Artículos Periodísticos

Salvador Navarro Zamorano

 

 

                  RACISMO EN EL SIGLO XXI

Un equipo de investigadores de los Estados Unidos, Francia y Rusia, comprobó que, genéticamente hablando, existe una identidad casi igual entre todos los tipos humanos. En muchos casos, según la investigación, el genotipo de un negro de África puede ser más semejante al de un noruego, por ejemplo, que al de otro africano cualquiera. El descubrimiento pone punto final a las clasificaciones “científicas” de las razas, que a lo largo de la historia sirvieron para justificar los horrores del racismo.

Entre un japonés, un angoleño y un alemán, existen diferencias físicas que, evidentemente, no pueden ser negadas, como el color de la piel, la estatura, el tipo de cabello y el formato de los ojos. Mientras tanto, querer demostrar la existencia de razas distintas y superiores  - como insistieron e insisten los racistaas del mundo entero -  es hoy en día completamente imposible. Gracias a los avances de la ciencia, está comprobado que, en verdad, hay una identidad genética casi total entre todos los tipos humanos. O sea, blancos, negros y amarillos guardan entre sí un altísimo grado de parentesco.

La prueba científica de tal descubrimiento fue anunciada al mundo hace más de tres años, cuando un equipo de investigadores  - franceses, rusos y norteamericanos -  analizaron 377 partes del ADN de 1056 personas de 52 poblaciones de los cinco continentes. El resultado demostró que cerca del 94% de la diferencia genética entre los seres humanos son encontradas en los individuos de un mismo grupo y la diversidad entre las varias poblaciones del mundo es responsable de apenas un 3% a un 5%. Conclusión: el genoma de un africano, dependiendo del caso, puede ser más semejante al de un noruego, que al de alguien de su propia ciudad. Según los estudios, no existen genes exclusivos de una población, ni grupos en el que todos los individuos tengan la misma variación genética.

Teniendo en mente todos esos descubrimientos científicos, una pregunta es imprescindible: ¿cómo surgieron tantas diferencias entre los grupos humanos? La respuesta, a lo que parece, es más simple de lo que se pueda imaginar.

Durante el largo proceso de evolución hasta llegar a la forma humana actual, nuestros ancestros se tuvieron que adaptar a las condiciones ambientales. Probablemente, hace poco menos de dos millones de años, comenzaron a hacerse largas emigraciones y al tener menos necesidad de soportar el frío, el hombre fue perdiendo los pelos que cubrían su piel. Con eso, quedaron con el cuerpo más expuesto y las células productoras de melanina se esparcieron por toda la piel. El cambio en la coloración de la piel, fue explicada en 1991, por Nina Joblonski, antropóloga de la Academia de las Ciencias en California, que realizó estudios demostrando que las personas de piel clara, expuestas a la luz del Sol, tenían niveles bajos de folatos, más conocidos, como ácido fólico. Como la deficiencia de esa sustancias en mujeres embarazadas puede causar graves defectos en el feto y el ácido fólico es esencial en la actividad que rodea la proliferación rápida de las células (como es la producción de espermatozoides), la antropóloga concluyó que en los ambientes próximos a la línea del Ecuador, la piel negra era una forma de mantener el nivel de folatos en el cuerpo, garantizando así una descendencia sana.

Para probar sus teorías con respecto al color de la piel, Nina Joblonski utilizó un satélite de la Nasa y creó un mapa de patrones de radiaciones ultravioletas en nuestro planeta, mostrando que el ser humano evolucionó con diferentes coloraciones de piel para adaptarse a los distintos ambientes.

A lo largo de la historia el hombre salió de África y llegó hasta Asia; desde allí emigró hacia Oceanía, Europa y, finalmente, América. En las regiones menos soleadas, la piel negra comenzó a bloquear demasiado los rayos ultravioletas, que es sabido son nocivos, pero esenciales, para la formación de la vitamina D, necesaria para mantener el sistema inmunológico y desarrollar los huesos. Por eso, las poblaciones que emigraron para regiones con menos Sol, desarrollaron una piel más clara para aumentar la absorción de rayos ultravioletas. Por tanto, la diferencia de coloración de la piel  - desde la más clara a la más oscura -  indicaría simplemente que la evolución del hombre procura encontrar una forma de regular los nutrientes.

Al esparcirse por el mundo, los humanos sólo tenían un arma para enfrentarse a la variedad de ambientes: su apariencia. Así, para soportar el calor excesivo, desarrollaron la altura, que ayuda a evaporar el sudor. El cabello ensortijado ayudó a retener el sudor en el cuero cabelludo y a enfriarlo. Lo opuesto vale para las poblaciones de regiones más frías del planeta: el cuerpo y la cabeza de los mongoles tienden a ser redondas para guardar calor; la nariz pequeña, para no congelarse; tienen los orificios de la nariz estrechos, que permiten calentar el aire que llega a los pulmones; y los ojos son alargados y protegidos del viento por dobleces de la piel.

Genéticamente, cada uno de nosotros es único, y lo sabemos porque podemos identificar perfectamente a un individuo por el código genético. Pero, en lo que se refiere a grupos, se sabe que las desigualdades no esconden diferencias genéticas. Las poblaciones del África Central y de los papúes en Nueva Guinea, que son parecidos físicamente porque vivieron en el mismo tipo de medio ambiente, tienen el patrimonio genético más diferenciado del mundo.

Antes de 1960, la noción de razas fue rechazada por los biólogos, que determinaron la variabilidad genética en los grupos humanos. Pero hasta los años 1970/80 (un siglo después de los trabajos antropométricos del neurologista y antropólogo francés Paul Broca, que dio origen a la antropometría), un gran número de antropólogos continuó aplicando los cánones descriptivos y clasificadores heredados de la era colonial. Ellos creían en la existencia de la raza  - un conjunto de trazos físicos y psicológicos distintos, pero hereditarios -  y difícilmente renunciarían a su dogma profesional.

En el siglo XIX, a partir de la falsa medición de los cráneos, se afirmaba que los negros de África y los australianos, eran “naturalmente” inferiores a los europeos. Mientras tanto, la fisiólogo alemán Friedrich Tiedemann demostró, en los años 1830, que el tamaño del cerebro de los hombres negros, era equivalente al de los blancos. Pero, como él era abolicionista, fue tachado de tener “preconceptos sentimentales”.

El racismo científico data de esa misma época. Las ideas reformistas de los iluministas profesaban la tesis de una gran corriente ininterrumpida uniendo los pueblos de la Tierra. Los “salvajes” eran considerados imperfectos, pues la humanidad caminaba en un movimiento conjunto en dirección a la “civilización”.

Un historiador de la ciencia en el Museo Nacional de Historia Natural de Paris, Claude Blanckaert, opina que “la teoría de las razas demuestra que la ciencia jamás es neutral. La tesis de la gran corriente se ha vuelto, con el tiempo, una escala rígida de razas, dominada por los europeos”.

A partir de 1860, las ciencias naturales y prehistóricas, pasaron a recordar que el hombre tiene una historia mucho más antigua de lo que entonces se suponía. Pero las teorías se adaptaron a las ideas de Darwin, al admitir que las razas son diferentes casi desde el origen de la humanidad, sugiriendo que ciertos pueblos fueron sometidos a una “interrupción de su desarrollo”.

En el siglo XX, las mitologías nacionalistas fueron dominadas por los clichés, todo para justificar las políticas colonialistas. El auge del pensamiento fue la ideología de la raza “ariana”, una mentira científica que justificaba la eliminación de la “anti-raza”, el judío.

El siglo XXI quiere hacer su historia, bajo la sombra de la división entre el “bien”, simbolizado por los pueblos occidentales (americanos y europeos) y el “mal”, personificado por ciertos pueblos de Oriente.  ¡Roguemos porque las ideas racistas no sigan creando ninguna más explicaciones “científicas” para probar absolutamente nada!.

Hace algunos años que el racismo volvió a asombrar al mundo y encontró una expresión política, justamente en Europa, donde nadie imaginaría podía resurgir. En Francia, las ideas racistas profesadas por el Frente Nacional de Jean-Marie Le Pen han atraído tanta gente que, en el 2002, los franceses se vieron obligados a salir del marasmo para votar en las últimas elecciones. Con miedo al expresivo crecimiento del partido de Le Pen, fueron a las urnas para garantizar la victoria de Chirac, dándole una clara victoria.

Es interesante observar como a lo largo de la historia, las políticas racistas nunca dejaron de pedir a la ciencia que legitimasen su jerarquización social, sus prejuicios y exclusiones. Muchos fueron los científicos que muy pronto se pusieron a concebir teorías, instrumentos de medición, criterios y tesis que, supuestamente, definían las características de las diferentes “razas” humanas y formulaban la base de sustentación de una serie de eventos que marcaran la historia del hombre, tal como la expansión colonial europea, el apartheid sudafricano y el segregacionismo norteamericano, al nazismo.

En los últimos años, la palabra raza, desapareció discretamente de los libros escolares y las antiguas clasificaciones fueron desacreditadas. Eso ha sido posible gracias a los descubrimientos de la paleontología, la genética y la etnología. Aún así, todavía existen algunos investigadores aislados, que profesan la existencia de diferentes razas. Cuando en 1994, los psicólogos Charles Murria y Richard Hernstein publicaron en los EE.UU. “La bella curva: Inteligencia y clásicas estructuras en la vida americana”, con 800 páginas de gráficos y análisis que “demostraban” que el ADN de los negros era inferior al de los blancos, la obsesión racista que inspiró el libro no dejó margen a la duda. Su objetivo político fue claramente demostrado: abolir los programas sociales colocados en la práctica hace más de 30 años por el gobierno norteamericano, a favor de lo más pobres.

Lo que hoy se pregunta es si un científico se puede interesar por “razas” humanas sin procurar demostrar  cualquier desigualdad. En verdad, cada uno de nosotros tiene su propia definición del término, así como los ideólogos del racismo siempre encuentran defensores para proclamar que lo “políticamente correcto” es científicamente incorrecto.

En el siglo XVIII, el botánico sueco Carl von Linneo creó el sistema de clasificación de los seres vivos y estableció el nombre científico de Homo sapiens para la especie humana. Pero, sin contrariar el pensamiento dominante de la época, dividió la humanidad en subespecies de acuerdo con el color de la piel, el tipo físico y los pretendidos trazos de carácter: los pieles rojas americanos, “ingeniosos, despreocupados y libres”; los amarillos asiáticos, “severos y ambiciosos”; los negros africanos, “ágiles e irreflexivos”; y los blancos europeos, “activos, inteligentes e ingeniosos”.

Esa clasificación de la diversidad humana en “grandes razas” no sólo fue aceptada, sino que también sirvió de base para clasificaciones futuras, que alteraban la de Linneo y oscilaban entre una variedad que iba de tres a cuatrocientas razas.

En el siglo XIX, los descubrimientos arqueológicos destruyeron las explicaciones simplistas para el origen del hombre en la Tierra. En “El origen de la especies”, Charles Darwin formuló la teoría de la mutación de las especies. Según él, por medio de mutaciones, las especies se adaptan al medio natural, generan criaturas diferentes de sí mismas y dan origen a nuevas especies. Darwin concluyó entonces, que algunas especies se extinguían dando lugar a otras; ese proceso sería el de la selección natural. Más tarde, extendió esa teoría para el surgimiento del hombre, clasificándolo como descendientes de los antropoides.

La comunidad científica y otros sectores de la sociedad se opusieron a esa conclusión, pues no podían admitir que el hombre blanco “superior”, descendiera de los simios. En verdad, hoy se sabe que el hombre es pariente del macaco y no su descendente. Los descubrimientos de Darwin fueron importantes, pero no definitivos, pues las investigaciones continúan lanzando siempre nuevas luces sobre el origen del ser humano.

La más antigua especie conocida del homínido fue el Australophitecus, que apareció en el Sur de África, hace casi tres millones de años. Este nuevo probable ancestro tenía algunas características semejantes al hombre moderno y creó la primera herramienta. Cuando uno de nuestros antepasados se puso a andar sobre los dos pies, quedó con las manos libres para hacer y usar objetos. El trabajo con las manos fue sofisticando su aptitud para manipularlos, estimulando el crecimiento de su cerebro y su capacidad, lo que acabó diferenciándolo de los animales.

El hombre comenzó a diversificarse muy pronto, hace unos 2,5 millones de años, cuando salió de su lugar de nacimiento, en el África oriental. Se propagó a través de todo el mundo antiguo, esto es, África, Europa y Asia. Pero los glaciares produjeron dos puntos geográficos, aislados: Europa, cuyo norte fue íntegramente cubierto por glaciares; e Indonesia, que estaba unida al continente asiático y del cual fue separada al final de las glaciaciones. Esos dos aislamientos llevaron a un “derivado genético” y moldearon dos grupos: el Pitecantropo en Indonesia y el hombre de Neandertal en Europa. Ambos eran anatómicamente muy diferentes de nuestro ancestro, el Homo sapiens sapiens, que ya vivía sobre el planeta. Hace medio millón de años, éste expandió sus fronteras en todas direcciones, a partir de una segunda onda de doblamientos en Europa, Asia, Austria y América.

Según el paleontólogo Yves Coppens, director del Laboratorio de Antropología del Museo de Historia Natural de París, el Neandertal es nuestro ancestro, el Cro-Magnon, que parece se dividieron en Europa en dos razas distintas. Pero todavía no sabemos si esas poblaciones se “unieron entre sí”, esto es, generaron descendencia fecunda. Tampoco sabemos si el hombre del Neandertal desaparecido hace más de 30000 años, así como el Pitecantropo indonesio, se fundía con la población del Homo sapiens o se extinguió.

Para los panteólogos, tal vez sea esa la única cuestión sobre la raza que hoy interesa a la ciencia. En un siglo de descubrimientos, vemos como se difuminan las fronteras en el seno de la humanidad. Si retomáramos el sentido zoológico del término  - una subespecie diferenciada pero que se une y fecunda con otras subespecies -  no existe en la superficie de la Tierra más que una raza humana conocida, la del Homo sapiens sapiens.

Las investigaciones paleontológicas y su prolongamiento antropológico intentan establecer, entre otras cosas, cuales son las filiaciones, los lazos de parentesco que unen a los humanos. Pero, algunos dicen que “todas las clasificaciones intentadas hasta hoy tuvieron como punto común la ocultación del carácter evolutivo del hombre.

Se cree que existen dos conceptos diferentes de “raza” humana: una incluye las particularidades inmediatas, perceptibles entre los individuos (cultura, lengua, apariencia física), debido a las diferencias de sus poblaciones de origen; la otra es el concepto científico, igualmente empírico, aquel que fue establecido por Linneo en el siglo XVIII, la de las cuatro razas. Esa formulación fue contestada, década más tarde, por el filósofo alemán Johann Gottfried Herder, que afirmaba no existir ni cuatro ni cinco razas humanas, sino que al contrario, había una continuidad de variaciones en las poblaciones que se extendieron por toda la superficie de la tierra.

El racismo ha sido históricamente una bandera para

justificar las empresas de expansión, conquista,

colonización y dominación y ha marchado de la mano de la

intolerancia, la injusticia y la violencia".

Rigoberta Menchú Tum, Dirigente indígena

guatemalteca, laureada con el Premio Nobel de la

Paz, en el simposio "El problema del racismo en

El umbral del siglo XXI"

Estas palabras de Rigoberta Menchú son un ejemplo de la magnitud del problema del racismo como causa de conflictos sociales. El Premio Nobel de la Paz hace una llamada a la conciencia mundial, a entender que el racismo ha sido una herramienta usada por los grandes conquistadores en su afán de obtener el poder; que en el racismo no hay sentimientos meramente nacionalistas, sino que éstos han sido los medios por los que unos cuantos se han lanzado a la guerra de poderes.

El racismo se ha convertido en la bandera de imperios y pueblos, que justifican su ira en contra de los que son "diferentes". Los cambios que últimamente hemos vivido a nivel mundial, esta nueva Era de la globalización, ha hecho que los pueblos enteros revivan los sentimientos de nacionalismo, desgraciadamente de manera errónea. A causa de líderes ambicionando el poder, estos sentimientos de nacionalismo han sido conducidos por medio de la ira, el odio, la intolerancia y la violencia. Esta charla tiene como propósito explicar cómo el racismo ha sido causa de diferentes conflictos sociales y quienes han sido sus actores y víctimas.

Para poder entrar al contexto de este gravísimo problema social, primero debemos saber cuáles son las causas de tanta intolerancia en nuestra sociedad.

¿Qué es el racismo? El racismo es una teoría fundamentada en el prejuicio según el cual hay razas humanas que presentan diferencias biológicas que justifican relaciones de dominio entre ellas, así como comportamientos de rechazo o agresión. El término "racismo" se aplica tanto a esta doctrina como al comportamiento inspirado en ella y se relaciona frecuentemente con la xenofobia y la segregación social, que son sus manifestaciones más evidentes.

Sobre este tema personas reconocidas en el ámbito mundial opinan:

El racismo es una tragedia, pero el mundo puede encontrar una cura contra él, aseguró el expresidente sudafricano Nelson Mandela a los delegados de la III Conferencia Mundial contra el Racismo, que realizó en la ciudad sudafricana de Durban.

"El racismo ha sido descrito a menudo como una enfermedad, y es un problema para todos nosotros. El racismo es una enfermedad de la mente y del alma. Mata a muchos más que cualquier infección", afirmó Mandela.

"Deshumaniza a cualquiera que lo toca", continuó diciendo el político sudafricano en un mensaje audiovisual enviado a los participantes en la conferencia. "La tragedia es que tenemos la cura a nuestro alcance, pero todavía no la hemos aprovechado", agregó.

Mandela, que pasó 27 años en prisión por su oposición al régimen racista de Sudáfrica, dijo que la derrota del "apartheid" es una victoria. "El apartheid era sólo un síntoma de la enfermedad. Para ganar al racismo, tenemos que administrar un tratamiento que sea completo y holístico".

"El racismo es un pecado que constituye una grave ofensa contra Dios". Estas fueron las palabras que pronunció Juan Pablo II.

Gilberto Rincón Gallardo, ha destacado que en México existe una cultura de la discriminación, abiertamente reconocida por las autoridades y que, sobre todo, había disposición, a partir de la sociedad, de combatirla.

¿Qué es la xenofobia? La xenofobia es el odio u horror a los extranjeros, mientras que la segregación social se refiere a la separación de los individuos que integran una comunidad, por entenderse heterogéneos o no asimilables en función de criterios ideológicos, étnicos, religiosos o de otra naturaleza.

¿Qué son los prejuicios raciales? También dentro de este contexto es importante señalar qué es un prejuicio racial. Se puede decir que el prejuicio racial es el producto de un estado afectivo-activo el cual nunca es resultado de una reflexión; es ese estado afectivo que no podemos anular a través del razonamiento, no por demostración; el prejuicio racial es un estado influido por las circunstancias políticas y económicas. Los factores que fomentan los prejuicios raciales son:

1.   Heterogeneidad de la población conviviendo y compitiendo.

2.   Ignorancia, falta de información y comunicación.

3.   Crecimiento demográfico del grupo discriminado.

4.   Rivalidades y conflictos por el trabajo.

5.   Propaganda tendenciosa.

¿Qué es el etnocentrismo? Por otra parte el etnocentrismo se refiere a una actitud en que las culturas creen que sus modelos raciales son buenos para todos y que los que son inferiores a ellos tienen que aplicarlos.

Tanto el racismo, los sentimientos etnocentristas, la xenofobia y los prejuicios raciales son los que constituyen este ambiente de la intolerancia y odio que existen entre los seres de una misma raza, la raza humana. Pero todo esto gira alrededor de cuatro creencias acerca del racismo ejemplificadas por Carlos Caballero en su artículo "El racismo. Génesis y desarrollo de una ideología de la Modernidad".

La palabra "racismo" designa una creencia cuyos rasgos fundamentales serían los siguientes:

1.   Creer que los seres humanos se dividen, fundamentalmente, en razas. Y, en consecuencia, atribuir al factor raza una importancia antropológica decisiva.

2.   Asignar a las razas características inmutables, y creer que los caracteres transmitidos hereditariamente no son sólo los rasgos físicos, sino también ciertas aptitudes y actitudes psicológicas, que son las que generan las diferencias culturales que se pueden apreciar.

3.   Creer que existe una jerarquía entre razas, siendo una, o alguna de ellas, superiores a las otras.

4.   Entender la mezcla de razas como un proceso de degeneración de las razas "superiores".

Lo más curioso del caso es que, con los avances científicos y tecnológicos que hemos desarrollado en esta última parte de nuestra historia, el racismo no tiene ningún fundamento para su existencia. Recientemente un equipo integrado por los profesores Luca Cavalli-Sforza, Paolo Menozi y Alberto Piazza publicó la obra titulada "The History and Geography of Human Genes", en esta obra los autores niegan que exista una base científica del racismo. A través de técnicas desarrolladas por la Genética de Poblaciones, estos científicos han llegado a la innegable conclusión de que no existe fundamento científico que permita clasificar a los seres humanos en razas. Se ha demostrado que la diversidad bioquímica, genética y sanguínea entre individuos que se suponen de una misma "raza", es incluso mayor que la que existe entre "razas" diferentes. Los factores biológicos en los que está basado nuestro concepto de raza son sólo externos, los datos aportados por nuevas técnicas como: el análisis de los árboles filogenéticos, de los polimorfismos nucleares y del ADN mitocondrial, proponen un nuevo escenario en donde el concepto de raza es irrelevante e incluso inexistente. Frente a este nuevo panorama expuesto por la biología molecular, algunos científicos aún disienten.

Con esta reflexión entendemos que el problema racial en superficie puede estar fundamentado por la diferencia de razas, pero en ningún momento podemos decir que es un conflicto de carácter genético. Los hombres han aprendido a clasificarse en razas, nadie de nosotros nacemos con tal conocimiento de jerarquía. El racismo es un estado mental inducido por aquellos actores tras el poder.

La primera teoría racista fue escrita por el francés Joseph Arthur conde de Gobineau en el año de 1853. Los puntos más importantes que plasmo en su célebre Ensayo sobre la Desigualdad de las Razas Humanas son:

·                Existen ramas superiores, dominantes, que no son sino ramas de una misma familia, la aria, y que han dado vida a las formas culturales más brillantes y a las naciones más poderosas.

·                La decadencia de esas naciones y esas culturas se ha producido por degeneración biológica de las razas, por el mestizaje.

·                La historia no es otra cosa que el campo de batalla donde se libran luchas entre razas.

El contexto social y político de la época fue lo que hizo que esta teoría tuviera gran eco. En esos momentos Europa estaba experimentando un gran auge tanto político, militar, tecnológico, científico, como cultural. Europa estaba en la conquista del mundo. El racismo estaba siendo utilizado por las naciones imperialistas de raza blanca como ideología de legitimación de las políticas expansionistas. Por otra parte el contexto científico le dio un realce importante a esta primera teoría racista. Poco después de que Gobineau dio a conocer su obra, Darwin expuso sus ideas acerca de la naturaleza, en donde argumentaba que en la "batalla por la vida" sólo triunfan "los más fuertes" y que esto era el "motor de la evolución". Las ideas de Darwin inmediatamente fueron vulgarizadas y aplicadas al ámbito humano nombrándolo como "Darwinismo social".

Las teorías de Gobineau son herencia de la Ilustración, el concepto de racismo es también legado de este periodo, por lo que observadores como George L. Moose no han dudado en definir al racismo como el lado oscuro de la ilustración, "der Schattenseite der Aufkllarung". Y para los que creen que el racismo es un concepto del pasado deberían leer las obras de Louis Dumont, quien expone que el racismo es una ideología típicamente moderna y profundamente emparentada con el individualismo.

Actores del Racismo

Sin duda, uno de los principales actores del racismo es el Estado. En cualquier estrategia que se adopte frente al racismo, el Estado tiene un papel central. Como ejemplo tenemos los peores casos de racismo genocida e institucional del siglo XX: el nazismo en Alemania, el apartheid de Sudáfrica, el conflicto de Ruanda en 1994. En todos ellos los gobiernos tuvieron un papel preponderante tanto en la promulgación de leyes discriminatorias como en la promoción de valores racistas. No hay que perder de vista que el Estado tiene en sus facultades responsabilidades fundamentales como la educación, la promulgación de leyes justas, la administración imparcial de justicia, y el mantenimiento de normas y valores de equidad en la sociedad.

Además, los Estados tienen el deber de proteger los derechos de los ciudadanos de otros países que vivan dentro de su territorio. El Estado tiene la obligación de:

·                Promulgar leyes que prohíban la discriminación racial.

·                Establecer los mecanismos propicios que estimulen la vigilancia sobre la incidencia del racismo y la discriminación racial dentro de instituciones y sociedades.

·                Condenar públicamente a las instituciones que incurran en dicho delito.

·                Asegurar que se sancionen a las instituciones públicas y a los funcionarios de Estado que niegan por motivos raciales la impartición de justicia.

El conflicto intra e interestatal está estrechamente asociado con la manipulación política de ideas raciales y con la polarización social. La movilización política unida a diferencias tanto reales como imaginadas entre grupos se produce con frecuencia cuando el Estado distribuye los recursos aplicando criterios étnicos. Los casos de Yugoslavia y Ruanda son representativos. También lo es la situación de los palestinos en Israel, país en el que el Estado continúa negando un acceso igual a los recursos y les impide participar abiertamente en el sistema político.

El racismo puede desatar conflictos que afectan de varias formas la identidad nacional: se afectan a otras naciones o grupos; aceleran la separación tanto física como social de comunidades; y hace imposible la identificación con metas trans-sociales e identidades alternativas. En Ruanda y en Kosovo, por ejemplo, los extremistas se valieron de los temores y frustraciones de la población. El discurso racista se utilizó para profundizar la desconfianza y el "odio de grupo", lo que con el tiempo llevó a una violencia extrema. En Ruanda, las milicias hutus masacraron a los tutsis, y en Kosovo se expulsaron a los albaneses. En ambos casos se encarceló a hombres, mujeres y niños y se cometieron violaciones, torturas y asesinatos. Estos crímenes fueron esencialmente actos políticos de ideología racista.

El lenguaje del odio tiene más posibilidad de provocar conflicto violento cuando las instituciones del gobierno monopolizan la fuente de información y cuando existen pocos foros públicos que promuevan el libre intercambio de ideas. El discurso racista, a menudo a través de una mitología histórica, crea una cultura victimista. Una persona que se siente víctima se convierte en agresor con mayor facilidad. Son muchos los tipos de difusión del odio que permiten crear una cultura victimista, pero el discurso racista es particularmente efectiva.

Las personas que sufren racismo responden de diversas maneras. Algunas comunidades interiorizan los valores del sistema que las oprime. Muchos hindúes de castas inferiores aceptan su condición por creer que han sido moralmente culpables en una existencia anterior. Hasta cierto punto, estas percepciones fatalistas se encuentran también entre las comunidades indígenas de Guatemala, México y Perú. A otro nivel, los niños o mujeres tienden muy particularmente a creer que si sufren discriminación o abusos es porque son responsables o parcialmente responsables del comportamiento de que son objeto.

Otra forma de respuesta de las comunidades oprimidas consiste en aislarse del conjunto de la sociedad que las oprime. A veces se apoyan en una cultura diferenciada, y pueden hacerlo de una forma introspectiva negativa. Esta respuesta también interioriza, aunque de manera distinta, las expectativas del conjunto de la sociedad. Otro ejemplo, es la división de las comunidades minoritarias en las ciudades estadounidenses.

Las culturas minoritarias pueden hacerse opresivas. En el Reino Unido, la comunidad asiática padece considerablemente el racismo, y ha respondido encerrándose en su propia cultura, la cual se ha vuelto autoritaria en varios aspectos. Su reacción se expresa principalmente a costa de las mujeres, a muchas de las cuales se niegan algunos de sus derechos fundamentales. Así pues, como podemos observar, uno de los efectos de la discriminación racial en ciertas sociedades es el de reforzar la intolerancia y el autoritarismo en el seno de las culturas oprimidas.

Una respuesta muy diferente a la discriminación racial es la de contenerse. Es decir, las personas optan, a menudo por vivir dentro de los límites y expectativas de la sociedad que los circunda. Un ejemplo de esta respuesta puede verse en la manera en que el deporte se ha convertido en el campo en el que los negros destacan. Muchos grupos que sufren discriminación practican la autocensura, limitan sus propias aspiraciones y permiten que miembros menos capaces de otros grupos se les adelanten, porque reconocen los riesgos que conlleva el competir. El sentimiento inconsciente, o admitido en privado, de temor e intimidación, que puede no tener causa explícita, rara vez se discute, ni siquiera en el seno de las propias comunidades oprimidas. Es una de las cuestiones que deberían abordar los responsables de formular políticas que deseen atacar de raíz el racismo y la discriminación.

Otra respuesta de las víctimas es adoptar el comportamiento estereotipado que el prejuicio espera de ellas. En la práctica, esta respuesta puede hacerse realidad y atrapar a las víctimas en el modelo que han asumido conscientemente. Algunas víctimas de la opresión racial oprimen a su vez a las personas que consideran inferiores. Las víctimas del racismo tampoco son inmunes a las actitudes racistas. En muchos casos, las personas a las que se trata como inferiores, parecen sentir la necesidad de encontrar otros sobres las que declararse superiores. Las sociedades en las que esto ocurre no solo se "racializan" sino que desarrollan jerarquías raciales. El racismo y la discriminación caen en forma vertical por todo el sistema, infligiéndose con aun mayor dureza a los más pobres y los más vulnerables. El apartheid fue claramente un sistema de este tipo; también lo es el sistema de castas de la India. La respuesta de los kosovares albaneses tras la intervención militar internacional es un ejemplo reciente. Los grupos oprimidos también contribuyen a mantener el statu quo. Con frecuencia resulta difícil que los grupos oprimidos cooperen los unos con los otros en pro de un interés común y superior. Un ejemplo extremo lo ofrecen algunas sociedades del Caribe en las que la estratificación racial es muy compleja y marcada, y en la que los miembros de piel relativamente más blanca se consideran superiores a los de piel más oscura de la misma sociedad. Una cosa es atribuir culpa, que puede hacerse con razón, pero no se hallará solución a estos problemas mientras las comunidades en cuestión reproduzcan y contribuyan a mantener complicadas distinciones de color y de condición social.

Las transformaciones que ha sufrido la economía mundial se están traduciendo en una marginación de los que son pobres y menos capaces de aprovechar las nuevas oportunidades. Al retirarse el Estado de toda una serie de responsabilidades sociales, estas mismas personas quedan en muchos casos en una posición de vulnerabilidad todavía mayor. Al mismo tiempo, la porción de la población mundial que se ha beneficiado inesperadamente de estos mismos cambios en la economía internacional, está quedando cada día más aislada de los pobres y de los que más padecen discriminaciones de todo tipo sea, en sus países o internacionalmente.

Para cambiar las actitudes es necesario educar y concienciar al público, pero es evidente que esto tampoco será suficiente. En muchos casos, el racismo es una respuesta racional para defender privilegios. La educación por sí misma no cambiará el conflicto de intereses que lo hace funcionar y reproducirse. En algunos casos, no puede producirse un cambio positivo sin reformas económicas y sin contar con nuevos recursos económicos. En otros, se requerirán estrategias distintas y más imaginativas para destruir los estratos de negación que causan que unos grupos hostiguen a otros o ignoren sus necesidades.

 

 

 

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El libro del Maestro (Ensayo)
Los Buscadores de la Verdad (Ensayo)
Nueva Narrativa Vol. 2 (Narraciones)
Lecciones de cosas (Ensayo)
   

 

 

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