EINSTEIN

MÍSTICO Y CIENTÍFICO

ALCORAC

SALVADOR NAVARRO ZAMORANO

      

 

 

Dirigida a la Escuela de:

                        Mallorca

                        Las Palmas

                                                                                 

                                                                                  Circular nº 11 , año XIV

                                                                                   Bunyola, 1º de Noviembre de 2.008.

A.EINSTEIN – MÍSTICO Y CIENTÍFICO.-

Newton hizo del universo una gran máquina, cuyo maquinista, para nuestro sistema planetario, era el Sol.

Einstein consideró el Universo como una gran pensamiento, que no reside en un determinado lugar, pero está omnipresente.

La monarquía solar, tiene su trono en cierto lugar sideral. Con la posterior ampliación del universo, el trono del monarca pasó a ser en alguna galaxia, pero la idea continuaba en el girar en torno a un centro geométrico.

Sin embargo, para Einstein, la monarquía solar o galáctica, pasó a ser una cosmocracia universal. El monarca solar daba órdenes a sus súbditos, los planetas y satélites; la monarquía galáctica ejercía su dominio sobre millones de soles, estrellas y vías lácteas, pero seguía teniendo su trono en una determinada parte del cosmos, aunque fuese a miles de millones de años-luz.

Pero el monarca de la cosmocracia einsteniana no reside en ninguna parte, porque está presente en todos sitios; es un poder omnipresente, es una consciencia universal. Su trono está en el átomo y la molécula, en la célula y en la individualidad. En el siglo V de nuestra Era tuvo San Agustín el mismo concepto universal de la jerarquía cósmica cuando escribió: “El centro de Dios está en todas partes”. Siglos antes, el mayor genio de Asia, anunció la misma verdad “El Padre está en mí y yo estoy en el Padre”. Que se diga centro o se diga Padre, la idea es la misma, que Einsten denomina “ley”. Según el “Apocalipsis matemático” de Einstein, “Dios es la ley y el legislador”, que no reside aquí ni allá, como una entidad local, trascendente, sino que es la propia consciencia cósmica, inmanente en todos los seres, tanto pequeños como grandes.

Ni la geometría tridimensional de Euclides, ni en la geometría cuatridimensional de Einstein, se pueden localizar el monarca del Universo en algún lugar determinado, ni en un cierto tiempo, porque tiempo y espacio pertenecen al mundo relativo del Verbo, de las manifestaciones, mientras que la consciencia cósmica es el Uno de la Realidad, que es el Infinito, el Eterno, que está en todos los finitos, pero no es idéntico a ninguno de ellos.

Ningún átomo ni célula tienen una orden externa de portarse de una manera determinada, sino que cada uno de ellos es una entidad autónoma, una autarquía, cuyo gobierno reside dentro de la propia entidad.

Quien lidia con abejas puede ilustrar esta autocracia cósmica, con la vida de estos insectos. Es opinión de los expertos que la reina de las abejas sea una soberana responsable del gobierno de la colmena. En realidad, la tal reina es sólo una ponedora, que durante sus cinco años de vida nos hace más que comer jalea real para poder poner huevos, y nada más. La reina no da órdenes a ninguna abeja, porque todas desde que salen del alvéolo hasta que a los 40 o 45 días mueren; sabe lo que tiene qué hacer; tiene su gobierno dentro de sí misma y obedece al imperativo categórico que viene desde su interior. Una colmena es la imagen perfecta de una “anarquía cósmica”, un perfecto orden y armonía sin ningún gobierno externo; el sin-gobierno se refiere a un factor exterior, pero el gobierno o autarquía está dentro den cada abeja. Es la consciencia de la colmena que gobierna y, para esto, no hay necesidad de una organización externa.

Si el hombre fuese gobernado por su principio cósmico, por su Yo verdadero, no necesitaría de ninguna organización engendrada por el ego, siempre tan necesitada; tampoco necesitaría una monocracia (monarquía o dictadura) ni de democracia, sino la consciencia cósmica que le daría perfecta armonía individual y social.

La consciencia cósmica universal gobierna el Universo. La misma consciencia individualizada en el hombre, haría de la vida humana belleza, pureza y armonía, si el hombre permitiese ser gobernado por esta consciencia, que en él es su alma, su Yo, su Padre, el Cristo interno.

De Einsten se puede decir que realizó el sentido cósmico e inmanente del monarca solar y galáctico, que en la teoría de Newton, todavía ocupaba un trono local.ç

En sus último 20 años de vida en los Estados Unidos, Einstein había perdido su optimismo inicial y una sombra, como presagio de un pesimismo y dolorosa decepción, se había apoderado de él.

Su gran amigo y colaborador Robert Oppenheimer, después de la bomba de uranio lanzada sobre Hiroshima y Nagasaki, se había retirado definitivamente de todos los trabajos científicos relacionados con el mundo atómico. El libro francés “El caso Oppheheimer”, revela los motivos de consciencia, porque el científico desistió de las experiencias nucleares para entregarse en cuerpo y alma al estudio de la filosofía y de cosas más humanas. No muchos años después, el inventor de la bomba atómica falleció en estado de extrema debilidad e inanición, como si los remordimientos de conciencia lo hubiesen envenenado.

Einsten comprendía cada vez más que parte de su celebridad y popularidad de que gozaba en los Estados Unidos, no se basaba en su humanidad, en su persona, sino en su productividad y utilidad, en el carácter pragmático de su trabajo. Los Estados Unidos veían en Rusia su enemigo y Einstein era una esperanza para el predominio sobre su rival.

Einstein dijo de sí mismo: “Estoy desempeñando el papel de un pequeño Don Quijote”.

Pero esa consciencia, confesa o inconfesa, de ser una “cosa humana”, en vez de una auténtica personalidad con valor propio, debió haber sido para él un sentimiento deprimente.

Si no fuese su avanzada edad, 69 años, y algunas amistades sinceras, sobre todo en Princeton, hubiera dejado los Estados Unidos, en el que veía una segunda Europa militarista.

Israel lo invitó, pero Einstein sabía que la nación judía era eminentemente militarista, armada por los Estados Unidos, mientras que los pueblos árabes tenían la guerra declarada a los judíos con las armas suministradas por Rusia.

Einstein no sentía la menor predilección ni por Europa ni por Israel.

Sus simpatías se volcaban para la América Latina, especialmente Brasil, donde tenía parientes de su madre Pauline Koch. Parece que el alma humanitaria de Einstein sentía que esa parte del continente americano era, entre todos los pueblos del mundo, la parcela de la humanidad que, hasta cierto punto, preservara sin adulterar un buen porcentaje del alma naturalmente humana y cristiana de su naturaleza. En el mundo entero el hombre se había transformado en una máquina y en robots que si los acontecimientos siguieran por el camino trazado, sería hasta tal punto mecanizado, masificado y cosificado, que de la primitiva imagen y semejanza de Dios, poco iba a quedar. Cerebros electrónicos prestarán servicios mucho más perfectos y rápidos que cualquier masa encefálica humana.

Es obvio deplorar el futuro de las naciones subdesarrolladas, pero ¿será cierto que las naciones del Primer Mundo son hoy más felices que aquellas? Si el hombre se contentase con un desarrollo razonable y una sana comodidad, muy bien; pero nunca un ego humano se detiene en lo necesario….desea lo superfluo, quiere un bienestar enfermizo, que más tarde o temprano será la muerte del hombre.

Todas las naciones poderosas van a morir de confort. Cuando un hombre pone término a su vida le llamamos suicida; pero cuando se mata en prestaciones por una vida más confortable, le llamamos hombre civilizado.

Muchos países de los llamados del Tercer Mundo, alucinados como las mariposas en torno de una lámpara, acabarán imitando a los países del Primer Mundo, no solamente en lo que tienen de bueno, sino sobretodo en lo que tienen de negativo; y eso es muchísimo. Y estas pobres naciones de hoy, como incautas mariposas con las alas quemadas, se debatirán en el polvo como gusanos.

Sigue en la Circular de Diciembre de 2008.

LA REALIDAD OCULTA.-

La composición espectral de la luz afecta al hombre de forma intensa. La supuesta luz diurna de los tubos fluorescentes no merece tal nombre, puesto que ofrece muy poca radiación ultravioleta de onda larga y emite radicaciones amarillas y rojas en proporción muy distinta de la que aparece en la luz solar; además, los efectos psicológicos y fisiológicos que causa en el hombre son distintos a los que provoca la luz natural. También son muy distintos los efectos que la luz provoca en las regiones húmedas y en las de tipo mediterráneo. Las civilizaciones antiguas aprendieron empíricamente a compensar las diferencias cualitativas y cuantitativas de la luz en las diversas partes del mundo. Diseñando y orientando adecuadamente las viviendas, ventanas y patios interiores, regulaban el grado de exposición a la luz solar. Por ejemplo, las estructuras de antiguas ciudades de la India, con sus calles angostas y plazoletas, proporcionan un cobijo tan eficaz como agradable para protegerse del sol del país, mientras que las modernas avenidas y partes de las nuevas ciudades son prácticamente incompatibles con la vida humana durante los meses de verano. A medida que nos adentramos en el norte de Europa, descubrimos que las partes soleadas de las viviendas, como las galerías y porches, aumentan progresivamente de tamaño y que la vida se organiza cada vez más en torno a estas estancias para aprovechar mejor la luz del Sol.

La forma y el tamaño de las viviendas, así como la distribución y las características de los campos, zonas boscosas e incluso de los caminos y carreteras, también afectan al hombre a través de sus órganos sensoriales. Casi nada se sabe de estos importantes aspectos de la vida que, no obstante, por medio de esta sonámbula sabiduría innata que el género humano posee, han encontrado expresión en la maravillosa diversidad de casas y paisajes que han surgido en las diversas partes del mundo. Emerson atribuyó la diversidad regional de la arquitectura a las influencias históricas y sociales.

“El templo dórico todavía se asemeja a la cabaña de madera donde vivían los dorios. La pagoda china es incuestionablemente una tienda tártara. Las formas de los templos hindúes y egipcios revelan que los antepasados de sus constructores vivían en montículos huecos y viviendas subterráneas. La iglesia gótica es una tosca imitación de los árboles del bosque, con sus ramas unidas en un arco solemne o festivo”.

De todos modos, es posible que los estilos regionales sean también de origen práctico. Hasta la época actual, la pendiente de los tejados estaba determinada por la cantidad de nieve que caía. Los porches y balcones, que tan práctico resultaban antes de la aparición del aire acondicionado, habrían sido de poca utilidad en una casa del norte de Europa.

Dado que los estilos regionales surgieron a partir de recursos y necesidades locales en épocas en que el transporte era difícil y limitado, sería lógico suponer que la estandarización tecnológica y la creciente movilidad de la población hubieran suprimido su razón de ser. Sin embargo, la resistencia y la homogeneización están dando nueva vida al regionalismo. La persistencia de las características regionales cobra especial interés, especialmente donde una gran porcentaje de la población se traslada de un extremo a otro del país, de tal forma que se da la impresión de pueblo desarraigado. . Pero, aun en tales condiciones, el ciudadano, su esposa y especialmente sus hijos no tardan más que unos pocos años en adquirir las costumbres típicas de la región donde se establecen. Cualesquiera que sean sus orígenes, se convierten en poco tiempo – al menos en apariencia – en nativos, adoptando la forma de vestir y las maneras y giros lingüísticos propios del lugar.

Las características regionales perduran incluso en poblaciones de gran movilidad porque inconscientemente, la mayoría de la gente se identifica con un lugar concreto.

La historia social y cultural de una nación no sólo se refleja en la conducta  y gustos de sus habitantes, sino también en cómo las actividades de éstos alteran el paisaje y le dan forma. En cualquier lugar habitado del mundo, la manera en que la gente se gana la vida, ocupa su tiempo libre y se conduce en el trato social condiciona el carácter distintivo del paisaje. Los campos, los cercados, los sistemas de abastecimiento de agua, los parques, las casas y los graneros son tan importantes como las colinas, los bosques, los ríos y los lagos – es decir, los accidentes naturales – a la hora de determinar el aspecto de un paisaje. Las características naturales no bastan para explicar las profundas diferencias de paisaje que hay entre el norte y el sur de España: estas diferencias reflejan costumbres, gustos y necesidades, que son a su vez expresión de la cultura nacional. En resumen, las naciones cobran vida y perduran como entidades físicas distintas, no tanto por la acción de fuerzas naturales como por la existencia de culturas nacionales que establecen el trato que el entorno físico recibe.

Los gustos pueden ser más importantes que las necesidades en su efecto sobre la fisonomía de un lugar.  El hombre trata de dar al mundo natural el aspecto que le gustaría que tuviera y, por regla general, los efectos de sus intervenciones son más duraderos que las necesidades económicas y puede llegar a enmascarar las realidades geográficas. Fue el hombre y no la naturaleza quien creó los páramos de Escocia y las sendas rectilíneas que cruzan los bosques de Francia. El carácter pastoril de la campiña inglesa se debe principalmente a la temprana afición de los ingleses por lo bucólico, actitud que se vio reforzada por la reacción contra el masivo desarrollo industrial del siglo XIX. Hace ya más de medio siglo que la vida pastoril se hizo anacrónica en la mayor parte de Inglaterra y, sin embargo, los esfuerzos por mantener un entorno bucólico persisten tanto en el ámbito rural como en el urbano. Tanto en la capital como en el campo hay una clara tendencia a evitar toda reforma excesivamente formal, geométrica y artificial. Esta actitud estética contrasta notablemente con la debilidad de los franceses por los bulevares majestuosos y las avenidas rectilíneas, por los parques nacionalmente estructurados y los paseos que ofrecen amplios panoramas, tan evidentes en Paris como en provincias, o con la afición de los españoles a poner rotondas cada cierto tramo de carreteras y dotar a sus parques de espacios amplios sin árboles, predominando el cemento gris sobre el verde de la vegetación, proporcionando aridez a las ciudades y campiñas circundantes.

El mismo concepto de parque urbano refleja los gustos de la comunidad y, en consecuencia, las características nacionales. En Inglaterra, el uso de los espacios verdes estuvo guiado desde el principio  por una de estas leyes no escritas que tanto pesan en ese país, a saber, que todo el mundo tiene derecho a no ser molestado en su vida privada y a acceder con facilidad a la naturaleza. La regla es que los barrios residenciales de la ciudad deben, en la medida de lo posible, fundirse con la naturaleza para no destacar. Por el contrario, en Francia, los parques y plazas, estaban destinados a fomentar la vida pública y a paliar la atmósfera ruidosa y polvorienta del tráfico. Un modo notable de crear espacio urbano es la plaza italiana que parece un gran escenario donde el ciudadano es actor y público al mismo tiempo.

Sigue en la Circular de Diciembre de 2008.

¿QUÉ ES EL DIABLO?

Para los alejandrinos Dios es la Unidad inmóvil, incomunicable, que no engendra inmediatamente ni la materia, ni la naturaleza ni el alma. Sólo engendra la inteligencia, la cual engendra a su vez el alma; y el alma, última hipótesis de ese mundo superior, inmóvil en su esencia, cae por la proyección de sus propias potencias bajo el dominio de las leyes del tiempo, del espacio y del movimiento, y engendra la materia, que es el límite de las últimas emanaciones. El mundo celeste del cual desciende el alma, es perfecto; el sublunar, imperfecto, corruptible, perecedero, pues se apartó de aquél. El alma, al producir este último, le comunica la vida y la forma, y con ello la perfección.

El mundo sensible no es más que la representación en la materia de ese mundo inteligible superior, del cual es la degeneración. De aquí el que en él estén siempre presentes la belleza y la fealdad, la perfección y la imperfección, la luz y la sombra. El Mal lo mismo que el Bien son propiedad de los individuos, como lo son del mundo sensible; el Todo, lo mismo que todos los seres celestes, son extraños a lo uno y a lo otro. Pero el Mal en el mundo sensible conspira al Bien, es el aguijón que obliga al alma a remontarse a ese mundo superior del cual deriva. El Mal en sí no es considerado como un ser ni como una sustancia, como tampoco lo es la materia en la cual radica. Es la negación del Bien como la materia es la negación del ser. El Mal es imperfección, y sea por exceso o por defecto, proviene de la materia, no del alma y menos de la inteligencia. La perversión de la voluntad, la depravación de los instintos, tiene siempre por origen una necesidad material. El Mal en sí no existe, sólo existen en el mundo tales o cuales males que son en tales o cuales cosas.

Verdaderamente filosófica en sus tendencias, la escuela de Alejandría deja al Oriente religioso la explicación del mal por esos dos ejércitos jerárquicos de seres luminosos unos, tenebrosos otros, en lucha perpetua entre las cuales el hombre fluctúa como un muñeco; aunque se equivoque al hacer dimanar el Mal de la materia, indica el camino que se ha de seguir para su definición al declararlo mera relatividad terrestre.

Se manifiesta la escuela de Alejandría enteramente racional en su principio, aunque tendiendo demasiado a la abstracción con Plotino, Porfirio y Ammonio. Decae luego y se corrompe personificando las hipóstasis que en su Dios concibe, llegando al extremo de formar con ellas entes que juzga reales, y aparecen esencias puras, esencias propias, vidas, inteligencias, dioses superiores, semidioses, etc. Jámblico, Crisanto y Máximo aplican la filosofía a la Teurgia. Sube al trono con Juliano el Apóstata y se convierte en doctrina político-religiosa. Reacciona luego y se vuelve a Atenas, a la fuente de donde partiera, y allí toma otra vez una forma más racional y más grave, con Syriano, Proclo y Damascio. Muere por fin con la destrucción del Serapeo, con el asesinato de Hipathía por los anacoretas cristianos y marca su extinción completa el destierro de los últimos filósofos de la escuela de Atenas.

El gran mérito de la Escuela alejandrina consiste en resolver la concepción general del Universo en un elemento único, rechazando el dualismo oriental. Una sola ley, una sola sustancia; el paso estaba ya dado para el porvenir. La filosofía de Occidente al morir a manos del Oriente religioso, formula el programa que planteará por medios sólidos  el día en que resucite emancipándose de la religión delante de la cual sucumbe. La escuela de Alejandría no haya la verdadera solución por desarrollarse en un medio místico. Sus tendencias idealistas, al entrar en Oriente, la llevaron a buscar esta unidad de Dios, en lugar de buscarla en el último elemento analizable de la realidad. Y no obstante, tal era la fuerza de su monismo, que a Plotino, con el auxilio sólo de su inteligencia, remontándose del mundo a esta unidad suprema, al querer hallar en ella a Dios, por poco éste se le evapora en una Nada.

Hemos seguido la idea del Mal en la decadencia de la filosofía, sigamos la paralela en el cristianismo, que se presenta avasallándolo todo. A la formación de la idea del Mal en el cristianismo concurren varios elementos.

Además de algunos elementos de religiones orientales que influyeron de una manera indirecta  o secundaria, hay que considerar la corriente judaica que lo trae envuelto en su odio a la Naturaleza, a Satán, ya modificado; la leyenda de la caída de los ángeles rebeldes, del libro de Enoch; el origen del pecado en el mundo, del libro de la Sabiduría. En el momento en que la sociedad pagana se hastía de la Naturaleza, su mitología contagiada con los orientales ha llegado ya a crear los demonios que van a confundirse con los ángeles rebeldes y a formar las huestes de Satán y el Infierno, que convertido en lugar de castigo eterno va a ser con ese nombre su morada, confundiéndose con la Gehenna de los judíos de Palestina.

Y la filosofía griega le da por reino y dominio la materia, sustrato del Mal, con todas las necesidades que de ella dimanan; esa materia última capa de esa creación que considera como hija del alejamiento de Dios del cual procede, y por lo tanto imperfecta por naturaleza.

Veamos como se unen estos elementos, como se formula la idea del Mal, y a que personificaciones da origen entre los cristianos, antes de terminar la Edad Antigua, apareciendo las sectas que forman el lazo de unión entre la filosofía griega y el cristianismo judaico.

Cuando apareció el cristianismo las imaginaciones estaban excitadas, los ánimos conmovidos, abundaban los caracteres débiles o irritables, se lloraba espontáneamente. Los casos de epilepsia eran frecuentes, el histerismo general, las alucinaciones comunes; se soñaba despierto; se sufrían pesadillas a la luz del día; parecía que el imperio en masa sufría una neurosis.

En tal estado, el iluminismo, el vértigo, la monomanía y el delirio venían a ser inspiraciones divinas. Se perdió el buen sentido. Los delirantes son los hombres de Dios. Para agradar a Dionisos se ha de ser extravagante. “Somos locos por Cristo”, dice San Pablo (Corintios 4:10). Hasta a la misma divinidad se remonta la locura: “Vale más la locura de Dios que la sabiduría del hombre”. (Corintios 1:25) El divino maestro llamó también locos a los discípulos que encontró en el camino de Meaux (Lucas 24:25).Todos los dioses importados de Oriente entran santificando la demencia: “Bienaventurados los simples”, dicen los dionisíacos y los órficos, lo mismo que los apóstoles. Y el ignorante es más considerado que el sabio, el culpable que el justo. Se excusan todas las faltas; se perdonan todos los vicios; se absuelven todos los crímenes. A la rectitud de la Justicia, ha sucedido la arbitrariedad de la Gracia.

Muchos se abrogan el título de inspirados por Dios; varios el de representantes de su poder sobre la Tierra; y no pocos dicen ser poseedores de la divinidad misma: Apolunio de Tiana, Simón el Mago y varios profetas hebreos aseguran que llevan en sí el Espíritu Santo. Hasta hay quien afirma ser el Cristo hombre. El Verbo pugnaba por encarnarse.

La tendencia a lo sobrenatural, a lo maravilloso, y el estado patológico de los ánimos venía agravado por el malestar general del Imperio. Guerras intestinas, persecuciones continuas, carnicerías en el circo, extravagancias de los Césares, de una parte; y de otra, trastornos en la Naturaleza. Eran tales las calamidades que casi nadie podía ya dejar de creerlas presagios funestos de un Dios irritado contra la maldad humana. En el primer siglo, meteoros extraños cruzaron la atmósfera varias veces. Con frecuencia aparecían cometas. Hubo diversos eclipses, auroras boleares y lluvias de estrellas. En el año 65, la peste invadió el Imperio, muriendo en la Capital durante el otoño unas treinta mil personas. El hambre desoló Roma en el año 68. En el 69 se desbordó el río Tiber, causando mil desastres. Hubo trombas y ciclones en las costas de Italia. Incendios de varias ciudades en diversas provincias, terremotos en todas partes. En el Asia Menor eran casi continuos: villas enteras se venían abajo casi cada día. En el año 79, el Vesubio hizo la más horrible de sus erupciones, como si quisiera anegar en un mar de fuego líquido las abominaciones del Imperio.

Todos estos sucesos constituían la fuente donde tomaban materiales los judeo-cristianos, esas imaginaciones ignorantes y febriles que elucubraban sólo en odio al mundo gentil. La literatura apocalíptica se puso a la orden del día. Las visiones fueron tomando proporciones gigantescas. El lenguaje oriental desbordó de imágenes insensatas. Aquellos cerebros inflamables engendraban una especie de fauna monstruosa que sobrepujaba a todos los zoomorfismos más descabellados de las mitologías de Egipto, Caldea, Persia y la India. Los reptiles, las aves, los toros, los peces, los hombres, todo comparecía con los miembros trocados; todo se presentaba agrupado de una manera tan fatídica como insensata. Y estas figuras se destacaban sobre fondos de luz y de tinieblas; se cernían sobre el mar o sobre la tierra; salían del abismo entre espirales de humo y lenguas de fuego, o bajaban del cielo acompañadas de rayos o de estrellas; y batallaban, pronunciaban oráculos o blasfemias. La creación subjetiva de los judeo-cristianos parecía la obra de un Dios en delirio.

La culebra que representó al maléfico Tifón en Egipto, y a Arimán en Persia, el puerco, bestia demoníaca entre varios pueblos de Asia, fueron los animales que suministraron elementos para las figuras con que representaban el Mal; y además se añadían los cuernos de Moloch y las tenebrosas alas del vampiro. Estos fueron los elementos que concurrieron a formar las figuras que encontramos en los documentos judeo-cristianos que sen ocupaban del Mal.

Sigue en la Circular de Diciembre de 2008.

LA CARA OCULTA DEL TIEMPO.-

Por intermedio de la separación entre Caos y Cosmos, las Tinieblas generó la Luz, engendrada por  la intervención del Verbo Creador.

El origen genético de lo real se hizo y se volvió a hacer en términos de un desvelamiento-velador, en el seno del cual se dibuja la proximidad poética del Tiempo que, a su paso, se hace cada vez más exacto, esto es, conceptual, hasta el momento de establecerse el distanciamiento ontológico entre los seres finitos y la temporalidad a la que están sometidos.

El objetivo de este artículo y sucesivos consiste  en dar nuevos enfoques de acuerdo con el paso histórico de la civilización. Estos forman el camino de los dioses hasta Yaveh, padres celestiales que se transformaron en prioritarios entre los demás o excluyentes. El perfil humano se altera así como el contenido de sus símbolos que capta el estar en el Mundo, en una postura de dicotomía entre él mismo y la realidad que le compete dominar.

Iniciando nuestro artículo, recurrimos a la síntesis de la vida diurna, para situar al lector en el movimiento que impulsa estas reflexiones.

La vida en la luz solar, concierne a la tecnología de las armas, la sociología del soberano mago y guerrero y los rituales de elevación y purificación.

Los elementos diurnos y nocturnos relatan la unión primordial entre el Sol y la Luna, masculino y femenino que se conjugan, dando vida a todo lo que existe. El Sol sustituye el culto al Cielo en el instante mismo en que la divinidad que opera lo real cede su lugar, en las comunidades agrícolas, a las fuerzas activas de la vegetación y fertilidad, rigiendo el orden rítmico del Cosmos.

Se diría que el Sol predomina en las regiones donde gracias a los reyes, a los héroes y los Imperios, la historia se encuentra en acción.

Vinculado a los ancestrales míticos y héroes civilizadores, tanto el Sol como ellos, auxilian a la divinidad en su tarea creadora, dando luz y calor a los hombres, siendo festejado especialmente en los solsticios. Como iluminador, el Sol está caracterizado por la bondad, tiene como descendencia a los reyes, consagrados como sabios y sacerdotes, señalando también las cualidades básicas del héroe. Su luz es identificada al atributo de la visión, de la videncia, todavía no considerada como cualidad del intelecto, en un Cosmos sin dicotomías, que tiene como base lo Sagrado.

“El Sol es el ojo del dios supremo”, el “hijo del Creador y figura divina favorable al hombre; pero sin duda por influencia del matriarcado, la Luna es tenida como segundo hijo del dios supremo”.

Los reyes y los jefes de Comunidades son investidos del poder solar por intermedio de su soberanía y actos heroicos, simbolizados en el sacrificio de las ceremonias iniciáticas. En ellas, los elegidos solares tienen acceso a la madurez: navegando en la oscuridad individual, trascendiendo sus impulsos, luchando por la preservación del orden cósmico. Integrados en la totalidad superan a la Muerte, aunque jamás puedan excluir de sí mismos y del Cosmos el lado oculto que los integra esencialmente. El Sol es sinónimo de Vida e inmutabilidad, considerado como el astro que está más allá de la Muerte; los primitivos vieron en los eclipses la posibilidad de su extinción. Para traerlo de vuelta, en tales períodos encendían grandes hogueras o lanzaban flechas de fuego apuntando hacia la región celeste de su nacimiento, intentando con ellas apartar a la criatura tenebrosa que intentaba robar su brillo.

Sé bien que inmortal, el Sol desciende todas las noches al reino de los muertos, pudiendo llevar consigo a los hombres y darles la muerte, pero al mismo tiempo, por otro lado, puede guiar las almas a través de las regiones infernales y la día siguiente devolverlas a la luz.

El Sol proyectado en el simbolismo animal, se parece al Toro en su poder, que se extiende a los dominios diurnos y nocturnos, en el vínculo que establece con los videntes y brujas, sean blancos o negros. Caballo, toro y serpiente que se remontan hasta el Sol, nos llevan también a la Luna, escenificando la pertenencia e integración de ambos, cada cual con sus atribuciones. Poseen un estatuto cosmológico no excluyente, pero complementario, en lo más profundo de una situación en el Mundo que, imbuido por lo Sagrado, lejos de despreciar uno de los aspectos del mal, habla de su vínculo con todos los demás elementos. Sol, Luna y Agua fecundan el vientre de la Tierra Madre, protegiendo la vegetación. Es en lo Sagrado, como elemento polarizador, que Vida-Muerte, claro-oscuro, se interpenetran, adquiriendo su estatuto ontológico.

Sol y Luna, visible e invisible, manifiesto y oculto, designan la constitución de una realidad que se efectúa siempre como transición de un estado a su complemento inseparable, en el seno que gobierna el destino del existir.

Concluyendo estas primeras consideraciones, conviene resaltar que el Sol y la Luna se hermanan en la proyección de la sombra, de espacios sin luz, por la interposición de un cuerpo, más que por las tinieblas. La sombra que esconde nos lleva a la mancha (como aspecto negativo) pero, sobre todo, aquello que es impalpable en los entes: a su enigma esencial y no al hecho de haber perdido una cualidad, la de estar decadente.

La sombra que encubre desvela; refleja la luz. El héroe, pertrechado por un escudo y una espada dorada, simbolizando el Bien, la Justicia y la Verdad, expresa la lucha contra el monstruo, que nos lleva al Mal, y se enfrenta con la sombra. Solar y nebuloso, el héroe protegido por su guardián, muere, pero su fuerza le conduce a la inmortalidad, designando el mito solar de la ascensión, mientras que lo nocturno sucumbe ante la diurna resurrección.

Sigue en la Circular de Diciembre de 2008.

I N T E R E S A N T E

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OBRAS PUBLICADAS

Entre el silencio y los sueños (poemas)
Cuando aún es la noche (poemas)
Isla sonora (poemas)
Sexo. La energía básica  (ensayo)
El sermón de la montaña (espiritualismo)
Integración y evolución (didáctico)
33 meditaciones en Cristo  (mística)
Rumbo a la Eternidad  (esotérico)
La búsqueda del Ser (esotérico)
El cuerpo de Luz  (esotérico)
Los arcanos menores del Tarot  (cartomancia)
Eva. Desnudo de un mito (ensayo)
Tres estudios de mujer (psicológico)
Misterios revelados de la Kábala  (mística)
Los 32 Caminos del Árbol de la Vida (mística)
Reflexiones. La vida y los sueños   (ensayo)
Enseñanzas de un Maestro ignorado (ensayo)
Proceso a la espiritualidad (ensayo)
Manual del discípulo  (didáctico)
Seducción y otros ensayos (ensayos)
Experiencias de amor (místico)
Las estaciones del amor (filosófico)
Sobre la vida y la muerte (filosófico)
Prosas últimas   (pensamientos en prosa)
Aforismos místicos y literarios (aforismos)
Lecciones de una Escuela de Misterios (didáctico)
Monólogo de un hombre-dios (ensayo)
Cuentos de almas y amor (Cuentos) Isabel Navarro /Quintín
Desechos Humanos (Narración) Ruben Ávila/Isabel Navarro
Nueva Narrativa (Narraciones y poesía)Isabel Navarro/Q
Ensayo para una sola voz (Ensayo)
En el principio fue la Magia   (ensayo)
La puerta de los dioses   (ensayo)
La Memoria del tiempo Cuentos,Poesía Toni Coll/Isabel Nav.
El camino del Mago Ensayo Salvador&Quintín
Crónicas Ensayo Salvador&Quintín

  

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