Inquietudes Metafísicas 1.6

Salvador Navarro Zamorano

 

   
     

 

  EL UNIVERSO Y EL HOMBRE

          La física habla de la entropía del macrocosmo mundial y la metafísica de la extropía del microcosmo humano.

          La entropía es la tendencia del Universo de reducir todo movimiento a calor, que no es totalmente reconvertible en movimiento. Si algún día, todo el movimiento estuviera convertido en calor, y no hubiera más desniveles térmicos en ese calor universal entonces, dicen los científicos, cesará todo el movimiento por falta de desnivel. Y el Universo entraría en una progresiva paralización: es la entropía.

          Si hubiese sólo entropía física sin extropía metafísica, sería posible tal paralización universal.

          Pero la extropía metafísica es un factor que contrabalancea la entropía física.

          La extropía está representada por el consciente, esto es, por el Uno del Universo, mientras que la entropía la representa el inconsciente del mundo físico.

          Aquí, en la tierra, el consciente extrópico está representado por el hombre; en otras regiones del Universo debe haber otras humanidades que representen el consciente.

          El consciente es dinámico y puede ser intensificado indefinidamente, de manera que la extropía consciente puede equilibrar la entropía inconsciente; el Uno garantiza la estabilidad humana; lo activo equilibra lo pasivo; la cualidad armoniza la cantidad.

          En ese sentido, tienen razón los escritores que consideran al hombre como el punto Omega del cosmos, y algunas veces responsable por la armonía de su Sistema Solar.

          El microcosmo del Uno consciente, garantiza el equilibrio del macrocosmo del mundo físico. Pablo de Tarso, en la Epístola a los Romanos, escribe: “Nosotros sabemos que, hasta la hora presente, toda la naturaleza gime y sufre dolores de parto, en la expectación de la revelación de los Hijos de Dios; porque nosotros, que recibimos las primicias del espíritu, no realizamos todavía nuestra filiación divina”.

          Con estas palabras, lamenta Pablo que el hombre no haya todavía intensificado debidamente su consciencia, hasta el punto de redimir la naturaleza inconsciente, que aún gime y sufre dolores de parto, porque no acaba de nacer el hombre integral, el hombre cósmico, crístico. Y añade, que la naturaleza corruptible tiene esperanza de ser liberada de su corruptibilidad (entropía) y participar de la gloriosa libertad de los Hijos de Dios (extropía).

          Pablo establece un paralelo de causa y efecto entre el hombre y la naturaleza; la naturaleza aún es corruptible e imperfecta, gimiendo y sufriendo, porque el hombre no ha realizado su verdadera filiación divina, su autorealización y cristificación.

          No falta quien extrañe ese paralelo entre causa y efecto en el mundo humano y material; encuentran que una causa espiritual no puede tener efecto material, porque ignoran que lo mayor puede ejercer impacto sobre lo menor, que lo espiritual puede afectar lo material.

          Los libros sagrados están repletos de ese paralelismo.

          En nuestros días, en plena Era Atómica y Cosmonáutica, ocurre el ejemplo más revelador de ese impacto de lo espiritual sobre lo material: Gandhi liberó la India con fuerzas puramente espirituales, tal como la no-violencia y el apego a la verdad.

          Las tragedias mundiales que los videntes, inclusive Cristo, predijeron a la humanidad, sobre la plenitud de los tiempos, no tienen causas físicas de la naturaleza sino también causas metafísicas de la humanidad.

          Si la extropía humana puede equilibrar la entropía mundial, entonces puede también acontecer lo contrario: la falta de extropía puede provocar el exceso de entropía.

          El Universo es un Todo orgánico y no una máquina de piezas mecánicas combinadas unas con otras; el Uno del consciente está orgánicamente relacionado con el físico del inconsciente.

          En los últimos tiempos la ignorancia humana ha llegado a un clima sin precedentes; el caos humano asume proporciones nunca vistas, sobretodo en el mundo Occidental llamado cristiano. El árbol venenoso que la cristiandad sin el Cristo plantó hace siglos, es abonado constantemente con nuevos errores y está produciendo frutos venenosos. Todos detestan esos frutos letales pero ningún poder público se propone derribar el árbol: el ego lo plantó y lo alimenta. Los gobiernos solamente tratan de la educación, que es del ego. La iglesia sólo trata de la moralización, que es también del ego. Nadie toma en serio la iniciación del Yo humano.

          Y con este desequilibrio, llegamos a un punto catastrófico: la ciencia sin consciencia, pregonando el suicidio colectivo, afectando la propia estabilidad de la naturaleza.

          La nueva humanidad, que debe nacer de la élite espiritual de la vieja humanidad material, está destinada a establecer la perfecta armonía entre el mundo del Uno y el hombre, entre el ego y el Yo.

          Felizmente el Yo es el mejor amigo del ego, aunque éste sea el peor enemigo del Yo. Y así, un tratado de paz puede ser realizado por el Yo amigo, la extropía de la consciencia puede equilibrar la entropía de la ciencia.

 

 

 

 
 
                 

 

    QUERER Y DEBER  
     

 

          Freud, Jung, Einstein y otros pensadores modernos preguntan: “¿Qué es el sentido de la vida? ¿Su última razón de ser?”

          Freud declara que es el placer, cuya máxima expresión está en la líbido. Otros, sin embargo, han comprendido que el sentido de la vida está en el valor realizado por la obediencia al deber.

          El querer o placer es del ego y depende de las circunstancias, mientras que el deber es del Yo y es creado por la substancia interna. El hombre es objeto de las circunstancias, además de sujeto o autor de su propia substancia. El querer nos ocurre, el deber es obra nuestra. Querer es placer, deber y felicidad. Yo soy objeto de un placer, pero estoy sujeto a mi felicidad. Yo tengo placer, yo soy la felicidad.

          Hay casi siempre un conflicto entre querer y deber, porque el hombre no armonizó aún su ego externo con su Yo interno. Ni es posible esta armonización, porque “el ego es el peor enemigo del Yo”, como dice la milenaria sabiduría del Bhagavad Gita. Jamás el ego hará un tratado de paz con el Yo. Felizmente, “el Yo es el mejor amigo del ego” y puede hacer las paces con él, armonizándolo con el Yo, el querer con el deber. Y es precisamente esta armonía del querer del ego con el deber del Yo, la que da la verdadera felicidad, que es el sentido de la vida, la razón de ser de la existencia, la realización existencial del hombre.

          Pero esta armonización del ego con el Yo solamente es posible en el caso que el Yo realice su plenitud, hasta que transborde benéficamente en el ego.

          Este transbordamiento de la plenitud del Yo rumbo al ego, hace posible que el querer del ego quiera el deber del Yo, lo que representa la verdadera felicidad.

          El ego sólo conoce el placer, y no sabe nada de felicidad; pero el ego integrado en el Yo sabe lo que es felicidad.

          En el principio, esta integración del ego en el Yo es “camino estrecho y puerta angosta”, es sufrimiento y dolorosa renuncia; al fín, es “yugo suave y peso leve”, es felicidad suprema.

          El hombre integral quiere júbilosamente lo que debe. El hombre integral comienza su itinerario evolutivo con sufrimiento doloroso, pero termina con sufrimiento glorioso; su cielo sufrido culmina en cielo gozado.

          Cuando la horizontal del querer es cortada por la vertical del deber, ocurre un cruce, una crucificación, que puede ser representada por la cruz telúrica, símbolo del sufrimiento; pero, cuando esta cruz, presa a la tierra, se desprende totalmente de su calvario y fluctúa libremente en las alturas del Tabor, como una cruz cósmica, entonces el hombre completa su realización existencial, queriendo su deber, esencializando su existencia.

          En cuanto el querer del ego está en conflicto con el deber del Yo, el hombre es infeliz e intenta sofocar su infelicidad con toda especie de placeres y sustitutivos. Entonces la consciencia atormentada calla durante un tiempo, narcotizada por el placer y el hombre se cree ilusoriamente feliz, porque goza en su periferia; pero, en breve, su centro profundo torna a clamar por una felicidad verdadera, porque ningún placer superficial puede sustituir la felicidad real. Y el hombre llega al punto de sentirse existencialmente frustrado, porque no alcanza su realización existencial. La aguja magnética de su consciencia sigue apuntando invariablemente hacia el norte de la verdad de su naturaleza humana, por más que él vire y revire la brújula de su egoísmo.

          En último análisis, la verdadera naturaleza del hombre no es definitivamente falsificable, porque ella es ánima naturalmente cristiana.

 

 

 

        DISCIPLINAS EVOLUTIVAS DEL HOMBRE

        En toda la naturaleza animal, ocurre un proceso de evolución automática, bajo los auspicios de las leyes cósmicas.

          En el hombre, sin embargo, existe la posibilidad de una evolución espontánea y libre; sólo él puede evolucionar o involucionar, consecuente con el poder creador que en él existe. Sólo el hombre es responsable de su destino, no necesariamente de su cuerpo material, que tiene de común con la naturaleza inferior, sino de su Ser típicamente humano, de su alma.

          Ese proceso de evolución hominal consiste fundamentalmente en una armonización de su querer humano con su deber divino. El querer es de la periferia de su ego; el deber es de su Yo Superior central.

          De la enemistad del ego no hay evolución para el Yo; pero de la amistad del Yo hay posibilidad de evolución para el ego . El Yo puede integrar en sí el ego, de manera que haya armonía entre los dos polos de la naturaleza humana, haciendo surgir al hombre integral.

          ¿Cómo puede el Yo amigo integrar en sí el ego hostil? ¿Cómo establecer esta armonía de arriba hacia abajo? ¿Cómo sintetizar pacíficamente esas antítesis?

          Solamente por la actuación de la verdad liberadora.

          ¿Cómo puede el Yo sapiente hacer que el ego incipiente contemple la verdad de que la esencia del ego es esencialmente idéntica a la esencia del Yo?

          Directamente el Yo amigo no puede convertir el ego hostil. Indirectamente puede hacerlo.

          Si el Yo llega a la plenitud de la consciencia de la verdad sobre sí mismo (“El Padre y yo somos uno”), entonces acontecerá una extraña osmosis, un transbordamiento del Yo hacia el ego.

          Y esa penetración osmótica, ese transbordamiento de la plenitud del Yo, beneficiará al ego. Cuando un único hombre llega a la plenitud del amor, entonces neutraliza el odio de millones de seres.

          Cuando el Yo llega a la plenitud de su consciencia divina, de su esencial identidad con el Infinito, entonces neutralizará la enemistad del ego, y con esto abre la puerta para la armonización entre los dos polos de la naturaleza humana.

          Quiero decir, que la solución definitiva está en la mística del Yo. Esta mística vertical del Yo producirá paulatinamente la ética del ego, la plenitud del Yo transbordará en beneficio de aquél.

          Para que este transbordamiento sea recibido por el ego, debe este volverse receptivo. Esta receptividad es la ética pre-mística del ego, que es siempre dolorosa; enfrentarse al dolor de esta ética es crear una puerta para recibir la plenitud del Yo.

          Sin este sacrificio inicial no hay armonización de la naturaleza humana. Este sacrificio es un sagrado hacer, un hacer la cosa sagrada, que abre la puerta para la realización del hombre.

          En principio, este hecho sagrado es doloroso, pero al final se torna “yugo suave y peso leve”; y entonces el hombre hallará reposo para su alma.

          Pero ¿cómo ese ego tan poco receptivo se tornará receptor?

          Solamente por la perfecta plenitud del Yo, del Yo individual y de muchos Yoes.

          De manera que la salvación está en que muchos hombres individuales lleguen a su plenitud espiritual.

          Esos muchos serán siempre pocos, poquísimos, en comparación con los millones y millones de egos profanos.

          Pero es cierto que la cualidad actúa sobre la cantidad, que la élite actúa sobre la masa.

          El problema es que haya una élite poderosa, plenamente consciente de la verdad de su Ser, y que esa consciencia del Ser se manifieste en la vivencia del hacer.

          Un poco de levadura levanta tres medidas de harina, dice el Maestro; un Yo 100% realizado levanta y transforma las tres masas de la naturaleza del ego: física, mental y emocional.

          Esta ósmosis, esta inducción vital del Yo para el ego ajeno es infalible, supuesto que el Yo haya penetrado totalmente su propio ser.

          Si no existiera la plenitud del ser, es inútil todo el decir y el hacer.

          El problema de la salvación de la humanidad está en la plena realización del hombre. Sin auto-realización individual no hay salvación social.

 

 

     
   

 

                                       FACTORES ANTI-EVOLUTIVOS

          Hay en los libros sagrados dos series de terribles maldiciones para el hombre; la primera fue lanzada por los Elohim, en el Génesis; la segunda por el Cristo en los Evangelios.

          En el Génesis, las fulminantes maldiciones se dirigen contra la lujuria; en el Evangelio contra la ganancia.

          Esto permite admitir que la lujuria y la ganancia son los mayores obstáculos para la evolución del hombre, que frustran la razón de ser del adviento del hombre sobre la faz de la tierra.

          Para quien no esté a la par de esas dos series de maldiciones, pasaré a citarlas brevemente.

          Después que la serpiente (la inteligencia) sugirió el uso del sexo como un fín autónomo y no como un medio, dijeron los Elohim lo siguiente: “Porque eso hiciste, te arrastrarás sobre tu vientre y tu pecho y comerás el polvo de la tierra, todos los días de tu vida”.

          A continuación, las Potencias Creadores lanzan una maldición a la mujer que obedeció la sugestión de la serpiente: “En dolores darás a luz tus hijos y tendrás muchas incomodidades en tu gravidez. Y estarás bajo el dominio del hombre”.

          Sobre el hombre los Elohim lanzaron esta maldición: “Sea maldita la tierra por tu causa; si la cultivares, te producirá espinos y abrojos, y comerás el pan con el sudor de tu rostro”.

          Esas maldiciones son auto-maldiciones del propio hombre: son las consecuencias inevitables de la tiranía de la inteligencia sobre la razón; la derrota del Yo por el ego. El hombre se maldice a sí mismo cuando no armoniza su consciencia individual con la consciencia universal; cuando no realiza la razón de ser de su encarnación terrestre.

          En el Evangelio, las maldiciones señalan, preferentemente, la ganancia como obstáculo a la evolución ascensional del hombre: “¡Ay de vosotros, ricos . . . Más fácil es pasar un camello por el ojo de una aguja que un rico entrar en el reino de los cielos . . . No se puede servir a Dios y al dinero”.

          Dos parábolas del Evangelio tratan directamente de los codiciosos: La del rico que manda ampliar sus almacenes para guardar los frutos de una zafra extraordinaria y que luego muere.

          La otra parábola es la del rico avariento, que comía espléndidamente todos los días, y dejó morir de hambre al pobre Lázaro, en la entrada de su palacio. Después de sepultado fue al infierno, donde no consiguió siquiera una gota de agua para aliviar sus tormentos.

          ¿Por qué esas extrañas maldiciones a la lujuria y las ganancias?

          Porque esos dos vicios invierten las leyes cósmicas, obstruyen la propia constitución del Universo, cuando se usan los medios como fines en vez de usarlos para alcanzar un fin superior. El esclavo de la lujuria se sirve de la líbido sexual como un ídolo y la suprema razón de ser de su existencia terrenal. En los tiempos actuales, la serpiente de la inteligencia consiguió aislar la procreación de la líbido, inventando píldoras y otros medios para facilitar la lujuria como un fin autónomo, mixtificando así las leyes cósmicas del Universo y la naturaleza humana.

          En cuanto a la ganancia, el hombre moderno trabaja 24 horas durante 365 días anuales, durante muchos años, únicamente para amontonar grandes cantidades de “excremento de Satanás” como llama Papini al dinero. Las grandes industrias explotan millones de esclavos humanos para dar una existencia regalada a pequeños grupos de ricos explotadores.

          En síntesis: las energías sexuales y la propiedad material son usadas como fines autónomos. Los autores de esos vicios entran en conflicto con las leyes universales, usando los medios como fines diametralmente opuestos a las leyes espirituales.

          De este modo, los lujuriosos y los gananciosos falsifican criminalmente las sagradas leyes del Universo e imposibilitan las evolución humana.

          Las maldiciones del Génesis y del Evangelio, como he dicho, son auto-maldiciones; no son los Elohim ni el Cristo que maldicen a los esclavos del sexo y del dinero; es el propio hombre que se auto-maldice. Toda la culpa genera dolor; culpa y pena son factores correlativos e inseparablemente unidos.

          El Bhagavad Gita enumera cinco disciplinas como éticas pre-místicas de auto-realización, a saber: no violencia, verdad, no robar, no apego y disciplina sexual.

          Las dos últimas disciplinas de la filosofía oriental son idénticas a la del Génesis y los Evangelios: la falta de desapego de bienes materiales y la falta de disciplina sexual, son considerados por todos los libros sagrados como los grandes obstáculos a la evolución ascensional o auto-realización del hombre.

 

 

 

 

     
   

 

                                           EL HOMBRE INTEGRAL

          Con la definitiva superación del ego por el Yo, surgirá el hombre integral, el hombre que, en el Génesis de Moisés, es llamado “imagen y semejanza de Dios”, mientras que el hombre parcial es apenas el “soplo de Dios, ahora derrotado por el silbo de la serpiente”.

          El hombre integral, aunque siga sin cesar en la lucha inseparable de su evolución ascensional, es siempre victorioso y jamás vencido por el hombre parcial del inicio. En él habita corporalmente toda la plenitud de Dios, como Pablo de Tarso dice del Cristo.

          La finalidad de la existencia del hombre consiste en ese camino evolutivo de hacer del hombre perfeccionable un hombre perfecto, del hombre realizable en hombre realizado.

          Ese hombre no profesa religión alguna, pero es un hombre profundamente religioso, porque ve un Poder Supremo en todas las cosas del Universo; puede no ser un Cristo, pero es un hombre Cristo.

          Ese hombre no es bueno para merecer un cielo, ni para temer un infierno, sino porque realizó en sí su propia naturaleza, el Reino de los Cielos, que está en todo ser humano como un “tesoro oculto” como una “luz debajo de la mesa”, como una “perla preciosa en el fondo del mar”.

          No espera llegar a una meta final y estancarse en una llegada definitiva de eterno descanso, pero se sabe en el término de la jornada en cualquier etapa de la misma, por tener la certeza de estar en la dirección correcta, día a día, y es plenamente consciente de esa dirección, que es su vida eterna; porque sabe que todo es finito en demanda del Infinito, está siempre a una distancia infinita.

          El camino evolutivo del hombre integral es una sinfonía inacabada, que sigue siempre sin terminar jamás.

          El hombre integral no es politeísta ni monoteísta, sino puro monista, porque sabe que Dios es aquél “en el cual vivimos, nos movemos y tenemos nuestra existencia”; su catedral está en cada criatura y su altar en su propio corazón.

          El hombre integral sabe que Dios y diablo, cielo e infierno, son factores de su propia consciencia, positiva o negativa, que puede perpetuar o terminar con el poder creador de su libre albedrío.

          El hombre integral no espera una salvación después de la muerte, sino que realiza el cielo en plena vida. Su religiosidad no consiste en dogmas, sacramentos, rituales, iglesias, sino en la consciencia mística de la paternidad única de Dios, transbordando en la vivencia ética de la fraternidad universal de los hombres.

          Respeta todas las creencias, porque las sabe necesarias para llevar a los viajeros que comienzan por los caminos escabrosos de su jornada.

          El hombre integral sabe que sin resistencia no hay evolución y por esto se llena de júbilo con todas las caídas y levantadas de su itinerario, cantando la feliz culpa y el pecado necesario de su himno pascual, en el preludio de su resurrección y auto-realización.

          El hombre integral abarca, en una visión cosmorámica, todos los libros sagrados, desde el Génesis, a través del Evangelio, hasta el Apocalipsis, y sabe que la creación de la humanidad en el planeta Tierra no fue un fracaso trágico de Dios, sino un vasto panorama a través de altos y bajos, de luces y sombras, de victorias y derrotas, porque la auto-realización de un único hombre es la maravilla más grande de todas las obras del planeta y fuera de él. Sabe que el hombre fue creado imperfecto, pero perfectible, para que él mismo se hiciese mucho mayor de lo que fue creado.

          El hombre integral sabe que, en su vida terrenal, debe forjar las armas que lo llevan victorioso a través de los campos de batalla de otros mundos, en perpetua evolución ascensional; sabe que la existencia humana es una vida tras vida, un día después de otro, cuya pausa nocturna es llamada “muerte” por los viajeros novatos e ignorantes.

          El hombre integral sabe que alguien realizó plenamente ese itinerario evolutivo y encendió faros en playas lejanas para orientar a los nautas humanos en su tempestuosa travesía nocturna.

          El hombre integral sabe que la vida terrestre no vale por los hechos que descubre fuera de sí, sino por los valores que realiza dentro de su propio ser, y que esta auto-valorización es el destino supremo y la vida eterna de todo hombre.

 

 

   
     

 

                                                 PUNTO FINAL

          Agua y luz, humedad y calor, son las Potencias que se sirven de la semilla y del huevo para transformarlos en planta y ave. La simiente y el huevo funcionan como condiciones.

          Las Fuerzas Cósmicas son de ilimitada potencia, que como causa necesitan de condiciones limitada para producir sus efectos.

          No extrañe al amigo que me lee, haber encontrado repetidas veces en mi Cursos y escritos, estas verdades fundamentales. La reiteración en formas varias son hechas a propósito, porque siendo el hombre el fenómeno menos comprendido, estoy obligado a iluminar ese misterio desde todos los lados, a fin de inducirte a una mayor comprensión.

          Repito que no me he guíado por ninguna teoría tradicionalista sobre el origen del hombre, ni mitológica ni zoológica, sino que me he remontado a una tesis cósmica, tal vez de difícil comprensión, pero de absoluta verdad.

          Gracias por tu atención.

     
   

   

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