Inquietudes Metafísicas III

Salvador Navarro Zamorano

 

   

                 

SOBRE EL ORIGEN DEL HOMBRE

 

          Hay teorías que admiten que tanto la naturaleza como el hombre hayan venido del Infinito, pero entienden que el hombre no fluye a través de la línea horizontal de los organismos inferiores de la naturaleza, sino que sea una creación directa del propio Infinito; que haya habido una intervención directa de la Divinidad para producir al hombre, cuyo cuerpo habría sido moldeado de barro y cuyo espíritu fue insuflado por Dios.

          Respondo que, tanto el cuerpo como el espíritu del hombre vienen de una Potencia Infinita, como además todas las Existencias Finitas emanaron de la Esencia Infinita.

          Este acto de emanación o creación, no se dio sucesivamente en el tiempo y el espacio, sino simultáneamente, antes de cualquier sucesión temporal o espacial, en la eternidad, como acostumbramos a decir. La eternidad no es la suma total de los tiempos, como el Infinito no es la suma total de los espacios, sino que es la negación total de cualquier sucesividad espacial; en la eternidad no hay años, meses ni días, sino una absoluta simultaneidad, el Absoluto y Eterno Ahora.

          Todo el Verbo de la sucesividad temporal está contenido en el Uno de la simultaneidad Eterna, Una y única. Causalmente, todas las criaturas son eternas, aunque no efectivamente. La creación simultánea se desdobla en la evolución sucesiva.

          Desde el inicio de la Creación se originó el hombre, cuerpo y espíritu, pero según las leyes cósmicas, su manifestación hominal se dio en el tiempo adecuado. El hombre estaba como incubado en la Creación Eterna, y eclosionó en el tiempo, según las leyes cósmicas, cuando el substrato de manifestación del cuerpo se hallaba en condiciones de servir de vehículo al espíritu.

          Cuando el hombre potencial pasó a ser el hombre actual, cuando la incubación se reveló en eclosión, entonces apareció el hombre como humano sobre la faz de la tierra.

          Dice el Génesis que esto se dio al final del sexto y último día del período creador, esto es, después que el substrato material del organismo había alcanzado el máximo de evolución para servir de vehículo manifiesto del espíritu.

          El más perfecto vehículo corporal era el cuerpo de los mamíferos superiores, de los llamados primates, que recibió el “soplo de Dios”.

          El Apocalipsis afirma explícitamente que el soplo de Dios fue insuflado a un animal que vino del mar. En las aguas, como diría el filósofo griego Tales de Mileto, se originaron todos los seres vivos.

          Nuestra ciencia actual sabe que la vida de los seres vivos en la tierra resulta de la unión del agua y la luz, como hasta hoy acontece, cuando la luz solar se une al agua, en la clorofilia de las plantas, trasnformando los minerales de la tierra en substancia viva.

          Quiero decir que los elementos del hombre ya pre-existían a la aparición de él como humano; emanaron de la Esencia Infinita desde la Eternidad y se tornaron existencia finita, cuando el hombre apareció en la tierra como tal, aunque en principio fuera como hombre potencial en organismos infra-hominales.

          No hay nada de “sobrenatural” en el origen del hombre. Lo sobrenatural no existe ontológicamente en el orden del Ser; sólo existe lógicamente, esto es, en el orden de nuestro conocer. Lo que va más allá del alcance de nuestra inteligencia es sobrenatural para nosotros, pero natural en sí. Dios es infinitamente natural en sí, pero sobrenatural para nosotros, debido a la finitud de nuestro conocimiento.

          Según la teoría zoológica, el hombre es una transformación del animal; el antropoide prehistórico se tornó en el hombre histórico.

          Como hemos visto esta teoría es inadmisible a la luz de la lógica y de las matemáticas. El cero, el no, no se pueden convertir en el sí, en algo. Nadie se transforma en lo que no es.

          En el principio de todo está el Infinito que, a través del tiempo y el espacio, se manifiesta en innumerables finitos, como minerales, vegetales, animales y humanos.

          Todo fluye de la fuente única, pero derivó a través de múltiples canales. Todo vino del Infinito y todo fluye a través de canales finitos.

          El hombre es, hasta hoy, el canal más perfecto que fluye de la Fuente del Infinito.

          La perfección del hombre consiste en el hecho de ser el único ser de la tierra que posee en sí el poder de determinar el propio camino de su evolución, de transformarse en superior o inferior por el poder de su libre albedrío.

 

 

 

 

  

 

                        EL SOPLO DE DIOS Y EL SILBIDO DE LA SERPIENTE

          Al principio del Génesis, explica Moisés dos factores aparentemente antagónicos, pero realmente complementarios: el soplo de Dios y la voz de la serpiente; o en lenguaje moderno, el espíritu del Yo y la inteligencia del ego.

          El Génesis fue escrito, probablemente, en los desiertos de Arabia, donde Moisés vivió como pastor, entre los 40 y 80 años de su vida. Como todos los libros de inspiración cósmica, son difícilmente comprensibles a la luz del análisis intelectual, esas palabras de Moisés que han sido objeto de miles de controversias, suscitando la idea de una antítesis en la propia Divinidad creadora.

          Moisés se sirvió del símbolo del “soplo de Dios” para señalar el espíritu, y de la expresión voz de la serpiente para designar la inteligencia del hombre. En todos los tiempos, la serpiente ha servido como símbolo de la inteligencia; el propio Jesús utiliza este símbolo, cuando dice a sus discípulos: “Sed astutos como la serpiente”.

          También en nuestras farmacias colocan en la fachada la figura de la serpiente, para significar la inteligencia como protectora de la salud y la vida.

          El espíritu y el intelecto son las dos facultades de la naturaleza humana, que rigen todos los eventos de su vida. El espíritu o razón, que la filosofía griega llamaba logos; y el intelecto, que los griegos denominaban noos, son, por así decir, los dos polos de la naturaleza humana. El intelecto es la manifestación del ego periférico del hombre, mientras que el espíritu o razón es la manifestación de su Yo central.

          La sabiduría milenaria del Bhagavad Gita dice que el ego es el peor enemigo del Yo, mientras que éste es el mejor amigo de aquél. Dice, además, que el ego es un pésimo señor de nuestra vida, pero que es un excelente servidor.

          Pablo de Tarso escribe a la Iglesia de Corinto: “El hombre intelectual no comprende las cosas del espíritu, que le parecen estulticia; ni las puede comprender, porque las cosas del espíritu han de ser comprendidas espiritualmente”.

          Siendo que el hombre no aparece como hombre perfecto, pero sí perfeccionable, en pleno proceso evolutivo, era necesario que en él actuasen dos fuerzas opuestas destinadas a conciliarse en la síntesis de su plenitud.

          Un relojero que fabrica un reloj de alta precisión  es un talento; pero, si fuese capaz de arrojar sobre la mesa todas las piezas y diese orden para que ellas automáticamente se colocaran formando un reloj, sería un genio milagroso.

          En el hombre existen los componentes para ser un hombre integral y compete al propio hombre realizar la composición armoniosa y el funcionamiento de todas esas piezas en forma de un todo armónico.

          Si, según el Bhagavad Gita, el ego intelectual del hombre es enemigo de su Yo racional, no habría la menor esperanza de una síntesis armoniosa; pero como el Yo racional es amigo del ego intelectual, puede haber un tratado de paz entre los componentes de la naturaleza humana, aparentemente antagónicos, pero realmente complementarios.

          Forma parte del plan cósmico que haya lucha en la naturaleza humana, porque sin resistencia no hay evolución. El hombre es el único ser auto-realizable en la tierra, mientras que los otros seres son auto-realizados. El hombre es la única criatura creadora, cuando las otras son apenas criaturas creadas.

          Teilhard de Chardin, como ya he mencionado, explica la evolución humana desde la hilosfera, a través de la biosfera, hasta la noosfera y, de aquí hacia el futuro, la logosfera. Esta larga evolución ascensional, naturalmente, no es posible sin muchas caídas y saltos, sin el conflicto entre dos fuerzas, a primera vista adversas e irreconciliables, pero cuya finalidad es una gran síntesis, como ya nos hizo ver Orígenes de Alejandría, en el III siglo, cuando escribió su obra monumental Conciliación.

          Quien contempla el drama de la humanidad unilateral y parcialmente, no puede dejar de ver en el ego intelectual al adversario irreconciliable del Yo espiritual; y no es prudente decir al hombre primitivo que hay posibilidad de una síntesis entre esas dos antítesis.

          Hasta hoy, la mayor parte de la humanidad está en la noosfera del ego mental, interesado únicamente por los objetos externos e indiferente al sujeto interno; apenas una pequeña élite alcanzó la logosfera, que se interesa vivamente por el Yo central.

          Einstein escribió que el hombre intelectual descubre los hechos de la naturaleza, mientras que el hombre racional crea valores en su propio interior; el hombre intelectual, el erudito, descubre aquello que ya existe, mientras que el hombre de evolución superior realiza en su consciencia valores que aún no existían, pero que él hace existir. “Del mundo de los hechos no lleva ningún camino al mundo de los valores, porque estos vienen de otra región”.

          Tanto el soplo de Dios como el silbido de la serpiente vienen de las Potencias Creadoras, del Infinito; pero compete al hombre realizar la gran síntesis entre esas antítesis complementarias. Es precisamente en esta realización que consiste la grandiosa tarea del hombre. Un hombre, plenamente autorealizado, es la obra más maravillosa de todo el Universo.

  

 

       

 

 

                    EL SENTIDO DE LA VIDA SEGÚN MOISÉS, BUDA Y CRISTO

          ¿Cuál es el sentido de la vida humana? ¿La razón de ser de su existencia?

          Todos los genios de la humanidad responden lo mismo: el sentido de la vida del hombre es su autorrealización. Y eso supone, por encima de todo, el conocimiento de la verdadera naturaleza del hombre.

          Aproximadamente seis siglos antes de la Era Cristiana, vivía en la India un principe real llamado Gautama Siddhartha. Poco después de su boda abandonó, clandestinamente, el Palacio Real y fue a peregrinar por los bosques de la India, durante 16 años, meditando y ayunando. Quería descubrir una respuesta definitiva al tenebroso misterio del sufrimiento universal de la humanidad. Los animales salvajes no sufrían y ¿por qué debía el hombre, corona de la creación, vivir en sufrimiento permanente? Cierto día, estaba el príncipe sentado a la sombra de un árbol, sumido en profunda meditación. Cuando despertó de su prolongado samadhi dijo cuatro palabras, y los discípulos, sentados a su alrededor, exclamaron: ¡Buda! ¡Buda! Esto es: despertó, despertó.

          El peregrino real había dormido toda la vida el sueño de la ilusión sobre sí mismo, identificándose con su ego mental; de repente, despertó a la vigilia de la verdad, la verdad libertadora sobre sí mismo. Los discípulos resumieron la sabiduría del Maestro en las llamadas “cuatro verdades nobles de Buda”.

          Lo que Buda dijo, después de despertar a la luz de la verdad, fueron las palabras siguientes:

1)   la vida humana es esencialmente sufrimiento.

2)   la causa de este sufrimiento universal es la ilusión en que el hombre vive sobre sí mismo.

3)   con la transformación de la ilusión en verdad sobre sí mismo, termina la culpa del sufrimiento.

4)   el medio para el conocimiento de la verdad es la profunda meditación sobre sí mismo.

Cerca de mil años antes que Buda dijera esto, Moisés con otras palabras, pronunció estás verdades: “Maldita sea la tierra por tu causa”, dijeron los Elohim al primer hombre, porque este se identificaba con su ego ilusorio, rechazando la verdad libertadora sobre su verdadera naturaleza. Y esta ilusión funesta provocó su auto-expulsión del Paraíso y el inicio del sufrimiento universal.

Cerca de mil quinientos años después de Moisés y seiscientos años después de Buda, apareció el mayor genio humano sobre la faz de la tierra, Jesús de Nazaret, que cristalizó en una parábola esta misma verdad: que el hombre que vive y actúa en la ilusión sobre sí mismo es un “siervo malo y perezoso” y pierde hasta su naturaleza humana, mientras que el hombre que conoce y vive la verdad sobre sí mismo es un “siervo bueno y fiel”, que entra en el gozo de la verdad que libera.

Esta verdad cósmica, reducida a términos modernos, resulta en las palabras siguientes: quien puede, debe; y quien puede y debe y no hace, crea débito; y todo débito genera sufrimiento.

Cuando las eternas leyes cósmicas dan a una criatura una potencialidad, esperan de ella la actualización de dichos poderes. Si el hombre hace lo que puede y debe, él se realiza, hace su realización existencial; pero, cuando el hombre no hace lo que puede y debe, sucumbe a su frustración existencial.

Siendo el hombre esencial su Yo racional (espiritual), puede y debe realizar ese Yo divino, ese su Logos; esta es su realización existencial, que las leyes cósmicas esperan de él. El hombre es, potencialmente, el “soplo de Dios”, dice el Génesis, que puede y debe actualizarse en la “imagen y semejanza de Dios”; esta realización es la razón de ser de su existencia. El hombre está dotado del poder del libre albedrío y no hay evolución sin resistencia; por esto crearon las leyes cósmicas en el hombre el ego mental, que el Génesis llama la serpiente, que debe manifestarse y ser superado para que el hombre se realize plenamente por el poder del libre albedrío. Dios creó al hombre lo menos posible (soplo divino), creó al hombre perfeccionable, para que pueda crearse lo más posible (imagen y semejanza de Dios) en estado de hombre perfecto.

En cuanto el hombre no actualice su potencialidad, está sujeto al sufrimiento, porque no hace lo que puede y debe; se convierte en debedor y culpado frente a las leyes cósmicas. Y la reacción de esas leyes contra el culpado es el sufrimiento.

Hasta hoy, casi toda la humanidad es culpada ante las leyes cósmicas, porque todos los hombres son realizables, pero pocos son realizados. La humanidad sufre porque es culpable y debedora frente a las eternas ideas del Universo y sufrirá siempre, mientras no estuviere de acuerdo con las leyes de la justicia cósmica.

En cuanto el siervo no duplique los talentos recibidos, las potencialidades que recibió de Dios, seguirá siendo debedor y sufridor, porque las leyes cósmicas no distribuyen potencialidades al azar, sino que exigen que el hombre duplique por esfuerzo propio lo que recibió; quien apenas devuelve lo que ha recibido es un siervo malo y perezoso.

El hombre que desarrolla su ego mental y no su Yo racional (espiritual), vive en una frustración existencial, y no puede dejar de ser sufridor por ser debedor y culpable de su no-realización existencial.

En los últimos tiempos, la medicina ha conseguido aumentar la longevidad de la vida humana, por medio de medicamentos, pero no ha disminuído el sufrimiento humano, porque esa longevidad artificial es un prolongamiento de la agonía del hombre, que continúa siendo culpable.

En cuanto el hombre no se realice, de acuerdo con las inmutables leyes cósmicas, no dejará de ser un sufridor, a despecho de todos los paliativos y camuflajes de la medicina. Solamente la realización existencial puede poner término al sufrimiento compulsivo del hombre.

Después de dejar de ser debedor culpable ante las leyes cósmicas, puede el hombre seguir sufriendo algún tiempo por sus débitos pasados (karma) o por culpa de sus compañeros todavía debedores. Solamente cuando toda la humanidad estuviere sin culpa, dejará el hombre de ser un sufridor compulsivo.

El sufrimiento por débitos propios es vergonzoso, pero el sufrimiento por culpas ajenas es glorioso.

Solamente los grandes avatares de la humanidad, exentos de sufrimientos compulsivos, pueden sufrir voluntariamente, porque saben que sin resistencia no hay evolución; y están deseosos de una evolución ulterior y auto-realización cada vez mayor.

En ese caso estaba Jesús, que no sufrió por débitos propios ni ajenos, como él mismo dice, sino “para entrar en su gloria”. Su sufrimiento voluntario fue un sufrimiento igual a un crédito al servicio de su evolución superior y no un sufrimiento débito.

El grueso de la humanidad vive en el sufrimiento débito, que puede convertirse en sufrimiento crédito.

Sólo la nueva humanidad, libre de débitos, estará liberada del sufrimiento débito y podrá iniciar la gloriosa humanidad de los avatares, del cual el Cristo fue el precursor.

“Habrá un nuevo cielo y una nueva tierra, y el Reino de Dios será proclamado sobre la faz de la tierra”.

 

 

 

 

 

                              LAS MALDICIONES DE LOS ELOHIM

Lo que hay de extraño e incomprensible en el Génesis, son las tres terribles maldiciones lanzadas por los Elohim a la serpiente, la mujer y el hombre.

Pero si los Elohim son los autores de la naturaleza humana, y esta naturaleza se revela necesariamente como soplo de Dios y silbido de la serpiente, como razón e intelecto, como Yo y ego, ¿no era voluntad de las Potencias Creadoras que esas antítesis entrasen en conflicto entre sí, a fin de realizar la síntesis del hombre perfecto?

¿Por qué entonces los Elohim maldijeron su propia obra?

Respuesta: Esas maldiciones no se refieren a la naturaleza humana como tal, que es obra de los Elohim, aunque sea en su forma antitética. Las maldiciones se refieren a la rebeldía contra las leyes cósmicas, de las cuales los Elohim eran locutores; se rerfieren a la posibilidad de que actuara contra las leyes de la naturaleza; de que no realizara la gran síntesis del hombre perfecto, sino que prefiriera una de las antítesis del hombre imperfecto; de que el hombre no evolucionara sino que se dejara tentar por la involución y así frustrar en sí las leyes cósmicas.

Quiero decir que esas maldiciones son auto-maldiciones del hombre involucionado; ellas solamente tienen valor en caso de que el hombre perfeccionable no llegue a ser el hombre perfecto, frustrando así la finalidad de su existencia.

Siendo que el hombre es, aquí en la tierra, la única criatura creadora, si no realizara su creatividad se maldeciría a sí mismo. Lo que es realizable y no se realiza, se niega a sí mismo.

Quien puede, debe; y quien puede y debe y no hace, crea débito; y todo débito genera sufrimiento, automaldición, autodestrucción.

Dios, dice Einstein, es la Ley. La Ley funciona automáticamente; quien se opone a la Ley se maldice y aniquila a sí mismo.

Esto nada tiene que ver con un Dios personal, emocional, que se pueda irritar.

En la Ley no hay amor ni odio, en el sentido humano de la palabra; la Ley es esencialmente neutra. La criatura que armoniza con la Ley, goza; la criatura que se opone a la Ley, sufre.

La mejor ilustración para esta auto-maldición es la historia del tercer siervo de la parábola de los talentos: ese siervo que había recibido un talento, una potencialidad evolutiva, no obedece a la Ley Cósmica, que exige evolución; se estancó en su potencialidad, sin pasar al plano de la evolución y así se auto-castiga con la pérdida de su potencial; dejó de ser hombre libre, pierde su naturaleza hominal y se deshumaniza. “Quien no tiene (actualización) perderá hasta aquello que tiene (potencialidad)”.

El Génesis de Moisés es un libro de la más alta intuición cósmica. Con la llegada del libre albedrío, Moisés previó la posibilidad de un estancamiento y hasta de una involución, de una irrealización, en lugar de una auto-realización.

Y esa involución, irrealización, es una auto-maldición, una auto-degradación, un auto-aniquilamiento.

El hombre es autor de su cielo o de su infierno, de su vida eterna o de su muerte eterna.

Nuestra ideología monoteísta sobre un Dios personal, un Dios antropomorfo, hace imposible la concepción monista de un Dios impersonal, de un Dios-Ley, de una Divinidad ultra-personal, de una Consciencia Cósmica.

A causa de ese antropomorfismo de Dios, Le atribuímos todo lo que es del hombre, imaginamos una Teo-maldición en vez de una atropo-maldición.

Hay en la historia milenaria de la humanidad dos rebeldías fundamentales contra las leyes cósmicas: la lujuria y la ganancia, y ambas generan auto-castigo y auto-maldición. El uso correcto del sexo y de la propiedad es armonía con la Ley; el abuso del sexo (lujuria) y el abuso de la propiedad (ganancia) son rebeldías anticósmicas y generan desarmonía, sufrimiento, auto-maldición.

El Génesis señala con vehemencia la lujuria, mientras que el Evangelio focaliza. sobre todo, la ganancia, como rebeldía anticósmica.

Moisés y Jesús son, posiblemente, los mayores genios, videntes de la historia. Ambos exigen armonía con la naturaleza humana, reflejo de la Ley Cósmica; ambos maldicen la desarmonía con las Leyes Cósmicas.

¡Ay de vosotros, esclavos de la lujuria!

¡Ay de vosotros, esclavos de la ganancia!

 

 

      

 

    RUTA EVOLUTIVA DE LA HORIZONTAL PARA LA VERTICAL

Intentemos concretar esa ruta del hombre.

El hombre de evolución primitiva se encuentra en una línea horizontal. Vive en la consciencia de la animalidad.

De esta horizontal comienza su evolución como hombre, rumbo a la vertical, en un giro de 90º, representando un ángulo recto.

Pero este camino, desde la horizontal hasta la vertical, tiene numerosas líneas ascendentes, que representan la ética pre-mística. El principio de esta ética ascendente es difícil, porque la ley de la gravedad actúa fuertemente hacia abajo.

Esta fase es llamada por el Cristo, “camino estrecho y puerta angosta, que conducen al Reino de los Cielos”,

Pero, en la medida que el hombre avanza a través de esta ética rumbo a la mística, la tendencia gravitacional disminuye paulatinamente; en el punto medio de este ángulo recto ya es más fácil subir y hay menos tendencia a recaer.

Cuando el hombre se aproxima a la línea vertical del ángulo recto, verifica que su subida es, en el lenguaje de Cristo , “yugo suave y peso leve”. Y, cuando alcanza la vertical, su ética coincide con la mística, y entonces cesa cualquier dificultad y peligro de recaer. El querer del ego coincide con el deber del Yo; el hombre así realizado quiere lo que debe, y debe lo que quiere, conciliando el ego del querer con el Yo del deber.

Este estado de auto-realización es llamado en los Evangelios, “entrada en el Reino de los Cielos”, y en la filosofía oriental “nirvana”, donde no hay más lucha, sino paz y felicidad.

Después de entrar en esta línea recta de auto-realización, del Reino de los Cielos, del Nirvana, el hombre no se detiene, porque la evolución no conoce llegada final, sino que la jornada sigue eternamente.

Desde este punto en adelante el hombre progresa verticalmente por toda la eternidad, en una evolución indefinida.

De aquí en adelante, no hay más sufrimiento necesario, pero puede haber sufrimiento voluntario, si el hombre lo quisiera. Los grandes avatares hacen entonces su antidromia, descendiendo voluntariamente a las regiones de evolución inferior, donde encuentran resistencia, lucha y sufrimiento. Ellos saben que sin resistencia no hay evolución; pero como quieren acelerar su evolución superior, van en busca de la resistencia , para su auto-realización en indefinida evolución.

El fin primario de esta antidromia y de esos sufrimientos voluntarios es la evolución, pero como toda evolución transborda necesariamente, ese transbordar de plenitud beneficia a los seres inferiores, supuesto que estos tengan apertura y receptividad para este trasbordamiento de la plenitud del avatar.

“De su plenitud todos nosotros recibimos gracia y más gracia” dice Juan en el Evangelio, refiriéndose a la plenitud del Cristo.

Todo avatar es un benefactor de otras criaturas, si estas fueran receptivas.

De esto sabía Gandhi, cuando escribía: Cuando un único hombre llega a la plenitud del amor, neutraliza el odio de millones”. Y cuando, poco antes de morir de muerte violenta, dijo al jefe de policía que le acompañaba con un revólver en la cartera: “En cuanto un hombre todavía deba matar a otros hombres, yo no habré cumplido mi misión”.

El ejemplo clásico de esta voluntaria antidromia de un avatar es la encarnación y muerte de Cristo que, como él dice, “sufre todo esto para entrar en su gloria”. Pero, como las iglesias cristianas, en 2.000 años, no han sido capaces de comprender este elevado motivo de evolución, enseñan hasta hoy que Jesús nació, sufrió y murió para pagar los pecados de la humanidad a un Dios ofendido. Esa teología peca por diversos absurdos, por no decir blasfemias; suponer que Dios pueda ser ofendido, como si fuese un pobre ego no realizado; admitir el absurdo de que Dios exija el sufrimiento de un inocente para pagar los débitos de los culpables.

          Tomás de Aquino, que fue el principal promotor de esta teología eclesiástica, revocó todo cuanto escribió, después de una visión mística, diciendo: “Todo lo que he escrito es paja”. Desgraciadamente, hasta hoy los seminarios e iglesias mandan rumiar esta paja teológica, sin mencionar la expresa condenación hecha por el propio autor.

          La evolución ascensional del hombre pasa a traves del querer del ego rumbo al deber del Yo y, cuando el querer coincide con el deber, entonces el hombre entra en el Reino de los Cielos.

          La filosofía oriental enumera cinco éticas principales, por las cuales el hombre debe pasar para entrar en el Nirvana; pero hay otras numerosas disciplinas menores, que abren el camino para el Reino de los Cielos.

          No hay una redención hecha por otros, como piensan ciertos teólogos; hay tan solamente auto-redención; el deber del Yo debe redimir al hombre del querer del ego, realizando el gran tratado de paz de la naturaleza humana.

          La auto-redención está en que el hombre haga coincidir el querer del ego con el deber del Yo, no por la extinción del ego sino por total integración y armonización del ego con el Yo. “Si el grano de trigo no muere, quedará estéril; pero si muere, producirá muchos frutos”. “Yo muero todos los días, y es por eso que yo vivo”.

          Las cinco éticas pre-místicas de la filosofía oriental que realizan esta conciliación del ego con el Yo, son las siguientes:

1                No violencia.

2                Verdad.

3                No robar.

4                No apego.

5                Disciplina sexual.

Toda la dificultad de realizar la armonización del ego con el Yo está en el hecho de ser el ego el peor enemigo del Yo. Pero, siendo el Yo el mejor amigo del ego, la armonización puede efectuarse, partiendo del amor del Yo para con el ego. El Yo divino en el hombre puede amar hasta tal punto al ego humano que “neutraliza” el odio de este, preparando así el camino para el gran tratado de paz.

Como he dicho, los dos polos de la antítesis son complementarios, no iguales ni contrarios; y así el polo positivo del Yo puede preparar el polo negativo del ego para la gran síntesis de la conciliación.

Pablo de Tarso, después de la dramática conversión a las puertas de Damasco, escuchó las palabras misteriosas “duro te es dar coces contra el aguijón”. El aguijón, el impulso del Yo, no destruye la libertad del ego, pero lo hace sufrir hasta que resuelve libremente armonizar su querer  rebelde con el deber, preparando así el tratado de paz con el Yo, la auto-redención.

El sufrimiento del ego es un factor importante en el proceso de armonización con el Yo. Sin resistencia no hay evolución; resistencia voluntariamente aceptada y superada con coraje.

          Este es el camino evolutivo desde la horizontal hacia la vertical, a través de las dolorosas ascensiones de la ética pre-mística.

 

 

 

 

 

 

 

   

 

 

 

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