ALCORAC

SALVADOR NAVARRO ZAMORANO

 

 

Dirigida a la Escuela de:

                        Mallorca

                        Las Palmas

                                                                                 

                                                                                  Circular nº 4  , año XV

                                                                                  Bunyola, 1º  Agosto de  de 2.009.

A.EINSTEIN – MÍSTICO Y CIENTÍFICO.-

Es una palabra derivada del griego “axia” que quiere decir “valor”; pero valor en el sentido metafísico de la cualidad o realidad, y no en el sentido físico de la cantidad. Un objeto cuantitativo no tiene “axis”; la verdad, la justicia, el amor, tienen “axis”, valor cualitativo. Einstein, identificando la matemática abstracta como “axiomática” afirma que cuando es abstracta o lógica formal, es un valor metafísico, que nada tiene que ver con actos físicos, aunque pueda ser aplicado a cualquier hecho.

Quien afirma que 2 x 2 son 4, no se refiere a ningún hecho físico, sino que enuncia una verdad metafísica abstracta universal, independiente de objeto, tiempo y espacio. En este mismo sentido afirma que “del mundo de los hechos no conduce ningún camino al mundo de los valores”. Él dice de intuir primero el mundo de los valores por el puro raciocinio, a fin de comprender el mundo de los actos. Del mundo empírico-analítico no lleva ningún camino para el mundo real de los valores intuidos por la razón pura.

Aquí Einstein habla como un perfecto discípulo de Platón y se confiese adepto del “sueño de los antiguos”.

Es precisamente por no depender la matemática de ningún objeto, que orienta seguramente todo el mundo objetivo. El camino que va desde lo concreto a lo abstracto es inseguro e intransitable, pero el camino de los abstracto para la concreto es seguro y siempre accesible.

Así habla el matemático y todos los metafísicos y místicos.

La verdadera certeza es siempre a priori, intuitiva, deductiva; va desde la realidad a los actos, de lo universal a lo individual, de lo abstracto a lo concreto, de lo absoluto a lo relativo. El camino inverso no da seguridad real, da solamente probabilidades de lo mayor a lo menor. Sólo el matemático, el metafísico, el místico, poseen verdadera certeza, porque tienen contacto consciente con la propia realidad, con el Uno del Universo. Es ese Uno quien da seguridad al Verbo, pero el Verbo no la da al Uno.

El movimiento va desde lo Infinito a lo finito, y acierta infaliblemente el blanco, esto es certeza.

El movimiento va desde lo finito a lo Infinito, no hay seguridad de acertar en el blanco, por tratarse de caminos divergentes, no hay seguridad.

El primer movimiento es el de la intuición, mientras que el segundo movimiento es el del análisis.

El pensamiento de Einstein obedece a la más alta precisión, pero las palabras con que él declara sus pensamientos siguen la terminología tradicional, que no siempre priman por la precisión. Así él parece extrañar que la mente humana pueda producir algo independiente de la experiencia externa, empírica.

¿Será que nuestra mente es capaz de “`producir” la matemática?

¿No sería mejor decir que la mente descubre la matemática? Si ella es la propia realidad, sólo puede ser descubierta por nosotros, pero no producida.

Pero si decimos que la matemática es la verdad, tal vez podamos decir que ella es producida, así como la verdad es la armonía entre mi pensamiento y la realidad y yo soy el autor de esta verdad, pero no de la realidad.

De hecho a hecho no hay seguridad, solamente de la realidad para el acto hay certeza.

Así, de la física para la física, del ego para el ego, no hay solución para ningún problema; eso está en el proceso de la metafísica para la física, del Yo para el ego.

Un lago situado al mismo nivel que una turbina, no produce fuerza; pero una cascada por encima del nivel de la turbina hace que ésta trabaje.

Ningún ego humano, por más inteligente sea, resuelve el problema del ego, a menos que reciba el impacto del Yo superior.

El principio creador reside en la matemática, en la metafísica y en la mística.

La deducción a priori es propia del genio, del místico, del intuitivo, mientras que la intuición a posteriori es propia del talento, del moralista, por ser meramente analítica.

La intuición deductiva es como una solitaria vertical que parte de la Fuente del Uno como un gran Everest; sólo es conocida por unos pocos pioneros de la trascendencia, que no anda con la masa en calles muy pisadas, sino que exploran selvas vírgenes e invaden desiertos, se hunden en profundos silencios y son orientados por un faro cósmico que sólo ellos conocen.

En esa solitaria jornada, primero desaparecen los ruidos materiales. Más tarde expiran los ruidos mentales y emocionales. Y, cuando el hombre estuviere en silencio total, y en la soberana mudez de su Yo, sin ningún ropaje del viejo ego, entonces percibe el atronador silencio de la Realidad Cósmica. Y, como la íntima esencia del hombre es idéntica a la del cosmos, el silencio hominal es el eco del silencio sideral.

Quien nunca vivió esa simbiosis del silencio hominal-sideral, no tiene la menor idea de su fascinante realidad e indecible beatitud.

El silencio dentro del hombre sabe y saborea las leyes eternas que están en el silencio del cosmos. El hombre así identificado por el silencio, escucha el silente programa de la legislación del Universo.

Las leyes cósmicas deben ser intuidas en profundo silencio; no pueden ser captadas ni analizadas por el ruido mental. El análisis mental puede preceder como elemento necesario, pero solamente la intuición cósmica es suficiente para planificar la vacuidad del hombre.

Dice Einstein: “El principio creador reside en la matemática”. “El raciocinio puro puede alcanzar la Realidad”.

¿Por qué?

Porque matemática, metafísica o mística, consisten en la perfecta armonía entre mi pensamiento o intuición y la Realidad Cósmica. Y así las aguas vivas de la Realidad fluyen espontáneamente a través de los canales abiertos del hombre, cuando son puros y están unidos con la Fuente.

Tengo que subir laboriosamente del Verbo al Uno, hasta que el Uno venga a mi encuentro. Y después dominar gloriosamente el Verbo, por el poder del Uno. La subida es el camino estrecho y la puerta angosta, pero el dominio arriba es el yugo suave y el peso leve.

La inmersión en el a priori confiere poder sobre el a posteriori.

El 19 de Mayo de 19929 ocurrió un eclipse solar total. La Real Sociedad de Ciencias de Londres envió dos equipos de científicos para fotografiar el Sol totalmente eclipsado. Uno de esos grupos fue a Sobral, Estado de Ceará (Brasil) y otro a la Isla del Príncipe, en el Golfo de Guinea, lugares considerados como especialmente favorables para obtener las fotografías perfectas. El equipo de Sobrai obtuvo 16 fotografías de primer orden. En pleno mediodía aparecen las estrellas visibles alrededor del Sol oscurecido por la Luna.

Un equipo de peritos interpretó las fotografías y llegó a una conclusión:

1ª.- Que la luz estelar sobre una deflexión hacia el globo solar, señal de que ella tiene peso y obedece a la ley de gravedad.

2ª.- Que la luz se propaga en línea curva y no en línea recta como se suponía.

Con esto se consideraba probada la Teoría de la Relatividad. Sin embargo, Einstein, quedó extrañamente indiferente frente a esa prueba empírica, porque para él la certeza no viene del mundo físico de los hechos, sino del mundo metafísico de la matemática. Para él, el principio creador de la seguridad reside en la matemática, y esta certeza no puede ser adquirida ni destruida por ningún hecho concreto.

Sigue en la Circular de Septiembre de 2009.

LA REALIDAD OCULTA.- 

San Bernardo creía que era deber de los monjes trabajar como coadjutores de Dios en el perfeccionamiento de la creación, o al menos en darle una expresión más humana. En su pensamiento está implícita la idea de que el trabajo es una forma de oración que permite recrear el Paraíso a partir del caos de la naturaleza virgen.

Aun teniendo como principal obligación el culto divino, los monjes empleaban mucho esfuerzo e ingenio en cuestiones prácticas: Eran tan devotos de la Virgen que le dedicaron todos y cada uno de los cientos de monasterios que llegaron a fundar; no obstante, estos benedictinos blancos fueron al parecer los precursores del aprovechamiento de la energía. Algunas de sus abadías contaban con cuatro o cinco ruedas hidráulicas que suministraban energía a otros tantos talleres.

De hecho, en todos los monasterios benedictinos tenían lugar actividades tecnológicas. Los monjes disponían de molinos de viento y sobre todo de agua que les proporcionaban la energía necesaria para convertir sus productos agrícolas en bienes manufacturados: cuero, tejidos, papel e incluso licores, que, como el Benedictino y el Chartreuse, llegaron a alcanzar fama mundial. Así, estos monasterios medievales allanaron el camino que acabaría por conducir a Europa a la era tecnológica.

La vida monástica, practicada según los principios de la regla benedictina, permitía a los monjes establecer una íntima relación con el mundo natural a través de sus ritos diarios y de cada estación así como de una serie de trabajos que estaban coordinados con los ritmos cósmicos. La regla benedictina inspiró también un tipo de organización comunal que era a la vez democrática y jerárquica, pues a cada fraile o monja le correspondían unos derechos en la organización monástica, pero debía atenerse también a ocupar cierto lugar en el orden social. Esta compleja estructura quedó reflejada en un estilo arquitectónico perfectamente adaptado a los ritos de la vida monástica y al paisaje local. La arquitectura benedictina en sus diversas variantes alcanzó una belleza funcional que la erige en verdadero logro artístico de la civilización occidental.

Muchas de las intervenciones humanas en los sistemas naturales han sido destructivas. El hombre tecnológico en particular utiliza la tierra y el agua, las montañas y los estuarios, y todo tipo de recursos naturales movido por un interés egoísta por los beneficios económicos inmediatos. Pero su conducta en este aspecto no es peor que la de aquellos pueblos cuyas actividades causaron erosión en el Pakistán, en la cuenca mediterránea, en China o en México. La solución de la crisis ambiental no consiste en un abandono de la tradición judeocristiana o de la civilización tecnológica; más bien requiere una nueva definición de progreso basada en un mejor conocimiento de la naturaleza y en una voluntad de cambiar nuestra manera de vivir.

Debemos aprender a reconocer las limitaciones y potencialidades de cada región concreta para manipularla creativamente y mejorar así la vida humana presente y futura.

El ecologismo nos enseña lo que una tierra puede ser, lo que debería ser y lo que debe ser. A pesar de su atractivo, este aforismo es engañoso porque presupone una filosofía del determinismo ecológico y de la relación del hombre con la naturaleza que es discutible. Según esta filosofía, los procesos biológicos están dirigidos por una mano invisible hacia un estado de perfecta armonía ecológica entre los diversos componentes de un determinado entorno; pero la experiencia nos muestra que a partir de una misma serie de condiciones ambientales pueden crearse diferentes ecosistemas igualmente satisfactorios. Además. El aforismo parece sugerir que el hombre no debe intervenir en el curso natural del devenir ecológico, opinión que no cuadra con la existencia en todo el mundo de parques, jardines y explotaciones agrícolas y forestales que de ningún modo pueden considerarse destructivos.

La actitud reverente, contemplativa y afectuosa que Francisco de Asís adoptó ante la naturaleza sobrevive hoy en la conciencia de nuestro parentesco con todos los seres vivos y en el movimiento ecologista. Pero la reverencia no basta, porque el hombre no ha sido nunca testigo pasivo del acontecer natural. Su simple presencia altera el entorno y sus únicas opciones en el trato con la tierra consisten en ser constructivo o destructivo. Para ser creativa, la relación del hombre con la naturaleza debe estar regida tanto por sus sentidos como por su sentido común, por su corazón como por su conocimiento. Debe leer en el libro de la naturaleza externa y en el de la suya propia para descubrir las consonancias y los rasgos comunes.

Muchas veces, y en el marco de diversas tradiciones religiosas y de sistemas sociales distintos, el hombre creó entornos ecológicamente viables y culturamente dignos a partir del medio ambiente natural. Dada mi tradición cultural he decidido ilustrar esta creatividad con el ejemplo de la vida benedictina, de su sabia manera de proceder con la tierra, de adecuar la arquitectura al culto y al paisaje y de adaptar los ritos y el trabajo a los ritmos cósmicos. Un aborigen australiano, un indio navajo, un budista o un musulmán habrían escogido otros ejemplos pertenecientes a sus respectivas tradiciones, pero el tema fundamental, el lugar único que el hombre ocupa en el cosmos, es universal.

La vida humana implica decisiones concernientes al gobierno de los sistemas naturales y a la creación de nuevos entornos a partir del medio ambiente natural. Se puede rendir culto a la naturaleza y aceptar al mismo tiempo y de buena gana la responsabilidad de administrarla de forma creativa.

Antes de la llegada del hombre blanco, de diversas tribus de Norteamérica estaba organizada en torno a los recursos naturales. Las tribus de la cultura de los llanos dependían de los enormes rebaños de bisontes, las del noroeste, de la abundancia de pesca y madera. En esa época dependían de la caza y la recolección, por lo que había europeos dedicados por entero a tareas culturales. Un clérigo inglés Gilbert White estuvo cincuenta años observando y tomando datos sobre la vida animal y vegetal de su parroquia en Selborne, Hampshire, en 1720. Sus cartas recogidas en un libro “Historia natural de Selborne” describe un marco natural y social al parecer inmutable y hacen pensar que en la Inglaterra del siglo XVIII el hombre estaba perfectamente adecuado a la naturaleza civilizada. Para otros contemporáneos, a diferencia de éste no tenían deseos algunos de vivir lejos de Londres. La idea de la perfecta felicidad era “pasear en silla de posta a trote vivo y acompañado de una mujer hermosa”. Las vidas contemporáneas de los indios, comparadas con la de estos otros personajes, ilustran tipos muy diversos de adecuación del hombre a su medio ambiente.

Pero la adecuación siempre es efímera. Los indios ya no pescan esturiones desde sus piraguas, la campiña inglesa comenzó a cambiar a partir del siglo XIX y es probable que otros personajes estarían atascados entre otros coches en las calles de Londres y no paseando al trote. Los cambios que de una época a otra sufren las poblaciones humanas reflejan que la adecuación entre el modo de vida de nuestra especie y el mundo exterior nunca es perfecta; todo lo más transitoria.

Sigue en la Circular de Septiembre de 2009.

¿POR QUÉ EL DIABLO?

El dogma de la Iglesia quedó definido por San Agustín. La humanidad entregada como presa al diablo, se halló en la imposibilidad de hacer el bien por sí sola.

El Oriente religioso explicaba el mal por la lucha de dos o más principios contrarios que mutuamente se combatían a la cabeza de dos ejércitos de seres, en el Cielo, en la Tierra, en el Universo. Tifón contra Osiris, los genios benéficos de los caldeos contra los maléficos, Beal Molok contra el Baal Adon. El cristianismo recoge la división en dos partes que las Teogonías orientales hacían de la Naturaleza, pero la modifica. Toma de los platónicos y de los alejandrinos el edificio de la creación con un dios Bien en la cúspide, y el Mal con la materia en la base, y lo divide. El plano divisorio es la Tierra. Encima, en lo alto, reside la Divinidad con sus ángeles, sus querubines, sus serafines, sus santos; allí es donde las almas buenas tienen su morada. Debajo está Satán en el profundo con los demonios; y allí descienden los condenados. Sobre la Tierra, punto intermedio, los dos ejércitos libran cruenta batalla para llevarse a los hombres, los cuales sólo en ella están de paso. El Cristo se sirve de la sumisión, de la fe ciega, de la renuncia al mundo y a sus atractivos, y le quita tan sólo al Maligno algunos elegidos.

El diablo se vale de la carne, del orgullo, de la dignidad, del pensamiento, y aun de la justicia para oponérsele. Esta lucha llena toda la Edad Media.

Pasemos a verla y veamos también cómo se transforma esta personificación, a cuya formación concurrieron el judaísmo con su Satán y su caída de los ángeles, el Egipto con su Tifón, el politeísmo helénico con sus demonios, y las filosofías platónica y alejandrina con su concepto de la formación de los seres y de la materia, por el alejamiento del Dios Uno, del cual procedían.

“Iesus vincit, Iesus regnat, Iesus imperat”. Tal es la consigna del Imperio después de adoptado el judeo-cristianismo por Constantino.

El fracasado proyecto de Juliano, los filósofos pasados a cuchillo o desterrados por Valens, gobernador de Oriente, bajo el pretexto de que evocaban a las potencias infernales para consultarles sobre el fin de su reinado. Jámbito fue tan perseguido que acabó por envenenarse. El solo nombre de filósofo era causa suficiente para ser objeto de persecución. Los que con ellos se trataban, eran a veces atormentados; y la gente asustada quemaba los libros, pues uno solamente era cuerpo de delito. Hasta hubieron muchos que dejaron de llevar mantos con flecos por miedo a que los tomaran por magos.

La biblioteca de Alejandría  incendiada a instigación de Teófilo, destruido el Serapeo de Alejandría, por medio de una ley de Tedosio, Jesucristo reina solo en el Imperio. El Olimpo está vacío y sus dioses han muerto.

Los perseguidos después del golpe de Estado de Nicea, no fueron solamente los filósofos. Lo fueron también todos los cristianos disidentes que protestaban, afirmando que el Cristo no era Jesús, puesto que era sólo su emanación del dios Agathos, no corporal. El partido judaico celibatario, en cuanto triunfó, se desembarazó de todos los disidentes; los seguidores de Pablo fueron asesinados; los gnósticos degollados; San Crisóstomo y San Atanasio expulsados de sus ciudades. Los obispos imperiales estaban por encima de las leyes y dirigían las persecuciones. Tomaron todas las Escrituras e interpolaron los pasajes que les convino sustituir y que contradecían lo proclamado en Nicea; y lo que no permitía ser retocado fue echado a las llamas.

Pero los de los bosques, las campiñas, los que se albergaban en los montes, los que flotaban en medio de las aguas, los que impulsaban las corrientes de los ríos, o pairaban sobre los lagos, éstos no han muerto; sólo se han escondido para transformarse.

Creían los cristianos que con la Naturaleza perecería todo al poco tiempo de haber espirado el redentor del linaje humano, y la Naturaleza no murió. Las estaciones continuaban sucediéndose; cada primavera nuevas flores, nuevas hojas; cada otoño nuevos frutos. ¿De qué provenía esta resistencia? De esos pobres dioses menores desterrados, que la maldición cristiana había convertido en diablos. No podían dejarla morir, pues ella era su albergue y su último refugio.

El cristiano se indigna contra esta obstinación diabólica y truena contra esta Naturaleza rebelde que persiste en seguir su curso, cubriéndose de verdor, adornándose de flores y ofreciéndonos la tentación permanente de sus frutos.

Efectivamente, la Naturaleza proscrita por la Iglesia vino a ser diabólica. “Mi reino no es de este mundo”, vino a decir Jesús. El Paraíso terrenal soñado por los judíos, se había transformado en un Paraíso celestial para los judeo-cristianos. El Reino de Jesucristo era el de los cielos. Esa Naturaleza inferior, formada de la materia tenebrosa, que sólo servía para aprisionar el espíritu, constituía el imperio de Satán. Dios se la había abandonado; él la había recogido.

Todo en la Naturaleza tiene en esta época un no sé qué de diabólico a los ojos del cristiano, que no la quiere estudiar ni explicarse sus fenómenos por medio de la observación. Los árboles que se balanceaban a impulsos del viento que silba, les parecían movidos por los demonios del vendaval que rugen de coraje porque no encuentran más que cruces en las comarcas que atraviesan. Las rocas que se derrumban a los precipicios como atraídas por una fuerza misteriosa de los abismos; los ríos que murmuran de la obra del Señor; las aguas de los mares que braman, se encrespan y levantan sus olas, que estallan en espumarajos como si desafiaran al cielo; el rumor de la tempestad; la fuerte voz del trueno; la infernal luz azulada del relámpago, los rojos resplandores de la puesta del Sol; y la negra noche que los malignos producen al salir del profundo, tapando con sus espesos cuerpos de tinieblas la luz que Dios nos envía; todo es diabólico para el cristiano, en todo ve los demonios como agentes misteriosos. El filósofo alejandrino explicaba todo fenómeno natural por la grandeza del alma del Mundo, motor interno de la Naturaleza. El cristiano ha desterrado la Filosofía y no puede aceptar esta explicación; considerando propio de Dios sólo lo espiritual, lo natural no le aparece forzosamente como obra del adversario.

“Hay que abandonar la Naturaleza” se dice; y se retira a donde sus espléndidas manifestaciones estén ausentes; allí se aísla y se suprime casi la satisfacción de todas sus necesidades, para cortar al maligno los pasos de comunicación con su espíritu; y así espera con ansia la hora de abandonar este mundo malvado. Pero el monaquismo no le salva al cristiano de la tentación. Hasta en sus retiros solitarios de la Tebaida ésta le persigue. Emigra al desierto y el desierto vacío viene a poblársele de espíritus malignos.

Todas las comarcas del Sur de Alejandría, la montaña y el desierto de Nitria, las orillas del Nilo y la isla de Tabennia, se vieron invadidas con esta época por una multitud de escépticos del mundo que huían de él para alcanzar la gloria eterna. Nitria llegó a contar cinco mil. Pacomio en la Pascua lograba reunir hasta cincuenta mil en Tabennia. Oxirriacus encerraba dentro de sus muros diez mil cenobitas y veinte mil penitentes. Imposible era saber los que hormigueaban por la orilla del Nilo. Las arenosas llanuras de Libia contenían un enjambre; no hallando bastante espacio, se desbordaban sobre Etiopía. Habitaban entre las rocas, en los huecos de las montañas, en las cavernas de las agotadas canteras de pórfido, en el interior de los hipogeos, en los templos en ruina, en fin, en todas partes. Era más fácil hallar en Egipto un santo que un hombre.

La Naturaleza por ellos maldecida se vengaba en ellos; su cerebro era el primero en sufrir las consecuencias de sus errores. En sus delirios los diablos les atormentaban cruelmente; las revelaciones de san Pacomio nos presentan en su delirio la reproducción de las creencias del antiguo Egipto transformadas en creencias cristianas. Los ángeles ocupan el lugar y desempeñan las funciones de los dioses en los mitos funerarios. En las visiones de otros ascetas los genios de Tifón que habitaban el Amenti, fueron asimilados a diablos. Los cristianos de Egipto celebraban el treintavo y cuarentavo día que seguía a la muerte, misas por el descanso de los muertos, que suponían aún errantes y que debían encarnarse en cuarenta especies diferentes de demonios antes de ser admitidos de hinojos ante el tribunal de Cristo; su imaginación ganaba en claridad y fijeza todo lo que en sensibilidad perdía sus sistema nervioso; sólo percibían las sensaciones ilusorias que derivaban de la alucinación que sufrían. La imaginación les reproducían las quimeras con la misma limpieza de realidad que si procedieran del exterior por el intermedio de los sentidos.

Lo ilusorio toma plaza de real; con su fantasía el desierto árido y estéril se llena de diablos, se anima, brotan en él formas nuevas que sobrepujan a las de la Naturaleza, transformándose las naturales, y no hay ser, cuerpo, vibración, rayo de luz, ni ruido en que no distinga el anacoreta un aliado del maligno. Aquellas llanuras y colinas estériles y despobladas son para ellos inmensos campos de batalla lleno de enemigos de Jesucristo, por el cual ellos combaten.

Sigue en la Circular de Septiembre de 2009.

LA CARA OCULTA DEL TIEMPO.-

La sangre vertida por Cronos es muerte, la sangre femenina mancha a quien la vierte. Ésta difiere de aquello que contiene en las venas, nutriente y purificador, para introducir al personaje femenino como un elemento cruel  y engañoso en las leyendas. Su flujo, medido por la Luna, le atribuye como característica una falta de estabilidad, fluctuaciones de humor, reacciones emocionales. El atributo ciego concerniente al Destino, se acentúa todavía más cuando recordamos que las Moiras o las Parcas que la rigen están subordinadas a la Noche y la Luna.

Las Moiras, hijas de la Noche, otorgan el Destino a cada individuo, siendo que ni los propios dioses osaban contrariarlas, para no poner en riesgo el equilibrio cósmico. En cuanto lunares, son responsables de las fases o hilos, con los cuales tejen la vida. Croto, la hilandera, lo tejía; Láquesis establecía el atributo de cada existencia, dando al hilo la forma de ovillo; Atropos lo cortaba, cuando daba la muerte. Se enredaba así el sino de los hombres que, a veces logrado, intentaban despojarse de aquello que los ceñía, del sino a ellos atribuido, que rige la temporalidad y cuyo secreto no se puede desvelar. Las Moiras, como mujeres enigmáticas que caminan junto a Cronos, tejen también las vendas que atan los días y las horas con sus dictámenes.

El movimiento circular del huso está engendrado por el movimiento alternativo y rítmico  producido por un arco o por el pedal del torno. La hilandera que utiliza este aparato, una de las máquinas más hermosas, dueña del movimiento circular y de los ritmos, como la diosa lunar es señora de la Luna y dueña de sus fases. Lo que aquí nos importa, más que el resultado del hilo, tejido con el destino, es el huso que, como el movimiento circular que sugiere, se convertirá en talismán contra el destino. Y con motivo se hace resaltar la importancia temporal que adopta en el idioma la terminología tomada del arte del tejedor. Las palabras que significan inaugurar, comenzar, ordiri, exordium, primordia, son términos propios del arte del tejido.

Homero retrae en la Odisea las aventuras de Ulises en el mar, en un contexto donde lo femenino (como celada) ocupa un lugar destacado en la figura de Circe, hija del Sol y de la Luna. Tenía el poder de preparar venenos que metaforseaba a los hombres y animales, lo que de hecho ocurre con los compañeros de Ulises que, usando unas hierbas como antídoto, no sucumbió a la magia, consiguiendo desencantar a sus amigos. Después de haber permanecido un año junto a Circe, ella lo libera para que pueda ir hasta el Hades y consultar a Tiresias: “El adivino ciego que no ha perdido su soberanía. Él es el único a quien Perséfone concedió que, después de muerto, conservara el don de la predicción; los demás son sombras que evocaban”.

Circe, la mujer, la diosa terrible dotada de lenguaje humano, que permite el acceso de Ulises a la dimensión del Océano profundo, lugar desprovisto de Sol, donde encuentra al vidente, a su madre y a Tántalo, quien habiendo contrariado varias veces a los dioses, le ofrece como alimento la carne de su hijo Pelote, al cual había matado. Como castigo, Tántalo fue condenado a permanecer en el Hades, en un estado de permanente hambre y sed, inmerso hasta la barbilla en el agua de un lago, cuya agua no podía beber puesto que ella se le escapaba de la boca, así como los frutos de los árboles que el viento, símbolo de Zeus, se amontonaban en las nubes  y que arrebataba de sus manos. Vio a Sísifo cargando eternamente su piedra y soportando dolores en el cuerpo.

El Hades, lugar de hombres condenados, de oscuridad, sombras, muerte. En la Tierra, también el hombre experimenta estos sentimientos, al tomar consciencia de de su posibilidad de ascensión diurna y de caída nocturna: proceso cíclico de la imperfección, la temporalidad y la muerte.

Estando, además, vinculada la caída a la rapidez del movimiento, la aceleración de las tinieblas, podría resultar que fuese la experiencia dolorosa fundamental, constituyendo para la consciencia el componente dinámico de toda representación del movimiento y la temporalidad. La caída resume y condensa los aspectos temibles del tiempo, nos da a conocer el tiempo fulminante. El vértigo es imagen inhibidora de toda ascensión. El vértigo es una llamada brutal de nuestra humanidad y presente condición terrestre.

Sigue en la Circular del mes de Septiembre de 2009.

I N T E R E S A N T E

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Cuando aún es la noche (poemas)
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Seducción y otros ensayos (ensayos)
Experiencias de amor (místico)
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Lecciones de una Escuela de Misterios (didáctico)
Monólogo de un hombre-dios (ensayo)
Cuentos de almas y amor (Cuentos) Isabel Navarro /Quintín
Desechos Humanos (Narración) Ruben Ávila/Isabel Navarro
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Ensayo para una sola voz (Ensayo)
En el principio fue la Magia   (ensayo)
La puerta de los dioses   (ensayo)
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El camino del Mago Ensayo Salvador&Quintín
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