ALCORAC

SALVADOR NAVARRO ZAMORANO

 

 

 

Dirigida a la Escuela de:

                        Mallorca

                        Las Palmas

                                                                                 

                                                Circular nº 12 , año XV

                                                 Bunyola, 1º  Diciembre de  de 2.009.

AGUSTÍN DE HIPONA – perfil de un doctor de la Iglesia.-

Murmuran las límpidas aguas del río Bagradas y son cada vez más impetuosas, fluyen en demanda del golfo azul que hoy tiene el nombre de Túnez.

Reflejan en su vasta superficie del salado elemento las casas macizas de Cartago, un día poderosa rival de Roma y en ese tiempo, sólo una ciudad comercial del Imperio. De ingentes luchas parece hablar el mutismo de las ruinas de sus alrededores: del sangriento encuentro de Escipión y Aníbal, del paso marcial de las legiones del César, del drama secular de dos pueblos lidiando por la hegemonía del mundo.

En el año 146 antes de la Era cristiana se rindió al conquistador la histórica metrópolis de África, romántico escenario de los trágicos amores de Dido y Eneas. Reconstruida por los romanos, presentaba Cartago un aspecto más moderno; sin embargo, le faltaba un vetusto romanticismo pre-histórico, que parecía dormitar todavía bajo el verde musgo que cubría los bloques de granito dispersos por los costados de las montañas circundantes.

Vencida la capital del África bajo el furor de las catapultas y los arietes romanos, las regiones de la Numidia resistíeron al tiránico invasor.

Sólo un siglo más tarde (46 a.C.) después de la batalla de Tapsus, consiguieron los Césares ocupar definitivamente la provincia de Numidia, hoy Constantine, en Argelia.

Roto el principal centro de resistencia, pocos años después, el año 34 a.C., dominaron las aguas del Capitolio todo el norte del continente, zona entonces llamada Mauritania, hoy Marruecos.

Y transcurrieron muchos años de intensa labor cultural.

A medida que el genio constructor de Roma organizaba esas ricas regiones, sembrando en campos adobados de sangre y de lágrimas los gérmenes de la civilización occidental, recorrían los mensajeros del cristianismo, sin armas ni dinero, las ciudades y aldeas del gran continente, proclamando ideas en flagrante contraste con el espíritu de la época.

En su curso superior, baña el río Bagradas (hoy Onej Medjerda) una pequeña ciudad que los habitantes púnicos y los conquistadores europeos llamaban Tagaste y los nativos actuales apellidan Souk-Ahras.

Del importa puerto septentrional Hippo-Regius partía una carretera general hacia el sur, para Teveste, donde comenzaba el misterio del desierto.

Los tiempos modernos lanzaron por el lecho de esta antigua vía las paralelas de una vía férrea que va desde Bone (la Hippo-Regia de los romanos a nuestra Hipona) la actual Teveste, cortando en su primera mitad la aldea de Soujk-Ahras (Tagaste), donde un puente de hierro facilita el paso sobre Oned Medjerda (Bagradas).

¡Cuántas veces no habrá llevado ese río sobre sus olas las frágiles barcas de corteza que un niño, no menos frágil, fabricaba y lanzaba a la corriente, contemplando su acelerado navegar hacia regiones desconocidas!

En lo alto de las colinas redondeadas que circundaban la planicie de Tagaste, daban verdor los viñedos, detrás de los cuales se distinguían los blancos muros de una casa modesta, donde residía la pareja Patricio- Mónica.

El día 13 de Noviembre del año 364, estaba en fiesta el hogar situado en lo alto de un otero. Había nacido un niño. Era el segundo vástago de Mónica, la cual contaba con 22 años de edad.

Después de alguna discusión fue dado al recién nacido el nombre latino de Aurelius Augustinus, nombre en el que parecía vibrar una discreta añoranza de Patricio, descendiente de algún antiguo legionario de los Césares. Marcus Aurelius, Caesar Augustus, dos nombres gloriosos y queridos al corazón de todo militar romano orgulloso del Emperador-filósofo y del Emperador militar. ¿Por qué no podía un nombre ilustre ser presagio de futuras celebridades? ¿No es la fe en un excelso ideal lo que acostumbra ser la cuna de una gran realidad?

Con extrañeza sabrá el lector que el niño no fue bautizado, el hijo de “santa Mónica”. Más tarde, llegado al uso de razón, resolvió Agustín por sí mismo si quería abrazar el tibio paganismo del padre o el nítido cristianismo de la madre.

En ese tiempo no era todavía costumbre bautizar a los niños; ni Juan el Bautista ni Jesús conocieron el bautizo de los recién nacidos. El concepto de “pecado original” es totalmente ajeno al Evangelio del Cristo.

Sin embargo, Mónica, dentro de su alma, estaba convencida de que su hijo acabaría por abrazar espontáneamente el Evangelio del Cristo. Una voz íntima le decía que el alma de su Agustín era “naturalmente cristiana”, como dijera el gran patricio Tertuliano.

En la iglesia cristiana de África, como en muchas otras partes, era costumbre la praxis de conferir el bautismo a los adultos, pero nunca a los niños.

Jesús, que tan cariñosamente abrazaba a los niños en Palestina, ¿no habría mirado con amor al hijo pagano de Mónica, como miró para las criaturas israelitas de su tiempo? “de los tales el reino de los cielos”.

Por entonces, sólo fue trazada en la frente de Agustín la señal de la cruz; y el niño formaba parte del número de los “catecúmenos”.

Y catecúmeno sería durante más de treinta años.

En sus Confesiones, se refiere el autor a los primeros episodios de su vida y el profundo filósofo y metafísico, sabe describir trazos de su infancia con tan ingenua simplicidad y ternura como una madre cuenta los primeros pasos de su hijo.

“Era una criatura de pecho que se conservaba quieta cuando se sentía bien y lloraba cuando le dolía alguna cosa. Después comencé a sonreír, primero en sueños, más tarde, despierto. Con el tiempo llegué a darme cuenta de donde estaba. Para manifestar mis deseos, agitaba las piernas y las manos mientras gritaba”.

No había despertado en él la razón y ya había escuchado numerosas veces, de los labios de su madre, el nombre del divino Salvador.

Trazado así en su mente en blanco, el nombre de Jesús no podía apagarse en el alma del ardiente africano, aunque se viese más tarde impulsado a ocultarlo durante muchos años, ofuscado por fuertes pasiones y los fuegos fatuos de las glorias mundanas.

Esta es una de las más tristes y también de las más consoladoras leyes de la psicología: llegará un día en que lo que fue sembrado en la tierra virgen del alma humana, brotará saliendo de sus raíces. Porque nada se pierde. Parece que estas primeras semillas lanzadas en el alma todavía sin color, amorfa y vacía, forman en ella una potencias durmientes que, pasado un período de hibernación, aparecen como fuerzas actualizadas, como valores reales en estado consciente.

Puede el despertar de esas energías durmientes ser para el hombre como un cataclismo destructivo y puede ser también una epopeya constructora de maravillas. Todo depende de la naturaleza de esas energías.

A principios del pasado siglo, fue un científico a Egipto para desenterrar un sarcófago de una momia. Encontró la lado del cadáver momificado granos de cereales, que en ese ambiente recluso habían dormido miles de años. Se plantaron y de ellos brotaron nuevos granos.

Todavía niño, Agustín enfermó. Gravitó durante varios días entre la vida y la muerte. Alguien recordó que el niño antes de morir debería ser bautizado. Pero una vez pasado el peligro, el bautismo se aplazó.

Escribe Agustín en sus Confesiones: “Se decía que yo, más tarde, fatalmente me mancharía con pecados, mientras estuviera vivo y que sería mayor y más funesta mi culpa si, después de purificado, volvía a caer en el lodazal del pecado”.

Sigue en la Circular de Enero de 2.010.

LA REALIDAD OCULTA.-

Naturalmente, la planificación social debe prestar atención a aquellos factores que afectan a la salud física y mental. No hay dificultad en reconocer y evaluar las influencias ambientales que afectan a la salud de forma directa e inmediata, tales como los venenos, la desnutrición y las enfermedades infecciosas agudas. Pero el problema se hace más difícil y a veces más importante cuando los efectos sobre la salud son indirectos y de acción retardada, como es el caso de la contaminación del ruido o de la superpoblación. El hecho de que la mayoría de los seres humanos no reparen en ciertas condiciones que no son lo bastante malas como para preocupar seriamente, pero que a largo plazo resultan potencialmente peligrosas, supone una complicación adicional. A este respecto, conviene mencionar a Louis Pasteur (1822-1895) que mostró que los efectos del entorno sobre la salud no dependen únicamente de las características físicas de aquél, sino también de los cambios que provoca en nuestra naturaleza biológica y mental.

Durante los años académicos comprendidos entre 1864 a 1867, Pasteur fue invitado por la Escuela de Bellas Artes de París a dar un curso sobre la aplicación al arte de la física y de la química. Él no publicó su curso, pero, tras su muerte, se encontraron en sus archivos algunos fragmentos de las notas que utilizó para impartirlo. Estos fragmentos tratan principalmente de los aspectos científicos de la pintura al óleo, su origen, su evolución, la naturaleza química y las reacciones de los pigmentos y los efectos de los distintos óleos y fijadores sobre la estabilidad de los colores y de las superficies pintadas. No obstante, las secciones del curso de Pasteur que nos incumben son aquellas que hablan del proyecto y de la construcción de edificios. En su primera clase declaró que probablemente serían los arquitectos, más que los pintores o los escultores, quienes obtendrían mayores beneficios de sus enseñanzas científicas.

Pasteur inició su argumentación señalando que las personas congregadas en una habitación mal ventilada no suelen reparar en que la calidad del aire que respiran se deteriora progresivamente; ello se debe a que el cambio se produce de forma imperceptible y sin que afecte a sus actividades de manera significativa.

Para ilustrar los peligros inherentes a la tolerancia progresiva de un medio ambiente nocivo, colocó un pájaro en una jaula y lo expuso durante varias horas a una atmósfera enrarecida. El pájaro cayó en una cierta inactividad pero sobrevivió. Sin embargo, cuando se introdujo otro pájaro de la misma especie en la jaula donde el otro había sobrevivido, murió al instante. Pasteur creía que de asfixia. La interpretación precisa de este experimento probablemente es más compleja de lo que se creyó. Sin embargo, estaba en lo cierto al concluir que los hombres, como los animales, tienden a adaptarse progresivamente a condiciones poco convenientes e incluso peligrosas cuando éstas se crean lentamente sin dar señales evidentes del peligro que entrañan para la salud física o mental. Nos inclinamos a afirmar que el hombre es inmensamente adaptable, pero muy a menudo lo es a costa de posteriores enfermedades orgánicas y mentales. El experimento de Pasteur ilustra al mismo tiempo que los cambios repentinos de medio ambiente son más proclives que los progresivos a generar consecuencias dramáticas.

Según lo expuesto, la adecuación del organismo al entorno no sólo está condicionada por las características de los dos componentes del sistema, sino también por la rapidez con que estas características cambian. Tal como Hipócrates expuso en su trabajo sobre Humores, escrito hace 2.500 años, “las causas principales de las enfermedades son los cambios, en especial los cambios bruscos, las alteraciones violentas tanto en las estaciones como en otras cosas. Pero las estaciones que llegan de forma gradual son más seguras, así como también lo son los cambios graduales de régimen y de temperatura y el paso gradual de un período de la vida a otro”.

La planificación ambiental no debe limitarse a evitar la enfermedad, el dolor o el esfuerzo. Debe aspirar a crear unas condiciones que favorezcan el desarrollo de las potencialidades anatómicas y fisiológicas del hombre. También debe tener en cuenta los ritmos cósmicos que están inextricablemente entrelazados con las fibras del tejido biológico humano y que llegan a condicionar incluso sus procesos mentales. Por lo tanto, el control ambiental, incluido el aire acondicionado, debería incorporar las fluctuaciones diarias y las propias de los cambios de estaciones, necesarias para un óptimo rendimiento biológico y mental.

La planificación ambiental ideal debería también tener en cuenta los componentes irracionales y suprarracionales de la conducta humana. La cordura del hombre tecnológico sigue dependiendo de que pueda satisfacer las necesidades que ha heredado de su pasado ancestral. Los cazadores primitivos vivían entre ríos y rocas, entre árboles y hierbas, y estaban en estrecho contacto con los animales, tanto salvajes como domesticados. Sus actividades físicas eran peligrosas, pero aguzaban el ingenio. Aquellos hombres tenían que tomar decisiones por sí mismos en vez de limitarse a desempeñar una función técnica concreta, pero, por otro lado, se veían obligados a supeditar sus decisiones y movimientos a las actividades del grupo social. Podemos aceptar que la salud biológica y mental requiere un entorno que proporcione al mismo tiempo la libertad biológica y la subordinación social que durante la Edad de Piedra dieron lugar a las características de la vida humana.

La necesidad de participar directamente en los problemas del grupo es otro de los aspectos de la vida humana cuya universalidad se debe a su profundo arraigo en el pasado biológico del hombre. Para un gran número de personas, tal vez para todas, esta necesidad es más intensa que la sed de conocimiento o el respeto a la razón pura. El hombre es social en un sentido probablemente biológico. Su vida se basa en un orden jerárquico semejante al que reina entre otros animales superiores, como los lobos y los primates. El atractivo popular de las estrellas de cine, de los líderes políticos y de otros ídolos de la vida pública (lo que Bacon llamaba “la plaza del mercado”) tal vez sea la expresión de esta necesidad biológica de reconocer la posición especial que determinado miembro del grupo ostenta en la jerarquía social. Desde el orden de picoteo de las gallinas hasta la existencia de carisma entre los hombres hay una gradación continua.

La base biológica de los efectos creativos de la planificación ambiental sobre el desarrollo del cuerpo y de la mente reside en el hecho de que las características humanas no están ni mucho menos determinadas al nacer. Los diversos órganos incluido el tejido neural, se desarrollan o atrofian según la cantidad y calidad de los estímulos ambiéntales que reciben a lo largo de la vida. Nuestra percepción y nuestra interpretación de la realidad están por tanto condicionadas por el tamaño, el color y la forma de las habitaciones, de los edificios y de los paisajes.

Es triste advertir que en nuestra civilización, cuando nos referimos al entorno solemos hacerlo para hablar de sus efectos nocivos. La misma palabra “entorno” evoca todas las pesadillas de la vida urbana e industrial: agotamiento de los recursos naturales, acumulación de desperdicios, contaminación en todas sus formas, ruido, superpoblación, reglamentación estricta….los mil fantasmas de la crisis ecológica. Así como los primeros colonizadores de Norteamérica temían a la naturaleza que rodeaba sus casas por considerarla maligna y demoníaca, nosotros tememos al mundo que hemos creado. El consecuencia, estamos más interesados en evitar los peligros y mantener una situación tolerable que en crear valores nuevos y positivos mediante el desarrollo de las capacidades humanas y ambientales.

Sigue en la Circular de Enero de 2010.

¿POR QUÉ EL DIABLO?

Para todo había un santo. San Roque, preservaba a los hombres de la peste; San Uldarico, las mieses de los dientes de los ratones; San Humberto, curaba la rabia; San Vicente, cargaba de racimos las cepas; San Abdón y San Senén, hacían crecer y madurar las hortalizas; San Nicolás y San Espiridión, calmaban las tempestades; Santa Lucía, curaba las enfermedades de la vista; San Jorge, hacía brotar las mieses y mataba las arañas; San Antonio, guardaba en especial de los maleficios del diablo, etc.

Pero en cambvio todo lo malo se atribuía al diablo. Él era quien producía las epidemias, él quien hacía caer los rayos de los oscuros nubarrones y estallar los truenos, él quien hacía perder los objetos, él quien secaba las uvas en las cepas, él quien hacía la zancadilla a los que caían. Los ratones que roían los granos y los frutos, la polilla, la podredumbre era también obra del maligno, así como las contrariedades y accidentes de toda especie, tanto en la salud como en la fortuna. Cuando una mujer paría, si su hijo le nacía muerto, le decían que el diablo se lo había estrangulado. También se atribuían al diablo los abortos. No había pérdida en un negocio, ni fracaso en una empresa, ni desaparición de una persona, de que él no tuviera la culpa. Al igual que en los tiempos apostólicos, todas las dolencias fueron tenidas por posesiones demoníacas. Las que más apoyo daban a esta suposición, eran las neurosis. Los vértigos, la epilepsia, el histerismo, la locura y el delirio, en las que el paciente hace movimientos inusitados, pronuncia palabras incoherentes, emite ideas desordenadas, o emite gritos furiosos y a veces hasta interjecciones sacrílegas u obscenas, eran al sencillo entender de la gente de la Edad Media la prueba patente de que uno o varios diablos se habían ido a alojar dentro del cuerpo del infeliz paciente.

Los frailes en la Edad Media atribuían a los diablos el deseo inmoderado de tener los cuerpos humanos por morada, para perturbarlos y hacerles sufrir a su placer. Esta creencia sólo era la continuación de la de los caldeos, egipcios, judíos, etc., y otros pueblos orientales; también tuvieron ideas análogas los griegos y los romanos, pero sólo la plebe las aceptó; las personas instruidas las rechazaban como supersticiones orientales.

Para curarlo, en vez del médico, se llamaba a algún médico o clérigo de renombrada virtud, y con esto acudía a conjuntar al diablo para que abandonara su presa. La fuerza que desplegaba en sus ataques el enfermo, se creía efectos del maligno que no quería abandonar a su víctima. Si la enfermedad no cedía ante el conjuro, se atribuía a la falta de pureza en el exorcista o de la fe en el poseído, pues sin tales cualidades jamás el demonio abandonaba cuerpo alguno.

Para explicar el que las más de las veces los ataques, supuestos demoníacos no cedieran, la Iglesia decía: “todos los que tratan de echar diablos, no son santos”. Si el diablo era tenaz, se recurría a los golpes y a los tratamientos duros y hasta crueles, y cuando el infeliz atacado movía los brazos convulsivamente, se agarraba con fuerza a los objetos o echaba a correr; se le encadenaba, pues se decía que sus brazos y sus piernas eran movidos por el espíritu infernal para satisfacer sus propios furores. Y cuando los síntomas calmaban y el ataque pasaba, no faltaban personas piadosas para asegurar que habían visto salir los diablos del cuerpo del enfermo dando horribles gritos y vomitando blasfemias.

La Iglesia confirmaba esta patología sobrenatural oponiéndole una terapéutica sagrada. Reliquias, imágenes, cruces, agua bendita, santos óleos, letanías de los diversos nombres de Dios, conjuros con los horribles epítetos del maligno, he aquí los medicamentos. El exorcismo formaba parte integrante de la liturgia; entraba en las principales ceremonias, era el acompañamiento obligado de casi todos los ritos. Hasta para posesionarse de un lugar, o para hacer un acto cualquiera, la Iglesia lo empleaba. Siendo Satán el rey del mundo, los diablos lo ocupaban todo; para entrar en cualquier parte, para tomar posesión de cualquier lugar no había más remedio que echarlos a ellos por medio de la cruz, las palabras sacramentales o el agua bendita. Tanto se abusó de esto que llegó a aplicarse hasta a los cadáveres, a los animales y a las plantas para que el maligno no se alojara dentro de sus cuerpos.

Pero con quienes se cebaba más particularmente era con los religiosos. A los diáconos y oficiantes les producía náuseas durante el sacrificio de la misa y distracciones en el rezo; a los chantres les hacía dar notas faltas en el coro; a los predicadores los atacaba con excesos de tos en el púlpito; a los clérigos les rendía de sueño en sus meditaciones; a los confesores les picaba en diversas partes de su cuerpo en el confesionario: Se complacía en afear a los monjes. Volvía a unos la nariz rugosa; les agrietaba los labios a otros; y a los que querían cerrarlos dulcemente se colgaba del labio inferior y les hacía belfos. A las religiosas las acometía en los conventos, y delante de todos les levantaba los hábitos, y auque estuvieran en la misma Iglesia, abusaba de ellas, a pesar de los ángeles guardianes, de las reliquias de los santos y de los exorcismos. Sobre todo a las religiosas las atacaba especialmente por la lujuria, más que a las otras personas.

Estas versiones originan una creencia extraña. En lugar de achacar los excesos de lujuria a la inacción y a la sobreexcitación mística, se les atribuye como causa los ataques de los diablos. Se creen que se aman y se apasionan y se les asigna el sexo masculino a unos y el femenino a otros. Enamorándose de las mujeres los primeros y de los hombres los segundos. , y su predilección por los humanos es tal que nadie se imagina el que se junten entre sí. En la Edad Media la antigua creencia de los íncubos y en súbcubos reaparece con una fuerza que no había tenido en la Antigüedad, como si antes de desaparecer esta manifestación del diablo quisiera por última vez brillar con toda su fuerza.

Casi todos los pueblos del Oriente han recurrido a los íncubos y a los súbcubos para explicarse las poluciones nocturnas. Figuran en la demoniología caldea; creyeron en ellos los judíos, tanto que los talmudistas afirmaron que Caín era hijo de Eva y de un íncubo. Hubieron rabinos que sostuvieron que Samael, príncipe de los diablos caídos, fue el demonio que sedujo a Eva y que cohabitó con ella antes que Adán, de la cual nacieron otros demonios que participaron de la naturaleza de ambos. Otros talmudistas afirmaron que quien cohabitó con un diablo fue Adán, y que este espíritu maligno fue Lilita, el famoso súbcubo de la Biblia y de los asirios. .

Se admitía la existencia de genios de esta clase, tanto los griegos como los romanos de la decadencia; Tito Livio decía que Rómulo y Remo, lo mismo que Augusto, habían sido engendrados por un demonio. Dionisio de Alicarnaso y Plinio el Viejo lo aseguraban de Servio Tulio; Plutarco y Quinto Curcio, lo afirmaban de Alejandro; Diógenes de Alerce y San Jerónimo, de Platón; Suetonio cuenta que Escisión nació  de una unión semejante; de Aristomenos los refieren Strabón y Pausanias; Justino y Appiano, de Selusco rey de Siria; y San Clemente de Alejandría, Tertuliano y San Agustín, sostienen en sus escritos la existencia de los íncubos y de los súbcubos y a la de sus relaciones con los mortales. San Antonio y todos los santos de la Tebaida dan fe de ellos personalmente, pues aseguran ser cada día objeto de sus tentaciones. Del siglo XI al XIII circula la leyenda de Merlín, en la cual se cuenta que este encantador nació de un íncubo y una monja hija de Carlomagno. Y en el siglo XIV todos profetizaban que el Anticristo deberá tener tal procedencia.

¿Cómo sustraerse a una creencia que venía apoyada por una tradición tan antigua y por tales autoridades? La pasión exagerada del amor, de ese amor desordenado, extático, delirante, que predomina en la Edad Media, de ese amor que engendra un ideal las más de las veces ilusorio en cada imaginación, ideal que produce una necesidad imperativa, irresistible, que llega a la alucinación, y que no doma la abstinencia, ni el cilicio, sino que antes bien se convierte en una variante de la erotomanía, he aquí lo que evocó el íncubo y el súbcubo bajo la apariencia de verdadera realidad en esta época. El amor en Dios, el amor casto era un deber, y el amor en Dios conducía al amor mundano y éste era el diablo. El amor, teniendo su origen en la Divinidad, descendía hasta el infierno. El camino estaba abierto al maligno para subir al mundo.

El íncubo engendro subjetivo del deseo de la mujer en la Edad Media reclusa o solitaria las más de las veces, es un enamorado loco ante el cual hay que ceder; no tiene nada de la fealdad satánica al presentarse; al contrario, es joven y apuesto, apasionado, persuasivo, flexible como un silfo que por todas partes se cuela, impertinente que se introduce hasta en el lecho y sorprende cuando no se le espera. Es porfiado en extremo; ruega, prodiga caricias, lágrimas, ofrecimientos, y da besos tan ardientes que casi siempre lo que él asedia acaba, llena de voluptuosidad, por rendirle el alma entre suspiros..

Sigue en la Circular de Enero de 2.010.

LA CARA OCULTA DEL TIEMPO.

Mientras Apolo designa el Día, es importante volver al análisis antes esbozado, retornando al héroe solar. A este héroe le compete vencer a la Tinieblas, la caída temporal, ir más allá de lo humano en busca de la libertad en lo tocante al propio destino, impulsado por la astucia y la audacia, siempre acompañado por sus armas que definen el régimen diurno. Como ha sido dicho, tiene como eje la fuerza masculina. Desde épocas muy remotas, se trazó una analogía entre la sexualidad masculina - tenida como saludable – y las armas o herramientas que utiliza. Con todo, las armas heroicas, acuñadas por la fuerza de sus propósitos, significan una elaboración intelectual para vencer el combate con su rival, el monstruo terrestre. La pureza celestial busca sobrepujarlo, a veces imbuida por la protección mágica que emana del brillo solar. Se puede así comparar las armas cortantes, acuñadas por la magia, con las armas en uso.

Pero tecnológicamente hablando, las dos especies de armas se agrupan fácilmente en la categoría de herramientas cortantes, sea la percusión pausada de martillo, de espada o de percusión lanzada de una maza. Es más, son los primeros instrumentos de percusión los que sirven para modelar las primeras hachas de sílex.

Concluyendo, podríamos establecer el tambor como instrumento de percusión asimilado al ritmo del sonido creador, a los dioses primordiales, de los cuales el hombre busca la proximidad; golpeando la piedra, enarbolando su arma o elevándose al cielo ritualmente, en coro, cantando y danzando, procesos de un moverse en medio del movimiento del Tiempo y de la Vida.

Como héroe intenta sobrepujar todo aquello que ávidamente se anima, escapándole. Pero ante sí, se aposta Cronos: imagen divina que refleja al hombre en su finitud. Con todo, también le es dado, vislumbrar a Zeus, quien ordena la realidad, instaurando por la dádiva de la memoria, el ritmo sonoro-creador del Cosmos por él habitado. La palabra, abriéndose como éxtasis inefable, fecunda la Tierra en forma de imagen audible, en la cual fulge el Ser. Y acerca de su nominación poética versará lo que viene a continuación.

En el contexto del pensar mítico, el sonido primordial de los dioses se inspiraba en el mago-cantor al festejar la palabra-verbo, salvaguardada de generación en generación, en el fondo embrionario de una colectividad. En el contexto del pensar mito-poético. Memoria y Musas se atienen a Apolo, otorgando la palabra en función  profética de revelar la Verdad. Apolo, el dios luminoso que purifica, vinculándose a la Música, da al canto melodioso su armonía cosmológica. Si Latona significa disponibilidad, dulzura serena, y Diana es propiamente el vigor valiente, la Virtud lo que es sobrio, en la familia apolínea encontramos los gérmenes que señalan la inspiración y la búsqueda constante de los principios en los cuales se encadena lo real, principios constitutivos del pensar pre-socrático. Éste, vinculándose a los orígenes míticos, se detiene en rememorar el lenguaje profético de los poetas y sus antecesores: testimonios que presenciaron, por el poder oracular de las Musas, los hechos acontecidos, situándonos en el ámbito intermediario entre los mortales y los inmortales. Por otro lado, el pensar naciente busca oralmente los secretos de la Naturaleza y el lugar humano entre Tinieblas y Luz. Los pre-socráticos escuchaban de sus madres los relatos míticos, viviendo e investigando contemplativamente, puesto que insertan en la totalidad, en la atmósfera de lo Sagrado.

Sigue en la Circular de Enero de 2010.

 

 

I N T E R E S A N T E

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OBRAS PUBLICADAS

Entre el silencio y los sueños (poemas)
Cuando aún es la noche (poemas)
Isla sonora (poemas)
Sexo. La energía básica  (ensayo)
El sermón de la montaña (espiritualismo)
Integración y evolución (didáctico)
33 meditaciones en Cristo  (mística)
Rumbo a la Eternidad  (esotérico)
La búsqueda del Ser (esotérico)
El cuerpo de Luz  (esotérico)
Los arcanos menores del Tarot  (cartomancia)
Eva. Desnudo de un mito (ensayo)
Tres estudios de mujer (psicológico)
Misterios revelados de la Kábala  (mística)
Los 32 Caminos del Árbol de la Vida (mística)
Reflexiones. La vida y los sueños   (ensayo)
Enseñanzas de un Maestro ignorado (ensayo)
Proceso a la espiritualidad (ensayo)
Manual del discípulo  (didáctico)
Seducción y otros ensayos (ensayos)
Experiencias de amor (místico)
Las estaciones del amor (filosófico)
Sobre la vida y la muerte (filosófico)
Prosas últimas   (pensamientos en prosa)
Aforismos místicos y literarios (aforismos)
Lecciones de una Escuela de Misterios (didáctico)
Monólogo de un hombre-dios (ensayo)
Cuentos de almas y amor (Cuentos) Isabel Navarro /Quintín
Desechos Humanos (Narración) Ruben Ávila/Isabel Navarro
Nueva Narrativa (Narraciones y poesía)Isabel Navarro/Q
Ensayo para una sola voz (Ensayo)
En el principio fue la Magia   (ensayo)
La puerta de los dioses   (ensayo)
La Memoria del tiempo Cuentos,Poesía Toni Coll/Isabel Nav.
El camino del Mago Ensayo Salvador&Quintín
Crónicas Ensayo Salvador&Quintín

Libro del Maestro (teoría y prácticas) (manual doctrinal)

 

 

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