TÉCNICA Y PENSAMIENTO

ALCORAC

SALVADOR NAVARRO

      

 

                         

Dirigida a la Escuela de:

                        Mallorca

                        Las Palmas

                                                                                 

                                                                                  Circular nº VERANO , año XIV

                                                                                  Bunyola, 1º de Julio de 2.008.

TÉCNICA Y PENSAMIENTO.-

La Tierra es más antigua que el hombre y la Historia. Por eso la Tierra no puede tener lugar, ni fecha, ni certificado de nacimiento. El hombre es más antiguo que el Mundo y la Técnica. Los dos tienen tiene lugar y fecha señalada y poseen partida de nacimiento. Por eso los técnicos pretenden someter al hombre con la tecnología dirigiendo la Historia y sustituyendo la Tierra por el Mundo.

La técnica, en estas situaciones del pensamiento, no es sinónimo de instrumento, ni de un sistema mecánico, eléctrico o electrónico de herramientas, ni un conjunto de procedimientos, de medios y maneras de hacer. La técnica es una vigencia universal y el vigor de un comportamiento unidimensional. Las máquinas, los equipamientos y los aparatos no pueden esclavizar al hombre. Sólo el hombre puede esclavizar al hombre. Por eso la técnica va reduciendo progresivamente los niveles de relaciones de los hombres con lo real y recogiendo la totalidad de la realidad en un patrón único de realización, a saber, la realización controlada, reprocesada y sistematizada del mundo real.

Como avalancha histórica de esta realización, la técnica es de fecha reciente y pertenece a las transformaciones de la modernidad. Es siempre moderna. Y, como moderna, nació en la “Europa de los pueblos”. Se trata de una fuerza, al mismo tiempo constituyente y resultante de la historia occidental europea, que llegó a imponerse y consolidarse en un proceso imperial de tendencia planetaria. Todos los demás pueblos conocieron y poseyeron una técnica artesanal, pero solamente los pueblos europeos desarrollaron la técnica moderna.

Llamamos Mundo al conjunto de hombres, cosas y relaciones, nacidas y sustentadas por la técnica y sus aplicaciones. El eje en que giran todos los propósitos del mundo es el reprocesamiento. Empeñado en reprocesar todo el proceso de sus dependencias, el Mundo instala una armazón, cuyo sistema controla la civilización y la cultura, “el principio y el fin de todas las cosas”.

El nombre de Tierra evoca la protección que necesita el Mundo para construirse en medio de las dependencias. Como quiera se determine la posición del Mundo en la historia de la humanidad, la Tierra siempre le opone las tensiones de su protección. Y es en la fuerza de esta oposición que la Tierra deja de ser un planeta del Sistema Solar para ocupar un lugar de privilegio en el universo de las realizaciones. Se trata de un lugar tan extraordinario que convierte el espacio de los lugares en posibilidades de espacio y localización.

El ejercicio de esta conversión se extiende a todas las peripecias de la evolución del mundo. A lo largo de la Historia, la Tierra ha proporcionado a los hombres los recursos necesarios con los que poder vivir, morir y crear sin grandes desvíos, incluso ante las mayores dependencias de medios artificiales. Es que, en el mundo de la técnica, la vida no puede ni entrar ni salir totalmente. Como ser vivo, el hombre permanece inevitablemente ligado a la vida, de cuyos lazos su corazón enfermo de poder  siempre ha procurado separarlo. En las evoluciones de la tecnología, la búsqueda se vale de los recursos de reprocesamiento, intentando construir el mundo sin Tierra de la técnica total. De esta pretensión ya nos advirtió en 1795, Hoelderlin, poeta lírico alemán, con palabras proféticas:

“Pero sólo que nadie diga que nos separa el Destino. ¡Nosotros lo somos! ¡Nosotros! Nosotros mismos que tenemos placer en precipitarnos en la noche de lo desconocido, en el frío extraño de otro mundo cualquiera. Y, si fuese posible, abandonaríamos la región del Sol y nos precipitaríamos fuera de la región de la Estrella Errante. Es que para el pecho doliente del hombre ninguna patria es posible”.

Con este “pecho enfermo de poder” nos encontramos hoy por todas partes. A cada paso se pretende producirlo todo. Hacia una producción total se encaminan todos los esfuerzos en las diversas áreas de la civilización y la cultura. Cualquier cosa, o es una producción o está al servicio de ella, sea en la economía, en la política, en la ciencia, en la tecnología, en el arte, en la religión o en la filosofía. Esta es la envergadura que cubre el horizonte del Mundo sin Tierra de la técnica total.

El Pensamiento no se refiere aquí a las actividades de representación, combinación y computación en el cerebro de un mamífero experto que “de repente descubrió el conocimiento” y se transformó en sujeto de la Historia “por el sistema de producción”, o que murió para la Historia por el simbolismo de un Gran Otro. Por Pensamiento decimos de la experiencia instauradora de la Historia, del darse a las realidades en cuanto se retrae y retira en las realizaciones. Ahora, darse en la medida y la proporción que se retrae, constituye la gloria inherente al misterio de las realidades. De Hoelderlin llegaron hasta nosotros sus palabras pensadas en un instante poético: “poco saber, pero mucha alegría fue dada a los mortales”. No es, pues, el saber y sí el misterio que hace pensar al pensamiento. No sólo pensamos cuando no sabemos. Por eso, para cuestionar las pretensiones de la técnica por un Mundo sin Tierra, se ha de pensar en las realizaciones de la técnica y del Mundo por la realidad del misterio de la Tierra.

Cuando se piensa radicalmente en las producciones de un Mundo sin Tierra, no es posible escapar de una impresión inquietante, de graves consecuencias políticas: tal vez sea imposible para nosotros, seres terrenales con veleidades de actuar como seres celestiales, de sustituir la Tierra por el Mundo; tal vez nos sea imposible comprender y hablar de las cosas que un día podamos producir totalmente. Tal vez, hasta la propia estructura de nuestro cerebro, símbolo terrenal del pensamiento, nos impida pensar y hablar de cosas totalmente mundanas. En tal caso, sólo nos restaría otra salida previsible, la de inventar artefactos que hablen, piensen y decidan por nosotros.

La disociación progresiva entre conocimiento y cálculo de un lado, y pensamiento y lenguaje de otro, haría con que en el Mundo sin Tierra, conociésemos mucho más de lo que podríamos pensar y decir. No esclavos de las máquinas sino de una racionalidad totalitaria y abandonados por el espíritu, entregados sin remedio a cada nueva máquina que pudiera producir, por más asesina y destructiva que fuese. Estas son algunas de las consecuencias previsibles a la que el proceso de reprocesamiento estaría arrastrando al Mundo sin Tierra con la técnica total.

Y eso no es todo. Haciendo abstracción de los efectos previsibles, restan las consecuencias visibles. La más importante interesa a los lazos extraordinarios de competitividad que se cruzan. Lenguaje y política en el ejercicio histórico de poder. Siempre que el lenguaje pone en juego su relevancia para una coyuntura histórica, se barajan los destinos políticos de una determinada época. Pues la cuestión del lenguaje incluye siempre la cuestión de la política y el ejercicio del poder. El hombre es un ser político ya que es un ser dotado de lenguaje. Por necesidad de realizarse, los hombres se destinan a la causa pública. Estamos condenados a la política por estar dotados para la lengua y el discurso, por recibir y extender en las moradas de la lengua las vicisitudes de realización de nuestra humanidad.

Al principio de todo, el lenguaje es tanto en el hacer de todo decir como en el decir de todo actuar. Con una antelación más de vigencia que de tiempo, antes de los discursos, sea de arte, filosofía o de técnica, sea de política, lógica o retórica, se da y se envía el lenguaje. Pues él se ejerce tanto en la claridad del fuerte, de lo conocido y controlado, como en la oscuridad del débil, de lo desconocido y de aquello que está fuera de control. En todo y cualquier caso, el lenguaje se propone cada vez en el misterio de un sustraerse que moviliza el sentir, el creer, el saber y el hacer de los hombres, sobreviviendo en comunión entre sí en las realizaciones de la realidad.

En esta movilización comunitaria, se acostumbra atribuir al misterio del lenguaje la omnipotencia de la propia impotencia, reduciendo la fuerza de creación, en el predominio de la fuerza física, de la rapiña y la dominación, o en los poderes sacerdotales de la magia, del mito y la simbolización, así como en la preponderancia de las fuerzas políticas de las lenguas y los discursos y en las fuerzas eficientes de la ciencia y la técnica.

En la aurora griega de nuestra Historia, coincidió con el paso de Micenas para Atenas, la transformación del símbolo del león por el de la lechuza, haciéndose efectivo con la sustitución de la venganza por la sangre de los atridas por el tribunal de Palas Atenea. De la profundidad de este cambio y transformación de estos diferentes pasajes, nos habla con su fuerza original la Orestiada de Esquilo.

En el movimiento de las decisiones políticas se fue imponiendo progresivamente la elocuencia pública, la necesidad de hablar de tal manera que los ciudadanos fuesen llevados a pronunciarse en una clara percepción del alcance de sus decisiones. Perdiendo el crecimiento mágico y el predominio religioso, la palabra pública adquiere valor político, el poder de influenciar al pueblo en los Tribunales, en las Asambleas y en las celebraciones de los juegos. Se trata de un arma poderosa destinada a convencer en todos los niveles en que la voz del discurso y del voto toma las decisiones. En la riqueza de figuras y tropos, en las posibilidades de condensación, en los recursos del sentido de la lengua, ella se presta a una demiurgia capaz de mover multitudes y convencer comunidades. Incluso puede llegar a una taumaturgia de la palabra que nadie puede resistir. Quien domina sus secretos conducirá a las masas y tendrá en las manos el poder. Al genio político le es indispensable el carisma y la técnica de persuadir hasta la acción, por el ingenio y el arte de la palabra.

En el Mundo sin Tierra de la técnica total, estamos viviendo un platonismo invertido. El péndulo de la Historia todavía no ha llegado a una posición de equilibrio, oscilando siempre de extremo a extremo. Ahora, las oscilaciones extremas se reflejan de alguna forma en las peripecias del lenguaje. Si fuéramos lo bastante irreflexivos para entregarnos en cuerpo y alma a esta inversión extrema, ya no quedaría otra salida sino la de renunciar a toda lengua y discurso naturales. Los técnicos y científicos de hoy dan señales de estar presos en un mundo pobre de lenguaje. Se trata de una coyuntura de graves consecuencias políticas. Un poco por todas partes comienza a generarse una desconfianza en las tecnocracias y en la dominación de los técnicos. Y este creciente recelo y resistencia progresiva a confiar las cuestiones político-sociales a técnicos y hombres de ciencia como tales, no se debe al hecho de que hayan potenciado y fabricado armas absolutas, artefactos atómicos, químicos, bacteriológicos y biotecnológicos de exterminio total de la vida y de la Tierra; tampoco se debe a haber sido bastante ingenuos para creer que serían siempre consultados o que sus argumentos serían acatados. Decisivo para tan creciente desconfianza es, sobre todo, el hecho de vivir como técnicos y científicos, en un Mundo sin Tierra, donde el lenguaje de la naturaleza y la realidad del Mito han perdido casi toda su autoridad, en un mundo que ya no necesita ni es capaz de hablar en un lenguaje natural. Es que todo lo que el hombre conoce, siente, piensa, sabe y hace, sólo se hace realmente significativo y adquiere sentido existencial, cuando se puede hablar a su respecto, en la medida en que de él se puede decir a partir de su lenguaje. No hay verdad en lo singular, fuera de toda y cualquier envergadura política. La verdad solamente se da por existir siempre en el lenguaje de lo plural, en una corriente que nos arrastre hacia una convivencia política. En cuanto vivimos, pensamos y actuamos en la Tierra, sólo tiene sentido lo que podemos hablar con los otros, lo que puede recibir un significado en y del lenguaje. Así que el vaciado de las lenguas naturales es la primera coyuntura que en un mundo de la técnica total amenaza el lenguaje de la Tierra.

La segunda proviene de una actitud negativa frente al trabajo. El Mundo sin Tierra de la técnica total no gusta del trabajo. Para él, el trabajo no tiene valor en sí mismo. Sólo le vale como medio. Y se trata de un medio precario. Es un mal necesario que la producción procura remediar de todos los modos. Los servomecanismos, los aparatos micro-eléctricos, los robots, las herramientas automáticas, han comenzando a sustituirlo con ventaja. La robotización y automatización constituyen la panacea del trabajo.

Se incide en que se rompan de una vez los lazos inmemoriales con que, desde siempre, el trabajo entrelazó al hombre con la Tierra. Con la microelectrónica la ciencia y la técnica esperan un día desenmascarar el trabajo como necesidad histórica de la existencia. Es que la rebelión contra esta pretendida necesidad es tan antigua como la Historia. Una vida libre del yugo del trabajo, no es un deseo moderno. Es una condición paradisíaca. En todos los tiempos, una vida sin trabajo ha pertenecido a los privilegios de unos pocos que siempre dominaron sobre muchos. El progreso tecnológico no ha hecho sino volver real el sueño que todas las generaciones del pasado solamente pudieron soñar y nunca realizar.

Parece una esperanza. De hecho lo es, pero una esperanza de Pandora. Pues el Mundo sin Tierra iguala trabajo a producción. En consecuencia, toda la sociedad se ve unidimensionalizada por el afán de producir, en la obsesión de productividad. Como en las historias de brujas, la satisfacción del deseo transforma la bendición en maldición y hace de la esperanza un desespero. Pues la libertad del trabajo es motivada por la producción total. Ahora, el mundo de la técnica total sólo sabe producir y nada más. No conoce otra actividad por la cual valiese la pena luchar y liberarse del impedimento del consumo. Igualitario por la necesidad de producción, no dispone de escalones, ni conoce instancias, que pudiesen movilizar otras potencias del alma humana. Por una cuestión de principio, todas sus funciones están al servicio de la productividad. En el Mundo sin Tierra todo, o es producto o es consumo o producción. Unos producen con las manos, otros con la cabeza, pero todos son productores. Sólo poetas y pensadores, místicos y profetas, se realizan en el elemento del lenguaje y, por eso mismo, no tienen hora ni lugar en el Mundo sin Tierra de la técnica.

De las tres coyunturas que hoy amenazan al lenguaje de la Tierra, si la primera vacía las lenguas naturales y la segunda niega la originalidad del trabajo, la tercera reduce la economía a mera productividad. En el Mundo sin Tierra de la técnica total, la economía gira en un círculo vicioso; en el círculo de la producción y consumo: el ideal es producir más para consumir más, para lucrar más.

¿Y todo esto es viable? ¿Será posible al hombre vivir en un mundo en el que el trabajo, trazo inmemorial de la unión con la Tierra, fuese totalmente sustituido por la producción automática? ¿Será posible vivir en un mundo sin las vigencias creadoras del lenguaje, donde las lenguas naturales fuesen exorcizadas por la monotonía y pobreza de lenguas artificiales? ¿Será posible soportar un mundo sin la tierra de la poesía, donde todo fuese mercancía, donde personas y cosas se transformasen en meros productos de consumo, donde una mesa no se apoye con los pies en el suelo, sino sobre una cabeza y un cráneo de madera engendrando caprichos más prodigiosos?

La tecnología científica de la producción protesta contra esta confusión poética que baraja las cosas. Pues la técnica sólo es técnica. Sólo puede producir bienes y servicios. Pretender hacer de ella el soporte de otros valores solamente es  confundir las cosas. Promover al hombre no es misión de la técnica ni uno de sus objetivos. La felicidad es una odisea individual y no una meta de política tecnológica.

Este concepto, hoy bastante en boga, encubre para sí misma el cuánto de no técnica trae consigo la tecnología. Todo sistema tecnológico supone cierta interpretación de la realidad y presupone una determinada decisión sobre la verdad, componiendo así una representación precisa del hombre. En otras palabras, todo sistema tecnológico se funda y descansa en una metafísica de lo real. Se trata de una metafísica operativa que la dinámica de la sistematización impone poderosamente, modelando el arquetipo de su concepción de la realidad. Un sistema tecnológico no es una receta de un pastel, un conjunto neutro de modelos y procedimientos que pudiesen ser libremente preparados sin comprometer a nadie. Todo sistema tecnológico opera en un estilo de vida y pretende decidir sobre el sentido de la existencia. No hay tecnología sin una idea de las necesidades a satisfacer, sin una filosofía de la Historia, sin una visión de las aspiraciones humanas; es una visión, no solamente indicativa de lo que son, fueron y serán las aspiraciones del hombre, sino sobre todo imperativa de lo que ellas deben ser. Con base en todo esto, se formulan varios tipos posibles de “hombre-modelo-medio” o se define al “hombre-modelo” para el cual tienden todos los mecanismos de funcionamiento del sistema. En la dinámica histórica de su enunciación, pretende que el hombre sea a un tiempo sólo sujeto y objeto, agente y paciente, objetivo y producto de su sistema.

Como toda metafísica, también esta sufre de hemiplejia. La metafísica del lucro desconoce otras necesidades que no sean la de bienes y servicios. En sus sensores no se registran satisfacciones existenciales, sean físicas, sociales, políticas o culturales. Es que sentimientos de belleza, libertad y amistad, experiencias espirituales, la poesía de la naturaleza, la simple alegría de vivir, todo eso no se contabiliza en libros de caja, no son términos de posesión ni se pueden transformar en objetos de ganancia.

Una economía basada en una metafísica de la técnica provoca una atrofia profunda en el modo de ser del hombre. Es tanto más profunda cuanto más le corroe los problemas terrenales de la vida. Sólo tarde, muy tarde, es que se da cuenta de la ruina del cuerpo, del alma y del espíritu, que advienen cuando se sacrifica la pureza del aire y del agua, la industrialización sin respeto, cuando los espacios verdes son víctimas del cemento, cuando pesticidas y desechos industriales desequilibran los sistemas de la biosfera, cuando los endulzantes, colorantes y sustancias químicas de conservación adulteran la naturaleza de los alimentos, cuando las poluciones y la miseria social están a la vista, revienta la poesía del vivir y reseca todas las fuentes terrenales de la creación.

En una economía así, el desarraigo de la Tierra deshace los círculos de amistad, la concentración industrial sofoca la convivencia y una urbanización meramente cuantitativa disemina por todas partes monotonía y desolación. Salud y cultura, bienes simbólicos y servicios intangibles, son tratados como negocios lucrativos. Es que la economía de producción y consumo se contenta en multiplicar productos, se dedica a aumentar el nivel y descenso de la cualidad de vida, olvidándose de mejorar las condiciones y el ambiente en que se vive. Para una vida más sana, al revés de eliminar polución, crear nuevos espacios verdes o potenciar la pureza del aire, solamente sabe estimular la producción y el consumo de medicamentos. Cree saciar la sed de belleza y satisfacer las necesidad de arte, ofreciendo y vendiendo mercancía en supermercados culturales de exposiciones, teatros, galerías de arte, al mismo tiempo que asola barrios antiguos, destruye lugares pintorescos y arruina los paisajes con vida, que producen poesía y sueños de la imaginación. Reduciendo todo a mercadería, la economía productiva cosifica al hombre para elevar los productos. Una región ya no es la comunión de los hombres con la Tierra en la unidad de una Historia y una cultura. Es apenas un producto más para ofrecer a los turistas de las industrias de las ferias y las agencias de viajes y turismo. Los fabricados industriales son ahora los ídolos de la producción total.

La economía del lucro es una metafísica del tener: tener dinero, automóviles, compañero o compañera, poder, salud, posición….. tener, siempre tener y tener cada vez más. Los bienes que no son del tener tampoco generan ganancias, al contrario, exigen una ruptura con el principio fundamental del mundo de la técnica, Impone hasta el abandono de toda la metafísica económica, la metafísica de la factura y sustituyen la riqueza del tener por la pobreza de ser. Y el juego poético del lenguaje que, en la fiebre de las actividades productoras, renuncia a la reacción en cadena del beneficio y se propone, sobre todo, a convivir. Es un propósito que no se da sin ascesis. Requiere todo el coraje de escuchar para pasar de una economía casi exclusivamente cerrada en un mundo tecnológico para otra ecuménica, abierta al ambiente y las condiciones de vida en la Tierra.

Pero ¿qué es eso de ecuménica? Como económico y ecológico, también ecuménico se forma de la misma etimología “habitación, morada”. El verbo habitar, morar, dio paso a una expresión tardía, la Tierra en cuanto es y puede ser habitada por la vida. Así, sería de por sí un pleonasmo hablar de una economía ecuménica.

Pero ecuménica se dice de una economía que no se basa en el mundo de la producción y del consumo sobre la técnica de la ganancia, sino sobre la vida, su ambiente y sus condiciones, que integra en la productividad, tanto en prosa como en poesía de la Tierra, que viene a unir una economía de bienes y servicios materiales por otra economía de bienes y servicios simbólicos, que aspira a una economía de solidaridad y promociones humanas. No siendo susceptible de apropiación privada, bienes y servicios simbólicos no estimulan tanto la competición ni la explotación de la propiedad. Salubridad, silencio durante el sueño, tranquilidad, convivencia, preservación de la naturaleza, luchas por espacios respirables están en contra de las enfermedades sociales, y todo esto no son propiedades privadas, sino bienes colectivos al alcance de todos. La lucha decisiva de hoy no se traba tanto entre una economía capitalista y otra economía socialista, sino entre una economía productiva de un Mundo sin Tierra, de técnica total y una economía poética del lenguaje, sin hablar de la Tierra ecuménica.

Los poetas son siempre poetas de la Tierra. Aman tanto el lenguaje que se identifican con ella, sintiendo sus pulsaciones vibrando en las venas de sus poemas. Están superando continuamente la dicotomía y alienación de hombre y tierra. Incluso en las tensiones del mundo de la técnica total, miran siempre con ojos de inocencia, como por primera vez, y por eso descubren en todo un espectáculo de originalidad, el misterio de la vida y el vivir. Para crear, no carecen de mucho ni tienen necesidad de grandeza o grandes cantidades. En una brizna de hierba silvestre descubren el Infinito que luego transporta a la Tierra en un lenguaje de paisajes de pensamiento y creatividad. Cada cual a su manera, poetas y pensadores, reconducen al lenguaje órdenes y desórdenes de la Historia, encontrando siempre la correspondencia del hombre y la tierra, incluso en un mundo de alienaciones y dicotomías.

En todas las poesías y pensamientos, intentan construir vías de analogías que adornen la fiesta de la existencia, donde se lidia el buen combate, en el decir de Heráclito “padre y autor de todas las cosas”. Son al mismo tiempo Prometeo y Orfeo; el primero por buscar vencer la separación del Mundo y la Tierra, cultivando el fuego de la sabiduría, Orfeo por ser mago del lenguaje, cuyas creaciones guardan del exterminio las fuerzas de la Tierra y los seres vivos. La palabra de la poesía y el gesto del pensamiento acogen el poder de separación en una nueva aurora de colores.

A espera de un día histórico, los condenados a trabajar como una repetición sin originalidad sienten, en la mente de los pensadores y en la poesía de los poetas, la presencia creadora del lenguaje, escuchando la palabra esencial en la llegada inesperada de la Verdad en la técnica. Entonces, los Tántalos de ayer y de hoy, ya no sufren hambre ni sed de justicia; las Danaides antiguas y modernas dejan de intentar llenar los vasos sin fondo del lucro; los Sísifos de otros tiempos y de ahora, ven sus piedras detenerse en la cumbre de la montaña de la producción y las ruedas de consumo cesar de rodar las torturas del Tártaro. En palabras del pensamiento y los gestos de la poesía, el lenguaje trae el éxtasis del tiempo original para los hombres de un mundo cuya tecnología no podrá curarlos de un tiempo hecho de compulsión y repetición.

En silencio, el poeta y el pensador en el hombre de cada uno de nosotros, renuevan continuamente las palabras del poeta Hoelderlin, colocadas en boca de Empédocles moribundo, en la ciudad de la moderna tecnología:

“No me enseñaran los hombres. Hace mucho tiempo en que mi ardiente corazón, no sabiendo encontrar la tierra viva, me giré hacia ti, ¡oh Luz Celeste!, confiando como una planta y me abracé contigo, ciegamente, en mi alegre piedad. Pues un mortal mal reconoce a los Puros. Pero, cuando el espíritu floreció en mí, como tú floreces, yo te reconocí y grité: ¡estás viva! Es porque viajas entre los mortales y, como un cielo, lanzas de ti la gracia de tus rayos vibrantes sobre cada cosa, para que todas ellas tengan el color de tu espíritu y fue por eso que para mí la vida se hizo poesía. Es que en mí estaba tu alma. Es así como tú, mi corazón se entregó libremente a la tierra grávida, la tierra sufridora. Y muchas veces, en la noche santa, prometí amarla fielmente y sin miedo, hasta la muerte, amar esta tierra, toda cargada de destino y no desdeñar ninguno de sus misterios”.

F I N

 

 

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