EINSTEIN MÍSTICO Y CIENTÍFICO

ALCORAC

SALVADOR NAVARRO

      

Dirigida a la Escuela de:

                        Mallorca

                        Las Palmas

                                                                                 

Circular nº5 , año XIV

Bunyola, 1º de Mayo de 2.008.

A.EINSTEIN – MÍSTICO Y CIENTÍFICO.-

Muchos de los que hablan o escriben sobre Einstein y su Teoría de la Relatividad, piensan que el gran matemático había alcanzado ese resultado pensando intensamente, exprimiendo las meninges, hasta que finalmente alcanzó esa certeza.

Y sobre esas falsas premisas han intentado retrasar el camino por donde Einstein había andado.

Nada de esto ha sucedido. Muchos pasajes de su vida desmienten tal proceso.

Hay un camino que se podría denominar ego-pensante y otro que se pueden designar como cosmo-pensado.

En el primer caso, el hombre confía exclusivamente en el poder de su propio pensamiento, de su humano egoísmo y su actividad cerebral. El resultado de tal proceso es directamente proporcional al esfuerzo invertido. Pero como el ego es una “pieza secundaria del cosmos” y representa una parcela infinitesimal del Universo, es natural que este resultado del ego-pensante no pueda ser grande y deba ser como un átomo en comparación con el Universo.

Este proceso ego-pensante es el único que conoce la mayoría de la humanidad. Ciertamente, hay variantes en ese proceso; hombres dotados de un poder ego-pensante de 1%, 10%, 50%,etc., pero en cualquier hipótesis, la proporción es infinitamente pequeña en comparación con el inmenso poder cósmico. Un vagabundo puede tener linternas fosforescentes mayores o menores, pero ¿qué es esto frente a la inmensa claridad del Sol en pleno mediodía?

Hay pocos hombres cosmo-pensadores. No son ellos que con el poder de su ego personal piensan, sino que son pensados por el poder del cosmos, por el alma del Universo, en el supuesto de que ellos permitan ese proceso de pensamiento.

Este proceso consiste en una especie de extensión de los canales humanos para que las aguas vivas de la Fuente Cósmica puedan fluir libremente a través de ellos.

En este caso es el Uno del Universo, el alma invisible del Todo, la que entra en acción, al paso que los canales humanos funcionan como simples recipientes, vehículos o transmisores.

Cuando el hombre deja de ser ego-pensante y pasa a ser cosmo-pensado (también cosmo-vivido y cosmo-actuado), sabe de los misterios del cosmos mucho más que por medio de muchos años de estudios como ego-pensante.

Y, cuando después los egos-pensantes intentan explicar cómo el cosmo-pensado llegó a ciertos resultados, para ellos incomprensibles, pierden su tiempo en hipótesis y conjeturas inútiles.

Entretanto, el propio cosmo-pensado gastó largos años y esfuerzos en la penosa peregrinación de su personalidad ego-pensante.

Einstein afirma de sí mismo: “Pienso 99 veces y no descubro nada; dejo de pensar y he aquí que la verdad me es revelada”.

Esos 99 esfuerzos del ego-pensador fueron necesarios fueron necesarios como infraestructura preliminar, pero no fueron suficientes para revelar la gran verdad.

Un  ingeniero construye una vasta red de distribución para proveer de agua a una ciudad, pero si no tuviera un naciente de agua permanente, que no formaría parte de su red de abastecimiento, nunca tendrá agua en sus canales. El naciente de agua es causa, la red de distribución son condiciones que asegura el abastecimiento.

Todo prueba que Einstein, tarde o temprano, alcanzó un alto grado de cosmo-pensador. En Princeton, vivía casi en perpetuo silencio. En la Escuela Politécnica de Zurich (Suiza), pocos días antes de difundir la fórmula de la Relatividad, desapareció de la Universidad y de la familia durante unos días, sin revelar su paradero, porque tenía una imperiosa necesidad de soledad y silencio para dar a luz su pensamiento.

En la Universidad de Berlin, se encerraba en sus aposentos durante días enteros y no aceptaba visitas, dando orden a su esposa de colocar una bandeja con bocadillos y otros alimentos en la puerta de su estudio. En el interior andaba con los pies descalzos, en mangas de camisa, abismado durante horas en total inmovilidad, tal como lo haría un yogui en estado de éxtasis. En estas horas de intensa actuación mental, estaba totalmente ajeno al mundo exterior e intensamente identificado con el Uno interno.

Cuando sus colegas le preguntaban cómo iba a demostrar su Teoría, respondía que la prueba experimental dependía de una técnica perfeccionada, todavía no existente, pero que su certeza no dependía de las pruebas, porque el Universo era un sistema lógico de absoluta precisión. Esas palabras indicaban que Einstein había intuido lo invisible del Uno del Universo, aunque no pudiese describir la Forma de la técnica externa.

Una comparación tal vez pueda esclarecer este proceso: supongamos que un clarividente contempla el interior de una semilla de coco. No ve raíces, ni tronco, ni hojas; nada en esta pequeña semilla. Pero supongamos que ese vidente esté dotado de una perfecta visión de todas las potencialidades de la simiente, que en breves años se manifestará como un cocotero con hojas y frutos. Si tal vidente pudiera anticipar durante 15 o 20 años la sucesión de tiempo y espacio, en la simultaneidad del eterno y del infinito, ¡qué fenómeno sería ese! Ese hombre vería en la ilusión de la sucesión del tiempo y el espacio la verdad de la simultaneidad.

Es más o menos así que debemos considerar la videncia de la unidad del Universo simultáneo que se manifiesta siempre de nuevo en diversidad y en sincronicidad.

Si admitimos esa visión unitaria del Cosmos es inútil querer comprender la visión diversificada con que casi todos intentan explicar la Teoría de la Relatividad.

Sin la cosmo-videncia la ego-videncia es un eterno enigma.

Afortunadamente, esa cosmo-videncia, o sea, visión unitaria del Universo, se está revelando ser cada vez menos misteriosa y más manifestada. En los últimos tiempos la parapsicología intentó reducir a términos racionales lo que antes era rechazado como simple superstición o creencia popular.

Nuestra filosofía cósmica, nacida en el corazón de los místicos actuales, está consolidando las bases cosmo-racionales de esta visión, partiendo de la unidad del centro, a fin de explicar las diversidades de la periferia.

Sigue en la Circular de Junio de 2008.

LA REALIDAD OCULTA.-

Para los que viven en los suburbios, la realidad significa escombros y ratas, miserias y desesperación. Pero también en comunidades más prósperas muchos jóvenes se sienten recluidos en una jaula que, aunque cómoda, es de efectos paralizantes por su falta de estímulos. De hecho, los factores importantes del entorno no son únicamente sus características físicas, sino también las actitudes y recuerdos de la colectividad.

Citemos a Baldwin, un sociólogo: “El adulto no recuerda la mano que le pegó ni la oscuridad que le atemorizó de niño; sin embargo, esta mano y esta oscuridad permanecen en él, inseparables para siempre, formando parte del ímpetu que le lleva donde quiera que cree huir.

La cultura no es una estructura entretejida por la comunidad, ni tampoco obra de Dios; no siendo indeseable ni deseable en sí misma, por inevitable, constituye ni más ni menos que la huella impresa por las vicisitudes en la comunidad que se ha visto obligada a hacerles frente.

Al fin y al cabo, la tradición no expresa más que la larga y dolorosa experiencia de un pueblo; surge de la batalla que ha debido librar paran conservar su integridad, o dicho de forma más sencilla, de su lucha por la supervivencia”.

En el uso corriente, la expresión “un pueblo” designa una unidad biológica basada en lazos de sangre. Pero en la práctica, la base de las sociedades humanas está constituida por las experiencias compartidas y por la comunidad de destino. Para los judíos, explica Martin Buber, la devoción al Dios Eterno es el principio unificador que ha permitido a Israel persistir como entidad social.

Una infancia prolongada hace más sencilla la transmisión de las actitudes y creencias que integran la entidad social. Los métodos intuitivos que las sociedades primitivas utilizaban para la instrucción de sus menores ya estaban encaminados a la consecución de cierta identidad madura. Cuanto más civilizado es el grupo social, más larga tiende a ser la infancia y más complejo el legado social a imprimir en el individuo. Los programas educativos de todas las sociedades modernas y de la sociedad norteamericana en particular, tienen como meta el desarrollo del individuo y de su capacidad para decidir y actuar con independencia de las presiones sociales. Pero las escuelas están concebidas en gran medida para sustituir al condicionamiento social que hasta ahora ejercían la familia, la iglesia y otras instituciones. Cuando una sociedad elabora un programa oficial de educación, lo hace de forma que el niño entre en contacto con aquellos aspectos de la cultura nacional que más contribuyen a la cohesión social y a la supervivencia. Manifestaciones retóricas aparte, el objetivo de la mayoría de las escuelas, incluidas las Universidades, es más el condicionamiento social que el desarrollo del individuo.

Además del condicionamiento social, las instituciones humanas y los acontecimientos sufren los efectos de muchas otras fuerzas. En la Historia, a diferencia de lo que ocurre en la ciencia, los movimientos importantes suelen iniciarse a partir de las decisiones que ciertas personas toman en determinado momento. El origen de todas las religiones, doctrinas filosóficas, imperios, revoluciones sociales y tendencias artísticas, está asociado a unos pocos protagonistas. Pero, una vez iniciado, todo movimiento adquiere vida propia y no tarde en producir instituciones que, como cualquier forma de vida, se resisten tenazmente al cambio y se aferran a su personalidad. Cuando un sistema social comienza a evolucionar, su propio funcionamiento establece límites a los movimientos que podrá efectuar en su próximo punto crítico. Si quiere mantener la estabilidad interna esencial para su prosperidad, todo sistema social debe luchar para capear el temporal que arremete contra él desde el exterior. Sólo podrá sobrevivir si logra desarrollar unos mecanismos sociales que le permitan amortiguar los impactos producidos por el entorno.

La resistencia al cambio que muestran las entidades sociales puede explicar el origen y la persistencia de las naciones. La geología, la topografía y el clima difieren tanto de una región a otra que las características nacionales, excepto en el caso de naciones muy pequeñas, no pueden atribuirse a factores físicos. Hay quienes afirman que designaciones tales  como “Estados Unidos”, “Rusia”, “Francia”, no son más que palabrerías periodísticas abstractas, porque las características nacionales de la tierra o del pueblo o bien son inexistentes o son tan vagas y mudables que carecen de importancia. Otros, a su vez, afirman que las naciones son entidades místicas de origen divino. Por ejemplo: se ha afirmado que “toda nación tiene una característica espiritual guía, su genio, que ella misma reconoce como su príncipe o su dios”, lo cual hace pensar de nuevo en el Dios de Israel. Pero lo cierto, en cualquier caso, es que los llamados lazos de sangre carecen de sentido desde el punto de vista biológico y no existen desde el punto de vista histórico. Un judío llamado Disraeli fue el símbolo de la Inglaterra victoriana y el segundo Presidente de la República Francesa se llamaba MacMahon.

George Orwell se pregunta si existen las culturas nacionales, respondiendo acto seguido que esta pregunta es de aquellas en las que los argumentos científicos están a un lado y el conocimiento instintivo al otro. Como ya he dicho, no hay razón para creer que todos los miembros de una misma nación comparten cierta cualidad mística que procede de los lazos de sangre o de la tierra en que viven. Pero, por otra parte, el sentido común no deja lugar a duda en cuanto que los adjetivos “americano”, francés”, “griego” o “español”, más que “nórdico” o “mediterráneo”, van asociados a cierta gama de atributos intelectuales y de comportamiento. Asimismo, las palabras “chino” y “japonés” hacen referencia a actitudes que se han conservando durante siglos, sin que los regímenes sociales o las conquistas militares las afectaran. Las naciones existen no en cuanto a entidades geológicas, climáticas o raciales, sino como experiencias humanas. Un crítico social no fue sólo gracioso al ilustrar los diversos significados que las palabras “permitido” y “prohibido” tienen en ciertos países europeos. “En Inglaterra todo lo que no está prohibido está permitido; en Alemania, todo está prohibido a menos que esté permitido; en Francia todo está permitido aunque esté prohibido y en Rusia todo está prohibido aunque esté permitido”.

El conocimiento histórico moderno ha confirmado que aquellos grupos de personas a quienes los imponderables han obligado a vivir juntos en un determinado lugar tienden a instituir un conjunto de ideas, valores y creencias compartidas que poco a poco se convierten en su ideal y su guía. La cultura creada por esta comunidad constituye un ente que se configura asimismo y que produce un espíritu nacional en constante evolución.

El orden no se impone desde fuera en la colectividad, sino que surge espontáneamente como una estructura de relaciones generada por la interacción constante de los diversos elementos que la componen. Desde esta perspectiva, las características nacionales no son las expresiones de la raza o de otras propiedades biológicas, sino de aquellas decisiones humanas que se basan en la aceptación colectiva de ciertas convenciones y tradiciones y, especialmente, tal vez de ciertos mitos. Hay autores que declaran que ciertos mitos tienden a convertirse en realidad porque crean un tipo de personaje al cual el hombre medio hará lo posible por parecerse. Por ejemplo: el comportamiento de la población inglesa en la II Guerra Mundial se debió en parte a la existencia de la idea preconcebida que el pueblo tenía de sí mismo. Las naciones necesitan héroes que encarnen su genio y sirvan de modelos de conducta.

Sigue en la Circular del mes de Junio de 2.008.

¿QUÉ ES EL DIABLO?

De Hesíodo al siglo de Pericles, los demonios no adquieren aún el desarrollo de que nos habla Plutarco. Píndaro atribuye a cada persona un demonio o genio protector y los cita presidiendo el nacimiento de cada hombre. Luego se dice de ellos que están especialmente encargados de castigar a los mortales, y ya se les cree capaces de odios y venganzas. Se refiere que los hay amigos de la sangre, de la matanza y de toda suerte de calamidades y se les llama “daimones”. Pero en contra, existen los  “Alexikakois” y los “Lisioí” que son demonios liberadores. Además de los de los hombres, los hay de las ciudades, personificaciones vivas de su espíritu y fuerza. Se dividen en masculinos y femeninos según sea el nombre que se les de, y en buenos y malos, y pronto las figuras del lenguaje alcanzan c categorías de seres reales.

Varias divinidades infernales vienen a engrosar las filas ya numerosas de los demonios: Erynnias, Alastores, Nemesis, todas ellas divinidades vengadoras. El Alastor toma gran importancia y se le cita como autor de devastaciones e incendios. Las Ninfas, espíritus ligeros de las aguas, se agregan también a ellos, y tras de éstas los Cabyres, Coribantes y Dioscures, divinidades caídas de altos puestos, que convertidos en plebe divina, oscurecido ya su origen, flotan sin importancia en el seno del panteón griego. Y no tardaron en confundirse con ellos los fantasmas enviados por Hécate, Lamia, Empusa, etc., espectros hijos de la alucinación que el miedo produce por la noche.

Pero los hace necesarios y los multiplica Platón, a fin de que le sirvan para llenar el gran vacío existente entre las Divinidades y el Mundo.

Los antiguos dioses dijeron que la Naturaleza tenía horror al vacío, los físicos modernos dicen que no hay acción sin el contacto. Esta es la expresión de una ley que se verifica lo mismo en lo físico que en la moral. Un punto solo, no es concebible; se precisa la serie por lo menos. Con el uno aislado, ni se puede calcular si se puede vivir. Así el Dios único, lo mismo el del Platón que el de los Hebreos, en cuanto fue abstrayéndose, necesitó inmediatamente intermediarios, entre Él y el Universo, para que llenaran el inmenso vacío que quedaba entre ambos.

“La naturaleza de los demonios – dice Platón – es intermedia entre la de los mortales y la de los dioses”. Ella es la que interpreta y transmite las cosas humanas a los dioses, y las cosas divinas a los hombres; las plegarias y los sacrificios de los unos, y los preceptos e instituciones divinas de los otros. Los demonios colocados en medio, completan el todo, y por su lazo el Universo se halla unido en un solo haz. Por medio de la Naturaleza demoníaca nos llegan las profecías de toda clase, lo mismo que el Arte sagrado concerniente a los sacrificios y a los encantamientos. Dios no se mezcla con los hombres. Sólo por este intermedio, tiene lugar todo comercio y coloquio entre la Divinidad y los humanos, lo mismo si están despiertos que “si están dormidos”. Y luego añade que “los demonios van vestidos de aire, andan errantes por las aguas, se ciernen sobre los astros, y se alojan en el interior de la Tierra”; afirmando luego, para acabar, que “el mayor demonio es el amor”. Y los pitagóricos le apoyan diciendo que no comprenden el que exista un solo hombre que no haya visto demonio alguno.

Sócrates hace a estos genios compañeros inseparables del hombre. Según él, cada hombre tiene uno; todo lo que piense y todo lo que hace es un demonio quien se lo inspira, y afirma de sí propio que a todas horas oye el suyo. ¿Cuánta influencia tuvo sobre la humanidad la neurosis de un filósofo?

La idea de los demonios que en su origen fue una fase de la creencia en el desdoble del “yo”, nacida como explicación de los sueños y de los delirios en que el hombre se figura transportado a lugares y a tiempos diferentes, influye en esa época en los filósofos de manera extraordinaria. Todos se explican por medio de ellos los estados anormales del cerebro. Platón deja sentado ya que “se nos comunican en sueños; Pitágoras que “se ven”; y las corrientes de ideas que llegan del Asia acaban de influir. Los caldeos afirman que el alma de los muertos sale a perturbar los vivos, afectando diversas formas y a esta alma la llaman “utuku”, es decir, demonio. Además dicen que hay unos espíritus especiales que constituyen el lazo que une al hombre con los dioses; y Filón de Alejandría los emplea como agentes de la Divinidad, alternando con lo que él llama fuerzas divinas. Con la autoridad de los filósofos ya no hay sueño ni pesadilla que no pase por realidad; toda imagen que en sueños reproduce nuestro cerebro es tenida por un demonio que ha abandonado el infierno, alma de un difunto, agente de algún dios. En general, se admiten de dos clases: unos esencialmente buenos, otros esencialmente malos, pero predominan más los segundos, pues dado el estado de los ánimos las pesadillas son más frecuentes que los sueños felices.

Hay quienes opinan que el castigo de los malos consiste en que su alma anda errante por las regiones de la atmósfera y lleva sobre la tierra como una especie de segunda vida vagabunda y miserable. Y estos malvados errantes son los que atormentan a los mortales.

Trascienden y se propagan luego estas ideas en Roma, y hallan confirmación en muchos que afirman que genios salidos del Tártaro les han contado durante la noche los sufrimientos de los condenados. Los patricios, a causa de su vida disipada son presa de una gran excitación nerviosa. Los delirios, las pesadillas, las alucinaciones que sufren, ya nadie los atribuye sino a los demonios, como en Oriente, no a la continuación de las impresiones o movimientos cerebrales anteriores al estado patológico como los filósofos eleáticos.

Pronto los terrores sagrados se acentúan, la cólera de los dioses es ya espantosa, y se muestra en perspectiva para después de la muerte. Para impedir el mal no se encuentra más medio que amedrentar, con las penas de ultratumba y se cita como ejemplo de eternos castigos, el tonel de los Danaides, que jamás se llena; la roca de Sísifo, que al llegar con ella a la cumbre de la pendiente por que trepa, le resbala; el hígado de Prometeo que sin cesar picotea un ave; las entrañas de Tityo renaciendo a medida que el buitre las devora; el padre de Pelopa, que se esfuerza en vano por coger los frutos que tiene cerca; y el suplicio de Tántalo, en eterno sobresalto, con el peñasco siempre suspendido sobre su cabeza.

Lucrecio y los más sabios protestan en Roma como antes protestara Diógenes en Grecia contra Platón, que había dicho que los no iniciados en los misterios órficos, serían como los malvados, hundidos en un lodazal por Museo y su hijo. “No es Tántalo el que está continuamente amedrentado por la roca, – dice Lucrecia – aquel que cree en los dioses es el que está amilanado por la idea del castigo. No existe Tityo picoteado por las aves; Tityo es el quien está prendido en las redes del amor; las aves agoreras son sus inquietudes. Sísifo no está en el Tártaro; Sísifo es hoy todo patricio que pide hachas y haces para combatir al enemigo de la Patria, y a ella vuelve derrotado y triste, o el que brega para alcanzar un poder que con él se derrumba apenas alcanzado. Sembrar favores y hallar ingratitudes, encontrando para el bien las almas secas; he aquí la tarea desesperante de las Danaides. ¿Para qué el Tártaro y el Cerbero, si plantáis cruces, construís calabozos y mantenéis  verdugos carniceros? Epicúreos y estoicos opinan como Lucrecia, y ven sólo en el Hades la tierra que cubre los huesos de los muertos, mientras que otros con tendencias negativas, y toda la plebe con ellos, creen en la eternidad de los castigos; y cada tendencia se acentúa más; cada día las opiniones son más divergentes, hasta que por fin las racionales desaparecen dominadas por las supersticiosas, que forman la ciega fe del mayor número.

Esta es la ley de los períodos de transición, lo mismo para las sociedades que para las especies orgánicas. Cuando una sociedad, al igual que una especie, evoluciona para progresar, se desdobla como si toda su fuerza evolutiva se acumulara sobre una mitad dejando a la otra exhausta. Una mitad se exagera en un sentido; la otra se exagera en el contrario; la que va en el sentido de la evolución progresiva se acentúa y se perfecciona hasta transformarse; la otra retrocede y se anula. La plebe romana  y las mujeres siguieron la tendencia religiosa monoteísta y mística que era a lo que la evolución les llevaba. Los epicúreos y algunos patricios opusieron a ella su racionalismo en vano; era preciso que el principio religioso llegara a su colmo; para que se anulara debía pasar por el monoteísmo. Dado el principio del monoteísmo que imperaba, la lógica estaba de parte de la plebe. Se debía venir al monoteísmo con su moral; por esto fue disminuyendo la corriente filosófica hasta anularse, y creció la popular hasta parar en el ascetismo cristiano. Y del cristianismo, desdoblándose a su vez haciéndose su ortodoxia cada vez más dogmática y sus herejías cada día más científicas, ha salido el estado de cosas moderno, en el cual la tendencia científico - filosófica va a predominar por completo, por la aristocracia de las inteligencias, mientras que la religión restará como residuo en las inteligencias inferiores.

¿Cómo era posible que se creyera en el Bien sin otro freno que el de la conciencia de la Justicia, si ésta había sufrido un eclipse en el Imperio?

 

 

 

 

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