MEDICINA NATURAL

Salvador Navarro Zamorano

JUNIO 2001 (1)

 

                         

 

 

 

  EL LUGAR DE TRABAJO

 

          Imagina un edificio, con fachada de cristales, caldera de calor, pisos enmoquetados, plantas en los pasillos, ventanas que no se pueden abrir, un vagoroso olor de productos químicos ambientales en la atmósfera . . . No se trata de escoger entre un ambiente de trabajo u otro. Las cualidades y defectos, en general, conviven en el mismo local.

          Los modernísimos edificios de oficinas, verdaderos palacios de mármol, acero y cristal, merecedores de premios arquitectónicos, acostumbran recibir calificaciones muy bajas cuando son sometidos al juicio de sus infelices ocupantes.

          Si esa descripción se ajusta a su oficina, es muy probable que conviva durante ocho horas diaria en una “casa enferma”. Y la enfermedad es contagiosa. Los ocupantes de grandes edificios de oficinas se quejan frecuentemente de una serie de síntomas que reciben el nombre de “síndrome del local de trabajo enfermo”.

          Las reclamaciones que van desde el dolor de cabeza e irritación de garganta a dificultades respiratorias, se repiten de edificio en edificio. Algunas personas son severamente afectadas. La mayoría sienten incomodidad. Las consecuencias son previsibles: ausencias en el puesto de trabajo, baja productividad . . . Desgraciadamente, la capacidad de prevenir y tratar estos problemas han evolucionado muy poco.

          Los nuevos edificios de oficinas, casi herméticamente cerrados a causa del sistema de aire acondicionado, tienen poquísima circulación de aire puro. Simultáneamente traen un considerable aumento en el número, variedad e intensidad de las fuentes de contaminación. De otro lado, laminados, aglomerados de madera y otros materiales procesados químicamente, entran cada vez más en la composición de divisiones y muebles. Alfombras, tejidos y forros de fibra de vidrio, además de otros materiales sintéticos, que se aplican con colas, disolventes y adhesivos que exhalan residuos químicos altamente volátiles, entran en la decoración de los locales. Además, el uso creciente de divisiones móviles, colocadas sin observar el proyecto original, disminuye dramáticamente la circulación natural del aire.

          Las partes críticas de un moderno sistema de circulación de aire, como filtros, humificadores, torres de refrigeración, etc., pueden esparcir infecciones transmitidas por el aire.

          Al reciclar el aire que circula en un edificio, los aparatos se transforman en focos de microorganismos nocivos, devueltos al ambiente dentro de minúsculas gotas de agua. Esas partículas contaminadas pueden penetrar profundamente en los pulmones, provocando serias enfermedades. La “enfermedad del legionario”, grave y muchas veces fatal en forma de neumonía es una de las molestias eventualmente diseminada por los sistemas de aire acondicionado. Para evitar estos problemas es aconsejable e importante limpiar y desinfectar regularmente los componentes del sistema de ventilación.

          Se dió el caso de un edificio con el sistema de reciclaje de aire perfecto. Pero los funcionarios se quejaban de dificultades respiratorias e irritación en los ojos.

          Investigadas las causas, se verificó que en vez de aire puro, los aparatos estaban re-circulando formaldehído, substancia química tóxica, usada como desinfectante, que se desprendía de muebles y paneles nuevos. Como no había entrada de aire desde el exterior, solamente se reciclaba el que flotaba en el ambiente, por lo que las emanaciones tóxicas no eran eliminadas. Ese problema se puede repetir en el cambio de moquetas, encolado de paneles, etc.

          Olores no acostumbrados llaman la atención. El olor en sí no afecta a la salud, pero el olfato es el único sentido que revela la calidad del aire que respiramos. La nariz no hace análisis químicos, pero es un poderoso auxiliar para descubrir las fuentes de polución de un ambiente. Si ella protesta, es cuestión de averiguar la causa. No hay que esperar a que los ojos comiencen a lagrimear para tomar precauciones.

          Cuando se habla de calidad del aire, es necesario considerar el factor urbano. En las ciudades hay verdaderos corredores de polución. Los edificios impiden que en las calles y las avenidas podamos respirar con más libertad y eso se refleja en la calidad del aire dentro de los ambientes de trabajo.

          Así, dependiendo de la región, el aire acondicionado funciona mejor que la ventana abierta, pues al menos filtran las partículas que poluyen el aire, pero cuando está mal regulado lo reseca y gasta más energía. Pero tiene ciertas ventajas: puede ser ajustado de acuerdo con las preferencias del grupo, no tiene tubos como los acondicionadores centrales de grandes estructuras, así que no acumulan tantas bacterias y puede expulsar aire hacia el exterior, renovándolo constantemente.

          El ambiente bien climatizado es aquel en el que no se nota la refrigeración. Pero advertimos los peligros del choque térmico, es decir, la diferencia de temperatura entre dos ambientes.

          Los grandes escritorios utilizan iluminación uniforme, que incide sobre superficies muy blancas. La monotonía visual causa cansancio y falta de atención. Para evitar la situación, la solución es tener diferentes zonas de alternancia de colores en el ambiente.

          Si, en función del trabajo, se necesita más luz. hay que buscar una iluminación dirigida directamente sobre la mesa. Pero atención: ese tipo de iluminación puede provocar ofuscamiento, cuando el resto de la sala se encuentra más oscuro. El color de la superficie de la mesa también influye en el rendimiento; superficies blancas o muy claras reflejan la luz que recibe, cansando los ojos.

          Y ahora una sorpresa: las lámparas fluorescentes, las más utilizadas en ambientes de trabajo, son las menos indicadas para tal fin. Además de alterar la visión natural de los colores, centellea 120 veces por segundo, pudiendo provocar en personas muy sensibles, cansancio visual y dolor de cabeza, debido a su efectos estroboscópico. Pero el problema tiene solución: basta instalar un pequeño modificador de fases, que se encargará de regular el centelleo entre dos lámparas, evitando con ello el parpadeo lumínico. O un transformador que convierte la corriente eléctrica de watts en ultravioleta, que también alternan el centelleo.

          Los ojos y la cabeza también agradecen el contacto con el mundo exterior. Quedar cerrado en una caja de cristal, por más confortable que sea, no hace ningún bien a nadie.

          Se ha experimentado que personas aisladas en escritorios muy confortables, en condiciones ideales de ventilación, iluminación y aislamiento sonoro, pero sin reloj, se descontrolan completamente en pocos días.

          Impedidos de observar el ciclo natural dia/noche, los integrantes de la investigación, con una semana de aislamiento, perdieron el ritmo normal de la vida. Comenzaron a dormir dos horas como máximo, y a sentir sueño de cuatro en cuatro horas. Alimentación y trabajo comenzaron a ser irregulares.

          Los estudios comprueban la necesidad que tiene el hombre de orientarse por los fenómenos cíclicos naturales. Por tanto, una ventana abierta al mundo, en vez de distraer la atención, aumenta la productividad. Con todo, la experiencia es discutible, pues otros investigadores afirman que tenemos un reloj biológico en nuestro organismo, capaz de evitar el desorden horario.

          Un último factor imprescindible a la comodidad ambiental: el control de la producción sonora. Un ambiente con buena protección acústica presenta dos cualidades: penetración o propagación reducida de sonidos inconvenientes; audición de los sonidos considerados útiles para la comunicación interna o mejoría de las condiciones psicológicas del trabajo.

          Ambientes calmos y silenciosos hacen el trabajo menos penoso, mejora la eficiencia de los trabajadores y contribuye a la disminución del número de errores cometidos. Eso no significa que la ausencia de sonido sea recomendable, pues ellos permiten el contacto con el mundo exterior.

 

          El nivel de ruido tolerable, pero no saludable, en el ambiente de trabajo, no puede exceder de 85 decibelios, comparable al ruido de diez máquinas de escribir sonando al mismo tiempo en la oficina. Lo máximo que el oído humano puede soportar son 120 decibelios. Un fenómeno interesante: el barullo con carga de información (una explosión seguida por el ruido de vidrios que se rompen), solamente llaman la atención. La música suave, como una melodía, relaja y estimula la productividad y disminuye la fatiga. La música debe sonar a partir de las 10 de la mañana, horario máximo de rendimiento; después de la comida del mediodía, la música debe dejar de sonar, pues sumada a la somnolencia causada por la digestión, puede comprometer la atención en el trabajo; retomamos el nivel de eficiencia a partir de las 16 horas, que será cuando la música debe reiniciarse.

          Veamos algunas recomendaciones para disminuir problemas de salud en el trabajo:

 

          Intenta evitar que las personas fumen. Aunque nadie fume en tu sección, habiendo fumadores en el local, siempre sobrará un poco de humo de cigarro para todos. El cigarro es una de las mayores causas de polución ambiental en las oficinas. Sugerir la creación de áreas especiales para fumadores, cuidando que las ventanas al exterior estén siempre abiertas.

          Verificar los productos de limpieza y manutención que estén siendo usados. Los empleados de la limpieza acostumbran usar los más fuertes detergentes para facilitar el trabajo. Es posible utilizar productos menos tóxicos.

          Cuidar de la ventilación natural. Los ambientes ventilados presentan un 75% menos de problemas que los cerrados.

          Muebles y materiales que desprenden emanaciones químicas, deben ser eliminados. Para reconocerlos basta olerlos. Si tienen un olor fuerte y desagradable, procuremos que sean cambiados por otros más naturales.

          Cualquier cosa que mejore el ambiente debe ser intentada. Plantas, flores, objetos de color, rompen la monotonía visual.

          Fiscalizar la limpieza, especialmente de los sanitarios. Y recordar: el polvo acumulado, principalmente para quien padece de rinitis alérgica y asma, es un verdadero veneno.

          Verificar la procedencia del agua que se bebe. Puede ser vehículo de enfermedades.

       No tener recelos de reivindicar mejores condiciones de trabajo. Estás haciendo valer tus derechos. Vale la pena luchar por la salud del lugar donde trabajas. En poco tiempo vas a sentir la diferencia.

                                                                             Salvador Navarro Zamorano

                                                                             Especialista en Homeopatía.

 

 

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