gratos ni de confianza. Me intriga el hecho de que las sugestiones actuales sobre los ángeles que se han extendido por Europa y América, una vez fueron concedidas a los espiritualmente capaces, ahora parecen estar al alcance de cualquier devoto y hasta de personas inestables. Siempre hay un mundo futuro, pero no un mundo en otra parte, con unos seres imaginarios sin consistencia real. Lo que nos libera no son los ángeles, sino el conocimiento de la Verdad y esa es conocido por Sabiduría y Amor, con la valiosa ayuda de la Voluntad. Dentro de nosotros hay una chispa de lo Divino, de lo que siempre fue de Dios. Eso quiere decir que conocer a Dios es básicamente un proceso de recordar quienes somos y lo que ya sabemos, y es que Dios nunca fue externo a nosotros por más separados que estemos del cosmos que habitamos. El verdadero hombre está por encima de todos estos seres angélicos o, por lo menos, en su mismo plano. Al final, nunca un ser celestial dejará su dimensión para descender a la tierra y vivir experiencias en ella; pero el Hombre se estableció por sí mismo en la Tierra, lejos de su poder, de su patria celestial. Debemos pensar por ello que el hombre es un dios mortal y que el Dios celestial es un hombre inmortal. Dejemos de buscar seres angelicales. La Creación y el Camino es la búsqueda de nosotros mismos y aprender que lo que nos habita dice: “Mi Dios, mi pensamiento, mi alma, mi espíritu, mi cuerpo”. Aprendamos de dónde viene el dolor, la alegría, el odio, el amor. Y si examinamos cuidadosamente estas cosas nos encontraremos a nosotros mismos, siendo al mismo tiempo Uno y muchos. |
44 LA CURACIÓN POR EL ESPÍRITU El espíritu duerme en el mineral, sueña en el vegetal, se mueve en el animal y despierta en el hombre. Lectura versículos Epístolas y Salmos. Evangelio Juan. Capítulos 3, 4, 6, 7, 14. Epístola a los Corintios. Capítulo 6. Salmos 82, 138. El intento de imponer a alguien lo que parece ser verdad a otro puedo concebirlo como un ataque a la libertad de la conciencia. Nadie tendría derecho a imponer su verdad, puesto ésta no sería un bien común, sino particular. ¿Será necesario reconocer un núcleo de verdades esenciales como garantías de derechos humanos inviolables y no desautorizadas por consenso? ¿No sería necesario reconocer un derecho que no pueda derrogarse, como conjunto de verdades que se imponen sin posibilidad de desacuerdo? Ese núcleo de derechos fundamentales no está o no debería estar sujeto, a su vez, al consenso, a la tolerancia. Privar a alguien de esos derechos no puede ser validamente pactado. Este núcleo de verdades éticas fundamentales no puede ser negociables. Son irrenunciables. Es decir, que estos derechos humanos basados precisamente en verdades independientes del poder de las partes deben su justificación a una instancia distinta de la suerte de las mayorías. Lo que conocemos como derecho es sólo político. Justo es lo que dice la mayoría. Pilato respeta la decisión de la mayoría. La condena de un inocente no es un problema de derecho positivo. Si alguien atenta contra su prójimo apelando a una verdad positiva podrá transformarse en inquisidor, violador de la conciencia. Toda enseñanza de valores absolutos encierra este peligro. Pero es incontrovertible que la mayoría pueda caer en errores irremediables. En esta sociedad no rige el derecho. Rige el poder. Y ante dos poderes, rige el más fuerte. El derecho no está al servicio de la tutela de los derechos fundamentales inalienables, sino a la orden del más fuerte dispuesto a allanar cualquier derecho que no le convenga, interese, que le moleste o de cualquier modo se oponga a su incuestionable poder. Aun para quitarse de encima una molestia. Como el juez del Evangelio que decidió “hacer justicia” a la viuda, no por respeto a su derecho “sino para que no venga a romperme la cabeza”. ¿Quién podrá censurar al poderoso si éste decide corromper a la mayoría? ¿Qué criterio podría oponérsele para impedir que no fuerce a la mayoría? Este es el Derecho y la Ley: haré justicia si quisiera. El cinismo, como sentimiento de malevolencia, menosprecia toda jerarquía y valor de otros hombres, para herir sus sentimientos. El cínico no respeta. Se burla de forma impía. Su raíz está en el deseo de dañar la vitalidad y seguridad de quien tiene ciertos principios y valores. También puede tener su origen en el resentimiento o la venganza por la insatisfacción unida a la envidia. Pretende vengarse por propia incapacidad, en la esfera de los valores. El relativismo conduce a la enfermedad del cinismo, a una enfermedad del alma, es decir, a la conducta desalmada, inhumana. Aunque el cinismo haya sido una escuela filosófica, más que una filosofía es una forma de vida, para la cual las cosas del espíritu son indiferentes. Algo de esto se percibe en el relativismo, que considera las posibilidades interpretativas susceptibles de elección como indiferente, irracional. Una cosa es la indiferencia cínica, otra el realismo de la indiferencia y otra la “santa indiferencia” Escrivá de la Balaguer. Otra el principio de la indiferencia en el cálculo de probabilidades. La indiferencia cínica va unida al relativismo en la medida en que cualquier interpretación y decisión es posible. Esta charla es un desafío para todas las cosas construidas por el pensamiento egoísta y una invitación a la grandeza de lo nuevo. Es una auténtica revolución. Afirmo dos cosas: que nuestros males, vienen de una fuente negativa de nuestro ego; que la liberación de esos males vienen únicamente de la actuación positiva de nuestro Yo. Esta distinción nítida entre el ego y el Yo es una de las conquistas de la psicología moderna, desde Freud hasta nuestros días. Esta diferencia era ya conocida por la filosofía oriental hace miles de años. El desconocimiento de esa bipolaridad de la naturaleza humana, es responsable de todos los errores en el sector sanador espiritual. El hombre, identificado con su ego negativo, era considerado malo y pecador; la idea de una redención propia se consideró una blasfemia, anticristiana. Hoy, con una mejor comprensión, la auto-redención, es el conocimiento del “Padre en nosotros”, el “reino de los cielos dentro del hombre”, el “espíritu de Dios que habita en nosotros”. Realidad y Falsedad. La Realidad es la esencia o Vida que nos anima, pero que aparece como Ilusión en todas las existencias condenadas a morir. Los filósofos y psicólogos han llegado a la conclusión lógica de que la Realidad está presente en todas las falsedades. Pero como es una zona de libre albedrío imperfecto (ego-persona), puede asumir un carácter negativo (los males). El mal consiste en una existencia separada de la Vida y mientras persista esa ilusión separatista, el mal continúa, aunque sus síntomas externos puedan ser encubiertos o camuflados material o mentalmente. La supresión de síntomas no es cura de la raíz del mal. Pero, el mal en su raíz, puede ser curado por una Realidad en el hombre que está más allá de las falsedades, de las ilusiones. Pero ninguna ilusión puede curar otra ilusión. “Conoceréis la Verdad y la Verdad os hará libres”. Verdad es ser consciente de la Realidad y, cuando se cristaliza, nos libera de todos los males y las ilusiones de un ego separatista. Esta es mi tesis. No se trata de invocar a un Dios fuera de nosotros, sino al Dios que vive dentro de nosotros. Si es verdad que “el Padre y yo somos uno” o “el Padre que está dentro de mi es quien hace las obras”, es evidente que nadie puede curarse realmente, si no es por ese poder que llevamos dentro. Puedo tener cáncer o lepra, tuberculosis, puedo ser un desgraciado, depresivo o criminal, un infeliz, puedo ser Judas y Satanás en la presencia de Dios, pero esa presencia no me da salud ni santidad. Solamente cuando tenga consciencia y viva realmente esa verdad de “ la Vida que vive dentro de mi”, es cuando acaba esa total impotencia. No importa el número o si la cantidad es mayor o menor, una cualidad de alta potencia llena el vacío de todas las cantidades, así como el número 1 llena de valor positivo los valores negativos de cualquier cero que esté a su derecha. Ese 1 representa la Realidad, la Unidad de todas las diversidades. Basta crear intensamente esta Realidad, para eliminar esas falsedades que llamamos males. Es imposible crear ese alto grado de consciencia espiritual, cargar las baterías de nuestro Yo, mientras se mantengan esos hilos a la tierra que mantiene el ego humano. Algunos de esos hilos son televisión, radio, prensa sensacionalista, charlatanería, crítica, hasta las conversaciones telefónica inútiles. Soledad, silencio, meditación, son factores indispensables para acumular energía espiritual y utilizarla en el momento oportuno para curar nuestros males. Puedo, a veces, utilizar la palabra Dios, pero ello significa para mi, la “Realidad en nosotros” o la “Esencia de Vida en mi”: Dios es Vida, Inteligencia, Consciencia, Espíritu. Quien no pueda concebir la presencia del Infinito en todos los finitos, no comprenderá lo que digo. Quien descubre la salud dentro de sí, descubre también al Dios de la salud. Todo el secreto está en conscienciar esa presencia en nosotros. La curación espiritual es un arte y para otros una ciencia. Tanto uno como la otra tienen su raíz en el mundo superior del espíritu, del Yo, que Jesús llamaba el Padre, la Luz del mundo o el Reino de Dios en el hombre. Hace más de veinte siglos que vivimos esclavizados por la mentira; hemos escuchado el mensaje de la Verdad, lo hemos repetido en discursos, sermones y libros, pero no lo hemos aplicado en la vida diaria, y por ello no fuimos liberados de nuestros males. Y es llegada la hora de tomar en serio este mensaje para llegar a ser el hombre integral. Nunca se habló tanto de integración como en nuestros días: integración social, nacional o internacional. Pero la más importante de todas las integraciones es realizar el hombre espiritual, mental, emocional y físico. Veamos el mensaje. El mundo no tiene necesidad de una nueva religión ni de una nueva filosofía. Lo que el mundo necesita es una renovación. Hombres que por su entrega a la Vida y la Verdad estén tan llenos del Espíritu que puedan ser instrumento para que otros puedan ser sanados, por cuanto la curación es importante para todos los hombres. La medicina oficial no ha resuelto ni resolverá todos los problemas de la vida humana y es por esta razón que el problema de la humanidad no es un problema de enfermedad. Las dolencias es uno de los miles de aspectos creados por la falta de armonía de la vida. El progreso de la medicina no ha suplantado nunca la necesidad de curación del alma. Aún más: no creo que la curación física sea 100% eficiente. Esto es tarea de un terapeuta espiritual. El hombre sigue sufriendo todas las desarmonías, pues no encuentra paz en sí mismo. Nadie encuentra paz interna si no encuentra esa comunión con su Yo. La televisión no puede satisfacer el alma del hombre. El futbol ni el basket son caminos para encontrar la paz del alma, ni métodos convincentes para restablecer la buena voluntad entre los hombres. No hay nada malo en estas cosas, todas tienen su lugar y razón de ser, pero nunca nadie encontró armonía duradera en los juegos, radio o televisión. El hombre encuentra armonía en su ser cuando se encuentra con su Yo, cuando hay comunión interna con algo mayor que él mismo. Esta es la cura verdadera y permanente. Aunque todas las condiciones económica y sociales se resolvieran satisfactoriamente, siempre resta un desasosiego y una insatisfacción, porque hay algo en nosotros que tiene añoranza de otro hogar, integrarse en otra casa. Muchos buscan curación por enfermedades, otros por problemas emocionales, morales o económicos, otros por inquietudes internas, pero más tarde o temprano descubren que nunca dejará de haber tristeza o falta de contento, mientras no establezca contacto con esa Fuente de vida interna. La cura espiritual es algo más que una experiencia física o psíquica: es el descubrimiento de una comunión interna con algo más grande, mucho mayor de lo que jamás pueda ser encontrado en este mundo; la experiencia de una paz espiritual, de una tranquilidad interior, de una luminosidad dentro y todo esto viene de la consciencia de una fuerza y poder en nosotros. Entonces nuestro cuerpo revela salud perfecta y plena fuerza, juventud y vitalidad. La cura espiritual es el contacto del Espíritu de Vida con el hombre; el despertar a una nueva dimensión de vida, una dimensión espiritual. Esto no quiere decir que ello actúe como medicina, como una aplicación eléctrica. Cuando se alcanza ese estado de consciencia se vive en una nueva dimensión de la vida, más allá del estado tridimensional conocido y se hacen experiencias totalmente desconocidas en el plano común de la vida. Jesús reveló una clara dimensión superior de la vida cuando dijo al paralítico: “¿Quieres ser curado?” Con esto daba a entender que no le curaba una dolencia física, sino que la enfermedad no poseía, en realidad, ninguna fuerza; quería decir que nada podía impedir al hombre sentirse mal. Cuando el paralítico reacciona dio a entender que acababa de entrar en una nueva dimensión de consciencia, en el cual su problema físico dejaba de tener poder sobre él. Es innegable que para muchos, incluso personas intelectuales e inteligentes, es difícil comprender el secreto de la cura espiritual. Hay un solo camino para aprender los principios básicos en que descansa la cura espiritual y este camino se abre cuando alguien siente en su interior la seguridad y la fe; luego comienza a sentir la armonía que se revela en la propia vida del hombre. Quien experimenta, aunque sea en pequeña escala, una cura espiritual en su propia persona, tiene la claridad de que el camino para su cura total de cuerpo y alma se abre ante él. Y eso es prueba de que hay una presencia, una fuerza, dentro de sí; entramos en contacto con Algo que trasciende a la capacidad de la inteligencia humana. Esto quiere decir que nuestro trabajo debe consistir en continuar la búsqueda, intensificando la consciencia de esa presencia y haciendo ejercicios prácticos, hasta que venga la comprensión, seguida de una verdadera realización. En el momento en que el hombre vive la primera experiencia de una presencia o fuerza extrasensorial, cuando es consciente de un Algo, que pueda llamarse el Yo o el Espíritu, es señal de un nuevo inicio y el hombre sabe que, día más o menos, podrá decir como Pablo: “Ya no soy yo el que vivo, sino el Cristo que vive en mi”. No es importante que realicemos estas cosas a las 20,40,60 o 90 años; pero sí que es importante para la humanidad que el hombre individual posea un cierta medida de salud, armonía y paz interior, de donde deriven su satisfacción y alegría, su prosperidad; importa que él sea la luz del mundo, estímulo para otros Toda música, todo arte, toda literatura, todo cuanto ha sido conocido o lo será en los siglos futuros, todo ya existe desde el principio. Es de nuestra competencia aprender el modo como nos volvamos conscientes de esta realidad. Debemos descubrir la creatividad, que siempre ha existido. Este paso no depende más que de nosotros mismos. Los impedimentos.- Cuando era niño había un juego donde se trazaba rayas en el suelo con una tiza blanca; saltaba sobre los cuadrados formados por la raya blanca y, en cuanto pisaba cualquiera de las rayas, era hecho prisionero hasta que otro viniese a rescatarme o pagara el precio del rescate. ¿Por qué no podía salir de la prisión? ¿Quién me detenía dentro? Una raya de tiza blanca y nada más. Pero las reglas del juego me obligaban a sentirme preso. Esto es divertido cuando es un juego. Pero sería trágico si los compañeros se marcharan y el preso piense que estaba imposibilitado de salir de su cárcel por causa del trazo de tiza. Para liberarse sólo tenía que cruzarlo. Nos hemos encontrado en nuestra vida con muchos hombres que estaban preso por una simple raya de tiza. Nada les impide salir; sólo obedecen a cierta regla de la vida que establece que, en ciertas circunstancias o con cierta edad, se ha de estar enfermo y habían aceptado esta regla como obligatoria. Y el hombre sigue sufriendo hasta que venga alguien y le diga que las leyes de la enfermedad, la miseria, la pobreza, la ignorancia, son sólo rayas de tiza. Y. Entonces, les pregunte: ¿qué es lo que te impide salir? Dijo un Maestro que “hasta que no seamos como niños no veremos el Reino de los cielos”. Muchas veces, la razón para no curarnos es tan infantil como saltar la línea de tiza marcada en el suelo. Y, cuando la enfermedad es incurable, vemos tres líneas de tiza en vez de una y están más firmemente presos en su cárcel. Sólo los trazos de tiza (tiempo, diagnóstico, síntomas y otros indicios) nos pueden hacer creer que somos prisioneros de la enfermedad. La única cosa necesaria es saltar la línea que nos han marcado. ¿Por qué no? ¿Quién lo impide? ¿Una creencia? En el momento que veamos que es una creencia, se apagan los trazos blancos de la cárcel y estamos libres. Es interesante entender esto intelectualmente; vivirlo en pensamientos es divertido. Pero, un día nos enfrentamos con algo que nos dice, cara a cara: “Yo soy un lisiado”, “Soy un mendigo” “Soy la gripe” Y un miedo nos recorre por todo el cuerpo. Y nos damos cuenta de que solamente vivíamos en palabras y no sabíamos nada de experiencia, de realidad. Hay que enfrentarse al enemigo con actos reales. Tenemos que comprobar que no se trata de un trazo de tiza y, sabiendo esto nos decimos: “Yo, el Dios en mi tú, ahí fuera, no eres nada más que una línea blanca, una pobre creencia carnal”. Es como una pesadilla, donde el sueño se hace real. La única cosa necesaria es despertar. Y esta es la quintaesencia de la curación por el espíritu: ¡despertar! Sea cual fuera la lucha, dejar de luchar y despertar. Ser consciente de nuestra unidad con el Infinito; ser consciencia del Yo. Porque no hay motivo para luchar sino que hemos de relajarnos, aflojar los nervios y comprender el dicho del Salmista: “Vosotros sois dioses” Mi destino es armonía divina. El supremo destino de cada uno de nosotros es armonía cuando estamos despiertos. Y, cuando comprendemos el sentido de ese despertar, vemos que las ilusiones de este mundo (pecado, enfermedad, limitaciones y deficiencias) no son cosas realmente existentes en el mundo del Yo, sino espejismos e ideas creadas por la mente humana. Conocer el verdadero carácter de la curación es ser curado de esos males. Vencer al mundo por el conocimiento de que este mundo es un espejismo creado por nuestra mente. Todas las desarmonías de este mundo son el producto de una mente falsa. Es lo que llamamos un “estado hipnótico”. Cualquier persona que haya observado como una masa o un pueblo reacciona a la propaganda y la publicidad, sabe como funciona la hipnosis colectiva, cuando se sienten presionadas o coaccionada por estos factores. El hombre aparece en este mundo ya hipnotizado hasta cierto punto, porque el simple hecho de nacer nos predispone al impacto hipnótico, una vez que el medio que nos rodea considera al mundo material como una realidad incuestionable. Ese ambiente colectivo actúa sobre un niño como enfermedad, sobre otros como pasiones, otros como pobreza, etc. Las consecuencias se revela en el acto de aceptar los males de esta vida como inevitables. Percepción subluminal. (explicarlo). Se trata de una hipnosis universal que actúa sobre la consciencia humana, de una creencia general en la existencia de un ego separado y esa creencia actúa hipnóticamente. El principio que subyace a ese proceso se resume en lo siguiente: siendo que la substancia y actividad de la mente es hipnótica, todo el hipnotismo desaparece en el momento que la mente suspende su actuación. Cuando dejamos de pensar con pensamientos y palabras y entramos en meditación, en el gran silencio, entonces la mente se para y la hipnosis acaba. Al vivir esta experiencia entramos en una nueva dimensión de la vida. Así que no perdamos tiempo en luchas contra las ilusiones de la vida; no intentemos eliminar enfermedades. No procuremos cambiar el mundo de los fenómenos. Hay que remontarse más allá. Reconocer que hay Algo superior dentro de sí, nuestro Yo Superior y que la única cosa que nos hace sufrir es la creencia en el poder de este mundo. Hay que remontarse más allá de todo. Todo es como una tela hecha de Nada, que es la mente material, que no tiene ningún poder para aquellos que trabajan contra el mal. Y, finalmente, comprender que Dios es algo más que una palabra, más que una larga lista de nombres o de sinónimos. Dios es una experiencia y nadie sabe lo que El es si no lo saborea por experiencia propia. |
45 EL AVENTURERO Ensayo.-
Nadie puede saber lo qué es estar consciente, hasta no ser como un ladrón en un cuarto oscuro donde alguien duerme. No hay manera de explicar lo que es ser consciente y lo que se puede percibir, incluso a través de la piel, y lo que se puede llegar a saber en ese preciso momento. Hay un coche de policía a cien metros. Nuestro personaje sabe que está ahí. Adivina su presencia. Siente una alarma interna. Lo que todos nosotros hemos dejado de reconocer es que nuestra condición civilizada, a pesar de ser bastante confortable, nos ha robado la ocasión de ser todo lo que podríamos llegar a ser. La fascinación que sentimos por todo aventurero, explorador, desde Ulises a James Bond, revela el impulso que tenemos hacia los espacios donde la ley está ausente. Los cantos de la civilización, los cuentos y las crónicas, están repletos de estos personajes. Tal vez este hecho sea más que un mero entretenimiento. Tomemos las historias de hadas y los cuentos infantiles. El personaje ante la cosa prohibida, ante la tentación de hacer lo que no debe y transgredir la ley. En virtud de esa desobediencia, de un comportamiento no legal, sufre el peso de la justicia. Es juzgado, condenado, sentenciado, preso con cadenas y arrastrado, mientras grita y protesta, a un profundo calabozo de un sólido castillo. El momento más excitante que experimenta nuestro personaje, habla de una atracción por lo prohibido, como lo hace también el Satán de Milton, glorioso y no arrepentido, eterno enemigo del sistema. “Adiós alegres campos donde reside para siempre la alegría; salve, horrores, salve mundo infernal y tu Infierno más profundo. Recibe tu nuevo propietario; aquél que trae una mente inmune a los cambios de tiempo y espacio. Ella es su propio hogar y en sí misma puede hacer del Cielo el Infierno y del Infierno el Cielo. ¡Qué importa dónde, si yo continúo el mismo! ¿A quién el trueno hizo mayor? Aquí, al menos . . . Seres libres . . .” No es culpa sólo de Milton el hecho de que Satán haga correr la sangre más rápida en nuestras venas o el hecho de que Dios sea un ente insoportablemente aburrido, pomposo y gordo. No nos debería sorprender el hecho de que el hombre, aunque parezca una causa perdida encuentre siempre apoyo. Aplausos del público en los Tribunales de Justicia o envidia cuando escuchamos relatos de sus hazañas. No pensemos que todo eso refleja alguna forma incurable de la perversidad humana o que nos diga cualquier cosa sobre la “naturaleza” del hombre; pero sí, que todo eso puede darnos información sobre la educación. Porque me gustaría sugerir que fueron precisamente esas personas que, sea por la razón que fuere, operaron desde el lado de fuera de las restricciones impuestas por la civilización, las que levantaron para nosotros la puerta del aprendizaje a través de los siglos. Hay una gran variación de personajes entre los aventureros. El criminal común no forma parte de este grupo. Muchos asesinos, después de inicialmente romper con sus patrones de conducta, adoptan forman repetitivas y estereotipadas de comportamiento, que imitan a la propia sociedad. La criminología acuñó la frase modus operandi, revelador del criminal. El del auténtico aventurero es indefinible. Es parte de la historia y de la ficción, es un hombre de muchos instrumentos que constantemente explora, examina el ambiente: aprende. El hecho de que ese maestro – aprendiz, al cual ofrezco mi secreta admiración, sea asociado al crimen y a la violencia, puede indicar simplemente que bajo las condiciones de nuestra civilización, es difícil continuar aprendiendo durante mucho tiempo sin violar la ley. Hay lugares en el planeta donde el delito no existe, porque allí nada es ilegal. Puede no ser territorios para el aprendizaje, pero tampoco lo es un país con una sociedad ordenada. La cuestión no es que el educador mirando el futuro debe afrontar la violencia o la ruptura, sino que reconozca variados y nuevos medios que ahora se ven claros en el horizonte, y hacer legal y posible el aprendizaje permanente para que el hombre en las palabras del poeta sea “noblemente salvaje, o loco”. Los aventureros se presentan de muchas y variadas formas. Para nuestros objetivos, vamos a aplicar cuatro de ellas, mezclando hechos y ficciones: 1) el aventurero común; 2) el aventurero tecnólogo; 3) el místico; 4) el artista. En la primera de estas cuatro figuras nos vamos a detener por unos instantes. Su tradición está asegurada y la fascinación que ejerce es universal. Las condiciones de vivir civilizadamente hacen mucho en el sentido de eliminar la aventura y el riesgo de nuestras vidas. La venganza es equipararnos mentalmente a la ilegalidad, la aventura o el crimen. Pero buscamos criminales excepcionales, tal como lo fueron piratas famosos: Laffite o sir Frances Drake y cualquier capitán de navío que practicara la piratería bajo los colores del patriotismo que le conferían legitimidad. Robin Hood que, de alguna manera, llegó a representar una especie de Campaña para la Recaudación de Fondos de un solo hombre. La guerra, las conquistas y la política, pueden ser vistas como medios de fomentar la aventura. En estos esfuerzos, los hombres algunas veces se liberan para romper las barreras restrictivas del vivir civilizado para ser nuevamente cazadores trashumantes, “superándose a sí mismos”, realizando actos de resistencia, habilidad y perspicacia que no tenían idea poseyeran. Las sociedades estables han sido incapaces, hasta hoy, de dar oportunidades que nos posibilitaran para ir más allá de nosotros mismos, en planos más alegres y mucho menos limitantes de la fraternidad, del amor, de la comunión y del descubrimiento. Lo que tal vez haya pasado desapercibido es el hecho de los aventureros y su paso por la historia, pues están íntimamente unidos a la más avanzada tecnología de su época. De la misma forma que Ulises, en los albores de la navegación marítima, fue un consumado capitán de barco, los salteadores de camino, los ladrones de pieles y los vagabundos, fueron hombres que recorrían caminos en época en que la confianza en la seguridad de los hogares y ciudades era inexistente. Y el gran aventurero de nuestros días, James Bond, (con todos sus imitadores), representa en esencia la tecnología. Viola las viejas fronteras del tiempo y el espacio, de la consciencia y la probabilidad. Ataca directamente nuestra fe, antigua y segura, en lo imposible. Sus misiones están distanciada y desvinculada de la vida personal de los principales actores de la trama. Su jefe no es el duro, odiado, temido y amado de los conflictos pasados, sino un frío especialista, como él mismo. El sexo para él, es un placer indiferente, mejor si es tomado del enemigo a la fuerza o por medio de la astucia. Y, por encima de todo, la tecnología es la reina suprema. En las películas de Bond, nuestra risa ante la violencia de la naturaleza mecánica, electrónica y química, es una alegría por el reconocimiento, no de burla. Bond es el primer cazador vagabundo en el nuevo bosque global de la tecnología. Su código de designación, el doble cero, lo identifica con alguien que tiene licencia para matar. Por tanto, la ley aprueba el crimen. Pero lo que este pícaro nos puede enseñar - en el absurdo triunfo de la impersonalidad – es que la víctima final es la sociedad tal como la conocemos. La propia civilización. El tecnólogo radical, el segundo de nuestros pícaros, figura en algunos de los más persistentes mitos de la civilización. Esos mitos - que, en gran escala son historias de advertencia – muestran los introductores o investigadores de nuevas tecnologías, siendo momentáneamente triunfadores para, seguidamente, someterse a las medidas que los mitos les reservan. Prometeo es su arquetipo y se puede afirmar que el fuego representa todas las nuevas formas de la tecnología. El sufrimiento de su introductor sirve de advertencia a todos los que se entrometen en la estructura tecnológica básica de cualquier sociedad y enfatiza una verdad esencial. Cualquier modificación radical en la tecnología existente en cualquier orden establecido, seguramente contribuirá para derribar este orden. De hecho, aquellos que conservarían y perpetuarían cualquier entidad social, están absolutamente seguros de temer nuevos conocimientos o de oponerse a los innovadores que traspasen las líneas que limitan todo movimiento del hombre civilizado. Las advertencias del sistema contra cualquier novedad tecnológica nos son transmitidas desde hace mucho tiempo. Escribe Milton sobre Adán y Eva: “Par bendito. Aún más afortunados pues no buscan un estado de mayor felicidad y saben no saber más”. Dédalo aconsejó a Icaro a no volar muy alto ni muy bajo. La Torre de Babel, según deducen los arqueólogos, era simplemente un templo en forma de zigurat, erigido por los babilonios para venerar sus dioses, y no para amenazarlos. Mas, para los israelitas (que escribieron la historia) la Torre era una amenaza. Los babilonios se encontraban en un elevado estado tecnológico para su tiempo y construían de una manera magnífica. Una tecnología como esa podría haber destruido la sociedad hebrea: mejor era no entenderla. En el período medieval, el temor a la novedad alcanzó un elevado estadio y se reflejó hasta en el lenguaje. La palabra árabe bid´a significa novedad, pero también “herejía”. La palabra española novedad carga en su interior insinuaciones parecidas. La visión renacentista de quién realmente era el diablo, está clara en la leyenda de Fausto: el diablo no era otro sino el propio maestro tecnólogo, el mismo que arrancó a Adán y Eva de su feliz ignorancia. Buscar el conocimiento prohibido, como hizo Fausto, era perder el alma. Esa advertencia surgió en una época en que, por toda Europa, la nueva tecnología estaba destruyendo las formas habituales de existencia. Según la leyenda, la tecnología amenazadora se presentaba bajo la forma de la antigua magia medieval. Nada sorprende en eso: el contenido de cada nuevo ambiente es, invariablemente, el propio antiguo ambiente; el hombre se dirige hacia el futuro con los ojos fijos en el espejo retrovisor. Cristopher Marlowe presentó la historia de Fausto en 1.588, en forma de pieza teatral y se hizo inmensamente popular. Teatros ambulantes la llevaron por toda Europa. En diversas versiones, incluyendo teatro de marionetas, la historia tradicional de ese personaje tuvo su popularidad mantenida hasta el siglo XIX, mucho después del tratamiento literario de Goethe. La cuestión aquí, es saber si las personas se juntaban para ver la pieza teatral sobre Fausto y ser advertidas sobre los peligros de buscar el conocimiento satánico o, simplemente, por sentirse fascinadas por aquél maravilloso aventurero. Porque Fausto cruza incansablemente las más rígidas barreras de la civilización inspirado, al parecer, por el espíritu de la curiosidad. “Poseído por la magia omnipotente”. Fausto no utiliza su poder para entregarse a especulaciones profundas o planes de auto-engrandecimiento; sino, como si fuera una abeja, hace rápidos vuelos de flor en flor, de una sugestión casual a otra; está preparado hasta para ir al infierno por una nueva sensación. En resumen: es un aprendiz. Una joven de 19 años, Mary Wollstonecraft, después de su boda con el poeta Shelley, escribió el cuento arquetípico moderno del tecnólogo pícaro. Dio a su obra el título de Frankenstein o El Moderno Prometeo. Fue publicado por primera vez en Londres, en 1.816. Su primera versión dramática fue llevada al teatro en 1.823. En la propaganda de la pieza teatral decía: "La sorprendente lección moral demostrada en esta historia, son las fatales consecuencias acarreadas por la presunción de intentar penetrar en los misterios de la naturaleza, más allá de las profundidades establecidas”. Frankenstein, el creador, aún vive entre nosotros y sufre las consecuencias de su presunción. Su infelicidad va más allá de la capacidad humana de resistencia; en general, es víctima de muerte violenta, al lado del monstruo que ha creado. Varias adaptaciones teatrales muestran al monstruo siendo víctima de una avalancha, alcanzado por un rayo, cayendo del volcán Etna, ahogado en una tempestad en el mar Ártico o saltando desde lo alto de una roca. El cine añadió a estas muertes, otra en un molino en llamas, una explosión de una caldera de ácido sulfúrico hirviendo. Tecnólogos. Lo que nos interesa aquí no es la cualidad literaria de la figura de Frankenstein, ni su interminable progenie de científicos locos, que nos miran a través de sus lentes gruesos y rodeado de una serie de raros tubos de laboratorio, que vemos en las historietas y en películas de horror, sino en la fascinación universal que ellas ejercen sobre nosotros. Esos aventureros malvados tienen algo poderoso que enseñarnos: el cambio radical de la tecnología modificará la vida humana de una manera inimaginable. Ese proceso de transformación en sí, se da a partir de lo que ya es conocido en dirección a lo desconocido. Temor y temblor ante los tecnólogos. La bomba de neutrones es una de las últimas herramientas faustianas. Pero, tal vez, el conocimiento alegre e inteligente, no el miedo que paraliza o la resistencia temerosa, sea la respuesta adecuada a ese miedo. El monstruo puede ser tratable, no sólo la bomba, que puede servir como simplificación de las cosas, sino todo el conjunto de la red difusa de la nueva tecnología. A principios del siglo XIX, los artesanos ingleses recorrieron el interior de Inglaterra destruyendo las máquinas textiles, por el miedo de que estas diesen origen a un desastre económico. Esto no ocurrió y cesaron los tumultos. ¿Podría pasar que hubiese un movimiento contra la red de ordenadores? Es inútil fingir, el orden establecido sobrevivirá inalterable. La revolución por la tecnología es, desde lejos, mucho más efectiva que la ideología de la violencia. En las revoluciones políticas violentas cambian los verdugos: el patíbulo es el mismo. Por otro lado, la revolución tecnológica arrasa toda estructura. Las historias de advertencia en general son inútiles, una vez que la técnica tiene medios de avanzar furtivamente sin ser vista. Cuando, por fin, la revolución se haga visible, los guardianes de las – cosas – como – son pueden reaccionar con pánico y confusión. Entre ellos están los políticos atrincherados, los tradicionalistas de todo tipo y una faja sorprendentemente extensa de la comunidad académica e intelectual. Esta última es tenida como liberal, poseedora de mentalidad abierta e innovadora, pero no más allá de determinados límites. En verdad, mucha de la energía académica e intelectual está dedicada a la construcción y reparación de murallas perceptivas dentro de las cuales los especialistas establecidos sienten que sus disciplinas deben operar. Son precisamente esas cercas que el aventurero-tecnólogo saltaría. El tercer aventurero, el místico, puede ser el más peligroso de todos, una vez que es tecnólogo del ser interno. Su trabajo no siempre derriba las viejas tradiciones. Por la jerarquía, la revelación ha estado anclada en la civilización de la forma más rígida. En la India, las prácticas de naturaleza mística han contribuido a perpetuar sociedades estructuradas. Pero, cuidado: en cualquier momento, el impulso místico puede derrumbar la estructura. Porque el misticismo no admite cualquier especie de frontera, ni la menor interferencia entre el yo y el otro. Lógica, conocimiento, proporción, todo eso puede caer. Los Upanishad afirma que la iluminación reside más allá del Orbe Dorado, esto es, lo mejor de la sabiduría convencional.. Para nosotros, occidentales, no existe ejemplo mejor de aventurero místico que Jesús. Realmente siguió su visión, aunque los cambios que preconizaba hubiesen hecho despegar toda la estructura civilizada de la época, sustituyendo la ley por el amor. Formuló el precepto educacional más revolucionario jamás conocido “Quien no fuere como un niño no entrará en el Reino de los Cielos”. Cualquier ciudadano respetable está muy lejos del Calvario, en tiempo y espacio, pues no consideraría a Jesús otra cosa que no fuera un aventurero. Puede ser una denuncia de nuestra época el hecho de que Él, entre nosotros, no sea considerado como tal. Esta es pura hipocresía. El artista, el último de los aventureros aquí considerados, nos enseña de manera más explícita que los anteriores. Diferente del aventurero común, del tecnólogo radical y del místico, con frecuencia disfruta de las sanciones de la propia sociedad para sus astucias. Tal como el Agente 007, tiene licencia para matar. Pero no nos engañemos, el gran artista debe destruir las formas y las percepciones de su época. Ha de buscar el orden que confunde al orden. Trasciende la consciencia de su raza. Cuanto más altamente especializada y reprimida se hace la sociedad, más necesita del arte como categoría. El hombre primitivo no veía el arte ocupando un espacio separado de la vida. Parece haber sido indiferente a sus pinturas rupestres o esculturas, una vez finalizadas; obsérvese que la misma pared de la misma caverna, fue pintada varias veces. Lo importante no era finalizar el trabajo en sí, sino el acto de realizarlo. En épocas recientes como el Renacimiento, los artistas podían ser, en cierta forma, vistos en los mismos términos que los artesanos. Bach reveló su opinión sobre la permanencia de su trabajo utilizando, a veces, manuscritos para envolver su comida. Mientras la fragmentación y la división por categorías continuaban a paso acelerado, el artista se vio empujado hacia un lado, dentro de su propio nicho especial, donde frecuentemente le era asegurada una amnistía para sus “excentricidades”. Las sociedades más reprimidas y rígidas, como la Inglaterra victoriana, por ejemplo, que no permitían que sus miembros del sexo masculino demostrasen externamente sus emociones, toleraba que sus artistas exhibiesen costumbres bohemias, se mostrasen efusivos, melancólicos o tristes. Una vez finalizada las obras de arte, esas sociedades las utilizaban como válvula de seguridad para sus propios sentimientos contenidos. Intentaron aprisionarlas en edificaciones monolíticas y apáticas, que denominaron “museos de arte”, o en otras que llamaron “Salas sinfónicas” o “Teatro lírico”. Pero el artista es un aventurero y no puede ser aprisionado ni clasificado. Siempre un paso delante del tecnólogo, el artista, en tiempos recientes, ha intentado cruzar todas las fronteras de la civilización. Hoy, en medio de los Grandes Almacenes y otras Galerías de Artes con ambiente juvenil y desenfadado, podemos ver la última barrera, aquella que existe entre el artista y su público, siendo demolida ladrillo a ladrillo. Puede pasar que el artista contemporáneo se viera mezclado en actividades artisticas y así nos ayudaría a crear un medio ambiente en el cual cada vida individual pueda ser vivida como una obra de arte. En cuanto a eso, el artista-aventurero nos ofrece uno de los mejores programas de aprendizaje que se puede encontrar en esa escuela que esta cayendo a pedazos, llamada civilización. Demuestra la ligazón que hay entre disciplina y libertad, enfrentando las limitaciones de sus herramientas, sin dejar con todo de descubrir (si es un artista auténtico) que esas herramientas son menos limitadores de lo que en principio juzgaba. Por su manera de trabajar, nos revela aquello que el místico hindú Sri Aurobindo denominó desconfianza del alma frente a todas las reglas absolutas. El artista se ve compelido hacia lo particular, el lugar, el momento. El arte no generaliza ni clasifica. Expone la individualidad de las formas. El sentido de la vida es siempre nuevo, infinitamente complejo y, por tanto, infinitamente variable en todas sus posibles expresiones. El artista hace revivir en nosotros sensaciones, sentimientos y aspectos del ser que la civilización occidental, en su confusa búsqueda de lo puramente verbal y simbólico, nos llevó durante muchos años a olvidar en el ambiente educacional. Nos muestra como explorar el universo sensorial, y traza para nosotros una guía de los caminos del placer. Jugar, divertirse, saltar, esos son los verdaderos modelos de creación. La historia nos grita su lección, pero rechazamos escucharla. Los esfuerzos más vigorosos y espectaculares del hombre no fueron realizados buscando cosas esenciales, sino superfluas. Es más que probable que el equipamiento utilitario, aun cuando se trate de un elemento esencial de nuestra vida diaria, tenga su origen en lo no – utilitario. Los sepulcros, templos y palacios precedieron a la casa utilitaria; el ornamento precedió al vestuario; el trabajo, principalmente el que se hace en equipo, deriva del juego. Dicen que el arco era un instrumento musical antes de ser un arma, y algunas autoridades opinan que el arte sutil de la pesca tuvo su origen en un período en el cual el juego era muy rico en expresiones y la pesca fue el resultado, no de la necesidad, sino de la curiosidad, de la diversión. Sabemos que la poesía precedió a la prosa y es posible que el canto fuese antes que el habla. En conjunto, parece ser verdad que los períodos creativos de la historia han sido alegres y hasta frívolos. Es de sospechar que gran parte del elogio y seriedad nos viene de aquellos que vitalmente necesitan de una fachada de importancia y dignidad. La Rochefoucauld afirmó que la solemnidad es un misterio que el cuerpo inventó para ocultar los defectos de la mente. El artista, como todos los aventureros, se ríe de la solemnidad. Nos muestra como ser noblemente salvajes, no locos. Estudios hechos de personas creativas, que han sido reconocidos en sus campos de actuación, tal como escritura, pintura, escultura, música, y arquitectura, han dado datos interesantes: en la escala de los esquizofrénicos, los creadores que han tenido éxito alcanzan la misma clasificación que los esquizofrénicos internados en manicomios. Pero, en la escala de fuerza del ego, alcanzan altos índices y los esquizofrénicos muy bajos. Esos descubrimientos pueden ser tomada como prueba de la utilidad de la locura controlada. Las percepciones, la vigilancia sensorial aguzada y las inesperadas visiones de los locos tal vez existan, hasta cierto, en cada genio que va más allá de su tiempo. Los creadores con éxito difieren de los infelices internados, porque ellos pueden dar forma a sus visiones y por haber asimilado los disfraces y simulaciones exigidos por el mundo. Algunas de las sociedades chamánicas que subsisten en Africa del Sur y Madagascar, así como los mojaves en EE.UU., encuentran medios de obtener valor social de las formas extremas de la esquizofrenia. De hecho, psicólogos y psiquiatras están comenzando a pensar que es bien posible crear un mundo más seguro para los impulsos erráticos humanos, un mundo capaz de ofrecer más colores, riqueza y éxtasis sin represión, violencia y guerra. El aventurero noblemente salvaje, nos enseña la primera lección sobre una vida en la cual el individuo no necesita violar la ley o las costumbres para ser plenamente consciente; una vida en la cual la tecnología (interna o externa al organismo humano) no sea temida ni rechazada, sino canalizada para el uso del hombre; en que todo el orden establecido tendrá como primera tarea hacerse obsoleto a sí mismo; en que la principal función de la sociedad sea la de evolucionar hacia nuevas sociedades en constante desarrollo. Esa lección puede parecer radical. Pero puede ser muy simple si formara parte de nuestro diario vivir. Las cadenas del pasado se están soltando. Y el mundo está lleno, como siempre lo ha estado, de aventureros. De hecho, existen millones de ellos. Son los tecnólogos radicales, los místicos, los viajeros incansables, los artistas. Son originales, liberales, tienen claridad de visión, sensibilidad, son entusiastas, adaptables, alegres y encantadores. Son todo, menos personas fragmentadas y, aprender, es su principal placer en la vida. Salvador Navarro Zamorano. |
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