ALCORAC

SALVADOR NAVARRO ZAMORANO

 

Dirigida a la Escuela de:

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                                                                              Circular nº 3 , año XVI

                                                                            Bunyola, 1º  de  Marzo de 2.010.

AGUSTÍN DE HIPONA.-

Por primera vez, entre los 12 y 13 años, comenzó Agustín a gustar de los libros. Se reconcilió con esos sus enemigos mortales de la escuela primaria de Tagaste. Desc ubrió el alma del libro y se hizo su gran amigo.

En Madaura despertó su inteligencia, porque sacudió su corazón.

Agustín era el tipo el tipo clásico del intelectual afectivo. Mejor que nadie comprendió, porque lo sintió profundamente, que no se puede comprender integralmente lo que no se ama ardientemente. Las verdades más evidentes continuaron oscuras y paradojales cuando no simpáticas al corazón y, digámoslo crudamente, a la carne y la sangre. Por otro lado, puede una doctrina ser un aborto de estupidez y de contrasentidos, pero cuando lisonjea al corazón y la carne, es abrazada por millares den hombres y procalamda como suprema conquista de la sabiduría humana.

Lo que se enseñaba en el gimnasio de Madaura era, preferentemente, literatura y retórica.

Homero y Virgilio, esos corifeos de la poesía helénica y latina, eran los autores favoritos de esos estudiantes africanos romanizados.

Agustín no conocía la lengua griega u nunca llegó a aprenderla perfectamente. Le faltaba la necesaria perseverancia para recitar los verbos irregulares y esas mil y una particularidades graciosas de las que es riquísimo el idioma de la Iliada. Además, un romano, como él se sentía, poco simpatizaba con el genio de la Hélade. El hijo del Imperio Romano, ese Imperio que abarcó Europa, Asia y África, consideraba el mando como su patria y no comprendía el espíritu doméstico  y de barrio como el griego que giraba con cariño maternal en torno a una península al sur de Europa. Mucho menos comprendía el auténtico romano aquella pedante meticulosidad con que ciertos escritores helenos desmenuzaban ocurrencias de intereses exclusivamente locales. Esas escenas y filigranas de la poesía regionalista de Atenas no armonizaban con el carácter universalista de Roma. El autor latino escribía para el mundo, para los habitantes de todos los meridianos, longitudes y latitudes del mayor Imperio que haya existido sobre la faz de la Tierra.

Así fue que Agustín dejó gran parte de las obras del inmortal Homero y sus colegas y se apasionó literalmente por el autor de la Envida, por el cantor de los poemas de los amores infelices de la reina Dido y de las milagrosas hazañas de Eneas.

Además, ¿cómo podía un hijo de África dejar de simpatizar con una obra clásica en la que aparecía, aureolada de todos los fulgores del romanticismo, la legendaria fundadora de Cartago, soberbia metrópolis del vasto continente?

Acababa de dar Agustín el último adiós a la infancia y se disponía a entrar en el mundo incógnito de la adolescencia, rumbo a los mares deliciosamente revueltos de la pubertad. Estaba en el límite del período transitorio en que el joven se siente tomado por unan ruidosa alegría y de inexplicables añoranzas.

Mundos de contornos indefinibles, sentimientos de amor sin objeto, nostalgias sin motivos, ansias imponderables, vigilias de lágrimas inconscientes, una inmensas necesidad de amistad, de comprensión, sueños tejidos de hechos caballerescos, inciertos deseos de aventuras al servicio de un ideal desconocido, todo esto se agitaba, hervía y bullía en el alma virgen del adolescente de Madaura.

El corazón de Agustín era como una de esas gavillas de trigo que se mueve en el aire, inciertas, ansiosas, buscando algo del que se pudiese agarrar.

En las páginas de la Envida encontró el hijo de Mónica la definición consciente de aquello que oscura y crepuscularmente hervía en su subconsciente.

Se enamoró apasionadamente, de la obra inmortal del poeta mantuano, porque descubrió su propio Yo en la obra de Virgilio.

Y quien descubre el Yo revela la llave para todos los universos.

Amó, lloró, sufrió, profundad e intensamente con la reina de Cartago.

Gracias a su extraordinaria capacidad de adaptación e identificación psíquica, revivió Agustín, en la más palpable realidad y con todo el ardor de su naturaleza tropical, los episodios descritos por el gran poeta.

Entró con Aquiles en el caballo de madera.

Asistió, temeroso, al incendio de Troya.

Presenció la estruendosa derrota del reino de Priamo.

Huyó con el impávido Enemas.

Erró con él por tierras y mares.

Llegó con él a la costa africana, exhausto, heroico.

Vio emerger por entre las brumas del misterio el gracioso perfil de la princesa fenicia.

Sintió las llamas del amor apoderándose de las dos almas.

Vio a Eneas alimentar en el corazón de Dido el incendio voraz de la pasión.

El joven estudiante se apasionó en la figura del fugitivo de Troya, de la seductora cartaginesa.

Ardió en el fuego infernal de la más intensa voluptuosidad.

Sufrió con Dido el dolor inmenso de la despedida.

Sintió el dolor en el pecho bajo las ansias de la desesperación.

Vio al aventurero desaparecer a lo lejos, en la inmensidad del Mediterráneo.

Vio en los ojos de la trastornada amante el fuego de su rebeldía contra el Destino.

Vio relucir el puñal mortífero en las manos de la suicida.

Y el alma de Agustín como la de Dido, fue aniquilada por el dolor, el amor…..

Agustín se hizo un clásico de la lengua de Virgilio, porque amó la obra de su autor predilecto.

Esta fue una nota característica de toda la vida y obras del gran africano, aunque más tarde fuesen las Didos  - las del libro y las de la vida real  -  sustituidas por otros blancos afectivos: Agustín supo siempre comprender integralmente y vivir con fulgor lo que intensamente amaba.

El corazón fue para él la llave de la inteligencia de la vida.

Entretanto, no era la poesía el contenido único del programa escolar de Madaura. También era cultivada y con gran esmero, el arte de la oratoria. Explicaba de forma graciosa sus pensamientos y por medio de ellos arrebataba a sus oyentes.

En su autobiografía caracteriza Agustín, no sin ironía, una de esas muestras de elocuencia, poniendo en su boca estas palabras:

-         “Aquí se aprenden palabras”. Aquí se adquiere el arte de hablar, arte indispensable cuando se trata de violentar la verdad y adulterar el sentido de los conceptos”.

Una vez saboreado el dulce veneno del amor y la pasión sensual, el estudiante se dedicó a todas las obras latinas en las que el amor y el gozo son pregonados como la suprema razón de ser de la vida humana. Aunque no le satisficieran, tal vez en ese período las comedias de Plauto y Terencio, que glorifican los excesos humanos de la carne, devoró las elegías, tragedias y epopeyas clásicas que exaltan el martirio del “amor alejandrino”. Agustín leyó y vivió las obras de Catulo, Propercio, Tibulo, Ovidio, etc.

La lectura de Ariadna despertó de nuevo su amor sensual y contaminó tal vez más, el alma del joven de lo que hiciera la Envida, porque en esa obra ningún arrepentimienton redime al criminal ilusión del amor.

Sigue en la Circular de Abril de 2010.

LA REALIDAD OCULTA.

A pesar del desprecio legítimo que podamos sentir por la forma actual de civilización, no deja de ser cierto que sus objetivos materialistas y sus esfuerzos individualistas han legado obras estéticamente magníficas. Cada uno de los rascacielos fue erigido como una demostración independiente de poder y de orgullo, como una sinfonía arquitectónica. El legado de la sociedad opulenta demuestra así que las más elementales necesidades humanas pueden dar lugar de forma accidental a grandes logros materiales. Sin embargo, una vida civilizada requiere algo más que las maravillas de la civilización tecnológica. Se da mejor en entornos apropiados para vivir con urbanidad y para poder expresar las cualidades potenciales del ser humano. En el mundo moderno, estos entornos difícilmente cobrarán forma sin una planificación social consciente.

A lo largo de la historia, la planificación social se ha preocupado mucho menos del bienestar de las personas que de la conservación y desarrollo de las instituciones. La familia, la iglesia, la realeza, la nobleza, el capitalismo, la burguesía y el proletariado son algunas de las instituciones que más influencias han ejercido en el curso de la civilización. En la actualidad, el destino del hombre se halla bajo la influencia de dos fenómenos que determinan el carácter distintivo del siglo XXI, el nacionalismo y la tecnología.

Desde el pasado siglo vivimos en la era del nacionalismo. Se ha tenido más éxito en definir la personalidad nacional de diversos países que al fomentar la cooperación internacional. Si los nombres de Biafra y Bangladesh son tan conocidos, la razón no hay que buscarla en sus características geográficas o nacionales, sino en su lucha por su independencia nacional.

Por otra parte, nuestra era ha visto también el triunfo de la tecnología internacional. La arquitectura cosmopolita del edificio de las Naciones Unidas y su emplazamiento en el escenario totalmente artificial de Manhattan, simboliza un dominio de la tecnología  - totalmente desligado de las condiciones naturales locales -  que toda nación se esfuerza por alcanzar. La tecnología internacional forma parte de la vida cotidiana en todos los países, ya sea bajo la forma de un automóvil, un televisor o un bolígrafo. La guitarra eléctrica es tan popular en las comunas como en los barrios conservadores.

El igual que otras instituciones, el nacionalismo y la tecnología evolucionan ahora como si hubieran escapado al control humano y tener vida propia. Parecen estar movidos por espíritus caprichosos que en ocasiones les hacen adoptar una actitud benevolente, pero que en la mayoría de los casos se comportan como fuerzas demoníacas. La mayoría de las nacionalidades han surgido como consecuencia de los esfuerzos de un determinado grupo de personas para expresar su personalidad cultural y alcanzar la igualdad social. Sin embargo, esta búsqueda de la dignidad colectiva ha hecho surgir muchas veces las ansias de poder, una de las amenazas más graves que pesan sobre la libertad y la unidad del género humano.

Las fuerzas idealistas y demoníacas del nacionalismo son tan poderosas en la actualidad como lo fueron en el pasado, pero sus manifestaciones son distintas, ya que la historia se aleja de las tradiciones locales para entrar en la era de la tecnología global. Si bien las culturas nacionales todavía se definen por proyectos políticos conscientes, su evolución está tan afectada por fuerzas tecnológicas internacionales como por fuerzas culturales locales. El único credo de la tecnología, que ha sido aceptado prácticamente en todo el mundo, es que la Naturaleza no es más que una fuente de materia prima a explotar en provecho del ser humano. Las civilizaciones orientales dicen rendir culto a la santidad de la Naturaleza, pero en la práctica talan bosques, erosionan la tierra, extraen carbón, petróleo y minerales, implantan monocultivos y contaminan el medio ambiente con tanta desconsideración como las civilizaciones occidentales. La tecnología científica no conoce fronteras políticas o culturales. Hoy en día constituye la única fuerza que, para bien o para mal, es capaz de trascender el nacionalismo.

Por regla general, el desarrollo de toda tecnología puede determinarse paso a paso, desde los procedimientos tradicionales y casi inconscientes de los artesanos hasta los complejos métodos actuales, basados en esotéricos conocimientos científicos. Resulta fácil documentar los numeroso pasos intermedios que van desde el palo con que cavaba el agricultor neolítico, pasan por el sencillo arado egipcio y llegan a la maquinaria motorizada del granjero; desde las lámparas de petróleo crudo que se utilizaban en las cuevas paleolíticas hasta la iluminación de gas del siglo XIX y los modernos tubos fluorescentes, desde el telar manual individual hasta la máquina de hilar con varios husos de la Revolución Industrial y los telares automáticos. También es fácil advertir que toda tecnología, a medida que se ha desarrollado, ha ejercido una influencia cada vez mayor sobre la vida humana y ha alterado progresivamente la estructura de la sociedad. Las tecnologías fueron creadas para actuar al servicio del hombre, pero actualmente muchas de ellas parecen haber comenzado, si no a mandar sobre él, sí por lo menos a modificar su destino.

La historia de la tecnología como institución social casi no guarda relación alguna con la de cada tecnología particular. Tal vez se inició con las bandas de la Edad de Piedra, vagamente organizadas para cazar a los grandes animales, o con los multitudinarios grupos de trabajadores organizados a finales de la Edad de Piedra y durante la Edad de Bronce para la ejecución de tan colosales proyectos como los canales o surcos de sembrados de los labrantíos de Mesopotamia o la construcción de las pirámides de Egipto.

Las reglas precisas que gobernaban el culto al trabajo y otros aspectos de la vida monástica medieval dotaron a la tecnología de algunas de sus características actuales. Posteriormente, pero antes de la Evolución Industrial, las manufacturas europeas  - de manufacturar “hacer a mano” -  donde cientos de hombres, mujeres y niños trabajaban sujetos a una estricta rutina sin contar con la ayuda de las máquinas, hicieron patentes algunos de sus rasgos más lamentables. Finalmente, la tecnología se ha erigido en una estructura social que involucra fuerzas científicas, administrativas, económicas y políticas, de forma tan compleja que los hombres se ven impotentes para comprender sus laberínticos pormenores o imprimirle una dirección.

De todos modos, la tecnología difícilmente podría haber llegado a ser tan poderosa si el hombre no hubiera reparado hace mucho tiempo en que cierto tipo de organización le ayudaría a alcanzar sus visionarios objetivos.

Autores y pensadores anteriores a nuestro tiempo habían imaginado muchos de nuestros logros actuales, tal como los medicamentos sintéticos, la posibilidad de volar o de viajar por el espacio o la de ver y oír a gran distancia, mucho antes de que éstos se convirtieran en realidad y evidentemente sin base real alguna, ya fuera empírica o científica. Benjamín Franklin a pesar de su pragmatismo, creía que la vida humana podría alargarse a placer, más allá incluso de la media antediluviana, sin que nada en la ciencia de su tiempo le permitiera justificar tal creencia. La misma clase de fe injustificada en un futuro regido por la ciencia llevó al marqués de Condorcet a escribir en 1793 su Esbozo de un cuadro histórico del progreso de la mente humana. A pesar de la agitación provocada por la Revolución Francesa y en un momento que su vida se veía amenazada, Condorcet afirmó que la ciencia y la tecnología no tardarían en hacerse cargo de todos los problemas de la especie humana.

Sigue en la Circular de Abril de 2010.

¿POR QUÉ EL DIABLO?

Frente a la opulencia de este clero feudal están los monjes, en su mayor parte procedentes de esta clase plebeya que no puede soportar ya el feudalismo, o gentes que han renunciado al mundo y a sus pompas, para vivir aislados con la mente fija en el ideal del sufrimiento que debe procurar al hombre la salvación eterna. Gregorio VII, que pertenece a esta categoría, propone al clero que abandone la mujer y la ostentación que le pierde. El clero se resiste, pero Hildebrando azuza al pueblo. Las turbas místicas, ardiendo en un santo furor de castidad, abofetean, apalean y castran dentro de sus propios templos a los clérigos rebeldes. Los monjes las dirigen y dan el ejemplo. Dunstan hace mutilar la querida del rey de Inglaterra. El anacoreta Pietro Damiani recorre Italia revelando las concupiscencias clericales en toda su asquerosa realidad, y llama a las mujeres de los sacerdotes “seductrices”, celo de Satanás, escoria del paraíso, veneno de las almas, puñal de los corazones, lechuzas, lobas, sanguijuelas insaciables y mil otros epítetos. El teólogo Manegold predice que los religiosos que resisten a la reforma, merecen la muerte. El mismo Papa aprueba la mutilación de uno de ellos. Se escuchan dicterios contra la mujer: “Ella perdió a Adán, a Sansón, a Salomón” y no falta un doctor en teología que considere un pecado, aunque venial, el matrimonio. La Iglesia se purifica por el hierro, y para arrojar de sí al Maligno, proscribe la mujer como instrumento de tentación y de pecado.

Pero si bien el diablo había sido derrotado esta vez por la Iglesia al querer entrar en su seno, se presentó imponente ante ella hasta el siglo XIII, bajo tres aspectos. Los árabes, adoradores del Dios Padre que no se habían divorciado de la Naturaleza, los místicos que querían destruir la Iglesia como el arca que comprimía el Espíritu Santo, y los adoradores del Verbo que raciocinando sobre los dogmas los ponían en peligro de desvanecerse, comparecían todos como los inspirados en Satán.

La invasión musulmana y la civilización especial que ella desarrolló en España, formando un verdadero oasis en el mundo cristiano, tenían que parecer por fuerza obra del Diablo. En medio de la barbarie del siglo X, Andalucía era un meteoro luminoso que brillaba en la negra noche de la Edad Media. El cristianismo adorador del Dios hijo, ideal del sufrimiento, había abandonado la Naturaleza cual patrimonio del Diablo. Los adoradores del Dios padre cultivaban su obra; la Creación era para ellos objeto de estudio y de adelanto. Todas las ciencias de la Naturaleza eran cultivadas en la España árabe; la química era cultivada entre los árabes españoles, bajo los nombres de “Ciencia de la llave” y “Ciencia de la balanza”. Se ocupaban más que de formular sus leyes generales, de la aplicación que podía tener para la preparación de medicamentos y para la explotación de las minas. Así se redujo casi exclusivamente a la farmacia y a la metalurgia; la astronomía, pues lo que conocemos como “almanaque” es de origen arábigo-español. En las obras del sabio astrónomo Mahamad-Muza titulado De la virtud de atracción y del movimiento de los cuerpos celestes, se encuentra la ley de la armonía general del Universo. Este sabio incluía, ya en aquella época, las ecuaciones de segundo grado; la geometría, pues la matemática que tan difícil era con cifras latinas, al igual del álgebra, es una ciencia puramente árabe. La palabra “al-djebr” significaba reducción de números fraccionarios a números enteros, pero se le añadía siempre la palabra “Al-mocabelah” que indicaba oposición y comparación; la medicina, la cirugía y la farmacia. Los trabajos de Avicena, de Razy, de Averroca y de Albucasis eran, con relación a la época, verdaderos trabajos serios, pues entre los cristianos, sobre todo en el centro y en el norte de Europa, toda la medicación que se prescribía a los enfermos se reducía a algunos vendajes muy simples para las heridas, los santos óleos, oraciones y exorcismos. Por lo que toca a la cirugía, bien podemos decir que fue cultivada entre los árabes españoles con mucho más éxito que entre cualquiera de los pueblos que les antecedieron en civilización y en estudios científicos. El sabio árabe Ibn-Zohar, fue uno de los primeros que organizaron la farmacia en un verdadero cuerpo de doctrina, como ciencia y como arte a la vez. Publicó diversos tratados muy notables sobre los medicamentos y su preparación.

La música, la pintura y la escultura florecían en Córdoba y en Granada a pesar de los anatemas del Profeta. El primer libro de Abulfaraje, titulado Gran recolección de tonos contiene ciento cincuenta aires originales andaluces de mucho más buen gusto y más profundo sentimiento que los que actualmente se cantan en el Sur de España. Asimismo, transcribe la biografía de catorce renombrados compositores y de cuatro grandes cantatrices. Al-faraby había hecho un libro titulado Elementos de música en el que trataba de la composición, del canto, del acompañamiento y de la instrumentación. Describe más de treinta instrumentos diversos de música, , transcribe las notas árabes y explica la manera de escribir música entre ellos.

Tanto se habían civilizado esos árabes españoles, que habían dejado de ser iconoclastas. En sus edificios de Andalucía, con frecuencia pintaban y esculpían animales y plantas para decorarlos. Abderramán III puso sobre la puerta del palacio de su favorita Zoraida, una estatua que la representaba. Ben-Alhamar, hizo construir la conocida “fuente de los leones” del palacio de la Alhambra de Granada. Sobre las puertas de los edificios frecuentemente se pintaban escenas de caza, combates, bailes y otros, formando parte de la ornamentación, lo que prueba el origen persa de la civilización de los Omeyas.

La agricultura había alcanzado un desarrollo prodigioso. Todo el sistema de riego que existe hasta hoy en Valencia y en otras poblaciones del Sur de España, es el mismo que el de los árabes, sin apenas modificación alguna. Las acequias o canales de regadío, fueron construidos por ellos, lo mismo que los graneros subterráneos llamados “silos”. Las industrias se habían perfeccionado y diversificado de una manera que sólo las de nuestras grandes ciudades de la Europa actual pueden darnos una idea de ellas. Parecía que los infieles habían sorprendido los secretos procedimientos del Creador y mejoraban su obra.

Es preciso identificarse con la manera de pensar de los buenos creyentes de la época, para ver el efecto que debía de producir sobre la Europa cristiana aquella civilización árabe tan espléndida, que se desarrolló en el Sur de España bajo la dinastía de los Omeyas, esos califas de origen persa. Los códices redactados por los monjes de la parte de España que los musulmanes no ocupaban, atribuyen toda las teorías de sus sabios, la inspiración de sus poetas, los prodigios de sus artífices y los productos de su industria, al Diablo, único que podría proteger a los islamistas, enemigos de Jesucristo. La huerta de Valencia, la vega de Granada, los cármenes de Córdoba, los cigarrales de Toledo, parecían un maravilloso cuerno de la abundancia al creyente que abandonando la estéril Europa se iban a visitarlas.

Se daba entonces el nombre de España a la parte de la península que estaba en manos de los sarracenos. El resto era Aragón, condado de Barcelona, Castilla, Navarra, etc. Véase la colección de leyes del condado de Barcelona  titulada “Usatjes”  así como consultar las órdenes y pragmáticas del príncipe Ramón de Berenguer, existentes en los archivos de la corona de Aragón.

En España cual si fuera un paraíso terrenal anticipado, se cosechaban las naranjas de oro, los claveles de fuego, las olorosas azucenas, los alelíes embriagadores, e, azafrán del color del sol, una caña que daba un líquido como un néctar, pálidas palmas de dulce fruto. La sangre del dragón de las Hespérides brotaba de los árboles de Gades. De esa Andalucía, tierra de los prodigios, salía el algodón, el alcanfor, el alquitrán y los alcaloides que todo lo disuelven. Allí nacía ese caballo oscuro como la noche, que parece tener el maligno en el cuerpo, pues vuela más que galopa por llanos y montes. Allí se usaba la brújula desde el siglo XI, de la que los marinos catalanes se servirían a partir del siglo XIII. Raimundo Llull habla de ella en 1272 en su obra De contemplatione, capítulo 137. A principios del siglo XIV, Alfonso el Sabio recomienda a los marinos no olvidarse la “aguja náutica” en sus viajes. Se utilizaba el alambique a partir del siglo X para obtener productos de la destilación de varias sustancias. Se cree que este alambique difería notablemente del que se construyó y usó en la época del Renacimiento y que más tarde, en 1801, fue perfeccionado. El alambique árabe venía a ser una especie de retorta. También hemos de recordar el uso de la pólvora, pues la de cañón que empezó a usarse entre los cristianos en el siglo XIV era empleada por los árabes hacia ya algún tiempo, según se cita en las Crónicas de Don Alfonso VI, escrita por Pedro, obispo de León, sobre el combate naval entre el emir de Túnez y el de Sevilla, en el siglo XI: “Los navíos del rey de Túnez tenían ciertos tiros de hierro con que tiraban muchos truenos de fuego”. Fernando IV se sirvió de la pólvora en el sitio de Gibraltar (1308). Ismael de Granada atacó Baza  con “ingenios que lanzaban globos de fuego con gran estruendo”. Se encuentra en los archivos de Alicante una carta del rey Alfonso VI de Aragón, en la cual avisa a la villa “que se prepare para defenderse del rey de Granada que se ha puesto en marcha para sitiarla y destruirla, con muchas pelotas de hierro para lanzarlas lejos con fuego”. En fin, todos saben que en la batalla del Salado y en el sitio de Algeciras se hizo gran uso de las bombardas. También los árabes conocían el uso del papel, ya conocido en China desde la antigüedad, donde lo fabricaban con seda, y que se hizo con algodón por primera vez entre los árabes en el siglo XIII. El inventor fue Yusuf Amrou, de la Meca. En España los árabes fabricaron el papel con lino y cáñamo. Las primeras fábricas se establecieron en Xátiva. De allí se introdujo la fabricación del papel en Cataluña. Del año 1178 se encuentra un tratado de paz entre Alfonso II de Aragón y Alfonso IX de Castilla, escrito sobre papel. Durante el sitio de Valencia por Jaime el Conquistador, se escribían todos los documentos y cartas del campo catalán-aragonés, en papel. Y por último el correo.

Sobre sus aterciopeladas vegas se levantaban esos minaretes, caladas torres de mosaico, multicolores como sus matizados cármenes, altas, edificadas para que el hombre pudiera ver el cielo más de cerca. En su cúspide soportaban unos instrumentos mágicos de mental, que mejoraban los ojos que Dios nos ha dado. (En el libro VII del “Tratado de óptica) de Alhacen, se encuentra un párrafo en el cual se describen las lentes, los anteojos y el telescopio). Con su auxilio los astrónomos obligaban la cielo a que se bajara para escudriñar a su placer si las estrellas estaban fijas o se movían, y a qué distancias la Providencia las había colocado. Los alquimistas que buscaban la vida de las plantas, obtenían sus espíritus  y mezclándolos con sustancias que retenían la fuerza del Sol, preparaban mezclas, mixturas diabólicas que curaban las enfermedades que Dios enviaba para castigar sus culpas a los hombres, que se oponían a sus designios divinos.

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LA CARA OCULTA DEL TIEMPO

La muerte, ante la cual Dionisos coloca a los hombres, es inherente ante una proximidad con los dioses inmortales  y, es concomitante, para un nuevo retorno del alma a la Vida, asumiendo formas que oscilan entre la humana y la animal. El alma también se transforma, como los primeros elementos cósmicos oriundos del fuego, siendo que su concepción de un Cosmos sagrado, contrariando las instituciones vigentes, llevó a muchos a considerar a Heráclito como ateo. La busca de la purificación de lo que esencializa como divino, influenció sobremanera a los órficos.

Entusiasmo y mística se apoyan sobre los grandes mitos. Mito y rito están estrechamente ligados y su unión se manifiesta en toda actividad religiosa. La vida que se mueve en los mitos está dotada de una extraordinaria plasticidad; así caen los tabiques de separación vividas o pensadas. Con todo, el mito explica – cuando es llevado más allá – un verdadero y necesario saber descifrarlo. Heráclito sabe ver que los mitos se explican en la actividad religiosa de los hombres, y la tendencia del dinamismo humano se cristaliza en mitos. Él no quiere destruirlos, al contrario, salva el verdadero contenido de las representaciones religiosas uniéndolas al Logos, esto es, dando luz al Logos que las habita.

Heráclito, claro en sus oscuridades, une circularmente a lo divino todo lo que de él emana: el Cosmos, los hombres, el devenir, en lo más profundo de la unidad con el misterio invisible.

Parménides, retratando la inmutabilidad, muestra como sus antecesores, la reciprocidad circular entre Ser, pensar y A-lethéia. Los pre-socráticos, atentos a A-lethéia, en cuanto palabra-clave que lleva a la reflexión, no se apartan ni del Ser ni del Mito, puesto que en ellos se insertan, como posibilidades de sentar la claridad que concede presencia a los entes, recogiéndolos nuevamente a la pertenencia del ámbito de veladamente oscuro. Ellos piensan el Ser y proclamándolo levantan un mensaje inagotable, legado a la posteridad como fuente de inspiración que purifica lo esencial, restituyendo lo que es inherente a cada ente. El Ser, reuniendo en sí la unión inseparable, también se retira retratando los caminos a través de los cuales la Justicia, nombrada de varias maneras, rige, gobernando lo real.

Vamos a desdoblar la originalidad de la música como poesía. Por medio de ella pasaremos al surgimiento de la escritura y, consecuentemente, del Universo dicotómico, que culmina en el cristianismo.

Como fue comentado, el poeta ocupa un lugar central en el enfoque mítico y mito-poético, en cuanto adivino e intérprete divino, vinculando sobre todo a Apolo, el arquetipo regente de la música y la poesía, pero que en cuanto dios solar, provoca también la muerte súbita. El poeta cantor acompañado por la lira (Homero) o ungido por un ramo de laurel, que empuña como cetro (Hesíodo), desciende de las Musas y de Apolo.

Estos cantores músicos, pastores de las Musas, de cuyas bocas brotan palabras de miel, celebran dioses y cosmogonías, cuyo contenido conocen, pero tienen el don de improvisar, ordenando nuevos elementos que surgen espontáneamente en sus himnos, puesto que son inspirados. Las palabras acontecen sin que ellos tengan que buscarlas.

El cantor será sustituido por el rapsoda, que entona fragmentos épicos en las fiestas del siglo VI, cantando e interpretando a Homero, en las ciudades que recorría. Hasta entonces, lo que concierne al poeta, vidente y chamán, es el poder de captar la tridimensionalidad temporal, y por este poder subyugar a Cronos, sobre todo cuando el vidente en trance, tiene acceso a calamidades, recorriendo el camino que lleva desde las causas a las consecuencias, siendo agradables a los dioses. En esta triología, se instaura la separación; al rapsoda competirá el pasado o el futuro; el vidente será guiado hacia el futuro; al poeta el pasado, la génesis, la Naturaleza. Fundamentándose justamente sobre este atributo, los filósofos se volvieron contra ellos: una nueva partida cósmica será hecha, a manera de Homero o Hesíodo, entre Zeus, Neptuno y Hades. Al primero le será reservada la ciencia filosófica, al siguiente la videncia y al tercero las sombras. Estamos en el final del siglo V a.C., momento en el cual la totalidad escapa por entre los dedos y miradas humanas, promoviendo la división.

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