ALCORAC

SALVADOR NAVARRO ZAMORANO

 

 

Dirigida a la Escuela de:

                        Mallorca

                        Las Palmas

 

                                                                                 

                                Circular nº 1,  año XVI

                                     Bunyola, 1º  Enero de  de 2.010.

Amigos lectores: comenzamos un nuevo año con renovadas esperanzas de que estas Circulares que llegan a vuestro poder, sigan siendo el anuncio de nuevos pensamientos que se expresan en las vidas de los personajes cuyo perfil se dibuja en sus páginas y en otras lecturas que van desvelando nuevos horizontes del pensamiento, tanto en lo ecológico, como en lo histórico y esotérico.

Gracias por estar en vuestro puesto como lectores, los patricios del pensamiento.

Así como el hombre de nobleza adorna su casa con los más prestigiosos cuadros, los muebles más refinados y la decoración que corresponde a la estética más selecta, así el hombre ha de cultivar dentro de su mente la selección más elegante de nobles pensamientos e ideas, para que ellas adornen la casa de su espíritu.

Esa es la nobleza más auténtica que puede adornar a un ser humano.

Un abrazo.

                                                Salvador Navarro Zamorano.

 

AGUSTÍN DE HIPONA.

Tagaste era en ese tiempo, uno de los notables centros comerciales de Numidia, zona rica en maderas nobles, cereales, buenos vinos y otros productos agrícolas. En el vasto mercado en las orillas del río Bagradas, confluían los negociantes de las provincias limítrofes. Los pastores de Aurés, con sus rebaños de ganado; los fabricantes de artículos de cuero y paja; los vendedores de dátiles, todo esto era expuesto a la venta en el mercado de esta ciudad.

La ciudad natal de Agustín, no era tal vez una ciudad maravillosa, según nuestro modo de ver moderno, pero poseía algunas vías públicas que justificaban el título de avenidas, aunque les faltaba una espléndida galería de columnas. En la vecina ciudad de Tubursicum fueron excavados restos de un teatro, de un forum y de un gimnasio (estadio para ejercicios físicos) ¿y por qué no tendría Tagaste semejantes mejoras?

Cada edad de la vida humana tiene su centro de intereses.

En la infancia y adolescencia prevalecen los factores que se refieren al desarrollo del organismo y los sentidos. Comer y jugar, son los valores máximos de la ante-primavera de la vida.

Más tarde, terminada más o menos la fase constructora del ego, aparece en la vida un Tú. Comienza el período social. El joven siente su soledad. Sueña la adolescente con un amigo que la comprenda y ampare. Despierta el amor, se hace necesario garantizar la subsistencia y prosperidad  y domina entonces en la vida humana el elemento económico. El hombre, cabeza de familia, se hace cada vez más con una mente negociadora.

En esta altura de la vida, en plena posesión del ego y del Tú, en posesión de los elementos que garantizan la vida y sus posibles encantos, comienza el hombre pensante a sentir con creciente nitidez el clamor y la vehemencia de los grandes problemas de la vida espiritual, las dolorosas esfinges de la metafísica y las profundas revoluciones del propio Yo.

La mayor parte de las grandes conversiones de la historia incide en este tercer período.

Agustín, en Tagaste, estaba todavía en la primera fase. Aun dormitaba su alma infantil en el paraíso de la ignorancia de los campos de batalla que, bien pronto, lo arrastrarían a luchas interiores.

Jugar, correr, divertirse, ver cosas nuevas, ser el héroe de aventuras nacidas en la imaginación, todo esto es el mundo de una criatura sana y normal. Es el preludio del trabajo físico, intelectual y moral que aguarda al futuro hombre. Querer prohibir al niño ese ambiente infantil, sería tan absurdo e irracional como vedar al joven el amor, o excluir al hombre maduro de una actividad intelectual o comercial.

En casa de Mónica, afortunadamente, reinaban la inteligencia y el buen sentido.

Agustín fue un niño feliz en todo el sentido de la palabra.

A los seis años se encontraba Agustín en la puerta del primer santuario del saber humano.

Y, para consuelo de muchas celebridades, se reveló como un pésimo alumno en la escuela primaria.

¡Cosa extraña! La mayor inteligencia filosófica del siglo fue el desespero de su maestro de escuela.

Entretanto, una luminosa lección habría sido para los maestros ese fracaso escolar del pequeño Aurelio Agustín, si hubieran tenido el criterio necesario para comprender la lección del alumno u su propia insensatez-

El alma de la escuela de Tagaste era la vara, el terror, el espanto al castigo.

Desde el día en que el niño traspuso por primera vez el umbral de la escuela y se enfrentó con su primer maestro, su alma sensible se llenó de tanta repugnancia por los libros, que juró guerra a muerte a esos emisarios de papel de Satanás; él que, más tarde, escribiría una biblioteca de obras inmortales.

“Uno más uno son dos; dos más dos con cuatro”. ¡Qué odiosa cantinela me era esto!

La bola de juego, la cuerda para saltar, los barcos de papel, las correrías por las montañas, la caza de pajarillos, el arte de los prestidigitadores, la natación en el río, ¡esto sí que era vida! Finalmente, aprendió a leer, escribir y contar ¡sabe Dios con cuántas lágrimas y a costa de qué marcas lívidas dejadas en la piel por la vara pedagógica, en las carnes del frágil cuerpo!

“Recibí mucho castigo”. Confiesa Agustín en su auto-biografía, recordando este período. Cuando veía al profesor empuñando el ominoso instrumento de suplicio, temblaba el niño y, como dice ingenuamente, ponía las manos en oración y todos los días pedía a Dios que lo preservase del castigo. “¡Líbrame del mal!” Estas palabras eran con las que la madre terminaba todas las noches la oración y hacían surgir a los ojos del niño el mayor de los males que conocía por experiencia propia, la vara o la correa de cuero del maestro de escuela.

“Todavía niño comencé a rogar al Señor auxilio y refugio……rogaba con no pequeño afecto, para no ser golpeado en la escuela”.

Fue en ese tiempo que, al parecer, se formó en el alma de Agustín un extraño complejo – como dirían los psicólogos- complejo que, más tarde, cuando adolescente, lo llevó a despreciar cualquier vínculo de orden y disciplina, así como la injusticia y la tiranía. Si la vara del profesor era la encarnación de la crueldad y la injusticia, como el niño decía en una instintiva intuición ¿por qué no calcularía el prolongamiento de esa misma tiranía a la prohibición materna de gozar, que a él se le figuraba como un placer deleitoso? ¿Un atentado a los sagrados derechos de la personalidad?

La coacción externa, sin la competente motivación interna, puede ser para el educando, como para todo hombre, ocasión de funesta ruina; puede dar en tierra con todo el edificio de los valores éticos de su vida. En último análisis, la única norma de nuestros actos es la consciencia, la voz de Dios dentro del hombre, suprema instancia en ese perenne litigio entre lo lícito y lo prohibido, entre el pecado y la virtud, entre el bien y el mal. La formación de la consciencia es el primero y último postulado de toda la pedagogía.

De lo que Agustín nos dice en sus Confesiones se desprende que no se sabía todavía en la escuela de Tagaste lo que le fue enseñado como educación individual. Todos los alumnos eran tratados de la misma forma, como si las almas e inteligencias fuesen mercancía en serie.

“No me faltaba, Señor, memoria o ingenio que, para aquella edad, fuera suficiente para aprobar; pero era deleitable jugar; y era castigado por aquello que no dejaban de hacer otro tanto. Pero las farsas de los adultos se llamaban negocios, mientras que los niños, cuando se entregan a sus recreos, reciben castigo de los adultos”.

Tenemos numerosos episodios sobre San Agustín y ninguno sobre el pequeño Agustín, alumno de la escuela elemental de Tagaste o, como él mismo dice, de su penitenciaría.

Sería interesante representar una escuela africana del IV siglo; niños bronceados, cabello crespo, sentados en taburetes o de rodillas en esteras o alfombras, como aun se ve en algunas escuelas de Arabia o Turquía. Cualquier casa o barraca servía como digno local para la instalación de esos primitivos templos del saber humano.

Sigue en la Circular de Febrero de 2010.

 

 

 

LA REALIDAD OCULTA

Pensar en el entorno en términos tan negativos no propiciará el establecimiento de unas condiciones de vida favorables. Si limitamos nuestros esfuerzos a la tarea de corregir los defectos ambientales, nos comportaremos cada vez más como animales acosados que se refugian tras una interminable sucesión de mecanismos de protección, cada uno más complejo y más costoso, menos cómodo y menos fiable que el anterior. Hoy se fabrican quemadores auxiliares para automóviles con la intención de disminuir la contaminación atmosférica y complicados sistemas de tratamiento para purificar las aguas residuales contaminadas; mañana comenzaremos a utilizar máscaras de gas y filtros para los grifos domésticos. Aunque en determinado momento puedan resultar de utilidad, los adelantos tecnológicos complican la vida y con el tiempo afecta negativamente a su calidad. Si no desarrollamos valores positivos que aúnen la naturaleza humana con la naturaleza externa, la gravedad de la crisis ecológica seguirá en aumento.

En algunas ocasiones, los valores positivos pueden ser introducidos desde el exterior pero, por regla general, se encuentran en la íntima relación que existe entre el hombre y el mundo en que vive. La civilización grecorromana surgió bajo los cielos mediterráneos y allí en donde más creativa y fiel a sí misma se ha conservado. Por el contrario, la Europa septentrional ha dado lugar a una cultura distinta que atiende más a las preocupaciones internas que a las realidades concretas y luminosas del mundo mediterráneo.

A la mayoría de la gente le cuesta pensar en términos abstractos sobre la relación hombre-naturaleza. Tal vez sea ésta la razón de que los pueblos primitivos personificaran cada lugar en una deidad que representaba sus atributos y determinaba su vocación. La palabra latina vocatio, originalmente “llamada”, pasó a referirse posteriormente a una llamada divina que instaba a desempeñar determinada función. Análogamente, cada lugar del mundo tiene una o varias vocaciones que vienen determinadas por su naturaleza. El diccionario define “naturaleza” como “el carácter esencial o constitutivo de algo” o “las cualidades y características intrínsecas de una persona o cosa”. En este sentido, la palabra “naturaleza” hace referencia a la existencia del genio o espíritu de un lugar, denota tanto un aspecto geográfico social y humano, como las fuerzas ocultas bajo la superficie de la realidad.

Ciertos lugares poseen una naturaleza bastante simple y, en consecuencia, una gama de vocaciones limitada, por ejemplo, las posibilidades de conversión que ofrecen los desiertos, las zonas árticas e incluso las regiones tropicales probablemente son limitadas. Sin embargo, los lugares, como las personas, tienen por lo general varias vocaciones potenciales a cuya realización puede contribuir el hombre.

Consideremos la transformación del bosque original en las zonas de clima templado. En ciertas partes del mundo, el bosque ha sido cultivado y atendido sistemáticamente, como es el caso de los bosques europeos que han estado bajo control gubernamental durante varios siglos. En Norteamérica, gran parte del bosque original fue transformado por los indios de cultura preagrícola mediante el uso del fuego. La vegetación de la pradera dio lugar a uno de los suelos más ricos del mundo, aún hoy, que ha sido reemplazada por tierras de cultivo, sigue viva en la memoria americana.

En Inglaterra, ciertas partes del bosque original fueron destruidas por la explotación y el pastoreo, transformándose progresivamente en páramos; estos son económicamente estériles, pero su carácter romántico enriquece la vida humana. En todo el mundo, extensiones inmensas de bosque templado han sido convertidas en labrantíos que han permitido a cada región desarrollar su individualidad por medio de la producción agrícola, de la estructura social y del carácter estético. Tierras de labor creadas hace miles de años se cultivan hoy con técnicas científicas y soportan una gran cantidad de cultivos; estas tierras expresan tanto como los monumentos arquitectónicos el genio de cada región particular.

No todas las transformaciones que la tierra ha sufrido a manos del hombre llevándola de un estado ecológico a otro, se han realizado con éxito. Para la tierra,  como para el hombre, cualquier cambio producido con rapidez excesiva puede resultar nocivo. Por regla general, los cambios han dado resultados favorables cuando se han producido lentamente, a lo largo de muchas generaciones, permitiendo que los procesos de adaptación social y biológica crearan una nueva relación entre el hombre y el entorno. Los gaélicos han vivido en las tierras altas de Escocia durante miles de años; a medida que los bosques se transformaban lentamente en páramos, ellos creaban paulatinamente nuevas ocupaciones y modos de vida. Por el contrario, los inmigrantes que poblaron bosques vírgenes en Wisconsin (EE.UU.) explotaron la región de forma tan masiva y apresurada que en poco tiempo quedó devastada, debiendo abandonar el lugar sin dejar más que pueblos fantasmas y erosión. Mientras que las culturas antiguas tienden a aferrarse al lugar donde surgieron y evolucionaron aun cuando la economía decaiga, la gran mayoría de inmigrantes modernos sólo desean explotar los recursos de la tierra con tanta rapidez como sea posible, con lo cual acaban por arruinarla.

Hay muchas clases de paisajes hermosos y atractivos. Algunos lo son debido a sus majestuosas proporciones, a su magnificencia, otros a su misterio, a su singularidad. Los Parques Nacionales de Estados Unidos son ejemplo de un tipo de paisaje que el hombre es incapaz de mejorar. Asimismo, las regiones polares, las masas oceánicas y los grandes valles de los ríos tropicales poseen características distintivas que nada deben a la intervención humana.

Por otro lado, en la mayor parte del mundo el hombre ha alterado la naturaleza y ha creado estructuras que han adquirido vida propia. Los poblados ribereños de la Costa de Marfil, los pueblos de las colinas mediterráneas, las aldeas de Río Grande construidas por los indios pueblos, los prados comunales de los pueblos de Nueva Inglaterra y las antiguas ciudades erigidas junto a algún plácido río, comunes a cualquier parte del mundo, son otras tantas clases distintas de paisaje que deben su carácter no tanto a las peculiaridades climáticas y topográficas como a una íntima asociación entre el hombre y la naturaleza.

Así, pues, la transformación de la tierra por el hombre puede ser un acto creativo. Esta transformación se convertirá cada vez más en la expresión de un propósito consciente basado en juicios de valor, pero sólo será viable si la conversión de potencialidades en realidades humanizadas se lleva a cabo teniendo en cuenta los imperativos derivados de las características naturales del sistema. Planificar según la Naturaleza es el principio fundamental de la planificación ambiental-

Sigue en la Circular de Febrero de 2010.

¿POR QUÉ EL DIABLO?

El súcubo que con obstinación persigue siempre a los monjes, tampoco se les aparece bajo un aspecto horrible o repugnante. Su figura es la de una mujer hermosa. Unas veces se presenta como una altiva matrona de formas espléndidas, lujosamente ataviada, peinado el cabello, llena de joyas; otras veces llega vestida de reina con un gran séquito, o comparece bajo la modesta forma de una doncella ruborizada. Sus dientes son blancos, sus brazos y sus piernas tiene unos contornos maravillosos; cuando aparece desnuda, se diría que es una estatua de alabastro que ha tomado vida.

Para seducir más, mira con ternura o ríe para mostrar los hoyuelos de sus mejillas; al respirar las aletas de su nariz se mueve ligeramente a compás con los movimientos de elevación y depresión de su seno; y avanza y se abraza a sus presas, de las que se apodera un delirio de placer, un torbellino de ilusión en el cual se confunde en un grito de felicidad; y luego su faz adquiere el sudor de un agonizante, el aspecto de un cadáver y un momento después, nada; un humo que se escapa, una vaga sombra que se desvanece, cuando no se revela el demonio con toda su horrible fealdad.

Nada pueden contra íncubos y súcubos exorcismos ni plegarias, imágenes benditas ni reliquias de santos; la madera de la propia cruz de Jesucristo, y los mismos sacramentos son muchas veces de ningún efecto contra los tales. Más bien se logra apartarlos con canela, pimienta, cardamomo, jengibre, nuez moscada, aloe, mandrágora o belladona, administrados en sahumerios. Y esto se explica por unos diciendo que los íncubos a causa de su naturaleza espiritual se alimentan de vapores tenues, de aromas delicados, de olores finos, y que todo lo que sea fuerte y despida hedor los daña y por consiguiente los aleja; y para otros consiste en que estos diablos son de naturaleza húmeda, mientras que estas plantas les repelen por ser de naturaleza de tierra y mezclarse el elemento ígneo del fuego.

Sobre íncubos y súcubos hemos tomado datos de las obras de Sinistrari de Del Río y de otros autores posteriores a la Edad Media, por ser fieles compiladores de las opiniones de los teólogos de dicha época, de los cuales copian los textos que a este particular se refiere.

Mucho preocupó a los teólogos el cómo el demonio de la lujuria podría revestir la forma humana. También al explicarlo se dividieron los pareceres: Cuando un súcubo desea cohabitar con un hombre, toma cuerpo introduciéndose en un cadáver de mujer, y cuando un íncubo quiere cohabitar con una mujer toma el semen de un individuo bueno y robusto al cual provoca una polución abundante durante el sueño, e introduciéndose en el cadáver de un hombre lo anima”. “Y los hijos que nacen de tales uniones son altos, robustos, audaces, soberbios, de temperamento genial y de un gran talento, pero malos en el fondo”.

En contraposición a esto, opinaban otros, que por su propia virtud los diablos podían adquirir formas visibles y tangibles, y que éstas podían ser formas humanas. Decían, apoyándose en el libro de Enoch y en el Génesis: “Los diablos son ángeles que decayeron por haberse enamorado y unido a las hijas de los hombres, luego pueden unirse hombres y diablos sin que estos últimos tomen un cuerpo prestado”. “Los ángeles tienen la forma humana y San Agustín afirma que los que se rebelaron, al caer, se volvieron espesos, por alejarse de Dios, del cual procedían. Nada de extraño tiene el que los íncubos y los súcubos se presenten sobre la tierra bajo formas materiales.” Y no faltan doctores que añaden que tienen el semen frío y que “pueden engendrar y engendran por su virtud propia sin necesidad de hombre alguno, mientras que otros lo niegan, pues dicen que siendo el Diablo el introductor de la muerte en este mundo, no pueden procrear porque es dar vida”.

Muchos escolásticos son de esta opinión, apoyándose en lo que cuenta Plauto de las creencias egipcias. Se escribió en la época del Renacimiento, que los hijos de las mujeres y de los diablos tienen cara de hombre pero con dos pequeños cuernos en la frente.

En cuanto a su naturaleza, se asegura que los hay aéreos e ígneos, acuáticos y terrestres, según el medio en que viven. Los primeros son más tenues y más grandes, pues más sutiles y mayores son sus elementos. Los segundos son de menores dimensiones, pero en cambio son más sólidos y tangibles.

En contra de la cual hay doctores que sostienen que sólo pueden ser íncubos y súcubos los demonios acuáticos, por ser de naturaleza húmeda, pues lujuria y humedad son términos correspondientes, y se apoyan en que los poetas de la antigüedad, al hacer nacer Venus del mar, querían indicar que la lujuria nace de la humedad así como la produce.

Tan lujuriosos se consideran esta clase de diablos, que se dice de ellos que llegan a atacar hasta a los animales; y se les atribuye el que después de haberse servido de un ser humano o de una bestia le dan muerte las más de las veces, pues como se rebajan al unirse con un ser inferior, lo destruyen luego en castigo de haber sido causa y objeto de su abyección. Hay quien afirma que son tan lúbricos que practican la sodomía con los magos. Y hasta tal punto llega la creencia en el comercio carnal entre hombres y diablos que se proclama que Satanás se une en el aquelarre con todas las mujeres que a él concurren, quedando brujas por la sola virtud de tal acto; y se persigue el crimen de ser demoníaco con más vigor que los de bestialidad, sodomía e incesto.

Detrás de las pintadas vidrieras góticas de los conventos, los monjes se pasaban el día soñando combates de ángeles y demonios que se disputaban a las almas de los míseros mortales. El Diablo en esta época se había hecho ergotista, y pleiteaba delante de la propia Virgen o del Tribunal del Eterno. Cada uno tenía su ángel guardián y su santo protector, pero en contra tenían también su diablo tentador que anotaba sus pecados, y cuando moría, con éstos contrabalanceaban sus buenas obras. A veces se trababa una ruda disputa entre el diablo y el ángel para apreciar el valor de una buena acción o la gravedad de una culpa, y allí eran de ver las sutilezas del maligno para defender lo que según él, le pertenecía. A más de inspirar la literatura, dicha escena se representó en bajorrelieve en casi todas las iglesias y catedrales, hasta el punto de que apenas hay templo alguno del siglo XIII al XIV en que no se vea la pesa de las almas. El Diablo pone los pecados en forma de reptiles en un platillo y el ángel las buenas obras junto con el alma en el otro. En estas representaciones plásticas apela a veces el Diablo a la astucia, como si fuera un mercader estafador, para hacer caer la balanza de su lado se apoya en uno de los platillos, o pone el dedo en el fiel de manera que el ángel no se dé cuenta de ello.

Y no solamente figura el Diablo, en la escena del Juicio en los tímpanos de los portales de los templos; personaje popular por excelencia, lo invade todo en dichos edificios; se destaca sobre fondo dorado en los retablos; aparece rodeado de resplandores rojizos en las vidrieras de las ojivas; se retuerce a los pies de San Miguel en los altares; miniado con verde y negro se le encuentra en las caprichosas iniciales de los libros sagrados; pero, sobre todo, donde domina es en los relieves que decoran la piedra de las iglesias y en las catedrales; allí forma parte de las escenas más diversas; la imaginación de los escultores le representa bajo las formas más fantásticas, y tomándolo como pie forzado del ornato lo multiplica y lo varía indefinidamente.

La catedral tenía su unidad de conjunto en el total del edificio, el cual, por la oposición de sus naves, formaba la cruz. Esta era una e invariable. La variedad sólo estaba en el Diablo que invadía todos los detalles. La unidad de Dios se hacía sensible en las representaciones siempre una, siempre igual al Cristo agonizante que se mostraba debajo del afiligranado dosel a la luz oscilante y misteriosa de los cirios. Lívido, demacrado, lleno de cardenales y de llagas, salpicado por su propia sangre, sin más abrigo que unas cortas faldas, destacándose su cabeza coronada de espinas, sobre el aéreo fondo del nimbo crucífero, la barba desgreñada, la faz casi cubierta  por la larga cabellera, a la derecha el disco de oro del Sol, a la izquierda de la argentada Luna menguante, era la encarnación del dolor y de la expiación que Dios había querido empezara por su propio hijo, ejemplo sensible del ideal de perfección de la época.

El Cristo que acabamos de describir es el del siglo XIII; hasta el siglo X no aparece el crucifijo en las partes plásticas. Antes, sólo se representaba la cruz. Los Cristos del siglo X llevan larga túnica con mangas y su fisonomía tiene una expresión de dulzura especial. En los siglos XI y XII, la túnica se acorta, se entreabre para dejar ver el pecho y desaparecen las mangas. En el siglo XIII, la túnica se convierte en una falda sola, y en el siglo XIV, ya sólo le cubre una ancha faja de lienzo o de cualquier otra tela.

Y en cambio las innumerables representaciones del maligno revestían un carácter semi-grotesco, semi-jocoso y andaban mezclados con todas las manifestaciones de la vida en el hombre y en la naturaleza. Era lógico; Dios siendo la perfección, el Bien absoluto, debía de ser uno; no podía variar; a su adversario pertenecía el moverse y diversificarse al infinito. El Bien no residía en este mundo; para alcanzar la perfección era preciso el sufrimiento, el martirio; la belleza, el goce, era patrimonio del Diablo; de aquí el que la Divinidad encarnada compareciese bajo una forma tan tétrica, y que e. maligno las adoptara tan juguetonas y caprichosas.

Sigue en la Circular de Febrero de 2010.

LA CARA OCULTA DEL TIEMPO.

Como los dioses designan la armonía, el establecimiento del Orden y la Justicia, del equilibrio instaurado por ellos en el Cosmos, constatamos sus influencias en la génesis del pensamiento que remonta al siglo VI a.C. así como en el Arte y la Música.

La palabra y el sonido, el ritmo y la armonía, en la medida en que actúan por la palabra, por el sonido o por ambos, son las únicas fuerzas formadoras del alma, pues el factor decisivo en toda la paideia es la energía, más importante todavía para la formación del espíritu que para la adquisición de las actitudes corporales, o sea, del Orden al Caos, en una inversión de conceptos o fragmentación de los mismos.

El lenguaje explicativo de lo real, inseparable de la poesía, música y danza, contiene en sí el vigor que erige la firmeza de carácter necesaria, tanto para la consolidación de su tarea como para la formación de los hombres que lo elaboran y transmiten. Este elemento dentro de otros, reitera que con los pre-socráticos no podría haber surgido la dicotomía, en la tentativa de circunscribir lo real. En él se mueven los hombres, insertos en el movimiento continuo del des-velarse  y velar-se de una realidad que se renueva.

Siguiendo esta reflexión, el símbolo del renovar-se continuo, de re-nacer a partir de la propia génesis, está representado en la vegetación. Es a partir de este dato fundamental que vemos delimitar el término que señala la dirección del pensamiento pre-socrático: la Phycis, directamente vinculada a los dioses.

El origen del Cosmos a partir del Caos, los ciclos que no comprometen la permanencia de los entes como tales, nos lleva a colocar la cuestión de la unidad y la multiplicidad, oriundas de una Physis.  La busca del origen y unidad del Cosmos, proyectada en un principio natural, vuelve a colocar la necesidad de apartarse de la agitación caótica, hasta el momento que, con Heráclito y Parmínedes, se instaure el problema de la Verdad en medio de la multiplicidad de opiniones. El orden natural, instituido por los dioses, será el punto de partida para la busca de la universalidad.

Como todo lo que forma parte de la Phycis, esto es, del Ser, los dioses en ella se incorporan, conviene reflexionar acerca del significado de los dioses y de lo divino entre los pre-socráticos. En el Mito, por intermedio de los ritos festivos, el hombre trasciende en dirección a los dioses, representados en el propio origen, viviendo realmente los acontecimientos que lo edifica. Lo divino no forma parte de un contexto sobrenatural, pues que componiendo los entes, pertenece a una totalidad que al simbolizarse, expresa y configura a su creador, fundamentalmente en lo tocante a su permanencia en medio de la mutación. Los entes no sucumben al devenir porque su carácter divino permite que persistan como son, manteniendo su continuidad, perpetuándose en su juego perplejo de ser incesantes y temporales a un mismo tiempo.

La inteligencia del cosmos es el dios; porque el universo es animado y lleno de dioses; lo elemental húmedo está penetrado del poder divino, que él pone en movimiento.

El dios o los dioses designan las bases que, fundamentando el Cosmos, disponen cada ente a cumplir sus funciones, en la orientación que testa la especificación de la Phycis en el dar la Vida y forma a todo lo que la compone. Esta característica oriunda de la perfección divina, retrata ordenación y misterio, armonía, equilibrio, medida de la Naturaleza; un nuevo esfuerzo de penetrar en el enigma de la existencia. El principio de integración de los entes es la “inteligencia” divina, otorgada en el principio para penetrar y comprender lo que es más secreto –el equilibrio de las esencias- y al mismo tiempo conserva los entes en la Vida, apartándolos de los peligros de la des-estructuración del Caos. Los dioses y lo divino designan la posibilidad de manifestación y de comprensibilidad de los entes que se muestran a los hombres en todos los tiempos.

Sigue en la Circular de Febrero de 2010.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

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