ARTÍCULOS PERIODÍSTICOS 8

Salvador Navarro Zamorano

 

 

 

 
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                                                   LA CARA DIVINA DEL HOMBRE

 

          ¿Podrá crear el hombre una forma de vida a su imagen y semejanza? Si consideramos la cuestión desde un punto de vista tecnológico, los progresos obtenidos en el área de la inteligencia artificial y la ingeniería genética, no dejan la menor duda en cuanto a eso. Pero, ¿desde el punto de vista ético? ¿Qué podría ocurrir si fanáticos o dictadores fuesen capaces de crear seres idénticos a ellos?

          ¿Qué podría ser de palpitante actualidad hoy en día? Una respuesta podría ser: los ingenios artificiales que, en las grandes industrias, sustituyen la mano de obra en tareas consideradas de alto riesgo para el operario humano, en áreas donde el trabajo es tan mecánico y minucioso que los robots sustituye la mano del hombre.

          Además de ese trabajo robotizado en las fábricas, los científicos han procurado facilitar la vida de la dueña de casa, proyectando, entre otras cosas, aparatos para la limpieza y máquinas para lavar y secar la ropa, así como la vajilla. Pero, a pesar de todos los perfeccionamientos, ellos funcionan adecuadamente si son supervisados por seres humanos. Por ejemplo: un aspirador no camina solo sin tropezar con muebles o juguetes abandonados por los niños, no quita la suciedad de los rincones, etc. Solamente funcionan en superficies planas, no sube ni descienden escaleras, ni abre la puerta de los ascensores, etc.

          Como vemos, existen muchos obstáculos por resolver, pero se está intentando superarlos. Ya hay aspiradoras robotizadas que suben y bajan peldaños, saben deshacerse de la basura acumuladas en su interior y algunas siguen funcionando aunque se produzca algún defecto. Detectan objetos colocados en la sala y programan trayectorias para evitar colisionar con mesas y sillas. Esas funciones la hacen semejantes a los hombres, cuando nos desviamos para evitar tropezar con alguien.

          Ese éxito con robots inteligentes ha llevado a otros sectores para investigar un área paralela: la de los clones, o sea, criaturas no mecánicas, producidas artificialmente con células sin la mediación del sexo.

          En sus primeras tentativas en este sector, los investigadores usaron tejidos extraídos de los sapos y luego fueron extendiendo sus experiencias. En Inglaterra se hicieron test con células del intestino de un renacuajo y se consiguió que los clones se transfomaran en sapo sexualmente maduros, capaces de reproducirse. Este hecho demostró que la criatura producida artificialmente había recorrido el ciclo de la vida y podía considerarse como un animal normal.

          Diversas experiencias fueron hechas con mamíferos y, en 1.981 en los Laboratorios Jackson, en Maine (Estados Unidos) se consiguió clonar ratones. En Cambridge (Inglaterra)  reprodujeron gemelos a través de la división de un embrión de carnero de dos células, colocando cada una en el útero de una oveja.

          Este mismo laboratorio clonó tres ovejas y, más tarde, becerros. Este tipo de clonación puede beneficiar a los criadores de ganado, pues los carneros serían más lanudos, el ganado tendría más carne, y las vacas producirían más leche.

          Hay un área de especial interés en estas investigaciones: la relativa al descubrimiento de factores que ayudan a los genes inactivos a funcionar nuevamente, como sucede con las salamandras. Estas, después de perder sus rabos, consiguen provocar el crecimiento de otros. Algunas especies de sapos van más allá: son capaces de hacer crecer nuevos miembros que toman el lugar de los perdidos. El descubrimiento de este factor puede ayudar a sustituir o restaurar dientes o miembros que los hombres puedan haber perdido en guerras, accidentes o enfermedades.

          Así, poco a poco, los científicos llegaron a pensar en la clonación de seres humanos. A pesar del largo camino que se ha de recorrer, el método para clonar seres humanos, sería el siguiente: 1) Disponer de una célula humana; 2) transferir esa célula a un óvalo humano; 3) dejar el embrión en cultivo durante un tiempo; 4) colocarlo en un útero; 5) seis semanas después, las células primitivas son tomadas y congeladas. De esa forma, el clon jamás desarrollaría un cerebro, ni sentiría dolor o amor, solamente segregaría hormonas y gobernaría las funciones vegetativas básicas del cuerpo. Eso pasaría porque las células precursoras del cerebro superior serían manipuladas. Sin esa parte del cerebro superior, el clon sería menos humano que un pez.

          Pero ¿cómo preservar el clon durante su período de crecimiento? Algunos consideran que podría ser introducido en el útero de un chimpancé, mientras que otros son favorables al empleo de un útero en una probeta. En tal caso, el clon sería alimentado artificialmente por vía intravenosa y el empleo de hormonas.

          Después de alcanzar el tamaño considerado ideal, sería congelado y almacenado en  nitrógeno líquido, sirviendo entonces como donador de órganos. No habría peligro de rechazo, pues tendría el mismo código genético de aquél de quién se originó. Para eso, cada persona tendría que tener un clon particular, solamente suyo. A pesar del elevado coste, hay quien encuentra que vale la pena, pues sería una fuente inagotable de órganos saludables que permitirían una eterna juventud.

          Muchas personas se han preguntado qué pasaría si las células precursoras del cerebro superior no fuesen manipuladas, dejando que el clon viviera como un ser humano cualquiera. La respuesta es que casi seríamos inmortales. Pero no todos están de acuerdo, pues consideran que la producción de clones no toma en consideración el derecho del feto humano. Existe la parte legal, relacionada con la defensa de los derechos de los embriones congelados, la disposición que se daría a las partes no usadas de los clones y la legislación tendría que hacerse para cuidar de los úteros de alquiler, cuando se usen en personas humanas.

          Además, existe la parte moral. ¿Tenemos el derecho de manipular con material humano? Y, ¿si comenzamos a crear clones sin piernas, con deficiencias mentales, monstruos, sin saber qué tipo de control llevar? ¿Habrá algún maníaco capaz de producir ejércitos de clones? Los fanáticos religiosos, comenzarían a crear clones para pregonar sus ideas por el mundo. Habrían grupos de clones asesinos, circulando por todas las ciudades del planeta, favoreciendo revoluciones y actos terroristas. Las grandes industrias crearían clones y despidirían a sus operarios, posiblemente menos eficientes en las cadenas de montaje. Pensar un poco sobre el tema, puede ser aterrador. Comenzamos a comprender por qué esperamos nueve meses para que un niño pueda nacer . . .

          Otro detalle, no menos importante: cuanto más humanos los clones se tornen, mayor la posibilidad de que puedan crear un imponderable: el espíritu. ¿Habríamos creado una nueva raza humana . . . ?

                                                                     Salvador Navarro Zamorano

                                                                     Escritor.

                                                        

 

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   HASTA QUE LA MUERTE NOS SEPARE

          Hace más de cuarenta años que una doctora Cicely Saunders, idealizó un proyecto innovador: un lugar tranquilo donde los moribundos pudieran pasar sus últimos días en paz. Esa idea surgió cuando uno de sus pacientes murió y le dejó una donativo. Con la cuantía recibida fundó el Saint Christopher´s, una institución donde los conceptos sobre el tratamiento que se daba a los casos terminales son diferentes al de los hospitales comunes. Por ejemplo, un médico de este Centro, temiendo que sus pacientes se vicien con sedantes y tranquilizantes administrador para aliviar sus dolores, prefieren disminuir la dosis. Pero en la Institución fundada por la doctora Saunders, los médicos recetan lo necesario para paliar los dolores, pues según ellos si los casos son terminales y los pacientes van a morir, ¿por qué no dejarlos pasar en paz sus últimos días?

          Allí reina la tranquilidad, la afabilidad y la simpatía y cada caso recibe una atención especial. Los cuidados comienzan cuando el paciente llega en la ambulancia. Es recibido en la puerta por la enfermera-jefe que lo coloca en una cama tibia, cubierta con una colcha de colores. Las paredes de las habitaciones y corredores no son blancas y frías, sino que están decoradas con bellos cuadros y colores de tonos suaves.

          En Saint Christopher´s no hay sala de operaciones o unidades de cuidados intensivos, con su batería de aparatos y recipientes de sangre o suero, a los cuales los pacientes son conectados por medio de hilos y tubos. Las enfermeras no andan con termómetros o aparatos para medir la presión y fueron suprimidos los biombos y cortinas usados en otros lugares para separar los pacientes cuando están muriendo.

          Las visitas de niños son permitidas así como la de perros y gatos, que pueden entrr para ver como están sus dueños. Todas los visitantes son recibidos con cordialidad y los pacientes que gustan tomar aperitivos pueden tomar un whisky u obsequiar con una bebida a los amigos. Cuando hay golosinas, la enfermera-jefe dice que no rechaza servir un pedazo de tarta de chocolate al que muestra deseos de saborearla, aunque sea diabético.

          Pero el cuadro médico jamás arriesga la vida de una persona internada. Solamente procuran suavizar y hacer tranquilas y felices los últimos días de su vida. Parece más un hotel de cinco estrellas que un sanatorio u hospital.

          El tratamiento físico, mental y moral que reciben los pacientes es tan benéfico que más del diez por ciento consiguen volver a casa. Nadie los engaña. Cuando preguntan sobre la posibilidad que tienen de morir, la respuesta es dada de una forma suave y cariñosa, pero verdadera.

          Después del retorno a casa, el tratamiento sigue y los pacientes son visitados por un equipo compuesto de enfermeras especializadas y un médico, en una atención que permanece durante las 24 horas del día. Después de la muerte del paciente, el equipo médico sigue dando asistencia a la familia, aconsejando y amparando a los que están sufriendo la pérdida de un hijo, un compañero o un esposo.

          Para que ese trabajo junto a los que siguen su estancia en el Hospital sea lo más eficiente posible, fueron consultados los mejores profesionales del ramo. Pero como los responsables de estos dolorosos actos quedan estresados, la doctora Saunders cuida de ellos con especial cariño. Se estableció un grupo de médicos, enfermeras y asistentas sociales para observar a sus colegas de trabajo y cuando mostraban alguna señal de fatiga física, mental o emocional, eran atendidos con prontitud.

          En opinión de la fundadora del Saint Christopher´s, la muerte es un desafío a los que siguen vivos. “Es un ultraje ver un padre o una madre que muere, dejando niños pequeños. O la separación por la muerte de dos ancianos que han vivido juntos más de cincuenta años. Pero lo que ayuda es saber que la separación no es eterna”.

          Esta opinión se debe al hecho de que ella es profundamente religiosa. Comenzó siendo atea, pero se convirtió al evangelismo y, finalmente, se hizo anglicana. Sus colegas de profesión quedaron preocupados pensando que ella podría intentar convertir a los que estaban agonizando, pero nada de eso ocurrió, sino al contrario. Instituyó una regla que exige sea respetada: “En este Hospital no debe existir ningún tipo de presión religiosa”.

          La doctora Saunders es profundamente humana y estableció lazos de amistadades con los pacientes que estaban internados. Los que la conocen dicen que ella discute con sus propios pacientes; pero eso, en vez de deprimirlos, parece los conforta y fortalece psicológicamente, dándoles nuevos ánimos para soportar sus propios problemas.

          El Hospital fue visitado por la reina de Inglaterra, para celebrar sus 21 años de existencia. La Institución es conocida en algunos países y tiene imitaciones en países del Tercer Mundo. La mayor repercusión fue en los Estados Unidos, que hoy poseen más de 1.600 Hospitales destinados a los moribundos. Hoy, más de 300.000 personas, casi todas sufriendo de cáncer, se internan en Instituciones que cuidan de casos terminales.

          La doctora Saunders no fue la primera persona que pensó en un lugar de esta naturaleza. Locales semejantes existieron en la antigua Grecia y, al final del siglo XIX, un hogar para enfermos terminales se construyó en Irlanda. En Inglaterra, una sociedad religiosa, conocida como Hermanas de la Caridad, hizo lo mismo entre 1.950-60. Fue el trabajo de estas religiosas que inspiró a la doctora Saunders a fundar su Hospital con 62 camas.

          La Seguridad Social de Gran Bretaña paga un tercio del presupuesto del Hospital y el resto se consigue a través de donativos, pues a los pacientes nada se les cobra. Por este motivo, la doctora Saunders solamente trabaja en el Hospital los fines de semana. El resto de su tiempo lo dedica a garantizar fondos para sostener la organización.

          En los Estados Unidos, donde existen muchos centros parecidos, diversas personas se han hecho famosas. Entre las más conocidas está la doctora Kúbler-Ross, la psiquiatra Karen Wintraub y el médico Raymond Moody. La primera fundó el Instituto Kübler-Ross, que se asemeja al de Inglaterra. Por ejemplo, mantiene sus puertas abiertas para los que quieren visitar a sus amigos o parientes, todos los servicios son gratuítos y hay un departamento de psicólogos.

          El Kübler-Ross creó las condiciones ideales para dar el máximo confort a sus pacientes, y animó a sus familiares a estar junto al enfermo hasta la hora de su muerte. Los profesiones que trabajan en aquella Institución sienten que es de la mayor importancia prepararlo todo para lo inevitable, pues los médicos, intentando salvar la vida del paciente, solamente tratan la parte física, dejando de lado los problemas psicológicos. Eso provoca problemas como la intranquilidad, la rebelión y el miedo a la muerte.

          Dicen los especialistas que no hay una fórmula ideal de aconsejar que pueda ser usada en todos los casos. Es necesario descubrir lo que sienten pacientes y familiares, lo que temen y aquello que más necesitan. Eso exige dedicación y tiempo, por cuyo motivo esos especialistas están a disposición de las personas durante las 24 horas del día.

          Una de las cosas más importantes es enseñar a las personas a expresar sus sentimientos ante el desenlace del paciente, esto es, mientras la persona que se ama esté en condiciones de escuchar, entender o sentir lo que se le dice. Deben, no sólo decir “yo te amo”, sino mostrar ese afecto, permaneciendo al lado del enfermo durante las últimas horas de su vida. Este acto ayuda al que va a partir, pero ayuda ¡quién sabe! aún más, a los que permanecen.

          Como dice una persona que perdió a su padre: “El amor, la comodidad y el cuidado que dimos a nuestro padre, que amaba la vida, a las personas y a la familia, no habría sido posible sin esa Institución”.

                                                                               Salvador Navarro Zamorano

                                                                               Especialista en Homeopatía.

 

 

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                                                                   LA MUJER Y LA MUERTE

          Hay un provebio hindú que identifica a la mujer con la muerte. Y hasta de una misma raíz sánscrita han derivado la palabra “mirityus”, la muerte, y “miryam”, que a la vez significa “madre” y “María”, es decir, la total feminidad. También la suprema feminidad griega, la Venus Afrodita, a la vez que del amor, era la patrona de la muerte con el nombre de Venus Levitina. La mujer es un ser que vive con la máxima intensidad; es fuente de vida y sólo llega a conocer bien lo vivo. “La esencia de la vida, ha dicho Nietzsche, es anhelar más vida”. Y no hay más enérgica anhelación de vida que la de la mujer cuando ama y quiere ser madre, en un palpable enriquecimiento de vitalidad. Pero la voluntad de amor y maternidad brota en su multiplicidad con una apetencia oscura de morir, que es lo que el filósofo no percibió, pues todo ser que da vida a otro, es que en última instancia quiere desaparecer ante la vida de ese otro. Ved a una honda feminidad en el trance del alumbramiento. Cuanto más intensos son los dolores físicos, más florece en su cara, como el resplandor de la maternidad, que es un resplandor de la gloria de darse en otra vida que está amaneciendo.

          Y, acaso, en el instante supremo, cuando el médico teme por la vida de la madre, socialmente más útil y necesaria, moralmente más consagrada y respetable, cuando todos, en derredor, están nerviosos, sólo ella, con voz blanca, sin fuerzas, escapada por unas rendijas de sus dolores, aconseja heróica y simple: “¡Salvad a mi hijo!” Es la última estrofa de un “Magnificat” glorioso y humano. Ya mucho antes que los filósofos vieran en la metafísica del hombre “un ser para la muerte”, nuestro filósofo español Ortega y Gasset había captado la tremenda paradoja: “La realidad arroja la paradójica observación de que el afán de morir es el síntoma más evidente de la energía vital”. Otro filósofo, Nóvoa Santos, ha dicho: “Frente a la voluntad de vivir, pongamos la voluntad de morir, no como voluntad reflexiva, sino como revelación de un recóndito instinto. Como voluntad reflexiva de morir prende a veces en los héroes y en los humildes, pero este impulso razonado que les arrastra a la muerte, no es precisamente la fuerza oculta del instinto fanático. Instinto adormecido, repulsado, en la mayoría de las criaturas, que, después de bucear largo tiempo en las profundidades del ser, aparece un día serenamente limpia en la superficie”.

          Pero tanto en uno como en otro faltó determinar la estricta vinculación de lo tanático en lo femenino. Tampoco Freud dio validez al impulso de morir ni sospechó su latido en la sexualidad, tan finamente rastreada por él, hasta que, al final, honradamente insatisfecho, encontró los instintos de la muerte “más allá del principio del placer”.

          Pero era tarde y, al registrar su vigencia, lo hizo ya de una manera harto incompleta y oscura. Y, sin embargo, como médico, pudo advertirlo en los hechos primarios de la biología, como dice Nóvoa: “Si nos adentramos en el fondo de las cosas, descubrimos que la muerte nace en el momento crítico en que aparece la reproducción sexual, pues la conjunción inicial de los seres se reduce a un hecho de englobamiento y destrucción; más brevemente; a un acto de asimilación”.

          Ello casa, en efecto, con el relato bíblico, donde se asocian el conocimiento del amor y del pecado, la conciencia del bien y del mal, con el decreto divino del morir humano; en cuanto Adán conoció a Eva, el hombre comenzó a morir. Reproducirse es un poco el morir de los reproductores. Espero que algún día se evidencie que los llamados “factores letales” por los biólogos ingredientes en todo ser, de modo más o menos recesivo, son siempre unidades oriundas de lo femenino. Nos morimos por el influjo de lo femenino, volviendo así al profundo sentido de la prohibición bíblica: “Si pecáis, moriréis”.

          Y pecamos por influencia de la mujer, según el relato.

 

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                                                              EROTISMO Y RELIGIÓN

          La actitud del cristianismo frente al erotismo fue de grna relieve para el desarrollo cultural occidental. Originalmente, la doctrina cristiana de los Evangelios no era ascética, algo que incluso el ascete debe admitir.

          El punto crucial de la doctrina del Cristo sobre el erotismo es el texto de Marco, capítulo 10, versículo 7-9: “Por esto dejará el hombre a su padre y su madre para unirse a su mujer. Y serán los dos una sola carne. Lo que Dios juntó no lo separe el hombre”. Esas palabras hablan de la práctica de un erotismo místico, el amor físico hombre-mujer, el amor en que Eros lleva a los seres a la unión de cuerpo y alma. La sexualidad participa noblemente al servicio de Eros.

          Pablo es el padre de la ascesis cristiana. La Carta Magna es el capítulo 7 de la 1ª carta a los Corintios: “Comenzando a tratar de lo que me habéis escrito, bueno es al hombre no tocar mujer”. Aquí el erotismo es atacado por miedo a la sexualidad humana. Pablo lo considera un mal necesario y, por eso, lucha contra ella. Pero, por el hecho de ser inevitable, entonces hace algunas concesiones.

          Así nace un triste compromiso: quien se casa hace bien, pero quien no se casa lo hace mejor. Entretanto, para evitar promiscuidades, cada cual debe tener su mujer o su hombre, `porque es mejor casarse que quemarse”. Según ese texto, la sexualidad es indeseable, pero la naturaleza exije que una parte de nosotros sea entregada a nuestros deseos. Así, esa zona delimitada, rodeada de placas del tipo “no hagas esto o aquello” , se soluciona con el matrimonio, de acuerdo con Pablo. La sexualidad es permitida y el pecado regulado. Lo deseos amorosos, el amor erótico de la relación hombre-mujerm, son totalmente excluídos de esta región del cuerpo.

          Somos entonces testigos de una capitulación religiosa, no ante Eros sino ante la sexualidad. La religión la rechaza en sentido general, admitiéndola sólo dentro del matrimonio. De ahí la existencia de esa separación entre el acto sexual dentro y fuera del casamiento, visión que se hizo característica y fatal para toda la evolución de la cultura cristiana.

          Mejor una boda sin amor que un amor sin matrimonio; ese es el argumento a favor del matrimonio como sacramento, no incluído en la motivación del dogma católico: “Y como la Iglesia está sujeta a Cristo, así las mujeres a sus maridos en todo. Vosotros, los maridos, amad a vuestras mujeres, como Cristo amó a la Iglesia y se entregó por ella para santificarla, purificándola, mediante el lavado del agua, con la palabra, a fin de presentársela a sí gloriosa, sin mancha o arruga o cosa semejante, sino santa e intachable”. Efesios 5, 23:25.

          Cuando el casamiento se convirtió en un sacramento, fue negada la relación entre Eros y la pasión divina. Sin duda alguna, ese fue el verdadero motivo de la consagración del matrimonio: lo que era rechazado se transformó en aceptable por la legalización.

          Existe todavía otro aspecto en la ética de San Pablo, relativo a la sexualidad: La división entre cristianos comunes y perfectos, la teoría del cristianismo dual, aceptada por la Iglesia. Se parte del principio de que Dios acepta tanto a los fieles castos como a los casados, pero los primeros están más próximos por ser puros. Sólo ellos son cristianos perfectos. En esa idea encontramos la raíz del ideal del converso, del celibato, que considera la ascesis sexual y la perfección moral como una sola cosa.

          Sin duda alguna, otros dos factores ayudan en la adhesión del cristianismo católico a la ascesis: la decepción en cuanto al fin del mundo que no llegó cuando fue anunciado por Jesús y la degeneración de las religiones antiguas, basadas en la veneración de la naturaleza. Como los acontecimientos predichos en el Apocalipsis no llegaron, las personas se sintieron profundamente decepcionadas y nació una tendencia cada vez más acentuada hacia el ascetismo. También fue de gran importancia para la evolución del cristianismo católico, el hecho de haberse encontrado las antiguas religiónes en un estado de total degeneración, haciendo sus raíces irreconocibles. Las ceremonias paganas, en la época que el cristianismo comenzó a manifestarse, se habían reducido a orgías desenfrenadas. La nueva religión, frente a los acontecimientos, tenía una opción: la de una rígida ascesis.

          Con San Agustín, uno de los mayores pensadores cristianos, la sexualidad definitivamente fue declarada un pecado. Y, con eso, el énfasis en la moral cristiana se centró en la abstinencia. La sexualidad, desde entonces, solamente estaba permitida cuando se practicaba con el fin de procrear.

          El rechazo más grosero del mundo emocional de las mujeres y de los principios de la antigua religión, que se armonizaba con la naturaleza, se hizo posible. Con horror vemos la destrucción causada por la ascesis cristiana, lo que fuerza a reconocer el hecho de que al lado de ella no hay lugar para el erotismo, sino para la sexualidad.

          Quien expulsa a Eros de su vida cae víctima de la sexualidad: ella se venga cuando su divinidad es ignorada o rechazada, actuando como un demonio destructor. Quien no sabe elevar el instinto sexual lo rebaja. Así, la sexualidad, profundamente enraizada en la naturaleza humana, separada de su origen divino, asume un carácter propio.

          La consecuencia final del desprecio cristiano católico por Eros es la falta de fuerzas eróticas como impulsos de desarrollo cultural. Expulsado por la religión, Eros no tiene la mínima oportunidad de colaborar a favor de interesados nobles y elevados. Esta es la razón de que el hombre moderno haya caído tan aprisa en la trampa del intelecto, del racionalismo, del materialismo, sin ofrecer resistencia alguna. Así, en los últimos instantes, Eros se venga de la propia religión, ya que ella se ha debilitado por haber expulsado el erotismo de las relaciones humanas.

          Dios es uno y eterno, pero el hombre se siente dependiente de su sexo, raza, cultura, edad o madurez espiritual. Así, su imagen de Dios se forma de varias maneras, según sus experiencias, oscilando en la imaginación humana entre los polos opuestos del universo.

          Dios permanece intangible, inmutable. Es la actitud del hombre la que se altera: del pavor, espanto y miedo, al respeto, veneración, confianza y amor altruísta. La humaridad recorre un largo y desolado camino del miedo a la fe en Dios, del temor primordial al amor alegre e infantil al Creador. El cristiano actual no puede imaginar los temores que la religión causaba al hombre primitivo, así como no consigue imaginar la nobleza de los antiguos dioses.

          Originalmente, los conceptos dios y demonio no estaban separados; para Homero, teos y daimon significaban exactamente la misma cosa. En Irán, los demonios son llamados devas, y en la India los devas son dioses.

          El elemento demoníaco de la religión dá origen al sacrificio, que se efectúa no para alcanzar la purificación, sino para satisfacer a un dios exigente, violento, para aplacarlo. El motivo es el pavor, el instinto de sobrevivencia, porque el hombre ve su dios como un ser implacable y le ofrece sacrificios, sangre, dolor. Es un miedo metafísico.

          La ascesis sería un tipo de sacrificio más blando. En ella el hombre se abstiene de placeres y objetos queridos. Así, surgen los ayunos y la abstinencia sexual. Esos aspectos ya estaban presentes en la religión antigua, pero por diferentes razones. El hombre primitivo experimentaba a Dios como un poder que inspiraba miedo y admiración, simultáneamente. La lado de eso él vivenciaba el erotismo como un deseo elevado, un poder exterior que lo hechizaba, reprimía y elevaba al mismo tiempo.

          El estado dualista de la tensión erótica es particularmente una experiencia masculina. Lo que en religión se muestra como miedo a los demonios, es en la tensión mutua entre lo sexos el temor que el hombre siente en relación a la mujer. Eva es peligrosa porque seduce y está unida al secreto de la vida mucho más profundamente que él. En la región del amor, la mujer es superior al hombre pues, en verdad, ella es el ser erótico.

          Cuando el hombre primitivo supera su miedo, nace una experiencia religiosa que está basada en el elemento femenino del alma humana. El pensamiento más profundo de esa religión es que, en el principio, el mundo nació de una noche nupcial celestial, el encuentro erótico de las fuerzas cósmicas, el amor universal. Eros es la esencia de todas las cosas. Tal religión es fundamentalmente erótica. Consecuencia: es bueno venerarla por el amor del que ella es símbolo.

          El abrazo hombre-mujer, entonces, se transmuta en una especie de oración y sacrificio, un acto sagrado en que la unión divina, primordial, el misterio del nacimiento del universo, se repite y continúa eternamente. En las profundidades del alma femenina, religión y erotismo son una sola cosa y, por eso, no se siente esa unión tan fuerte en ninguna otra religión como en aquella que venera a la naturaleza.

          En esa religión el ser humano se ve rodeado por los misterios de la maternidad, por el proceso incesante de creación en la naturaleza y en toda nuestra existencia. Ella ve a Dios como creador y no como salvador. Para ese hombre, la religión es una experiencia erótica de fuerzas creadoras, vividas simbólicamente en el amor entre hombre y mujer. Por ese motivo eran conocidos dioses masculinos y femeninos y hasta parejas divinas.

          Es con los griegos que comienza a desarrollarse la sospecha de que la naturaleza más profunda de Eros es la salvación (según Platón). Esa es la visión más profunda del significado de religión y erotismo.

          En el principio existía el Uno, que es el Absoluto y es Sagrado. En armonía, Dios descansaba en la totalidad de Su existencia absoluta, hasta que el universo se separó por voluntad propia, manifestándose en la diversidad de la existencia material. Dios lo permitió, sabiendo que quien se separa para después volver por su propia voluntad se perfecciona más que otro que nunca ha abandonado a su creador.

          Es voluntad de Dios que fuera de Él siga existiendo el hombre que, de grado en grado, ha de subir hasta lo que siempre fue y siempre será, el Absoluto. Él quería quedar solo para superar la soledad, en el amor de su creación. La figura del Cristo es el símbolo de esa verdad.

          Dice Agustín de Hipona: “Es el sueño de la realización del nacimiento divino que todos queremos tener. Pero ¿cómo sabemos que existe? ¿Dónde lo viviremos y cuándo? No sé como vivenciaremos el éxtasis, pero sé que no se puede desear una cosa que no se conoce”.

          Es la intención oculta del amor liberador eliminar en el indivíduo la caída en la materia. Es la expresión del sufrimiento, de soledad, de tristeza por la perfección inherente a la naturaleza humana; por eso, ella ansía el renacimiento. Así se produce el amor salvador por Dios. Ese amor que salva, siempre consuela a los dos opuestos, la ley básica del mundo material. Donde ella actúa relacionándose con los sexos, crea el erotismo; cuando lo hace en las relaciones personales en general, crea la ética; y dónde ese amor opera en la relación hombre-Dios, crea la religión.

          Asó tenemos los tres principios de la cultura: erotismo, ética y religión. No debemos olvidar de que donde quisiéramos que el amor esté, sea relaciones hombre-mujer, personas en general o entre Dios y los seres humanos, estará actuando la misma fuerza. Estos tres tipos de amor están inter-relacionados y se influencian y fortalecen mutuamente.

          Analizando la tragedia que se desarrolla ante nuestros ojos, observamos que existen algunos factores que nos llevan al conflicto entre Eros y los dioses, como el deseo de abstención que hay en toda ambición espiritual y en todos los esfuerzos para llegar a la auto-perfección. Sin una ascesis temporal el ser humano no consigue elevarse por encima de la sexualidad. Porque, cuando el hombre cultura quiere liberarse del mundo material (Prometeo), tiene que dejar de profundizar ciegamente en la tierra, el ser sensual. No puede dejar llevarse por sus instintos, sino aprender a equilibrarse. No debemos reprimir, sino guiar nuestro inconsciente. Y la orden de abstinencia, en el sentido de aprendizaje, fue la base de la ascesis mística, que tan importante papel tuvo en el cristianismo católico de la Edad Media.

          La religiosidad tiende a instalarse en el alma y no tolera nada a su lado y menos aún cuando se trata de opuestos. Ese es el peligro de las percepciones religiosas y eróticas que chocan sin llegar a un equilibrio. Así nace la ascesis total, la convicción anti-erótica.

          El hombre que se deja llevar por su desprecio al mundo apenas consigue ver aquello ilusorio del cual está huyendo. Horrorizado por la inferioridad de la existencia, quiere escapar del ciclo nacimiento-muerte. En tal caso, el énfasis se centra en la renuncia. Cuando el hombre, en su amargura masculina, renuncia al mundo deseando su fin, desprecia en primer lugar la sexualidad, como fuente eterna de su existencia en la Tierra; después, el cuerpo, como portador de la sexualidad; y, finalmente, a la mujer, como la seductora que lo quiere llevar de vuelta a la vida. En ese caso, el alma no es considerada como el sentido y esencia del cuerpo, sino como tumba de ella. El budismo se basa en este pensamiento.

          El desprecio por la vida también es motivo religioso. El hecho de querer combinar lo temporal, exterior a nosotros, con lo eterno de nuestro interior, es causa de profunda insatisfacción con todo lo que es terrenal y la falta de suerte en esta vida. Estos dos factores crean un conflicto entre Eros y los dioses. El hombre que se siente indefenso en las manos de Eros, procura su salvación sin él y busca a Dios entre las ruinas de su universo.

          La razón de ese conflicto es la tensión entre el mundo sensoria y supra-sensorial, porque Eros es de origen divino, pero actúa en el mundo de las ilusiones. Se sirve de la sexualidad y es el mediador entre los dos mundos.

          El miedo humano a la sexualidad tiene su origen en los temores primarios. El hombre lo siente como un poder hostil, pues se percibe en el campo erótico como inferior a la mujer, ya que no consigue resistirse a ella. En la mujer odia su propia esclavitud sexual a causa de sus tensiones y sensación de flaqueza. Por eso, con la nostalgia de su equilibrio interior y porque quiere conquistar el poder, el hombre declara ser la mujer el origen de todo mal.

          Encontramos nuevamente la esencia de las dos polaridades del universo en el relacionamiento hombre-mujer. Ahí, tanto Eros como la religión tienen el papel de salvadores.. Eros es el espíritu de unión en el cual se mezclan todos los opuestos e interpenetran. Así, cada unión de amor es una tentativa de perfeccionamiento, a

un acto de la Tierra expresando de forma limitada la unión con Dios. El amante verdadero procura por más que a sí mismo y su placer; procura más que el ser amado. Busca la unión sublime de los dos, manifestada en el hijo.

          Con Eros, Dios concedió al hombre un guía para la salvación. Cuando dos amantes se encuentran de esa manera, en un lugar determinado del cosmos, la herida de la separación se cierra, sana. Es en el amor que el hombre se vuelve consciente de su falta de virtud: siente vergüenza de sus faltas frente a su amada. Entonces el amor lo estimular a ser mejor, más humano, a olvidarse de sí mismo. Aquí se muestra la naturaleza absoluta de Eros. El hombre erótico quiere elevarse hasta llegar a ser realmente humano, respondiendo a la imagen que existe en el corazón de quien lo ama.

          Amar significa sentirse hechizado. Y el amor sólo es despertado cuando entramos en contacto con un ser que consideramos superior, lo que nos estimula a ser igual al ser amado, ser digno de él y poder conquistarlo.

          Así es que el amor, incluyendo el aspecto erótico, se transforma en una tentativa de perfeccionamiento de la existencia humana. Conduce a la entrega total del Yo individual, pues el amor verdadero no se busca a sí mismo. Ese sentimiento domina el egoísmo, yendo más allá de los límites de la propia personalidad y, por eso, de la soledad.

          En el amor erótico entre hombre y mujer nace y se afirma la unificación; es el símbolo en la Tierra de la unión suprema y última de la creación, lo que ocurre entre Dios y el mundo. Ese es el significado de las palabras Unión mística. Tanto en el amor místico como en el erótico, sucede esta unión.

          Observando la evolución en las últimas decadas, recibimos la impresión de que la historia humana, desde el punto de vista de la energía vital, retrata una decadencia y degeneración cada vez más acelerada. Se habla de un aumento de la individualización, por lo menos con respecto a la naturaleza masculina. El hombre quiere modificar el mundo, mejorarlo y conquistarlo. Quiere alcanzar la liberación, la salvación de la vida. La naturaleza masculina es una fuerza separatista que divide la vida del universo. Con eso él sufre y, por eso, nace su deseo por la salvación, lo que explica el hecho de que los fundadores de religiones sean siempre hombres.

          Y cuando la necesidad de salvación se une en el hombre al deseo de posesión, hace de él un conquistador sin escrúpulos. Con deseos de perfección, de totalidad, quiere expandir su “ego” por el mundo, buscando armonía. Quiere salvar el mundo empezando por las partes. Pero el total es más que la suma de sus componentes. Ese camino no es lo que nos lleva más allá del tiempo. Aquí está la tragedia de la naturaleza masculina.

          Esa coraza de individualización humana solamente puede ser rota a través del erotismo y la religión. Las dos son fuerzas fundamentales de la cultura y se fortalecen mutuamente. Si el hombre no reconoce esas fuerzas absolutas detrás del mundo visible, ningún poder en el mundo conseguirá forzarlo a obedecedr las reglas morales preservadas por la cultura.

          El amor al prójimo no existe por sí solo. Siempre es nacido del amor hombre-mujer, o del amor a Dios, o de ambos y de esas dos fuerzas recibe el hombre su energía vital. Entre los que no saben amar y no tienen un Dios, la caridad y el amor a la humanidad desaparecen muy aprisa, aconteciendo lo mismo con el respeto a todo ser viviente y a la creación.

                                                                                         Salvador Navarro Zamorano

                                                                                         Escritor.                            

 

               

 

 

 

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