ALCORAC

SALVADOR NAVARRO  

 

 

                              

Dirigida a la Escuela de:

                    Mallorca

                    Las Palmas

                                                                                  

                                                                                   Circular nº 2 , año XIII

                                                                                   Bunyola, 1º de Febrero de 2.007.

VIDA DE SAN PABLO.-

“¡El nordeste! ¡El nordeste!” – este grito de horror salió de todos los labios. Con las velas sujetas, se inclinaba la embarcación escorada casi a nivel del agua, mientras montañas líquidas coronadas de espumas avanzaban contra la nave y barrían con fragor la cubierta. Estallaban las cuerdas, los palos, gemía el casco de la nave….

Por momentos, una pequeña isla cerca del litoral, de nombre Cauda, les ofreció abrigo suficiente para poder refugiarse. Pero pasaron la pequeña isla y el navío continuó saltando frenéticamente sobre el mar a merced de los vientos y las olas, que unas veces levantaban el barco y otras lo despeñaban en el abismo que se abría entre las olas. A veces la proa apuntaba hacia las nubes y después era arrojado al encuentro de una montaña líquida, que por instantes sepultaba a la embarcación en su vientre siniestro.

En cada embestida de los elementos naturales los marineros creían llegada su última hora.

Para impedir que la embarcación cargada de cereales se desarmase con los violentos embates de las olas, pasaron cuerdas alrededor del casco desde la proa a la popa. Al día siguiente, viendo que el peligro continuaba, aligeraron la mayor parte de la carga. Al tercer día arrojaron también al mar utensilios y mobiliario, tal como bancos, sillas y mesas.

Durante varios días no vieron ni el Sol ni las estrellas. La tormenta continuaba con el mismo furor. Ya no quedaban esperanzas de salvación. Hacía tiempo que nadie comía a bordo.

En estos rápidos apuntes del diario de Lucas suena el eco de la angustia de aquellos días y noches de horror.

La espesa niebla hacía imposible cualquier orientación. Nadie sabía en qué punto se hallaba el navío ni qué rumbo tomar. Algunos recelaban de ser lanzados en los bajos de la costa africana, y perecer en el desierto.

Tendidos en el interior de la nave, con todos los portillones cerrados, aguardaban la muerte pasajeros y tripulantes. En la cubierta nadie podía sostenerse en pie; los vientos y las olas lo arrasaban todo. Poco a poco el aire de la bodega se tornaba irrespirable, con la presencia de centenares de personas acumuladas en tan pequeño espacio. Hacía mucho tiempo que nadie tomaba alimentos. El movimiento del barco provocaba intensos vómitos. La violenta agitación de día y de noche castigaba los miembros de los hombres. Además, los alimentos estaban mojados e inutilizados. Una semana casi sin alimentos y falta de sueño, hacía que todos creyesen estar en las puertas de la muerte.

Lucas, como médico, se agotaba en solicitudes con los más enfermos. ¿Pero, qué podía él contra el furor de los elementos?

En una de esas noches horrorosas Pablo consiguió dormir unos momentos y tuvo una visión: ante él se presentó un ángel del Señor que le decía: “No temas, Pablo; importa que comparezcas ante el César y Dios te hará gracia de todos los que navegan contigo”.

Y en sueños vio emerger una isla del seno de las aguas y escuchó una voz que decía: “En esta isla seréis desembarcados”.

Despertó y la visión se desvaneció.

La tormenta seguía ululando con la misma violencia.

Aunque se pudiese atribuir esta visión a un sueño o a una alucinación de los nervios torturados, Pablo sabía también que Dios se servía de esos estados naturales para hablar al hombre. A la mañana siguiente apareció en medio de sus compañeros que estaban casi muertos de hambre y fatigas y les infundió valor y confianza, contándoles la visión nocturna y garantizando la salvación de todos.

“No moriremos ninguno de nosotros, sino solamente el navío se perderá; vamos a ser arrojados a una isla”.

Hacía catorce días que el navío giraba en esa danza macabra entre Grecia y Sicilia, mar que los antiguos llamaban “Adria”.

Sería la medianoche cuando se oyó un grito de alborozo: “¡Tierra! ¡Estamos cerca de tierra!”

No se veía cosa alguna a través de la oscuridad y la niebla, pero el oído de los profesionales marineros percibía el ruido característico de una fuerte resaca, muy a lo lejos; debía existir un litoral donde se rompían las olas.

Inmediatamente lanzaron una sonda, comprobando una profundidad de treinta y siete metros. Un poco más adelante, una nueva sonda señaló veintisiete metros y algo más. Se estaban aproximando a tierra. Si dejaban correr la embarcación con esa velocidad, serían completamente estrellados contra los arrecifes. Lanzaron cuatro anclas a popa, retardando así notablemente el curso del navío y se entregaron a merced de la borrasca “suspirando por la madrugada”.

En esto, percibió Pablo que un grupo de marineros bajaban a la mar en una chalupa, bajo el pretexto de lanzar también anclas en la proa. Pero su intento real era escapar clandestinamente y entregar a los pasajeros a cualquier destino. Pablo denunció a Julio la criminal maniobra de su tripulación. El comandante comprendió que sólo una rigurosa disciplina y los esfuerzos conjugados de todos eran lo único que podían salvar a tripulantes y pasajeros. Dio orden de que cortasen los cabos que suspendían el bote y éste cayó ruidosamente en las aguas, viendo los traidores frustrada su cobarde deserción.

Casi clareaba el día cuando Pablo, reuniendo todas sus fuerzas, pasó entre sus compañeros de sufrimientos, inculcándoles coraje con la perspectiva de un próximo final de la terrible odisea. Hacía quince días que ayunaban. Juntando la palabra con el ejemplo, “tomó un pedazo de pan, dio gracias y ante los ojos de todos, lo partió y comenzó a comer. Y todos cobraron ánimo y comenzaron también a ingerir alimentos”.

En tales circunstancias no vale el cargo, vale el hombre; y Pablo era el mayor hombre que estaba a bordo. Más de una vez había naufragado; una vez conoció el sabor del agua del mar durante un día y una noche, agarrado a una plancha; sabía lo que era sufrir y pasar por aventuras mortales.

Por primera vez, después de dos semanas de agonía, iluminó una sonrisa de esperanza aquellos semblantes cadavéricos.

“Finalmente se hizo de día “, escribe Lucas con un suspiro de alivio y adivinando la costa a media luz a través de la espesa bruma y la lluvia torrencial que entoldaba el espacio.

Avistaron  en medio de la penumbra, una ensenada cercada de abruptos peñascos con una playa de arena. Ahí decidieron encallar el navío. No sabían que dentro del golfo existía una pequeña isla circundada por un canal cavado por las corrientes marinas.

A fin de aliviar la carga del navío y disminuir la violencia del embate de las olas en la playa, arrojaron el pequeño resto de cereales. “Levantaron las anclas, soltaron amarras, izaron las velas a favor del viento y fueron rumbo a la playa”.

De súbito, un choque violento derribó a los tripulantes y pasajeros…. Después de un sonoro estallido de quilla y cuadernas, el navío quedó clavado en las arenas del litoral. Pero antes de que alguien pudiese saltar, una ola enorme levantó la popa del barco, lo sacudió en el aire por unos momentos y lo dejó caer con tanta fuerza, que planchas y maderos se rompieron y volaron al mar, arrebatados por la ola. Torrentes de agua se precipitaron por el interior de la nave en ruinas. Con un grito de horror el personal se reunió en la proa del barco. Algunos de los presos aprovecharon la confusión para lanzarse al mar y huir a nado. Los soldados, alarmados por la posibilidad de una fuga general, pidieron permiso al comandante para matar a todos los presos. Por momentos la vida de Pablo estuvo pendiendo de un hilo; ¿moriría en medio de una carnicería general? Prevaleció el buen sentido y humanidad de Julio, “que deseaba salvar a Pablo y prohibió que los guardas ejecutasen su intento”.

Mandó el comandante soltar los grilletes de todos los presos y dio la orden: “Sálvense quien pueda”.

En el mismo momento, más de doscientos hombres se lanzaron al mar en furia, luchando con la violenta resaca y procurando ganar la playa.

Fue una hora de indescriptible sensación. Centenares de náufragos, hambrientos, cargados de fatigas y sufrimientos, con dos semanas de ayuno forzado, en lucha con los elementos. Los que no sabían nadar, o estaban tan debilitados que no podían tenerse en pie, - dice Lucas -  montaron en la espalda de los marineros y así llegaron a tierra.

Otros, arrojados lejos por la violencia del embate de las olas, se agarraban convulsivamente a pedazos de palos o planchas sueltas, y con el auxilio de estos objetos a modo de salvavidas, braceaban hacia la playa, donde se dejaban caer exhaustos, más muertos que vivos.

También nuestro aventurero del Cristo, puso en contribución el esfuerzo de sus músculos y toda su energía y salió de las saladas aguas como un muerto que volvía a la vida.

Todos perdieron cuanto poseían. Pablo nada tenía, fuera de un tesoro: sus libros sagrados, inseparables compañeros de sus viajes. Y allá se fue todo, presa de las olas.

Se realizaba la profecía del apóstol: el navío se había perdido, pero todos los náufragos eran salvos y sanos.

Sigue en la Circular de Marzo de 2007.

 

 

 

 

 

 

LA REALIDAD OCULTA.-

¡Qué monótono y gris, cuán insignificante  y falto de atractivo sería este planeta sin el esplendor de la vida!

La Tierra es uno de los ocho planetas del Sistema Solar, tercero en distancia al Sol, quinto en tamaño y con un radio de menos de seis mil quinientos kilómetros; una simple mota de polvo en la inmensidad del espacio. Vista en estos términos, es un objeto astronómico trivial, uno de los más pequeños entre los que gravitan en el Universo infinito. Pero si las mediciones de los astrónomos nos ofrecen una imagen cuantitativa del planeta, no llegan a proporcionarnos una visión completa de la Tierra, ya que no toman en consideración sus características biológicas.

Hegel señaló hace más de un siglo que exactitud no es lo mismo que la verdad. Definir a la Tierra mediante estudios cuantitativos es exacto, pero la verdad más interesante y significativa sobre ella va más allá de las mediciones concernientes a su tamaño, sus movimientos y su lugar en el Cosmos. La Tierra es única en el Sistema Solar porque posee una serie de cualidades que se derivan de los millones de formas de vida que alberga. Siendo un organismo vivo, es más variada, más variable, más imprevisible y también más delicada que la materia inanimada.

Los primeros aviadores que volaron por altitudes y velocidades relativamente bajas, tuvieron la oportunidad de descubrir los huesos de la Tierra bajo la capa de piel viva que la cubre. Más tarde fueron los astronautas que desde cientos de kilómetros de altura contemplaron admirados un planeta azul, el único habitable para el hombre en el Sistema Solar. Advirtieron que en muchos lugares el manto de vegetación es tan tenue que no parece ser sino un poco de musgo nacido entre las grietas y fácilmente destructible. Pero también se dieron cuenta de que este recubrimiento tan delgado y tan frágil es lo que crea el verde de los bosques, el brillante colorido de las flores, las diversas tonalidades de azul del océano y de la atmósfera y, lo que es más notable, la fosforescencia del pensamiento humano.

Valía la pena gastar millones de dólares en el programa espacial de vuelos tripulados para obtener más datos sobre la unicidad de la Tierra en el Sistema Solar en lo que respecta al atractivo de su manto azul y verde y a la vibración intelectual del hombre. Tal vez las misiones espaciales no hayan descubierto mucho de interés teórico o de importancia práctica con respecto al espacio exterior, pero nos han permitido ver con nuestros propios ojos que la superficie de la Luna es una inmensidad polvorienta y gris, desolada y salpicada de cráteres. Otras fotografías obtenidas posteriormente con satélites artificiales han destruido toda ilusión sobre la existencia de marcianos, aunque últimamente se hayan descubierto grandes posibilidades de la existencia de agua. La delicada luminosidad de la Luna y el rojo atractivo que Marte despide no son atributos inherentes a esos cuerpos, aparentemente sin vida, sino cualidades que el ojo humano, mirando a través de los telescopios, les ha otorgado. En contraste con ello, las declaraciones de los astronautas nos han permitido experimentar a escala cósmica qué cálido, incitante, diversificado y lleno de color es nuestro planeta comparado con la desolación y la frialdad que reina en el espacio exterior. Estas cualidades únicas se deben exclusivamente a las actividades de los seres vivientes.

Todas las civilizaciones antiguas han expresado a su manera la admiración que en ellas despertó la belleza de la Tierra. Aristóteles  intentó imaginar cuál sería la reacción de unos hombres que hubieran vivido toda su vida en el mayor de los lujos, pero encerrados en cuevas, ante la primera oportunidad de contemplar el cielo, las nubes y los mares. “Esos hombres”, afirma sin dudar, “creerían que los dioses existen y que las maravillas del mundo son obra suya”. Uno de los aspectos menos atractivos de la civilización tecnológica es la progresiva pérdida de interés por la belleza de la Tierra. Como hombres que son, los científicos tienen tanta capacidad innata como los demás para apreciar las cualidades sensibles de nuestro mundo, pero, por su condición profesional, tienden a sentirse menos cautivados por la singularidad del planeta que por el hecho de que éste se mueva a través del espacio de acuerdo con las mismas leyes físicas que los demás. No resulta descabellado creer que la reciente devaluación de la Tierra a mero objeto celeste menor haya jugado un papel de cierta importancia en la degradación de la naturaleza y de la vida humana. Sin embargo, la Tierra superó la categoría de simple objeto astronómico cuando hace más de tres mil millones de años, comenzó a albergar vida. La evidencia visual que los viajes espaciales nos han proporcionado otorga ahora una mayor significación a la imagen de Aristóteles. Aún no siendo más que una diminuta isla suspendida en las inmensidades del espacio exterior, la Tierra adquiere particular distinción gracias al hecho de ser una especie de jardín mágico poblado de millones de seres vivos que han preparado el camino para el ser humano racional,

La formación de la Tierra a partir del Sol tuvo lugar hace unos cuatro mil quinientos millones de años. La atmósfera que entonces envolvía el planeta estaba compuesta principalmente de hidrógeno, amoníaco y metano, sin que hubiera en ella el menor rastro de oxígeno libre; su superficie incandescente carecía de agua y estaba expuesta a una intensa radiación ultravioleta, condiciones evidentemente incompatibles con la existencia de cualquier forma de vida y mucho menos de vida humana.

La estructura de los demás planetas del Sistema Solar era al principio semejante a la de la Tierra. Todos sufrieron profundos cambios, distintos según su tamaño y posición relativa con respecto al Sol. Sólo en la Tierra estos cambios dieron lugar a una serie de condiciones que con el tiempo permitieron la aparición de la vida tal como la conocemos.

Durante los primeros dos mil millones de años de existencia del planeta, el hidrógeno despareció progresivamente de la atmósfera y la intensa actividad volcánica de la corteza terrestre permitió la liberación de dióxido de carbono y de agua; surgieron también algunos de los actuales componentes químicos de toda célula viva, producidos por la acción de la radiación solar sobre los componentes de la primitiva atmósfera. Al final de este período se habían formado los océanos, en cuya superficie se iban acumulando los azúcares, purinas, aminoácidos y demás sustancias que la radiación solar había producido a partir de los componentes de la atmósfera. Y entonces, a través de procesos desconocidos, estas materias orgánicas simples se organizaron y dieron lugar a un protoplasma capaz de reproducirse. La vida había comenzado. A partir de aquel momento, los seres vivos adquirieron mayor complejidad y diversidad por medio de los procesos evolutivos. Con el tiempo, la atmósfera terrestre acabó por consistir principalmente en nitrógeno, al que se le añadió el oxígeno libre que la fotosíntesis de los organismos primitivos liberaba del dióxido de carbono.

Es probable que durante mucho tiempo la vida sólo pudiera darse bajo la superficie del mar, donde quedaba a resguardo de la excesiva radiación ultravioleta del Sol. Dado que el agua era rica en sustancias nutritivas, puede suponerse que los océanos no tardaron en verse atestados de organismos primitivos. A medida que las condiciones cambiaban, estos organismos fueron evolucionando para dar lugar a formas de vida más complejas. Lo cierto en cualquier caso es que se han encontrado algas muy similares a las que existen actualmente en depósitos de dos mil millones de años de antigüedad. Estas algas se encuentran todavía entre los más eficaces productores de oxígeno, elemento indispensable para la vida humana y animal.

La vida, tal como la conocemos, surgió y evolucionó en respuesta al acontecer consecutivo de una serie de condiciones diversas; ciertos gases desaparecieron de la atmósfera original; fueron reemplazados por una mezcla de nitrógeno y oxígeno; el agua en estado líquido se acumuló sobre la superficie terrestre; la temperatura del planeta se estabilizó. Si bien la Tierra es el único planeta del Sistema Solar que ha alcanzado ese estado compatible con la vida, puede ser que en algún otro lugar del Cosmos se den condiciones similares en centenares o miles de otros planetas. De todos modos, esa posibilidad no es más que una especulación no apoyada por hechos comprobados.

La aparición de la vida requiere una combinación de circunstancias tan extraordinaria que constituye un acontecimiento extremadamente improbable; tanto que puede no haber ocurrido más que una sola vez. No obstante, hay científicos que piensan que, dado que muchos planetas de otros sistemas han debido tener un desarrollo evolutivo similar al de la Tierra, la vida debe haber aparecido en más de una ocasión. No estamos solos en el espacio. Puede no haber otro lugar como la Tierra en un radio de mil años luz. En tal caso, nuestro planeta con sus paisajes de belleza incomparable, sus mares, sus playas, sus montañas y el suave manto de bosques y estepas que la cubre, es el verdadero país de las maravillas del Universo; una joya de rara y mágica belleza suspendida en un espacio lleno de radiaciones mortales. La Tierra es preciosa, sagrada, y lo es más allá de toda comparación o medida.

El adjetivo “sagrada” puede sorprender en una descripción de las características de la Tierra; sin embargo, expresa una actitud enraizada en el pasado de la humanidad y que todavía persiste. El hecho de que la palabra “profanación” suela utilizarse para lamentar el daño que causamos a nuestro entorno, indica que muchos de nosotros tenemos la sensación de que la Tierra posee su propia santidad, de que la relación del hombre con la misma tiene una calidad sagrada.

Sigue en la Circular de Marzo de 2007.

 

 

 

¿POR QUÉ EL DIABLO?

El hombre de las civilizaciones primitivas tiende a explicar los fenómenos naturales por medio del antropomorfismo y del zoomorfismo; si el viento silba, si los ríos corren , si la rocas se despeñan de los alto de las cumbres de los montes rodando hasta el fondo de los valles; si el rayo desgarra las nubes, si el cielo se enrojece a la puesta del Sol, a su modo de ver, es porque existen autores personales de tales fenómenos, autores semejantes a él, o a los animales que lo rodean. Detrás de cada acción natural entrevé una voluntad personal como causa inmediata, detrás de cada objeto de la naturaleza se le figura percibir una potencia personal oculta; pero su inteligencia no va más allá; queda vagando en este inmenso caos de entidades sobrenaturales.

Estas entidades son los desdobles de los antepasados, las sombras, las imágenes vagas, cuya existencia, se figuraba el hombre primitivo, que continúa en el seno de la Naturaleza; no son aún personificaciones bien determinadas de las fuerzas naturales; la personificación exige procedimientos de análisis y de abstracción, y eso era un trabajo bastante complejo para mentes primitivas; sólo los consideraban como simples autores ocultos de los fenómenos naturales. Los espíritus de los amigos, de los seres queridos se transformaban en genios benéficos y en dioses buenos; los de los enemigos, en genios malvados y en diablos. Este es el fondo general de toda religión primitiva. Creer que la Humanidad debutó por un monoteísmo es hacer profesión de fe de ignorancia histórica y psicológica a la vez.

En los períodos en que se suceden las primeras civilizaciones el Mal es atribuido a diversos seres opuestos a los que hacen el Bien. La sabiduría sagrada subordina jerárquicamente todas las fuerzas naturales, y con los fenómenos se subordinan también sus hipotéticas causas productoras, o sean los dioses y los diablos, gracias a la cual por una generalización se llegan a sintetizar en dos seres supremos, o en uno, las series que se han formado.

Lo primero sucede entre los iraníes, con Ahuramazda y Agromanyus; entre los egipcios con Osiris y Tiphon; entre los primitivos eslavos, con su Dios Blanco y su Dios Negro. Lo segundo es lo que sucede al pueblo caldeo y al cananeo con Bel o Baal, y al judío con Iahveh. En este caso, Dios produce el Mal lo mismo que el Bien, fatal y periódicamente por medio de su hipótesis fatídica cuando es Baal-Moloch, o de una manera arbitraria como cuando Iahveh truena contra su pueblo. Aquí es donde podríamos marcar el punto culminante de la religión. Dios lo hace todo. No sólo es omnipotente sino Creador de todas las cosas. Luego el monoteísmo por necesidad se descompone otra vez. No se concibe que el Dios único produzca directamente la inmensa multitud de fenómenos naturales y sociales contradictorios entre sí, y esto es causa de que se busquen seres intermediarios entre Él y el mundo.

A fin de explicar todo lo malo, se dice que un ser que Él creó bueno y poderoso, se le rebeló, y trastorna la creación y el linaje humano; y para combatirle la Divinidad tiene que enviar una emanación suya al mundo: el Dios-hombre. Dos grupos jerárquicos de seres servidores de los dos poderosos combatientes practican el Mal o el Bien, impulsan al Hombre a la virtud o al crimen, como si fuera un autómata movido por dos fuerzas opuestas.

Pero la observación acumula datos: aparece el método científico, se aprecian mejor las relaciones naturales de los fenómenos; y gracias a la formación de cuerpos de doctrina independientes del dogma, se desvanecen estos seres quiméricos que creó la imaginación primitiva del género humano. Entonces el Bien y el Mal se consideran como simples relaciones; lo absoluto es eliminado del terreno de la moral.

En los tiempos teológicos habrían sido reputados como producto del Mal cosas enteramente distintas, la noche, el frío, la pereza, la miseria, las enfermedades y la muerte, el último de los males; o las comodidades, la belleza, el arte, los esplendores de la Naturaleza, el espíritu de libertad, la investigación, etc. En el período positivo se distingue ya el mal inconsciente que produce la Naturaleza, del mal consciente o sea de la injusticia humana, y que el Hombre, con conocimiento de causa, lucha contra la Naturaleza para proporcionarse el bienestar y lucha también contra sus semejantes para alcanzar el mayor grado posible de justicia.

Resumiendo, podríamos decir que hasta el presente cada época ha tenido su Diablo, es decir, su personificación de lo que ella ha creído era el Mal. Una veces esta personificación ha sido múltiple; se ha creído en muchos principios malos, ha habido muchos diablos. Otras, la personificación del Mal no ha sido distinta de la del Bien; junto con ella ha formado parte de un mito único, ha sido una manera de ser; el Diablo y el Dios han venido confundidos en una sola personalidad omnipotente, que en sí lo era todo, o que era el origen de todo. En otros, el Mal ha tenido una personificación distinta, opuesta a la del Bien, la cual ha vivido la vida de los hombres cual si fuera un personaje real. Entonces ha habido un Diablo que ha hecho la guerra a Dios, su contrario. Sólo la época actual no lo concibe, porque cree que el bien o el mal son resultados de meras relaciones entre los seres y no producto de entidades sobrenaturales.

Vamos a seguir la idea del Mal a través de sus personificaciones. Vamos a ver cómo evoluciona y qué formas adopta; qué idea cada forma en sí ha encerrado, es decir, qué concepto se ha formado del Mal cada pueblo; qué es lo que por tal ha entendido. Y por fin, entraremos en la época moderna en que las ciencias experimentales, rompiendo moldes que aprisionaban la idea del Mal, las personificaciones perversas que ésta engendrara se desvanecen al análisis como sombras que la luz disipa.

Sigue en la Circular de Marzo de 2007.

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ISLAS BALEARES.- En Mallorca prosigue las charlas semanales de cada miércoles, en horarios de 20,30 a 22,30, en la calle Jafuda Cresques nº 17, 1º - 2ª, teléfono 971 – 75 37 19. Se ruega confirmar asistencia por la escasa capacidad de la sala.

Actualmente se desarrolla un ciclo sobre temas de mística cristiana.

También en horario de las 20.00 a las 20,30 horas, se reúne un grupo para meditaciones por la paz de la Tierra, dirigidas por Amanda Reynés Salas.

OBRAS PUBLICADAS

Entre el silencio y los sueños (poemas)
Cuando aún es la noche (poemas)
Isla sonora (poemas)
Sexo. La energía básica  (ensayo)
El sermón de la montaña (espiritualismo)
Integración y evolución (didáctico)
33 meditaciones en Cristo  (mística)
Rumbo a la Eternidad  (esotérico)
La búsqueda del Ser (esotérico)
El cuerpo de Luz  (esotérico)
Los arcanos menores del Tarot  (cartomancia)
Eva. Desnudo de un mito (ensayo)
Tres estudios de mujer (psicológico)
Misterios revelados de la Kábala  (mística)
Los 32 Caminos del Árbol de la Vida (mística)
Reflexiones. La vida y los sueños   (ensayo)
Enseñanzas de un Maestro ignorado (ensayo)
Proceso a la espiritualidad (ensayo)
Manual del discípulo  (didáctico)
Seducción y otros ensayos (ensayos)
Experiencias de amor (místico)
Las estaciones del amor (filosófico)
Sobre la vida y la muerte (filosófico)
Prosas últimas   (pensamientos en prosa)
Aforismos místicos y literarios (aforismos)
Lecciones de una Escuela de Misterios (didáctico)
Monólogo de un hombre-dios (ensayo)
Cuentos de almas y amor (Cuentos) Isabel Navarro /Quintín
Desechos Humanos (Narración) Ruben Ávila/Isabel Navarro
Nueva Narrativa (Narraciones y poesía)Isabel Navarro/Q
Ensayo para una sola voz (Ensayo)
En el principio fue la Magia   (ensayo)
La puerta de los dioses   (ensayo)
La Memoria del tiempo Cuentos,Poesía Toni Coll/Isabel Nav.
El camino del Mago Ensayo Salvador&Quintín
Crónicas Ensayo Salvador&Quintín

  

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