ALCORAC

SALVADOR NAVARRO 

 

 

                                                 

Dirigida a la Escuela de:

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 Circular nº 7 , año XIII

 Bunyola, 1º de Julio de 2.007.

 

VIDA DE SAN PABLO.-

Así como el gnosticismo falla en el problema de la creación, falta también en la solución del problema de la redención.

El mundo es creado por Dios, pero Él no es el autor del mal. Permite los “males físicos”, que no son verdaderamente malos, sino bienes inferiores. No impide los “males morales”, porque respeta la libertad del hombre. La solución cabal del problema está escrita entre los brazos de la cruz del Gólgota y en la frente del Cristo redivivo.

Tanto los males individuales como las calamidades sociales llevan fatalmente al pesimismo universal a quienes no se guían por la luz del Evangelio que enseña a sufrir por el Cristo y con el Cristo, como miembro de su cuerpo místico.

La vida moral del cristiano no está pautada por la abstención arbitraria de ciertas comidas o cosas, ni por la observación servil de determinadas ceremonias.

“Que ninguno, pues, os juzgue por la comida o la bebida, por las fiestas, los novilunios o los sábados, sombra de lo futuro, cuya realidad es Cristo. Que nadie con afectada humildad o con el culto de los ángeles os prive del premio, haciendo alarde de lo que ha visto, hinchándose vanamente bajo el efecto de su inteligencia carnal, y no teniendo la cabeza, por la cual el cuerpo entero, alimentado y trabado por las coyunturas y ligamentos, crece por crecimiento divino. Pues si con Cristo estáis muertos a los elementos del mundo, ¿por qué, como si vivieseis en el mundo, os dejáis imponer ordenanzas? “No tomes, no gustes, no toques”. Todas estas cosas son corruptibles con el uso, conforme a los preceptos y enseñanzas de los hombres. Son preceptos que implican cierta especie de sabiduría, de afectada piedad, humildad y severidad con el cuerpo, pero sin valor alguno si no es para satisfacción de la carne”. (Colosenses 2: 16-23).

En vez de esos escrúpulos de abstención material muestre el cristiano su verdadera espiritualidad por el culto constante de la ética, por el amor a la verdad y la caridad fraterna.

El cristiano debe ser un nuevo Cristo. Ya que por el bautizo fue sepultado el “hombre viejo” y resucitado el “hombre nuevo”, viva también el regenerado a esa nueva vida en Cristo.

“Si fuisteis, pues, resucitados con Cristo, buscad las cosas de arriba, donde está Cristo sentado a la diestra de Dios; pensad en las cosas de arriba, no en las de la tierra. Estáis muertos, y vuestra vida está escondida con Cristo en Dios. Cuando se manifieste Cristo, vuestra vida, entonces también os manifestaréis gloriosos con Él”.

(Colosenses 3:1-3).

Estaba terminada la carta. Todos los amigos presentes manifestaron el deseo de mandar recuerdos a los hermanos de Oriente, y Pablo dio orden al secretario para añadir los nombres de todos.

“Os saluda Aristarco, mi compañero de cautiverio, y Marcos, primo hermano de Bernabé, acerca del cual habéis recibido algunos avisos; si llega a vosotros, acogedle; y Jesús, llamado Justo, que son de la circuncisión y mis únicos colaboradores en el reino de Dios, habiéndome sido de gran consuelo. Os saluda Epafras, que es de los vuestros, siervo de Cristo Jesús, que en todo momento combate por vosotros en sus oraciones, a fin de que perseveréis perfectos y cumplidores en todo lo que Dios quiere. Yo le rindo testimonio de que se toma mucho trabajo por vosotros y por los de Laodicea y Hierápolis. Os saluda Lucas, el médico amado, y Demas. Saludad a los hermanos de Laodicea, y a Ninfas, y a la iglesia de su casa. Y cuando hayáis leído esta epístola, hace también que sea leída en la iglesia de Laodicea, y la (que recibiréis) de Laodicea, leedla también vosotros.

Decid a Arquito: Atiende al ministerio que en el Señor has recibido, para ver de cumplirlo bien.

El saludo es de mi mano, Pablo. Acordaos de mis cadenas. La gracia sea con vosotros”. (Colosenses 4:10-18).

¿Por qué ningún saludo de Pedro?

Porque entre los años 61 al 63, Pedro no estuvo en Roma.

Tiquico y Onésimo tuvieron orden para llevar la carta a Colosses, mientras que Epafras todavía se demoraría algún tiempo en Roma, en compañía del “prisionero de Cristo”.

Quien lee las grandes epístolas doctrinarias y morales de Pablo difícilmente lo juzgaría capaz de escribir una simple carta de amigo llena de buen humor y jovialidad.

Sin embargo, Pablo escribió cartas de tal naturaleza, y una llegó hasta nosotros. A ejemplo del divino Maestro, sabía ser doctor con los doctores, niño con las criaturas, amigo con los amigos. Tenía el don de hacer vibrar toda la escala de los sentimientos y los afectos humanos, desde las excelsitudes metafísicas de la especulación hasta la llaneza rústica del labrador, desde las profundidades místicas de las almas contemplativas hasta la simple religiosidad de los niños que, con las manos juntas, balbuceaban sus oraciones.

La epístola de Pablo a Filemón faculta, además, una vista sobre la actitud que el joven cristianismo asume frente al problema social de la esclavitud. El apóstol nos muestra en esa carta un prisma simpático y atrayente: el gran anunciador del Evangelio es también hombre y amigo sincero de las clases humildes.

Filemón, negociante en Colosses, tenía un joven esclavo, inteligente, experto, comprado, sabe Dios en qué mercado. Filemón fue convertido al Evangelio por Pablo y procuraba tomar en serio el cristianismo. Dio al esclavo anónimo el nombre de Onésimo, que significa “útil”, señal de que el joven se revelaba como un elemento de prestigio y trabajador.

Un  bello día, Onésimo hizo de la suyas, abusando de la confianza del patrón y se fugó con una suma de dinero.

Después de llevar una vida aventurera y gastar sus recursos, se vio en apuros y le vino la idea de refugiarse en Roma, punto de encuentro de todos los vagabundos del Imperio.

Al llegar, urgido por la necesidad, vino a Pablo, cuyo paradero no le podía ser desconocido, pues más de una carta de Filemón había entregado al “prisionero del Cristo”. Las leyes romanas eran severas y la policía de la capital vigilaba a los “fugitivos” y cuando tomaban un prisionero grababan en su frente  una F (fugitivo) y lo restituía al dueño, que lo podía matar azotándolo o enviarlo al “pistrinum”, (molino) donde el infeliz pasaría el resto de la vida moviendo los molinos subterráneos.

Se presentó Onésimo a Pablo, confesando su delito. Tenía tanta confianza en aquel hombre que, a pesar de ser viejo era tan amigo de la gente joven. . . Pablo escuchó la confesión del fugitivo que, a partir de ese día, reiteró sus visitas al preso.

El apóstol habló al joven esclavo de la verdadera libertad del alma, dada por el Cristo.

Sigue en la Circular de Agosto de 2007.

LA REALIDAD OCULTA.-

En el hombre, como en los demás animales, la presión sanguínea, las actividades hormonales y otras funciones fisiológicas están gobernadas por influencias cósmicas. Una temperatura de 13º parece fría en Julio y suave en Diciembre porque los procesos fundamentales del cuerpo humano son distintos en verano que en invierno. Las diferencias estacionales persisten a pesar de la forma de vida, de la manera de vestir o del uso del acondicionador de aire. Aunque nuestra comprensión de los mecanismos responsables de estos ritmos biológicos es más bien escasa, puede suponerse con seguridad que, en el curso de su desarrollo evolutivo, el hombre adquirió una serie de mecanismos de adaptación que le permitieron soportar la escasez de alimentos y otras vicisitudes propias del invierno. Estos mecanismos se grabaron en el código genético y persisten indelebles aunque no tengan utilidad alguna en las condiciones bajo las que discurre la vida actual. El hecho de que vivamos en un mundo tecnológico con un bagaje biológico, adquirido en la Edad de Piedra puede ser responsable de ciertas enfermedades propias del mundo moderno.

Además de los ritmos biológicos determinados por el movimiento de la Tierra alrededor del Sol, hay otros ritmos diarios que están vinculados a la rotación de la Tierra sobre su eje y quizá otros todavía que se deben a los movimientos de la Luna alrededor del planeta.

La palabra “lunático” nos recuerda la antigua creencia de que la Luna afecta a la conducta humana, creencia que parece haber sido  ratificada por abundantes informes sobre los cambios de conducta de los internos en los manicomios y otras instituciones psiquiátricas. Asimismo, recientes estudios parecen indicar que las diversas fases lunares guardan relación con diferencias en el índice de natalidad. En 1996, los índices de natalidad registrados nueve meses después del corte de fluido eléctrico sufrido en el noroeste de Estados Unidos resultaron excepcionalmente altos. Naturalmente, los comentaristas atribuyeron el hecho a un aumento de la actividad sexual favorecida por la oscuridad, pero no repararon en que aquella noche brillaba una inmensa Luna llena en un cielo claro y nítido, situación que tanto en el hombre como en las especies animales se ha considerado aparejada a un aumento del índice de concepción.

Si los efectos biológicos de los ritmos lunares son todavía cuestionables, los efectos de los ritmos diarios están bien definidos y son de gran importancia práctica. Las anotaciones horarias de la temperatura oral del hombre durante los mismos dos días de cada mes desde Enero a Noviembre, registrados a partir de un experimento llevado a cabo en un medio subantártico, revelaron que ésta era considerablemente más alta en primavera y verano que en otoño e invierno, lo cual refleja las fluctuaciones estacionales mencionadas anteriormente. Además, la temperatura en cualquier estación era más alta por la tarde que por la noche, hecho que corrobora la existencia de un ritmo diario. Casi todas las características corporales que han sido estudiadas sufren fluctuaciones diarias, desde la composición química de la sangre a la secreción de hormonas.

Las fluctuaciones diarias de las características corporales y mentales afectan a muchos aspectos prácticos de la vida humana. La respuesta a un medicamento determinado, por ejemplo, se halla notablemente influida por el momento del día en que se administra. Incluso nuestra disposición ante los acontecimientos ordinarios es diferente de noche que a plena luz del día. El cambio de niveles hormonales según la hora del día explica en parte estas diferencias de humor y otorga una justificación biológica al dicho de Napoleón según el cual no hay soldado valiente a las tres de la madrugada.

Los ritmos biológicos diarios no son inmutables, sino que pueden ser alterados por cambios en el entorno físico o en las costumbres, pero tales alteraciones suelen provocar trastornos fisiológicos que, aunque transitorios, pueden llegar a ser profundos. Por ejemplo, cambiar de un turno de trabajo diurno a otro nocturno o trasladarse en avión a otro lugar de diferente longitud suele ser causa de malestar. Durante un viaje aéreo de treinta horas de duración realizado en los años 40 desde Estados Unidos a Japón y Corea, se midieron varias veces la cantidad de hormonas adrenales esteroideas segregadas por los pasajeros. La secreción de hormonas se mantuvo sincronizada con la hora de Estados Unidos a lo largo del viaje, pero cambió progresivamente una vez que los pasajeros llegaron a Asia. No obstante, la secreción no se sincronizó completamente con la hora asiática hasta nueve días después de la llegada; así, durante más de una semana, los niveles hormonales y las temperaturas corporales de estas personas fluctuaron totalmente a destiempo con respecto a la hora local. El estado biológico y las reacciones psicológicas que presentaban por la noche correspondían a los del mediodía y viceversa.

Los viajeros habituales saben que todo ahorro de tiempo en los viajes de largas distancias se consigue a costa del malestar y de la disminución de rendimiento que se experimenta a la llegada. Desde el punto de vista práctico, sería deseable que quien se dispone a participar en un acontecimiento deportivo o a asistir a una conferencia en otra parte del mundo tomará medidas para reducir al mínimo los trastornos fisiológicos producidos por los cambios de longitud. Por desgracia, no hay pruebas convincentes de que esto pueda lograrse ya sea adoptando antes de la partida un horario en el que sueño y vigilia se adapten al de la nueva ubicación o bien utilizando drogas que aceleren el reajuste biológico.

Algunas de las necesidades, gustos y costumbres del hombre moderno se deben a que la cuna biológica del Homo sapiens se encontraba en las mesetas de África Oriental, que disfrutan de un clima subtropical y cuentan alternativamente con estaciones lluviosas y secas, a las que corresponden períodos en los que la vegetación crece o se mantiene latente. Así, la aparición del hombre tuvo lugar en un clima semejante al de las costas mediterráneas. La mayoría de los seres humanos se sienten a gusto en este clima y tratan de reproducirlo en sus viviendas.

Los modernos acondicionadores de aire hacen posible la creación, en cualquier parte del mundo e incluso en las cápsulas espaciales, de ambientes artificiales que garantiza siempre una temperatura semitropical. Sin embargo, dado que en el curso de su desarrollo evolutivo el hombre se vio expuesto a pronunciadas fluctuaciones de temperatura diarias y estacionales, el hecho de mantener en nuestras viviendas y lugares de trabajo una temperatura constante de 22º o 23º centígrados puede no ser sano desde el punto de vista biológico. Una fórmula conveniente de aire acondicionado debería estar programada para respetar las fluctuaciones diarias y estacionales.

La especie humana tuvo sus primeras moradas en regiones de manantiales y ríos, de colinas y valles, de cavernas abiertas en los farallones rocosos, regiones con una variada vegetación de árboles, matorrales y hierbas, pero sin bosques densos. Esta descripción corresponde no sólo a las mesetas de África Oriental, sino al sudoeste de Francia, donde vivía el hombre de Cro-Magnon. Los asentamientos más conocidos del Paleolítico Superior que hay en esta parte de Francia están situados en y sobre los valles que servían de rutas de migración a los rebaños de renos. También en Mesopotamia los refugios rocosos y las cavernas que el hombre primitivo ocupó, dominaban amplios valles y en ellos se encuentran abundantes huesos de animales propios de las llanuras.

Muchos temas de la mitología y del arte clásico se desarrollan en escenas pastoriles y bajo condiciones climáticas que nos resultan apacibles, quizá porque corresponden a los de las sabanas donde se consumó la evolución biológica del Homo sapiens. A lo largo de la historia y en muchas partes del mundo las pinturas bucólicas han representado prados con grupos aislados de grandes árboles bajo los que suelen aparecer pastores cuidando de sus rebaños o jóvenes entregados a juegos de amor. La vida pastoril se halla asociada a los recuerdos más placenteros de la humanidad; el Edén bíblico simboliza el paraíso terrenal que hemos perdido. El arte de vivir consiste en gran medida en tratar de volver a experimentar nuestras antiguas satisfacciones biológicas en un contexto actual.

Sigue en la Circular de Agosto de 2007.

¿POR QUÉ EL DIABLO?

En virtud de ideas místicas sobre el valor de los números, análogas a las que más tarde adoptaron los pitagóricos, los sacerdotes de Babel hicieron corresponder al nombre de cada dios  una cifra determinada, y para adivinar los sucesos, investigaban el curso de los astros y sumaban o restaban los números que producían sus agrupaciones, resultado de lo cual, trazaban sus tentáculos o pronunciaban sus conjuros, creyendo que con ellos detenían a los espíritus de los astros en sus movimientos, o les obligaban a ejecutar sus designios. Y era lógico; el caldeo creía, como hemos dicho, que el lazo que ligaba al hombre con el dios, sujetaba también a éste al hombre, y pensaba que este lazo era un número, un hombre o una imagen. El semita se figuraba que el objeto no podía separarse sin sufrir algo, de su representación plástica, como si aquella fuera de él parte integrante; que el hombre determinaba la cosa; y que la relación sólo tenía valor en virtud de su signo concreto, el número. ¿Qué de extraño tenía, pues, que partiendo de tales ideas se figurara poder conjurar o determinar los acontecimientos según le conviniera, una vez hallada la figura, el nombre o el número, que era el lazo misterioso de unión entre los terreno y lo celeste?

La correlación de la esfera celeste con la humanidad dio un resultado político. El Sol rey de los cielos por ser el primer astro del firmamento correspondía al monarca; así como en el cielo hay un solo astro que rige a los demás, un solo rey debía de estar por sobre todos los astros; y los reyes de Babel se figuraron ser sus elegidos como los de Persia creyeron ser elegidos de Ahura. Pronto sus actos fueron considerados como emanaciones de la divinidad sideral, y ellos mismos se titularon vicarios de los dioses. El derecho divino establecido bajo esta forma primitiva tiene por consecuencia inmediata la justificación de la conquista. Los monarcas de Babel quisieron conquistar el mundo para someter los demás pueblos con sus comarcas, a sus divinidades de cuya voluntad se creían ejecutores en la tierra. A los que se les resistían, los trataban como enemigos de Bel, y los despellejaban o empalaban vivos después de haber violado a sus hijas e hijos. La autoridad originariamente no fue más que el acatamiento de la superioridad brutal de la Naturaleza sobre el hombre; es la fatalidad haciendo su última manifestación en las sociedades humanas.

Como la que se verificaba en el cielo se reflejaba aquí en la tierra, y como los dioses cósmicos tenían sus amores, no tardó en bajar el amor al mundo. El Sol, Bel o Tammuz, estaba apasionado por Militta, y la vegetación así como los seres  animados fueron considerados como el producto de la unión de esta pareja suprema. El amor bajó del cielo imponiéndose como ley divina. El goce terrenal fue sólo un reflejo de la concupiscencia suprasensible del Universo.

Hay que advertir que esos dioses de las mitologías semíticas, no tienen una personalidad bien distinta; no son aún completamente antropomorfos; tienen un algo de vago, que no puede reducirse a fórmula concreta; sus contornos flotan como la materia en la cual están sumergidos; sólo con ella toman forma, y afectan las que ella afecta. Carecen de la individualidad de los dioses griegos; unos con otros se confunden; a veces es difícil decir si son dioses o dos fases de un mismo dios. Algunos a intermitencias son voluptuosos o siniestros; a otros, masculinos o femeninos, se les confunden los sexos y vienen a ser hermafroditas. Los hay que pasan de dioses telúricos a dioses siderales; otros se descomponen en triadas; de otros se ignora su forma y aun sus funciones. El lenguaje confusamente metafísico de las teogonías semíticas es seguro indicio de la vaguedad de las ideas que formulan. Siempre a una concepción clara y definida correspondía una fórmula exacta.

Mir – Militta, la diosa de Babilonia, es la Naturaleza ávida de reproducción, enamorada del Sol que la fecunda. Es Taaut cuando llora en las lluvias de otoño, cuando en invierno está cubierta de un pesado manto de nieve. Se revela a los mortales por la faz lívida de la Luna, asomando por los desgarrones del denso velo de nubes que la ocultan. Es Zirbanit, cuando en Abril despierta del largo sueño de invierno a los besos ardientes de su amante cósmico. Entonces siente agitarse en su seno las simientes de todos los seres que en sí lleva. Se engalana con los esplendores de una vegetación soberbia y loca de amor, explota en una inmensidad de flores brillantes cuyos aromas embalsaman el aire tibio y luminoso que la rodea. Los peces hormiguean en sus aguas, y sus gérmenes las vuelven opalinas; aumenta el ardor en las voluptuosas palomas que anidan en los oscuros cipreses, y en medio de esta fiesta universal con que recibe a su amante coronado de rayos de oro, queda fecundada y se vuelve a la vez madre y nodriza de todas las criaturas. Esta es la gran diosa de Babel, la buena diosa mediadora análoga a la Ishtar de Asiria, a la Ashera cananea, a la Baalat fenicia, a Tania de Cartago, a la Isis egipcia y a la Diana de Éfeso.

La unidad de régimen en el cielo, la monarquía con tendencia a la conquista, reclamaba la unificación de las razas. Para obrar esta unidad, a buen seguro inconsciente, acudió Babel a sus preceptos del culto del amor emanado de sus dioses cósmicos. Para aunar los pueblos, para asimilarse las razas, les dio Babilonia carne de su carne; ciudad comercial por excelencia las invitó a una feria de amor en la que se verificara la promiscuidad de la sangre. A este fin irradió vías a todos los países, abrió sus puertas, y en sus templos ofreció a sus mujeres, como ofrecía al mercader de la caravana sus ricos géneros en sus mostradores.

Todas las mujeres de Babilonia, atada la cabeza con la cuerda simbólica, iban a sentarse en el sagrado recinto del santuario, para esperar los peregrinos de todos los países que allí acudían atraídos por el renombre de la belleza; deber sagrado que cumplían desde la ínfima esclava hasta la más alta dama. Las que orgullosas de sus riquezas desdeñaban mezclarse con las otras, cubiertas de ricas túnicas adornadas con suntuosas joyas, iban en carro cubierto de marfil y oro, escoltadas por el séquito de sus sirvientas, a situarse a la sombra de los sagrados mirtos de la mansión de la buena diosa. Colocadas allí en rectas líneas dejaban entre sí calles  para que los devotos pudieran revistarlas y escogerlas. El extranjero pasaba, dejaba caer una moneda en la falda de la que prefería, diciéndole: “Yo invoco para ti a la diosa Militta”, y ella se levantaba y le seguía. Ninguna podía volverse a su casa sin ser elegida, ni tampoco rehusar al que la solicitara. Fuera espléndido o ínfimo el presente, tenía que aceptarlo. Fuera esclavo o sátrapa, egipcio, persa, heleno, fenicio, asirio, judío o etíope el que la eligiera, tenía que pertenecerle. Sacerdotisa de Mir-Militta, suministraba su cuerpo para cumplir con un sacramento en aquella pascua de orgía, el sacramento impuro de la comunión de la carne. Babel era la copa en que iban a beber y a embriagarse las demás naciones.

Y esta orgía se repetía en los templos de Zirbanti cada día, vertiéndose a raudales el vino, quemándose el incienso en los altares, desnudas de cintura arriba, ebrias de mosto y de humo, descompuestas por el furor afrodisíaco.

La razón colectiva inconsciente de esta práctica era la unificación de las razas; la razón consciente individual era otra. La mujer de Babel se entregaba a todo el que acudía a la ciudad sagrada porque se consideraba la esposa de Bel, y al entregarse al que la adoraba, al que estaba identificado con el dios mismo, se entregaba al propio dios. Así el gran sacerdote elegía una, la más hermosa y la subía a la última plataforma del templo de Bel donde, dentro del tabernáculo sagrado, la aguardaban una cama y una mesa de oro. La que era elegida pasaba allí la noche y el mismo dios bajaba a poseerla encarnándose en el pontífice. Al día siguiente era declarada profetisa; se quedaba en el templo y daba a las preguntas de los que la interpelaban la respuesta que el dios la comunicara en sueños. De allí en adelante no podía pertenecer a hombre alguno pues era sagrada.

Tales cultos no podían menos que dar una gran preponderancia a la mujer. De Militta la gran diosa que, como hemos dicho, era la Naturaleza o la Tierra, y originariamente la materia caótica, salía el Sol con toda su corte celestial. Cada día lo veía el caldeo remontarse de la montaña de Oriente, y le parecía que la Tierra lo paría. La Tierra era, pues, para él, madre del Sol. Luego el Sol levantándose la cubría con su luz y la fecundaba; de aquí la santificación del incesto. El divino Bel era el amante de su madre, y todos los seres, los hijos de este sagrado amor incestuoso. No significan otra cosa los amores de Semíramis y Nino, lo mismo que los de Semelé con su hijo Baco, y de Edipo con su madre Yocasta. La Naturaleza madre del dios solar, era por lo tanto anterior, y en cierto modo superior a él. Atribuyéndosele a la divinidad el sexo femenino y dándosele un culto tan grande, por fuerza la mujer debía obtener gran consideración. A la gran Diosa se la representaba desnuda, de pie sobre un león, que era el símbolo del Sol, y ella estaba encima de él en señal de dominio. Otras veces como en la Cibeles, el león tiraba de su carro. El Asia anterior estuvo llena de tales representaciones que indicaban supremacía y realeza.

Continúa en la Circular de Agosto de 2007.

 

 

 

 

 

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