EINSTEIN MÍSTICO Y CIENTÍFICO

ALCORAC

SALVADOR NAVARRO

      

 

 

            

Dirigida a la Escuela de:

                        Mallorca

 
 

 

 

                                                                                 

                                                                                  Circular nº 3 , año XIV

                                                                                  Bunyola, 1º de Marzo de 2.008.

A. EINSTEIN – MÍSTICO Y CIENTÍFICO.-

Lo que hay de notable, casi incomprensible, en las palabras de Einstein, es el hecho de que afirma categóricamente que cualquier ley cósmica puede ser descubierta por “puro raciocinio”, como llama él a la intuición cósmica; hace una llamada al principio deductivo de “a priori”, que trasciende el análisis inductivo de “a posteriori”. Afirmó que la intensa concentración mental, focalizada en el UNO del Universo, esto es, en la Causa o la Fuente, nos puede revelar todo el mundo del Verbo, de los Efectos o las Causas; que el último estadio del proceso cognoscitivo va desde el Uno al Verbo y no al contrario. El hombre de focalizar la Causa (el Uno) y desde ahí partir hacia los Efectos (el Verbo).

Llega entonces la pregunta: ¿Cómo alcanzar la causa a no ser por los efectos?

Einstein niega que haya un camino que lleve desde los efectos a la causa, o de los hechos a los valores. Afirma que el mundo del Uno, de la Causa, del Valor, de la Realidad, es revelado al hombre cuando está en condiciones de recibir esa revelación; el hombre no puede causar esta revelación de la Realidad, pero puede y debe condicionarla. “Pienso 99 veces y nada descubro; dejo de pensar y me hundo en el silencio, entonces la verdad me es revelada”.

Dice el Bhagavad Gita, la misma verdad: “Cuando el discípulo está preparado, el maestro aparece”.

En lenguaje actual podríamos decir: “Cuando el ego está en condiciones propicias, el Yo se revela, o sea, cuando el canal está abierto, las aguas de la fuente fluyen por su interior”.


En lenguaje teologal diríamos: “Cuando el hombre tiene fe, Dios le da la gracia”.

Y dice Jesús: Las obras que yo hago no soy yo quien las hace, sino el Padre que está en mí; de mí mismo nada puedo hacer”.

Vemos en todos estos casos que la Causa funciona cuando las condiciones lo permiten.

El principio fundamental de las Matemáticas de Einstein es el mismo: establecer condiciones favorables para que la Causa pueda funcionar. Las condiciones son de los hombres, pero la Causa es del cosmos.

Este es el principio básico de la verdadera Metafísica y Mística: la seguridad de que ellas dan de la Realidad, no les viene del mundo manifestado, concreto, de los hechos, dominados por el tiempo y el espacio, sino que vienen del mundo de la Real. Y como ningún acto puede dar certeza, ningún hecho puede destruir la certidumbre que el místico tiene de la Realidad.

Certeza, firmeza, seguridad, tranquilidad, consciencia de la Realidad, serenidad, felicidad, todo esto brota de la Fuente de la propia Realidad y no puede nacer ni morir por la materialidad.

Matemática, metafísica, mística y ciencia, en los más altos niveles de la intuición están convergiendo hacia un mismo punto; o mejor, están recibiendo de la misma Fuente para llenar sus canales, Basta entrar en contacto directo, inmediato, consciente con la plenitud de la Fuente, el Uno del Universo, y todas las desarmonías de los canales, del Verbo, serán sanados por el impacto de ese Uno.

Mientras la más pura Matemática no sea el principio dominante de la Metafísica, la Mística y la Ciencia, no puede haber mejora sustancial en el seno de la humanidad.

“Conoceréis la Verdad y la Verdad os hará libres”.

Einsten apareció en el cielo del siglo XX como un cometa y sus teorías rasgaron el firmamento como un meteoro impactando sobre el planeta. Fue un hombre más próximo a los antiguos magos, alquimistas y taumaturgos, debido a su pensamiento intuitivo y no meramente analítico.

En una carta escrita a un amigo en 1.954, un año antes de su muerte, publicada por la revista americana Time, el 26 de Enero de 1.969, afirma que no recordaba haber tenido experiencias de tipo analítico para descubrir la ley de la relatividad, sino que ella le vino por intuición. Dice textualmente: “No existe ningún camino lógico para el descubrimiento de esas leyes elementales; el único camino es el de la intuición”.

Había días en que se cerraba en un habitáculo del último piso de un edificio de siete plantas y daba órdenes a su esposa para que nadie lo llamase, ni aún para comer, recomendando pusiera una bandeja de bocadillos ante la puerta cerrada, Así pasaba días enteros en prisión voluntaria, en mangas de camisa, en total soledad.

En el tiempo que pasó en Princeton, a veces se cerraba en su gabinete de estudios, en su casita de Mercer Street, medio perdida en el bosque, sin recibir visitas. Diariamente subía por un camino solitario hasta las alturas de un cerro en cuya cima se levantaba el Instituto para Estudios Avanzados, tan absorto que no se daba cuenta si alguien se emparejaba casualmente a su lado.

Tengo la impresión de que el espíritu de Einstein vivía en otros mundos y sólo el cuerpo físico deambulaba por este planeta, manteniendo un ligero contacto con su ambiente físico y social. Dinero y valores materiales eran para él cosas ficticias; éxitos o fracasos, harinas del mismo costal. Un hombre así puede llegar al más alto grado de ética sin ninguna “religión” determinada. Él no profesaba ninguna especie de religión, aunque fuera profundamente religioso. Para los teólogos debía ser un ateo, porque no admitía un Dios personal; en mi concepto fue un místico, un hombre de altura espiritual que sentía la presencia de un Poder Supremo impersonal, que rige los destinos del universo. Y esta experiencia del Infinito le hacía sentir la fraternidad universal de todas las criaturas.

Ha sido un error creer que había descubierto la teoría de la relatividad después de pacientes investigaciones y análisis durante muchos años. Es cierto que investigó, pero estos análisis por sí solos no pueden ser considerados como la causa intrínseca de sus descubrimientos, sino las condiciones externas de las mismas.

Ahora entremos en terrenos oscuros o en penumbra, que muchos lectores no saben o no sospechan. Por eso hemos de cavar más hondo e intentar alcanzar capas menos conocidas.

Quien no conoce la diferencia entre el ego pensante y el pensador cósmico o cosmo-pensado, no podrá comprender a Einstein ni su obra. Especialmente entre las razas más antiguas del planeta que conocemos, entre los cuales distingo a los hebreos y los hindúes, aparecen rara vez, individuos intensamente conscientes prevaleciendo notablemente sobre la conocida consciencia personal. La gente habla entonces de hombres inspirados, místicos, magos, profetas, etc. El hombre de ego pensante, restringido a su pequeño círculo de los sentidos y de la mente, no comprende que la razón puede ensanchar notablemente esa circunferencia, alcanzado áreas mucho mayores de consciencia.

En la antigua África, entre hebreos y no hebreos, aparecen hombre cosmo-conscientes, como el gran Coth, a quien los griegos llamaron Hermes, el tres veces grande; también Moisés, legislador y guía del pueblo de Israel; otros como los grandes neoplatónicos de Alejandría, Filon, Plotino y Orígenes; allí vivieron algunos grandes faraones iniciados y genios como San Agustín y Tertuliano.

En Asia, continente de cultura antigua, aparecen hombres como Buda, Krishna, Vivekananda, Tagore, Gandhi, Lao-Tsé, Zaratustra, Jesús, Pablo de Tarso; todos ellos, unos más y otros menos, trascendieron su pequeño ego de hombres comunes y fueron invadidos por la gran cosmo-consciencia.

Algunos dan a ese poder cósmico el nombre de “alma del universo” como Spinoza; otros le llaman “Papá” como Jesús; para otros es, simplemente, el Tao, como Lao-Tsé; y otros, le dan el nombre de “Ley” como Einstein.

Toda vez que esos hombres de consciencia cósmica sienten la invasión de esa fuente infinita en sus canales materiales, vacían sus vehículos humanos y permiten ser poseídos por fuerzas cósmicas.

A veces, esas fuerzas superiores dominan totalmente la consciencia humana, tal como una tempestad hincha las velas de un velero y lo arrebata con gran felicidad; a veces, el marinero humano, bajo el impulso de la inspiración, domina y dirige con cautela su nave, impelido por una fuerza del Más Allá, pero conservando la dirección sobre las fuerzas telúricas.

Sigue en la Circular del mes de Abril de 2008.

LA REALIDAD OCULTA.-

Vamos a sugerir que la sabiduría consiste principalmente en acceder a los gustos y opiniones de nuestros contemporáneos, pero con un amable espíritu de escepticismo. Aquel que preguntó al Oráculo de Delfos cómo debería servir a Dios, recibió por toda respuesta “según las leyes y costumbres de tu país”. Un dicho expresa con acierto esta clase de tolerancia: “Comprender es perdonar”, que son actitudes complementarias. Comprender implica creer que la conducta está gobernada por leyes deterministas y perdonar es un acto de piedad que trasciende el determinismo.

Cada uno de nosotros nace con unos aditamentos biológicos que permiten mil clases distintas de vida. Pero desde el día de nuestro nacimiento, el entorno físico y especialmente el entorno social canalizan nuestro desarrollo en ciertas direcciones. Esta inevitable limitación es uno de los aspectos principales del sentido trágico de la vida. Además, el hecho de que para alcanzar cualquier objetivo el hombre debe actuar como una unidad, cuya creación requiere elecciones y rechazos dolorosos, la hace aún más angustiosa. Adquirimos nuestra individualidad a partir de la acción espontánea de las fuerzas naturales. Pero construimos nuestra personalidad a través del estímulo y a menudo doloroso proceso de elegir de todas las opciones posibles, aquellas que mejor se acomoden al tiempo y lugar en que discurren nuestras vidas, es decir, el marco social.

Cuando recuerdo mis pasadas experiencias, mi memoria no sólo resucita a las personas con las que tuve relación, sino también los lugares donde viví. Me veo de niño cargando con ladrillos y arena para edificar viviendas; los sueños de aventura de mi adolescencia relacionados con el cercano continente africano; me acuerdo ya de joven adulto, leyendo novelas de ciencia ficción.

Recuerdo mejor el ambiente de un lugar que su aspecto concreto, porque más que escenarios geográficos, los lugares me hacen recordar situaciones vividas. La primera vez que visité Madrid de estudiante, el paisaje de las montañas de Navacerrada…..

En la vida cotidiana, las personas suelen ser más importantes que los lugares. El hombre es ante todo un animal social que a comienzos de la Edad de Piedra cazaba en grupos compenetrados. Antes de tener conciencia de su individualidad, y ya no digamos de su humanidad, dependía de la estrecha asociación entre los miembros del grupo. Como muchos otros seres, yo también he dependido en cada etapa de mi vida y sigo dependiendo de muchos hombres y mujeres. Sin embargo, siempre me inclino a favor de los que creen que los paisajes afectan profundamente al desarrollo humano.

Tanto en la vida real como en la literatura, las personas dependen funcionalmente del lugar en que viven. Los psicólogos relacionan mente y lugares. La mente humana es retentiva porque es “especulativa” en el más puro sentido etimológico de la palabra: funciona mediante imágenes visuales. La palabra “especulativa” viene de “espectáculo”, literalmente “visto con la mente”. Asimismo, la mayoría de nosotros elaboramos nuestros pensamientos a partir de las imágenes sensoriales que extraemos del mundo que nos rodea.

En la vida cotidiana, respondemos tanto a los edificios, paisajes, árboles, estrellas y otros elementos del Universo no humano, como a nuestras experiencias sociales. Estamos rodeados por dichas respuestas. Las grandes llanuras y las extensas costas hacen al cuerpo y a la mente distintos de lo que serían a la tenue luz de los claros del bosque o de los valles de alta montaña. Tanto las expresiones del folklore como las más sofisticadas formas de literatura dan por supuesto que la individualidad está moldeada por los trazos del lugar donde la persona crece. Pocas tienen un recuerdo tan concreto de estos aspectos, pero todos reflejamos en nuestra individualidad los mundos en que hemos vivido. La persona nacida en y criada en Madrid no puede evitar estar condicionada por las iglesias, museos, teatros y parques, por su aspecto visual, sonidos y olores. Aunque el madrileño no lo advierta conscientemente, estas experiencias pasan a formar parte de su ser y le hacen permanentemente distinto de cómo hubiera sido en Berlín o Londres.

Los seres humanos son antes expresión del paisaje que los acoge que de su estructura genética. Creo que si se exterminaran a los madrileños de golpe y se repoblara la ciudad con gaditanos, al cabo de tres generaciones se descubriría que las características de los madrileños volverían a estar vigentes.

Sabemos perfectamente que el espíritu de un lugar incluye otros muchos factores además del paisaje. Los modelos de conducta y las inclinaciones características de todo grupo racial, regional o nacional, han recibido tanta influencia del modo de vida como del entorno físico, de la historia cultural como de la historia natural. Pero estos influjos pueden no ser tan significativos como parecen, porque todas las culturas son profundamente afines a las cualidades de la naturaleza que les proporcionan inspiración y alimento.

A finales de la Edad de Piedra la humanidad se fue dividiendo en dos categorías de personas, cuyos distintos modos de vida les llevaron a diferir genéticamente. Los pastores dependían por entero del ganado y se hallaban casi en constante movimiento, cambiando de pastos según las estaciones, mientras que los agricultores primitivos dependían de los cultivos para su sustento y tuvieron que establecerse y hacerse sedentarios. Estas dos maneras de vivir dieron como resultado dos tipos humanos distintos, representados en la Biblia por la leyenda de Caín y Abel, simbolizando el conflicto entre el agricultor y el pastor, una pugna que no ha cesado de repetirse a lo largo de la historia. Las luchas entre los granjeros y los ganaderos del medievo y hasta la historia reciente del Medio Oeste en los EE.UU., así como entre los pastores masais y agricultores kikuyu del África oriental moderna, son sólo tres de las múltiples manifestaciones de este eterno conflicto. La misma Guerra de Secesión norteamericana puede interpretarse como un enfrentamiento entre dotaciones genéticas diferentes. El Sur estaba dominado por aristócratas de tradición militar y feudal, mientras que el Norte estaba poblado por descendientes de campesinos y artesanos cuyas armas eran el ingenio técnico y la agresividad comercial.

Aun admitiendo la importancia de la herencia en todos los aspectos de la vida humana, da la impresión de que las fuerzas sociales, las condiciones ambientales y los accidentes históricos, han jugado un papel aún mayor en los acontecimientos históricos. Las diferencias entre los pastores y los agricultores prehistóricos podrían haberse debido más a factores sociales que de tipo genético.

El cazador primitivo se consideraba parte de su entorno natural y solía situar las decisiones de la comunidad por encima de sus propios intereses. Por el contrario, el agricultor primitivo se veía obligado a manipular el entorno donde vivía, adoptando así una forma de vida que valoraba la competencia, el ahorro, la propiedad, las estructuras de clase y las jerarquías. Estas actitudes opuestas fueron, probablemente, las expresiones de carácter social más que el resultado del determinismo genético. De hecho, las tribus modernas de pastores nómadas descienden de antiguos agricultores que dejaron la agricultura sólo tras haberse visto obligados por las circunstancias a emigrar a las estepas y zonas desérticas.

Sigue en la Circular del mes de Abril de 2008.

¿QUÉ ES EL DIABLO?

Ninguno de estos es, a nuestro modo de ver, el origen de Satán. Ese ser que critica el lado débil de la más perfecta de las criaturas; que hasta al varón justo encuentra faltas; que al comparecer delante de Yavé, después de haber recorrido el mundo, quiere penetrar en las oscuridades del plan del universo, dando al mismo Dios explicaciones de los móviles del hombre, que Éste ha creado, echándole así en cara las imperfección de su obra; ese criterio despiadado, ese Satán que tiene suficiente poderío para hacer soplar un vendaval que derriba las casas, para hacer que llueva un fuego abrasador, para levantar “sabeos y caldeos” para sus propios fines; aunque subordinado a Yavé y manejar los resortes de la Naturaleza necesite de Su permiso, ese Satán responde a una idea demasiado poderosa y definida para haber nacido en la literatura hebrea de una manera súbita y sin antecedente alguno. Es muy distinto de los ángeles, su personalidad diverge demasiado para tomar el mismo origen que ellos, como más tarde se supuso. No puede afirmarse esto cuando no encontramos ni un precedente de él entre los beni-elohim.

Así que se pueden hacer tres suposiciones.

Primero, que Satán sea el producto de la evolución de alguno de los dioses terribles de las tribus que coexistieron en ellas con Yavé y que luego fuera vencido por éste en la lucha por la existencia, quedando como un reflejo de lo que fue, como una sombra flotando sobre la Tierra, la cual volvería a reaparecer de vez en cuando como un contrario sometido a Yavé en el seno del monoteísmo judío.

Segundo, que fuera el Azrael del desierto que el Levítico nos presenta, exigiendo el sacrificio del chivo expiatorio cargado con los pecados del pueblo de Israel, el cual más tarde reaparece bajo este nombre en el libro de Enoch, capitaneando a los ángeles que descienden a la Tierra a unirse a las hijas de los hombres, y a difundir con la ciencia la maldad entre los mortales.

Y tercero, y es lo que creemos más probable, que fuera una emanación del propio Yavé, llegada a ser distinta de Él mismo. Los beni-elohim estaban intrínsicamente precontenidos en Elohim, en el dios plural del Génesis. Elohim implicaba la coexistencia de un dios y de los beni-elohim, es decir, era un dios formado por varios. Luego, desdoblándose, de Elohim salieron los beni-elohim y quedó la idea del dios único, en cuya categoría fue admitido Yavé. Desde este momento histórico, Yavé aparece sirviéndose algunas veces de aquellos como ejecutores de sus órdenes, buenas o malas. Así entre los ángeles se encuentra el exterminador. ¿No podría haber dado origen a este Satán el haber empezado a disgregarse de Yavé, las funciones maléficas que eran parte integrante de él mismo? El que Satán sea una emanación directa de Yavé, una personificación de sus malvadas cualidades, induce a creerlo el que el pasaje del libro de las Crónicas que culpa a Satán de que David hiciera el censo del pueblo hebreo, se atribuya al de Samuel que le es anterior a Yavé directamente. Esto indica bien claro que en Israel existieron las dos tendencias. Como está demostrado, el libro de Samuel es anterior al de las Crónicas. Véase II Samuel 24.

El hebreo, después de haber creído que Yavé hacía el mal y el bien, tuvo tendencia a suponer en el mal un origen distinto, sobre todo a partir de la época en que el mal le recaía siempre a él, nunca a sus enemigos. No concibiendo que el dios que adoraba fuera su contrario en tales casos, el mal por fuerza le había de venir suscitado por otra personalidad, la cual, dada la omnipotencia de Yavé, no podía menos que estarle subordinada. De aquí el que surgiera la personificación de este Satán, crítico persistente de la obra humana, enemigo de Israel, que en principio colabora con Dios en su maléfico cargo, a quien está sujeto, pero que se emancipa luego y absorbiendo todas las funciones maléficas de Yavé, pasa a ejercerlas por su propia cuenta. Los antecedentes de Satán deben buscarse en las cualidades maléficas de Yavé.

En resumen, Satán que estaba precontenido en germen en el seno de Yavé, dentro del cual se agitaba confusamente, se desprende de él ya en el Libro de Job, y a partir del cautiverio de Babilonia, ya independizándose, bajo la influencia persa, hasta que llega a ser su antítesis en el período cristiano, en que recibe el esfuerzo que el moribundo paganismo le trae con sus dioses infernales.

Vacías y poco importantes eran las personificaciones del Mal en la Grecia antigua. El Mal no tenía allí una representación única, no existía un dios solo esencialmente malvado. Los poetas describen algunos mitos secundarios de un carácter más o menos terrible, pero éstos tenían bien poca influencia sobre los griegos.

Las Gorgonas, las Furias, las Harpías, que siegan y arrebatan antes de tiempo; las Lamias y la Parca fiera que nos corta el hilo de la vida, la Hidra y algunas personificaciones de la Luna, pálida o rojiza, como la infernal Hécate, que hace aullar los perros y a quien place la sangre vertida, Empusa que rompe las piernas de los que andan de noche, o corta los brazos de los campesinos que siegan a su pálida luz; bien poco temían los griegos. Las mismas sirenas, esos mitos fenicios, eran sólo objeto de cuentos; los intrépidos marinos del archipiélago volvían de sus expediciones sin haberlas visto nunca. Tales personificaciones fueron sólo meras figuras retóricas, hasta que llegó la decadencia. Pero al invadir Grecia, los cultos misteriosos de Asia tomaron cuerpo, engrosaron y llegaron a espantar al pueblo ignorante, ya preso de supersticiones exóticas.

Igual sucedió en Roma, las larvas lémures, las atriges y demás divinidades monstruosas, no ejercieron influencia alguna sobre los ánimos hasta la época del Imperio. Sólo a la sombra de los dioses zoomórficos, venidos de un Egipto decrépito, cobraron vida.

Al infierno, en la antigüedad antes de Homero, no se le consideraba como lugar de castigo de los malos. Las personificaciones de Plutón y Hades, indican la tierra como receptáculo de los muertos. En conjunto el Infierno representa el laboratorio subterráneo de la vida del planeta; en una hipótesis mitológica que explica la germinación en el interior de la tierra; cómo y por medio de qué fuerzas se desarrolla de una semilla una planta. No tenía otra significación en Egipto el mito de Isis que salía del Infierno y que fecundaba en Osiris. El trigo, se decía, que bajaba al Infierno cual el Dios, y que cuál éste resucitaba, por lo que se le consideró símbolo de inmortalidad. Por esto se ponía en las cajas de los muertos en señal de resurrección.

Análoga era la idea que encerraba la idea griega de Ceres, Proserpina y Plutón. Ceres era la vegetación; Proserpina, nutrida por un Titán, personificación de las fuerzas geológicas, no es más que el grano que entra en la capa subterránea, absorbido por Plutón, imagen del poder creador que allí reside. Permanecerá tres meses con su esposo en el interior de la tierra y luego saldrá a la luz y gozará de ella nueve meses; y esto lo repetirá cada año. ¿Quién la arranca del Infierno? Hermes, el trabajo, el cultivo, que es quien hace brotar el vegetal de las entrañas de las mismas rocas. ¿Puede hablar más claro la alegoría? Pero Ceres, al encontrarse con Baco en Eleusis, pierde su pureza; santifica a las espigas con el vino y da a su hija el gobierno de las almas en los antros subterráneos; de severa y bella que era, se vuelve triste y sombría; y su mirada adquiere algo de siniestro.

En la época heroica, en el infierno aun no preponderaba el Tártaro, y éste no contenía ni fuego, ni humo, ni inspiraba horror. Muy al contrario: lo que en él entraba muerto, pronto volvía a salir vivo; era un manantial de inmortalidad; era el depósito de la vida, pues la suministraba continuamente a la superficie de la tierra.

En Homero aparece el Tártaro descrito. Es, según él, un palacio subterráneo situado debajo de los Campos Elíseos, cerrado con grandes puertas de hierro. Tiene la entrada al Occidente del Mundo, la que guarda Hades y Plutón. El Tártaro sirve principalmente para castigo de grandes culpables cuya categoría llega a la de los dioses. Allí están los Titanes, esos dioses caídos, que tuvieron la audacia de escalar el cielo para destronar al propio Zeus.

Como las huestes de los ángeles rebeldes, que más tarde capitaneó el Satán judío, fueron precipitados por igual crimen a las tinieblas. Dentro del mundo tenebroso viven amarrados con cadenas esos héroes derrotados y en el silencio los consume la desesperación y el despecho, privados de la luz del Sol y la frescura del aire. Antes de la época homérica, los Titanes fueron personificaciones de los fenómenos atmosféricos y cósmicos. Representaban los fuegos subterráneos que producen terremotos, que escapan por el cráter de los volcanes, dando rugidos, escupiendo al cielo lava y negro humo; representaban las nubes que parecían salir de la tierra y remontarse al cielo para tapar el firmamento y esconder la luz; las altas montañas que parecían querer elevarse a la región de los astros. El antropomorfismo hizo de ellos otros dioses enemigos de los que habitan el eterno espacio, que derrotados purgaban su osadía en las prisiones subterráneas. En Homero no son divinidades infernales; son seres malditos.

Sigue en la Circular del mes de Abril de 2008.

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