ARTÍCULOS PERIODÍSTICOS III

Salvador Navarro Zamorano

 

 

 

 

 

                                                 AMOR, EROTISMO Y HAMBRE

          El amor y el sexo son dos cosas en esencia distintas, aunque tanto cueste meterlo en cabezas científicas. De todas las formas del amor (filial, maternal, fraternal, amical), sólo una, la del amor nupcial, busca la fusión por la vía de lo erótico. Ya veremos por qué, cuando estudiemos a fondo el fenómeno del amor. Siempre hubo erotismo a lo largo de la Historia, pero no siempre hubo esa idealización poética del otro sexo, que es lo constitutivo del amor. El “Eros”, quiero decir el sexo, busca la captura y mata; el amor busca la entrega y la vida. Puede ocurrir y ocurre constantemente que el mismo hombre que ansía destruir eróticamente, idealice a la mujer desde su vertiente femenina y se acerque también a ella amorosamente, pero amor y “eros” tienen distinto significado y diverso origen. La mujer, por el amor, llega al “eros”; el hombre, por el “eros” llega a veces, al amor; éste nace del impulso de conservación. Ya decía Aritósteles que el mito de la unión de Marte y Venus, tiene sentido, pues los guerreros son dados al amor (al “eros”).

          El hombre es erótico, pero no amoroso; el erotismo es destructor, acto de ataque y violencia, como el amor es acto pasivo, integrador, de entrega. Ya sabemos que, para entregarse, la buena feminidad  no necesita del erotismo; su escaso impulso erótico va arrastrado por el impulso amoroso; sin amor, la buena feminidad repugna y resiste la entrega. También sabemos que, al revés, el hombre para encenderse eróticamente, no precisa del amor; su impulso posesivo se despierta a la vista de cualquier mujer. Hay erotismo en un hombre según el nivel de su virilidad y capacidad amorosa, ternura, en proporción a sus rasgos femeninos. La mujer viril es poco tierna y amorosa; el muchacho delicado y sentimental es femeninamente amoroso; por eso, es el preferido por la mujer de acentuados rasgos masculinos, que invierte así la relación sexual. Y es claro que, si en el hombre concurren rasgos del mismo sexo en análoga proporción, también irán en él mezclados y confusos erotismos. Que es lo que ocurre en el amor de muchos adolescentes y en otros que sin serlo ya, poseen una gran intersexualidad que les da ricos matices humanos. Son lógicos y sentimentales, tiernos y duros. Son los llamados “hombres de alcoba”.

          Y es que el erotismo no individualiza, como el amor lo hace. Digamos que el amor nupcial se orienta fluyendo en busca de comunidad de sangre, sin fijarse en condiciones físicas o intelectuales del amado, mientras que el erotismo se despierta a una mínima individualización por determinados rasgos o asociaciones, que hace que una mujer nos guste más que otra. Es fundamental la distinción entre gusto y amor, aunque el uso de la palabra “gusto” en las relaciones eróticas y amorosas es tremendamente equívoco. Nos gusta un cuadro, un pollo al horno y una mujer que pasa. Todas estas expresiones tienen de común referirse a un último sabor o paladeo de las cosas. Apunta ya la idea de festín. Pues bien: gustar tiene un sentido activo y otro pasivo. El hombre saborea; lo femenino viene al mundo a gustar, a ser gustado. El primero denuncia al cazador; el segundo, al ser que viene a sacrificarse. En todo lo mágico o femenino, rige el gusto de cada cual; en la ciencia, en la guerra y en la caza, no hay gusto que valga.

          La sensación del gusto es la más irracional de las sensaciones. Jamás distinguiremos conceptualmente el dulce de la ciruela del de la uva. No hay modos de dar una idea del sabor del aceite del ricino o de lo salado del agua marina. Son sensaciones indefinibles. Lo mismo es indefinible el gusto en el arte y en el amor. De ahí el dogma de “sobre gustos no hay disputas posibles”. El erotismo orienta por el gusto; la mujer que nos atrae eróticamente decimos que nos gusta; pero la que nos gusta no suele enamorarnos. Más bien parece que la que nos ha de enamorar empieza por no gustarnos fisicamente; nos gusta en su trato, en su conversación, etc.  El erotismo desemboca en el banquete sexual, y el hombre se anticipa, a la vista de la mujer espléndida, algunas de sus delicias: a la buena feminidad le gusta el hombre que más fuerza, más vigor, más hombría parece anticipar en sus actitudes. Por eso es fácil esta observación: La mujer que más bella parece a las demás mujeres, la que más les gusta a ellas, no es nunca la que gusta  a los varones, porque las mujeres entienden por gusto, algo más próximo al amor que al erotismo; de ahí que exalten la belleza delicada, frágil, soñadora, que enamora a los varones sentimentales, pero no gusta a los bruscos. Y es que el amor es un pasivo saboreo de sabiduría; el erotismo, un saboreo de saber. El lector que me siga ya encontrará el sentido de estas expresiones.

          Pero el impulso erótico no es el impulso de generación, que es hambre de supervivencia. El hombre obedece, en el sexo, a la especie; la mujer, al género. Pero conviene no confundir este anhelo de supervivencia, tan masculino, con la maternalidad, con el sueño de hijos, que es frecuente en el hombre de rasgos femeninos. La madre quiere a los hijos para servirlos, para abnegarse; el hombre los sueña para que le sirvan a él, para que continúen, con su misma voz, la melodía de su estirpe. Todo nacer viene de un morir y toda muerte es un paso decisivo hacia un nuevo nacimiento. Por eso los egipcios ponían los cuerpos en las tumbas doblados sobre las piernas, en la actitud del niño que va a nacer.

          Pero hay corrupción antes de todo nacimiento. De ahí la convicción aportado por lo femenino de lo humano, de que el sexo, el “eros”, es impuro, siembra impurezas. Quizá la circuncisión, que fenicios y hebreos aprenden de Egipto, responda al complejo femenino de castración, y este a su vez, se enraíce en el oscuro sentimiento de la impureza del sexo.  El pueblo hebreo tomó muchas ideas y prácticas de Egipto, que fue una cultura fundamentalmente femenina. No sólo se comprueba por su culto a los muertos (y la mujer ama la muerte), sino por la práctica del incesto, habitual incluso en las dinastías reales. Y es que la mujer no repudia el incesto, en lo hondo de su ser; es un alma vieja, que quiere conservar las raíces móviles de la sangre de la casta. Fue el impulso de novación masculino lo que inventó el repudio de la hermana y creó el tabú del incesto: India, Egipto, Grecia, Andalucía. Son los que exaltan el falo con himnos a la fecundidad. Pero repito que de lo femenino ha nacido la creencia en la impureza del sexo. Dante sitúa en el centro del infierno los órganos sexuales de Lucifer, como en el centro físico del hombre está el sexo, quizá para simbolizar que equidista del barro sucio de los pies y de la lumbre fría de las ideas.

          El sexo es fuente de lo impuro porque mata y hace morir, para dar lugar al milagro de la generación y el renacimiento. Por el sexo, estamos asomados a la vida y a la muerte. Todo amor es experimentado como un dulce y escondido anhelo de morir por la persona amada. Pero sólo el amor de pareja, único amor que necesita del sexo para satisfacerse, experimenta la vehemencia de ese anhelo, como una metafísica necesidad. Es que lo erótico exalta esa voluntad de muerte. Y señalo la analogía y el parentesco de la descarga sexual con la muerte.

          Un muerto tiene algo de recién nacido; huele a leche. Acaso por eso se llama así al líquido seminal. El amor nos infunde miedo y atracción, como los muertos. Recojo unas palabraas bellas y profundas de un escritor: “He ahí una llanura infinita, un desierto en el cual no hay nada ni nadie . . . . Sólamente un otero en el que está enterrado un hombre”.  Y esas simples palabras: “está enterrado un hombre”, con su sentido inmenso, gimiente, dominan todo el planeta. Es sentimiento de nostalgia ante algo que se ha ido, que vuelve a los orígenes. Lo que muere es una semilla de resurrección, y sólo es simiente el grano que muere.

                                                                            Salvador Navarro Zamorano.


 

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LA MUJER Y LA LUNA

          La comunidad cósmica de lo femenino es su identificación con la Luna. La frase de Goethe: “Cuanto acontece depende de las estrellas” y  modernas investigaciones, aluden a la influencia de los astros, de la luz y la electricidad sobre la psique humana, pero no específicamente sobre el alma femenina. Tampoco conozco estudios científicos sobre las relaciones de lo femenino y la Luna, concretamente. Pero ello no demuestra más que el escaso contacto con la sabiduría ascentral que aún tiene nuestra conciencia racionalista. Ya la palabra “climaterio”, dada para designar el crepúsculo del sexo, expresa, con qué viejas percusiones vibra.

          En las más viejas tradiciones y mitos existe una antiquísima identificación de lo femenino con la Luna. Sólo el hecho de que la mitología lunar aparezca en las culturas agrícolas matriarcales, en tanto que el culto al Sol es privativo de las totémicas patriarcales, permite ya rastrear viejas experiencias de la sabiduría ancestral en cuanto a lo de lunar hay en la mujer. El Sol, fecundidad viril, cálido aliento, de rayos violentos, ha personificado siempre lo viril en las antiguas mitologías; como la Luna ha sido identificada con lo femenino. El Sol aparece como el padre benefactor, como la Luna, su esposa, es la diosa madre: En inglés, se llama al domingo “sunday”, día del Sol. Y junto al domingo, el lunes “día de la Luna”. Apolo y Artemisa fueron primitivamente el Sol y la Luna.

          Para muchos etnólogos, es evidente que antes del culto solar se practicó entre los arios, el culto a la Luna. Y en los cultos de la cultura matriarcal, en los que la madre de la tribu se representaba por la Luna y la Madre Tierra, la mujer pone su propia vida y la del crecimiento de las plantas en relación con la Luna. Y se ofrecen sacrificio a la Luna por la madre de la tribu para asegurar la fertilidad de la tierra y de la mujer.

          La astrología, que encierra esencias de la antigua sabiduría, instituye en la Luna los atributos de: periodicidad, inconstancia, fecundidad, mujer, esposa y madre; y en el Sol, poder, ambición, autoridad, aptitud fecundante, fuerza creadora, padre, marido y jefe. La luna nueva atrae las lluvias y mueve la fisiología de la mujer. La periodicidad de los embarazos con los 40 ciclos lunares data de muy viejas experiencias. Por eso, entre los griegos, Atenea, además de la diosa lunar, era diosa del parto. Y en Roma, la diosa Lucina, que presidía los partos, no era sino otro nombre de Diana, la diosa que personificaba a la Luna. La ciencia, siempre tardía, se resiste a esta antigua sabiduría, pero es indudable que las mujeres contando el tiempo de la gestación por lunas, rastrean más hondas exactitudes que los médicos contando los meses. Ya Hipócrates hallaba entre los cuartos de la Luna y ciertas enfermedades, como la epilepsia, una relación, pero lo que importa aquí es la relación entre lo femenino y la Luna; un “celo lunar”.

          Todo lo que de voluble y tornadizo hay en la mujer, ha sido relacionado con iguales atributos en la Luna. Aún hoy llamamos “lunáticos” a aquellos tipos que se distinguen porque su dolencia se acentúa en los nuevos ciclos lunares, presentando en su carácter una caprichosidad  que es de raíces femeninas.

          Con esta identificación de la mujer se relaciona el culto lírico de la Luna, que reaparece en etapas históricas muy femeninas, como el Romanticismo, en que el culto a la mujer va unido a un escondido deseo de muerte, ¡tan femenino! y a un fuerte sentimiento poético de lo crepuscular. Con la luna llena se relaciona el desasosiego erótico de lo femenino. Y es que entre la muerte, el amor y lo femenino hay una profunda correspondencia.

          No es casualidad que pueblos de tanto contacto con lo ancestral como hebreos y gitanos demuestren en sus poemas, canciones y refranes, ser pueblos enamorados de la Luna. Recordemos a García Lorca cantando a su “luna lunera” y la “luna verde”, reflejadas en sus obras llenas de soledad secreta y desvaída de un paisaje lunar.

                                                           Salvador Navarro Zamorano


 

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LA GEOGRAFIA FEMENINA

          La tierra es femenina. Tan ligado está lo femenino a la tierra, que la mujer y los poetas con autenticidad tienen con frecuencia la intuición profunda de que sus almas están grabadas por lo telúrico. Un auténtico poeta español, poeta con la sabiduría ascentral de la tierra, de la sangre y de los sueños, Federico García Lorca, lo ha visto en toda su profundidad. En el acto segundo de “Bodas de sangre” transcurre en tierras áridas, en un ardiente secano de terrenos malditos que hace soñar al alma de la novia cuando dice: “Mi madre era de un sitio donde había muchos árboles. De tierra rica”. Pero ésta es áspera, un pedregal, y de ella emana un oscuro influjo maléfico sobre las almas y sobre la raza. Es un aliento cálido y letal, de sombra de higuera caliente que levanta amores y odios de sangre en un impulso fatal de destino. El aliento de esa tierra, circula por la mujer y traspira en ella levantando en el hombre relinchos y calenturas de sensualidad de macho excitado. Todo  - la mujer, la tierra, el mar, la luna -  se conjuga para verterse en el hombre como sueños olorosos a mujer, que se ahondan y encabritan, hasta un arrastre sortílego de fuego hacia el injerto sexual.

          Y así, preso en lo femenino, que huele a tierra, inmerso en la fatalidad de lo telúrico, dice el novio:

                              “Con alfileres de plata

                              mi sangre se puso negra

                              y el sueño me fue llenando

                              la carne de malas hierbas.

                              Que yo no tengo la culpa,

                              que la culpa es de la tierra

                              y de ese olor que te sale

                              de los pechos y las trenzas”.

          Se concibe que, dada la profunda identidad de la mujer con la tierra, el saber femenino, la sabiduría, esté misteriosamente orientada hacia ella, como la aguja magnética hacia los polos. Hay una ciencia que las generaciones se transmiten como dogmas tácitos y que el hombre, por racionalizado que esté, nunca olvida del todo. No sólo el herborista, el zahorí, el boticario (hoy reemplazado por el farmacéutico, especie de ingeniero de esencias, de maquinista de inyectables, aséptico y niquelado, que conoce escasamente las hierbas naturales), sino también el naturópata, el terapéuta, vienen a sumarse y reactivar la fe profunda en las fuerzas, virtudes y efluvios de la tierra y compartir la sabiduría de la mujer. Es una creencia tierna y ciega, de hondas intuiciones, en la corrientes misteriosas del Planeta, en la fuerza viva de sus plantas y aguas medicinales, en las energías desconocidas de la “madre tierra” que sin duda guarda amorosa y mágica para sus hijos. Y en esta creencia e invocación de la maternidad de la tierra, resuenan viejos y lúcidos sueños.

          La mujer tiene vocación de tierra y la tierra tiene vocación humana. Decimos: “la voz de la sangre”, pero es la “voz de la savia”, que nos llama. Un paisano no es un ser que sentimos que se nos parece en lo físico ni en moral, ni que tenga el privilegio de usar los giros de nuestro dialecto o habla local, sino algo por bajo de esto  que hace que nuestras almas resuenen con un mismo ritmo, lo que nos significa que aquel ser humano ha participado en el mismo paisaje nativo, ha vivido unido al mismo trozo de universo. Por eso, el que oye, a quien no es nativo, imitar  su habla local, se siente ofendido como ante una dolorosa falsificación. Obsérvese un andaluz cuando oye, a otro que no lo es, molestarse cuando lo imita en su habla. Lo mismo a un catalán o a un gallego. Y obsérvese qué pronto y evidentemente nos damos cuenta de que quien habla nuestro idioma o dialecto es extraño a nuestro país, aunque su pronunciación sea correcta. Por eso, sólo la tierra nos habla con una voz profunda que nunca tiene el paisaje de adopción aunque nos sea entrañable. En la tierra donde nacimos se esconden los huevos de los sueños, las voces escondidas de lo ascentral y la llamada ardiente de las raíces. Ejerce una lenta succión sutil, la atracción de unos dulces tirantes invisibles y calientes com rayos de sol que nos deja una dulzura secreta en la sangre, bañándonos por dentro en un fluído magnético indescifrable, como leche de luna que nos alimenta sueños.

                                       Salvador Navarro Zamorano

 

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EL FENÓMENO DEL CINE MÁGICO

Harry Potter y el Señor de los Anillos

Periódicamente, cuando el hombre en su caminar por la Historia, se hiperciviliza y cansa y se siente saturado de vida intelectual, experimenta una vieja nostalgia de lo primitivo, ingenuo, sencillo y animal, y halla gozo en sumirse en etapas históricas mágicas y colectivas, en que la razón se reduce a una mínima lucecita y el hombre vive desde otras zonas de su alma; y ello no para hundirse en la barbarie, donde la Historia y la Cultura lagunan empantanadas, pues la Historia no se detiene y el Espíritu no descansa, sino para buscar nuevas e inéditas formas de cultura. También las Edades Medias son Historia y son espíritu, y sus orígenes suponen para el hombre cansado de las etapas intelectuales, un refrescamiento de raíces. Luego, desde la infantilidad medieval, el hombre y la Historia pasan a una pubertad y una adolescencia donde el intelecto florece al lado del mundo mágico, para pasar a otra época de madurez y, por fin, a otra de cansancio y vejez.

          Hay épocas en que predomina la juventud y épocas en que mandan los viejos; etapas históricas en que gravita lo femenino sobre la cultura y etapas en que lo masculino la acentúa. Y hay, claro, épocas de tránsito o crepusculares, en que el alma del hombre tiene el sentimiento de una crisis que dura hasta que encuentra nuevos cauces y acierta a engranarse en los nuevos quicios.

          Estas últimas son épocas en que el hombre quiere observarse, autoanalizarse, con un mellizo sentimiento de dolor y de gozo, propio de mecánico que barrunta averías en su máquina. El hombre se analiza cuando se duele; y se analiza porque se ama y no está a gusto consigo mismo. Tiene necesidad profunda de unidad y equilibrio y se ausculta con ansiedad y aun se complace en demontamientos de piel y músculos, así como de traumas enquistados en el tejido de los sentimientos.

          Pero, es que hay épocas, como la de hoy, en que el hombre quiere conocerse profundamente, pero sin análisis ni pérdida momentánea de la unidad, antes bien, quiere salvarse ampliando su base en una unidad más ancha, en vitalísimas formas de comunidad humana que le devuelvan la fertilidad perdida y le resarzan de los análisis dolorosos de los años de intelectualismo desenfrenado de donde sale. La Edad de los primeros tiempos cristianos se salvó por su fe, la Edad de los tiempos lejanos de la Historia, que nos ha llegado en forma de cuentos y leyendas, hoy adaptadas al cine, se salva por la puesta en marcha de nuestra imaginación, predispuesta siempre a lo mágico y la aventura; ¿cómo se salvará nuestro tiempo?

          Después de los fenómenos globales de películas como “Harry Potter” y “El señor de los anillos”, me parece percibir en el ámbito de esta hora, la profunda necesidad de hallar una psicología que dé el sentido y la interpretación nueva del hombre; el hombre de hoy quiere más sinceramente que ninguno saber quién es. De ese conocimiento esencial podrá derivar intuiciones y hallazgos que le permitan sospechar a donde va y de donde viene, confluyendo así otra vez en la inquietud místico-social que le acucia. Ya no cree en la razón, sino en la fantasía de lo que el ayer pudo ser; pronto no creerá en la Ciencia sino en la ficción. Las teorías dadas hasta hace cien años para explicarlo todo, el hombre y el mundo, ya no le bastan, porque en el fondo lo que anhela es no “explicar” nada, ni que le “expliquen” a él, sino que quiere “implicarse” y “complicarse”, sin saber bien en qué.

          Le es imposible entender cómo el hombre del 1.900 podía satisfacer su hambre de ser y de saber con tantas medias verdades. Y hasta parece que, tras su retórica, latía una sincera y cínica insinceridad, pues fingía tenerle sin cuidado todo lo profundo y metafísico de la vida, esquivando toda vocación dramática y profunda de la Ciencia.

          Es la época de la medianía triunfante; la época del romanticismo científico, que es la etapa final de todo romanticismo. Tras de él viene el hombre del mañana, el que despierta a la madurez en el siglo XXI, con una dura perplejidad ante el destino y con la conciencia inmediata de una fatal interinidad de generación que transita el paisaje de la Historia con una fundamental imposibilidad de permanencia, de raíces y germinación de simientes.

          El hombre de hoy tiene el sentimiento primario y enérgico de ser un hombre provisional, viviendo en un mundo de imágenes de T.V. y fantasías de cinema, de pertenecer a una generación de tránsito, con el signo de un hombre en etapas de transición.

          Son hombres que, desde su falsa inocencia de niños mimados, juguetearon con el Arte, con la Moral, con la Religión y con la Política; son los jovencitos de la “deshumanización” . Ahora, paralizados al margen del camino, entre atónitos y quejumbrosos, no tienen ni el ánimo de subirse al convoy en marcha. Su drama radica entre el ser y el querer ser. Esta generación tiene voluntad de ser, pero ser ¿qué?

          Ahí está, con el gesto tonto de saber que el tiempo pasa y, con el tiempo, su generación, y la terrible perspectiva de un ocaso sin gloria y sin eficacia, rota y roída la conciencia por el sentimiento del fracaso de no saber ser.

                                                                               Salvador Navarro Zamorano

                                                                               Escritor.



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LOS PODERES DE LA MÚSICA

          En la antigua China, todo los años el Emperador hacía un viaje de inspección por todo su reino para ver si el estado de cosas estaba en orden. La fiscalización imperial, todavía, no consistía en el exámen de los libros de contabilidad ni tampoco en el interrogatorio de los altos funcionarios de la administración regional. Aunque no rechaba estas prácticas administrativas, lo que hacía el Emperador era comprobar la altura de la afinación de las notas musicales en los diversos territorios de su vasto imperio.

          Para el Emperador, lo más importante era escuchar y examinar las cinco notas de la antigua escala musical china. Primero, ordenaba que los ocho instrumentos musicales conocidos fuesen tocados, para comprobar el afinado. Después, escuchaba las canciones populares de la región, así como el repertorio de la propia corte, para verificar si toda esa música estaba de acuerdo con las cinco tonalidades de la escala.

          Si en su viaje el Emperador chino descubría que los instrumentos de los diferentes territorios que visitaba estaban afinados de modo desigual, su conclusión era de que el Logos de ellos difería uno del otro, pudiendo perder unidad y entrar en conflicto a menos que la afinación fuese inmediatamente restaurada y uniforme en todas las regiones. Y, si la música ejecutada en las aldeas se hubiese vuelto vulgar e inmoral, el emperador no dudaba de que la inmoralidad se extendería por el reino, a menos que fuese corregida.

          El filósofo Confucio creía que existía un significado oculto en la música, que hacía de ella una de las cosas más importantes de la vida. Para él, la música poseía una poderosa energía capaz de ser utilizada para el bien o para el mal.

          Aristóteles decía que “a través de la música el hombre se acostumbra a experimentar emociones reales; por tanto, tiene la música el poder de formar el carácter y los varios tipos de música se distinguen por sus efectos sobre el carácter; por ejemplo, operando en dirección a la melancolía, otro en el afeminamiento; alguna incentiva a la renuncia, otra al dominio de sí mismo y así sucesivamente”.

          Los gobernantes modernos tal vez crean que todo eso no deja de ser tonterías, pero en los pueblos antiguos la música era cosa muy seria. De hecho, era la base de todo lo que existía y todas las civilizaciones se moldeaban de acuerdo con el tipo de música que en ella se ejecutaba.

          ¿La música de una civilización era melancólica, romántica? En este caso, el pueblo era romántico. ¿Era vigorosa, militar? Los vecinos de esa nación debían de tener prudencia y cautela. Además, una civilización permanecía estable e inalterable mientras la música permaneciese la misma. Pero cambiar el estilo musical que el pueblo escucha, lleva inevitablemente a una cambio del propio estilo de vida.

          Pero esto no se refiere solamente a China. Lo mismo ocurrió en pueblos de civilizaciones tan avanzadas en la Antigüedad. Fuese en Mesopotamia, Egipto, India o en Grecia, esas culturas tan diferentes estaban de acuerdo en que la música era una fuerza palpable, capaz de ser aplicada en el cambio de carácter de las personas para mejor o peor y, consecuentemente, de toda la sociedad. Para los antiguos, la música provocaba alteraciones hasta en la materia y un ejemplo clásico es la historia de la destrucción de las murallas de Jericó, narrada en la Biblia, en Josué 6, 1- 20.

          Para las principales civilizaciones de la Antigüedad, el sonido organizado inteligentemente representaba la más elevada de todas las artes; y la música, la producción inteligente de sonidos a través de instrumentos musicales y cuerdas vocales, era la más importante de las ciencias, el camino más poderoso de la iluminación religiosa y la base de un gobierno estable y armonioso.

          El sonido, la materia prima de la música, estaba relacionado con las dimensiones sagradas o planos de existencia, ya que se consideraba lo audible como un reflejo material de una actividad vibratoria que se verificaba más allá del mundo físico. Inaudible al oído humano, la Vibración Cósmica era el origen y base de toda la materia y energía existente en el universo.

          Para los hindúes, la Vibración Cósmica en su forma más pura, era conocida como OM. Los antiguos egipcios la llamaban Verbo de los Dioses y para los griegos pitagóricos era la Música de las Esferas. Los sonidos audibles producidos por la ejecución musical eran reflejos terrestres de la Vibración Cósmica. La música retiraba su energía de las dimensiones sagradas para actuar sobre el mundo material. Quiero decir que toda la materia se compone de una substancia o energía básica y para los antiguos esa energía era Vibración.

          Para los hindúes, Sonido Cósmico, Vibración Primaria, Logos, Música de las Esferas, Verbo, son armonías celestiales, Tono Único: todos estos conceptos estaban comprendidos en la palabra OM. A través del poder vibratorio de OM fue creado el universo. Por tanto, todo lo que existe está concebido como fundamentalmente de naturaleza vibratoria. La luz y el calor, el sonido audible, según los Vedas es fuerza vibratoria que se manifiesta en diferentes frecuencias y combinaciones del OM.

          El papel de la música en la religión era liberar una forma de energía cósmica capaz de mantener la civilización en armonía con los cielos. Las antiguas culturas creían que, si perdiesen su afinación con la armonía universal, las consecuencias serían catastróficas. La música servía de intermediaria entre el cielo y la tierra, funcionando como un lenguaje entre el hombre y los dioses.

          Aunque actualmente se haya abandona esta visión de la música, no por eso ella ha dejado de influenciar profundamente nuestra civilización y de modo tangible: cualquier innovación en el estilo musical ha sido invariablemente seguida de un cambio en las costumbres. La prueba de eso es que desde el inicio de la década de los años 60 del pasado siglo (por citar una época conocida por la mayoría) una ola de cambios morales y políticos comenzó a barrer el mundo, con el surgimiento de un nuevo estilo de vida entre los jóvenes, fuertemente influenciados por el rock and roll, género musical nacido en los años 50.

          ¿Quién puede dudar de que la música afecta nuestras emociones? Es verdad que escuchamos música porque ella nos hace sentir alguna cosa. Y si la música nos proporciona sentimientos, podemos decir que ellos, de inspiración moral, alegría, energía, melancolía, violencia, sensualidad, calma, devoción, etc., son experiencias. Y las experiencias que tenemos en la vida constituyen un factor virtualmente importante en la formación de nuestro carácter.

          Dos cosas contribuyen a la formación del carácter: la experiencia o aprendizaje y los trazos innatos que los psicólogos creen ser géneticamente heredados. Las investigaciones revelan que la experiencia es responsable de una gran parte de nuestra inteligencia con el ambiente influenciando un tercio en la determinación del Cociente de Inteligencia. Si la música es una experiencia y modela una tercera parte de nuestro carácter, parte de esa proporción de nuestros trazos es resultante de la música que escuchamos.

          La música en sí no tiene nada de abstracta. La vibraciones aéreas de los sonidos son reales y mensurables, capaces de hacer estallar un cristal. Es difícil encontrar una parte del cuerpo que no esté sujeta a efectos musicales. Influye en la digestión, en las secreciones internas, circulación, nutrición y respiración. Hasta la red nerviosa cerebral es sensible a los principios armónicos.

          Los científicos descubrieron que acordes consonantes y asonantes a intervalos diferentes, ejercen gran influencia sobre el pulso y la respiración humana. La música influye poderosamente sobre la actividad muscular, que aumenta o disminuye de acuerdo con la melodía que se escucha. Cuando el ritmo es lento y la armonía en tono menor, la música llega a disminuir considerablemente la capacidad de trabajo muscular. Los científicos desubrieron que los sonidos agudos, cuando son proyectados en un medio líquido, coagulan las proteínas. Tiempo atrás, en los conciertos de rock, especialmente en los llamados heavy metal , algunos fans ingleses acostumbraban colocar huevos frescos en la orilla del escenario; una hora después los huevos habían empezado a endurecerse.

          El ritmo musical también ejerce influencia sobre el latido cardíaco, que tiende a ajustarse al ritmo que se ejecuta. Un tiempo de un ritmo compatible con la pulsación normal de 65 a 80 latidos del corazón por minuto, tiende a calmarnos. Otro ritmo más lento, puede generar tensión, mientras que un ritmo más acelerado, provoca excitación emocional. El efecto producido por diferentes ritmos tal vez sea determinado por el primero que escuchamos: los latidos del corazón materno.

          La música melodiosa y animada tocada en una fábrica aumenta la productividad de los operarios. Las canciones patrióticas son eficaces para insuflar esperanzas en pueblos desmoralizados o apáticos.

          Actualmente, se está sospechando de que toda la materia está compuesta de energía cuya frecuencia o ritmo determina la naturaleza específica de cada objeto y átomo.

          Realmente, un principio establecido por la física nuclear es de que los átomos reaccionan y proceden como si tuviesen resonancia, principio que elimina las barreras entre la física y la música. En otras palabras, algunos científicos están comenzando a considerar el átomo como una especie microscópica de nota musical.

          El hecho de que las antiguas civilizaciones tuvieran consciencia de la naturaleza vibratoria de la materia y de la energía es algo sorprendente. ¿De dónde vino ese conocimiento? Cualquiera que sea la respuesta, revela que sería una imprudencia por nuestra parte rechazar otros aspectos de esa sabiduría ascentral, como por ejemplo, lo que dicen con respecto al poder interior de la música. Todas estas investigaciones sobre naturaleza y capacidad del sonido se encuentran en la fase inicial.

          Pero ya sabemos que la música es vibración y la vibración es la energía del universo.

                                                                               Salvador Navarro Zamorano

                                                                               Escritor.


 

 

 

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Misterios revelados de la Kábala 

(mística)

Los 32 Caminos del Árbol de la Vida

(mística)

Reflexiones. La vida y los sueños  

(ensayo)

Enseñanzas de un Maestro ignorado

(ensayo)

Proceso a la espiritualidad

(ensayo)

Manual del discípulo 

(didáctico)

Seducción y otros ensayos

(ensayos)

Experiencias de amor

(místico)

Las estaciones del amor

(filosófico)

Sobre la vida y la muerte

(filosófico)

Prosas últimas  

(pensamientos en prosa)

Aforismos místicos y literarios

(aforismos)

Lecciones de una Escuela de Misterios

(didáctico)

Monólogo de un hombre-dios

(ensayo)

Cuentos de almas y amor

(cuentos)

Nueva Narrativa (Narraciones y poemas)
Desechos Urbanos (Narraciones )
Ensayo para una sola voz VOL 1 (Ensayo )
En el principio fue la magia VOL 2 (Ensayo )
La puerta de los dioses VOL3 (Ensayo )
La memoria del tiempo (Narraciones )
El camino del Mago (Ensayo )
Crónicas (Ensayo )
Hombres y Dioses Egipto (Ensayo)
Hombres y Dioses Mediterráneo (Ensayo)
El libro del Maestro (Ensayo)
Los Buscadores de la Verdad (Ensayo)
Nueva Narrativa Vol. 2 (Narraciones)
Lecciones de cosas (Ensayo)
   

 

 

REVISTA ALCORAC

 

 

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La Cueva de los Cuentos